domingo, 29 de diciembre de 2013

EL CIELO EN LA TIERRA / Boletón Nº 36 Sede Madrid 3er trim/2000




EL CIELO EN LA TIERRA
Francisco Manuel
Nácher López 
PRIMERA PARTE: LA SIEMBRA
1.
Una sorpresa
El ministro salió, cerrando cuidadosamente la puerta tras de sí. El
presidente, solo, sentado ante su mesa, se relajó. Era la última entrevista
del día. Su “jornada laboral” había concluido. Estiró las piernas, se
arrellanó en el sillón y quedó pensativo. Por fin se
dijo hemos
dado
con la solución. A partir de mañana, la oposición quedará gravemente
afectada y todo irá bien por una larga temporada.
¿
Irá bien para quién? oyó
decir a alguien, muy cerca, al otro
lado de su mesa. Sorprendido, dirigió su vista hacia el lugar de donde
procedían las palabras y, con verdadero asombro, descubrió a un
hombre maduro, bien trajeado, con barba entrecana, recortada y bien
cuidada, y con unos ojos y un rostro amables y sonrientes, de pie junto a
la silla que unos segundos antes ocupara el ministro. Quedó paralizado.
Con un gran esfuerzo de voluntad, sin embargo, pudo sobreponerse al
primer sobresalto:
¿
Quién es usted?, ¿cómo ha entrado? y ¿qué hace aquí? preguntó
atropelladamente al intruso, al tiempo que lo fulminaba con la
mirada y consideraba la conveniencia de oprimir el botón instalado bajo
el tablero de su mesa, para hacer entrar inmediatamente al vigilante de
puerta y poner en alerta máxima a todo el Palacio de la Moncloa.
Sería
mejor que no lo hiciese dijo
el intruso. El
presidente, sin
embargo, oprimió el botón y, como una exhalación penetró en el
despacho un vigilante, empuñando una metralleta y mirando en torno
suyo en busca de la causa de aquella inusitada alarma. Al no observar
nada anormal, se dirigió al presidente, que continuaba sentado en su
sillón:
¿
Qué ocurre, señor presidente?
El presidente dirigió la mirada hacia su visitante, extrañado de que
el escolta no lo hubiese visto y, con enorme sorpresa, comprobó que
había desaparecido. Como un relámpago, pasaron por su mente varios
pensamientos: ¿habría sido una alucinación?, ¿qué pasaría si insistía en
que había otra persona en el despacho y el vigilante no era capaz de
descubrirla?, ¿surgirían sospechas sobre su estado mental? Recorrió con
su mirada toda la estancia, comprobando que no había nadie más en
ella. El escolta, entretanto, sin esperar respuesta alguna, había recorrido
el aseo anexo y la sala de reuniones, únicas piezas que comunicaban con
el despacho presidencial, y regresaba, con cara de perplejidad, sin haber
encontrado nada sospechoso.
Ha
sido una equivocación.dijo
el presidente He
oprimido
inadvertidamente el botón y, una vez usted aquí, he preferido ver cómo
se desenvolvía. Muchas gracias.
El policía se retiró. Y, apenas la puerta se cerró tras él, el
presidente vio, en el mismo lugar de antes, a su visitante misterioso.
Sintió verdadero pánico, pero no se atrevió a pulsar de nuevo el fatídico
botón, así que, haciendo de tripas corazón, preguntó de nuevo:
¿
Qué es lo que quiere?
Querer,
precisamente querer, no quiero nada. Simplemente, me
gustaría charlar un momento con usted; respondió
el visitante sin dejar
de sonreír no
debe temer nada, ya que no soy peligroso.
¿
Quién es usted?
Eso
no es importante.
¿
Entonces qué es lo importante?
Lo
importante es que usted se serene, me pierda el miedo y
podamos hablar tranquilamente un rato.
¿
Sobre qué quiere hablar?
Bueno,
sobre temas generales.
¿
Y para eso viene usted aquí, entrando en mi despacho no sé por
qué medios?
Realmente
era la única manera de que me recibiese.
¿
Pero sobre qué hemos de hablar?
Sobre
usted, por ejemplo.
¿
Sobre mí?
Sí.
Sobre usted. Y sobre lo que estaba pensando tras la salida del
ministro.
¿
Sabe usted lo que pensaba? preguntó,
incrédulo.
Sí.
Pensaba usted que con la decisión que habían tomado, es
decir, con la estrategia convenida, la oposición quedaría inerme para
atacarle.
Y
es verdad.
Sin
embargo, la cuestión no es ésa.
¿
Cuál es, entonces?
La
cuestión es: ¿eso es bueno?, ¿va a beneficiar al pueblo al que
gobierna, precisamente gracias a sus votos?, ¿es honesto para con ese
pueblo que ha confiado en usted pero también, en gran parte, ha
confiado en sus oponentes?
El presidente quedó un momento sin saber qué decir. Él sabía muy
bien que lo pactado con su ministro no era del todo honesto. Que habían
acordado hacer públicas determinadas noticias, no ciertas, para
desprestigiar a sus contrincantes políticos. Pero no estaba seguro de que
todo eso lo supiese su visitante, por más que resultara verdaderamente
misterioso y, aparentemente, conocedor de sus pensamientos. Por eso,
incrédulo, insistió:
¿
Y qué hay de malo en lo que he acordado con mi ministro?
Que
se propone usted calumniar y desprestigiar conscientemente
a sus contrincantes. Y eso no es bueno ni para ellos, ni para el país ni
para usted mismo.
¿
Y qué se supone que debo hacer?

Trabajar
honradamente por su pueblo. Para eso le hicieron
presidente, ¿no?
Sí,
claro respondió
pensativo el presidente. Pero, rehaciéndose
en un instante, contraatacó:
¿
Es que no estoy trabajando honradamente por mi pueblo?
No.
No lo está haciendo. Y usted lo sabe. Y yo también. Y
muchos más también, pero eso no es del caso. Ni usted ni ningún
gobernante del mundo están haciéndolo. Y, precisamente por eso, estoy
aquí.
Entonces
no soy el único…
No.

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