jueves, 2 de febrero de 2012

LA RESPONSABILIDAD





LA RESPONSABILIDAD

por Francisco-Manuel Nácher

La responsabilidad es la primera consecuencia del ejercicio de la
libertad. Podríamos definirla como “la deuda contraída con nuestros
semejantes como consecuencia de los efectos producidos sobre ellos por
nuestros pensamientos, palabras, deseos y acciones”.

Claro que esta definición desemboca, inevitablemente, en la Ley de
Acción y Reacción o del Karma, que nos hace pagar esa deuda o cobrar
ese crédito para equilibrar el balance de nuestro devenir evolutivo.

Lo malo del error en el ejercicio de nuestro libre albedrío no es el por
las religiones denominado “castigo” y por nosotros “retribución”, sino el
daño que causamos a los demás.

Hemos de ser conscientes de que cada uno de nosotros es,
permanentemente y de modo inevitable, alumno y maestro.

Como alumnos, aprendemos de aquéllos que saben más o se
comportan mejor e, incluso, de los que saben menos y se comportan peor,
si sabemos utilizar adecuadamente nuestro discernimiento -
desarrollándolo así - que nos ayuda a diferenciar el grano de la paja, lo
importante de lo accesorio, para centrarnos en lo primero, la luz, la verdad,
desechando lo segundo, el error y, ordinariamente, la víscera.
Y, como maestros que, sin quererlo, todos somos, porque todos
nuestros allegados, parientes, amigos y conocidos, inconscientemente, nos
miran y, como tienen su propia mente, la utilizan, y extraen sus propias
conclusiones sobre nuestras palabras y obras, unos para imitarnos y otros
para censurarnos, estamos permanentemente influenciando a los demás.

Y ahí está el verdadero peligro: Que quienes nos observan, es lógico
que esperen de nosotros que, desde su punto de vista, seamos consecuentes
con nuestras ideas y palabras que conocen. Porque, de modo también
automático, todos tendemos a idealizar a los demás, en base a nuestras
propias aspiraciones y carencias de verdad, de bondad y de belleza,
atribuyéndoles o, mejor, esperando de ellos, que encarnen esos ideales. Y
entonces ocurre que, generalmente, no somos capaces de estar a la altura
de las circunstancias, sencillamente porque no somos perfectos.

Por supuesto, como he dicho, como simples ciudadanos, como
hombres y mujeres, como empleados o funcionarios, jefes o ejecutivos,

abuelos o nietos, como miembros de asociaciones o sociedades o
agrupaciones de cualquier tipo, podemos evitar, aunque difícilmente, mirar
a los demás y reflexionar sobre ellos y sus conductas. Pero, lo que no
podemos hacer, porque no está en nuestras manos, es evitar que los demás
nos observen y nos estudien y nos analicen y nos miren con lupa - con su
propia lupa, teñida con el color de sus negatividades - y hasta que nos
diseccionen, y extraigan las conclusiones oportunas.

Y ahí es donde radica la parte profunda, incontrolable de la
responsabilidad. Ahí es donde más debemos esforzarnos por estar a la
altura de las circunstancias, de las circunstancias esperadas o deseadas por
los otros. Eso implica una atención especial a nuestros defectos, que
quienes nos observan no nos disculparán. Y, en ese sentido, precisamente
esos que nos observan se convierten automáticamente en nuestros
maestros, en virtud de esa observación y de la crítica subsiguiente, a la que
nos someten de modo permanente y de la que, más o menos
conscientemente, todos somos sabedores.

Por eso, porque todos somos maestros y discípulos y somos
observados, pero no somos perfectos, es por lo que Cristo hizo aquella
afirmación un tanto incomprendida: “Es necesario que exista el
escándalo”.

Para ilustrar esto, voy a poneros un ejemplo: El mecánico de un taller
de automóviles rosca mal un tornillo; la mala colocación del tornillo
provoca que el coche pierda una rueda en carretera; la pérdida de la rueda
hace volcar el coche; el vuelco del coche provoca la muerte del conductor;
la muerte del conductor, deja viuda y tres hijos pequeños sin medios de
vida; la carencia de medios de vida, de parientes y de trabajo para la
madre, les obliga a abandonar la casa en que vivían alquilados; el
abandono de la casa les hace vivir en la calle pidiendo limosna.

¿Puede alguien negar que el causante de este desastre fue el
mecánico negligente?

Vista así la vida, contemplando el inmenso, el infinito entramado de
influencias recíprocas que creamos y experimentamos a lo largo de toda
nuestra existencia, se comprende por qué se nos dice que, en el fondo,
todos formamos una sola unidad, que todos aportamos, todos enseñamos y
todos recibimos y todos aprendemos. Y que todos somos eslabones, no
sólo importantes, sino necesarios, para la evolución de la cadena de la que
todos formamos parte.

Porque cada acto, cada palabra, puede terminar provocando un
verdadero desastre hasta de nivel planetario.


De ahí, en base a la actuación automática de la Ley de Retribución, se
comprende también la segunda parte de la afirmación de Cristo: 
“¡Pero ay
de aquellos que escandalicen!”.

No obstante, no todas las consecuencias de nuestra actuación han de
ser negativas. Es posible, y por tanto eso es lo que hemos de procurar,
que de nuestra actuación se derive algo bueno y hasta muy bueno. 
Es
el ejemplo que imagino en el poema que sigue, de mi obra “Viaje
Interior” y que titulo

“Sólo uno más”

Sólo el postrer descenso del termómetro
consigue congelar el bravo río.
Y la balanza, estática y sin vida,
la inclina el último grano de trigo.
Sólo el último paso hace posible
que lleguemos al punto de destino.
Y el último escalón, en la subida,
que ascendamos de un piso hasta otro piso.

El tren lo forman últimos vagones,
más sólo lo completa el vagón último.
Sólo la última gota de la lluvia
permite al sol lucir en su camino.
Y el último minuto en este mundo
cierra y abre, per se, nuestro destino.
Que lo último de algo es lo primero
de otro algo más alto y muy distinto.

¿Y si tu sacrificio en pro de otros
fuera el que colma y rompe el equilibrio?
¿O tu mano, tendida al que te pide,
fuera el último gesto en tu destino?
¿Por qué no has de ser tú la última gota
que haga lucir al sol en su camino
y el mundo, tras tu acción, se conmocione
y se haga un mundo nuevo y sabio y limpio?

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