martes, 30 de julio de 2013

CÓMO SER HUMANO MEDITANDO.



CÓMO SER HUMANO MEDITANDO.
por Francisco-Manuel Nácher

El pensamiento, la facultad de razonar, es lo que distingue
esencialmente al hombre del animal. El animal nace, se alimenta, crece, se reproduce, percibe estímulos del mundo físico y, como consecuencia de ellos, siente, más o menos rudimentariamente, y actúa, en uno u otro sentido, para beneficiarse lo más posible, bien acudiendo a lo que le gusta, bien alejándose de lo que no. Pero no piensa, no reflexiona, no engendra ideas ni juicios ni éstos, por tanto, le impulsan a la acción de un modo racional.
Sabido esto, lo lógico es que nos demos cuenta de que, en tanto
pensemos, en tanto estemos utilizando esa característica humana que es razonar, es decir, crear ideas, relacionarlas y sacar conclusiones en base a una lógica y, tras ello, actuar a tenor de ese juicio o conclusión, estamos "ejerciendo de hombres" en el más exacto sentido del término.
Y, consecuentemente, es lógico también que, sabido que disponemos para manejarnos en este mundo, de un instrumento tan valioso y tan privativo de nuestra especie, tratemos de desarrollarlo todo lo que podamos, con el fin de ser "lo más humanos posible" o, lo que es lo mismo, "lo menos animales posible".
Decididos, pues, a pensar, tendremos que determinar la mejor manera de hacerlo.
Como el pensamiento es algo que no nos viene de fuera, del mundo
sensible, sino de dentro de nosotros mismos, y que no es detectable por los sentidos, para pensar conscientemente, es decir, sabiendo que pensamos, con el fin de estudiar el pensamiento y hacernos maestros en ese arte, es necesario que nos encontremos lo más libres posible de esos estímulos exteriores que nos llegan del mundo que nos rodea y que, recogidos conscientemente en nosotros mismos, pongamos en marcha el mecanismo correspondiente.
Para ello son precisas varias etapas:

Primera: RELAJACIÓN

Existen numerosos sistemas para explicar el mejor modo de relajarse, cosa que a muchas personas les resulta poco menos que imposible, con gran daño para su salud física y mental. En nuestra opinión, el más fácil es el siguiente:

Una mañana, al despertarnos, en ese momento en que nos
encontramos más en el mundo de los sueños que en éste, cuando aún no hemos hecho ningún movimiento físico, cuando estamos dudando entre despertarnos definitivamente y comenzar nuestra jornada, o seguir unos minutos más en ese estado de beatitud en el que parece que no tengamos cuerpo y los sonidos exteriores nos llegan mitigados o sin trascendencia o no nos llegan en absoluto, acordémonos de fijarnos en qué estado se encuentran nuestros músculos, los de todo el cuerpo. Sin despertarnos, es
decir, continuando en plena "modorra", repasemos, uno a uno, nuestros miembros: Las manos, los brazos, los pies, las piernas, el tronco, el cuello, la cara...todo, y démonos cuenta de que ninguno de nuestros órganos está realizando esfuerzo alguno pero, sin embargo, podemos pensar con toda lucidez si nos lo proponemos... Nuestra mente, por su parte, se encuentra también en un estado especial. Tan especial que cualquier ruído fuera de lo
normal, nos produce en el cerebro como una sacudida, un "romperse algo", un "salir de algo", a veces hasta doloroso y que, si ha sido muy violento, no se va hasta que nos dormimos la próxima vez. Ése es, precisamente, el estado que deberemos buscar cuando, en el futuro, deseemos relajarnos. Si repetimos este sencillo ejercicio de observación durante dos o tres días al despertarnos, nuestra memoria muscular nos capacitará para, luego,
durante la jornada, cuando pretendamos la relajación, alcanzarla fácilmente con sólo recordar y reproducir ese estado de abandono de todos nuestros órganos. Una vez "memorizado" ese estado, es facilísimo volver a él y, cuanto más lo practiquemos, más fácil nos resultará.
Dominado el sistema para relajarnos, deberemos tratar de mantener,
durante el estado de vigilia, totalmente relajada, aquella parte de nuestro cuerpo que no haya de actuar en ese momento. Por ejemplo, si estamos sentados, podemos mantener las piernas y pies completamente relajados, lo cual favorece la salud, elimina tensiones innecesarias y prepara los músculos y órganos para actuar debidamente cuando su trabajo sea requerido. Esto deberá ir extendiéndose a todas las partes del cuerpo. De este modo tan sencillo, habremos eliminado una gran parte del cansancio
que nos abruma muchas veces, avanzada la jornada, y habremos hecho casi imposible el nerviosismo, el stress y sus consecuencias más o menos directas, como las dolencias cardíacas, intestinales, etc.

Segunda: SOLEDAD

Una vez lograda la relajación a voluntad, deberemos elegir unos
minutos cada día para aprovechar su mejor ventaja: Pensar.
Mientras permanecemos relajados, como hemos dicho y como todos sabemos, los estímulos exteriores, ruidos, luz, olores, sensaciones táctiles, etc. no nos llegan o lo hacen muy tenuemente. Es la ocasión para zambullirnos en nosotros mismos, en nuestro interior y, antes que nada, darnos cuenta conscientemente de que podemos pensar con toda claridad mientras nuestro cuerpo "yace", simplemente existe, está ahí sin decir nada. Es una sensación maravillosa que jamás se olvida, el comprobar que, sin cuerpo, es decir, sin contar con él, sin moverlo, sin recibir sus mensajes
ni reaccionar con él a ellos, somos los mismos de siempre, incluso más despiertos, más agudos, más inteligentes, más concentrados, más analíticos, más profundos, más...humanos, porque nuestro pensamiento, libre del cuerpo, puede funcionar a su gusto, es decir, a nuestro gusto.
Es ése un momento crucial en nuestro camino hacia la
"humanización". Por un momento, somos perfectamente conscientes de que estamos solos con nosotros mismos; por un instante comprobamos la posibilidad de nuestra existencia al margen de lo material y experimentamos lo que significa tener conciencia de sí mismo frente al mundo y a los demás. Nos situamos frente a nosotros mismos y, sin embargo, ese encuentro y esa soledad no nos asustan.
Si nos habituamos a dedicar cada día unos minutos a este ejercicio,
pronto nos sentiremos más seguros de nosotros mismos, nos enfrentaremos a los problemas con más resolución, perderemos el miedo a la vida y, allá en el fondo de nuestro corazón, empezaremos a adquirir la prueba y la certeza de que somos inmortales, de que sin cuerpo somos los mismos, de
que, por tanto, nada debe amedrentarnos, y de que acabamos de descubrir un mundo que nos invita a que lo exploremos porque es un mundo sugestivo, atractivo, vital, encantado y es sólo y todo nuestro y está a nuestra disposición siempre que lo deseemos...

Tercera: CONCENTRACIÓN

El tercer paso, una vez dominadas la Relajación y la Soledad, nos
conduce a la Concentración.
La concentración no es más que el hecho de, en estado de relajación, cuando nos sentimos libres del cuerpo y del mundo y de los demás, traer a la mente una imagen cualquiera y mantener el pensamiento fijo en ella tanto tiempo como podamos.
El tema objeto de la concentración no es relevante. Puede serlo un
lápiz, una vaca o una flor y, en un período más avanzado, una cualidad (por ejemplo, la blancura), una virtud (por ejemplo, la paciencia), o un sentimiento (por ejemplo, el amor).
Lo que, en todo caso, hay que procurar - y conseguir - es que nuestro pensamiento no se desvíe, no se salga del objeto estudiado.
No es aconsejable, por sus efectos negativos sobre nosotros mismos, tomar como tema de concentración vicios, defectos, errores, etc.
Antes de seguir, es preciso hacer una aclaración fundamental y es
ésta: Aunque todos tendemos a creer que nuestro pensamiento es nuestro propio yo, hemos de convencernos de que no es así. Más adelante nos convenceremos por nosotros mismos pero, en este momento, es conveniente aceptar esta verdad como tal verdad: Que el pensamiento, la mente, la facultad de razonar es tan sólo un utensilio que poseemos, lo mismo que tenemos las manos o los pies o las orejas o los ojos. Cada uno tiene su utilidad y su finalidad; pero nuestro pensamiento es sólo un instrumento que podemos y debemos aprender a manejar, igual que hemos aprendido a manejar los otros. Y, como ellos, lo usamos cuando queremos y no lo usamos cuando no queremos.
Cuando somos niños e intentamos andar, nuestro paso es vacilante,
caemos con frecuencia, tropezamos, incluso nos lastimamos; pero, al final, con el tiempo y con la práctica, logramos andar de un modo aceptable, bien que unos lo logran más que otros y hay quien llega a atleta y a bailarín, y quien se queda en un dominio discreto de sus miembros. Y, curiosamente, ninguno recuerda de adulto todos los golpes, testarazos y magulladuras que ese aprendizaje para el manejo de sus miembros le costó.
Otro tanto ocurre con la vista (el recién nacido pretende, desde la
cuna, alcanzar con las manos el rostro de su madre porque no calcula aún las distancias), del lenguaje ( ¡cuántos errores, cuántos ceceos, cuántas correcciones de nuestros mayores hasta lograr hablar aceptablemente!), de la escritura (¡cuántos garabatos, cuántas lineas torcidas, cuántos cuadernos, cuántos esfuerzos hasta lograr escribir decentemente!)...
Y siempre el mismo fenómeno: Cuando ya sabemos manejar nuestro instrumento, todos los esfuerzos realizados para llegar a ello se nos han olvidado...pero poseemos el dominio de la nueva facultad. Es el precio que hay que pagar por aprender, porque en la naturaleza no hay nada, nada, gratis. Y, el que desea una facultad, un don o una habilidad, ha de pagar necesariamente su precio porque nadie, absolutamente nadie, puede adquirirla en su lugar, por muchos esfuerzos que realice, por mucho que pague o por mucho que lo desee.
Como mantener la atención en un objeto o motivo de los antes
descritos no resulta nada fácil al principio, ya que nuestra mente, nuestra "máquina de pensar", es inquieta e inestable por naturaleza y le gusta ir de un objeto a otro, es aconsejable seguir en nuestro ejercicio una especie de guión que podemos aplicar prácticamente a todos los objetos de nuestro estudio (el lápiz, la vaca, la flor o cualquier otro) y que podría, más o menos, ser del siguiente tenor:

- qué es
- de qué es
- cómo es
- para qué sirve
- clases
- historia
- experiencias propias

Suponiendo que hayamos escogido el lápiz como objeto de
concentración, empezaremos preguntándonos: “¿qué es un lápiz?” y, a continuación trataremos de encontrar la mejor definición que podamos de un lápiz, bien entendido que una definición debe comprender todos los elementos esenciales de la cosa definida y ninguno accesorio. Una vez obtenida una definición satisfactoria, nos preguntaremos: “¿de qué es?” y empezaremos a enumerar todas las materias con las que se puede construir un lápiz. Luego seguiremos con la pregunta “¿cómo es?”, y así sucesivamente, hasta completar la lista, en la que “historia” quiere decir la
del objeto de estudio y “experiencias propias” se refiere a las vivencias que recordemos como más interesantes en relación con el objeto de concentración, o sea, del lápiz o los lápices en general. Y recordaremos, quizás, un lápiz de nuestra infancia o el de un conocido o el o los que nos hayan llamado la atención.
Si, durante el ejercicio, la mente se nos va a otro tema deberemos,
inmediatamente, hacerla volver al que nos interesa. Y obligarla, siempre y cada vez, a que piense lo que nosotros queremos.
Nos asombrará la cantidad de cosas que sabíamos sobre nuestro
objeto y que, debidamente ordenadas en nuestra memoria por el ejercicio que antecede, quedarán en ella de modo fácilmente accesible.
Este ejercicio de concentración ha de practicarse diariamente, bien
entendido que para practicarlo deberemos estar relajados. De otro modo, la concentración resultará imposible. Y bien entendido también que, si dejamos de practicar un día, habremos perdido el esfuerzo de muchos. La mente se ha de acostumbrar a ser dominada y a aceptar que tiene un dueño.

Cuarta: MEDITACIÓN.

Es el paso siguiente. Consiste sencillamente en, dominado que ha
sido el anterior ejercicio y capaces ya de conseguir que nuestra mente se fije en lo que queramos y se mantenga allí, elegir un motivo y, manteniendo el dominio sobre nuestro instrumento, sin dejar las riendas de nuestra mente, hacerla incidir sobre el tema, y dejar que ella, libremente, nos vaya mostrando el por qué, el cómo y el para qué, y relaciones ideas y juicios, y extraiga conclusiones, y pondere, y distinga lo importante de lo accesorio, y deduzca las leyes, los procesos, los devenires, las sendas por las que discurre la realidad, externa e interna...en una palabra, piensa, pero piense con todo lo que el término supone, siendo nosotros los observadores
silenciosos de nuestro pensamiento pero, eso sí, evitando que la mente, siguiendo su natural inclinación, se traslade de Herodes a Pilatos, sin ton ni son, echando a perder todo el posible fruto de nuestro ejercicio.
Para consuelo del lector diremos que, evitando los pensamientos
ajenos y tratando, por tanto, de descubrir nuestras propias verdades, ese dominio de la mente es posible; y se puede llegar a obtener tal grado de concentración que se nos borre todo vestigio de todo lo que no sea el objeto de estudio o meditación; y que eso lo han conseguido y lo están consiguiendo diariamente millones de personas. Es sólo cuestión de ponerse a la tarea, porque es una actividad tan gratificante que ella misma nos pide más y más, y la propia satisfacción es tanta, que el aprendizaje, una vez pasados los primeros días, es rápido y fructífero.
Es conveniente, sin embargo, llegados a este punto, distinguir entre
"pensar" o "discurrir" y "meditar". Lo primero lo solemos hacer
plenamente conscientes y durante el estado de vigilia, que es en el que nos encontramos desde que nos despertamos hasta que nos volvemos a dormir.
En él nuestra conciencia está en el mundo físico.
Una vez adquirida la facultad de dirigir nuestro pensamiento a
voluntad, de fijarlo sobre el tema que deseemos y de concentrar nuestra mente sobre él, no habrá obstáculo que se nos resista porque la mente, bien dirigida, bien gobernada, puede resolver cualquier problema. Hemos de adquirir el hábito de decirle interiormente algo así como "hala, vamos" y que eso signifique - y que ella lo sepa - que no va a poderse zafar de nuestra orden y que va a tener que trabajar como y hasta cuando nosotros
queramos. Llegados a ese punto, resulta ya fácil la meditación.
En la meditación, sin embargo, no actuamos conscientemente o,
mejor dicho, no debemos actuar conscientemente. Debemos, una vez planteado el tema, y sin salir de la relajación profunda, dejar poco a poco que se relaje también la mente y que sea el espíritu, nuestro verdadero yo, el Yo Superior el que actúe. Él conoce todo lo que la conciencia de vigilia no sabe, todo lo que ignora. Él puede imaginar, puede visualizar lo que desee, puede viajar adonde quiera, puede sanar, puede hacer milagros, puede crear. Sí, porque la mente, en ese estado subconsciente, es creadora y sus mandatos son obedecidos por la naturaleza. Todos los grandes pensadores, inventores, artistas, etc. han logrado sus creaciones inmortales
en ese estado subconsciente que unos llaman inspiración, otros genio y otros estado exaltado de la conciencia, y que no es otra cosa que el ejercicio de nuestro poder creador.
Y entonces, ¿qué podría decirse para dar una idea de lo maravillosa,
lo potente, lo gratificante, lo edificante, lo positiva, lo evolucionante, lo asombrosa que resulta la meditación? La persona que medita se distingue fácilmente de la que no lo hace, porque su juicio es más certero, sus ideas más claras, conoce el por qué de lo que hace y dice, argumenta con claridad y sus palabras son firmes, convincentes, rotundas, aureoladas de autoridad...Por todos conceptos, pues, vale la pena intentarlo y,
haciéndolo, ser más "humanos".

* * *

CÓMO AYUDAR AL MUNDO


CÓMO AYUDAR AL MUNDO
por Francisco-Manuel Nácher

¿Qué pueden hacer un tetrapléjico, un paralítico, un tullido en su silla de ruedas, o un ciego, o cualquiera de nosotros, aunque creamos que nada podemos, que ninguna influencia nos avala, ni ninguna autoridad nos compaña, para mejorar el mundo?
Todos, menos los disminuídos mentales (que lo son como
consecuencia del mal uso, en vidas anteriores, del poder creador), podemos hacer lo mismo, porque todos disponemos de una mente, todos somos igualmente seres creadores, y esa capacidad de creación no tiene más límites que nuestra imaginación, nuestra concentración y nuestra voluntad.
Simplemente, con el pensamiento, sin hablar, sin escribir, sin aparecer en público, desde nuestro retiro, desde la cárcel, desde la celda monacal, desde la silla de ruedas , desde el lecho, desde el puesto de trabajo o desde la isla de Robinson Crusoe, podemos modificar el mundo para bien o para mal.
Todo pensamiento produce, indefectiblemente, un efecto. Todo
pensamiento tiende a realizarse, a envolverse en materia de deseos y en materia física convirtiéndose en algo real en este mundo. Porque el poder del pensamiento es superior al de la exhortación y al del ejemplo. Podemos influenciar a los gobernantes, a los amigos, a los parientes, a los jefes, a los subordinados, a todos, en el sentido en que lo deseemos. Y ello sin que los interesados se percaten. ¿Por qué? Porque los pensamientos, las formas mentales, como hemos dicho, son cosas reales que poseen una vibración determinada que les es propia. Cada hombre puede emitir pensamientos con la vibración que desee y dirigirlos adonde quiera; y esos pensamientos
llegarán a su destinatario que, en cuanto se ponga una vez a vibrar en el mismo tono que nuestro pensamiento, lo atraerá a su aura, a su campo magnético, y lo aceptará creyendo que es obra suya, sin sospechar que no es así. Más del noventa por ciento de los pensamientos de cada uno de nosotros, que creemos nuestros, no lo son. Sólo los hombres con mente muy entrenada y desarrollada actúan con pensamientos propios. Incluso la mayor parte de los descubrimientos, inventos, ideas originales, obras literarias, etc. han sido, casi siempre, sugeridas por otras personas, vivientes o desencarnadas, interesadas en el tema.
Los pensamientos, como hemos dicho, son cosas reales, más reales
que cuanto nos rodea en el mundo físico; porque todo cuanto en éste existe, todo sin excepción, incluídos nosotros mismos, no somos más que la materialización, en este plano, de un pensamiento previo. Es imposible hacer o crear algo sin pensarlo antes y ese "pensarlo" supone imaginarlo, concentrar el poder mental en ello y desearlo. Luego, todo lo que existe, necesariamente, ha sido imaginado y deseado antes por alguien, bien un hombre, bien un ser superior.
Los pensamientos, pues, como cosas reales que son, no desaparecen, sino que perviven en el Mundo del Pensamiento, casi siempre entrelazados con formas del Mundo del Deseo, que contienen alguna emoción.
Los aledaños de las carreteras, autopistas, autovías y calles con
mucho tráfico están llenas (a nivel mental y emocional) de pensamientos y sentimientos negativos de odio, de envidia, de presunción, de orgullo, de prisa, de desprecio, de resentimiento, de frustración, de miedo, etc., continuamente creadas y abandonadas allí, inconscientemente, por los conductores. Y ¿qué ocurre con ellas? Pues que, cuando un ciudadano honesto, serio, educado, respetuoso con el prójimo, buen esposo, buen padre, buen vecino, sube a su coche y comienza a circular, apenas tiene el
menor contratiempo, su mente empieza a vibrar de un modo determinado y, con gran sorpresa de todos, incluso de él mismo, se encuentra de repente crispado, insultando a los demás conductores, "picándose" cuando le adelantan, respondiendo a supuestas ofensas, etc. ¿Qué ha sucedido? Lo lógico: Se puso a vibrar negativamente y atrajo todo lo afín a esa vibración. Y, claro, eso no es más que el principio para acabar siendo víctima de un accidente o, lo que es peor, provocándolo a otros.
¿Solución?. Muy sencilla: Subir al coche con una disposición
positiva, disculpando a los demás, siendo conscientes de que todos
cometemos errores y nadie es perfecto, cediendo el paso, sonriendo, amando a todos y tratando de comprenderlos. Eso produce dos efectos, no por imprevisibles menos reales: Que el conducir pasa, de ser un tormento agotador, fuente de disputas y desgracias, a ser un placer; y que vamos sembrando nuestro recorrido de pensamientos positivos que, o serán captados por alguien que vibre así o anularán pensamientos negativos
equivalentes pero opuestos.
La efectividad de nuestros pensamientos dependerá, como queda
dicho, por una parte, de la intensidad de nuestro deseo, de la concentración mental y de nuestra imaginación; y, por otra, de la receptividad del destinatario. Pero, incluso aunque éste no esté receptivo por no vibrar con la frecuencia de nuestro pensamiento, influenciará a alguien que vibre así.
Si es un pensamiento positivo y no encuentra destinatario, volverá a
nosotros y nos enriquecerá y nos hará mejores e incrementará nuestra tendencia a emitir pensamientos de esa vibración; pero si es negativo, perjudicará y hará peor a quien sintonice con él y, si no lo encuentra, volverá a nosotros para hacernos sentir en nuestro propio ser lo destructivo de su contenido y hacernos peores de lo que éramos al emitirlo.
En cuanto a nuestra propia existencia diaria, hay otro aspecto muy
importante, con relación a los pensamientos, que conviene tener presente:
Cuando emitimos habitualmente pensamientos negativos, vibramos, como es lógico, negativamente. Y ello nos hace atraer a nuestra aura o campo vibratorio los pensamientos negativos ajenos que en nuestro entorno pululan, los cuales, como es lógico, también alimentan nuestra negatividad (ya que los aceptaremos pensando que son propios), con lo cual emitiremos más pensamientos de tal carácter; y el proceso seguirá autoalimentándose y haciéndonos cada vez más negativos y, por tanto, más desgraciados; lo veremos todo negro y, lo que es peor, cargaremos con el karma que todos esos pensamientos produzcan y, consecuentemente, retrocederemos en nuestra evolución.
En cambio, si habitualmente emitimos pensamientos positivos, aparte de que producimos efectos del mismo carácter, atraemos a otros ajenos pero del mismo tipo, con lo cual se produce el mismo proceso de antes, pero en positivo, es decir, la vida nos parecerá cada vez más maravillosa, la gente más agradable, etc. y nuestra evolución dará un importante paso adelante.
Piénsese ahora en la tremenda responsabilidad en que incurren los
gobernantes, políticos, medios de comunicación, escritores, etc. que lanzan al espacio pensamientos negativos (de odio, de crítica negativa, de desprestigio, de desconfianza, de falta de comprensión o de colaboración, de exclusión, de descalificación, de desprecio, de violencia, de sexualidad, etc.) que tienen acceso, prácticamente, a todas las mentes de todos los ciudadanos. Así se ve con qué facilidad y con qué rapidez y con qué inconsciencia (y también con qué consecuencias para todos) se puede hacer que un país piense que va mal, que es incapaz de progresar, que sus gobernantes le engañan o son ineptos o corruptos, o que está al borde del colapso; o piense que es un país maravilloso, capaz de todo y con un futuro brillante. No nos quejemos, pues, de que el mundo vaya mal.
Recordemos la afirmación de Cristo: “como un hombre piensa en su corazón, así es él”.El mundo, pues, va como van nuestros pensamientos.
Ni más ni menos. Ya que el pensamiento precede siempre a la acción, a la realidad. Si queremos que vaya bien, pues, en nuestra mano está. No tenemos más que lanzar, siempre que tengamos ocasión, pensamientos de ilusión, de optimismo, de amor, de comprensión, de tolerancia, de respeto, de paz y de armonía. Sobre todo los dirigentes, los periodistas y quienes
tienen más posibilidades de que sus pensamientos lleguen al público de modo masivo.
Piénsese que, como dice un antiguo proverbio ocultista "los molinos
de Dios muelen muy lento, pero muy fino". Es decir, que nada, ni un ápice de cuanto hagamos, pensemos o digamos o, como en este caso, seamos culpables de que otros hagan, piensen o digan, dejará de recaer sobre nosotros mismos, como lógica reacción a la acción que nuestra actuación pone en marcha. ¡Qué distinto sería el mundo si todos conocieran estas verdades, tan claras, y que han estado rigiendo desde siempre!

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CÓMO ACTUAMOS EN EL MUNDO FÍSICO


CÓMO ACTUAMOS EN EL MUNDO FÍSICO
por Francisco-Manuel Nácher

Generalmente, no nos planteamos nunca de qué modo actuamos en
el Mundo Físico, qué mecanismos empleamos para manejar la materia.
Tenemos la seguridad de que somos nosotros los que hacemos las cosas.
Pero no es así.
Pensemos un poco: Imaginemos que deseo escribir sobre este tema.
Bien. Habrá empezado la cosa siendo una leve idea en la Región del
Pensamiento Abstracto del Mundo del Pensamiento, donde mi Espíritu Humano, mi Yo Superior, habrá pensado en esa posibilidad de escribir y, mediante un acto de voluntad, habrá dado la orden de ejecutarla. Esa idea habrá descendido, obediente, a la Región del Pensamiento Concreto, donde se habrá revestido de materia mental y se habrá convertido así en un pensamiento-forma. Luego, la misma fuerza del acto volitivo inicial la habrá conducido al Mundo del Deseo, donde se habrá convertido en una forma de deseo, al envolverse en materia astral o de deseos. Esa forma de deseo habrá parecido atrayente a mi Personalidad, por lo que habrá sido empujada hacia su realización. Y habrá descendido a mi cuerpo etérico el cual, en base a la memoria almacenada en su éter reflector, habrá evocado los conocimientos que pose sobre el tema, así como los movimientos que mi mano tendrá que
hacer para tomar el bolígrafo y escribir. Y luego irá dando al cerebro físico las órdenes oportunas para que el cuerpo físico lleve a cabo lo pensado y deseado por mi Yo Superior y mi Personalidad.
Todo eso parece muy claro y comprensible. Pero, vamos a
profundizar un poco y, para ello, hagámonos algunas preguntas y
tratemos de respondérnoslas, apoyados en la Ley de Analogía, llave
maestra del mundo oculto y, según la cual, “como es arriba, así es
abajo; y, como es abajo, así es arriba.”
Empecemos, pues:
¿Cómo mi idea inicial de escribir sobre este tema, concebida por
mi Yo Superior en la región del Pensamiento Abstracto del Mundo del Pensamiento ha pasado a la Región del Pensamiento Concreto? Yo soy espíritu puro. No tengo allí manos ni pies. No puedo, por tanto, empujar mi idea hacia “abajo”, bien entendido que la palabra “abajo”, aquí, significa hacia la realización, hacia la materialización, hacia la densificación, hacia la manifestación en un mundo de materia más densa. ¿Cómo, pues, se ha producido ese descenso?
No he sido yo, no ha sido mi Espíritu, por tanto, “personalmente”,
el que ha transportado la idea inicial de una Región a otra del Mundo del Pensamiento. ¿Quién o qué la ha hecho, entonces, descender?
Habrá sido nuestra fuerza de voluntad la que habrá ordenado a las
miríadas de elementales mentales constructores, que lleven a cabo el trabajo de “traducción” o de “densificación” o de “conversión” o, mejor, de “sustanciación” de la materia mental abstracta en materia mental concreta.
Ya tenemos la forma mental o pensamiento-forma en la Región del
Pensamiento Concreto. ¿Y qué ha sucedido luego con ella? Pues que se ha repetido el proceso - como es arriba, así es abajo - y la fuerza de voluntad, facultad exclusiva del Espíritu y nota clave del Espíritu Divino, habrá seguido empujando esa creación mental hacia “abajo”.
¿Y qué habrá sucedido luego? Que la voluntad habrá seguido
empujando y aquella forma mental y, por obra de los elementales
constructores, se habrá densificado de tal modo que habrá pasado a
materializarse como un deseo, al ser revestido el pensamiento-forma de materia de deseos. Aquí habremos decidido si esa forma mental, ese propósito, ese proyecto de actuación nos gusta o no, nos apetece o no, nos satisface o no. Si no la aceptamos, se detendrá ahí y será archivada para otra posible ocasión futura, en la memoria consciente. Y si nos gusta y, consecuentemente, la deseamos, seguirá su recorrido hacia la realización.
¿Y quién hará todo eso? Naturalmente, los elementales
constructores del Mundo del Deseo.
Habremos llegado, pues, a tener una forma de deseo, una forma
mental transformada en materia de deseos. ¿Y qué pasó después? Lo mismo. Siempre lo mismo: que la fuerza de voluntad, reforzada ya por el deseo, la siguió empujando hacia abajo, hacia la realización, hacia la materialización. Y esa orden la habrán hecho propia los elementales constructores, que habrán densificado su sustancia, que la habrán materializado hasta traducirla o, mejor, convertirla, en materia etérica.
Al llegar al plano etérico, miríadas de elementales constructores,
habrán hecho el trabajo. Y habrá sido mi propia voluntad, reforzada una vez más por el deseo, la que habrá transmitido al cerebro físico, el contenido de la idea inicial con las necesarias órdenes de evocación de material de la memoria y su ordenación, y la realización de los oportunos movimientos musculares.
El Yo Superior es, pues, mi verdadero Yo, pero sólo es consciente
en su mundo. Y la Personalidad es el “yo” que hemos ido desarrollando a lo largo de la evolución y que está centrado en el Mundo Físico.
Somos la oleada de vida que está tratando de adquirir la maestría en el manejo de la materia física, ya que hemos alcanzado el estadio humano en el Período Terrestre, cuando la Tierra está formada de materia física.
Y tenemos centrada nuestra conciencia en el Mundo Físico. O, mejor dicho, en la Región Química del Mundo Físico, formada por los sólidos, los líquidos y los gases. ¿Y qué hemos hecho? ¿Qué ha hecho nuestra Personalidad? Comandar a los elementales constructores del mundo físico y a los obreros a nuestras órdenes, las células de nuestro cuerpo, que realicen esa labor. Y han sido esas células - desde las neuronas cerebrales hasta las epiteliales que sostienen el bolígrafo directamente, pasando por las nerviosas, las musculares, las linfáticas, las glandulares, las sanguíneas, las óseas, etc., las que han llevado a cabo el trabajo obedeciendo nuestras órdenes.
Nosotros decimos: He escrito esto. Pero, la realidad es que eso no
es cierto: nuestro Yo Superior lo ha concebido y nuestro yo inferior lo ha ordenado y, desde la idea hasta el resultado final, se ha llevado a cabo una colaboración maravillosa entre nuestro Yo Superior e inferior y una legión interminable de elementales constructores - que lo constituyen todo, lo transforman todo, lo llenan todo de la vida de Dios - los que han
hecho posible el milagro de plasmar mis ideas en el papel, a disposición de quien quiera leerlas y, mediante el proceso inverso, comprenderlas y asimilar su contenido.
El tener claro todo esto nos proporciona varias ventajas.
1ª.- Darnos cuenta del inextricable entramado de seres y de vidas
que constituye la Creación
2ª.- Poder admirarnos de la maravilla que supone la inmensidad de
la mente divina, capaz de concebir todo esto, relativo a cada criatura que en ella “vive, se mueve y tiene su ser.”
3ª.- Percatarnos de lo cerca que estamos de los Señores de la
Mente, de los Arcángeles y de los Ángeles, habitantes, respectivamente, de los planos mental, de deseos y etérico (que trabajan en nosotros continuamente, como nosotros incidimos, aún sin quererlo, cada vez que pensamos, hablamos o actuamos, en la vida de los humanos, los animales, las plantas o los minerales), y de los elementales de todo tipo ya que , sin ellos, seríamos incapaces de hacer nada en el Mundo Físico.
4ª.- Reconocer que nuestro cuerpo, que empezó siento tan sólo una
célula, gracias a la labor de las Jerarquías Creadoras citadas - más las ocho restantes, con las que no mantenemos contacto consciente o próximo - ha llegado a ser lo que actualmente es.
5ª.- Recordar que nuestras células, formadas también por los
elementales constructores, están empezando su evolución, ayudadas por nosotros, que les proporcionamos alimento (que asimilan gracias a la labor de los citados y ubicuos elementales constructores), cohesión (al compenetrarlas con nuestra propia vibración) y posibilidades de evolución, teniendo en cuenta que son vidas, espíritus virginales, al principio de un camino del que nosotros hemos recorrido ya un largo trecho, pero que están a nuestro cargo. Y respondemos de ellas. Y las necesitamos para vivir en este mundo. No olvidemos que todo, absolutamente todo lo que comemos y bebemos, no es para nosotros, aunque así lo creamos, sino para ellas.
6ª.- Comprender la necesidad de abrir y reforzar la comunicación
entre nuestros yoes Superior y el inferior, y evolucionar más deprisa al recibir nuestra conciencia directamente las instrucciones “de arriba”, mediante la intuición que, como medio de conocimiento, está destinada a sustituir al razonamiento, como éste sustituyó al instinto.
7ª.- Tener claro que, cuando decimos. “yo he hecho esto o aquello”
no decimos verdad. Porque, de todo lo que hacemos conscientemente, nada, absolutamente nada, lo hacemos nosotros. Nosotros sólo creamos, tenemos ideas y voluntad. Con ello recordamos aquella afirmación de Aristóteles de que “el trabajo es cosa de esclavos” y de que “el hombre libre debe dedicarse a crear”. A lo que añadió que la esclavitud sólo desaparecería cuando los esclavos fueran sustituidos por las máquinas. Y
en ello estamos. Pero siempre habrá unos elementales constructores cuya vida consistirá en hacer el trabajo para que otros se eleven e, incluso, se atribuyan el mérito.
8ª.- Comprender que, aunque, a primeras vista, nos resulte difícil
aceptar que los Ángeles y demás Jerarquías manejan energías, como los Iniciados, sin embargo, es lo que hacemos nosotros para hacer cualquier cosa, desde pensar a sentir, emocionarnos, desear, o hacer con las manos cualquier cosa.
9ª.- Admitir la exactitud de la afirmación oculta de que “la energía
sigue al pensamiento”, ya que todo lo escrito arriba no hace sino
corroborarlo.
Visto lo anterior, estoy seguro de que ha aumentado nuestra
admiración por la grandeza de Dios, nuestro respeto y agradecimiento a las Jerarquías Creadoras y su trabajo, nuestra comprensión de la hermandad de todos y de todo, nuestro amor por las células que forman nuestro cuerpo y nuestra decisión de esforzarnos por mantener la salud de éste el mayor tiempo posible.

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