EL PUEBLO GRIEGO
por Francisco-Manuel Nácher
Las Enseñanzas Rosacruces nos dicen que todas las religiones
vienen de lo alto y que se han venido dando a los pueblos con
contenidos apropiados a la idiosincrasia de cada uno de ellos aunque,
en el fondo, los básicos han sido siempre los mismos. Y que todas
ellas se han expuesto en forma de mitos. De ahí el nombre de
“mitologías” que se les ha asignado. Y, como la más próxima a
nosotros ha sido la griega, sus mitos son los más conocidos por
nosotros, no sólo por su origen mediterráneo sino, además, por haber
sido adoptados luego por el imperio romano, del que formamos parte
en su momento y, más tarde, por haber sido aquella cultura la cuna del
movimiento histórico denominado el Renacimiento.
Por eso, como esos mitos, para la mayor parte de la gente son
como historietas más o menos atrevidas, pero sin profundidad ninguna
y sin contenidos aprovechables, quisiera deshacer ese entuerto
gravísimo para convenceros de que ese pueblo no estaba formado por
retrasados mentales ni por incapaces ni por ateos.
Y, la mejor manera de lograr ese cambio de opinión sobre la
religión griega y, consecuentemente, sobre el pueblo que la tuvo,
consiste en conocer primero a ese pueblo y, una vez conocida su
capacidad en todas las ramas de saber, estar preparados para estudiar,
también superficialmente, su religión y darnos cuenta de que sus mitos
son análogos a los de las demás religiones, incluida la cristiana, y con
los mismos contenidos e idéntica profundidad.
Hablare, pues, hoy, del pueblo Griego. Por supuesto,
refiriéndome al de la llamada Grecia Clásica, que ha sido un pueblo
único, irrepetible, distinto de todos los demás y, hasta podría decirse
que, en aquel entonces, a años luz de todos ellos.
Y uno se pregunta: ¿Por qué? ¿Qué tuvo ese pueblo de
particular? ¿Cuál fue su característica distintiva? Las preguntas son
lógicas, pero sus respuestas ya no lo son tanto porque sólo pueden
darse mediante la exposición de los hechos, que son siempre el mejor
argumento: "Por sus frutos los conoceréis".
En realidad, en el pueblo griego había tres pueblos superpuestos:
El pelasgo, el aqueo y el dorio. Los primeros pasan por ser los
indígenas, los aqueos llegaron hacia el 1.400 a. C. y los dorios hacia el
1.100. Estos últimos, que introdujeron el hierro, se decían
descendientes de los cincuenta hijos que Hércules proporcionó a las
cincuenta hijas de Tespios, rey de Tebas y de las que hablamos en otra
conferencia sobre los Doce Trabajos de Hércules.
Al llegar los dorios, los pelasgos y los aqueos, ya medio
mezclados en el pueblo jonio, huyeron a las islas del Egeo y costas de
Anatolia y fundaron allí una serie de ciudades. Sólo Atenas continuó
siendo aquea, en un mar de ciudades dorias, cuya representante
máxima fue Esparta, en un Peloponeso totalmente dorio. La expansión
se produjo también hacia el oeste, creándose multitud de ciudades en
el sur de Italia y en Sicilia.
Sin embargo, nunca hubo dependencia entre ellas. Cada ciudad
era y se consideraba totalmente independiente de la metrópoli. Cada
ciudad era un estado soberano que se regía por sus propias leyes y se
desenvolvía como creía más conveniente. Era un pueblo centrífugo,
que rehuía todo dominio político. Y, sin embargo, nadie puede negar
que todas esas ciudades juntas constituyeron aquel pueblo griego tan
admirado hoy por todos.
¿Qué era, pues, lo que las aglutinaba? ¿Qué fue lo que las hizo
parecerse, relacionarse, influenciarse, desarrollarse hasta niveles
entonces impensados en casi todas las ciencias y las artes humanas?
No cabe duda de que la primera clave estuvo en la religión.
Todos los griegos tenían la misma religión, todos ellos aprendían y
enseñaban y meditaban sobre los mismos mitos. Y los más inquietos,
se iniciaban en los Misterios de Eleusis o en los Órficos o en los
Dionisíacos o en cualquier otro, y todos experimentaban idénticas
experiencias interiores y adquirían los mismos conocimientos y
prestaban el mismo juramento de guardar silencio bajo pena de
muerte.
Derivado de esa identidad religiosa, existió otro vínculo de
unión, que constituyó la segunda clave y que fue el Oráculo-templo de
Delfos. A él acudió todo el mundo griego a lo largo de todos los siglos
que duró su religión y, por tanto, su civilización.
La tercera clave estuvo en la lengua. Con variantes, pero todos
hablaban el mismo idioma. Y eso hizo posible la comunicación
permanente, el intercambio de ideas y de estilos y de descubrimientos.
La cuarta clave estuvo en los Juegos Olímpicos. Ayudados por la
identidad de religión, de lengua y de cultura, los juegos constituyeron,
a lo largo de más de mil años, el congreso cuatrienal en el que el
pueblo griego exponía sus hallazgos, discutía sus tesis y sacaba sus
conclusiones. Cierto que, con la excusa de la religión, era más bien
una competición deportiva. Pero también es cierto que ello hacía
posible el conocimiento personal de todas las figuras, su
comunicación el intercambio de conocimientos, el nacimiento de
amistades, de influencias y de nuevas ideas... Lógicamente, una vez
comprobada la excelencia del sistema, a las Olimpíadas, creadas el
776 a. C., siguieron, el 582 los Juegos Panhelénicos de Delfos, en
honor de Apolo y los Ístmicos de Corinto, en honor de Poseidón; y el
576, los de Nemea, en honor de Zeus. Y los grandes campeones
olímpicos empezaron a soñar con la conquista sucesiva de los cuatro
títulos.
La quinta y última clave estuvo en que, por primera vez en la
historia, el hombre se convirtió en Grecia en objeto de estudio. Hasta
entonces, en todos los pueblos, el hombre era manejado por los dioses,
nadie se ocupaba de él como ser autónomo, libre e independiente,
dueño y responsable de sus actos. Fue el pueblo griego el primero que
se planteó el estudio del hombre al margen de la religión, digamos,
desde el punto de vista profano. Y, aunque los que lo hicieron eran en
realidad iniciados en los Misterios y, por tanto, poseían conocimientos
más allá de los de los demás hombres, o quizá por eso, se dedicaron a
fomentar en su pueblo el uso del intelecto. Le enseñaron a pensar, a
argumentar, a reflexionar, a investigar, en una palabra, a valerse por
sus propios medios y no esperarlo todo de los dioses que ya habían
hecho su parte. Y le enseñaron a amar el arte en todas sus
manifestaciones. Y lograron obras, en todos los campos, que
alcanzaron prácticamente la perfección, hasta el punto de haberse
convertido, para los pueblos que les sucedieron en el devenir de los
siglos, en obras "clásicas".
Pensemos, por otro lado que, además de haber creado y sugerido
tanto que aún estamos viviendo de él, este pueblo dio lugar al otro
gran movimiento intelectual de la historia, el Renacimiento, que no fue más que un redescubrimiento, tras unos años de deceleración
cultural, de su mundo maravilloso, desde todos los puntos de vista.
Ante la imposibilidad, y la improcedencia, de hacer aquí y ahora
la historia de Grecia, voy a dar a continuación algunas pinceladas para
que nos hagamos una idea, con cada una de ellas, de la profundidad
alcanzada por este pueblo y de la distancia que les separó de todos sus
contemporáneos e, incluso de la mayor parte de los pueblos actuales.
Pitágoras, nacido en Samos el 580 a.C. y establecido en Crotona
donde fundó una Escuela de Misterios, descubrió una serie de
teoremas conocidos de todos, así como que las notas musicales
obedecen a vibraciones y estudió las relaciones recíprocas entre ellas;
aseguró que la tierra era una esfera y giraba de Oeste a Este, 2.000
años antes de Copérnico y Galileo; afirmó que el alma es inmortal y
renace un número indefinido de vidas, utilizando distintos cuerpos
para evolucionar y que tras cada vida, purga sus errores y vuelve a
renacer; preconizó el régimen vegetariano...
Tales de Mileto, uno de los Siete Sabios de Grecia, en el siglo V
a. C., hizo grandes descubrimientos en geometría; en Egipto calculó la
altura de la gran pirámide, midiendo la sombra de la misma y la suya
propia y sacando la proporción correspondiente; aseguró la existencia
de la reencarnación; afirmó que lo más difícil para el hombre es
conocerse a sí mismo; definió la justicia como "no hacer a los demás
lo que no te gustaría que te hiciesen". Esto 600 años antes de Cristo.
Stigomates, de Éfeso, en el siglo VI a. C. satirizó diciendo que la
mujer sólo proporciona al hombre dos días de felicidad: El día de la
boda y el día en que lo deja viudo. También hubo, pues, entre los
griegos, sentido del humor, desconocido hasta entonces.
Heráclito, nacido en Éfeso el 550 a. C. afirmó que "la verdadera
sabiduría no consiste en aprender muchas cosas, sino en descubrir la
que las regula todas en todas las ocasiones", es decir, que lo
importante es conocer las leyes naturales. Y siguió diciendo que "lo
que llamamos bien es lo que sirve a nuestros intereses, no a los de los
demás", y que "hay una lógica en todo y la virtud consiste en adecuar
la vida a esa lógica".
Safo de Lesbos elevó la poesía a niveles que asombraron a todos
los griegos. Fundó la primera escuela de Hetairas, con el fin de sacar a
la mujer griega del gineceo y de la inoperancia, y proporcionarle una
cultura, de la que estaba siendo privada, situándola, al menos intelectualmente, a nivel del hombre. Fue la primera feminista,
seguida más tarde por Aspasia, la amante y segunda esposa de
Pericles, creadora de la segunda escuela de Hetairas, en Atenas. Platón
llamaba a Safo "la décima musa".
Anacreonte, con su poesía defendió la vida cómoda y no
comprometida, ni política ni sentimentalmente. Fue el primer
"vividor" conocido de la historia.
Licurgo dio a Esparta (no olvidemos que Esparta, la principal
antagonista de Atenas, era doria mientras ésta era aquea) unas leyes en
las que exaltaba sobre todo el patriotismo, llevándolo a límites casi
sobrehumanos. Eran tan duras sus leyes que, para que se aplicasen
propuso a su pueblo que las pusiese en vigor como prueba y sólo
mientras él iba a Delfos y hasta que regresase. Y, llegado a Delfos, se
dejó morir de hambre para que sus leyes, en las que tenía fe ciega,
llevasen a su pueblo a la grandeza, cosa que, por cierto, consiguió.
Solón, otro de los Siete Sabios, hizo lo propio con Atenas,
dándole unas leyes que la llevaron a la historia. Apenas llegado al
poder, abolió la esclavitud, liberando a los que habían llegado a ella
por deudas. Convirtió el ocio en delito. Condenó con la pérdida de la
ciudadanía a quienes, durante una revolución, se mantuviesen
neutrales. Legalizó la prostitución y, ante las críticas, respondió: "La
virtud no consiste en abolir el vicio, sino en mantenerlo en su sede".
Multaba a quien seducía a la mujer ajena. Cuando le preguntaron si
consideraba sus leyes las mejores en sentido absoluto, contestó: "sólo
en sentido ateniense". Y cuando, tras 22 años de ser reelegido
anualmente como arconte, le ofrecieron el cargo como vitalicio, lo
rehusó diciendo: "La dictadura es uno de esos sillones de los que no
logra uno levantarse vivo". Cuando, siendo ya viejo y estando retirado
de la política, lo llamaron para que diese su opinión acerca de la
petición de un cabecilla para que le concediesen una guardia de corps
para protegerlo, adivinando su deseo de acceder al poder por las
armas, ya que en Atenas nadie, jamás, había tenido guardaespaldas,
dijo: "Soy más sabio que muchos de vosotros y más valiente que los
demás. Más sabio que los que no ven los verdaderos propósitos de
este hombre. Y más valiente que los que, viéndolos, no hacen nada
por impedirlos". El orden, según Solón, de basaba en que "los pueblos
obedecen a los gobernantes y éstos obedecen las leyes".
Pisístrato, el sucesor de Solón, hizo compilar la Ilíada y la
Odisea, dispersas y confiadas a la memoria de los rapsodas. Creó los
juegos Panhelénicos. Terminó con los latifundios y entregó las
pequeñas unidades de cultivo resultantes, a nuevos ciudadanos.
Pericles fue el exponente máximo de ese pueblo único. Tuvo la
fortuna de nacer en el momento oportuno, con los conciudadanos
oportunos y con las facultades oportunas. Su tiempo, irrepetible, se
llama "el siglo de Pericles". Era un hombre no dominado por las
pasiones, sino por la mente. Fue reelegido para los más altos cargos
durante casi 40 años, del 467 al 428 a. C. Demócrata auténtico,
consiguió reformas sociales en beneficio de los menos favorecidos,
pero sin vulgaridades ni demagogia. Es el sueño de cualquier político
honesto. Cuando dio a conocer el presupuesto del Partenón, no lo
querían aprobar; entonces dijo "permitidme, pues, que lo sufrague yo,
pero pondré en el frontón del Este mi nombre en vez del de Atenea".
Eso fue suficiente para que se aprobase. Hizo aprobar una ley que
negaba la ciudadanía a los hijos de extranjeros. Y cuando, más tarde,
se casó con Aspasia y tuvo un hijo de ella, como ella era extranjera, su
hijo no tuvo la ciudadanía, siendo él, sin embargo, la máxima
autoridad en Atenas. Creó el primer banco internacional, bajo la
presidencia de Apolo, haciendo que todos los pueblos depositasen en
Delfos una cantidad; ese fondo servía para hacer préstamos a un
interés decente y controlar los préstamos usurarios.
Pausanias, nacido en Magnesia (Anatolia) fue el primer turista y
describió el mundo griego en diez libros, entre el 180 y el 160 a. C.
Diógenes el cínico, dijo que "los de Megara comen y beben
como si el día siguiente hubieran de morir, pero construyen como si
fueran a vivir siempre".
Los griegos, no nos engañemos, odiaban el trabajo. Para ellos
trabajar era cosa de esclavos, idea que aún tiene bastantes partidarios
en todo el Mediterráneo, que es una zona de clima templado en que la
supervivencia es relativamente fácil. Para ellos las actividades propias
del hombre libre, aparte de la guerra cuando la había, eran la política,
la filosofía, el deporte, las artes, la oratoria, etc. Pero no el trabajo
físico y repetitivo, que nada aporta al hombre. Aristóteles dijo, muy
acertadamente, que la esclavitud sólo sería sustituida por las
máquinas.
Con Hipócrates nació la medicina profana, al margen de los
templos que la habían monopolizado hasta entonces. Su obra fue libro
de texto durante más de 1.500 años. Su código medico condenaba el
aborto. Y su célebre juramento profesional aún se sigue pronunciando
en la facultades de Medicina.
El niño era importante en Grecia. Temístocles, cuando estaba en
el poder, aseguró que el que mandaba en Atenas era su hijo porque
dominaba a su madre y su madre le dominaba a él.
La mujer griega era coqueta. Cuenta Plutarco que en Mileto
hubo una ola de suicidios de jovencitas que no había medio de cortar.
Y sólo se consiguió cuando se promulgó una ley según la cual el
cuerpo de los suicidas sería expuesto, desnudo, en la plaza pública.
La aportación de Grecia a la pintura, aunque no nos hayan
quedado prácticamente obras, ha sido enorme. Empezó con Panemo,
que inventó el retrato. Pintó la batalla de Maratón y, con gran
asombro, los ciudadanos vieron que podían reconocerse en el cuadro.
Hasta entonces a nadie se le había ocurrido. Ganó la primera
cuadrienal en los juegos Ístmicos del 470 a. C.
Agatarco, el escenógrafo de Esquilo, descubrió el claroscuro, el
efecto del juego de luces y sombras. Y Apolodoro inventó la
perspectiva y logró representar, según Plinio, los objetos tal como
aparecen en la realidad.
Los máximos pintores fueron, sin embargo, Zeuxis y Parrasio.
No se llevaban bien por razones de competencia profesional, así que
decidieron hacer una competición pública presentando cada uno un
cuadro para que el público decidiese cuál de los dos pintaba mejor.
Llegado el momento, Zeuxis descubrió su obra que representaba un
racimo de uvas. Y tan real parecía que una bandada de pájaros que
pasaba por allí, bajó hasta el cuadro para comer de ese racimo.
Orgulloso y seguro de haber vencido, Zeuxis le dijo a Parrasio que
levantase la tela que cubría su cuadro. Pero resultó que la tela era
pintada. Con ello Zeuxis se declaró vencido y se fue de Atenas. En su
última obra escribió: "La posteridad encontrará más fácil criticarla que
igualarla".
Pero el genio griego amaba más la línea y la simetría que el
color. Por eso la escultura, que empezó siendo doméstica, pronto
alcanzó los lugares de honor. Tuvo su momento inicial en que se
esculpía en madera y ésta se policromaba o se cubría de bronce; luego llegaron las estatuas de bronce; pero, cuando se descubrieron las
canteras de mármol del Pentélico, junto a Atenas, fue el mármol la
materia prima por excelencia, ya que podía prescindirse de los moldes,
el metal, la fundición, el fuego, el taller, etc. y se podía trabajar
directamente sobre el bloque virgen. En la época de Pericles
destacaron Fidias y Mirón; éste para lo pequeño, lo de tamaño natural
y el primero para lo monumental. La escuela de Geladas y Policleo, de
Argos, descubrieron la relación de dimensiones que hay entre la
cabeza, el torso, las piernas y hasta las uñas de los pies, en cada figura.
Es lo que se llamó "el Canon".
Hasta el siglo de Pericles, el hombre se había preocupado,
aunque poco, por cómo se habían formado las cosas y qué leyes regían
la naturaleza. Pero entonces, comenzando por Protágoras, Sócrates,
Platón, Aristóteles y un larguísimo etcétera, lo que empezó a
preocupar fue el hombre y, sobre todo, qué medios tiene para conocer
la realidad que le rodea y en qué medida puede conocerla. Fue el
nacimiento de la Filosofía. Y con ella, el inicio de la eterna batalla
entre el idealismo y el materialismo. Por supuesto, no vamos a entrar
en el estudio de cada uno de los filósofos, ni siquiera de los más
importantes. Lo que asombra es que de una escuela como la de
Sócrates, el iniciado idealista, pudiesen surgir personalidades tan
dispares como el también iniciado e idealista Platón, el lógico
Aristóteles, el escéptico Euclides, el epicúreo Aristipo, el político
Alcibíades y un general e historiador como Jenofonte. En cuanto a la idea que se tenía en Atenas sobre la democracia,
bastará un ejemplo: Aristófanes, el inventor de la comedia, criticaba
en una de ellas a Cleón, la máxima autoridad entonces en la ciudad.
Ningún actor se atrevió a representar el papel, así que lo hizo el propio
Aristófanes. Cleón, que asistió a la representación, rió, aplaudió y,
cuando terminó la representación, lo hizo multar. Aristófanes escribió
otra comedia en que criticaba más acerbamente aún a Cleón, que
también asistió a la representación y rió y aplaudió, pero ya no se
atrevió a multar a Aristófanes porque el público estaba de parte del
autor. Cleón había, pues, aprendido la lección de la democracia.
La historiografía, que comenzó con Heródoto, llegó a su
perfección, sólo cincuenta años después, con Tucídides. Esa es la
velocidad que toda la vida cultural griega adquirió en aquellos días.
El Parlamento o Ecclesia, al que pertenecían todos los
ciudadanos libres, se reunía al aire libre. Todos podían hacer
proposiciones de ley siempre que estuviesen al corriente con el fisco,
fueran legalmente casados, no tuvieran atecedentes penales, y
poseyesen algún inmueble. Al hablar tenían el tiempo limitado, o sea,
que debían saber hablar en público. Si su ley era aprobada y al cabo de
un año se demostraba que no había sido acertada, se les multaba en
proporción al daño causado. Antes de promulgar una ley se pedía el
parecer del Consejo o Bulas, formado por 500 ciudadanos sacados a
suerte, entre todos los del censo. Ejercían allí un año y no podían ser
elegidos de nuevo hasta que todos los demás ciudadanos hubiesen
pasado por el cargo. El consejo estaba dividido en diez Pritanías de 50
miembros. El Consejo controlaba la constitucionalidad de las
proposiciones de ley, la moralidad de los funcionarios civiles y
religiosos y el balance de la administración pública. Cada Pritanía
presidía durante 36 días el Consejo, así que todos los ciudadanos eran
presidentes alguna vez, lo que les hacía vivir los asuntos públicos
como propios.
El Ejecutivo estaba en manos de nueve Arcontes, también
sorteados entre los ciudadanos. El arconte tenía que demostrar ser
ateniense por ambos progenitores, haber cumplido sus deberes como
soldado y contribuyente, repetar a los dioses y llevan una vida
ejemplar. Tenían que pasar, además, la Doquimasia, una especie de
exámen psicofísico. El cargo era para un año, durante el cual, al
menos nueve veces había de pedir el voto de confianza al Parlamento.
Expirado el plazo, el Consejo juzgaba el desempeño y podía desde
condenarlo a muerte hasta reelegirlo. El Arconte máximo era el
Basileus encargado de lo religioso. El Arconte que mandaba el
ejército era el Estrategos. Pero, como Atenas no tenía ejército
permanente, sino que éste se formaba por los ciudadanos cuando había
necesidad, no cabía ambicionar el hacerse con el poder utilizando el
ejército. La idea del ciudadano ejemplar la dio Sócrates de este modo
magistral: "Es el que, cuando recibe una orden de la autoridad, la
cumple a rajatabla. Pero antes de recibirla y después de cumplirla,
discute si esa orden se ajusta a la justicia y si la autoridad la ha
formulado bien".
Hasta la frugalidad tuvo sus difusores. Alejandro Magno decía
que "un buen paseo le abría el apetito para un buen desayuno. Y un
desayuno frugal, para una buena comida".
La relación de personalidades, de ideas y de anécdotas sería
interminable. Piénsese que, sólo durante la vida de Pericles, que va del
500 al 428 a. C. coincidieron y se conocieron y se relacionaron:
Fidias, Gorgias, Parménides, Zenón, Demócrito, Empédocles,
Sócrates, Anaxágoras, Protágoras, Esquilo, Sófocles, Eurípides,
Aristófanes, Píndaro, Heródoto, Tucídides, Hipócrates, Agatarco,
Apolodoro y otros. Y que, en los años siguientes a su muerte, aún
florecieron nada menos que Platón, Aristóteles y toda una pléyade de
filósofos, matemáticos, y artistas que completaron la labor de esos
años maravillosos.
Se cuenta que unos pescadores de la isla de Cos, vendieron a
unos viajeros de Mileto el contenido de sus redes, antes de haberlas
sacado del agua y sin conocer, por tanto, su contenido. Pero ocurrió
que, al sacarlas, descubrieron que en ellas iba iba un maravilloso
trípode de oro, que alguien se apresuró a identificar con el que la bella
Helena arrojó al mar, cuando volvía a casa, una vez terminada la
guerra de Troya.
Naturalmente, pescadores y forasteros vinieron a las manos por
la posesión del trípode. La lucha la hicieron propia las respectivas
ciudades y surgió el antagonismo entre Cos y Mileto. Por fin se
decidió acudir al Oráculo de Delfos para que la Pitia solucionase la
cuestión. Y el oráculo ordenó entregar al trípode "al más sabio".
En cumplimiento, pues, de lo dicho por el Oráculo, el trípode fue
remitido por la ciudad de Cos, precisamente a su oponente, la ciudad
de Mileto, para ser entregado a Tales, según ellos pensaban, el más
sabio de los griegos. Éste, sin embargo, consideró que Bías era mucho
más sabio que él y le remitió el trípode. Bías, reaccionando del mismo
modo, lo remitió a Quilón, éste a Solón, Solón a Pítaco, éste a
Cleóbulo y éste a Periandro. Periandro, empero, considerándose
inferior a Tales, se lo mandó a éste, con lo que el trípode llegó al
punto de partida después de haber pasado por las manos de los siete
sabios. Tales, finalmente, lo envió a Tebas, donde fue consagrado a
Apolo. Vale la pena meditar sobre la grandeza, la honestidad, la
modestia y la verdadera sabiduría alcanzada por esos eximios
representantes del pueblo griego de que estamos hablando.
Por supuesto, también en Grecia hubo traidores y vagos y ciegos
y fanáticos. Pero lo que prevaleció, lo que sirvió para los siglos
posteriores fue ese espíritu creador, esa elevación de miras, esa ilusión
por lo bello, esa superación constante.
Terminaré esta conferencia preparándoos para las próximas,
éstas ya sobre los mitos de la mitología por antonomasia, que es la
griega. Estoy seguro de que os gustará conocer sus contenidos y su
profundidad. Y os llevaréis más de una sorpresa al descubrir su
similitud con la religión cristiana.
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