martes, 26 de noviembre de 2013

¿”SEÑOR, QUE TODOS LOS HOMBRES SE AMEN” O “SEÑOR, QUE TODOS LOS HOMBRES NOS AMEMOS”?



¿”SEÑOR, QUE TODOS LOS HOMBRES SE AMEN” 
“SEÑOR, QUE TODOS LOS HOMBRES NOS AMEMOS”?
por Francisco-Manuel Nácher

         A primera vista, la dos frases dicen lo mismo. Pero no es así. Son dos frases muy distintas y producen efectos muy diferentes, tanto en el Cosmos como en nuestro entorno y en nosotros mismos.
         ¿Y eso por qué? Agucemos nuestra mente y empecemos por el principio:
         1.- Sabemos que somos Espíritus Virginales, es decir, chispas de la hoguera divina, dioses en formación con todas las facultades de Dios y, por tanto, seres creadores
         2.- Y sabemos que creamos con la mente, es decir, confeccionando un arquetipo mental de aquello que deseamos crear que, una vez creado, usando la voluntad, empujaremos hasta el cuerpo de deseos donde:
a.- Si a éste le parece deseable, lo envolverá en materia de deseos y lo empujará hasta el cerebro etérico. Pero,
b.- Si no le parece deseable, luchará contra ese acto de voluntad para no realizarlo y, entonces:
I.- Si la voluntad es fuerte, podrá con el deseo y el arquetipo será empujado hasta el cerebro etérico pero,
II.- Si la voluntad es débil, podrá con ella y el arquetipo no llegará al cerebro etérico y será archivado en el éter reflector, bien como un dato para la memoria, bien para su uso en otro momento o bien para no ser usado nunca más.
3.- El arquetipo, pues, si se ha de realizar, acaba siempre en el cerebro etérico, el cual, da las oportunas instrucciones al cerebro físico para que ordene al cuerpo físico lo necesario para llevar a cabo lo que el arquetipo pretende.
Así funcionamos. O sea que, como somos seres compuestos, todos nuestros elementos constituyentes han de colaborar, necesariamente, y dejar su impronta, en cualquier actuación creadora. Y no olvidemos que, en realidad, toda actuación nuestra, por ser la de un ser creador, es, al fin y a la postre, una actuación creadora. Pues así vamos “creando” nuestra vida, paso a paso, y nuestro karma y nuestro adelanto y nuestro atraso, trabajando en el presente para dar lugar a nuestro futuro.
Como consecuencia, pues, de la participación de todos los componentes de nuestra anatomía oculta en cualquier actuación que desarrollemos, habrá siempre una participación importante de nuestros cuerpos mental y de deseos. El mental, con sus fundamentos racionales su lógica, su razón, que aconsejen hacer el arquetipo e impulsarlo hacia su realización. Y el cuerpo de deseos, incrustándole las emociones, los sentimientos, los anhelos, las virtudes y los vicios que constituyan nuestra parte emocional.
Y ahí está el problema. Porque si, - llevados de nuestro deseo de paz en el mundo y de nuestra convicción de que la oración es un acto creador que, tarde o temprano se realizará, dependiendo de la fuerza que el arquetipo lleve consigo - decimos: “Señor, que todos los hombres se amen” estamos excluyéndonos de ese arquetipo, estaremos ordenando o invocando que “los demás” se amen.
En cambio, si decimos: “Señor, que todos los hombres nos amemos,” nos habremos incluido. Y eso cambia radicalmente las cosas.
Porque, en el primer caso, nuestro inconsciente (los elementales que son los obreros de los distintos planos de la naturaleza y que no discurren) interpretará la oración como algo que se hace en beneficio de los demás, de “todos los demás”, puesto que decimos “que se amen”, es decir, “que ellos se amen”. Y ese componente de sentirse ajeno y, por tanto, sin derecho a recibir el beneficio de la realización, afectará a la petición (y con ello, al Cosmos todo) y nos afectará a nosotros mismos. Nuestra parte egoísta se resentirá y nuestra oración perderá empuje y no llegará muy alto.
Pero, si oramos incluyéndonos (“que todos nos amemos”), nos sentiremos implicados, tanto en el esfuerzo de generar más voluntad como en el de participar de los beneficios que la creación produzca.
Para comprobar la exactitud de lo dicho, repetíos en silencio varias veces las dos frases, intentando percibir lo que sentís en vuestro interior. Primero, decíos varias veces, “que todos los hombres se amen”, y tratad de comprobar lo que sentís. Y luego, repetíos “que todos los hombres nos amemos”. Pronto advertiréis la diferencia: en el primer caso no os sentís incluidos y en la segunda sí. Pero, en el primer caso, no intuís posibilidad alguna de actuar positivamente entre “todos los hombres” mientras que, en el segundo caso, sí os imagináis actuando con “todos los hombres” y participando del resultado. Y, si eso es así, los efectos han de ser lógicamente, de la misma naturaleza que las causas.
¡Ojo, pues, cuando recemos! Acordémonos de comprobar qué estamos pidiendo exactamente, qué efecto puede producir y a quién. Porque, lo que pidamos, indefectiblemente, se realizará. Pronto o tarde, en esta vida o en otra, se realizará, puesto que es un arquetipo creador, obra de   un ser creador.
Esto es una demostración más de la exactitud de la máxima oculta que nos dice que “el mal es bien en formación.” Porque, aunque en última instancia nos guíe un leve sentimiento egoísta, con la segunda frase obtenemos un bien “para todos los hombres” que, a su vez, nos serán kármicamente deudores de la parte que les correspondió en la realización de nuestro arquetipo, nuestra oración o nuestra invocación.

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