jueves, 14 de abril de 2016

¿Qué es el hombre?


¿QUÉ ES EL HOMBRE? 
por Francisco-Manuel Nácher 

       El hombre es un espíritu metido en un cuerpo físico, en un mundo físico. Ese espíritu ha de mover y ha de hacer vivir ese cuerpo sin conocer el mundo en que éste vive y se mueve. 
     Para conocerlo, abre en ese cuerpo una serie de ventanas para poder estudiarlo y conocerlo a su través y, a ser posible, dominarlo. 
         Esas ventanas son los cinco sentidos, que no son los mejores posibles. Pero son los que cada uno hemos desarrollado y poseemos y utilizamos en distinto grado. 
Los sentidos, pues, son los únicos medios que el espíritu tiene para conocer el mundo y a los otros hombres. Pero los sentidos, todos ellos, sólo reciben vibraciones. Nada más que vibraciones. Y el espíritu, a base de práctica, va interpretando esas vibraciones y va formándose una idea del mundo en el que vive. Esa idea del mundo circundante que cada uno se ha forjado es para él "el mundo". Y nadie puede saber cómo es su mundo, el mundo que él percibe, el mundo en el que él vive. Porque cada hombre ha tenido que crear su propio mundo a base de la propia práctica, es decir, a base de experiencia, o sea, de muchas vidas. Y ese mundo es sólo suyo. Existen, pues, tantos mundos como hombres hay, y, en realidad, no existe ningún mundo material puesto que, en el origen del mundo que cada uno hemos creado, no hay más que vibraciones y las vibraciones no son nada real, nada existente, nada permanente. 

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martes, 12 de abril de 2016

Qué bien, que ...


QUÉ BIEN, QUE… 
por Francisco-Manuel Nácher 

    Siempre me ha parecido sugestiva la recomendación reiterada por Max Heindel de ver el lado bueno de las cosas, de descubrir lo bueno y lo bello y lo agradable y lo amable y lo positivo en todo y en todos. 
       Una voz interior me ha dicho siempre que ese era el secreto de la felicidad. Porque, si sólo vemos lo positivo en cuanto nos rodea y nos sucede, ¿cuándo vamos a tener ocasión ni motivo para sentirnos desgraciados? 
       Pero, cuantas veces lo he intentado, la decisión de buscar lo positivo, y sólo lo positivo, pronto se ha debilitado en medio de lo que llamamos “los avatares de la vida”, y me he visto sumido en la perplejidad anterior, de saber que algo es bueno y querer alcanzarlo y, sin embargo, sentirme incapaz de ello. Situación ésta que, frecuentemente me ha conducido a la justificación empleada por la zorra de la fábula frente a las uvas en sazón y apetitosas, pero inalcanzables: “No las quiero comer; no están maduras.” 
    No era exactamente un no querer esas uvas tentadoras, sino un sentimiento, ahora comprendo que una excusa, que me hacía convencerme de que mi evolución, mi fuerza moral, no había alcanzado aún esa posibilidad de ver sólo lo bello y lo bueno en cuanto entrara en contacto conmigo. 
       No obstante esa forzada resignación, en mi interior, mi subconsciente seguía buscando la fórmula apropiada para hacer fácil y accesible lo aparentemente imposible. Porque, de eso sí que estaba seguro: Si Max Heindel lo aconsejaba, era porque que existía un medio, relativamente fácil, de conseguirlo. 
     Y creo haber dado con él. Y os lo quiero brindar porque, aunque os asombrará por su simplicidad, es efectivo y sirve para cualquier situación, circunstancia, persona, sentimiento y suceso… incluso, cada vez que fallamos y caemos y damos un paso atrás. Cosiste, simplemente, en una especie de juego. Un juego que podríamos llamar el Juego del “qué bien, que…
     ” Porque, como veréis a continuación, podemos estar jugando a él durante todo el día, adquiriendo fácilmente el hábito de emplearlo con gran beneficio y ampliación de conciencia, viendo lo maravillosa que es toda la Creación, permaneciendo en una elevada vibración que tiende, cada día a incrementarse, gracias a la gratitud, la luz, la comprensión y el propósito de seguir el Sendero que nos embargan. Es un juego que, sin duda ninguna, crea adicción. Pero una adicción positiva, que nos hace mejores. 
       Fijaos cómo es aplicable a todo en los ejemplos siguientes en que empleo, precisamente, los pares opuestos.:
      - Qué bien, que tengo trabajo y puedo desarrollar mis ilusiones.
    - Qué bien, que no tengo trabajo, y ello me hace desearlo y valorarlo y esforzarme por conseguirlo y tener claro que, cuando lo tenga, no lo despreciaré sino que lo consideraré un bien muy preciado.
     - Qué bien, que esta persona coincide conmigo, porque ello hace que nos encontremos a gusto juntos y compartamos muchas cosas. 
   - Qué bien, que esta persona es opuesta a mí, porque me hace reflexionar sobre mis posibles errores, sobre todo el abanico de puntos de vista posibles, y sobre la obligación que tengo de escuchar las opiniones de los demás, reflexionarlas y prestarles la atención que deseo presten a las mías. 
  - Qué bien, que estoy sano y puedo vivir mi vida sin dolores ni limitaciones físicas ni psíquicas. 
   - Qué bien, que estoy enfermo y ello me hace buscar las causas de mi enfermedad y recordar que el karma que pago ya no lo debo, y acordarme de poner en funcionamiento causas positivas para recibir en su día efectos positivos.
    - Qué bien que tengo dinero y puedo vivir con desahogo y ayudar a los que están peor que yo. 
   - Qué bien, que no tengo dinero y ello me hace valorarlo y me hará no volverlo a malgastar cuando lo tenga, y reflexionar sobre el karma y la necesidad del esfuerzo y la fe.
  - Qué bien, que he estudiado, soy aceptablemente culto y puedo disfrutar de esos conocimientos y de unas lecturas y materias que, de otro modo, me estarían vedados. 
    - Qué bien, que no he estudiado y ello me hace ver lo interesante y hasta lo necesario que resulta, y me hace buscar la 2 manera de adquirir algún conocimiento que no tengo y, así, evolucionar más deprisa. 
    - Qué bien, que he sabido responder a esa persona que quería ofenderme y así, por un lado, he evitado ponerme negativo y, por otro, le he enviado una vibración de amor y, además, le he enseñado que hay una manera más agradable de relacionarse con los demás. 
    - Qué bien, que he fallado y he respondido inconvenientemente a esa persona, porque ello me ha hecho reflexionar y arrepentirme y darme cuenta de que aún no he avanzado todo lo que creía, y tenerle que pedir disculpas, y proponerme no volver a caer en el futuro.
    - Qué bien, que voy conduciendo mi coche sin estorbos ni problemas. 
  - Qué bien, que me han hecho un adelantamiento indebido y he podido comprobar lo peligroso que resulta y prometerme no hacerlo nunca. Y, de paso, le he enviado una vibración positiva al conductor imprudente. 
   - Qué bien, que es primavera y los pájaros cantan y las plantas florecen y el mundo todo se llena de vida y de alegría, y yo con él. 
   - Qué bien, que es verano y el sol lo llena todo y la luz, que es Dios, nos envuelve, y Dios madura las cosechas que nos nutrirán en los meses venideros. 
  - Qué bien, que es otoño y la temperatura no es extrema y la vida se ralentiza y las vibraciones de Cristo comienzan a penetrar en la atmósfera. 
   - Qué bien, que es invierno y apetece el calor del hogar y el refugio de la familia y Cristo lo llena todo con Su vida… 
    Como veis, no hay ocasión, persona, acontecimiento, fenómeno o sentimiento a los que no se pueda aplicar el juego del “Qué bien, que…”, que nos hace reflexionar permanentemente, desarrollar el discernimiento, repasar las verdades que conocemos y, en una palabra, “vivir la vida” como nuestra Filosofía nos dice que hay que vivirla: conscientemente. 
     Y no os digo más. Jugad, adquirid la adicción y ya juzgaréis vosotros mismos.


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domingo, 10 de abril de 2016

Prueba un día


PRUEBA UN DÍA 
por Francisco-Manuel Nácher 

     Prueba un día a cerrar los ojos y a despojarte de tu cuerpo. Imagina que no lo tienes, que sólo eres mente y sentimiento. Te asombrarás al comprobar que sigues siendo el mismo. Y que no has perdido más facultad que la de mover ese cuerpo físico que se supone que no tienes. Pero, en cambio, al centrarte más en tus pensamientos y en tus quereres, te sientes mucho más fuerte en sus mundos, y tu imaginación crece y tu visión de la vida se hace más clara y más profunda. 
          Pues eso, exactamente eso es lo que sentirás después de morir: Que no tienes cuerpo físico y, por tanto, no puedes manejar las cosas materiales que, por tanto, no tendrán ya ningún valor para ti. 

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jueves, 7 de abril de 2016

Practicar es la clave


PRACTICAR ES LA CLAVE 
por Francisco-Manuel Nácher 

        En el hombre todo es desarrollable y todo ha de ser desarrollado. Lo mismo que el campeón olímpico no nace, sino que se hace, y no se hace con la pasividad y la inactividad, sino con la voluntad, el esfuerzo y la repetición, cualquier otra facultad humana requiere los mismos ingredientes para desarrollarse: Voluntad, esfuerzo y repetición (o método). Y así, cuanto más pensamos, más sabemos pensar; cuanto más aprendemos, más capaces de aprender nos hacemos; cuanto más creamos, más creativos nos volvemos; cuanto más tratamos de comprender al prójimo, más fácil nos resulta; cuanto más lo amamos, más nos sentimos inclinados a amarlo; cuanto más lo servimos, más posibilidades se nos presentan; cuanto más damos, más tenemos para dar; cuanto más oramos, más nos apetece y más motivos nos surgen... Es una ley natural: Lo que se ejercita crece y se desarrolla; lo que no se ejercita, o no nace o se atrofia. 

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miércoles, 6 de abril de 2016

¿Por qué las escrituras son simbólicas?


¿POR QUÉ LAS ESCRITURAS SON SIMBÓLICAS?
 por Francisco-Manuel Nácher 

¿Por qué todas las escrituras sagradas emplean símbolos para expresar las grandes verdades? 
Porque una verdad o un pensamiento o una idea tiene siempre muchas facetas y, por tanto, puede ser conocida y estudiada desde distintos ángulos y puntos de vista, y ningún hombre es capaz de abarcarlos todos ya que cada uno alcanza sólo un nivel y una profundidad determinados. 
Resultaría, por tanto, imposible describir, escribiéndolas, todas las facetas de cualquier Verdad. Y, además, al pretender describirlas reduciéndolas a textos escritos, se correría siempre el riesgo de cometer inexactitudes que podrían resultar peligrosas para los usuarios de la, en ese caso, presunta Verdad. 
Mediante el símbolo, cada uno percibirá la parte de que es capaz, interpretándolo a tenor de sus propias aptitudes y con sus propias limitaciones. Y, sin embargo, entre todas esas interpretaciones no habrá oposición ni incompatibilidad posible, sino que todas ellas se complementarán y ampliarán la zona iluminada de la Verdad. 
Si, por ejemplo, se traza una cruz (+), cabrán infinitas posibilidades de interpretación y todas serán correctas y compatibles e ilustrativas de las demás. En esa cruz puede verse, simplemente, el signo de sumar, paro también un cruce de caminos; o los cuatro puntos cardinales; o la imagen del ascenso de algo desde debajo del horizonte hasta encima de él; o el descenso inverso; o el traslado desde la izquierda a la derecha; o lo inverso; o un instrumento de tormento; o la representación de los reinos vegetal, animal y humano, o… mil cosas más. Y todas serán correctas y cuantas más se perciban, mejor se conocerá y más se profundizará en la idea que el símbolo quiere representar. De ese modo también se evita que el no digno, el no preparado, no pueda hacer un uso inadecuado de la Verdad. 
A todo lo anterior hay que añadir que un símbolo es siempre mucho más fácil de recordar y de transmitir que un texto, lo cual supone una gran ventaja para evitar su pérdida, adulteración o deformación. 
No hay, pues, mejor manera de representar, preservar, ilustrar y enseñar la Verdad que mediante símbolos. Por eso todas las Escrituras tienen distintos niveles de interpretación. Y todas son válidas. Cada una para los hombres que alcanzan ese nivel. 

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lunes, 4 de abril de 2016

¿Por qué he de servir a mi prójimo y, además. gratis?


¿POR QUÉ HE DE SERVIR A MI PRÓJIMO Y, ADEMÁS, GRATIS? 
por Francisco-Manuel Nácher 

Dios es empuje, un empuje suave y permanente hacia delante y hacia arriba, que nos afecta a todos. Por eso llueve para todos y el sol sale para todos y Sus manos están tendidas para auxiliarnos a todos… 

Nosotros somos dioses en formación, aprendices de dioses y de su misma naturaleza. Por tanto, está en ella, en nuestro modo de ser, el empujar a todos hacia delante y hacia arriba. 

Hay quienes se resisten a ese empuje de Dios, y se confunden y se extravían y se demoran, y hasta retrasan a otros. Por eso nosotros que, por naturaleza, tendemos hacia delante y hacia arriba y a empujar en ese sentido a la Creación, y no estamos tan extraviados, tenemos una única manera natural de actuar: ayudando a los otros y, además, desinteresadamente. Porque está en nuestra naturaleza, porque ése es nuestro propio modo de expresión. Todo lo demás es lo antinatural. 

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sábado, 2 de abril de 2016

¿Por qué he de Amar a mi Enemigo?



¿POR QUÉ HE DE AMAR A MI ENEMIGO? 
por Francisco-Manuel Nácher 

¿Cómo se justifica lo de "amad a vuestros enemigos" si no es porque los enemigos y nosotros mismos somos uno? 
Cristo dijo: "Se os ha enseñado amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra". ¿Por qué? 
Si no somos nada uno del otro ni hemos de tener nunca nada en común, ¿por qué razón voy a querer al que mata a los míos? Es antinatural... salvo que haya una razón suficiente. 
Si sólo tenemos esta vida, si no lo voy a ver más, ¿por qué he de amarlo y devolverle bien por mal? 
Si somos enteramente libres y no existe el karma, ¿por qué he de soportar con alegría las desgracias que caen sobre mí? 
Lo único que justifica una actitud así es el que exista una ley natural que haga que cada uno recoja las consecuencias, buenas o malas, de lo que haga, y una verdad que consista en que nuestro espíritu, creado a imagen y semejanza de Dios, y dotado por Él de libre albedrío, viva una serie de vidas y haga una serie de cosas, basado en su libertad, y cometa errores y, gracias a la Ley de Retribución, aprenda que eran errores y que no debe repetirlos; y, sobre todo ello, una grandísima verdad que subyace a todo: Todos somos partes de Dios y, por tanto, dioses en formación y, por tanto, todos somos uno en Él, porque todos y todo constituímos un gran Uno, y lo que hacemos a otros, bueno o malo, a nosotros mismos nos lo hacemos. "Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber ¿cuándo hicimos eso, Señor?... cuando disteis de comer al hambriento y de beber al sediento” (Mateo 25:40).

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