viernes, 26 de octubre de 2012

DAR GRACIAS ¿A QUIÉN? por Francisco-Manuel Nácher




DAR GRACIAS ¿A QUIÉN?
por Francisco-Manuel Nácher

Dado que Cristo es el Regente y el espíritu interno de nuestra Tierra, cada vez que comemos, ingerimos Su carne y cada vez que bebemos, Su sangre. Por ello suena, en el mejor de los casos, como un contrasentido el pedirle, al sentarnos a la mesa, que bendiga nuestros alimentos, puesto que nuestros alimentos son ya benditos. Sin embargo, sí podemos y debemos darle gracias por ellos.

Meditaba recientemente sobre este tema, imaginándome dando
gracias, sentado ante la mesa preparada para, con mi familia, dar comienzo a una comida cuando, como ocurre siempre que se medita, de repente, empecé a ver claro: comenzaron a llegarme una serie de evidencias en las que nunca había reparado y que, como siempre también, desembocaban en la certeza de que, aunque no lo queramos o aunque no lo creamos, en todo momento estamos formando parte de un todo al que influimos y que nos
influye.

El punto de partida, como he dicho, fue: Si bien es cierto que resulta superfluo pedir a Dios que bendiga nuestros alimentos, sí parece lógico que, sentados frente a ellos, y antes de proceder a ingerirlos, agradezcamos el hecho de poderlo hacer.

Pero, pronto vi que ese alimento lo debíamos agradecer a muchas
personas, a muchos seres. Y apareció en la pantalla de mi mente, mi
esposa, que había dedicado su tiempo y su ciencia culinaria, en primer lugar, a buscar, elegir y adquirir, y luego a preparar aquellos alimentos de la manera que más agradables nos fuesen, con la mayor ilusión y dejando seguramente de hacer otra cosa que le hubiera resultado más atractiva; le debíamos, pues, mis hijos y yo, agradecimiento por ello. Parte, por tanto, de nuestra acción de gracias debería ir destinada a ella.

Pensé luego en el tendero, los tenderos que le habían proporcionado
los alimentos, así como las fábricas que los habían confeccionado y
preparado. Todos ellos buscaban su negocio, es cierto, pero, al mismo tiempo, inconscientemente, estaban desempeñando su papel en el engranaje de la vida y, gracias a ellos, aquellos alimentos habían llegado a nuestra mesa. A esos tenderos, pues, debería ir dirigido también algo de nuestro agradecimiento.


Recordé a continuación a los mayoristas, los transportistas, los

mediadores de todo tipo, que habían consagrado parte de su tiempo y de su actividad a hacer posible que, en ese momento, tuviésemos esos alimentos frente a nosotros.


Mi mente me presentó luego los trabajos y los sinsabores de los

agricultores, desde la siembra - o, incluso, desde la preparación de la tierra para la siembra - pasando por la labranza, el rastrillado, los riegos, la escarda, los tratamientos, el abonado, etc., hasta llegar a la recolección que, además, en muchos casos, incluye la siega, la trilla, etc., y va seguida por el transporte, el almacenamiento y el tira y afloja con los mayoristas para obtener la correspondiente compensación económica. Otra parte, pues, y no pequeña, de nuestro agradecimiento, debería ir destinada a los
agricultores que, en contacto directo con la tierra, realizan diariamente el milagro de multiplicar los alimentos.


Pero mi mente no se detuvo ahí. Enseguida caí en la cuenta de que,

antes que los agricultores habían actuado quienes les facilitaron las
semillas, los aperos agrícolas, los abonos, los medios de transporte, etc., ya que, sin ellos y su acción, tampoco los alimentos hubieran llegado a nosotros. Y más aún: Los que dieron lugar, con sus investigaciones y sus inventos, a la selección de las especies vegetales, a la fabricación de las máquinas y herramientas agrícolas; quienes descubrieron y transmitieron las leyes de la vida vegetal y los usos agrícolas e, incluso, quienes dieron lugar a las disposiciones legales que regulan la producción y tráfico de los alimentos; y quienes inventaron, fabricaron y permitieron que llegaran a mi
casa los utensilios de cocina que mi esposa había utilizado; y quienes hicieron posible que cada una de esas personas recibiese durante su vida el alimento que la mantuvo activa y la hizo capaz de desarrollar su labor; y los que construyeron sus casas e hicieron posible que se vistiesen y tuvieran luz y agua; los que los cuidaron en sus enfermedades y los que les compraron sus productos, haciendo posible que todo el tráfago de la vida continuase. También ellos merecían nuestra gratitud.


No tardé en darme cuenta, sin embargo, de que había más seres a los que debíamos dar las gracias: En primer lugar, las plantas y frutas que nos disponíamos a comer, habían dado su vida por nosotros. ¡Nada menos que la vida! Una vida física, una encarnación, para hacer posible una comida nuestra. ¿Podríamos nunca agradecer bastante a los espíritus de dichos vegetales, así como a sus espíritus-grupo, tal sacrificio? ¿Y qué decir de los espíritus de la naturaleza que hicieron posible el crecimiento de todos esos alimentos? Y, al fin, como base, como resumen, tras destinar nuestra acción de gracias a una serie casi ilimitada de seres, acabé, como es lógico, donde se termina siempre: 




En última instancia, debemos agradecer nuestros alimentos a la Madre Tierra, que ha hecho posible la vida física y la actividad de todos, esta Tierra cuyo Espíritu Interno es, precisamente, el

mismo Cristo. Eso es, indudablemente, lo que Él tenía in mente cuando afirmó que, al comer y beber, comíamos y bebíamos Su cuerpo y Su sangre. Y eso es lo que nos hace pensar que constituye casi una blasfemia el pedir a Dios que bendiga nuestros alimentos. 
Nuestros alimentos son más que benditos, son obra de Dios a través de miles y miles de seres, hermanos nuestros, incluso muchos de ellos pertenecientes a otras oleadas de vida, todos los cuales han trabajado y están trabajando para hacer posible nuestra existencia actual.


Al llegar a este punto no pude evitar un estremecimiento. Resultaba

verdaderamente impresionante, prácticamente inabarcable y casi
incomprensible, aunque evidente que, desde el origen de los tiempos, hubiera habido seres trabajando para hacer posible aquella nuestra comida; lo cual equivalía a decir que aquella comida nuestra estaba incluida en el Plan Divino que comprendía toda la Creación... Y todos esos seres, todos actuando, en todo momento, con entera libertad, al tiempo que realizaban su labor y con ello evolucionaban, hacían posible inconscientemente el
cumplimiento exacto y puntual de ese plan divino, en cuanto a nuestra alimentación se refería.


Un segundo estremecimiento me sacudió al dar el siguiente paso:



Nosotros, mi esposa, mis hijos y yo, también formábamos parte de esa Humanidad, también actuábamos y pensábamos y hablábamos

continuamente, también éramos miembros de esa cadena de seres que, innegablemente, están dando cumplimiento al plan de Dios y, por tanto,  cada instante de nuestras vidas estábamos siendo protagonistas de dicho plan, en cuanto que nuestras acciones iban a producir unos efectos innegables, inevitables, incalculables e imprevisibles en una serie de seres en los que ni siquiera pensamos pero que, en el Plan Divino son destinatarios de los efectos de nuestro paso por la vida...


Vi entonces claramente, qué gran responsabilidad entraña cada

pensamiento, cada palabra, cada deseo, cada acto e, incluso, cada omisión.


Comprendí, de manera incontestable, de qué modo tan fácil, tan sencillo y tan discreto actúa la Ley de Consecuencia; y me percaté, de un modo que ya nunca podré olvidar, de que no estamos nunca solos, de que somos únicamente un eslabón en la enorme cadena que supone la vida, pero en la que todos los eslabones son protagonistas: Que, aunque en algún momento de nuestras vidas podamos sentirnos olvidados o abandonados, ello no será


más que una ilusión nuestra, consecuencia de nuestros propios actos y de nuestras propias y consecuentes limitaciones, pero realmente imposible, puesto que imposible nos resulta a todos renegar de nuestra filiación divina. Comprendí, experimenté en mi propia carne mental, qué gran consejo es aquel de actuar siempre de acuerdo con las leyes naturales, de no oponernos a ellas, pues sólo desgracias nos acarrearemos y que, puesto que todos somos uno en Dios, el pensamiento clave de nuestras existencias
debe ser el formulado por el propio Cristo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.


La Creación entera, pues, no es sino una ininterrumpida, ilimitada e

interminable corriente de amor, desde Dios hasta Sus criaturas, sin olvidar ninguna; y otra corriente, de justísimo agradecimiento, desde las criaturas hasta Dios. Todos somos uno, todos nos influímos, todos necesitamos de los demás, todos ayudamos a los demás, todos nos debemos amor, todos nos debemos agradecimiento, todos vivimos en Dios y Dios vive en todos.


¿Cabe nada más hermoso y confortador?



* * *




CURAR AL ENFERMO por Francisco-Manuel Nácher



CURAR AL ENFERMO
por Francisco-Manuel Nácher

Durante algún tiempo, al principio de mi estudio de la Filosofía
Rosacruz, me atormentaba una pregunta, aún confusa dentro de mí, que no acertaba a expresar con claridad, pero que me hacía sentirme mal, como si hiciese algo ilógico, cada vez que rezaba el Servicio de Curación.

Por fin, un día en que ese sentimiento se manifestó con mayor
fuerza, decidí dar un “parón” y concentrarme sobre el tema. De esa
concentración, surgió aquella pregunta con toda claridad:

“¿No es un contrasentido que, por un lado,
consideremos correcto el proceder de la ley natural al hacernos experimentar los efectos de nuestras actuaciones negativas en forma de enfermedades, para que aprendamos lecciones de vida y, por otro, consideremos también correcto interrumpir esas consecuencias o enfermedades, cuando aún están realizando su función docente y, por tanto, no la han
concluído?”

La pregunta, pues, estaba clara. Pero ello no hizo sino aumentar mi
angustia, mi malestar y mi confusión. Porque, por un lado, así, a bote pronto, no encontraba una respuesta satisfactoria, que armonizase sus dos términos, aparentemente irreconciliables. Y, por otro, temía meditar seriamente sobre el tema y, al no hallar la solución, acabar atribuyendo una falta de congruencia a las Enseñanzas que habían cambiado mi vida y a las que tanto debía y tanto amaba. Porque, por un lado:

Leía en los Evangelios que Cristo, hubo lugares en los que no
pudo hacer ningún milagro, debido a la falta de fe de los enfermos.
Y que, cuando curó al paralítico dijo: “Para que veáis que el Hijo
del Hombre tiene poder para perdonar los pecados, tú, tullido,
levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.”

Y que, a los que curaba, los despedía diciéndoles claramente:
“Vete y no peques más , no sea que te ocurra algo peor”.
Pero, por otro lado:

Veía que el Servicio de Curación era considerado en la Fraternidad
como de importancia capital.

Y había estudiado que la misión principal de los Auxiliares
Invisibles, era la de curar a los enfermos.

Y conocía el mandamiento de Cristo a sus discípulos: enseñad la
Buena Nueva y curad a los enfermos.

Y todo ello me parecía hermoso, pero difícilmente armonizable. No
encontraba el denominador común que me permitiese comprobar que todos esos hechos y afirmaciones no se contradecían realmente entre sí y estaban encaminados a un mismo fin y que, además, ese fin era bueno y justo y lógico.

El problema llegó a obsesionarme, a convertirse en una espina que
no me podía arrancar y que, permanentemente, me dolía en el alma.
Hasta que decidí - ahora ya sé que eso es lo que hay que hacer, de
primera intención, en esos casos - que debía planteármelo en una
meditación profunda, hasta resolverlo, y verlo claro de una vez por
todas.

Y eso hice. Y comencé a repasar lo que ya sabía, de que nuestra
conducta negativa produce disonancias en los vehículos superiores y esas disonancias se transmiten a los inferiores y acaban manifestándose en forma de dolencias físicas.

¿Y por qué habían de manifestarse en forma de dolencias físicas? -
continué preguntándome en la meditación - La respuesta vino pronto:

porque en el cuerpo físico tenemos centrada la conciencia - y por eso percibimos sus enfermedades - ya que es el vehículo más denso y más perfecto que tenemos y resulta necesario para la evolución.
Y entonces empezó a hacerse la luz en mi mente: el cuerpo físico
es el mejor instrumento del Ego. Y por eso tenemos la obligación de
cuidarlo y mantenerlo en el mejor estado posible durante el mayor
tiempo posible, puesto que un cuerpo enfermo no rinde espiritualmente lo mismo que uno sano, porque le faltan la energía y la libertad de movimiento y el atrevimiento y la confianza. Por eso, cuando el cuerpo físico de un Auxiliar Invisible está enfermo, no se le permite realizar su trabajo como tal.


Y, - seguí viendo - si la enfermedad es consecuencia de nuestros
actos, libremente realizados y, por tanto, una lección de la Ley de
Retribución, es lógico que seamos también libres para eliminar sus
consecuencias. Pero, ¿cómo?

Estaba claro que, si seguíamos con la actuación anterior, la
enfermedad seguiría manifestándose. Luego, el medio tenía que ser el comprender que esa causa producía tal efecto y que, para eliminar éste, había que cesar en aquélla. Porque, si nuestros actos negativos no eran necesarios, tampoco lo sería su consecuencia, la enfermedad.

Ahí estaba el meollo de la cuestión: Por eso Cristo identificó el
pecado y la enfermedad. 

Y por eso no pudo curar a quienes no estuvieron dispuestos a
cambiar de vida, porque les faltó voluntad o comprensión o capacidad, carencia que la Biblia llama “falta de fe”.

Y por eso advertía a los que curaba que, si reincidían, se volvería a
producir la misma consecuencia o, quizás, peor.

Y por eso, claro, es aconsejable “curar al enfermo” que está
dispuesto a eliminar la causa de su enfermedad, es decir, que “ha
aprendido la lección” que esa enfermedad pretendía enseñarle. Y por eso nuestro Servicio de Curación va destinado a “quienes lo han solicitado o, deseándolo, no han podido solicitarlo.”

Y esa respuesta me condujo a comprender el por qué del ejercicio
de retrospección diario: en ella nos arrepentimos, es decir, aprendemos la lección, y el pecado queda borrado del átomo simiente y, por tanto, no producirá enfermedad, puesto que habremos eliminado su causa, la distorsión en los vehículos superiores y, consecuentemente, no descenderá a los inferiores.
Pero, ¿cómo?, ¿cómo curar a quienes han aprendido la lección
cuando la enfermedad ya se les ha manifestado? - Y ésta era una nueva pregunta interesante.

Aquí se planteaba otra cuestión crucial: ¿cuál era la forma correcta,
la mejor, de curar?

¿La de la medicina convencional, que sólo mira y trata de mitigar
los síntomas y los efectos que se manifiestan en el cuerpo físico?

Estaba claro que no.

¿Como hacen muchos, que se denominan sanadores, que aplican
las manos o la fuerza mental sin más? Tampoco.


¿Cuál era, pues, la forma correcta, desde el punto de vista de los
conocimientos ocultos? La respuesta llegó sola: la de la Fraternidad
Rosacruz, que abre al enfermo los ojos del alma y le ayuda a vencer sus tendencias negativas, a fortificar su voluntad de cambio y a energetizar sus cuerpos.

Porque, “saber es poder” y, cuando uno comprende la causa de lo
que le aqueja, si tiene dos dedos de frente, hace lo posible por
remediarlo. Y sólo los que no lo creen así y no ponen nada de su parte y no se esfuerzan, pagando con ese esfuerzo el precio
necesario, siguen con su dolencia por su falta de fe.

Y vi claro por qué se nos dice que el estado natural del hombre es
el de estar sano. Y comprobé que todo era perfectamente congruente con la voluntad divina.

Y mi tensión interior desapareció.

* * *


CUANDO EL HOMBRE NO ESTABA




CUANDO EL HOMBRE NO ESTABA
por Francisco-Manuel Nácher


Resulta casi imposible de concebir una época del mundo en que no
existiera el hombre. Nos parece carente de sentido que hubiera
inundaciones, terremotos y huracanes y, menos aún, primaveras y
atardeceres, sin hombres que los pudieran contemplar. ¿Para qué tanto esfuerzo y tanta belleza?

¡Hasta tal punto tenemos metido en los tuétanos nuestro papel de
protagonistas del Cosmos!

Y, sin embargo, aquellas primaveras y aquellos atardeceres debieron existir, y los cataclismos naturales se debieron producir y la aparentemente inútil lluvia sobre el mar debió ser una realidad. Y todos ellos juntos han conducido, los viera el hombre o no, al estado actual de la Tierra y sus habitantes, incluído el hombre.

Pero, ¿existió la belleza antes que el observador? ¿O la belleza es tan sólo una aportación de éste, intrascendente en la economía de la
naturaleza? ¿Por qué hasta el Renacimiento nadie había caído en la cuenta de que el paisaje podía ser hermoso? ¿Por qué hasta Kant nadie se había propuesto contemplar la razón como objeto de estudio? ¿Y, hasta Gustavo Adolfo Bécquer nadie descubrió en la literatura española la acogedora intimidad del asonante? ¿Y, hasta Freud, nadie se percató de que la dimensión inconsciente del hombre era tan amplia y tan definitiva, o más, que la consciente? ¿Y, por qué hasta Marx nadie había observado la importancia e influencia de la riqueza en el desarrollo de la historia? ¿Y,
por qué hasta hoy nadie se había apercibido de que lo que no se narra o se describe o fotografía y, sobre todo, no se televisa, es como si no existiese y no es tenido en cuenta...?

¿No habremos cerrado el círculo y, en la época de los multimedia,
regresado a la situación inicial, puesto que la mayor parte de los
acontecimientos de todo tipo acaecen, sin que nadie se entere ni se
preocupe de ellos ni de su influencia en la evolución de todos?

* * *

miércoles, 3 de octubre de 2012

¿CUÁLES SON LAS ENSEÑANZAS ROSACRUCES?






¿CUÁLES SON LAS ENSEÑANZAS ROSACRUCES?

Carta a la Sede Central de agosto de 1989
por Francisco-Manuel Nácher


El Manual de Instrucciones y Normas y Reglamentos para la
Administración de Centros con Carta Patente y Grupos de Estudio de nuestra Fraternidad establece, hablando sobre el Estrado que,
quienes desde él hagan uso de la palabra, “deberán limitarse a exponer solamente aquellos temas que sirvan para difundir las Enseñanzas de la Fraternidad Rosacruz”.


Pero, ¿qué alcance tiene ese mandato? ¿cuáles son las
Enseñanzas de nuestra Fraternidad? ¿dónde empiezan y dónde
terminan?


Con una interpretación restringida, prácticamente literal, parece
querer decir que sólo se podrá repetir lo que se contiene en los libros de Max Heindel y de su esposa y tal como en ellos se contiene. O sea que, prácticamente, la actuación desde el Estrado debería limitarse a leer dichos libros.


Pero, enseguida surge la pregunta: ¿Y qué pasa con los libros de
Corinne Heline, sobre los que nada se ha dicho oficialmente por la
Sede Central? ¿ Y con los de Elman Bacher? ¿Y con lo que se dice en los artículos que aparecen el Rays from the Rose Cross, escritos por probacionistas y aún por estudiantes?


Por un lado, pues, no sabemos dónde terminan las Enseñanzas,
puesto que los trabajos últimamente citados, no cabe duda de que se publican por la propia Fraternidad, con el exclusivo fin de difundir sus propias Enseñanzas. Y tampoco cabe duda de que adoptan las más variadas formas literarias: Artículos, poemas, cuentos, parábolas, leyendas, mitos, etc.


Pero, por otro, si admitimos esto, ¿por qué no admitir también
los escritos de otros probacionistas que no se publican en dicha revista porque no escriben en inglés? Porque, ¿qué tienen los estudiantes y probacionistas de habla inglesa que no tengan los de habla hispana o francesa o portuguesa, por ejemplo?



Vistas así las cosas, no resultaría posible fijar unos límites,
porque lo que para unos podría resultar aceptable, para otros podría no serlo. Es el peligro de las interpretaciones literales.


Hay que tener siempre en cuenta que, en toda ley, se dan,
simultáneamente, la mens legis y la mens legislatoris, literalmente “la mente de la ley” y “la mente del legislador”, es decir, por un lado lo que dice la ley textualmente, literalmente, gramaticalmente, y, por otro, lo que el legislador quería decir con esas palabras. De ahí la necesidad de la interpretación, que compagina ambas.


La cosa, pues, no parecería tener fácil solución si no nos
fijásemos en dos cosas:


1ª.- Que Max Heindel resume toda su filosofía en la afirmación

de que “El servicio amoroso y desinteresado que
prestamos a los demás es el camino más corto, más
seguro y más gozoso hacia Dios”


2ª.- Que Cristo resume los diez mandamientos de Moisés en sólo

dos: “Ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo
como a ti mismo”. Y no vamos a dudar de que nuestra filosofía lo
único que pretende es difundir la doctrina de Cristo.


Con estas dos ideas claras, la única interpretación

plausible de lo establecido por el Manual de Instrucciones es la de
que está prohibido exponer desde el Estrado todo lo que
se oponga a lo enseñado por la Filosofía Rosacruz.


Estaría prohibido, pues, predicar el odio o la apropiación indebida o el egoísmo, o asegurar que no tenemos cuerpo vital o que éste no es
importante para nuestra evolución, o afirmar que el infierno existe y es eterno, o pretender que Eva fue realmente formada de una costilla de Adán.


Pero de ningún modo podría estarlo el exponer lo que esté de
acuerdo con nuestra Filosofía, sea cualquiera el modo en que se haga.


Y, por tanto, será correcto describir el funcionamiento del cuerpo de deseos, y relatar lo ocurrido en el Gólgota con la sangre de Cristo, y explicar en qué consiste la Inmaculada Concepción, pero será igual de correcto hablar del amor desinteresado, del servicio al prójimo o de la caridad o de la fe o de la devoción con el fin de fomentarlas. Y todo ello se podrá hacer, bien directamente, bien mediante símiles, historias, parábolas, poemas, cuentos, mitos, leyendas, etc. Porque lo interesante no es la forma, sino el contenido. Ya que cada cual tiene unas posibilidades de expresión y unas capacidades de comprensión exclusivas, y cada cual, por tanto, responde a ambas y evoluciona con ambas. Por eso, cada uno de esos trabajos gustarán siempre más a unos que a otros. Pero eso es normal. Y todos estarán dentro de lo que decía Cristo, de lo que dijo Max Heindel y de lo que debemos decir quienes seguimos a ambos.



De otro modo el Estrado se convertiría exclusivamente en una
especie de cinta magnetofónica en la que estuvieran grabados los
textos de los libros de la Fraternidad. E, incluso entonces, nadie podría evitar que esas palabras, las mismas siempre, cada cual las entendiese de modo distinto, según su personal y exclusiva capacidad.

Está claro, pues, que lo que el texto del Manual de
Instrucciones citado hace es prohibir lo que vaya en
contra de las Enseñanzas, tanto de Max Heindel como de
Cristo, que son las mismas.

* * *

¿CUÁL ES LA CAUSA?



¿CUÁL ES LA CAUSA?
por Francisco-Manuel Nácher (1997)


Si la publicidad tiene como fin exclusivo el crearnos la necesidad del consumo.

Si el alcohol y el tabaco está demostrado que causan verdaderos
estragos en la sociedad.

Si se supone que los políticos son, por lo menos, inteligentes y saben pensar.

Si todos ellos aseguran que sólo pretenden el bienestar de la mayor
parte de los ciudadanos posible.

¿Cómo es que no prohiben instantánea y terminantemente la
publicidad del tabaco y el alcohol?

¿Cómo se explica que se sancione gravemente a los deportistas que
se drogan y, al mismo tiempo, todos los acontecimientos deportivos estén patrocinados y sirvan de escenario para, precisamente, anunciar el tabaco y el alcohol?

¿Y cómo se explica que se sancione a los automovilistas el exceso de velocidad y se permita la publicidad y la construcción y venta de vehículos que alcanzan velocidades de vértigo, destinadas inevitablemente a ser sancionadas?

¿Nos interesan esos políticos?


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AUNQUE NO CREAS EN DIOS, NADA CAMBIA




AUNQUE NO CREAS EN DIOS, NADA CAMBIA
por Francisco-Manuel Nácher

El hecho de que no creas en Dios no cambia nada. Él está ahí y tú
sigues formando parte de Él. El único perjudicado eres tú porque, al vibrar de modo negativo hacia Él y Sus huestes, te ves privado de su ayuda y asistencia.

El hecho de que no creas en el contenido de este escrito, tampoco
cambia nada. Lo creas o no, es así y seguirá siendo así. Y tú no puedes hacer nada por impedirlo. Por tanto, lo inteligente, lo racional, lo lógico y hasta lo práctico, es comprenderlo así y actuar en consecuencia.


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CÓMO SER HUMANO MEDITANDO







CÓMO SER HUMANO MEDITANDO.
por Francisco-Manuel Nácher


El pensamiento, la facultad de razonar, es lo que distingue
esencialmente al hombre del animal. El animal nace, se alimenta, crece, se reproduce, percibe estímulos del mundo físico y, como consecuencia de ellos, siente, más o menos rudimentariamente, y actúa, en uno u otro sentido, para beneficiarse lo más posible, bien acudiendo a lo que le gusta, bien alejándose de lo que no. Pero no piensa, no reflexiona, no engendra ideas ni juicios ni éstos, por tanto, le impulsan a la acción de un modo racional.
Sabido esto, lo lógico es que nos demos cuenta de que, en tanto
pensemos, en tanto estemos utilizando esa característica humana que es razonar, es decir, crear ideas, relacionarlas y sacar conclusiones en base a una lógica y, tras ello, actuar a tenor de ese juicio o conclusión, estamos "ejerciendo de hombres" en el más exacto sentido del término.
Y, consecuentemente, es lógico también que, sabido que disponemos para manejarnos en este mundo, de un instrumento tan valioso y tan privativo de nuestra especie, tratemos de desarrollarlo todo lo que podamos, con el fin de ser "lo más humanos posible" o, lo que es lo mismo, "lo menos animales posible".
Decididos, pues, a pensar, tendremos que determinar la mejor manera de hacerlo.
Como el pensamiento es algo que no nos viene de fuera, del mundo
sensible, sino de dentro de nosotros mismos, y que no es detectable por los sentidos, para pensar conscientemente, es decir, sabiendo que pensamos, con el fin de estudiar el pensamiento y hacernos maestros en ese arte, es necesario que nos encontremos lo más libres posible de esos estímulos exteriores que nos llegan del mundo que nos rodea y que, recogidos conscientemente en nosotros mismos, pongamos en marcha el mecanismo correspondiente.
Para ello son precisas varias etapas:


Primera: RELAJACIÓN


Existen numerosos sistemas para explicar el mejor modo de relajarse, cosa que a muchas personas les resulta poco menos que imposible, con gran daño para su salud física y mental. En nuestra opinión, el más fácil es el siguiente:


Una mañana, al despertarnos, en ese momento en que nos
encontramos más en el mundo de los sueños que en éste, cuando aún no hemos hecho ningún movimiento físico, cuando estamos dudando entre despertarnos definitivamente y comenzar nuestra jornada, o seguir unos minutos más en ese estado de beatitud en el que parece que no tengamos cuerpo y los sonidos exteriores nos llegan mitigados o sin trascendencia o no nos llegan en absoluto, acordémonos de fijarnos en qué estado se encuentran nuestros músculos, los de todo el cuerpo. Sin despertarnos, es
decir, continuando en plena "modorra", repasemos, uno a uno, nuestros miembros: Las manos, los brazos, los pies, las piernas, el tronco, el cuello, la cara...todo, y démonos cuenta de que ninguno de nuestros órganos está realizando esfuerzo alguno pero, sin embargo, podemos pensar con toda lucidez si nos lo proponemos... Nuestra mente, por su parte, se encuentra también en un estado especial. Tan especial que cualquier ruído fuera de lo
normal, nos produce en el cerebro como una sacudida, un "romperse algo", un "salir de algo", a veces hasta doloroso y que, si ha sido muy violento, no se va hasta que nos dormimos la próxima vez. Ése es, precisamente, el estado que deberemos buscar cuando, en el futuro, deseemos relajarnos. Si repetimos este sencillo ejercicio de observación durante dos o tres días al despertarnos, nuestra memoria muscular nos capacitará para, luego,
durante la jornada, cuando pretendamos la relajación, alcanzarla fácilmente con sólo recordar y reproducir ese estado de abandono de todos nuestros órganos. Una vez "memorizado" ese estado, es facilísimo volver a él y, cuanto más lo practiquemos, más fácil nos resultará.
Dominado el sistema para relajarnos, deberemos tratar de mantener,
durante el estado de vigilia, totalmente relajada, aquella parte de nuestro cuerpo que no haya de actuar en ese momento. Por ejemplo, si estamos sentados, podemos mantener las piernas y pies completamente relajados, lo cual favorece la salud, elimina tensiones innecesarias y prepara los músculos y órganos para actuar debidamente cuando su trabajo sea requerido. Esto deberá ir extendiéndose a todas las partes del cuerpo. De este modo tan sencillo, habremos eliminado una gran parte del cansancio
que nos abruma muchas veces, avanzada la jornada, y habremos hecho casi imposible el nerviosismo, el stress y sus consecuencias más o menos directas, como las dolencias cardíacas, intestinales, etc.

Segunda: SOLEDAD

Una vez lograda la relajación a voluntad, deberemos elegir unos
minutos cada día para aprovechar su mejor ventaja: Pensar.
Mientras permanecemos relajados, como hemos dicho y como todos sabemos, los estímulos exteriores, ruidos, luz, olores, sensaciones táctiles, etc. no nos llegan o lo hacen muy tenuemente. Es la ocasión para zambullirnos en nosotros mismos, en nuestro interior y, antes que nada, darnos cuenta conscientemente de que podemos pensar con toda claridad mientras nuestro cuerpo "yace", simplemente existe, está ahí sin decir nada. Es una sensación maravillosa que jamás se olvida, el comprobar que, sin cuerpo, es decir, sin contar con él, sin moverlo, sin recibir sus mensajes
ni reaccionar con él a ellos, somos los mismos de siempre, incluso más despiertos, más agudos, más inteligentes, más concentrados, más analíticos, más profundos, más...humanos, porque nuestro pensamiento, libre del cuerpo, puede funcionar a su gusto, es decir, a nuestro gusto.
Es ése un momento crucial en nuestro camino hacia la
"humanización". Por un momento, somos perfectamente conscientes de que estamos solos con nosotros mismos; por un instante comprobamos la posibilidad de nuestra existencia al margen de lo material y experimentamos lo que significa tener conciencia de sí mismo frente al mundo y a los demás. Nos situamos frente a nosotros mismos y, sin embargo, ese encuentro y esa soledad no nos asustan.
Si nos habituamos a dedicar cada día unos minutos a este ejercicio,
pronto nos sentiremos más seguros de nosotros mismos, nos enfrentaremos a los problemas con más resolución, perderemos el miedo a la vida y, allá en el fondo de nuestro corazón, empezaremos a adquirir la prueba y la certeza de que somos inmortales, de que sin cuerpo somos los mismos, de
que, por tanto, nada debe amedrentarnos, y de que acabamos de descubrir un mundo que nos invita a que lo exploremos porque es un mundo sugestivo, atractivo, vital, encantado y es sólo y todo nuestro y está a nuestra disposición siempre que lo deseemos...


Tercera: CONCENTRACION

El tercer paso, una vez dominadas la Relajación y la Soledad, nos
conduce a la Concentración.
La concentración no es más que el hecho de, en estado de relajación, cuando nos sentimos libres del cuerpo y del mundo y de los demás, traer a la mente una imagen cualquiera y mantener el pensamiento fijo en ella tanto tiempo como podamos.
El tema objeto de la concentración no es relevante. Puede serlo un
lápiz, una vaca o una flor y, en un período más avanzado, una cualidad (por ejemplo, la blancura), una virtud (por ejemplo, la paciencia), o un sentimiento (por ejemplo, el amor).
Lo que, en todo caso, hay que procurar - y conseguir - es que nuestro pensamiento no se desvíe, no se salga del objeto estudiado.
No es aconsejable, por sus efectos negativos sobre nosotros mismos, tomar como tema de concentración vicios, defectos, errores, etc.
Antes de seguir, es preciso hacer una aclaración fundamental y es
ésta: Aunque todos tendemos a creer que nuestro pensamiento es nuestro propio yo, hemos de convencernos de que no es así. Más adelante nos convenceremos por nosotros mismos pero, en este momento, es conveniente aceptar esta verdad como tal verdad: Que el pensamiento, la mente, la facultad de razonar es tan sólo un utensilio que poseemos, lo mismo que tenemos las manos o los pies o las orejas o los ojos. Cada uno tiene su utilidad y su finalidad; pero nuestro pensamiento es sólo un instrumento que podemos y debemos aprender a manejar, igual que hemos aprendido a manejar los otros. Y, como ellos, lo usamos cuando queremos y no lo usamos cuando no queremos.
Cuando somos niños e intentamos andar, nuestro paso es vacilante,
caemos con frecuencia, tropezamos, incluso nos lastimamos; pero, al final, con el tiempo y con la práctica, logramos andar de un modo aceptable, bien que unos lo logran más que otros y hay quien llega a atleta y a bailarín, y quien se queda en un dominio discreto de sus miembros. Y, curiosamente, ninguno recuerda de adulto todos los golpes, testarazos y magulladuras que ese aprendizaje para el manejo de sus miembros le costó.
Otro tanto ocurre con la vista (el recién nacido pretende, desde la
cuna, alcanzar con las manos el rostro de su madre porque no calcula aún las distancias), del lenguaje ( ¡cuántos errores, cuántos ceceos, cuántas correcciones de nuestros mayores hasta lograr hablar aceptablemente!), de la escritura (¡cuántos garabatos, cuántas lineas torcidas, cuántos cuadernos, cuántos esfuerzos hasta lograr escribir decentemente!)...

Y siempre el mismo fenómeno: Cuando ya sabemos manejar nuestro instrumento, todos los esfuerzos realizados para llegar a ello se nos han olvidado...pero poseemos el dominio de la nueva facultad. Es el precio que hay que pagar por aprender, porque en la naturaleza no hay nada, nada, gratis. Y, el que desea una facultad, un don o una habilidad, ha de pagar necesariamente su precio porque nadie, absolutamente nadie, puede adquirirla en su lugar, por muchos esfuerzos que realice, por mucho que pague o por mucho que lo desee.
Como mantener la atención en un objeto o motivo de los antes
descritos no resulta nada fácil al principio, ya que nuestra mente, nuestra "máquina de pensar", es inquieta e inestable por naturaleza y le gusta ir de un objeto a otro, es aconsejable seguir en nuestro ejercicio una especie de guión que podemos aplicar prácticamente a todos los objetos de nuestro estudio (el lápiz, la vaca, la flor o cualquier otro) y que podría, más o menos, ser del siguiente tenor:


- qué es
- de qué es
- cómo es
- para qué sirve
- clases
- historia
- experiencias propias


Suponiendo que hayamos escogido el lápiz como objeto de
concentración, empezaremos preguntándonos: “¿qué es un lápiz?” y, a continuación trataremos de encontrar la mejor definición que podamos de un lápiz, bien entendido que una definición debe comprender todos los elementos esenciales de la cosa definida y ninguno accesorio. Una vez obtenida una definición satisfactoria, nos preguntaremos: “¿de qué es?” y empezaremos a enumerar todas las materias con las que se puede construir un lápiz. Luego seguiremos con la pregunta “¿cómo es?”, y así
sucesivamente, hasta completar la lista, en la que “historia” quiere decir la del objeto de estudio y “experiencias propias” se refiere a las vivencias que recordemos como más interesantes en relación con el objeto de concentración, o sea, del lápiz o los lápices en general. Y recordaremos, quizás, un lápiz de nuestra infancia o el de un conocido o el o los que nos hayan llamado la atención.
Si, durante el ejercicio, la mente se nos va a otro tema deberemos,
inmediatamente, hacerla volver al que nos interesa. Y obligarla, siempre y cada vez, a que piense lo que nosotros queremos.
Nos asombrará la cantidad de cosas que sabíamos sobre nuestro
objeto y que, debidamente ordenadas en nuestra memoria por el ejercicio que antecede, quedarán en ella de modo fácilmente accesible.
Este ejercicio de concentración ha de practicarse diariamente, bien
entendido que para practicarlo deberemos estar relajados. De otro modo, la concentración resultará imposible. Y bien entendido también que, si dejamos de practicar un día, habremos perdido el esfuerzo de muchos. La mente se ha de acostumbrar a ser dominada y a aceptar que tiene un dueño.


Cuarta: MEDITACION.

Es el paso siguiente. Consiste sencillamente en, dominado que ha
sido el anterior ejercicio y capaces ya de conseguir que nuestra mente se fije en lo que queramos y se mantenga allí, elegir un motivo y, manteniendo el dominio sobre nuestro instrumento, sin dejar las riendas de nuestra mente, hacerla incidir sobre el tema, y dejar que ella, libremente, nos vaya mostrando el por qué, el cómo y el para qué, y relaciones ideas y juicios, y extraiga conclusiones, y pondere, y distinga lo importante de lo accesorio, y deduzca las leyes, los procesos, los devenires, las sendas por
las que discurre la realidad, externa e interna...en una palabra, piensa, pero piense con todo lo que el término supone, siendo nosotros los observadores silenciosos de nuestro pensamiento pero, eso sí, evitando que la mente, siguiendo su natural inclinación, se traslade de Herodes a Pilatos, sin ton ni son, echando a perder todo el posible fruto de nuestro ejercicio.
Para consuelo del lector diremos que, evitando los pensamientos
ajenos y tratando, por tanto, de descubrir nuestras propias verdades, ese dominio de la mente es posible; y se puede llegar a obtener tal grado de concentración que se nos borre todo vestigio de todo lo que no sea el objeto de estudio o meditación; y que eso lo han conseguido y lo están consiguiendo diariamente millones de personas. Es sólo cuestión de ponerse a la tarea, porque es una actividad tan gratificante que ella misma nos pide más y más, y la propia satisfacción es tanta, que el aprendizaje, una vez pasados los primeros días, es rápido y fructífero.

Es conveniente, sin embargo, llegados a este punto, distinguir entre
"pensar" o "discurrir" y "meditar". Lo primero lo solemos hacer
plenamente conscientes y durante el estado de vigilia, que es en el que nos encontramos desde que nos despertamos hasta que nos volvemos a dormir.
En él nuestra conciencia está en el mundo físico.
Una vez adquirida la facultad de dirigir nuestro pensamiento a
voluntad, de fijarlo sobre el tema que deseemos y de concentrar nuestra mente sobre él, no habrá obstáculo que se nos resista porque la mente, bien dirigida, bien gobernada, puede resolver cualquier problema. Hemos de adquirir el hábito de decirle interiormente algo así como "hala, vamos" y
que eso signifique - y que ella lo sepa - que no va a poderse zafar de
nuestra orden y que va a tener que trabajar como y hasta cuando nosotros queramos. Llegados a ese punto, resulta ya fácil la meditación.
En la meditación, sin embargo, no actuamos conscientemente o,
mejor dicho, no debemos actuar conscientemente. Debemos, una vez planteado el tema, y sin salir de la relajación profunda, dejar poco a poco que se relaje también la mente y que sea el espíritu, nuestro verdadero yo, el Yo Superior el que actúe. Él conoce todo lo que la conciencia de vigilia no sabe, todo lo que ignora. Él puede imaginar, puede visualizar lo que desee, puede viajar adonde quiera, puede sanar, puede hacer milagros, puede crear. Sí, porque la mente, en ese estado subconsciente, es creadora y sus mandatos son obedecidos por la naturaleza. Todos los grandes pensadores, inventores, artistas, etc. han logrado sus creaciones inmortales
en ese estado subconsciente que unos llaman inspiración, otros genio y otros estado exaltado de la conciencia, y que no es otra cosa que el ejercicio de nuestro poder creador.
Y entonces, ¿qué podría decirse para dar una idea de lo maravillosa,
lo potente, lo gratificante, lo edificante, lo positiva, lo evolucionante, lo asombrosa que resulta la meditación? La persona que medita se distingue fácilmente de la que no lo hace, porque su juicio es más certero, sus ideas más claras, conoce el por qué de lo que hace y dice, argumenta con claridad y sus palabras son firmes, convincentes, rotundas, aureoladas de autoridad...Por todos conceptos, pues, vale la pena intentarlo y, haciéndolo, ser más "humanos".


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