martes, 15 de mayo de 2012

EL DOLOR




EL DOLOR
por Francisco-Manuel Nácher

El dolor es la manifestación física, emocional o mental de la
resistencia que la materia de tales planos opone a ser movida, o utilizada de modo distinto al habitual. Por eso el dolor sólo se da en la personalidad y no en los vehículos espirituales superiores.
Ésa es la razón de que los astronautas se hayan de adaptar, no sólo
física, sino emocional y mentalmente, a la falta de gravedad. Porque el cuerpo físico ha evolucionado contando con ella, para vivir en ella y, cuando le falta, sufre. Y los huesos, construidos, laboriosamente a lo largo de millones de años, para soportar todo el cuerpo en determinadas posturas y con la gravedad como condición básica, se descalcifican por falta de actividad, y la estructura que son, se resiente. Y surge, de modo natural, el dolor físico.
Pero esa adaptación produce también dolor emocional, ya que
obliga al interesado a orientar sus deseos y sus movimientos en sentidos hasta entonces desconocidos y a experimentar sentimientos nuevos.

Y, del mismo modo, la mente se ve en la necesidad de idear nuevos
modos de accionar los resortes del cuerpo y de resolver las situaciones que, continuamente, le surgen. Y eso produce dolor mental.

El campesino, que domina su medio y se siente cómodo en él,
trasladado a una gran urbe, sufre y siente dolor en su materia de los tres planos: el caminar entre multitudes o el viajar en los medios de
transporte urbanos, le produce cansancio físico; los sentidos no le
funcionan igual; su orientación, sus respuestas a los nuevos estímulos no son las apropiadas, y surge el nerviosismo, la tensión y el miedo a situaciones nuevas o peligrosas. Y eso es dolor emocional. Desde el punto de vista mental, sucede lo mismo, pues ha de poner atención donde antes no había de ponerla y sacar conclusiones nuevas de sucesos nuevos y enfrentar dificultades de todo tipo, que siempre exigen vencer la inercia de la materia mental. Y esa resistencia de la materia física, emocional y mental a ser movidas de modo distinto al habitual, se manifiesta como “dolor”, como “sufrimiento”.

Por eso el Sendero, que nos exige continuamente el vencer la
inercia de la materia de los tres planos que constituyen nuestros
vehículos, desde determinado punto de vista, produce “dolor”. Y por esose le llama la “Vía Dolorosa”. Del mismo modo que, cuando hacemos un ejercicio físico que mueve músculos no acostumbrados a actuar, las agujetas subsiguientes nos demuestran que esos músculos no se ha atrofiado y que pueden realizar su función si los ejercitamos debidamente, cuando, en el Sendero espiritual, miramos a la meta, y suspiramos por la elevación y la comprensión y el conocimiento, cualquier dolor resulta insignificante y se convierte en un acicate más, puesto que nos demuestra que caminamos y sabemos que ese caminar nos acerca a la consecución. 

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martes, 8 de mayo de 2012

EL DIOS TRASCENDENTE Y EL DIOS INMANENTE



EL DIOS TRASCENDENTE Y EL DIOS INMANENTE
por Francisco-Manuel Nácher

A primera vista se percibe que, si Dios está en todas partes, todas
esas partes deben contener a Dios y, aunque sea en una pequeña porción, son Dios. A pesar de eso, ha prevalecido la idea de un Dios trascendente, lejano, inalcanzable, que juzga y premia o castiga.

Y no se nos ha recalcado lo suficiente la presencia del Dios
inmanente, del Dios interno, esa parte de Dios que tenemos dentro y que es el verdadero Dios. Y nos hemos pasado la vida o, por mejor decir, las vidas, buscando a Dios en el cielo, en los templos y en el más allá, sin percatarnos de que está dentro de nosotros, pero dentro de nosotros aquí y ahora, a nivel físico, de que duerme en nosotros y de que hemos de despertarlo y alimentarlo y hacerlo crecer para que tome las riendas de nuestras vidas y éstas lleguen a ser lo que siempre debieron: una manifestación externa del amor de Dios y de la vida de Dios.

El siguiente paso consistirá en concienciarnos de que nuestro Dios
Interno no sólo es nuestro, sino que es uno y el mismo que el de los
demás, y que por eso es negativo el egoísmo y son negativas la
segregación y la exclusividad, y por eso todos somos los custodios de nuestros hermanos, y por eso no podemos ser felices mientras un hombre explote a otro o desprecie a otro, y no podemos sentirnos satisfechos mientras un hombre sufra o una madre llore su pobreza y su impotencia o un niño muera de hambre.

Porque, cuando un ser humano sufre, aunque no nos demos cuenta,
aunque no lo queramos aceptar, está sufriendo toda la humanidad.

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EL DILEMA DEL HOMBRE



EL DILEMA DEL HOMBRE
por Francisco-Manuel Nácher

El doble dilema del hombre, como ser libre, consiste en que, puede
saber o puede seguir ignorando. Pero, en todo caso, no cambiará la
existencia ni el funcionamiento de las leyes naturales ni dejará de ser objeto de las mismas y, por tanto, de experimentar las consecuencias de su ignorancia de aquéllas.
Las posibilidades del hombre, pues, con relación a su propia
evolución y en cada vida sobre esta tierra, son las siguientes:

A.- Si ignora la existencia y funcionamiento de las leyes naturales,
puede:
a.- Actuar en consecuencia, y explotar a los demás, robar,
matar, violar, etc. Tras una serie de vidas de sufrimiento, debido al juego de la ley del Karma, descubrirá las leyes naturales y su funcionamiento, y optará por obedecerlas, aunque sólo sea por evitar ese sufrimiento, pasando al caso B, b.
b.- Comportarse cívicamente, como se supone que debe hacerlo
un ciudadano medio. Será víctima de su ignorancia, vida tras vida, sin comprender nada de lo que le ocurre, hasta que esa ignorancia se convierta en necesidad de saber, y pase a A, c.
c.- Intuir la existencia de las leyes naturales y buscar
explicación a cuanto le sucede, lo que le conducirá a encontrar respuestas, desembocando en B.

B.- Si conoce la existencia y funcionamiento de las leyes naturales,
puede:

a.- Hacer caso omiso de ello, encontrándose como en el caso A,
pero sabiéndose responsable de cuanto hace. En ese caso puede:
I.- Luchar contra las consecuencias de su conducta,
cayendo en la magia negra (uso egoísta de las fuerzas de la naturaleza)
que, al fin , provocará su desintegración y desaparición como individuo.
II.- Experimentar, a lo largo de una serie de vidas, las
consecuencias de sus infracciones de las leyes naturales (que no hacenexcepciones ni conocen favoritismos), y acabar por obedecerlas, poniendo
fin así al sufrimiento derivado de su infracción, y pasando al supuesto B, b.
b.- Ajustar su vida a ese conocimiento y evolucionar
rápidamente y sin mayores problemas.
Comprendido todo lo anterior, ¿qué esperas para estudiar y conocer
el por qué y el para qué de la vida?

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lunes, 7 de mayo de 2012

EL DEPORTE




EL DEPORTE
por Francisco-Manuel Nácher

El deporte no es más que un juego en el que, por definición, el primer objetivo es el lúdico. Los jugadores son los primeros que deben disfrutar jugando y cada cual debe poner lo mejor de sí mismo, pero sólo porque es un juego. En cuanto la mira está en la victoria, el juego pierde su carácter de tal para pasar a ser sólo una guerra en la que todo está permitido con tal de vencer.

Es curioso que todos los deportistas geniales, los grandes maestros,
los que verdaderamente han disfrutado jugando porque dominaban su especialidad, han sido siempre los más limpios, los más "deportivos", los más nobles porque, al tener más recursos, no han recurrido a lo ilegal. Y es que el que sabe jugar disfruta jugando. Y sólo el que no sabe jugar y no disfruta con el juego, sino que lo explota, como no sabe y es superado por los que saben más, recurre a todo para que no se note su ignorancia.

Si el deporte no tiene como componente esencial el compañerismo, el respeto y la honestidad, será negocio, espectáculo, industria, o cualquier cosa similar, pero no deporte. No nos engañemos.

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martes, 1 de mayo de 2012

EL DILEMA DE LA DECISIÓN




EL DILEMA DE LA DECISIÓN
por Francisco-Manuel Nácher

La decisión es siempre dolorosa, porque hay que renunciar a algo
para obtener algo. Nos gustaría gozar de todas las opciones, pero no puede ser. Es preciso decidir. La vida no es más que una sucesión ininterrumpida de decisiones. Y así vamos dejando atrás posibilidades inexploradas de vida, que nunca sabremos adónde nos hubieran conducido. Y eso duele.

Sobre todo, si las posibilidades escogidas, como por otra parte ocurre casi siempre, no resultan todo lo acertadas que esperábamos al adoptarlas. De ahí la importancia de desarrollar una virtud muy poco conocida y menos promocionada: el discernimiento, la capacidad de distinguir lo importante de lo que no lo es, a pesar de las apariencias, y elegir aquello.


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jueves, 26 de abril de 2012

EL DESPERTAR DEL ESPÍRITU




EL DESPERTAR DEL ESPÍRITU
por Francisco-Manuel Nácher

Como estudiantes de las Enseñanzas de la Sabiduría
Occidental, sabemos que nuestro verdadero yo, nuestra Mónada,
nuestro Espíritu Virginal, se encuentra en el Mundo de los
Espíritus Virginales, un plano, inmediatamente inferior al
Mundo de Dios, en el que posee una conciencia colectiva y en el
que, lógicamente, no se conoce el mal.
Porque el mal, como valor absoluto, no existe. No puede
existir. Si todo está en Dios y todo lo existente ha sido creado
por Él, y todo está compenetrado por Él, el mal no tiene cabida
en el universo. Lo que sí existe es lo que nosotros llamamos el
MAL. Pero ese mal es sólo un concepto relativo porque, lo que
para unos es mal, para otros no lo es o, incluso, es un bien.
¿Quién puede negar que una operación de apendicitis es un bien
para el cuerpo enfermo que se salva de una muerte cierta,
mientras que es una muerte cierta para las células que forman
parte del apéndice desechado? ¿Y quién puede negar que, si
queremos evolucionar, siquiera sea físicamente, hemos de
desprendernos de nuestro cuerpo físico viejo, ajado, enfermo e
inservible para nuevas experiencias – lo cual supone un mal para
él pero un bien para el espíritu - y hemos de sustituirlo por otro
nuevo, joven, mejor construido y capaz de nuevas vivencias y
nuevos avances?
Recordemos que, en el Libro de Job, el espíritu del mal es
considerado como una criatura más de Dios. Y en la inmortal
obra de Goethe, Fausto, también Mefistófeles dialoga con Dios
como una de sus criaturas e, incluso, cuando Fausto le pregunta
quién es, no puede por menos de responder: soy aquél que,
queriendo hacer al mal, acaba haciendo el bien. Porque el mal
es, como nos enseña Max Heindel, sólo bien en formación.
El mal, pues, no existe como tal. Es sólo una valoración
subjetiva de unas circunstancias dadas, en base a determinadas
referencias innatas o adquiridas.
Con eso in mente, nos resulta ya fácil comprender la
afirmación inicial de que en el Mundo de los Espíritus
Virginales no existe el mal. Aunque sería más exacto decir que
no existen ni el Bien ni el Mal, ambos, conceptos relativos y
siempre referidos el uno al otro.
Imaginemos a un ciego de nacimiento que, gracias a una
operación, adquiere la vista. A todos nos parecerá que con ello
ha resuelto su problema y se ha convertido en un hombre
normal.
Pero su problema o, mejor dicho, sus problemas, no habrán
hecho más que empezar. ¿Y, por qué? Porque, hasta ese
momento, su mundo estaba formado por las ideaciones por él
realizadas en base a los estímulos sensitivos que su oído y su
tacto le habían ido proporcionando a lo largo de los años.
Para una persona con vista, el campo visual está siempre
lleno de cosas. No hay vacíos. Veremos el cielo, el suelo, las
nubes, las personas, los árboles, el mar...llenándolo todo. Todo
estará en su sitio y no habrá ningún punto en el que, si miramos,
no veamos nada, como nos demuestra la máquina fotográfica
que, aunque enfoquemos sólo una persona, se empeñará en
recoger también su entorno, por la sencilla razón de que está ahí.
Está siempre ahí.
Pero, como hemos dicho, el mundo del ciego es distinto y
en él, lo que no sea ideación de estímulos táctiles o auditivos,
está vacío, sin nada que lo llene, sin ninguna imagen.
¿Y qué ocurre cuando ese ciego de nacimiento adquiere la
vista súbitamente? Pues le ocurre que empieza a percibir formas
y colores y movimientos que, para él, son completamente
nuevos, que no había percibido nunca y sobre los que, por tanto,
no había podido hacerse ninguna idea; que se ve inmerso en un
mundo que no sabe interpretar. Verá, por ejemplo, los árboles,
pero no sabrá lo que son. Verá a sus parientes y amigos, pero no
los reconocerá. Se verá, incluso a sí mismo en un espejo, pero
no sabrá quién es. Y no sabrá traducir a datos aprovechables
todos los estímulos ópticos que llenan su recién adquirido
campo visual. Lo cual le producirá una sensación de hallarse
totalmente perdido, sin referencias, sin posibilidad de
orientación ni de ubicación ni, consecuentemente, de actuación,
y teniendo, para poderse sentir seguro, que cerrar los ojos y
recurrir a su antiguo sistema de percepción, interpretación y
actuación. En principio, pues, la adquisición de la vista no le
habrá aportado ninguna ventaja, sino sólo inconvenientes,
desorientación y problemas. Claro que, con el tiempo,
cometiendo muchos errores y ayudándose de sus antiguos
sentidos, irá identificando los objetos y seres de su entorno y
creando de ellos imágenes mentales, y empezará a apreciar las
ventajas del ver, frente a las antiguas de sólo oír y tocar.
Algo muy semejante le ocurre a nuestro Espíritu Virginal
cuando se ve introducido en cuerpos de materia, que le impiden
la percepción a la que estaba acostumbrado en su mundo.
Porque pasa de un plano, en el que el mal no existe, a otro en el
que sí que existe y actúa, y esa actuación resulta definitiva para
su propia evolución o despertar. Ese nuevo mundo le produce un
estado de estupor semejante al de nuestro ciego con la vista
recién adquirida.
Y, como nuestro espíritu se ve forzado a actuar y a
relacionarse para sobrevivir, lo hace sin distinguir el bien del
mal, ya que jamás en su mundo los ha distinguido porque no
existían. Y produce el bien y el mal. Y, si produce el mal, como
ese mal perjudica a otros, pone en funcionamiento la Ley de
Causa y Efecto, que hace que ese mal recaiga luego sobre él,
produciéndole vidas desgraciadas y llenas de problemas y
sinsabores.
Nuestro espíritu necesita, pues, comprender ese
mecanismo extraño que extrae un castigo de algo que, a su
modo de ver, no lo merece.
Y el medio para que comprenda, se le proporciona
mediante la muerte del cuerpo físico. Entonces, en el período
post mortem, puede ver las cosas desde su antiguo punto de
vista y desde el del mundo que acaba de abandonar y al que
habrá de volver. Y, con las enseñanzas que ello le proporciona,
puede crear un cuerpo más capaz para su próxima encarnación,
y puede orientarse mejor en ese mundo y tratar de dominarlo
dominándose a sí mismo en cuanto a sus inclinaciones que en
ese mundo inferior producen el llamado mal. En una palabra:
aprende a comportarse aquí como la Ley de Retribución exige
que es, curiosamente, lo mismo que en su mundo original hacía,
es decir, considerar a todos los demás seres como a sí mismo,
como formando con él un solo Todo, un solo Ser. Claro que, en
ese recorrido, además de haber descubierto que era distinto de
los demás, habrá conocido el Mal. Y eso supone dos pasos
importantes para su propia evolución como espíritu o, lo que es
lo mismo, para el avance en su propio despertar.
Esta es la historia de nuestro Espíritu. Y contiene la
sencilla explicación de todos los males que nos afligen. Una
explicación lógica, comprensible y suficiente para, una vez
asimilada, no sólo luchar por avanzar conscientemente nosotros
mismos, sino para comprender a los demás y justificar sus
errores como justificamos los del ciego que ha recobrado la
vista. Y para ayudarles a situarse debidamente en este mundo y
a ir ajustando su escala de valores a la que establecen las leyes
naturales.

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martes, 10 de abril de 2012

LA INVERSIÓN DE TÉRMINOS



LA INVERSIÓN DE TÉRMINOS
por Francisco-Manuel Nácher

Se nos dice por la Sabiduría Occidental que somos seres en
evolución y que, como tales, tenemos un pasado, más imperfecto, y un futuro más perfecto.
Y sabemos que, cuando no teníamos mente, nuestra evolución se
desarrollaba gracias a las ayudas directas de jerarquías superiores. Pero que, desde el momento en que la mente se constituyó en el eslabón que conectaba lo superior y lo inferior, nos convertimos en hombres, pero hombres libres y, por tanto, responsables de nuestros actos.
Y se nos dice que la mente sirve, como un espejo, para reflejar lo
inferior en lo superior y lo superior en lo inferior.
Pero, ¿para qué hemos de reflejar lo inferior en lo superior, es
decir, en los vehículos superiores? Para que éstos, adquiriendo el
necesario conocimiento de los mundos más densos, puedan alimentarse con las tres almas construidas en cada renacimiento, tras cada estadía en ellos.
Y, ¿para qué el reflejo de lo superior en los vehículos inferiores?
Para orientar la evolución de éstos, y del hombre en conjunto, en la
dirección correcta.
Bien. Con estos datos, ¿qué debe darse antes, el reflejar lo de bajo
arriba o lo de arriba abajo?
Si sabemos de los problemas del Yo Superior para manejarse
envuelto en las materias de los mundos inferiores, habremos de concluir que lo primero debe ser que lo de bajo se refleje arriba, de modo que los tres espíritus, una vez adquirido cierto conocimiento de los planos de abajo, sientan interés y deseos de actuar en ellos y de dominar sus vehículos construidos de sus materias respectivas. Y entonces, sólo entonces, para tomar el mando de esos vehículos, es cuando lo de arriba habrá de reflejarse en lo de abajo

¿Y qué tenemos abajo? El cuerpo físico, el etérico, el de deseos y
el mental concreto.
¿Y arriba? El Espíritu Humano, de materia mental abstracta, el
Espíritu de Vida, el Espíritu Divino y la Mónada o Espíritu Virginal que realmente somos.
¿Y, de estos vehículos superiores, cuál es el que primero podemos
alcanzar? La mente abstracta, o sea, el Espíritu Humano.
Se nos enseña por Max Heindel que, dado que la nota clave del
cuerpo etérico es la repetición y que es él, precisamente, el vehículo de los hábitos, una manera de comenzar a dominar al cuerpo de deseos - tendente, por virtud de los elementales involucionistas de deseos, hacia lo negativo y basto - consiste en adquirir hábitos positivos que sustituyan a los negativos y, para ello, repetir pensamientos, emociones, sentimientos y actos positivos.
¿Y qué fuerza es la que nos hace sacar energías o nos sugiere,
desde abajo, tender hacia arriba? El dios Interno, que viene a ser el
reflejo simétrico, debajo, de la mónada, arriba.
Pero ése dios Interno, sabemos que duerme. Duerme hasta que lo
despertamos. ¿Y cómo lo despertamos? Gracias a los mensajes de arriba, a través de la mente. ¿Y como se manifiestan los mensajes a través de la mente? Como pensamientos. Luego, los pensamientos son la clave. Por eso, mientras no tuvimos mente, no hubo posibilidades de elevarnos, de desear el retorno a la Casa de Padre, de despertar al dios interno.
¿Y cuál es el proceso? Las ampliaciones de conciencia.
¿Y qué es una ampliación de conciencia? La comprensión
intelectual de una verdad eterna, de una ley natural, de un proceso
cualquiera, susceptible de ser comprendido y, luego, aplicado a todas las verdades, leyes o procesos similares.
Pues, si evolucionamos gracias a las sucesivas ampliaciones de
conciencia, y una ampliación de conciencia es una cuestión mental, no cabe duda de que la clave de la evolución está en la mente. Las
emociones, las aspiraciones, los sentimientos, los deseos, los hábitos, son ayudas, apoyos, colaboradores. Pero si la mente no se perfecciona y se desarrolla y aumenta ininterrumpidamente su comprensión y su sabiduría, la evolución no es posible.
Se puede ser muy bueno o muy piadoso o muy altruista o muy
filántropo o muy lo que se quiera, pero si eso no responde a una idea clara de por qué se hace, no sirve para nada, porque no es una actitud humana, ya que lo humano, por definición, debe ir necesariamente impregnado de lo mental. Es preciso que seamos los dueños de todos nuestros vehículos y ello implica, como condición sine qua non, que sepamos el cómo y el por qué y el para qué de nuestros actos.

Esto nos hace darnos cuenta de que, con mucha frecuencia,
invertimos los términos y anteponemos el efecto a la causa, al pensar, y aún enseñar que, si somos muy buenos y altruistas, alcanzaremos la Iniciación.
Porque la realidad es, precisamente, al revés: La bondad y el
altruismo son una consecuencia de la comprensión y del consiguiente servicio, y la santidad no es más que la consecuencia de sucesivas ampliaciones de conciencia, es decir, cuestión mental.
No se puede ser bueno ni se puede ser santo sin saber por qué ni
para qué. Por tanto, la clave no está en el aspecto emocional ni
ceremonial, sino en el trabajo permanente y sistemático para desarrollar la mente, con el fin de que controle al cuerpo de deseos y las vibraciones del Triple Espíritu puedan llegar, a través de él y del cuerpo etérico, al cerebro físico que es, al fin y a la postre, el que ha de dar al cuerpo físico las órdenes oportunas para que actúe a tenor de los mandatos de arriba.
De todo ello se deduce la importancia de la concentración, la
oración y la meditación. Porque sin ellas no es posible la evolución, no nos engañemos.

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