martes, 31 de diciembre de 2013

EL PENSADOR



EL PENSADOR
por Francisco-Manuel Nácher

- ¿Qué es un pensador?
- Es alguien que piensa.
- Todos piensan, ¿no?
- Sí y no. Aunque parezca mentira, casi nadie piensa, en el verdadero sentido de la palabra. Pensador es el que se plantea las cosas de nuevo y trata de explicarlas con su propio esfuerzo de un modo razonable e inteligible.
- ¿Por ejemplo?
- Por ejemplo: Todo el mundo está concienciado de que comer en 
exceso es malo para la salud, de que fumar perjudica y de que el alcohol es dañino. Y todo el mundo tiene una serie de amigos y de parientes entrañables a los que quiere de veras y a los que desea lo mejor.
- ¿Y qué?
- Pues que, cuando recibe uno en su casa a esos amigos y parientes a los que tanto quiere, para demostrarles su cariño, los obsequia con comidas abundantes e indigestas y luego les ofrece alcohol y tabaco con lo cual, si no está acortándoles la vida, por lo menos, está minando su salud. ¿Es razonable?
- No. No es razonable, lo reconozco.
- Entonces hemos de deducir que los que así actúan lo hacen porque no han pensado, porque es corriente hacerlo así. Pero no porque lo hayan pensado, pues nada más lejos de su intención que perjudicar a sus seres queridos.
- ¿Otro ejemplo?
- Ejemplos los hay a miles. Prácticamente cada cosa que hacemos sin haber reflexionado sobre ella es un ejemplo: Piensa en el afán competitivo que se inculca a los niños (hay que ser el primero de clase), el que se vive en el deporte (hay que ganar el campeonato), piensa en el sistema de las oposiciones ( hay que sacar plaza a costa de un compañero con las mismas ilusiones y los mismos derechos), en la vida empresarial (hay que ser más competitivo que los demás para captar sus clientes), etc. ¿Crees que es razonable, por un lado, considerar al prójimo como un enemigo y, por otro 
lado, clamar, como se clama, por un mundo en paz y contra la violencia?
- No. No es lógico.
- ¿Quieres más ejemplos? Ahí va otro: Piensa en la cantidad de
muertos y heridos que, cada fin de semana, produce el tráfico. ¿Quiénes son esos que mueren?
- No lo sé.
- Sí. Sí lo sabes. Son los que no han reflexionado lo suficiente sobre 
la necesidad de no cometer imprudencias, de no infringir el Código de la Circulación, de no conducir habiendo ingerido alcohol... Es decir, los que, pudiendo pensar, no han pensado.
- Verdaderamente, bien mirado, hay que reconocer que pensamos 
poco, que hay pocos "pensadores".
- Sí, hay muy pocos. Pero, ¿sabes por qué?
- No.
- Porque la mente es el último vehículo que hemos desarrollado en 
nuestra evolución. Es el que nos diferencia de los animales. Pero, a pesar de ser el más reciente, es el más poderoso y el más elevado.
- No entiendo eso.
- En nuestra serie de vehículos, y enumerándolos de más a menos 
denso, de más a menos viejo, de más a menos evolucionado, de más a menos activo, pero de menos a más poderoso, contamos con el cuerpo físico (compuesto de minerales); el cuerpo vital, que es el que lo anima, lo hace crecer, lo sensibiliza y hace posible su reproducción (compuesto de los éteres químico, de vida, de luz y reflector); el cuerpo de deseos o astral, responsable de nuestros deseos, sentimientos, emociones y pasiones (compuesto de materia de deseos); y el cuerpo mental, responsable de nuestras ideas y pensamientos, de la inteligencia y el razonamiento (compuesto de materia mental).
- ¿Tantos vehículos tenemos? ¿Y dónde estamos nosotros? ¿Dónde 
está el yo?
- El yo está aún por encima, aunque los ocupa todos. Él se vale de 
esos vehículos como medios de expresión en los distintos planos o mundos porque, para actuar en cualquier plano o mundo, es preciso disponer de un vehículo construído con la materia de ese plano.
- No lo acabo de entender. Es tan nuevo para mí...
- Es nuevo y no lo es. A poco que medites, oirás una vocecita en tu 
interior, o tendrás la sensación de que todo esto te es familiar, aunque no sabrías definir qué ni por qué causa.
- Quizá sí. Pero no recuerdo haber oído hablar de esos vehículos. Yo había oído hablar del cuerpo y del alma, pero nunca de una serie de cuerpos o vehículos.
- Sin embargo, los posees. Es más, forman parte de ti. Pero, a lo que íbamos era a demostrar que el pensamiento es la fuerza más impresionante que el hombre posee, ¿no?
- Sí, porque dijiste que la mente era el vehículo más poderoso del 
hombre.
- Bien. Vamos, pues, a ello. Lo comprobarás fácilmente. ¿Crees 
posible que cualquiera de las cosas que ha hecho el hombre haya sido hecha sin haber sido antes pensada?
- No sé. No se me ocurre nada.
- ¿Crees, por ejemplo, que esta mesa podría estar aquí si alguien no la hubiese hecho?
- No, claro.
- Y el que la hizo ¿crees que empezó a construirla sin haberlo 
pensado antes?
- No. Es imposible hacer algo sin pensar antes en ello. Por lo menos, a mí así me lo parece.
- Ciertamente, es posible hacer algo sin pensarlo, por ejemplo, odiar, aunque de eso trataremos luego, pero es imposible crear o fabricar algo con materiales físicos, sin haberlo pensado antes.
- ¿Cómo se produce, pues, la creación de algo?
- Primero, el creador piensa. Y ese pensamiento en el mundo mental, cuya materia es infinitamente plástica y obedece instantáneamente las órdenes mentales, se concreta en una idea o modelo, el cual puede el "creador" ver en su mente cuantas veces quiera y reformarlo o perfeccionarlo con nuevos pensamientos, gracias a la plasticidad de la materia mental.
- O sea, que si yo pienso hacer una silla, primero pensaré en ella de 
un modo vago y luego iré imaginando sus detalles.
- Necesariamente. Todos los detalles tendrás que verlos mentalmente antes de plasmarlos en la silla que hagas.
- ¿Y después?
- Después, como la materia mental interpenetra a la materia de 
deseos, del plano o mundo inmediatamente inferior, esta imagen mental de la silla pondrá en funcionamiento la ley de atracción que rige en ese mundo, y te sentirás con deseos de hacerla. Entonces, como para hacerla - lo que en éste mundo llamamos "hacerla", puesto que en los mundos superiores ya está hecha - en el mundo físico necesitas materia física, te proveerás de madera, clavos, barniz, etc. e irás llevando a cabo la idea que  creaste, con lo cual aparecerá la silla en el mundo físico. Una silla obra 
tuya, efecto y consecuencia de tu propio pensamiento, que será su causa.
- Es subyugante. ¿Y siempre ocurre así?
- Siempre.
- ¿Todo lo que nos rodea ha sufrido ese proceso?
- Todo.
- En cuanto a lo que ha hecho el hombre, lo comprendo. Pero, ¿y los campos y los ríos y el cielo y el mar y las flores?
- El mismo proceso. Sólo que en ese caso el "pensador" no fue un 
hombre, sino un ser infinitamente superior a nosotros al que llamamos Dios.
- ¿Y nosotros mismos?
- También. Es lo que se llama la Creación del Hombre. Pero tampoco íbamos a este tema, que podemos tratar en otro momento. Íbamos a determinar por qué hay pocos "pensadores", ¿no?
- Sí.
- Pues bien. Ahora que has comprobado que nada se puede crear sin 
pensarlo antes, ya habrás visto que, dados los pocos creadores que hay en el mundo, deben ser pocos los pensadores, ¿no?
- Sí.
- Pensadores, en potencia, somos todos. Todos tenemos mente y 
todos la usamos, en mayor o menor grado, y todos creamos continuamente 
ideas. Lo que ocurre es que, según el dominio que hayamos adquirido de la mente, y ésta de los vehículos inferiores, sobre todo del cuerpo de deseos, seremos más o menos "pensadores", es decir, nuestros pensamientos marcarán o no nuestras actividades y, con ello, nuestra vida.
- No comprendo.
- Lo verás enseguida: Te he dicho antes que el vehículo 
inmediatamente inferior a la mente es el cuerpo de deseos y que es él el responsable de los sentimientos, deseos, emociones y pasiones, ¿no?
- Sí, me lo has dicho, pero no lo entiendo.
- Si alguien te insulta, probablemente tenderás a enfadarte, ¿no?
- Sí. Es lógico esperarlo así.
- Pues ese enfado no es más que una creación del cuerpo de deseos. 
No es creación de la mente. Es algo instintivo, irracional, algo que no reflexionamos. Lo sentimos y ya está. ¿No es así?
- Sí.
- ¿Y no ocurre lo mismo con el amor, la envidia, el miedo, la 
vergüenza, etc.? Son sentimientos reales, que todos experimentamos y sabemos, por tanto, que existen, pero no los podemos explicar racionalmente. ¿Cuántas veces se ha intentado describir el amor?
- Comprendo. Al no ser algo mental, no ha sido pensado antes, sino 
sólo sentido. ¿Es eso lo que quieres decir?
- Exactamente. Pero la materia de deseos está, a su vez, por encima e interpenetrando la materia del cuerpo vital y de la del mundo físico, ¿no?
- Sí. Según tu enumeración de mundos o planos y vehículos, así es.
- Por tanto, también las creaciones del mundo del deseo tenderán a 
plasmarse en realizaciones físicas.
- Sí.
- Pero esas realizaciones serán irracionales, puesto que la razón, que está más arriba, no ha tenido ninguna participación en su creación, ¿no?
- No. Claro, es lógico.
- ¿Y qué ocurrirá? Pues que, si tu sentimiento es de enfado por el 
insulto recibido, lo más probable es que ese sentimiento - dependiendo de su intensidad - se plasme en el mundo físico, por ejemplo, en forma de bofetada.
- Sí, puede ser.
- Y, si el sentimiento es de envidia, la consecuencia será algún dicho o hecho, derivado de ella.
- Claro.
- ¿Comprendes ahora los crímenes pasionales, por ejemplo?
- Sí. Comprendo su mecanismo.
- Vamos, por fin, pues, a llegar adonde intentábamos. Hemos dicho 
que los animales carecen de mente individualizada y esa es una de sus diferencias fundamentales con respecto al hombre. Por eso los animales actúan "animalmente". Simplemente, buscan lo que les gusta y repelen lo que les disgusta.
- Ya.
- Entre los hombres, en cambio, los hay en todos los grados de 
evolución. Hay quienes han dominado el cuerpo de deseos y es la mente la rectora, y son capaces de hacer algo aunque no les apetezca o, incluso, aunque les perjudique, porque la que manda es la mente. Éstos son los cerebrales. Y hay quienes son dominados aún por su cuerpo de deseos, que son los pasionales, los impulsivos, los viscerales, los irreflexivos, los  inmaduros, los imprudentes… Y, desgraciadamente, la mayor parte de la Humanidad está entre éstos últimos: Viven reaccionando a los distintos estímulos que les llegan de fuera a lo largo del día, pero sin pasarlos por el tamiz de su mente.
- Ya comprendo.
- ¿Comprendes ahora esos odios, esas reyertas, esas puñaladas, esos crímenes pasionales?
- Sí. Me imagino que obedecen a creaciones del cuerpo de deseos, 
ante un estímulo que consideran desagradable.
- Exactamente. Cada uno de los que intervienen en un hecho de ese tipo, individualmente y cuando luego reflexionan - y digo "reflexionan", lo cual quiere decir que están usando su mente - se asombran de lo que hicieron y se avergüenzan de haberlo hecho. Pero lo hicieron. ¿Por qué?
- Porque no pasaron el estímulo por el filtro de la mente.
- ¿Luego?
- No pensaron.
- ¿Luego?
- No fueron pensadores.
- Exactamente.
- ¿Y qué solución hay contra eso?
- Contra eso no hay más solución que adquirir el hábito de usar la 
mente siempre, de que la mente sea la directora. Pero, ojo; no para llegar a ser exclusivamente mentales, pues resultarían "hombres no humanos", valga la expresión, desprovistos de sentimientos. Lo que hay que lograr es el equilibrio, la unión de la mente y el corazón, hacer que nuestros deseos y nuestros sentimientos y nuestros impulsos obedezcan a los dictados de la razón, mientras ésta tiene en cuenta los sentimientos que responden a la norma ética. Es decir, sentir con la mente al tiempo que pensamos con el corazón. Ésa es la meta de la Humanidad. Por lo menos, la meta más inmediata.
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EL PADRENUESTRO / Boletín Nº 37 del 4to trimestre/2000




EL PADRENUESTRO
por Francisco-Manuel Nácher

- ¿Qué oración me recomendarías?
- Sin ninguna duda, el Padrenuestro.
- ¿Y eso por qué?
- Porque es la oración más completa que se conoce. Es un 
procedimiento científico. Es como una fórmula algebraica, abstracta, para la defensa, el mejoramiento y la evolución de todos los vehículos del hombre; hasta el punto de que Cristo, según demuestra la Memoria de la Naturaleza, la empleó en la santa ceremonia de la Última Cena. Por eso la recomendó a Sus discípulos cuando le hicieron la misma pregunta que tú 
me acabas de hacer.
- ¿Y por qué es tan perfecta?
- Para responder tendría que exponerte antes la composición de 
nuestro ser.
- ¿De nuestro ser?
- Sí. Nosotros somos seres compuestos y el Padrenuestro va dirigido 
a mejorar todos y cada uno de nuestros componentes. Por tanto no se puede concebir nada mejor. ¿Lo comprendes?
- Sí y no. Será mejor que empieces por el principio. ¿Te parece?
- Vamos allá. Antes que nada has de hacer propia la idea de que, lo 
mismo que en este mundo físico en que vivimos existen los sólidos, los líquidos y los gases, de modo que los líquidos pueden interpenetrar a los sólidos y los gases pueden interpenetrar a los sólidos y a los líquidos, ese fenómeno se da en los llamados "mundos superiores", que no son sino concreciones de materia menos densa cuanto más "elevado" es el mundo 
de que se trate. Es decir que, partiendo de los sólidos que conocemos, existen distintos planos, cada vez menos densos, que constituyen distintos mundos y en todos ellos existen seres que viven y evolucionan en vehículos construídos con la materia de ese mundo, lo mismo que nosotros vivimos en el cuerpo físico, construído con los materiales del mundo físico. ¿Lo ves claro?
- Sí. Está bastante claro: Existen distintos mundos que se superponen, de modo que cuanto más elevados, menos densos, ¿no?
- No exactamente. Se dice "mundos superiores" para hacer más
comprensible la idea. La realidad es que todos los mundos ocupan el mismo espacio.
- ¿El mismo espacio? ¿Y cómo es eso?
- Muy sencillo. Recurramos a nuestro mundo físico: Si tú mojas pan  en agua, ¿en el pan mojado, el pan y el agua no ocuparán el mismo 
espacio?
- Sí.

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Les deseamos un ¡¡¡ buen año 2014!!!

fraternalmente Edgardo Ceol

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lunes, 30 de diciembre de 2013

EL PASADO, EL PRESENTE Y EL FUTURO


EL PASADO, EL PRESENTE Y EL FUTURO
por Francisco-Manuel Nácher

- Lo importante de la vida es el presente.
- ¿Tú crees?
- Por supuesto.
- ¿Por qué?
- Muy sencillo: El pasado ya no puede volver y el futuro aún no ha llegado, por tanto ¿qué nos queda que sea seguro? Lo que está ocurriendo ahora, es decir, el presente.
- Aparentemente tienes razón, pero, no estoy de acuerdo.
- ¿En qué?
- En que lo único seguro es el presente.
- ¿Que no es verdad?
- Si, es verdad pero sólo en parte. Porque el pasado también es seguro y, además, porque, decir que el presente es seguro no nos ayuda.
- ¿Cómo que no nos ayuda?
- No. Porque el presente, apenas eres consciente de él, ya es pasado y cuando lo esperas, es aún futuro.
- ¿Entonces tú no tienes presente?
- Pues yo casi estoy por asegurar que no. Sólo tengo un pasado, que no puedo modificar pero que puedo rememorar y, por tanto, revivir; y tengo un futuro que es, en realidad, lo que disfruto, antes de que llegue y que, a mi modo de ver, es lo que tú llamas presente.
- ¿Quieres decir que yo no vivo en mi presente?
- Quiero decir que, en realidad, el presente no existe y que tú y yo y todos vivimos rememorando el pasado, sabiendo que es pasado, o disfrutando el presente cuando aún es futuro.
- Eso es una perogrullada. ¿cómo se puede disfrutar el presente cuando aún es futuro?
- Porque el presente es fugaz, tan fugaz que no da tiempo a vivirlo 
conscientemente ni a pensar en él porque, cuando lo haces, ya no es presente sino pasado.
- ¿Entonces?
- Vamos a ver algún ejemplo y sacarás tus propias conclusiones.
- Veamos, ¿qué sugieres?
- Por ejemplo, en este momento estamos dialogando sobre el tema que nos ocupa: El presente. Apenas he dicho esto, ya no es presente, sino pasado. Pero, incluso mientras lo decía, era con el fin de seguir mi razonamiento y convencerte de algo. Pero ese "seguir mi razonamiento para convencerte de algo" era la meta de
mis palabras, mi objetivo y, en cualquier caso, era futuro, ¿no?
- Sí, claro.
- Y tú, cuando haces cualquier afirmación. ¿No te ocurre lo mismo? ¿No la dices para, con ello o con lo que digas después, convencerme? Pero siempre luego, más tarde, en el futuro, ¿o no?
- Sí.
- Es decir, que todo lo que tú has pensado y dicho y quizá disfrutado esperando convencerme, ha sido en función de algo que aún no había ocurrido, ¿no?
- Sí.
- Traslademos esto a cualquier tema de cualquier momento de nuestras vidas. 
Imagina, por ejemplo, un atleta. ¿Para qué se entrena?
- Sí, ya lo veo: Se entrena para ganar.
- ¿Y qué hace para ganar? ¿Se entrena solamente?
- ¿Qué quieres que haga además?
- Lo que hacemos todos. ¿Es que, además de entrenarse no se imagina ganando realmente y siendo un profesional de éxito y batiendo records y pasando a la historia del deporte, etc.?
- Sí, claro.
- O sea, que si se entrena hoy es para conseguir todo eso y no simplemente por entrenar.
- Realmente es así.
- Pero ¿todo eso lo conseguirá?
- No lo sé. Dependerá de muchas cosas.
- De momento, sin embargo, él lo piensa así y lo desea así e incluso lo disfruta así y por eso se entrena, ¿no?
- Sí, es verdad.
- ¿Está entonces viviendo o, mejor dicho, disfrutando el presente o está 
disfrutando el futuro en el presente?
- Verdaderamente, tienes razón.
- Vamos a poner otro ejemplo. Tú te despiertas por la mañana y te lavas.
- Sí.
- ¿Qué proceso sigues?
- Pues me levanto, me voy al baño...
- No. Ese no es el proceso real. La realidad es que te despiertas, piensas que te has de lavar, te ves lavándote, es decir, metiéndote en la ducha, abriendo el grifo, enjabonándote, secándote, etc...y luego lo haces todo. O, más comúnmente, con el propósito de lavarte como telón de fondo, vas previendo, antes de hacerla, cada operación de las indicadas: meterte en la ducha, abrir el grifo, etc. Pero fíjate: En uno u otro caso, cuando haces algo, ya lo habías hecho antes, ya lo habías "disfrutado" o "sufrido" antes de hacerlo, es decir, ya lo habías vivido; y lo has hecho, precisamente 
porque ya lo habías vivido. Si no, te hubiera sido imposible hacerlo.
- ¿Cómo es eso?
- Si tú no piensas en coger el jabón y enjabonarte, no lo harás. El cuerpo sólo, sin órdenes que cumplir, no hace nada, es inerte, no toma ninguna iniciativa.
- Así parece.
- Pero hay más: ¿En realidad crees tú que es tu cuerpo el que se siente feliz o desgraciado? ¿O es tu espíritu, es decir, tu Yo Superior, tu Ego?
- Realmente soy yo, pero también mi cuerpo se puede sentir feliz.
- ¿Y cómo lo sabe?
- Porque yo lo siento.
- ¿Dónde?
- En mi cabeza.
- ¿O en tu mente?
- Bueno, en mi mente.
- Luego, el que se siente bien o mal no es tu cuerpo sino tu mente. Otra cosa es que ese bienestar o malestar sea provocado por la elaboración mental de los datos facilitados por los sentidos del cuerpo.
- No entiendo.
- Verás: Si tú, después de lavarte y vestirte, piensas en desayunar, imaginarás un café con leche o un vaso de leche y unas tostadas, etc. y, al pensar en ello - y estamos en el futuro - lo desearás - y seguimos en el futuro - y luego lo tomarás - y estarás en el presente/pasado - y ese desayuno te sabrá bien o mal, según los datos que los sentidos del gusto, del olfato y del tacto y hasta de la vista, envíen a tu cerebro - y estamos en el pasado - y de las interpretaciones que tu mente les dé - y seguimos en el pasado - es decir, que primero puedes haber disfrutado al pensar en el 
desayuno y eligiéndolo, pero en el futuro, y luego, cuando ya lo has probado y se encuentra en el pasado, deduces que te ha gustado o no, pero ya a posteriori. En el momento de tomar cada bocado, es decir, en el presente, no se produce ninguna reacción porque ese acto o ese estímulo, o es futuro o es pasado.
- Es cierto. El presente es inaprehensible.
- Realmente es inexistente.
- Y, ¿cómo es posible?
- Porque es una simple abstracción humana, lo mismo que el pasado y el por venir, y el tiempo mismo.
- ¿Quieres decir que, en tu concepto, el tiempo no existe?
- Estoy convencido.
- ¿Y las horas? ¿Y el reloj? ¿Y el día? ¿Y la noche? ¿Y las semanas y los meses y los años...?
- Realizada la primera invención, el tiempo, las demás vienen solas. Pero éstas no demuestran la realidad de la primera.
- Bueno, es verdad. Pero el tiempo está ahí.
- ¿Dónde?
- En ningún sitio, pero está ahí.
- Bonita frase.
- Es que es algo con lo que todos contamos.
- Porque es una manera de pensar a la que estamos acostumbrados.
- ¡Hombre!
- Sí. Lo mismo que si ahora llegara aquí un amigo común, los dos 
esperaríamos que nos dijese buenos días u otra cosa parecida ¿no?
- Sí.
- ¿Y por qué?
- Porque es lo normal.
- Pero ¿es necesario?
- Necesario… no.
- Pues, con el tiempo pasa lo mismo.
- No. No es igual. Yo puedo concebir que nuestro amigo no nos salude al llegar. Será un mal educado y basta. Puedo seguir viviendo perfectamente sin su saludo. Pero ¿cómo voy a vivir sin tiempo?
- Igual que sin saludo. Imagina que nunca has oído hablar del tiempo. No tienes ni idea de lo que es. ¿Con qué cuentas para manejarte en la vida?
- Contaría con los hechos, con los fenómenos.
- De acuerdo. Y esos fenómenos los podrías clasificar en dos clases: los que ya han tenido lugar y los que aún no se han producido ¿no?
- Sí.
- En cuanto a los pasados, está claro que los has vivido ya y te consta que se produjeron. Pero, en cuanto a los por venir ¿cómo sabes que vendrán?
- Porque aún no los he vivido.
- Eso no responde a mi pregunta.
- Porque he pensado en ellos y aún no los he vivido.
- Eso ya está mejor. ¿te está haciendo mucha falta el tiempo con su reloj, sus horas, sus semanas, etc., para llegar a estas conclusiones?
- No.
- ¿Entonces?
- Sí. Ya veo. Con el pasado y el futuro solos nos podemos manejar.
- Luego, si el tiempo no es necesario y lo suprimimos y podemos prescindir de él ¿para qué ha de existir?. Es una creación humana ¿no lo comprendes?
- Puede que sí.
- Bien. Nos quedan, pues, el pasado y el futuro. Vamos a profundizar un poco en estos conceptos.
- Bueno. Vamos allá.
- ¿Qué es el pasado? ¿A qué llamas tú el pasado?
- Pues, a aquellos acontecimientos que yo he vivido; yo u otro, supongo.
- De acuerdo. Y ¿qué quieres decir con "vivido"?
- Hombre, pues quiero decir que esos fenómenos se han producido ya en la realidad.
- ¿Y cómo lo sabes?
- Porque los sentidos los han percibido.
- De acuerdo. ¿Y son tus sentidos los que han llegado a esa conclusión?
- No. Es mi mente, que lo ha deducido de los datos facilitados por los sentidos.
- O sea, que es tu mente la que ha vivido esos acontecimientos, ¿no?
- En buena ley, sí.
- Pero, al margen del tiempo.
- Sí. Para vivirlos no ha necesitado del tiempo.
- Y ¿qué es para ti el futuro?
- El futuro son todos los acontecimientos que aún no he vivido.
- ¿Tú? ¿Y si los han vivido otros, son futuro?
- Bueno, esto se complica. Si yo no los he vivido pero otro sí, eso ya es pasado.
- Y si tú no los has vivido y otros tampoco, ¿por esa simple razón son futuro?
- No, lógicamente.
- Luego, según tú, el elemento esencial del futuro es que aún no lo haya vivido alguien?
- Sí. Bueno, no. Porque si no resultaría que todo lo posible sería futuro.
- ¿Entonces?
- Habré de añadir al concepto de futuro otro elemento distintivo.
- ¿Cuál?
- Quizá el de que lo haya pensado yo.
- ¿Tú? ¿Sólo tú? ¿Quiere eso decir que si lo ha pensado otro ya no es futuro?
- Bueno, que lo haya pensado yo o cualquier otro.
- ¿Con eso crees que ya está definido el futuro?
- Creo que sí.
- O sea, que si yo, o cualquier otro, pensamos en un caballo con alas en la cola 
y cuernos de caracol que nos arrebata y nos lleva a su cubil, si eso no lo ha pensado nadie antes, eso es futuro?
- No. Realmente habría que decir que eso es sólo posible.
- ¿Solo?
- O imposible.
- ¿Y?
- Pues que no tenemos aún definido el futuro. Nos falta, está claro, un elemento esencial, distintivo.
- ¿Y cuál piensas tú que puede ser?
- Verdaderamente, no lo sé. Sin contar con el tiempo, no se me ocurre.
- ¿Y contando con él, sí?
- Pues, pensándolo mejor, tampoco.
- ¿Entonces?
- Vamos a empezar de nuevo.
- De acuerdo. ¿Qué es para ti el futuro?
- Algo que, siendo posible, aún no he experimentado.
- ¿Y cómo sabes que es posible? Tendrás que pensar en ello ¿no?
- Sí, claro.
- Pues repasa tu definición.
- Futuro es aquello que yo he pensado como posible.
- Eso ya quiere decir algo. Pero ¡y si lo han pensado como posible los demás y tú no?
- Pues entonces será futuro para ellos y no para mí.
- ¿Quieres decir que a ti sólo te puede suceder lo que tú has pensado antes?.
- No, claro.
- ¿Entonces?
- Pues tendremos que cambiar: Futuro es todo aquello que alguien ha pensado como posible, lo conozca yo o no.
- ¿A quién incluyes en ese "alguien"?
- Pues a cualquier hombre.
- ¿Sólo a los hombres?
- ¿A quién más puedo incluir?
- No sé. Pero imagina que alguien haya establecido las leyes naturales por las que se rige, de modo exacto, el universo entero; ¿crees que si ese alguien hubiese 
pensado algo, sería posible y, por tanto, futuro hasta que ocurriese?
- Sí, claro. Pero eso no lo podemos conocer los hombres como futuro.
- ¿No?
- No.
- ¿Y, en base a qué prevemos los eclipses de luna, por ejemplo? ¿O las mareas? ¿O los terremotos y erupciones de los volcanes? ¿O la lluvia?, etc.
- Sí. Tienes razón. Realmente estoy hecho un lío. Tendremos que revisar una vez más nuestra definición: Futuro es todo lo posible pensado por alguien.
- ¿Por qué "pensado por alguien"?
- Porque, si alguien no lo ha pensado, no es posible.
- Muy bien. Pero ¿tampoco interviene el que haya ya ocurrido?
- Pues no. Es que puede haber ocurrido pero puede volver a ocurrir y entonces sería futuro, aunque también fuese pasado.
- Un poco confuso ¿no crees?
- Sí. Es que estoy viendo que, por un lado, el que haya ocurrido o no, no es esencial para el concepto de futuro, puesto que puede volver a ocurrir y, en ese caso, es futuro. Y, por otro lado, tampoco es esencial que yo lo haya ni experimentado ni 
pensado, pues pueden haberlo hecho otros y no deja de ser futuro.
- ¿Entonces qué ocurre?
- Que el futuro quedaría reducido a... nada. Futuro es nada.
- ¿Nada?
- ¿Qué característica esencial se te ocurre?
- ¿Quieres decir que el futuro es una especie de fantasma, sin existencia ni características distintivas propias?
- Pues algo así.
- ¿Y el pasado?
- Después de todo lo dicho, al pasado le ocurre lo mismo. Porque, aunque yo no lo haya experimentado, si otro lo ha hecho, también es pasado, aunque ni lo sepa yo; y, por otra parte, como hemos visto, se puede volver a repetir y, en ese caso, es futuro, si aún no se ha producido la segunda vez.
- ¿Y cuál es tu conclusión?
- Pues que ni el pasado ni el futuro tienen entidad ni características propias.
- O sea, que no existen, que no son nada.
- Habrá un pasado y un futuro "míos", que yo he revestido con mi 
personalidad, mis interpretaciones, mis intereses, pero un pasado absoluto, no. Sería algo así como si yo, y conmigo todos, pudiésemos ir echando mano de un gran depósito que contuviera todas las cosas posibles de ser pensadas, todas vivas, todas 
latentes, todas dispuestas a ser empleadas en algún punto de nuestras vidas, para actuar en un sentido o en otro, atraídos o repelidos por ellas.
- Te estás acercando al célebre "eterno ahora".
- Pues sí. Es la mejor explicación.
- ¿Cómo expresarías, pues, tu conclusión sobre lo hablado?
- Yo resumiría todo este tema diciendo que no hay tiempo, sino pensamientos con posibilidad de realizarse y, por tanto que, como suele decirse "no pasan años sino que pasan cosas". Y que, si el tiempo no existe, lo único que tenemso a mano para vivir conscientemente es EL PRESENTE.
- Bueno, pues ya lo tenemos más claro que al principio.

* * *


EL PARO Y LAS MÁQUINAS



EL PARO Y LAS MÁQUINAS
por Francisco-Manuel Nácher López

- Con el trabajo ocurre algo muy curioso.
- ¿Qué ocurre?
- Pues que no se ve muy clara la relación entre trabajo existente, 
número de trabajadores, producción y retribución.
- ¿Y eso por qué?
- A mi juicio, porque se ha introducido un elemento nuevo en la 
relación laboral.
- ¿Cuál?
- La máquina.
- ¿La máquina?
- Sí. Al inventarse la economía, se pensó que se regía por la ley de la oferta y la demanda...
- ¿Y no es así?
- Pues, sí y no.
- ¿Y cómo es eso?
- Se pensó así: Si sube la demanda, harán falta trabajadores y subirán los sueldos y se producirá más. Eso hará que llegue un momento en que el mercado esté saturado y entonces habrá menos demanda y no habrá más remedio que producir menos o reducir los trabajadores para reducir los precios y llegar a mayor cuota de mercado.
- Pues es perfectamente lógico, ¿no?
- Sin contar con las máquinas, sí. Con ellas, ya no.
- ¿Y cómo deduces eso?
- Muy fácilmente. Considera esto: Si, de trabajar 7 días a la semana, se pasó a 6 y luego a 5; si las 12 o 14 horas laborales diarias pasaron a 45 horas semanales y luego a 40 y sigue la tendencia a la baja; y si, a pesar de ello, la producción ha ido aumentando y los salarios no han dejado de 
crecer, ¿a qué puede deberse un proceso tan raro?
- Tienes razón. Sólo puede deberse a que, cada vez hacen falta menos brazos para realizar el mismo trabajo.
- Porque las máquinas van sustituyendo a los trabajadores. Las 
máquinas no cobran, no hacen huelga, no hay que pagarles la seguridad  social, ni el despido, no hay que formarlas, no se cansan, no protestan, no se equivocan, trabajan todo el tiempo que se crea necesario... en una palabra, cuestan menos que los trabajadores.
- Es cierto.
- O sea, que producen, al mismo tiempo, artículos perfectos ... y 
trabajadores en paro, ¿no?
- Sí. Así parece.
- ¿Y cuál es el final?
- Que no harán falta trabajadores, que todo lo harán las máquinas.
- ¿Y entonces, qué? ¿Qué harán los hombres?
- No lo sé.
- Pues se dedicarán a cultivar su intelecto, su cuerpo, su imaginación, su creatividad - porque las máquinas nunca sabrán crear - su capacidad de colaboración y de asistencia, su vida de relación, etc.
- ¿Y el espíritu de trabajo?
- Eso será algo trasnochado y sin sentido. Lo propio del hombre es 
crear, no repetir, y para crear hace falta tiempo e intuición y formación y tranquilidad. La prisa y el agobio nunca han creado nada nuevo, sino sólo repetido lo existente, y esa es la labor de las máquinas.
- Sí. Tienes razón.
- Y todo proviene de que la célebre maldición bíblica, aquélla de 
"ganarás el pan con el sudor de tu frente", se ha interpretado mal por todos.
- ¿Cómo? Aclárame eso tan curioso que acabas de decir, por favor.
Claro. En el plan divino estaba previsto que el hombre, que tenía en aquellos remotos tiempos de Lemuria, centrada su conciencia en el plano etérico, donde la vida era placentera y fácil y la compartía con los ángeles, que no son sino los componentes de la oleada de vida anterior a la nuestra y que habitan ese plano y tienen también en él centrada su consciencia, evolucionase allí, adquiriese su mente, con ella domeñase la naturaleza rebelde del cuerpo de deseos y luego, enfocase su conciencia en el mundo 
físico y, ya debidamente pertrechado, lo conquistase.
- ¿Y no ocurrió así, verdad?.
- No. Ya lo sabes. La intervención de los Luciferes, los rezagados de la oleada de vida de los ángeles, hizo al hombre enfocar prematuramente su conciencia en el mundo físico, con lo cual descubrió, con estupor, que tenía cuerpo físico y que éste moría, es decir, descubrió la muerte porque, si se tiene centrada la conciencia aquí y esto se acaba, aparentemente se acaba todo.
- Sí, claro.
- Pero, además de eso, como sabes, el hombre había también 
aprendido a hacer uso de su fuerza creadora sexual fuera de las fechas apropiadas astrológicamente (como ahora hacen los animales con sus épocas de celo) y sólo buscando el placer y no la procreación, cuya finalidad real constituye.
- Sí, lo sabía.
- Y ello produjo distorsiones en los arquetipos de nuestros cuerpos 
físicos, que derivan en distorsiones en éstos, y que son lo que llamamos enfermedades.
- ¿Las distorsiones producen enfermedades?
- En unos casos producen malformaciones, que no son sino 
distorsiones de la armonía del cuerpo, perfectamente visibles; y en otros, la debilidad o malformación de determinados órganos, lo que reduce sus defensas naturales y facilita la penetración y proliferación de gérmenes patógenos, que son la causa de la enfermedad. De todos modos, como ves, en el fondo, distorsiones.
- Ya comprendo. Está claro.
- Así que el hombre, al centrar su conciencia en el mundo físico, 
descubrió que tenía cuerpo y que éste enfermaba y que moría, ¿no?
- Sí.
- Pues eso es lo que Jehová le dijo. No fue un castigo, ni una 
maldición, sino la comunicación de una consecuencia lógica: Has hecho esto, luego te vendrá aquello como consecuencia del juego de las leyes naturales que rigen en el mundo que habitas.
- Sí.
- Pero Jehová dijo algo más. Dijo aquello de "y ganarás el pan con el sudor de tu frente".
- Así lo dice la Escritura.
- Y hay que ver la trascendencia que ha tenido la dichosa frase, sobre todo por su interpretación errónea.
- ¿Qué quieres decir?
- Algo muy sencillo. El "ganarás el pan con el sudor de tu frente", lo mismo que el "parirás con dolor" o el "morirás", como te he dicho, no fueron maldiciones ni castigos, sino comunicación de las consecuencias de una actuación. Consecuencias, por otra parte, que Jehová no podía evitar porque, como tú sabes, en todos los planos o mundos de la Creación, se respeta la libertad individual de un modo exquisito, así como las consecuencias que su mal uso acarrea, y ello con el fin de que el que yerra aprenda la lección y evolucione, y sin perjuicio de estar siempre dispuestos a ayudar al caído cuando lo pida y lo merezca; pero nunca "trabajando" por él, en su lugar, haciendo lo que él debe hacer para rectificar su error. Si el 
hombre, pues, se sitúa (centra su conciencia) en el mundo físico antes de tiempo y sin estar preparado para vivir conscientemente de ese modo, es lógico que le resulte difícil lo que, de haberlo hecho en el momento y de la forma oportunos, le hubiera resultado fácil.
- ¿Quieres decir que no hubiera tenido que trabajar?
- Por supuesto. La misión del hombre no es trabajar. La misión del 
hombre es crear. Es un ser creador porque Dios lo hizo a Su imagen y semejanza y lo dotó de una mente, una inteligencia, un intelecto, una capacidad de traer a la existencia cosas nuevas. El trabajo es algo repetitivo, automático, que no necesita capacidades creadoras y que está reservado naturalmente a seres no creadores. La creación es otra cosa. Y es cosa de hombres.
- ¿Y cómo hubiera el hombre vivido en este mundo sin trabajar?
- Mediante la utilización de las fuerzas naturales, es decir, los 
elementales.
- ¿Los elementales?.
- Sí. Son seres, no creadores, que intervienen en todos los procesos 
de todos los planos. Es imposible calentar algo o quemar algo o que nazca algo o digerir algo o asimilar algo o sentir algo o pensar algo, sin la colaboración necesaria de los elementales.
- No lo entiendo.
- Lo entenderás enseguida. Los elementales son seres que aún no han alcanzado en su evolución ni siquiera el estadio mineral. Carecen de conciencia propia y de cuerpo o forma propios. Son, por decirlo así, manifestaciones de energía que viven de las vibraciones, de cualquier tipo, de los seres que les son superiores en la escala evolutiva, y las fomentan con fruición, puesto que la duración de su propia vida depende exclusivamente de la duración de esas vibraciones. Llenan todos los planos y mundos y los hay que responden a cada una de las vibraciones existentes, de modo que, apenas surge una cualquiera, los que le son afines 
acuden a ella y tratan de prolongarla y reproducirla. Ellos no distinguen si la vibración es elevada o ínfima, si es soez o refinada, si es agresiva o amorosa: Cada uno acude a su propia vibración y huye de las demás. Y así, a lo largo de los tiempos, van evolucionando y elevando su tasa vibratoria 
desde lo más bajo y grosero hasta lo más exaltado.
- ¡Es maravilloso! Eso no lo sabía. Y aún no acabo de verlo del todo.
- Te voy a poner un ejemplo. Imagina que tú sientes odio por 
cualquiera.
- Lo imagino.
- Te he dicho odio como te he podido decir amor o cualquier otra 
cosa. Ten en cuenta que todo pensamiento, sentimiento, emoción, pasión, acción, deseo, proceso natural, etc., posee y emite su propia vibración. 
Pues bien, apenas sientes tu odio hacia esa persona, o sea, apenas creas la vibración de odio, una serie de elementales que le son afines y viven de ella, acudirán a tu cuerpo de deseos para vivir de ese odio y tratar de aumentarlo indefinidamente.
- No me digas...
- Sí. Así es. Tú no lo sabrás. Tú creerás que eres tú mismo quien 
quiere odiar, pero gran parte de la culpa de que tu odio se intensifique o se prolongue será de los elementales de esa vibración. Por eso cuando una persona tiene un vicio o un defecto le resulta tan difícil librarse de él. Y por eso los que han adquirido modos de pensar o de sentir o de actuar positivos, los llevan a cabo espontáneamente y cada vez les resultan más 
fáciles.
- ¿Entonces qué hay que hacer para librarse de los elementales de 
odio, por ejemplo?.
- Tratar de sentir lo contrario o, por lo menos, algo distinto. Si sientes amor por esa persona, por ejemplo, los elementales del odio huirán despavoridos en busca de la vibración que les es afín y, en cambio, acudirán a tu cuerpo de deseos los elementales del amor cuya vibración estás emitiendo. Por eso la mejor manera de librarse de las "tentaciones" (que, casi siempre están provocadas por nuestros propios hábitos y por la influencia de los elementales) no consiste en luchar contra ellas sino, sencillamente, en concentrar la atención en lo contrario o en cualquier otra cosa. Eso hará que los elementales indeseables huyan. Y, repitiendo algunas veces el proceso, lleguen a la conclusión de que tú, que eras un 
huésped acogedor y fácil de manejar, has dejado de serlo.
- Esto es impresionante. Y muy instructivo.
- Sí, lo es. Pero no era éste el tema que estábamos tratando.
- Bueno. Sigue, pues, con el tema.
- Quería hacerte ver que los elementales son en realidad los obreros
de la creación. Sin ellos no ocurriría nada. Son ellos los que, obedeciendo las órdenes de los que saben dárselas, realizan todos los procesos naturales. No podríamos hacer la digestión, por ejemplo, sin la colaboración de los elementales; ni podríamos asimilar, ni crecer, etc. sin ellos.
- ¿Y quién les dice que hagan esas cosas?. Porque la digestión y la 
asimilación y el crecimiento precisamente son actividades inconscientes, ¿no?
- En efecto. Son actividades inconscientes para nuestra personalidad, pero no lo son para nuestro Yo Superior, nuestro espíritu, del cual los vehículos inferiores (cuerpos físico, etérico, de deseos o astral y mental inferior) no son sino emisarios que envía a los mundos inferiores, más densos. Obedecen, pues, a nuestro Yo Superior, que sabe manejarlos.
- ¿Y nosotros no sabemos manejarlos?
- Esa era una de las cosas que el hombre sabía hacer antes de la Caída y, como consecuencia de ella, perdió al centrar prematuramente su conciencia en el mundo físico. Y por eso precisamente hemos de trabajar, es decir, hemos de "ganar el pan con el sudor de nuestra frente".
- ¿Por eso?.
- Exactamente. ¿Qué piensas tú, por ejemplo, que hizo Cristo cuando ordenó a la tempestad que se calmase?
- No lo sé.
- Pues, sencillamente, ordenó a los elementales que dejasen de mover el aire. Y cuando curaba, les ordenaba que dejasen de desarmonizar los cuerpos enfermos. Y cuando transformaba el agua en vino, y cuando multiplicaba los panes y los peces, y cuando... siempre, como todos los que hacen milagros, ordenaba a los elementales que hiciesen el trabajo, reservándose Él la labor creadora.
- ¡Es impresionante! Y tan lógico...
- Por eso, pues, si el hombre hubiera permanecido "inocente" en el 
Edén, es decir, con su conciencia en el plano etérico, hasta alcanzar el desarrollo previsto por Jehová, hubiera aprendido a manejar los 
elementales y, al descender al mundo físico, no se hubiera visto obligado a trabajar, es decir, a realizar las labores repetitivas, sino que hubiera encargado éstas a los elementales y él se hubiera dedicado a desarrollar su mente, a fortalecer su voluntad y a espiritualizar su carácter, que son los tres objetivos que tenía que alcanzar de un modo natural.
- Caramba, todo esto cambia muchas cosas.
- Claro. Sobre todo esto: Jehová no condenó al hombre a trabajar sino que, lo mismo que le dijo que, como consecuencia de su caída conocería el dolor y la enfermedad y la muerte, le dijo que tendría que trabajar para poder comer. Es decir: Como no sabes aún manejar a los elementales, tendrás que hacer su papel si quieres comer.
- Así está clarísimo.
- El problema viene cuando ese pasaje bíblico es interpretado por los teólogos.
- ¿Y eso por qué?
- Aquí tendré que hacer una pequeña digresión.
- Hazla.
- Allá voy. Las civilizaciones más antiguas y más importantes entre 
las conocidas son la china, la india, la mesopotámica y la mediterránea. 
Todas situadas entre los paralelos 25 y 45 Norte y, especialmente, entre los 35 y 44 Norte, con un clima suave y una vida relativamente fácil.
- Sí, es verdad.
- En todas ellas existieron ciudades desde muchos miles de años 
antes de Cristo. Es decir, en todas ellas hubo gente que convivió, discutió, colaboró, investigó, orientó su vida hacia la comunidad, etc. Siempre hablando de una élite que dejaba el trabajo - trabajo en su verdadera acepción de labor repetitiva y no creadora - a los esclavos. Por otra parte, el clima suave y la agricultura pródiga no exigían tampoco grandes esfuerzos para sobrevivir.
- Hasta ahora, de acuerdo.
- Pero en el norte de Europa y de Asia no hubo nunca grandes 
ciudades. Hubo sólo tribus, más o menos fuertes y evolucionadas, pero ningún espíritu ciudadano: Todos trabajaban por la subsistencia, todos luchaban, todos sobrevivían en esos climas extremos donde el hombre ha de mantener permanentemente la guardia frente a las acometidas de los elementos.
- También de acuerdo.
- Esas dos formas de concebir la vida y el trabajo quedaron en lo que se llama la memoria colectiva de los pueblos respectivos, y siguen en ella, de modo que, como otras muchas cosas, nos condicionan a la hora de enjuiciar algo nuevo. Son como programaciones automáticas del subconsciente que se ponen en marcha ante un estímulo y nos hacen actuar de determinada manera. ¿Lo comprendes?.
- ¿Algo así como el que las mujeres europeas sientan vergüenza ante
la desnudez de sus partes pudendas y, en cambio, las negras de algunos pueblos africanos las lleven al aire y, en cambio, no puedan soportar que se les vea el rostro?
- Exactamente. O que, fijándonos en otra cosa, en el Norte, al que no trabaja se le considere un parásito y se le denuncie y desprecie, y en el Sur, en cambio, se le admire en el fondo, aunque la paulatina y superficial aceptación de las normas del norte, haga que se haga el paripé de que se le desprecia. Son programaciones inconscientes que, en muchos casos hay que reprogramar mediante la correspondiente culturización y la utilización 
correcta del intelecto, pero que nos dominan y nos inclinan continuamente a actuar en contra de la razón en cuanto nos descuidamos.
- Sí, es cierto.
- Pues bien. Esos dos modelos de vida, el de la sociedad que veía el 
trabajo como cosa de esclavos y el ocio, entendido como tiempo dedicado a la creación, al propio perfeccionamiento, como cosa de seres libres; y el de la sociedad que consideraba el trabajo como algo necesario a todos, formaban parte de la memoria colectiva de los pueblos mediterráneos o sureños y de los pueblos nórdicos respectivamente.
- ¿Y?
- Cuando llegó el cristianismo, lo hizo primero a los pueblos 
mediterráneos y, lógicamente, el pasaje en cuestión, se interpretó como que el trabajo era un "castigo" por el pecado cometido. El trabajo, pues, siguió siendo considerado algo desagradable e impropio del hombre libre puesto que, si era un castigo, lo normal era no tener que trabajar. En cambio, 
cuando llegó a los pueblos nórdicos (alemanes, ingleses, holandeses, escandinavos y anglosajones en general), acostumbrados a considerar el trabajo como algo necesario para sobrevivir y, sobre todo cuando los teóricos del protestantismo interpretaron que el trabajo era el camino que Jehová había señalado como el indicado para ganar el cielo, se exacerbó 
más aún aquella programación ancestral. Y el trabajo pasó a ser, 
prácticamente, el objetivo principal del hombre en este mundo.
- Ya.
- Por eso los países nórdicos, los anglosajones en líneas generales, 
han trabajado sin parar y han hecho así avanzar la técnica y la industria. Y siguen haciéndolo.
- Sí, es cierto.

- Pero, en esa vorágine de trabajo, han olvidado al hombre. 
Consideraban, debido a su programación inconsciente, el trabajo, primero como necesario, y luego como la vía para el cielo, y han pasado de largo el mejoramiento del hombre como tal. El trabajo se ha convertido en un fin en sí mismo y la consecuencia es, lógicamente, el dinero, las posesiones, la opulencia. Y el círculo se cierra al querer tener cada vez más y teniendo que trabajar cada vez más para conseguirlo, con lo cual el hombre, los demás hombres, se convierten en simples medios para el propio enriquecimiento.
- Te comprendo.
- Considerado, pues, el trabajo como un fin, los nórdicos trabajan 
incesantemente, incansablemente, sin escrúpulos, engullendo semejantes, destruyendo el paisaje, polucionando el mundo, poniendo en peligro hasta su existencia... 
- Es así.
- Y mientras, los del sur, no son proclives a aceptar que la labor del 
hombre sea la de pasarse la vida repitiendo procesos productivos, ni aceptan, en su fuero interno, que el trabajo sea un fin, sino un medio; ni se sienten más felices ni más realizados viendo cómo transcurre su vida sin haber tenido tiempo de saber qué es lo que realmente les gustaría hacer, y hacerlo.
- También es verdad. Curiosamente, cuando un anglosajón pasa una temporada en el sur, descubre una nueva concepción de la vida, que le encanta, le subyuga y le convence. Pero, cuando regresa a su mundo, todo queda sólo como un grato recuerdo y, en el mejor de los casos, como una añoranza.
- Ésa es, pues, la clave de las diferencias norte-sur. Una diferente 
concepción del trabajo y de la vida.
- Así parece ser. Quien lo iba a decir...
- Sí. Pero el problema se complica cuando empieza a ocurrir lo que 
decíamos al principio: Cada vez hay más máquinas en las empresas y, por eso, cada vez hacen falta menos brazos; pero cada vez se produce más y los salarios aumentan.
- Es cierto.
- ¿Solución?
- No se me ocurre. Y, según mis noticias, no se le ha ocurrido a nadie hasta ahora. La prueba está en la gran cantidad de parados que hay, que va aumentando día a día, sin que nadie lance una idea que pueda resolver el problema que supone hacer posible que toda esa gente pueda trabajar. 
Porque, si cada vez hay menos para pagar el paro de los demás y cada vez hay más parados, ¿qué va a pasar al final?
- Desde mi punto de vista hay varios errores en el planteamiento 
actual.
- ¿Cuáles?
- El primero, considerar la situación como el fracaso de la economía industrial o incluso posindustrial.
- ¿Es que no está claro?
- No. La sociedad industrial, eminentemente técnica, ha ideado las 
máquinas y éstas están haciendo innecesario el trabajo humano. ¿Es eso un fracaso? ¿No es un gran éxito? ¿Qué se pretendió cuando se inventó la primera máquina sino evitar tener que trabajar? Pues ya se ha conseguido: 
Un elevado porcentaje de los hombres ya no tienen que trabajar. Otra cosa es que coexista esta situación con otro error grave.
- ¿Qué error?
- El de considerar el trabajo como algo consustancial al hombre y 
despreciar al que no trabaja.
- ¿Es que no es así?
- Esa es la concepción anglosajona. Vamos a ver: Ahora está 
ocurriendo que hay cada día más hombres que están sin hacer nada pero que han de comer, mientras otros han de trabajar cuanto pueden, sin tiempo para "vivir", y pagar lo que aquéllos consumen.
- ¿Es que no lo ves? ¿Cómo van a mantener unos pocos a todos los 
demás?
- Pero, ¿no te das cuenta de que eso parte de una programación 
automática que considera el trabajo como algo bueno y el ocio como algo 
malo? Y, al aceptar los del Sur esa apreciación del trabajo de los del Norte, hemos llegado a una paradoja muy graciosa.
- ¿Cuál?
- La de que antes, los más preparados, las clases dominantes eran las que no trabajaban y se dedicaban a "vivir", a cultivarse, mientras los menos preparados trabajaban. Ahora, en cambio, los más preparados trabajan como esclavos en los puestos de ejecutivos, llevando una vida estúpida, llena de estrés e infartos, sin tiempo libre para nada, con la familia abandonada, mientras los menos preparados se quedan en el paro, tienen todo el tiempo libre y, encima, cobran el subsidio de desempleo. 
Generalmente, sin embargo, como son los menos preparados intelectual y culturalmente, ese tiempo ni lo aprovechan ni lo disfrutan debidamente y, además, son despreciados y se sienten frustrados por esa aceptación  estúpida del modo de pensar de los del Norte, plenamente justificada en el Norte.
- Yo no creo que sea cuestión de apreciaciones.
- Pues lo es. Verás. ¿Qué ocurriría si, en vez de considerar a los 
parados como una rémora, se los considerase como un éxito del sistema?
- Eso sería maravilloso.
- Y lo será, siempre que se produzcan algunos cambios conceptuales que se reflejen luego en la sociedad.
- ¿Qué cambios?
- Considerar el ocio, el tiempo libre, como una conquista y el trabajo como algo impropio del hombre y, por tanto, propio de esclavos, es decir, de "máquinas", y considerar la educación, la formación completa, es decir, tanto técnica como humanista, como un objetivo, tanto a nivel individual como colectivo. La eficacia a costa de la calidad, la avidez de dinero y de cosas, y la competencia deben, pues, ser sustituídas por la perfección en el trabajo, la cooperación, y la amabilidad. Sólo con esos cambios 
conceptuales y si los estados y los medios de comunicación empiezan a decir la verdad y a considerar el ocio (entendido como el tiempo libre para jugar, estudiar, formarse, hacer ejercicio, dialogar, compartir, investigar, leer, escribir, meditar, en una palabra, mejorar por dentro y no en cuanto a 
las posesiones materiales) como una verdadera conquista, y se esfuerzan en proporcionar los medios para ello, que no supondrían más gastos que hoy, sino una reestructuración en base a la nueva filosofía, el mundo cambiaría radicalmente y se encaminaría hacia algo que todos estamos deseando en lo más hondo de nuestros corazones.

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