viernes, 10 de febrero de 2012

LA HUMANIDAD, UN SER COLECTIVO





LA HUMANIDAD, UN SER COLECTIVO
Francisco-Manuel Nácher

Partiendo de la base de que nuestro Yo Superior, nuestro Triple
Espíritu, posee una conciencia grupal, es decir, no es individualmente
consciente, y ésa es una de las finalidades de la evolución, como nos
dice nuestra filosofía, se comprende fácilmente que todos nuestros actos,
aún los aparentemente más nuestros y exclusivos, no dejen de ser una
labor colectiva. Porque hubieran sido imposibles sin el concurso de los
demás. De ahí la responsabilidad colectiva y de ahí el karma colectivo.

Porque, en el fondo y sin quererlo ni saberlo, somos un ser plural.
Y, por eso, un hombre solo no puede evolucionar.

Y por eso los Hermanos Mayores se preocupan por la Humanidad
en su conjunto y no por los individuos, y sólo ayudan o utilizan a éstos
en tanto en cuanto esa utilización redunda en el bien de todos.
A lo largo de la evolución, hemos sido dirigidos, pero también
compenetrados por los Espíritus de raza, de la misma manera como
nosotros ahora compenetramos y dirigimos las células de nuestro cuerpo.

Pero, además, a nivel de oleada de vida, también nos ocurre lo mismo
desde el momento en que “en Dios vivimos, nos movemos y tenemos
nuestro ser”. En ningún momento dejamos de necesitar y ser necesitados
por los demás y de, a la vez, constituir centros de conciencia de otro ser
mayor que nosotros, o de estar constituidos por centros de conciencia de
otros seres menores que nosotros.

La Comunión de los Santos de la iglesia tiene el mismo sentido de
participación en comunidad de los frutos del esfuerzo común.

Necesitamos a los demás para ser buenos o malos o mejores o
peores o altos o bajos o tontos o inteligentes… y hasta para ser. Porque,
¿cómo podríamos ser sin padres, sin alimentos, sin semejantes, sin un
Creador? El único que no necesita de los demás y, por tanto, el único ser
unipersonal y autosuficiente es el Absoluto.

Vivimos, pues, gracias a los demás y en función de los demás.


Incluso nuestros cuerpos son seres colectivos, miríadas de células o
centros de conciencia individuales, pero todos dependientes de los
demás e incapaces de vida individual sin la ayuda de los otros. Y, “como
abajo, es arriba”.

Nuestros pensamientos, palabras y actos, pues, no sólo dependen
de los demás, sino que también les afectan, van destinados a los de ellos.

Por eso nos resulta tan difícil la introspección y el conocimiento de
nosotros mismos como seres aislados. Porque ni lo somos ni lo estamos.

Ése es el significado oculto del Lavatorio de Pies de Cristo a Sus
discípulos. Porque, sin discípulos es imposible el Maestreo. Todos nos
hemos de apoyar en otros para subir, en cualquier sentido, y de ahí
nuestra obligación de ayudar a los que van detrás. Porque, ¿qué pensador
o escritor o artista no se ha basado en alguna creación anterior a él? ¿Y
qué científico no ha partido de conocimientos anteriores a él? ¿Y qué
político no ha heredado algo que han hecho otros? ¿Y qué hombre no
debe gran parte de lo que es al esfuerzo de los demás?

Esa imposibilidad de prescindir de los demás es la clave, la base y
la explicación del amor, que es la necesidad del otro, activa o
pasivamente, que empieza siendo proyectado sobre un solo ser pero que,
luego, va ampliando su campo de acción hasta hacerse casi perfecto al
incluir a toda la Humanidad y, más tarde, alcanza la perfección al
abarcar a toda la Creación, extendiéndose finalmente al propio Creador,
en un proceso lógico, natural e inevitable de sucesivas ampliaciones de
conciencia, que cierra el círculo y nos sitúa en el origen, en Dios, pero
plenamente desarrollados.

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