A UN ENFERMO DESAHUCIADO
por Francisco-Manuel Nácher
Querido amigo XX, hermano, compañero de viaje en la
vida:
Conozco por tu cuñado la situación en que te encuentras. Y
no he de ocultarte que me sobrecoge. Pero, como sé que todo en
la vida tiene su finalidad, que siempre es positiva, una vez metido
en tu piel, he tratado de ver la luz. Porque la luz está en todas
partes, ¿sabes? En el fondo, todo es luz. Sólo que casi nunca la
vemos.
Y, metido en tu piel, he tratado de pensar, que eso sí que lo
puedes hacer. Y he llegado a la conclusión de que si, a pesar de tu
estado, puedes seguir pensando, es porque se te está diciendo que
debes pensar.
A veces, los humanos nos empeñamos en hacer lo que no
deberíamos, o en dirigirnos adonde no nos conviene, o en desear
lo que nos perjudica, o en a hacer lo que nos daña. Y entonces,
para ayudarnos, sólo para ayudarnos, el Dios del amor, que vela
permanentemente por nuestra evolución y nuestro mejoramiento,
nos va privando de alguna de nuestras facultades para que,
concentrándonos en las otras y aprovechándolas, enderecemos
nuestro sendero. Y así nos vamos viendo privados de opciones y
teniendo que concentrarnos en las que nos quedan.
De momento, esa privación nos parece siempre una
injusticia, una falta de amor, un error de Dios, que se ha olvidado
de nosotros.
En tu caso, sólo te queda el pensar y el sentir y (no sin una
finalidad concreta), el ver y, sobre todo, el oír. Y, si piensas un
poco, comprenderás que ello no tiene más finalidad que hacerte
pensar y sentir y ver y, sobre todo, escuchar. Fíjate en que no he
dicho “oír”, sino “escuchar”. Escucha estas palabras y, luego,
piénsalas, desmenúzalas, memorízalas. Si es preciso, cuando te
pregunten si deseas escucharlas de nuevo, di que sí. Y escúchalas
y deja que su sentido y su música y el amor que contienen
penetren en ti. Siéntete afortunado porque, a diferencia de casi
todos los hombres, eres sólo pensamiento. Tu capacidad de pensar
se ha multiplicado exponencialmente. Y, con él, tu capacidad de
sentir. A los demás nos distraen miles de estímulos que recibimos
continuamente. Y las respuestas de nuestro cuerpo a esos
estímulos nos alejan de la necesaria concentración. Tú no tienes
ese problema. Tú eres casi sólo pensamiento, como todos
llegaremos a ser dentro de muchos millones de años.
Y el pensamiento es creador, XX. El universo existe porque
Dios lo pensó y lo deseó y lo quiso. Y casi todo lo que nos rodea,
lo que usamos en nuestra vida diaria, lo que deseamos, lo que
tenemos, lo que compramos, lo que perdemos, casi siempre es
creación humana. Pero esa creación empezó con un pensamiento
que fue impulsado hacia la realización por un deseo y un acto de
voluntad. Y nosotros, los hombres, somos como partecitas de
Dios y, por tanto, somos creadores como Él. Lo que ocurre es que
aún no sabemos crear bien. Y por eso hemos de intentarlo
continuamente – para eso es, precisamente, la vida – hasta que
alcancemos la perfección y nuestras creaciones no necesiten
retoques.
Tienes, pues, la suerte de que puedes poner en
funcionamiento todo el poder de tu mente, toda la fuerza de tus
deseos y toda la energía de tu voluntad. Y, si durante la vida has
hecho miles de cosas que siempre empezaron con un
pensamiento, un ver en la pantalla de tu mente lo que querías
hacer, seguido del deseo de realizarlo y empujado por un acto de
voluntad, ¿por qué no lo haces ahora? Yo, en tu caso, no lo
dudaría.
Yo sé que todo lo que nos sucede no es más que
consecuencia de lo que hemos hecho antes, porque todo está
regido por leyes naturales, que son inamovibles pero que tienden
a ayudarnos en nuestro camino y, como he dicho antes, nos
equivocamos en nuestras creaciones y nuestros deseos y luego,
cuando llegan las consecuencias, aprendemos la lección y
rectificamos. Por tanto, XX, no desesperes porque tú, que estás
simplemente, experimentando los efectos de algo, puedes corregir
esa situación si quieres.
Porque TÚ ERES UN SER CREADOR. Y, del mismo modo
que diste lugar a lo de hoy, puedes, si te propones decididamente
vivir el resto de tu vida esforzándote por hacer el bien, por amar a
tu prójimo, por ponerte todos los días en manos de Dios, lograras
la curación.
TÚ TE PUEDES CURAR. Sólo necesitas para ello cuatro
cosas:
1ª.- Sentirte una criatura de Dios. Y concebir a Dios como
un Padre que te ama, que desea lo mejor para ti, que te observa
permanentemente y que está esperando (como esperaba el padre
del Hijo Pródigo) que le eleves tu corazón con toda la confianza
de un hijo, con la seguridad de que Él te ayudará y podrás
desarrollar tu vida por el camino de la comprensión, la devoción,
el amor y la fraternidad.
2ª.- Pensar en curarte. Visualízate completamente bien,
sano, dueño de todos tus órganos. Crea una imagen mental
perfectamente clara de ti mismo en plena salud y feliz y
agradecido.
3ª.- Una vez creada esa imagen, deséala. Pon toda tu
emoción en desear su realización. Imagínate completamente sano
y disfruta viéndote.
4ª.- Pronuncia la fórmula mágica: ¡QUIERO! Ordena a la
naturaleza y a tu cuerpo, que sólo es una parte de ella, que la
salud vuelva a ti. Afírmalo con fe, con la seguridad de que se
realizará. Recuerda que Cristo dijo a sus discípulos: “Cuando
pidáis algo, pedidlo como si ya lo hubieseis recibido, y entonces
lo recibiréis.”
Y sé constante. Fe y constancia son la clave. Y en tu mano
están las herramientas que necesitas: Pensamiento (que implica
comprensión de tu estado y de sus causas, y formar la imagen
mental del estado físico al que deseas llegar), oído (que te
permitirá escuchar estas palabras cuantas veces quieras),
sentimiento (que te hará elevarte a lo alto, con toda la devoción
de que seas capaz, hasta llegar a Dios, que te recibirá con los
brazos abiertos, como padre tuyo que es), deseo (que te permitirá
poner en movimiento la imagen que hayas creado) y voluntad.
(que hará el milagro).
La ciencia ha hecho prácticamente todo lo que sabe hacer.
Pero la ciencia no tiene tus armas. Y tú sí. Dependes de ti. Sólo
has de creértelo. Recuerda aquellas otras palabras de Cristo. “Si
tuvierais fe del tamaño de un grano de mostaza, diríais a ese
árbol que se arrancase de donde está y se trasladase al mar, y el
árbol lo haría.” No lo dudes. Tienes tiempo. Todos los que
conocemos tu estado te ayudaremos y sentirás nuestras
vibraciones ayudándote a elevarte y a sentirte capaz y confiado y
agradecido. ¡Adelante, XX!
Pero no olvides también terminar tus esfuerzos, cada día,
con las palabras del propio Cristo en una situación similar la tuya:
“No obstante, Padre, que no se haga mi voluntad sino la Tuya”.
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