jueves, 26 de abril de 2012

EL DESPERTAR DEL ESPÍRITU




EL DESPERTAR DEL ESPÍRITU
por Francisco-Manuel Nácher

Como estudiantes de las Enseñanzas de la Sabiduría
Occidental, sabemos que nuestro verdadero yo, nuestra Mónada,
nuestro Espíritu Virginal, se encuentra en el Mundo de los
Espíritus Virginales, un plano, inmediatamente inferior al
Mundo de Dios, en el que posee una conciencia colectiva y en el
que, lógicamente, no se conoce el mal.
Porque el mal, como valor absoluto, no existe. No puede
existir. Si todo está en Dios y todo lo existente ha sido creado
por Él, y todo está compenetrado por Él, el mal no tiene cabida
en el universo. Lo que sí existe es lo que nosotros llamamos el
MAL. Pero ese mal es sólo un concepto relativo porque, lo que
para unos es mal, para otros no lo es o, incluso, es un bien.
¿Quién puede negar que una operación de apendicitis es un bien
para el cuerpo enfermo que se salva de una muerte cierta,
mientras que es una muerte cierta para las células que forman
parte del apéndice desechado? ¿Y quién puede negar que, si
queremos evolucionar, siquiera sea físicamente, hemos de
desprendernos de nuestro cuerpo físico viejo, ajado, enfermo e
inservible para nuevas experiencias – lo cual supone un mal para
él pero un bien para el espíritu - y hemos de sustituirlo por otro
nuevo, joven, mejor construido y capaz de nuevas vivencias y
nuevos avances?
Recordemos que, en el Libro de Job, el espíritu del mal es
considerado como una criatura más de Dios. Y en la inmortal
obra de Goethe, Fausto, también Mefistófeles dialoga con Dios
como una de sus criaturas e, incluso, cuando Fausto le pregunta
quién es, no puede por menos de responder: soy aquél que,
queriendo hacer al mal, acaba haciendo el bien. Porque el mal
es, como nos enseña Max Heindel, sólo bien en formación.
El mal, pues, no existe como tal. Es sólo una valoración
subjetiva de unas circunstancias dadas, en base a determinadas
referencias innatas o adquiridas.
Con eso in mente, nos resulta ya fácil comprender la
afirmación inicial de que en el Mundo de los Espíritus
Virginales no existe el mal. Aunque sería más exacto decir que
no existen ni el Bien ni el Mal, ambos, conceptos relativos y
siempre referidos el uno al otro.
Imaginemos a un ciego de nacimiento que, gracias a una
operación, adquiere la vista. A todos nos parecerá que con ello
ha resuelto su problema y se ha convertido en un hombre
normal.
Pero su problema o, mejor dicho, sus problemas, no habrán
hecho más que empezar. ¿Y, por qué? Porque, hasta ese
momento, su mundo estaba formado por las ideaciones por él
realizadas en base a los estímulos sensitivos que su oído y su
tacto le habían ido proporcionando a lo largo de los años.
Para una persona con vista, el campo visual está siempre
lleno de cosas. No hay vacíos. Veremos el cielo, el suelo, las
nubes, las personas, los árboles, el mar...llenándolo todo. Todo
estará en su sitio y no habrá ningún punto en el que, si miramos,
no veamos nada, como nos demuestra la máquina fotográfica
que, aunque enfoquemos sólo una persona, se empeñará en
recoger también su entorno, por la sencilla razón de que está ahí.
Está siempre ahí.
Pero, como hemos dicho, el mundo del ciego es distinto y
en él, lo que no sea ideación de estímulos táctiles o auditivos,
está vacío, sin nada que lo llene, sin ninguna imagen.
¿Y qué ocurre cuando ese ciego de nacimiento adquiere la
vista súbitamente? Pues le ocurre que empieza a percibir formas
y colores y movimientos que, para él, son completamente
nuevos, que no había percibido nunca y sobre los que, por tanto,
no había podido hacerse ninguna idea; que se ve inmerso en un
mundo que no sabe interpretar. Verá, por ejemplo, los árboles,
pero no sabrá lo que son. Verá a sus parientes y amigos, pero no
los reconocerá. Se verá, incluso a sí mismo en un espejo, pero
no sabrá quién es. Y no sabrá traducir a datos aprovechables
todos los estímulos ópticos que llenan su recién adquirido
campo visual. Lo cual le producirá una sensación de hallarse
totalmente perdido, sin referencias, sin posibilidad de
orientación ni de ubicación ni, consecuentemente, de actuación,
y teniendo, para poderse sentir seguro, que cerrar los ojos y
recurrir a su antiguo sistema de percepción, interpretación y
actuación. En principio, pues, la adquisición de la vista no le
habrá aportado ninguna ventaja, sino sólo inconvenientes,
desorientación y problemas. Claro que, con el tiempo,
cometiendo muchos errores y ayudándose de sus antiguos
sentidos, irá identificando los objetos y seres de su entorno y
creando de ellos imágenes mentales, y empezará a apreciar las
ventajas del ver, frente a las antiguas de sólo oír y tocar.
Algo muy semejante le ocurre a nuestro Espíritu Virginal
cuando se ve introducido en cuerpos de materia, que le impiden
la percepción a la que estaba acostumbrado en su mundo.
Porque pasa de un plano, en el que el mal no existe, a otro en el
que sí que existe y actúa, y esa actuación resulta definitiva para
su propia evolución o despertar. Ese nuevo mundo le produce un
estado de estupor semejante al de nuestro ciego con la vista
recién adquirida.
Y, como nuestro espíritu se ve forzado a actuar y a
relacionarse para sobrevivir, lo hace sin distinguir el bien del
mal, ya que jamás en su mundo los ha distinguido porque no
existían. Y produce el bien y el mal. Y, si produce el mal, como
ese mal perjudica a otros, pone en funcionamiento la Ley de
Causa y Efecto, que hace que ese mal recaiga luego sobre él,
produciéndole vidas desgraciadas y llenas de problemas y
sinsabores.
Nuestro espíritu necesita, pues, comprender ese
mecanismo extraño que extrae un castigo de algo que, a su
modo de ver, no lo merece.
Y el medio para que comprenda, se le proporciona
mediante la muerte del cuerpo físico. Entonces, en el período
post mortem, puede ver las cosas desde su antiguo punto de
vista y desde el del mundo que acaba de abandonar y al que
habrá de volver. Y, con las enseñanzas que ello le proporciona,
puede crear un cuerpo más capaz para su próxima encarnación,
y puede orientarse mejor en ese mundo y tratar de dominarlo
dominándose a sí mismo en cuanto a sus inclinaciones que en
ese mundo inferior producen el llamado mal. En una palabra:
aprende a comportarse aquí como la Ley de Retribución exige
que es, curiosamente, lo mismo que en su mundo original hacía,
es decir, considerar a todos los demás seres como a sí mismo,
como formando con él un solo Todo, un solo Ser. Claro que, en
ese recorrido, además de haber descubierto que era distinto de
los demás, habrá conocido el Mal. Y eso supone dos pasos
importantes para su propia evolución como espíritu o, lo que es
lo mismo, para el avance en su propio despertar.
Esta es la historia de nuestro Espíritu. Y contiene la
sencilla explicación de todos los males que nos afligen. Una
explicación lógica, comprensible y suficiente para, una vez
asimilada, no sólo luchar por avanzar conscientemente nosotros
mismos, sino para comprender a los demás y justificar sus
errores como justificamos los del ciego que ha recobrado la
vista. Y para ayudarles a situarse debidamente en este mundo y
a ir ajustando su escala de valores a la que establecen las leyes
naturales.

* * *

martes, 10 de abril de 2012

LA INVERSIÓN DE TÉRMINOS



LA INVERSIÓN DE TÉRMINOS
por Francisco-Manuel Nácher

Se nos dice por la Sabiduría Occidental que somos seres en
evolución y que, como tales, tenemos un pasado, más imperfecto, y un futuro más perfecto.
Y sabemos que, cuando no teníamos mente, nuestra evolución se
desarrollaba gracias a las ayudas directas de jerarquías superiores. Pero que, desde el momento en que la mente se constituyó en el eslabón que conectaba lo superior y lo inferior, nos convertimos en hombres, pero hombres libres y, por tanto, responsables de nuestros actos.
Y se nos dice que la mente sirve, como un espejo, para reflejar lo
inferior en lo superior y lo superior en lo inferior.
Pero, ¿para qué hemos de reflejar lo inferior en lo superior, es
decir, en los vehículos superiores? Para que éstos, adquiriendo el
necesario conocimiento de los mundos más densos, puedan alimentarse con las tres almas construidas en cada renacimiento, tras cada estadía en ellos.
Y, ¿para qué el reflejo de lo superior en los vehículos inferiores?
Para orientar la evolución de éstos, y del hombre en conjunto, en la
dirección correcta.
Bien. Con estos datos, ¿qué debe darse antes, el reflejar lo de bajo
arriba o lo de arriba abajo?
Si sabemos de los problemas del Yo Superior para manejarse
envuelto en las materias de los mundos inferiores, habremos de concluir que lo primero debe ser que lo de bajo se refleje arriba, de modo que los tres espíritus, una vez adquirido cierto conocimiento de los planos de abajo, sientan interés y deseos de actuar en ellos y de dominar sus vehículos construidos de sus materias respectivas. Y entonces, sólo entonces, para tomar el mando de esos vehículos, es cuando lo de arriba habrá de reflejarse en lo de abajo

¿Y qué tenemos abajo? El cuerpo físico, el etérico, el de deseos y
el mental concreto.
¿Y arriba? El Espíritu Humano, de materia mental abstracta, el
Espíritu de Vida, el Espíritu Divino y la Mónada o Espíritu Virginal que realmente somos.
¿Y, de estos vehículos superiores, cuál es el que primero podemos
alcanzar? La mente abstracta, o sea, el Espíritu Humano.
Se nos enseña por Max Heindel que, dado que la nota clave del
cuerpo etérico es la repetición y que es él, precisamente, el vehículo de los hábitos, una manera de comenzar a dominar al cuerpo de deseos - tendente, por virtud de los elementales involucionistas de deseos, hacia lo negativo y basto - consiste en adquirir hábitos positivos que sustituyan a los negativos y, para ello, repetir pensamientos, emociones, sentimientos y actos positivos.
¿Y qué fuerza es la que nos hace sacar energías o nos sugiere,
desde abajo, tender hacia arriba? El dios Interno, que viene a ser el
reflejo simétrico, debajo, de la mónada, arriba.
Pero ése dios Interno, sabemos que duerme. Duerme hasta que lo
despertamos. ¿Y cómo lo despertamos? Gracias a los mensajes de arriba, a través de la mente. ¿Y como se manifiestan los mensajes a través de la mente? Como pensamientos. Luego, los pensamientos son la clave. Por eso, mientras no tuvimos mente, no hubo posibilidades de elevarnos, de desear el retorno a la Casa de Padre, de despertar al dios interno.
¿Y cuál es el proceso? Las ampliaciones de conciencia.
¿Y qué es una ampliación de conciencia? La comprensión
intelectual de una verdad eterna, de una ley natural, de un proceso
cualquiera, susceptible de ser comprendido y, luego, aplicado a todas las verdades, leyes o procesos similares.
Pues, si evolucionamos gracias a las sucesivas ampliaciones de
conciencia, y una ampliación de conciencia es una cuestión mental, no cabe duda de que la clave de la evolución está en la mente. Las
emociones, las aspiraciones, los sentimientos, los deseos, los hábitos, son ayudas, apoyos, colaboradores. Pero si la mente no se perfecciona y se desarrolla y aumenta ininterrumpidamente su comprensión y su sabiduría, la evolución no es posible.
Se puede ser muy bueno o muy piadoso o muy altruista o muy
filántropo o muy lo que se quiera, pero si eso no responde a una idea clara de por qué se hace, no sirve para nada, porque no es una actitud humana, ya que lo humano, por definición, debe ir necesariamente impregnado de lo mental. Es preciso que seamos los dueños de todos nuestros vehículos y ello implica, como condición sine qua non, que sepamos el cómo y el por qué y el para qué de nuestros actos.

Esto nos hace darnos cuenta de que, con mucha frecuencia,
invertimos los términos y anteponemos el efecto a la causa, al pensar, y aún enseñar que, si somos muy buenos y altruistas, alcanzaremos la Iniciación.
Porque la realidad es, precisamente, al revés: La bondad y el
altruismo son una consecuencia de la comprensión y del consiguiente servicio, y la santidad no es más que la consecuencia de sucesivas ampliaciones de conciencia, es decir, cuestión mental.
No se puede ser bueno ni se puede ser santo sin saber por qué ni
para qué. Por tanto, la clave no está en el aspecto emocional ni
ceremonial, sino en el trabajo permanente y sistemático para desarrollar la mente, con el fin de que controle al cuerpo de deseos y las vibraciones del Triple Espíritu puedan llegar, a través de él y del cuerpo etérico, al cerebro físico que es, al fin y a la postre, el que ha de dar al cuerpo físico las órdenes oportunas para que actúe a tenor de los mandatos de arriba.
De todo ello se deduce la importancia de la concentración, la
oración y la meditación. Porque sin ellas no es posible la evolución, no nos engañemos.

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