miércoles, 22 de febrero de 2012

Los Cinco Cristos, final de conferencia


Los Cinco Cristos, final de conferencia



Los Cinco Cristos, final de Conferencia presentada por el Sr. Francisco Manuel Nácher López, en el Centro Rosacruz de Madrid, en el año 1999, pueden disfrutarla desde aquí

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Los Cinco Cristos - parte "A"



Los Cinco Cristos - parte "A"  




Conferencia brindada por Francisco Manuel Nácher López, en el Centro Rosacruz de Madrid en el año 1999,  desde aquí

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jueves, 16 de febrero de 2012

Polaridad femenina en el hombre y masculina en la mujer


Polaridad femenina en el hombre y masculina en la mujer




Conferencia de Francisco Manuel Nacher, en el Centro Teosófico de Madrid - Rama Esperia,  en el año 2010, puede escucharla desde 








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viernes, 10 de febrero de 2012

LA HUMANIDAD, UN SER COLECTIVO





LA HUMANIDAD, UN SER COLECTIVO
Francisco-Manuel Nácher

Partiendo de la base de que nuestro Yo Superior, nuestro Triple
Espíritu, posee una conciencia grupal, es decir, no es individualmente
consciente, y ésa es una de las finalidades de la evolución, como nos
dice nuestra filosofía, se comprende fácilmente que todos nuestros actos,
aún los aparentemente más nuestros y exclusivos, no dejen de ser una
labor colectiva. Porque hubieran sido imposibles sin el concurso de los
demás. De ahí la responsabilidad colectiva y de ahí el karma colectivo.

Porque, en el fondo y sin quererlo ni saberlo, somos un ser plural.
Y, por eso, un hombre solo no puede evolucionar.

Y por eso los Hermanos Mayores se preocupan por la Humanidad
en su conjunto y no por los individuos, y sólo ayudan o utilizan a éstos
en tanto en cuanto esa utilización redunda en el bien de todos.
A lo largo de la evolución, hemos sido dirigidos, pero también
compenetrados por los Espíritus de raza, de la misma manera como
nosotros ahora compenetramos y dirigimos las células de nuestro cuerpo.

Pero, además, a nivel de oleada de vida, también nos ocurre lo mismo
desde el momento en que “en Dios vivimos, nos movemos y tenemos
nuestro ser”. En ningún momento dejamos de necesitar y ser necesitados
por los demás y de, a la vez, constituir centros de conciencia de otro ser
mayor que nosotros, o de estar constituidos por centros de conciencia de
otros seres menores que nosotros.

La Comunión de los Santos de la iglesia tiene el mismo sentido de
participación en comunidad de los frutos del esfuerzo común.

Necesitamos a los demás para ser buenos o malos o mejores o
peores o altos o bajos o tontos o inteligentes… y hasta para ser. Porque,
¿cómo podríamos ser sin padres, sin alimentos, sin semejantes, sin un
Creador? El único que no necesita de los demás y, por tanto, el único ser
unipersonal y autosuficiente es el Absoluto.

Vivimos, pues, gracias a los demás y en función de los demás.


Incluso nuestros cuerpos son seres colectivos, miríadas de células o
centros de conciencia individuales, pero todos dependientes de los
demás e incapaces de vida individual sin la ayuda de los otros. Y, “como
abajo, es arriba”.

Nuestros pensamientos, palabras y actos, pues, no sólo dependen
de los demás, sino que también les afectan, van destinados a los de ellos.

Por eso nos resulta tan difícil la introspección y el conocimiento de
nosotros mismos como seres aislados. Porque ni lo somos ni lo estamos.

Ése es el significado oculto del Lavatorio de Pies de Cristo a Sus
discípulos. Porque, sin discípulos es imposible el Maestreo. Todos nos
hemos de apoyar en otros para subir, en cualquier sentido, y de ahí
nuestra obligación de ayudar a los que van detrás. Porque, ¿qué pensador
o escritor o artista no se ha basado en alguna creación anterior a él? ¿Y
qué científico no ha partido de conocimientos anteriores a él? ¿Y qué
político no ha heredado algo que han hecho otros? ¿Y qué hombre no
debe gran parte de lo que es al esfuerzo de los demás?

Esa imposibilidad de prescindir de los demás es la clave, la base y
la explicación del amor, que es la necesidad del otro, activa o
pasivamente, que empieza siendo proyectado sobre un solo ser pero que,
luego, va ampliando su campo de acción hasta hacerse casi perfecto al
incluir a toda la Humanidad y, más tarde, alcanza la perfección al
abarcar a toda la Creación, extendiéndose finalmente al propio Creador,
en un proceso lógico, natural e inevitable de sucesivas ampliaciones de
conciencia, que cierra el círculo y nos sitúa en el origen, en Dios, pero
plenamente desarrollados.

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LA HUIDA HACIA DELANTE



LA HUIDA HACIA DELANTE
por Francisco-Manuel Nácher


La vida de la mayor parte de los hombres no es más que una huida de
sí mismo. Una huida hacia adelante, pero una huida al fin. Y, como todas
ellas, tiene algo de precipitada, de improvisada, de irreflexiva, de
instintiva, de irracional, de imprevisible, de impulsiva, de desorientada, de
desconocida, de increada, de aventurera y, ¿por qué no?, hasta de
sugestiva.

Y también, como casi todas las huidas, no sabe exactamente de qué
se aleja ni por qué lo hace. No lo ha racionalizado suficientemente.

Generalmente, el hombre se para alguna vez, como en un relámpago,
a mirarse a sí mismo en medio de esa loca carrera hacia lo desconocido. Y,
debido a cuanto de negativo se le ha atribuido, cuando niño, por sus
padres, parientes, profesores y amigos, y que él cree verdadero (niño no
seas malo, niño no seas tonto, todo lo haces mal, no te quiero, eres feo,
etc.), aunque confusamente, se da cuenta de que no se gusta. Y entonces,
ingenuamente, cae en la trampa de creer que, haciendo muchas cosas o
poseyendo muchos bienes o cambiando mucho de sitio o gozando cuanto
pueda o adornándose de éste o de otro modo, conseguirá la admiración, el
respeto o la compañía de los demás y ello lo mejorará y todo será distinto,
porque entonces se gustará a sí mismo.

Sin embargo, no ocurre así. Y, aunque uno llegue a poseer muchos
bienes y sea muy admirado o muy temido, y aunque disfrute de todos los
placeres posibles, y aunque vista muy bien y aunque tenga una magnífica
apariencia física, él seguirá siendo el de siempre y seguirá sin gustarse y,
por tanto, seguirá obligado a continuar huyendo para no tener que
enfrentarse cara a cara consigo mismo. Y el resultado ya lo conocemos:

enfermedades, estrés, tensiones, desavenencias, inconformismos,
insatisfacciones, envidias, ambiciones, vicios, adicciones, guerras,
suicidios...

Pero no hay otra solución: Es preciso tener la valentía de dar el
frenazo. Pararse de verdad, mirarse por dentro al espejo, estudiarse,
comprenderse y perdonar, tanto a sí mismo como a los demás. Y comenzar
uno a saber quién es, con qué cuenta, dónde está y adónde quiere ir. Y
empezar a gustarse. Y a sentirse bien consigo mismo. Y a quererse.


A partir de ahí, ya todo será distinto, porque no hará falta huir sino
estar; no será preciso aparentar sino, simplemente, vivir; no será
importante poseer, sino ser; no valdrán la pena la admiración, el miedo o el
respeto de los demás, sino el propio; habrán perdido su atractivo los
placeres, puesto que nada aportan; y la vida, hasta entonces una lucha
interminable contra todo y contra todos, habrá pasado, milagrosamente, a
ser algo sugestivo y previsto y preparado, una convivencia fructífera, una
comprensión inusitada de los demás, una conciencia de ser alguien en el
conjunto del universo; y habrá arraigado en uno la convicción de que se
espera su aportación a la vida y al progreso y al bienestar, no propios, sino
de toda la Humanidad.

No en balde los antiguos aconsejaban: "Hombre, conócete a ti mismo
y conocerás todos los misterios del universo". Y no en balde todas las
religiones serias aconsejan el examen de conciencia como único medio de
inventariar oportuna y seriamente nuestras posibilidades de vivir como
seres humanos.

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LA HERMANDAD




LA HERMANDAD
por Francisco-Manuel Nácher

La hermandad es algo innato en el hombre. Hasta el punto de que
todo, absolutamente todo lo que hacemos, decimos y pensamos nace en
función de los demás y repercute inevitablemente en ellos. Lo cual
demuestra que somos un todo. Como el cuerpo es un todo y, lo que
comemos, lo alimenta todo y, si lo envenenamos, lo envenenamos todo.

Sólo nos hace falta darnos cuenta de que todos los hombres juntos
constituimos un organismo y que el bien de uno es el bien del conjunto y
el mal de uno es igualmente el mal de todos.

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jueves, 2 de febrero de 2012

EL PERDÓN






EL PERDÓN
por Francisco-Manuel Nácher

El odio y el afán o deseo de venganza, son como un lastre en el
fondo del alma, como una herida abierta que nos impide actuar con
libertad, como una amarra que nos hace imposible elevarnos por encima
de nuestra vibración más negativa, como un dolor sordo e inacabable
que nos dificulta hasta la respiración.

El perdón, en cambio - que no lo es de verdad si no implica el
olvido del ofensor y de la ofensa - es la liberación, la rotura de las
cadenas, la elevación a las alturas del alma, la sanación milagrosa de la
herida siempre abierta, la pérdida de lastre, la superación del dolor
permanente. El perdón nos proporciona un anticipo de la paz y la gloria
y la luz y la felicidad celestiales.

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puede escuchar la conferencia: "El perdón que es y como funciona"  

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LA RESPONSABILIDAD





LA RESPONSABILIDAD

por Francisco-Manuel Nácher

La responsabilidad es la primera consecuencia del ejercicio de la
libertad. Podríamos definirla como “la deuda contraída con nuestros
semejantes como consecuencia de los efectos producidos sobre ellos por
nuestros pensamientos, palabras, deseos y acciones”.

Claro que esta definición desemboca, inevitablemente, en la Ley de
Acción y Reacción o del Karma, que nos hace pagar esa deuda o cobrar
ese crédito para equilibrar el balance de nuestro devenir evolutivo.

Lo malo del error en el ejercicio de nuestro libre albedrío no es el por
las religiones denominado “castigo” y por nosotros “retribución”, sino el
daño que causamos a los demás.

Hemos de ser conscientes de que cada uno de nosotros es,
permanentemente y de modo inevitable, alumno y maestro.

Como alumnos, aprendemos de aquéllos que saben más o se
comportan mejor e, incluso, de los que saben menos y se comportan peor,
si sabemos utilizar adecuadamente nuestro discernimiento -
desarrollándolo así - que nos ayuda a diferenciar el grano de la paja, lo
importante de lo accesorio, para centrarnos en lo primero, la luz, la verdad,
desechando lo segundo, el error y, ordinariamente, la víscera.
Y, como maestros que, sin quererlo, todos somos, porque todos
nuestros allegados, parientes, amigos y conocidos, inconscientemente, nos
miran y, como tienen su propia mente, la utilizan, y extraen sus propias
conclusiones sobre nuestras palabras y obras, unos para imitarnos y otros
para censurarnos, estamos permanentemente influenciando a los demás.

Y ahí está el verdadero peligro: Que quienes nos observan, es lógico
que esperen de nosotros que, desde su punto de vista, seamos consecuentes
con nuestras ideas y palabras que conocen. Porque, de modo también
automático, todos tendemos a idealizar a los demás, en base a nuestras
propias aspiraciones y carencias de verdad, de bondad y de belleza,
atribuyéndoles o, mejor, esperando de ellos, que encarnen esos ideales. Y
entonces ocurre que, generalmente, no somos capaces de estar a la altura
de las circunstancias, sencillamente porque no somos perfectos.

Por supuesto, como he dicho, como simples ciudadanos, como
hombres y mujeres, como empleados o funcionarios, jefes o ejecutivos,

abuelos o nietos, como miembros de asociaciones o sociedades o
agrupaciones de cualquier tipo, podemos evitar, aunque difícilmente, mirar
a los demás y reflexionar sobre ellos y sus conductas. Pero, lo que no
podemos hacer, porque no está en nuestras manos, es evitar que los demás
nos observen y nos estudien y nos analicen y nos miren con lupa - con su
propia lupa, teñida con el color de sus negatividades - y hasta que nos
diseccionen, y extraigan las conclusiones oportunas.

Y ahí es donde radica la parte profunda, incontrolable de la
responsabilidad. Ahí es donde más debemos esforzarnos por estar a la
altura de las circunstancias, de las circunstancias esperadas o deseadas por
los otros. Eso implica una atención especial a nuestros defectos, que
quienes nos observan no nos disculparán. Y, en ese sentido, precisamente
esos que nos observan se convierten automáticamente en nuestros
maestros, en virtud de esa observación y de la crítica subsiguiente, a la que
nos someten de modo permanente y de la que, más o menos
conscientemente, todos somos sabedores.

Por eso, porque todos somos maestros y discípulos y somos
observados, pero no somos perfectos, es por lo que Cristo hizo aquella
afirmación un tanto incomprendida: “Es necesario que exista el
escándalo”.

Para ilustrar esto, voy a poneros un ejemplo: El mecánico de un taller
de automóviles rosca mal un tornillo; la mala colocación del tornillo
provoca que el coche pierda una rueda en carretera; la pérdida de la rueda
hace volcar el coche; el vuelco del coche provoca la muerte del conductor;
la muerte del conductor, deja viuda y tres hijos pequeños sin medios de
vida; la carencia de medios de vida, de parientes y de trabajo para la
madre, les obliga a abandonar la casa en que vivían alquilados; el
abandono de la casa les hace vivir en la calle pidiendo limosna.

¿Puede alguien negar que el causante de este desastre fue el
mecánico negligente?

Vista así la vida, contemplando el inmenso, el infinito entramado de
influencias recíprocas que creamos y experimentamos a lo largo de toda
nuestra existencia, se comprende por qué se nos dice que, en el fondo,
todos formamos una sola unidad, que todos aportamos, todos enseñamos y
todos recibimos y todos aprendemos. Y que todos somos eslabones, no
sólo importantes, sino necesarios, para la evolución de la cadena de la que
todos formamos parte.

Porque cada acto, cada palabra, puede terminar provocando un
verdadero desastre hasta de nivel planetario.


De ahí, en base a la actuación automática de la Ley de Retribución, se
comprende también la segunda parte de la afirmación de Cristo: 
“¡Pero ay
de aquellos que escandalicen!”.

No obstante, no todas las consecuencias de nuestra actuación han de
ser negativas. Es posible, y por tanto eso es lo que hemos de procurar,
que de nuestra actuación se derive algo bueno y hasta muy bueno. 
Es
el ejemplo que imagino en el poema que sigue, de mi obra “Viaje
Interior” y que titulo

“Sólo uno más”

Sólo el postrer descenso del termómetro
consigue congelar el bravo río.
Y la balanza, estática y sin vida,
la inclina el último grano de trigo.
Sólo el último paso hace posible
que lleguemos al punto de destino.
Y el último escalón, en la subida,
que ascendamos de un piso hasta otro piso.

El tren lo forman últimos vagones,
más sólo lo completa el vagón último.
Sólo la última gota de la lluvia
permite al sol lucir en su camino.
Y el último minuto en este mundo
cierra y abre, per se, nuestro destino.
Que lo último de algo es lo primero
de otro algo más alto y muy distinto.

¿Y si tu sacrificio en pro de otros
fuera el que colma y rompe el equilibrio?
¿O tu mano, tendida al que te pide,
fuera el último gesto en tu destino?
¿Por qué no has de ser tú la última gota
que haga lucir al sol en su camino
y el mundo, tras tu acción, se conmocione
y se haga un mundo nuevo y sabio y limpio?

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