domingo, 16 de agosto de 2015

El “pedid y recibiréis” y nuestro poder creador Versión en You Tube



El “pedid y recibiréis” y nuestro poder creador
por Francisco Manuel Nácher

   Cristo enunció una ley natural cuando nos dijo aquello de: “Pedid y recibiréis”. Pero esta afirmación - esta enseñanza, este consejo, esta certeza, pues todo ello es - entraña la necesidad de entender todo el contenido oculto en esa frase. Porque, a primera vista, no parece que Cristo estuviera diciéndonos que pidiéramos lo que quisiéramos y se nos concedería sin más. Ni que conviniera hacerlo.

      Entonces, ¿qué quería decirnos? Para responder a esta pregunta
hemos de reflexionar un poco. Y para ello hay que preguntarse primero qué quería decir con la palabra “pedir”.

   Y esto ya no es tan fácil de dilucidar. A poco que se piense, hemos de concluir que “pedir” significaba “desear obtener algo de alguien”.

    Y aquí se bifurca ya la idea. Porque, sin quererlo, vamos a parar a la lucha permanente entre el cuerpo mental (la mente), y el cuerpo de deseos(los deseos, las emociones, los sentimientos, las pasiones). 

    Porque ambos pueden afectar, no sólo a nuestro interno, sino al exterior. Ambos pueden dirigirse a otro ser y producir en él un efecto determinado, según su contenido y su intensidad. Pero todo esto se comprende y se dilucida mejor con un ejemplo:

    Imaginemos que una persona desea obtener algo: aprobar una
oposición o lograr hacer un trabajo o terminar algo empezado o cualquier otra cosa.

    Si desea algo es porque no lo tiene. Y, si no lo tiene y lo desea,
alberga siempre cierto temor de no lograrlo, puesto que no puede
conseguirlo personalmente y ha de solicitarlo de alguien. Por tanto,
mientras esté deseando eso, no será completamente feliz y mantendrá esa duda y ese temor que, a medida que pase el tiempo y tarde en realizarse su deseo, irán creciendo en intensidad.

   Y si, en esa situación, se le ocurre orar pidiendo la obtención de lo que desea, ¿qué ocurrirá? Pues, teniendo en cuenta que somos seres creadores, (aunque casi nadie se lo cree realmente), ocurrirá que las fuerzas de la naturaleza (entendiendo por tales los “obreros” de los planos superiores, que siempre obedecen las órdenes de los seres creadores) estarán recibiendo, a la vez, dos órdenes opuestas a cumplimentar: por un lado, la forma de pensamiento de la oración, pidiendo lo que se desea y, por otra parte, el sentimiento subconsciente (y su forma de pensamiento correspondiente) de duda y de temor creciente de no lograrlo.

    En esa situación, ¿qué triunfará? ¿A cuál de las dos órdenes harán caso los planos superiores? Lógicamente, a la más fuerte. Y, si lo más fuerte es el pensamiento que contenía la oración, el deseo contenido en ella se verá realizado y se obtendrá lo solicitado. Pero, si lo mas fuerte es el sentimiento (y su pensamiento subconsciente) de que no se va a lograr, podrá con el pensamiento petitorio y el objeto de la oración no sólo no se obtendrá, sino que cada vez el sentimiento de que no se logrará será más fuerte y cada vez que se ore para obtener lo deseado, se robustecerá más esa emoción de falta de confianza y, consecuentemente, de fe.

  O sea que, en ambos casos, la ley natural se cumplirá y recibiremos lo solicitado (bien entendido que para los planos internos lo solicitado será la “orden” más fuerte que hayan recibido, porque todas las órdenes de los seres creadores se obedecen y todas las leyes naturales se cumplen.

    Precisamente por eso, para evitar esa situación, opuesta a nuestro
deseo, pero por obra nuestra como él, y debida a nuestra ignorancia, Cristo nos confió la fórmula secreta para lograr lo que deseemos al decirnos:

   “Cuando pidáis algo, pedidlo como si ya lo hubieseis recibido. Y entonces lo recibiréis”.

   ¿Y, por qué ese sistema un tanto extraño? Porque de ese modo, al
sentirnos felices y seguros por “haberlo recibido” nos desaparece el
sentimiento de miedo de no lograrlo y, por tanto, a los planos superiores sólo llega el pensamiento contenido en la oración y, consecuentemente, recibiremos lo solicitado.

    En realidad, esto ratifica la necesidad inexorable de la fe cuando
oremos, y nos demuestra que no hay nada más contraproducente que una oración sin fe. Y ello como consecuencia, por un lado, de nuestra capacidad creadora y, por otro, de nuestra ignorancia de las leyes naturales y de las energías que movemos con nuestros pensamientos y deseos.

    Así que en todo lo que pensemos, deseemos, hagamos o pidamos,
que no son más que órdenes dirigidas a la naturaleza, ha de estar presente siempre la fe, esa seguridad, esa certeza de que lo lograremos o mejor, como quería Cristo, de que ya lo hemos logrado.

   Y eso equivale a ser conscientes de que somos seres creadores y de que la vida no es más que un entrenamiento permanente para que vayamos aprendiendo a crear cosas cada vez más importantes. Y para que comprendamos el cómo y el por qué de la responsabilidad que ello entraña y de la razón de ser del karma.

    Recordemos aquel pasaje evangélico en el que Cristo dijo a sus
discípulos: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a ese árbol que se arrancase de la tierra y se arrojase al mar y el árbol lo haría.” En él, el propio Cristo insiste en la necesidad de la fe, llamando fe a la confianza en nosotros mismos, en nuestra condición de creadores.

    Fijémonos sino en aquel otro pasaje en el que Cristo, tras visitar la zona de Cafarnaum sin haber podido hacer allí ninguna curación, lo atribuyó a la “poca fe” de sus habitantes. ¿Quién era (y es), pues, el que curaba?

   Y recordemos también aquel otro momento del Antiguo Testamento en el que Moisés, antes de llegar a la Tierra Prometida, obedeciendo una orden de Jehová, tuvo que alumbrar una fuente para mitigar la sed de su pueblo. Y dio a la naturaleza la orden de que, al golpear la roca con su cayado, brotase una fuente pero, como lo hizo sin fe en sí mismo, en su poder creador, su orden no fue obedecida y no dio resultado. Y Jehová le ordenó repetirla. Y entonces, como ya había aportado la autoconfianza correspondiente a todo milagro, se produjo éste y brotó el manantial. Pero, por esa falta de fe en su poder creador inherente, como castigo (karma), no
pudo pisar ya la Tierra de la Promesa.

    El apóstol Santiago, por su parte, en su única Epístola, nos dice
también muy claramente: “No obtenéis porque no pedís; o, si pedís, no recibís porque pedís mal.”
    Y fijémonos en que Cristo, antes de cada uno de sus milagros y de sus actuaciones importantes, primero daba gracias al Padre, es decir, hacía lo que nos aconsejó (agradecer como recibido lo que pedía, antes de pedirlo), y luego lo pedía. O, mejor, lo ordenaba. Y así consta en la Última Cena (Lucas, 22:19) donde primero “dio gracias al Padre y luego bendijo el pan.”

   Finalmente, recordemos la recomendación que insistentemente nos hace Max Heindel: "Cuando pidáis algo, terminad vuestra oración con las palabras de Cristo": “No obstante, Padre, que no se haga mi voluntad, sino la Tuya”. ¿Por qué? Porque con mucha frecuencia lo que creemos ser lo mejor no lo es y, como somos creadores, si no añadimos la apostilla indicada, puede ocurrir que hagamos más mal que bien y, en cambio, con ella, las leyes naturales (el Padre) se encargarán de no obedecer nuestra orden si su cumplimiento fuera perjudicial para el presunto beneficiario de nuestra oración.

   Y así lo hizo hasta el final, cuando se dirigió al Padre diciendo:

  “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz”, pero luego añadiendo precautoriamente esas mismas palabras: “pero que no se haga mi voluntad, sino la Tuya.” Y las leyes naturales, - el Padre - como era más conveniente la Redención, desoyeron la súplica.

Versión en You Tube,
pueden ingresar, desde aquí:

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La sinrazón de las luchas religiosas Versión en You Tube



La sinrazón de las luchas religiosas
por Francisco Manuel Nácher

    Anoche soñé que me encontraba en compañía de tres personas, una de las cuales era judía, otra musulmana y la tercera cristiana. Y, como en el diálogo entre nosotros se tocó el tema de las religiones, aproveché la ocasión para tratar de aclarar algo que me ha perseguido toda la vida, y  pregunté al judío:

    - ¿Tú crees en un Ser, creador de todo lo que existe?
    - Si.- fue su respuesta.
  - ¿Y crees que no existe nada ni nadie más elevado ni más poderoso que ese Ser?
    - Sí.
    - ¿Es, pues, un Ser único?
    - Sí.
    -¿Y qué nombre le das?
    - Jehová.

  Luego me dirigí al musulmán y le pregunté:

    - ¿Tú crees en un Ser, creador de todo lo que existe?
    - Sí. - fue su respuesta.
  - ¿Y crees que no existe nada ni nadie más elevado ni más poderoso que ese Ser?
    - Sí.
    - ¿Es pues, un Ser único?
    - Sí.
    - ¿Y qué nombre la das?
    - Alá.

  Y, por fin, pregunté al cristiano:

    - ¿Tú crees en un Ser, creador de todo lo que existe?
    - Sí. – fue su respuesta.
  - ¿Y crees que no existe nada ni nadie más elevado ni más poderoso que ese Ser?
    - Sí.
    - ¿Es, pues, un Ser único?
    - Sí.
    - ¿Y qué nombre le das?
    - Dios.
  Me dirigí, entonces, a los tres a la vez, y les pregunté
  Y ese ser único en el que todos creéis, pensáis que puede
contradecirse a sí mismo, que puede haber en Él alguna contradicción?

   La respuesta fue unánime:
   
   - No. Imposible.

 Entonces formulé la lógica conclusión de nuestro razonamiento:

    Si los tres creéis en un único ser, creador de todo, habréis de
reconocer, por pura lógica que, si es único, los tres estáis hablando del mismo Ser. Y si, además, coincidís los tres en que en ese Ser no puede haber contradicción, habréis de concluir también que las diferencias entre vuestras tres religiones, que decís inspiradas por Él, no pueden deberse a Él, sino a sus intérpretes, que eran o son hombres imperfectos y falibles como nosotros. Y que, por tanto, las guerras y diferencias entre los seguidores de las tres religiones no tienen ningún fundamento racional.

    Y se hizo el silencio. Un profundo silencio. 

Versión en You Tube,
pueden acceder, desde aquí:

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sábado, 15 de agosto de 2015

Padre, si es posible, aparta de mi este Cáliz... versión en You Tube


PADRE, SI ES POSIBLE, APARTA DE MI ESTE CÁLIZ... 
por Francisco-Manuel Nácher

    Ordinariamente, se piensa que esta súplica de Cristo a Su Padre, “Si es posible, aparta de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”, se debe al terror, perfectamente comprensible desde el punto de vista humano que, la muerte en la cruz, con sus prolegómenos, debía producir en Jesús, hombre como todos los demás. 
    Pero, pensemos un poco sobre el tema: ¿Puede alguien creer que Cristo, que se había ofrecido voluntariamente para redimirnos, podía temer tanto la crucifixión como para elevar una tal súplica a su Padre? ¿No había habido siempre martirios espeluznantes y había habido quienes los supieron soportar con entereza? ¿Y no hubo después de Cristo muchos mártires que, incluso fueron al martirio - y martirios también mucho más terribles que la propia crucifixión - contentos de ofrecer su vida por su fe? ¿Estaba justificado ese miedo por parte de Cristo? ¿Era lógico? No. 
   Habrá que pensar, pues, que lo que le asustaba, hasta el punto de pedir a su Padre que, si era posible, cambiase los planes, debía de ser algo capaz de asustar, por supuesto, a un hombre, pero, sobre todo, a un Dios.
  ¿Y qué pudo asustarle en tales momentos, si no fue la crucifixión? Lógicamente, lo que le asustó, debido seguramente al componente humano que había en Jesucristo, fue el inmenso sacrificio que, hasta que toda la Humanidad quedase redimida, había de hacer Cristo durante seis meses cada año, permaneciendo constreñido en la Tierra, - un simple cascarón microscópico para su inmensa grandeza - recibiendo las vibraciones de todos nuestros errores, odios, egoísmos, maldades, vicios, degeneraciones, luchas, desprecios, explotaciones, guerras, mentiras, traiciones, etc., equivalentes a una electrocución continuada, al tiempo que nos había de dar su vida, hasta el agotamiento, cada año, para que nosotros, apoyados en esa vida suya, siguiéramos en nuestra cerrazón. Y así durante miles de años, hasta que, poco a poco, muy poco a poco, fuéramos dándonos cuenta de nuestro inmenso error y comenzáramos a rectificar nuestras vidas. Eso es lo que causó miedo a Cristo. A lo que se añadió su inmensa pena por la enorme ingratitud de los hombres.
   De ahí la prisa por parte de todos los iniciados por acelerar lo más posible el final de ese inmenso y para nosotros inconcebible sacrificio anual que Cristo aborda, sólo por amor a nosotros, cada equinoccio de otoño, para sufrir y agonizar hasta el equinoccio de primavera siguiente. 
 Meditemos, pues, sobre el tema y, nosotros que tenemos conocimientos que no posee la mayor parte de la Humanidad, hagamos todo lo posible por mitigar y acortar ese inmenso martirio de Cristo, viviendo nuestras vidas lo más ajustadas posible a las leyes naturales, devolviéndole así una parte infinitesimal de ese amor que derrocha permanentemente sin límite. 

pueden acceder a la
versión en You Tube, desde aquí:
https://www.youtube.com/watch?v=5hMu7hgxleA&feature=youtu.be


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Nuestro Príncipe azul, versión en you tube


NUESTRO PRÍNCIPE AZUL 
por Francisco-Manuel Nácher

    Todos tenemos una Bella Durmiente en nuestro interior. Y ha de ser despertada por un Príncipe que la hará feliz. Ese Príncipe, sin embargo, está también dormido y ha de ser despertado primero.
     El Príncipe es nuestro Cristo Interno y sólo puede ser despertado mediante la vida interior, la reflexión, la meditación, el estudio, la oración, la tolerancia, el amor desinteresado, el servicio altruísta... Luego él ya sabe cómo despertar a su Bella Durmiente, que no es otra que nuestro espíritu o Yo Superior.
   Para ese proceso no hacen falta gurús ni directores espirituales. Sólo haces falta tú. Y tú solo puedes despertar y contactar, primero contigo mismo y luego con Dios.
  A todos nos hace mucha falta hoy ese parón en la vida, ese cambio de ritmo y ese robustecimiento espiritual para ver luz en el oscuro túnel en que la sociedad, sin más brújula que la materia y los sentidos y, por tanto, los deseos, ha convertido la existencia.
  Este minuto de lectura pretende, junto con otros muchos, ayudarte a dar ese salto en el vacío, a realizar esa conexión con tu verdadero Yo para que luego, una vez despierto, seas tú mismo quien dirija tu vida, y no las circunstancias ni la sociedad ni las modas ni los falsos profetas. Tú debes ser tu propio guía, en comunicación permanente con tu Dios Interno.