sábado, 26 de noviembre de 2011

LA BOLA DE NIEVE


LA BOLA DE NIEVE
por Francisco-Manuel Nácher


Al nacer, traemos, de vidas anteriores, gérmenes de karma,
facultades, tendencias, virtudes y vicios. Constituyen la materia prima con
la que, luego, a lo largo de los años, vamos construyendo una bola de
nieve, que empujaremos mientras vivimos. Sólo que, si hacemos buen uso
de esos materiales, la bola sale pequeña y no pesa y es fácil de manejar.

Pero, si no, cada día es más grande, ya que continuamente le vamos
añadiendo peso, gracias al karma que producen nuestros actos, nuestros
pensamientos, nuestros deseos, nuestros sentimientos y nuestras palabras.

Y la vida acaba siendo un martirio, un continuo sufrimiento, un estado de
angustia permanente, un peso que ya no podemos arrastrar, una carga que
nos aplasta y, pudiendo haber sido algo maravilloso, pasa a ser indeseable.

Tales son las opciones que tenemos ante nosotros. Y la elección es nuestra.

* * *

EL AMOR - SABIDURÍA


EL AMOR - SABIDURÍA
por Francisco-Manuel Nácher


Casi nunca caemos en la cuenta de que los Grandes Seres que
dirigen nuestra evolución, y a los cuales oramos, funcionan en otros
planos muy distantes y distintos del nuestro, y que hemos de esforzarnos
para comprender cómo será allí lo que aquí denominamos, sentimos y
concebimos de un modo determinado.

Si a un pez de las zonas abisales, a miles de metros de profundidad,
que ha provisto su cuerpo de puntos de luz fosforescente para atraer a
sus víctimas, le preguntásemos qué entiende él por luz, no cabe duda de
que nos respondería con un concepto estrechísimo, aunque suficiente
para él, incomparable con la luminosidad del sol que nosotros
conocemos.

Y, si preguntásemos a una célula de nuestro estómago, qué
entiende por distancia, por dimensión o por velocidad, nos expondría
ideas y conceptos totalmente distintos de los que nosotros manejamos
con esas mismas denominaciones.

Pues hemos de ser conscientes de que a nosotros nos ocurre lo
mismo con respecto a los Grandes Seres.

Y que lo que aquí llamamos amor y lo que llamamos sabiduría, a
Su nivel, ha de ser algo totalmente distinto.

Y, ¿qué será?, ¿a qué equivaldrá, traducido a nuestro nivel?

Lo primero que hemos de tener en cuenta es que esos Seres no
tienen su conciencia centrada en el Mundo Físico ni en el Mundo del
Deseo ni siquiera en la Región del Pensamiento Concreto y que, por
tanto, sus concepciones, sus vivencias, están limpias de todo vestigio
material, emocional, egoísta, separatista o razonador.

Claro que, nosotros, si a lo que llamamos amor le quitamos el
componente emocional e, incluso, el intelectual, no nos queda
prácticamente nada. Es lo mismo que le ocurre al pez abisal con la luz
del sol, cubierta por las sombras de las profundidades del mar, y a la

célula gástrica con la distancia, la dimensión y la velocidad, si reducimos
el mundo al tamaño de un estómago.

¿Cómo “quedan, pues, el Amor y la Sabiduría, cómo son en
realidad, si nos elevamos a las alturas de los Grandes Seres?
El Amor-Sabiduría, nota clave de la Segunda Persona de la
Trinidad, Cristo, no es ni amor, tal como los hombres lo solemos
entender y sentir, ni sabiduría tal como los hombres la solemos concebir
y definir.

Ese Amor de Dios, al que los estudiantes de lo oculto debemos
tender con todas nuestras fuerzas es, en realidad, una “comprensión
perceptiva”, un darse cuenta de las causas y procesos que han llevado a
una situación determinada - ignorancia, en el fondo - y, prescindiendo de
toda crítica y, por tanto, de toda influencia astral (emociones,
sentimientos) y mental (ideas, conceptos, razonamientos), comprender e
identificarse con lo que debe ser amado. Eso es el verdadero Amor. Es el
silencio benéfico que lleva la curación en sus alas.

Eso hacía Cristo: no criticar, no condenar, sino comprender e
identificarse con el otro. Y ésa es la base del Perdón: la comprensión.
La verdadera Sabiduría, por su parte, si sublimar es transformar un
sólido en gas sin pasar por el líquido, la verdadera Sabiduría, digo, es la
sublimación del intelecto, de los aspectos superior e inferior de la mente.
Es una mezcla de intuición, percepción espiritual, colaboración con el
Plan divino y apreciación intelectual espontánea del contacto
establecido.

Esa verdadera Sabiduría, por su propia naturaleza, se fusiona con
el verdadero Amor para dar lugar a un sentido esotérico: el llamado
“Amor-Sabiduría” de los Grandes Seres, infinitamente superior a
nuestras concepciones, que no son sino meras caricaturas, deformaciones
e interpretaciones insuficientes suyas.

* * *

jueves, 24 de noviembre de 2011

EL ADELANTO


EL ADELANTO
por Francisco-Manuel Nácher


Según la Ley Natural, lo que se adquiere espontáneamente o con gran
facilidad mientras se es joven, es luego una traba que impide que, al llegar
a edad adulta, se eleve uno por encima de ese nivel de juventud. En
cambio, el que de joven se tiene que esforzar y, además, aprende de los
otros, puede elevar sus conocimientos más allá que sus maestros.

Así ha ocurrido insistentemente con los “niños prodigio” que, en
términos generales, casi nunca han llegado a ser “hombres prodigio”.

Y ha sucedido con las civilizaciones: Han fecundado a un pueblo más
atrasado, pero que luego ha sido capaz de llevar los conocimientos
heredados más allá que sus propios creadores.

Y en el mundo de los descubrimientos científicos, donde cada uno se
ha basado en los conocimientos de sus antecesores y los ha desarrollado
hasta donde ellos no pudieron llegar.

Y, en la vida espiritual donde, de los grandes pecadores han salido
los más grandes santos. Porque los niños son inocentes, pero sólo los
adultos, que ya han vivido y han pecado y se han arrepentido y con ello
han aprendido, pueden llegar a ser sabios o, lo que es lo mismo, virtuosos.

* * *

miércoles, 23 de noviembre de 2011

CUANDO EL HOMBRE NO ESTABA


CUANDO EL HOMBRE NO ESTABA
por Francisco-Manuel Nácher


Resulta casi imposible de concebir una época del mundo en que no
existiera el hombre. Nos parece carente de sentido que hubiera
inundaciones, terremotos y huracanes y, menos aún, primaveras y
atardeceres, sin hombres que los pudieran contemplar. ¿Para qué tanto
esfuerzo y tanta belleza?

¡Hasta tal punto tenemos metido en los tuétanos nuestro papel de
protagonistas del Cosmos!

Y, sin embargo, aquellas primaveras y aquellos atardeceres debieron
existir, y los cataclismos naturales se debieron producir y la aparentemente
inútil lluvia sobre el mar debió ser una realidad. Y todos ellos juntos han
conducido, los viera el hombre o no, al estado actual de la Tierra y sus
habitantes, incluído el hombre.

Pero, ¿existió la belleza antes que el observador? ¿O la belleza es tan
sólo una aportación de éste, intrascendente en la economía de la
naturaleza? ¿Por qué hasta el Renacimiento nadie había caído en la cuenta
de que el paisaje podía ser hermoso? ¿Por qué hasta Kant nadie se había
propuesto contemplar la razón como objeto de estudio? ¿Y, hasta Gustavo
Adolfo Bécquer nadie descubrió en la literatura española la acogedora
intimidad del asonante? ¿Y, hasta Freud, nadie se percató de que la
dimensión inconsciente del hombre era tan amplia y tan definitiva, o más,
que la consciente? ¿Y, por qué hasta Marx nadie había observado la
importancia e influencia de la riqueza en el desarrollo de la historia? ¿Y,
por qué hasta hoy nadie se había apercibido de que lo que no se narra o se
describe o fotografía y, sobre todo, no se televisa, es como si no existiese y
no es tenido en cuenta...?

¿No habremos cerrado el círculo y, en la época de los multimedia,
regresado a la situación inicial, puesto que la mayor parte de los
acontecimientos de todo tipo acaecen, sin que nadie se entere ni se
preocupe de ellos ni de su influencia en la evolución de todos?

* * *

¿CUÁL ES LA CAUSA?


¿CUÁL ES LA CAUSA?
por Francisco-Manuel Nácher (1997)


Si la publicidad tiene como fin exclusivo el crearnos la necesidad del
consumo.

Si el alcohol y el tabaco está demostrado que causan verdaderos
estragos en la sociedad.

Si se supone que los políticos son, por lo menos, inteligentes y saben
pensar.

Si todos ellos aseguran que sólo pretenden el bienestar de la mayor
parte de los ciudadanos posible.

¿Cómo es que no prohiben instantánea y terminantemente la
publicidad del tabaco y el alcohol?

¿Cómo se explica que se sancione gravemente a los deportistas que
se drogan y, al mismo tiempo, todos los acontecimientos deportivos estén
patrocinados y sirvan de escenario para, precisamente, anunciar el tabaco y
el alcohol?

¿Y cómo se explica que se sancione a los automovilistas el exceso de
velocidad y se permita la publicidad y la construcción y venta de vehículos
que alcanzan velocidades de vértigo, destinadas inevitablemente a ser
sancionadas?

¿Nos interesan esos políticos?

* * *

CRITICAR



CRITICAR
por Francisco-Manuel Nácher

Está de moda criticar, siempre que por criticar se entienda encontrar
mal lo que hacen los gobiernos, las religiones, los empresarios, las
instituciones, los vecinos y hasta los amigos y parientes, y asegurar que
nosotros lo haríamos mejor. Y, claro, a poco que se piense, se descubre lo
irracional de esa postura: Por un lado, porque carecemos de la información
que los interesados poseen para actuar como actúan y, por otro, porque
nuestra crítica nada aporta para solucionar el problema y sólo sirve para
nuestra autocomplacencia, convencidos como estamos de nuestra
sabiduría, nuestra agudeza y hasta nuestro genio. Pero ¿no sería más
racional, más lógico y más constructivo que, en vez de estudiar y criticar a
los demás nos estudiásemos a nosotros mismos y, comprobado, como
comprobaríamos sin duda, que dejamos mucho que desear, nos
dedicásemos con todas nuestras fuerzas a cumplir fielmente todas nuestras
obligaciones de ciudadanos, de empresarios, de trabajadores, de padres, de
esposos, de hijos, de religiosos, de miembros de asociaciones, clubs, etc.?

¿No funcionaría todo mejor y hasta quizá resultaría innecesaria la crítica?

Es, pues, mejor norma de conducta actuar correctamente y ver en los
demás todo lo positivo, dejando que actúen como creen que deben hacerlo
y opinar y aconsejar sólo si se nos pide opinión o consejo, que meter las
narices donde no se nos ha llamado.

* * *

CÓMO SER HUMANO MEDITANDO


CÓMO SER HUMANO MEDITANDO.
por Francisco-Manuel Nácher


El pensamiento, la facultad de razonar, es lo que distingue
esencialmente al hombre del animal. El animal nace, se alimenta, crece, se
reproduce, percibe estímulos del mundo físico y, como consecuencia de
ellos, siente, más o menos rudimentariamente, y actúa, en uno u otro
sentido, para beneficiarse lo más posible, bien acudiendo a lo que le gusta,
bien alejándose de lo que no. Pero no piensa, no reflexiona, no engendra
ideas ni juicios ni éstos, por tanto, le impulsan a la acción de un modo
racional.

Sabido esto, lo lógico es que nos demos cuenta de que, en tanto
pensemos, en tanto estemos utilizando esa característica humana que es
razonar, es decir, crear ideas, relacionarlas y sacar conclusiones en base a
una lógica y, tras ello, actuar a tenor de ese juicio o conclusión, estamos
"ejerciendo de hombres" en el más exacto sentido del término.

Y, consecuentemente, es lógico también que, sabido que disponemos
para manejarnos en este mundo, de un instrumento tan valioso y tan
privativo de nuestra especie, tratemos de desarrollarlo todo lo que
podamos, con el fin de ser "lo más humanos posible" o, lo que es lo
mismo, "lo menos animales posible".

Decididos, pues, a pensar, tendremos que determinar la mejor manera
de hacerlo.

Como el pensamiento es algo que no nos viene de fuera, del mundo
sensible, sino de dentro de nosotros mismos, y que no es detectable por los
sentidos, para pensar conscientemente, es decir, sabiendo que pensamos,
con el fin de estudiar el pensamiento y hacernos maestros en ese arte, es
necesario que nos encontremos lo más libres posible de esos estímulos
exteriores que nos llegan del mundo que nos rodea y que, recogidos
conscientemente en nosotros mismos, pongamos en marcha el mecanismo
correspondiente.

Para ello son precisas varias etapas:

Primera: RELAJACIÓN


Existen numerosos sistemas para explicar el mejor modo de relajarse,
cosa que a muchas personas les resulta poco menos que imposible, con
gran daño para su salud física y mental. En nuestra opinión, el más fácil es
el siguiente:

Una mañana, al despertarnos, en ese momento en que nos
encontramos más en el mundo de los sueños que en éste, cuando aún no
hemos hecho ningún movimiento físico, cuando estamos dudando entre
despertarnos definitivamente y comenzar nuestra jornada, o seguir unos
minutos más en ese estado de beatitud en el que parece que no tengamos
cuerpo y los sonidos exteriores nos llegan mitigados o sin trascendencia o
no nos llegan en absoluto, acordémonos de fijarnos en qué estado se
encuentran nuestros músculos, los de todo el cuerpo. Sin despertarnos, es
decir, continuando en plena "modorra", repasemos, uno a uno, nuestros
miembros: Las manos, los brazos, los pies, las piernas, el tronco, el cuello,
la cara...todo, y démonos cuenta de que ninguno de nuestros órganos está
realizando esfuerzo alguno pero, sin embargo, podemos pensar con toda
lucidez si nos lo proponemos... Nuestra mente, por su parte, se encuentra
también en un estado especial. Tan especial que cualquier ruído fuera de lo
normal, nos produce en el cerebro como una sacudida, un "romperse algo",
un "salir de algo", a veces hasta doloroso y que, si ha sido muy violento,
no se va hasta que nos dormimos la próxima vez. Ése es, precisamente, el
estado que deberemos buscar cuando, en el futuro, deseemos relajarnos. Si
repetimos este sencillo ejercicio de observación durante dos o tres días al
despertarnos, nuestra memoria muscular nos capacitará para, luego,
durante la jornada, cuando pretendamos la relajación, alcanzarla fácilmente
con sólo recordar y reproducir ese estado de abandono de todos nuestros
órganos. Una vez "memorizado" ese estado, es facilísimo volver a él y,
cuanto más lo practiquemos, más fácil nos resultará.

Dominado el sistema para relajarnos, deberemos tratar de mantener,
durante el estado de vigilia, totalmente relajada, aquella parte de nuestro
cuerpo que no haya de actuar en ese momento. Por ejemplo, si estamos
sentados, podemos mantener las piernas y pies completamente relajados, lo
cual favorece la salud, elimina tensiones innecesarias y prepara los
músculos y órganos para actuar debidamente cuando su trabajo sea
requerido. Esto deberá ir extendiéndose a todas las partes del cuerpo. De
este modo tan sencillo, habremos eliminado una gran parte del cansancio
que nos abruma muchas veces, avanzada la jornada, y habremos hecho casi

imposible el nerviosismo, el stress y sus consecuencias más o menos
directas, como las dolencias cardíacas, intestinales, etc.

Segunda: SOLEDAD

Una vez lograda la relajación a voluntad, deberemos elegir unos
minutos cada día para aprovechar su mejor ventaja: Pensar.

Mientras permanecemos relajados, como hemos dicho y como todos
sabemos, los estímulos exteriores, ruidos, luz, olores, sensaciones táctiles,
etc. no nos llegan o lo hacen muy tenuemente. Es la ocasión para
zambullirnos en nosotros mismos, en nuestro interior y, antes que nada,
darnos cuenta conscientemente de que podemos pensar con toda claridad
mientras nuestro cuerpo "yace", simplemente existe, está ahí sin decir
nada. Es una sensación maravillosa que jamás se olvida, el comprobar que,
sin cuerpo, es decir, sin contar con él, sin moverlo, sin recibir sus mensajes
ni reaccionar con él a ellos, somos los mismos de siempre, incluso más
despiertos, más agudos, más inteligentes, más concentrados, más
analíticos, más profundos, más...humanos, porque nuestro pensamiento,
libre del cuerpo, puede funcionar a su gusto, es decir, a nuestro gusto.

Es ése un momento crucial en nuestro camino hacia la
"humanización". Por un momento, somos perfectamente conscientes de
que estamos solos con nosotros mismos; por un instante comprobamos la
posibilidad de nuestra existencia al margen de lo material y
experimentamos lo que significa tener conciencia de sí mismo frente al
mundo y a los demás. Nos situamos frente a nosotros mismos y, sin
embargo, ese encuentro y esa soledad no nos asustan.

Si nos habituamos a dedicar cada día unos minutos a este ejercicio,
pronto nos sentiremos más seguros de nosotros mismos, nos enfrentaremos
a los problemas con más resolución, perderemos el miedo a la vida y, allá
en el fondo de nuestro corazón, empezaremos a adquirir la prueba y la
certeza de que somos inmortales, de que sin cuerpo somos los mismos, de
que, por tanto, nada debe amedrentarnos, y de que acabamos de descubrir
un mundo que nos invita a que lo exploremos porque es un mundo
sugestivo, atractivo, vital, encantado y es sólo y todo nuestro y está a
nuestra disposición siempre que lo deseemos...

Tercera: CONCENTRACIÓN

El tercer paso, una vez dominadas la Relajación y la Soledad, nos
conduce a la Concentración.

La concentración no es más que el hecho de, en estado de relajación,
cuando nos sentimos libres del cuerpo y del mundo y de los demás, traer a
la mente una imagen cualquiera y mantener el pensamiento fijo en ella
tanto tiempo como podamos.

El tema objeto de la concentración no es relevante. Puede serlo un
lápiz, una vaca o una flor y, en un período más avanzado, una cualidad
(por ejemplo, la blancura), una virtud (por ejemplo, la paciencia), o un
sentimiento (por ejemplo, el amor).

Lo que, en todo caso, hay que procurar - y conseguir - es que nuestro
pensamiento no se desvíe, no se salga del objeto estudiado.

No es aconsejable, por sus efectos negativos sobre nosotros mismos,
tomar como tema de concentración vicios, defectos, errores, etc.

Antes de seguir, es preciso hacer una aclaración fundamental y es
ésta: Aunque todos tendemos a creer que nuestro pensamiento es nuestro
propio yo, hemos de convencernos de que no es así. Más adelante nos
convenceremos por nosotros mismos pero, en este momento, es
conveniente aceptar esta verdad como tal verdad: Que el pensamiento, la
mente, la facultad de razonar es tan sólo un utensilio que poseemos, lo
mismo que tenemos las manos o los pies o las orejas o los ojos. Cada uno
tiene su utilidad y su finalidad; pero nuestro pensamiento es sólo un
instrumento que podemos y debemos aprender a manejar, igual que hemos
aprendido a manejar los otros. Y, como ellos, lo usamos cuando queremos
y no lo usamos cuando no queremos.

Cuando somos niños e intentamos andar, nuestro paso es vacilante,
caemos con frecuencia, tropezamos, incluso nos lastimamos; pero, al final,
con el tiempo y con la práctica, logramos andar de un modo aceptable, bien
que unos lo logran más que otros y hay quien llega a atleta y a bailarín, y
quien se queda en un dominio discreto de sus miembros. Y, curiosamente,
ninguno recuerda de adulto todos los golpes, testarazos y magulladuras
que ese aprendizaje para el manejo de sus miembros le costó.

Otro tanto ocurre con la vista (el recién nacido pretende, desde la
cuna, alcanzar con las manos el rostro de su madre porque no calcula aún
las distancias), del lenguaje ( ¡cuántos errores, cuántos ceceos, cuántas
correcciones de nuestros mayores hasta lograr hablar aceptablemente!), de

la escritura (¡cuántos garabatos, cuántas lineas torcidas, cuántos cuadernos,
cuántos esfuerzos hasta lograr escribir decentemente!)...

Y siempre el mismo fenómeno: Cuando ya sabemos manejar nuestro
instrumento, todos los esfuerzos realizados para llegar a ello se nos han
olvidado...pero poseemos el dominio de la nueva facultad. Es el precio que
hay que pagar por aprender, porque en la naturaleza no hay nada, nada,
gratis. Y, el que desea una facultad, un don o una habilidad, ha de pagar
necesariamente su precio porque nadie, absolutamente nadie, puede
adquirirla en su lugar, por muchos esfuerzos que realice, por mucho que
pague o por mucho que lo desee.

Como mantener la atención en un objeto o motivo de los antes
descritos no resulta nada fácil al principio, ya que nuestra mente, nuestra
"máquina de pensar", es inquieta e inestable por naturaleza y le gusta ir de
un objeto a otro, es aconsejable seguir en nuestro ejercicio una especie de
guión que podemos aplicar prácticamente a todos los objetos de nuestro
estudio (el lápiz, la vaca, la flor o cualquier otro) y que podría, más o
menos, ser del siguiente tenor:

- qué es
- de qué es
- cómo es
- para qué sirve
- clases
- historia
- experiencias propias

Suponiendo que hayamos escogido el lápiz como objeto de
concentración, empezaremos preguntándonos: “¿qué es un lápiz?” y, a
continuación trataremos de encontrar la mejor definición que podamos de
un lápiz, bien entendido que una definición debe comprender todos los
elementos esenciales de la cosa definida y ninguno accesorio. Una vez
obtenida una definición satisfactoria, nos preguntaremos: “¿de qué es?” y
empezaremos a enumerar todas las materias con las que se puede construir
un lápiz. Luego seguiremos con la pregunta “¿cómo es?”, y así
sucesivamente, hasta completar la lista, en la que “historia” quiere decir la
del objeto de estudio y “experiencias propias” se refiere a las vivencias que
recordemos como más interesantes en relación con el objeto de
concentración, o sea, del lápiz o los lápices en general. Y recordaremos,

quizás, un lápiz de nuestra infancia o el de un conocido o el o los que nos
hayan llamado la atención.

Si, durante el ejercicio, la mente se nos va a otro tema deberemos,
inmediatamente, hacerla volver al que nos interesa. Y obligarla, siempre y
cada vez, a que piense lo que nosotros queremos.

Nos asombrará la cantidad de cosas que sabíamos sobre nuestro
objeto y que, debidamente ordenadas en nuestra memoria por el ejercicio
que antecede, quedarán en ella de modo fácilmente accesible.

Este ejercicio de concentración ha de practicarse diariamente, bien
entendido que para practicarlo deberemos estar relajados. De otro modo, la
concentración resultará imposible. Y bien entendido también que, si
dejamos de practicar un día, habremos perdido el esfuerzo de muchos. La
mente se ha de acostumbrar a ser dominada y a aceptar que tiene un dueño.

Cuarta: MEDITACIÓN.

Es el paso siguiente. Consiste sencillamente en, dominado que ha
sido el anterior ejercicio y capaces ya de conseguir que nuestra mente se
fije en lo que queramos y se mantenga allí, elegir un motivo y,
manteniendo el dominio sobre nuestro instrumento, sin dejar las riendas de
nuestra mente, hacerla incidir sobre el tema, y dejar que ella, libremente,
nos vaya mostrando el por qué, el cómo y el para qué, y relaciones ideas y
juicios, y extraiga conclusiones, y pondere, y distinga lo importante de lo
accesorio, y deduzca las leyes, los procesos, los devenires, las sendas por
las que discurre la realidad, externa e interna...en una palabra, piensa, pero
piense con todo lo que el término supone, siendo nosotros los observadores
silenciosos de nuestro pensamiento pero, eso sí, evitando que la mente,
siguiendo su natural inclinación, se traslade de Herodes a Pilatos, sin ton ni
son, echando a perder todo el posible fruto de nuestro ejercicio.

Para consuelo del lector diremos que, evitando los pensamientos
ajenos y tratando, por tanto, de descubrir nuestras propias verdades, ese
dominio de la mente es posible; y se puede llegar a obtener tal grado de
concentración que se nos borre todo vestigio de todo lo que no sea el
objeto de estudio o meditación; y que eso lo han conseguido y lo están
consiguiendo diariamente millones de personas. Es sólo cuestión de
ponerse a la tarea, porque es una actividad tan gratificante que ella misma

nos pide más y más, y la propia satisfacción es tanta, que el aprendizaje,
una vez pasados los primeros días, es rápido y fructífero.

Es conveniente, sin embargo, llegados a este punto, distinguir entre
"pensar" o "discurrir" y "meditar". Lo primero lo solemos hacer
plenamente conscientes y durante el estado de vigilia, que es en el que nos
encontramos desde que nos despertamos hasta que nos volvemos a dormir.

En él nuestra conciencia está en el mundo físico.

Una vez adquirida la facultad de dirigir nuestro pensamiento a
voluntad, de fijarlo sobre el tema que deseemos y de concentrar nuestra
mente sobre él, no habrá obstáculo que se nos resista porque la mente, bien
dirigida, bien gobernada, puede resolver cualquier problema. Hemos de
adquirir el hábito de decirle interiormente algo así como "hala, vamos" y
que eso signifique - y que ella lo sepa - que no va a poderse zafar de
nuestra orden y que va a tener que trabajar como y hasta cuando nosotros
queramos. Llegados a ese punto, resulta ya fácil la meditación.

En la meditación, sin embargo, no actuamos conscientemente o,
mejor dicho, no debemos actuar conscientemente. Debemos, una vez
planteado el tema, y sin salir de la relajación profunda, dejar poco a poco
que se relaje también la mente y que sea el espíritu, nuestro verdadero yo,
el Yo Superior el que actúe. Él conoce todo lo que la conciencia de vigilia
no sabe, todo lo que ignora. Él puede imaginar, puede visualizar lo que
desee, puede viajar adonde quiera, puede sanar, puede hacer milagros,
puede crear. Sí, porque la mente, en ese estado subconsciente, es creadora
y sus mandatos son obedecidos por la naturaleza. Todos los grandes
pensadores, inventores, artistas, etc. han logrado sus creaciones inmortales
en ese estado subconsciente que unos llaman inspiración, otros genio y
otros estado exaltado de la conciencia, y que no es otra cosa que el
ejercicio de nuestro poder creador.

Y entonces, ¿qué podría decirse para dar una idea de lo maravillosa,
lo potente, lo gratificante, lo edificante, lo positiva, lo evolucionante, lo
asombrosa que resulta la meditación? La persona que medita se distingue
fácilmente de la que no lo hace, porque su juicio es más certero, sus ideas
más claras, conoce el por qué de lo que hace y dice, argumenta con
claridad y sus palabras son firmes, convincentes, rotundas, aureoladas de
autoridad...Por todos conceptos, pues, vale la pena intentarlo y,
haciéndolo, ser más "humanos".

* * *

lunes, 21 de noviembre de 2011

BUSCANDO LA FELICIDAD


BUSCANDO LA FELICIDAD
por Francisco-Manuel Nácher


El hombre aspira a la felicidad permanente, que está seguro de que
existe y que intenta alcanzar a través del placer. Éste, sin embargo, es
fugaz, puntual, y nunca duradero, por lo menos el que proviene de causas
exteriores. Estudiemos el asunto con cierto detalle a continuación:

A.- Fijémonos en que la vida está, en realidad, compuesta de
adicciones, unas buenas y otras malas, que llamamos vicios. Pero
adicciones, al fin. El adicto se cree un ser libre que ”hace lo que
quiere con su cuerpo”. La realidad, si embargo, es muy otra porque,
precisamente, lo único que no es, es ser libre y, si bien puede sentirse feliz
en el momento de satisfacer su adicción, ésta lo tiene permanentemente
esclavizado. Así vemos que :

1.- El fumador ha de comprar el tabaco, tenga o no medios
para ello o tiempo y le apetezca o no.

Se siente mal cuando se abstiene.

Se desprecia íntimamente porque sabe que está minando su
salud y reduciendo su calidad de vida futura, si no su duración.

Se le hace patente su falta de voluntad para imponerse a su
vicio.

2.- El ludópata puede sentirse feliz mientras juega, pero
pronto se da cuenta de que ha dispuesto de un dinero que le hará falta
luego, a él o a los suyos, o que no era suyo, o que no podrá devolver. Y ya
no es feliz, con el desasosiego que todo ello le crea, más el permanente
tirón de la adicción que lo tiene esclavizado. Y la vergüenza ante sí mismo
por lo que está haciendo.

3.- El adicto al sexo puede tener momentos, - brevísimos –
de intensa felicidad, pero luego, pasados esos instantes, todo cambia y
vienen la indiferencia o las discusiones o el hastío o el alejamiento, para
volver a empezar y no lograr nunca sentirse plenamente satisfecho. Sólo le
cabe profundizar en su adicción, hasta llegar a la animalidad, a las
perversiones, quizás a la delincuencia... sin alcanzar nunca la plena
satisfacción a la que aspiraba.

4.- El drogadicto puede tener sus “vuelos” o su “resistencia
a prueba de cansancio” o lo que sea pero, pasados esos momentos, la droga
se cobra su precio y uno va perdiendo el dominio de sí mismo, las
energías, la lucidez, la ecuanimidad...y acaba en un submundo del que le
va a ser difícil salir.

5.- El poderoso - adicto al poder - puede sentirse
momentáneamente feliz, si alcanza cierta cota de él pero, enseguida se
dará cuenta de que:

- Sigue teniendo a alguien por encima, que coarta y limita ese
poder y, por tanto, le impide ser feliz permanentemente.

- Las circunstancias externas le imposibilitan el ejercer su poder
libremente y le están continuamente limitando su ejercicio.

- Su propia conciencia, sus convicciones íntimas, su ideario, su
religión, su educación y, sobre todo, su miedo a perderlo, le impiden
disfrutar de ese poder omnímodamente con lo que, por definición,
deja de ser ‘’poder’’.
-
6.- El famoso – adicto a la fama - puede sentirse
momentáneamente feliz si adquiere cierto renombre, pero pronto se
percata de que es imposible hacer durable ese placer, pues
- La fama peligra cada instante y el conservarla o aumentarla
exige tal esfuerzo, tal entrega, tales sacrificios, tales
hipotecas en tiempo, libertad, intimidad, etc., que hacen
imposible la felicidad.
-
7.- El rico – adicto a la riqueza - puede, por un tiempo,
sentirse feliz si alcanza determinado nivel de posesiones, pero pronto ve
que:

- La preocupación que supone su conservación, no le deja
disfrutarla.

- El deseo de incrementarla, que lleva anejo, le subyuga y hace
infeliz.

- El miedo a perderla le impulsa a cometer actos injustos, de
explotación de sus semejantes, que le impiden ser feliz de modo
permanente.

8.- Uno puede sentirse feliz temporalmente dando pábulo a
cualquier deseo de cualquier tipo (causar envidia, vengarse de
alguien, etc.). Pero, inmediatamente, pasado ese instante de satisfacción
íntima y quizás intensa de felicidad, uno se ve obligado a un esfuerzo
considerable para procurarse el próximo instante feliz, y ese esfuerzo
necesario le impide serlo mientras se esfuerza.

Resulta muy significativo que el suicidio se dé con tanta frecuencia
entre gente acomodada, famosa, poderosa, con un status envidiable para
los demás.


B.- ¿No existe, pues, la felicidad? En lo externo, no. Basados en lo
externo, no hay posibilidad sino de determinados momentos, y muy breves,
de pseudofelicidad.

Entonces, ¿cómo se logra? Si no está en lo externo, habrá que
buscarla en lo interno. Y lo lógico, aceptada esta afirmación, sería buscar
en lo interno con el ahínco con que se suele buscar en lo externo.

Pero, ¿qué es lo interno? Lo interno es lo más importante, lo más
valioso que tenemos, porque es nosotros mismos.

Imaginad un ojo o una lupa o un telescopio o un microscopio. Los
cuatro son capaces de ver multitud de cosas, próximas o lejanas, grandes o
pequeñas. Toda su existencia se la pasan viendo cosas, enfocando cosas,
haciendo posibles verdaderas maravillas. Pero no lo saben. No tienen la
posibilidad de verse a sí mismas viendo cosas. Ni siquiera de verse a sí
mismas, con lo cual se ven privadas de la felicidad inmensa que, el saber
de qué son capaces y el hacerlo conscientemente, podría proporcionarles.

Si la lupa diera valor sólo a un determinado objeto, hasta el punto de
no ver ningún otro, estaría limitando su capacidad de ver y, por tanto, su
capacidad de ser feliz viendo otros miles de objetos, quizás más hermosos.

De todos modos, sin embargo, seguiría teniendo la facultad de ver y de
aumentar cuanto quisiese. Y eso es, precisamente lo que ocurre con la
vida, tal como la vive la mayor parte de los hombres: Pendientes sólo de un
aspecto, el externo, de lo que dicen o hacen o piensan o sienten los demás,
se alejan, insensible pero inevitablemente, de lo que ellos mismos son o
piensan o hacen o dicen o sienten:

Tratamos de hacer propia la felicidad que el cantante de turno nos
asegura sentir, o su propio dolor; y hacemos propios los pensamientos del
pensador o escritor; o nos emocionamos con las emociones del actor; o nos
identificamos con el gozo que, aparentemente, les producen, al rico la
ostentación, al famoso la fama o al poderoso el poder.

Pero eso no deja de ser lo que sienten y experimentan y viven los
demás. ¿Qué es, entonces, lo que sentimos y pensamos y hacemos y
experimentamos nosotros? ¿Qué aportamos de nuestra propia cosecha?
¿Hasta qué punto somos capaces de conocernos y de saber realmente cómo
somos, puesto que ya sabemos cómo son los demás? ¿Es que sólo los
demás sienten o piensan o hacen o son humanos? ¿Es que no tenemos en
nuestro interior potencias suficientes para generar nuestros propios
pensamientos y nuestras propias emociones y nuestros propios actos?

¡Pues claro que las tenemos!

El problema está en que, llevados por los innumerables estímulos que
la vida actual hace llegar a nuestros sentidos, nos alejamos, cada vez más,
de nuestro propio ser y llegamos a olvidarnos completamente de que
somos seres iguales o incluso mejores que aquéllos a los que tanto
admiramos y cuyos pensamientos, emociones y actos hacemos
estúpidamente nuestros.

Entonces, ¿hemos de cerrar los ojos, taparnos los oídos y dejar de
pensar? No. Todos esos estímulos están ahí y debemos recibirlos y
aceptarlos, pero reconociendo que pertenecen a las vidas de otros.
Lo que hemos de hacer nosotros, una vez percibidos esos estímulos, esas
imágenes o palabras o ideas es, encerrarnos con nosotros mismos y sacar
nuestras propias conclusiones, nuestras propias ideas,
nuestras propias lecciones. Lo mismo que hace la planta, que:

recibe la lluvia, la acepta y la absorbe, pero luego la elabora, es decir, le
saca el jugo mediante sus propios procesos internos. Y esa absorción y esa
elaboración son las que la hacen crecer. Nadie podrá discutir que la lluvia
hizo crecer a la planta. Pero nadie podrá ya reconocer aquella lluvia en esa
planta que, gracias a ella y a su elaboración interna, la ha convertido en
savia y ha sabido desarrollarse. Claro que la planta hace todo esto de modo
inconsciente y exento de libertad, obedeciendo simplemente las leyes
naturales, y el hombre, en cambio, tiene la posibilidad de hacerlo
conscientemente. El hombre puede, si quiere, verse a sí mismo. Y puede
estudiar su propia composición, su propia estructura, su propio
funcionamiento y, además, puede actuar libremente y “mirar o enfocar o
aproximar o aumentar’’ lo que desee.

Y ahí está el secreto. Porque esa posibilidad es lo que le habilita para
ser feliz, siempre que se dé cuenta de que la felicidad no estriba en
los objetos, más o menos valiosos, que pueda ‘’ver’’ (puesto que eso lo
hacen el ojo, y la lupa y el microscopio y el telescopio y no son felices por
ello), sino en el hecho de saber que puede verlos y puede verlos
cuando quiera. Es el conocer sus propias capacidades lo que puede
hacer feliz al hombre, al margen de lo que pueda hacer. Es el saber que es
libre, que es creador, que existe al margen de las cosas, más allá de las
cosas, que no tienen por qué esclavizarlo ni someterlo ni siquiera
influenciarlo, porque no son más que objetos externos que uno puede
manejar, pero que no participan, ni pueden ni podrán nunca participar de
nuestro ser, ni podrán afectar a nuestra facultad de verlos ni a nuestra
libertad de mirarlos o no. Están fuera, son instrumentos, son accidentes,
nos son ajenos y, si les damos valor, nos dominarán y, si no se lo damos,
los dominaremos.

La actitud del hombre corriente, pues, persiguiendo las cosas,
viviendo exclusivamente en lo externo, no representa más que una especia
de ilógica e irresponsable huída hacia delante.

* * *

sábado, 19 de noviembre de 2011

AUNQUE NO CREAS EN DIOS, NADA CAMBIA


AUNQUE NO CREAS EN DIOS, NADA CAMBIA
por Francisco-Manuel Nácher


El hecho de que no creas en Dios no cambia nada. Él está ahí y tú
sigues formando parte de Él. El único perjudicado eres tú porque, al vibrar
de modo negativo hacia Él y Sus huestes, te ves privado de su ayuda y
asistencia.

El hecho de que no creas en el contenido de este escrito, tampoco
cambia nada. Lo creas o no, es así y seguirá siendo así. Y tú no puedes
hacer nada por impedirlo. Por tanto, lo inteligente, lo racional, lo lógico y
hasta lo práctico, es comprenderlo así y actuar en consecuencia.

* * *

A UN ENFERMO DESAHUCIADO


A UN ENFERMO DESAHUCIADO
por Francisco-Manuel Nácher


Querido amigo XX, hermano, compañero de viaje en la
vida:

Conozco por tu cuñado la situación en que te encuentras. Y
no he de ocultarte que me sobrecoge. Pero, como sé que todo en
la vida tiene su finalidad, que siempre es positiva, una vez metido
en tu piel, he tratado de ver la luz. Porque la luz está en todas
partes, ¿sabes? En el fondo, todo es luz. Sólo que casi nunca la
vemos.

Y, metido en tu piel, he tratado de pensar, que eso sí que lo
puedes hacer. Y he llegado a la conclusión de que si, a pesar de tu
estado, puedes seguir pensando, es porque se te está diciendo que
debes pensar.

A veces, los humanos nos empeñamos en hacer lo que no
deberíamos, o en dirigirnos adonde no nos conviene, o en desear
lo que nos perjudica, o en a hacer lo que nos daña. Y entonces,
para ayudarnos, sólo para ayudarnos, el Dios del amor, que vela
permanentemente por nuestra evolución y nuestro mejoramiento,
nos va privando de alguna de nuestras facultades para que,
concentrándonos en las otras y aprovechándolas, enderecemos
nuestro sendero. Y así nos vamos viendo privados de opciones y
teniendo que concentrarnos en las que nos quedan.

De momento, esa privación nos parece siempre una
injusticia, una falta de amor, un error de Dios, que se ha olvidado
de nosotros.

En tu caso, sólo te queda el pensar y el sentir y (no sin una
finalidad concreta), el ver y, sobre todo, el oír. Y, si piensas un
poco, comprenderás que ello no tiene más finalidad que hacerte
pensar y sentir y ver y, sobre todo, escuchar. Fíjate en que no he
dicho “oír”, sino “escuchar”. Escucha estas palabras y, luego,
piénsalas, desmenúzalas, memorízalas. Si es preciso, cuando te
pregunten si deseas escucharlas de nuevo, di que sí. Y escúchalas
y deja que su sentido y su música y el amor que contienen
penetren en ti. Siéntete afortunado porque, a diferencia de casi
todos los hombres, eres sólo pensamiento. Tu capacidad de pensar
se ha multiplicado exponencialmente. Y, con él, tu capacidad de
sentir. A los demás nos distraen miles de estímulos que recibimos
continuamente. Y las respuestas de nuestro cuerpo a esos
estímulos nos alejan de la necesaria concentración. Tú no tienes
ese problema. Tú eres casi sólo pensamiento, como todos
llegaremos a ser dentro de muchos millones de años.

Y el pensamiento es creador, XX. El universo existe porque
Dios lo pensó y lo deseó y lo quiso. Y casi todo lo que nos rodea,
lo que usamos en nuestra vida diaria, lo que deseamos, lo que
tenemos, lo que compramos, lo que perdemos, casi siempre es
creación humana. Pero esa creación empezó con un pensamiento
que fue impulsado hacia la realización por un deseo y un acto de
voluntad. Y nosotros, los hombres, somos como partecitas de
Dios y, por tanto, somos creadores como Él. Lo que ocurre es que
aún no sabemos crear bien. Y por eso hemos de intentarlo
continuamente – para eso es, precisamente, la vida – hasta que
alcancemos la perfección y nuestras creaciones no necesiten
retoques.

Tienes, pues, la suerte de que puedes poner en
funcionamiento todo el poder de tu mente, toda la fuerza de tus
deseos y toda la energía de tu voluntad. Y, si durante la vida has
hecho miles de cosas que siempre empezaron con un
pensamiento, un ver en la pantalla de tu mente lo que querías
hacer, seguido del deseo de realizarlo y empujado por un acto de
voluntad, ¿por qué no lo haces ahora? Yo, en tu caso, no lo
dudaría.

Yo sé que todo lo que nos sucede no es más que
consecuencia de lo que hemos hecho antes, porque todo está
regido por leyes naturales, que son inamovibles pero que tienden
a ayudarnos en nuestro camino y, como he dicho antes, nos
equivocamos en nuestras creaciones y nuestros deseos y luego,
cuando llegan las consecuencias, aprendemos la lección y
rectificamos. Por tanto, XX, no desesperes porque tú, que estás
simplemente, experimentando los efectos de algo, puedes corregir
esa situación si quieres.

Porque TÚ ERES UN SER CREADOR. Y, del mismo modo
que diste lugar a lo de hoy, puedes, si te propones decididamente
vivir el resto de tu vida esforzándote por hacer el bien, por amar a

tu prójimo, por ponerte todos los días en manos de Dios, lograras
la curación.

TÚ TE PUEDES CURAR. Sólo necesitas para ello cuatro
cosas:


1ª.- Sentirte una criatura de Dios. Y concebir a Dios como
un Padre que te ama, que desea lo mejor para ti, que te observa
permanentemente y que está esperando (como esperaba el padre
del Hijo Pródigo) que le eleves tu corazón con toda la confianza
de un hijo, con la seguridad de que Él te ayudará y podrás
desarrollar tu vida por el camino de la comprensión, la devoción,
el amor y la fraternidad.


2ª.- Pensar en curarte. Visualízate completamente bien,
sano, dueño de todos tus órganos. Crea una imagen mental
perfectamente clara de ti mismo en plena salud y feliz y
agradecido.


3ª.- Una vez creada esa imagen, deséala. Pon toda tu
emoción en desear su realización. Imagínate completamente sano
y disfruta viéndote.


4ª.- Pronuncia la fórmula mágica: ¡QUIERO! Ordena a la
naturaleza y a tu cuerpo, que sólo es una parte de ella, que la
salud vuelva a ti. Afírmalo con fe, con la seguridad de que se
realizará. Recuerda que Cristo dijo a sus discípulos: “Cuando
pidáis algo, pedidlo como si ya lo hubieseis recibido, y entonces
lo recibiréis.”

Y sé constante. Fe y constancia son la clave. Y en tu mano
están las herramientas que necesitas: Pensamiento (que implica
comprensión de tu estado y de sus causas, y formar la imagen
mental del estado físico al que deseas llegar), oído (que te
permitirá escuchar estas palabras cuantas veces quieras),
sentimiento (que te hará elevarte a lo alto, con toda la devoción
de que seas capaz, hasta llegar a Dios, que te recibirá con los
brazos abiertos, como padre tuyo que es), deseo (que te permitirá
poner en movimiento la imagen que hayas creado) y voluntad.
(que hará el milagro).

La ciencia ha hecho prácticamente todo lo que sabe hacer.
Pero la ciencia no tiene tus armas. Y tú sí. Dependes de ti. Sólo
has de creértelo. Recuerda aquellas otras palabras de Cristo. “Si
tuvierais fe del tamaño de un grano de mostaza, diríais a ese
árbol que se arrancase de donde está y se trasladase al mar, y el
árbol lo haría.” No lo dudes. Tienes tiempo. Todos los que
conocemos tu estado te ayudaremos y sentirás nuestras
vibraciones ayudándote a elevarte y a sentirte capaz y confiado y
agradecido. ¡Adelante, XX!

Pero no olvides también terminar tus esfuerzos, cada día,
con las palabras del propio Cristo en una situación similar la tuya:

“No obstante, Padre, que no se haga mi voluntad sino la Tuya”.

* * *