QUÉ BIEN, QUE…
por Francisco-Manuel Nácher
Siempre me ha parecido sugestiva la recomendación reiterada
por Max Heindel de ver el lado bueno de las cosas, de descubrir lo
bueno y lo bello y lo agradable y lo amable y lo positivo en todo y en
todos.
Una voz interior me ha dicho siempre que ese era el secreto de la
felicidad. Porque, si sólo vemos lo positivo en cuanto nos rodea y nos
sucede, ¿cuándo vamos a tener ocasión ni motivo para sentirnos
desgraciados?
Pero, cuantas veces lo he intentado, la decisión de buscar lo
positivo, y sólo lo positivo, pronto se ha debilitado en medio de lo que
llamamos “los avatares de la vida”, y me he visto sumido en la
perplejidad anterior, de saber que algo es bueno y querer alcanzarlo y,
sin embargo, sentirme incapaz de ello. Situación ésta que,
frecuentemente me ha conducido a la justificación empleada por la
zorra de la fábula frente a las uvas en sazón y apetitosas, pero
inalcanzables: “No las quiero comer; no están maduras.”
No era exactamente un no querer esas uvas tentadoras, sino un
sentimiento, ahora comprendo que una excusa, que me hacía
convencerme de que mi evolución, mi fuerza moral, no había
alcanzado aún esa posibilidad de ver sólo lo bello y lo bueno en
cuanto entrara en contacto conmigo.
No obstante esa forzada resignación, en mi interior, mi
subconsciente seguía buscando la fórmula apropiada para hacer fácil y
accesible lo aparentemente imposible. Porque, de eso sí que estaba
seguro: Si Max Heindel lo aconsejaba, era porque que existía un
medio, relativamente fácil, de conseguirlo.
Y creo haber dado con él. Y os lo quiero brindar porque, aunque
os asombrará por su simplicidad, es efectivo y sirve para cualquier
situación, circunstancia, persona, sentimiento y suceso… incluso, cada
vez que fallamos y caemos y damos un paso atrás. Cosiste,
simplemente, en una especie de juego. Un juego que podríamos llamar
el Juego del “qué bien, que…
”
Porque, como veréis a continuación, podemos estar jugando a él
durante todo el día, adquiriendo fácilmente el hábito de emplearlo con
gran beneficio y ampliación de conciencia, viendo lo maravillosa que
es toda la Creación, permaneciendo en una elevada vibración que
tiende, cada día a incrementarse, gracias a la gratitud, la luz, la
comprensión y el propósito de seguir el Sendero que nos embargan. Es
un juego que, sin duda ninguna, crea adicción. Pero una adicción
positiva, que nos hace mejores.
Fijaos cómo es aplicable a todo en los ejemplos siguientes en
que empleo, precisamente, los pares opuestos.:
- Qué bien, que tengo trabajo y puedo desarrollar mis ilusiones.
- Qué bien, que no tengo trabajo, y ello me hace desearlo y
valorarlo y esforzarme por conseguirlo y tener claro que, cuando lo
tenga, no lo despreciaré sino que lo consideraré un bien muy preciado.
- Qué bien, que esta persona coincide conmigo, porque ello hace
que nos encontremos a gusto juntos y compartamos muchas cosas.
- Qué bien, que esta persona es opuesta a mí, porque me hace
reflexionar sobre mis posibles errores, sobre todo el abanico de puntos
de vista posibles, y sobre la obligación que tengo de escuchar las
opiniones de los demás, reflexionarlas y prestarles la atención que
deseo presten a las mías.
- Qué bien, que estoy sano y puedo vivir mi vida sin dolores ni
limitaciones físicas ni psíquicas.
- Qué bien, que estoy enfermo y ello me hace buscar las causas
de mi enfermedad y recordar que el karma que pago ya no lo debo, y
acordarme de poner en funcionamiento causas positivas para recibir en
su día efectos positivos.
- Qué bien que tengo dinero y puedo vivir con desahogo y
ayudar a los que están peor que yo.
- Qué bien, que no tengo dinero y ello me hace valorarlo y me
hará no volverlo a malgastar cuando lo tenga, y reflexionar sobre el
karma y la necesidad del esfuerzo y la fe.
- Qué bien, que he estudiado, soy aceptablemente culto y puedo
disfrutar de esos conocimientos y de unas lecturas y materias que, de
otro modo, me estarían vedados.
- Qué bien, que no he estudiado y ello me hace ver lo
interesante y hasta lo necesario que resulta, y me hace buscar la
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manera de adquirir algún conocimiento que no tengo y, así,
evolucionar más deprisa.
- Qué bien, que he sabido responder a esa persona que quería
ofenderme y así, por un lado, he evitado ponerme negativo y, por otro,
le he enviado una vibración de amor y, además, le he enseñado que
hay una manera más agradable de relacionarse con los demás.
- Qué bien, que he fallado y he respondido inconvenientemente
a esa persona, porque ello me ha hecho reflexionar y arrepentirme y
darme cuenta de que aún no he avanzado todo lo que creía, y tenerle
que pedir disculpas, y proponerme no volver a caer en el futuro.
- Qué bien, que voy conduciendo mi coche sin estorbos ni
problemas.
- Qué bien, que me han hecho un adelantamiento indebido y he
podido comprobar lo peligroso que resulta y prometerme no hacerlo
nunca. Y, de paso, le he enviado una vibración positiva al conductor
imprudente.
- Qué bien, que es primavera y los pájaros cantan y las plantas
florecen y el mundo todo se llena de vida y de alegría, y yo con él.
- Qué bien, que es verano y el sol lo llena todo y la luz, que es
Dios, nos envuelve, y Dios madura las cosechas que nos nutrirán en
los meses venideros.
- Qué bien, que es otoño y la temperatura no es extrema y la
vida se ralentiza y las vibraciones de Cristo comienzan a penetrar en la
atmósfera.
- Qué bien, que es invierno y apetece el calor del hogar y el
refugio de la familia y Cristo lo llena todo con Su vida…
Como veis, no hay ocasión, persona, acontecimiento, fenómeno
o sentimiento a los que no se pueda aplicar el juego del “Qué bien,
que…”, que nos hace reflexionar permanentemente, desarrollar el
discernimiento, repasar las verdades que conocemos y, en una palabra,
“vivir la vida” como nuestra Filosofía nos dice que hay que vivirla:
conscientemente.
Y no os digo más. Jugad, adquirid la adicción y ya juzgaréis
vosotros mismos.
* * *