sábado, 19 de noviembre de 2011

AL FINAL, LA UNIDAD


Ciencia vs Religion | Cuadro

AL FINAL, LA UNIDAD
por Francisco-Manuel Nácher


Dios es presión. Presión permanente, hacia adelante y hacia arriba.
La vida cambia en cada instante y se renueva también constantemente...
pero cada vez más elevada, más evolucionada, más perfeccionada, más
cerca de Dios.

Cuando el hombre primitivo contemplaba la naturaleza, toda ella le
parecía algo mágico, milagroso. Cada fenómeno era motivo de asombro y
meditación y cada criatura, una muestra de la gran obra del Creador. El
Cosmos todo era un organismo perfecto que sólo podía comprenderse
como tal.

Luego, como consecuencia de su aplicación al estudio y a la
investigación, el hombre fue enfocando su atención en los distintos
fenómenos separadamente y en las distintas especies y aún en individuos
determinados. Y fue olvidando esa idea de conjunto, esa aceptación interna
de que todo constituye algo único y armónico y en movimiento.

Es el proceso que se ha dado y que vemos como más próximo en la
medicina: Al principio, el cuerpo humano era considerado como un
conjunto único, orgánico, indivisible en cuanto a que todas sus partes eran
interdependientes. Poco a poco, sin embargo, se han estudiado sus
procesos internos, constitución, funcionamiento, disfunciones y afecciones
de las distintas partes, y se ha ido perdiendo la idea del conjunto. Y hemos
llegado a las especialidades, que tratan, cada una, de una de esas partes o
funciones, como si fuesen algo independiente y desligado del conjunto.

Pero el fenómeno ha afectado a la ciencia en general: Al principio,
todo conocimiento estaba incluido en la religión, era revelación divina y,
por tanto, sagrado. La religión se bastaba para regular todos los aspectos,
no sólo de la relación del hombre con Dios, sino con sus semejantes y con
el resto de la Creación.

Paso a paso, fuimos investigando, estudiando, descubriendo leyes
naturales y aplicándolas en nuestro beneficio, y hemos ido sometiendo el
mundo. Y hemos creado, y seguimos creando, cada día más, un montón de
ciencias, de especialidades, de campos científicos, que tratamos como
estancos e independientes unos de otros, con lo que hemos perdido la idea
de la unidad del conocimiento humano. Y ahora nos encontramos con que
la religión se opone a la ciencia y ésta al arte y lo hermoso se desprecia y
lo negativo se prima y se admira, y la ética degenera y la ambición domina
y la ignorancia ya no duele y las ilusiones ya no valen el esfuerzo y los
sueños son sólo sueños y el amor es ya solamente una simple reacción
química...

Pero bueno, ¿es que, porque hayamos dividido el Cosmos en
sectores, dejará de ser un organismo maravilloso? ¿Es que, aunque
estudiemos detalladamente cada órgano del cuerpo, ha dejado éste de ser
una unidad viviente? ¿Es que el conocimiento no sigue siendo uno aunque,
para nuestra comodidad, lo hayamos dividido en parcelas?

La cultura nos ha hecho perder la perspectiva. Pero la perspectiva y
la realidad, están ahí. Y, por más que nos empeñemos, la lluvia estará
relacionada con el hombre; y la sangre regará todo el cuerpo; y la
disfunción o enfermedad de cualquier parte de éste, supondrá que el
cuerpo todo estará enfermo; y la geografía no podrá estar en contradicción
con la geología, ni las matemáticas con la física, ni la sabiduría con la
belleza, so pena de no ser verdadera sabiduría.

Porque, por más que nos empeñemos en aplicar la lupa a la Creación,
ésta sigue siendo un conjunto armónico del cual formamos parte; algo
milagroso; y nuestra capacidad de asombro, lejos de disminuir o de
desaparecer como algunos parecen pretender, si nuestra ciencia es tal, por
definición, como ciencia de una parte que no puede estar en contradicción
con la ciencia del todo, sólo ha de producirnos el mismo sentimiento que le
producía al hombre primitivo la contemplación del Cosmos: la reverencia,
la admiración, el reconocimiento de una inteligencia infinitamente
superior, que crea, mantiene, organiza y liquida las distintas partes de su
obra.

No dejemos, pues, que las gafas de la ciencia que, teóricamente,
nació para comprender el universo, nos impidan comprenderlo tal cual
realmente es.

* * *

jueves, 17 de noviembre de 2011

EL SERVICIO, MOTOR UNIVERSAL




EL SERVICIO, MOTOR UNIVERSAL
por Francisco-Manuel Nácher


1.- La mayor parte de la Humanidad no comprende por qué
suceden las cosas. Piensa que la vida es una especie de lotería y no le
encuentra ningún sentido a lo que le sucede, ni de bueno ni de malo.

2.- Sin embargo, cuando se estudia un poco de ocultismo y se
familiariza uno con las dos leyes cósmicas fundamentales, la de Causa y
Efecto o del Karma y la de Renacimiento, todo se aclara y cobra sentido.

3.- Y acaba de aclararse totalmente cuando se conoce la tercera ley
cósmica, que establece que todo trabaja para el bien, es decir, que todo
acaba siempre conduciendo al bien


4.- DAR GRACIAS ¿A QUIÉN?

Dado que Cristo es el Regente y el espíritu interno de nuestra Tierra, cada
vez que comemos, ingerimos Su carne y cada vez que bebemos, Su sangre. Por
ello suena, en el mejor de los casos, como un contrasentido el pedirle, al sentarnos
a la mesa, que bendiga nuestros alimentos, puesto que nuestros alimentos son ya
santos. Sin embargo, sí podemos y debemos darle gracias por ellos.

Meditaba recientemente sobre este tema, imaginándome dando gracias,
sentado ante la mesa preparada para, con mi familia, dar comienzo a una comida
cuando, como ocurre siempre que se medita, de repente, empecé a ver claro;
comenzaron a llegarme una serie de evidencias en las que nunca había reparado y
que, como siempre también, desembocaban en la certeza de que, aunque no lo
queramos o aunque no lo creamos, en todo momento estamos formando parte de
un todo al que influimos y que nos influye.

El punto de partida, como he dicho, fue: Si bien es cierto que resulta
superfluo pedir a Dios que bendiga nuestros alimentos, sí parece lógico que,
sentados frente a ellos, y antes de proceder a ingerirlos, agradezcamos el hecho de
poderlo hacer.

Pero pronto vi que ese alimento lo debíamos agradecer a muchas personas, a
muchos seres. Y apareció en la pantalla de mi mente, mi esposa, que había
dedicado su tiempo y su ciencia culinaria, en primer lugar, a buscar, elegir y
adquirir, y luego a preparar aquellos alimentos de la manera que más agradable
nos fuesen, con la mayor ilusión y dejando seguramente de hacer otra cosa que le
hubiera resultado más atractiva; le debíamos, pues, mis hijos y yo, agradecimiento
por ello. Parte, pues, de nuestra acción de gracias debería ir destinada a ella.

Pensé luego en el tendero, los tenderos que le habían proporcionado los
alimentos, así como las fábricas que los habían confeccionado y preparado. Todos
ellos buscaban su negocio, es cierto, pero, al mismo tiempo, inconscientemente,
estaban desempeñando su papel en el engranaje de la vida y, gracias a ellos,
aquellos alimentos habían llegado a nuestra mesa. A esos tenderos, pues, debería ir
dirigido también algo de nuestro agradecimiento.

Recordé a continuación a los mayoristas, los transportistas, los mediadores
de todo tipo, que habían consagrado parte de su tiempo y de su actividad a hacer
posible que, en ese momento, tuviésemos esos alimentos frente a nosotros.

Mi mente me presentó luego los trabajos y los sinsabores de los agricultores,
desde la siembra - o, incluso, desde la preparación de la tierra para la siembra -
pasando por la labranza, el rastrillado, los riegos, la escarda, los tratamientos, el
abonado, etc., hasta llegar a la recolección que, además, en muchos casos, incluye
la siega, la trilla, etc., y va seguida por el transporte, el almacenamiento y el tira y
afloja con los mayoristas para obtener la correspondiente compensación
económica. Otra parte, pues, y no pequeña, de nuestro agradecimiento, debería ir
destinada a los agricultores que, en contacto directo con la tierra, realizan
diariamente el milagro de multiplicar los alimentos.

Pero mi mente no se detuvo ahí. Enseguida caí en la cuenta de que, antes
que los agricultores habían actuado quienes les facilitaron las semillas, los aperos
agrícolas, los abonos, los medios de transporte, etc., ya que sin ellos y su acción,
tampoco los alimentos hubieran llegado a nosotros. Y más aún: Los que dieron
lugar, con sus investigaciones y sus inventos, a la selección de las especies
vegetales, a la fabricación de las máquinas y herramientas agrícolas, quienes
descubrieron y transmitieron las leyes de la vida vegetal y los usos agrícolas e,
incluso, quienes dieron lugar a las disposiciones legales que regulan la producción
y tráfico de los alimentos; y quienes inventaron, fabricaron y permitieron que
llegaran a mi casa los utensilios de cocina que mi esposa había utilizado; y quienes
hicieron posible que cada una de esas personas recibiese durante su vida el
alimento que la mantuvo activa y la hizo capaz de desarrollar su labor; y los que
construyeron sus casas e hicieron posible que se vistiesen y tuvieran luz y agua;
los que los cuidaron en sus enfermedades y los que les compraron sus productos,
haciendo posible que todo el tráfago de la vida continuase. También ellos
merecían nuestra gratitud.

No tardé en darme cuenta, sin embargo, de que había más seres a los que
debíamos dar las gracias: En primer lugar, las plantas y frutas que nos
disponíamos a comer, habían dado su vida por nosotros. ¡Nada menos que la vida!

Una vida física, una encarnación, para hacer posible una comida nuestra.

¿Podríamos nunca agradecer bastante a los espíritus de dichos vegetales, así como
a sus espíritus-grupo, tal sacrificio? ¿Y qué decir de los espíritus de la naturaleza
que hicieron posible el crecimiento de todos esos alimentos? Y, al fin, como base,
como resumen, tras destinar nuestra acción de gracias a una serie casi ilimitada de
seres, acabé, como es lógico, donde se termina siempre: En última instancia,
debemos agradecer nuestros alimentos a la Madre Tierra, que ha hecho posible la
vida física y la actividad de todos, esta Tierra cuyo Espíritu Interno es,
precisamente, el mismo Cristo. Eso es, indudablemente, lo que Él tenía in mente
cuando afirmó que, al comer y beber, comíamos y bebíamos Su cuerpo y Su
sangre. Y eso es lo que nos hace pensar que constituye casi una blasfemia el pedir
a Dios que bendiga nuestros alimentos. Nuestros alimentos son más que benditos,
son obra de Dios a través de miles y miles de seres, hermanos nuestros, incluso
muchos de ellos pertenecientes a otras oleadas de vida, todos los cuales han
trabajado y están trabajando para hacer posible nuestra existencia actual.

Al llegar a este punto no pude evitar un estremecimiento. Resultaba
verdaderamente impresionante, prácticamente inabarcable y casi incomprensible,
aunque evidente que, desde el origen de los tiempos, hubiera habido seres
trabajando para hacer posible aquella nuestra comida; lo cual equivalía a decir que
aquella comida nuestra estaba incluida en el Plan Divino que comprendía toda la
Creación... Y todos esos seres, todos actuando, en todo momento, con entera
libertad, al tiempo que realizaban su labor y con ello evolucionaban, hacían
posible inconscientemente el cumplimiento exacto y puntual de ese plan divino, en
cuanto a nuestra alimentación se refería.

Un segundo estremecimiento me sacudió al dar el siguiente paso: Nosotros,
mi esposa, mis hijos y yo, también formábamos parte de esa Humanidad, también
actuábamos y pensábamos y hablábamos continuamente, también éramos
miembros de esa cadena de seres que, innegablemente, están dando cumplimiento
al plan de Dios y, por tanto,
cada instante de nuestras vidas estábamos siendo protagonistas de dicho plan, en
cuanto que nuestras acciones iban a producir unos efectos innegables, inevitables,
incalculables e imprevisibles en una serie de seres en los que ni siquiera pensamos
pero que, en el Plan Divino son destinatarios de los efectos de nuestro paso por la
vida...

Vi entonces claramente, qué gran responsabilidad entraña cada
pensamiento, cada palabra, cada deseo, cada acto e, incluso, cada omisión.
Comprendí, de manera incontestable, de qué modo tan fácil, tan sencillo y tan
discreto actúa la Ley de Consecuencia; y me percaté, de un modo que ya nunca
podré olvidar, de que no estamos nunca solos, de que somos únicamente un
eslabón en la enorme cadena que supone la vida, pero en la que todos los
eslabones son protagonistas: Que, aunque en algún momento de nuestras vidas
podamos sentirnos olvidados o abandonados, ello no será más que una ilusión
nuestra, consecuencia de nuestros propios actos y de nuestras propias y
consecuentes limitaciones, pero realmente imposible, puesto que imposible nos
resulta a todos renegar de nuestra filiación divina. Comprendí, experimenté en mi
propia carne mental, qué gran consejo es aquel de actuar siempre de acuerdo con
las leyes naturales, de no oponernos a ellas, pues sólo desgracias nos acarrearemos
y que, puesto que todos somos uno en Dios, el pensamiento clave de nuestras
existencias debe ser el formulado por el propio Cristo: “Ama a tu prójimo como a
ti mismo”.

La Creación entera, pues, no es sino una ininterrumpida, ilimitada e
interminable corriente de amor, desde Dios hasta Sus criaturas, sin olvidar
ninguna; y otra corriente, de justísimo agradecimiento, de las criaturas hacia Dios.

Todos somos uno, todos nos influimos, todos necesitamos de los demás, todos
ayudamos a los demás, todos nos debemos amor, todos nos debemos
agradecimiento, todos vivimos en Dios y Dios vive en todos. ¿Cabe nada más
hermoso y confortador?



5.
LA BICICLETA

Tendría yo los doce años cuando mi abuela paterna, que vivía en Madrid,
me regaló una bicicleta. Yo, hacía ya tiempo que soñaba con tener una pero, por
un lado la tuberculosis que había padecido dos años antes y que me impedía el
esfuerzo físico violento y, por otro, la penuria económica de la familia, habían
convertido mi sueño en eso... un sueño. Por lo tanto, el regalo de mi abuela fue
como algo llovido del cielo que agradecí intensamente.

Pero ocurrió que, mientras yo me dedicaba a chocar contra todos los árboles
del jardín, que se empeñaban en ponerse delante de mi bicicleta, a mi primo
Vicentín, dos años mayor que yo, y que también vivía en el mismo edificio que
nosotros porque su padre, hermano del mío, era igualmente Perito Agrícola allí, le
regalaron otra bicicleta, pero ésta con dos ruedas pequeñas adosadas a la posterior
de aquélla, de modo que él no se caía y yo estaba siempre en el suelo. Días
después, claro, cuando yo ya sabía dirigir la bicicleta y mi primo tuvo que
aprender a ir sobre dos únicas ruedas, la situación se invirtió. Pero yo me voy a
referir a la intervención de mi abuelo durante esos días en que yo, a pesar de su
ayuda, sujetándome por detrás del sillín para arrancar, iba directo contra los
árboles.

Tras un porrazo considerable, le dije a mi abuelo que prefería la bicicleta de
mi primo. Que la mía no me gustaba porque siempre se caía y chocaba contra todo

Mi abuelo, pensativo, me indicó que bajase de la bicicleta y nos sentamos en
un banco del jardín.

- Hace unos días - me dijo - soñabas con una bicicleta, ¿no?

- Sí - le dije.

- ¿Y ya no la quieres?

- No.

- ¿Por qué?

- Porque no es buena. Me caigo. Y Vicentín, no.

- ¿Y, si Vicentín no tuviera bicicleta, te gustaría la tuya?

Aquello me pilló de improviso. No me lo había planteado. Pero no tuve más
remedio que decir:

- Sí.

- Pues es dos veces una pena.

Yo, todo intrigado, me apresuré a preguntar:

- ¿Por qué?

- Porque serías feliz y así no lo eres. Y porque es muy triste que todo lo que
tanta gente ha trabajado para que tú tuvieras una bicicleta, sólo sirva para que tú
no la quieras.

Yo no alcanzaba a seguir las palabras de mi abuelo. ¿Dónde estaba esa
gente de que me hablaba? ¿Y qué trabajo habían hecho para mí? No pude evitar
preguntarle:

- ¿Qué gente?

- ¿Tú crees que las bicicletas caen del cielo como la lluvia?

- No.

- Pues vamos a pensar un poquito. ¿Qué crees tú que hace falta para fabricar
una bicicleta?

- Metal - dije yo, tras una leve vacilación.

- Bueno... sí. Pero, ¿el metal se fabrica solo?

- No.

- ¿Y la bicicleta se inventa sola?

- No.

- Piensa un poco y dime qué clase de personas piensas tú que se necesitan
para hacer una bicicleta, contando desde el principio.

Aquello ya era uno de los desafíos típicos de mi abuelo que tanto me
gustaban, así que agucé la inteligencia y comencé:

- Un inventor.

- Muy bien. ¿Y quien más?

- Mineros que saquen el metal de la mina.

- ¿Y?.

- Fundidores que hagan el tubo.

- ¿Y?

- Los que doblan los tubos y hacen la bicicleta.

Bueno, ¿ya está?

- No. Un pintor que la pinte... - y ahí me quedé atascado.

- ¿Y los neumáticos?

- ¡Ah, sí! - dije. - Un campo de árboles de caucho y hombres que lo recojan
y una fábrica que haga la goma y alguien que le dé la forma de rueda y...

- ¿Y los faros?

- Bueno, hace falta una fábrica de cristal.

- ¿Y antes?

- Arena. Y la fábrica y los trabajadores que hacen el cristal.

- ¿Y el sillín?

- El sillín... Hace falta un animal . Que lo maten, que le quiten la piel, que la
sequen, que hagan el sillín, que lo pinten...

- ¿Y todas esas piezas se juntan ellas solas para formar la bicicleta?

- No... todos tienen que vender lo que han hecho a una fábrica de bicicletas.

Y allí han de fabricarla juntando las piezas.

- ¿Y ya está?

- Bueno, luego hay que llevarla a la tienda y la tienda ha de vendérsela a la
abuela. Y luego alguien ha de traerla desde Madrid aquí.

- ¿Y antes de todo eso? - preguntó mi abuelo.

- ¿Antes? - respondí sorprendido.

- ¿Piensas que los mineros que sacaron de la mina el mineral de hierro para
tu bicicleta fueron los primeros del mundo y nacieron sabiendo trabajar en la
mina?.

- No.

- ¿Entonces?

- Bueno, antes que ellos hubo muchos mineros...

- ¿Y?

En un instante comprendí lo que pretendía mi abuelo y me sumergí en un
mundo inimaginado:

- Y les enseñaron. Pero antes hubo otros que enseñaron a ésos. Y antes
otros... - me quedé pensativo un momento - y así hasta que lleguemos al que
descubrió que el hierro salía de aquel mineral.

- ¿Piensas que sería un hombre solo?

- Bueno, no. Serían muchos: Uno que se dio cuenta primero y luego muchos
que inventaron el sistema para hacer mucho hierro y lo enseñaron a otros y...
- ¿Y qué pasa con las pinturas y con el cristal del faro y con la piel del
sillín?

- Pues lo mismo - contesté abrumado. Ante mí desfilaban centenares, miles
de hombres empeñados en pensar, investigar, descubrir y trabajar para hacer mi
bicicleta - que ha habido muchos trabajando durante mucho tiempo.

- Bien - dijo mi abuelo satisfecho.- En total, ¿cuántas personas calculas,
poco más o menos

- No sé. Muchísimas. Miles, muchos miles..

- ¿Y cómo te imaginas a esas personas que han hecho posible tu bicicleta?

- Pues, personas normales. Personas que trabajan en un sitio y que su trabajo
es hacer lo que sea.

- ¿Piensas que serán ricas o pobres?

- La mayor parte pobres, porque serán trabajadores.

- ¿Y tendrán familias?

- ¡Claro!. Tendrán mujer e hijos.

- ¿Y tendrán bicicletas?

- A lo mejor, no.

- ¿Y, si ellos no hubieran hecho su trabajo, tú tendrías tu bicicleta?

- No.

- Luego todos ellos, desde el principio, fíjate bien, desde el principio, han
trabajado para ti, ¿no?

- Sí.

- Quizá les hubiera gustado más descansar o pasear o estar con sus hijos.

Pero han trabajado para ti. Claro que necesitaban trabajar para poder comer ellos y
sus familias. Pero eso no cambia nada, ¿no? Lo cierto es que gracias a ellos tú
tienes bicicleta y ellos seguramente no.

- Sí.

- ¿Y de tu abuela qué me dices? A ella no le sobra el dinero. Pero se ha
sacrificado para que tú tuvieras la bicicleta, ¿no?

- Sí. - dije, visualizando a mi abuela Salvadora y agradeciéndole el
sacrificio.

- ¿Te parece, pues, correcto que, después de tanto trabajo y después de
haber llegado la bicicleta a tus manos, tú digas que no la quieres porque no te
atreves a aprender a montarla o porque te parezca mejor la de tu primo? ¿Qué
crees que pensarían todos los que han hecho posible que la tengas, si supiesen que
todo su esfuerzo fue en vano y que su trabajo no te gusta?

Yo estaba confuso. En un instante comprendí lo interdependientes que
somos unos de otros, lo que nos necesitamos, lo importante que cada cual es, lo
maravilloso de esa conexión misteriosa que nos relaciona de modo inevitable con
gente que no conocemos ni conoceremos nunca, pero que nos resulta necesaria, de
gente que se sacrifica, se esfuerza, se cansa, en beneficio nuestro, aunque nosotros
no nos demos cuenta...

- La bicicleta de Vicentín - prosiguió mi abuelo - la han hecho otras
personas para él y a ellas deberá agradecérsela. Tú tienes la tuya que, pensando en
tanta gente que se sacrificó por ti, debes agradecer profundamente. Aprende a
montar así y, cuando aprendas, aunque te cueste algún coscorrón, no te volverás a
caer nunca. Por otra parte, piensa que todos somos importantes, necesarios, para
que el mundo funcione y que, cuando hacemos algo, por pequeño e insignificante
que parezca, influimos en todo el universo, que ya nunca vuelve a ser el de antes...

Desde aquel momento mi bicicleta me pareció la cosa más maravillosa del
mundo. Y hasta la cuidé más, pensando en todos los esfuerzos que había costado a
tanta gente que, sin conocerme de nada, había hecho posible algo que yo deseaba
intensamente. Y aprendí que todo tiene un precio, su precio justo, que hay que
pagar en esfuerzo. Y que todo lo que tenemos, aunque lo creamos nuestro, se lo
debemos siempre a otros. Y comprendí la importancia de cada uno de nuestros
actos, cuyas consecuencias pueden llegar a lugares y a tiempos remotísimos e
influir, positiva o negativamente, en vidas jamás imaginadas. Mi abuelo, sin darle
importancia, acababa de enunciar para mí el tan celebrado hoy ‘’Efecto
Mariposa’’.

6.- El servir, pues, es inevitable porque “vivir es servir”. Ese
servicio, sin embargo, puede prestarse consciente o inconscientemente.

Y, si se presta conscientemente, es decir, sabiendo que se presta, puede
hacerse con deseo de servir o puede hacerse protestando y pataleando.

En el primer caso, la evolución será rápida y las vidas sin grandes
sobresaltos. En el segundo, será lentísima, y las vidas, una sucesión de
desgracias y problemas de todo tipo, y el karma producido, cada vez
mayor.

El cartero que pasó, de saberlo y patalear, a saberlo y servir a
gusto.

7.- Todo hace bien a alguien, aunque, a primera vista parezca
totalmente negativo. Si alguien me roba, de momento me perjudica pero,
al mismo tiempo, me presta el servicio de darme cuenta de lo negativo
que es robar, y de que, lo que tengo lo puedo perder en cualquier
momento, luego no he de valorarlo como algo que forme parte de mí ni
basar en su posesión mi felicidad. En cuanto al ladrón, si es detenido y
sancionado, tendrá ocasión de reflexionar y reinsertarse en la sociedad.

Y, si no, tras la muerte, experimentará en el Purgatorio todo el daño que
me hizo y la aprenderá definitivamente para ponerla en práctica en la
siguiente vida. Y, si ni en ésa lo hiciese, se repetiría el proceso las veces
que fuesen necesarias para que la aprendiese. Luego el mal inicial,
desembocará, en todo caso, en bien para los dos. Y lo dicho para el que
roba sirve para el que de cualquier modo perjudica a otro con sus
pensamientos, deseos, palabras, obras u omisiones. Por eso la
Humanidad mejora.

Por eso la Humanidad evoluciona hacia mejor. Porque todo
conduce al bien.

8.- La evolución, pues, sólo es posible mediante la vida. Y la vida,
como hemos visto, es servicio. Luego, sólo es posible evolucionar
mediante el servicio.

9.- Todos formamos un organismo, ya que somos células en el
cuerpo de Dios, centros de conciencia suyos y, por tanto, sin poderlo
evitar, todo lo que cada uno hace, repercute en todos, para bien o para
mal, de modo inmediato aunque, de modo mediato, siempre para bien,
pues a alguien le sirve para aprender y avanzar, como hemos visto.
10.- Se nos ha enseñado que Dios crea por amor. Pero, a poco que
meditemos, comprobaremos que el amor sólo tiene una manera de
manifestarse: el servicio.

Porque, ¿cómo podemos definir el amor? ¿No es lo que nos hace
sacrificarlo todo por la felicidad del ser amado? ¿Y qué es ese
“sacrificarlo todo” sino poner a su disposición nuestras capacidades y
posibilidades para ayudarle a ser feliz, es decir, servirle?

11.- ¿Quién, en nuestro concepto, nos ha amado más? Sin duda,
nuestra madre. Porque su amor ha sido un amor verdadero, sin esperar
correspondencia, un amor seguro. En ella hemos encontrado todos un
cobijo seguro, un refugio a prueba de suspicacias y traiciones y engaños,
un consuelo cuando lo hemos necesitado, una ayuda desinteresada
cuando nos ha hecho falta, una caricia cuando hemos estado deseosos de
ella, una comprensión sin límites, un defensor a ultranza…

12.- ¿Y todo eso que nos parece tan maravilloso, qué es?
Sencillamente, servicio.

13.- Cuando examinamos nuestra vida, toda nuestra vida bajo este
prisma, pronto nos damos cuenta de que, desde el mismo momento de
nacer, y aún antes, no hemos hecho otra cosa que recibir servicios de
otros y prestar servicios a otros.

Veamos sino, grosso modo, una vida corriente:

a.- Para renacer necesitamos de la ayuda de unos padres que
nos presten sus genes. Necesitamos a los ángeles que colocan el átomo
simiente de nuestro cuerpo físico en el espermatozoide que fecundará el
óvulo del que saldremos, y el arquetipo de nuestro cuerpo físico en el
útero de la que será nuestra madre.

b.- Durante los primeros veinte días de gestación, será nuestra
madre la que formará el embrión. Y, pasados éstos y penetrado nuestro
espíritu en su útero, seguirá colaborando con nosotros hasta los cuatro
meses, momento en el que nuestro espíritu penetrará en el embrión y se
encargará ya de la construcción. Pero ella seguirá proporcionándonos la
sangre, el oxígeno y las materias necesarias para nuestro trabajo.

c.- Durante la gestación y al ver la luz o, mejor dicho, para
ver la luz, necesitamos los servicios de médicos, comadronas,
enfermeras, etc.

d.- Durante los primeros meses, necesitamos el pecho
materno y, hasta unos años más tarde, sus cuidados, su atención
permanente y su paciencia infinita y, sobre todo, su amor.

e.- Nuestro padre, además de su colaboración en la
fecundación, ordinariamente trabaja para aportar el sustento, nos cobija
bajo su protección, se preocupa junto con la madre de nuestra educación,
es feliz si lo somos y es desgraciado si somos desgraciados.

f.- Los padres, pues, ya durante toda la vida viven a través de
sus hijos, de modo que si éstos no son felices, ellos no pueden serlo.

g.- Pero, durante la niñez y la adolescencia necesitamos de
muchos más servicios: los maestros, los amigos, los médicos, los
parientes…

h.- Y, sin darnos cuenta, nos introducimos en un intercambio
de servicios. Porque, ¿quién cultiva y recolecta y manipula y vende y
compra y cocina nuestros alimentos? ¿y quién hace posibles nuestros
vestidos? ¿y quién nos transporta? ¿y quién nos entretiene mediante
libros, periódicos, radio, televisión, cine, conferencias, viajes, etc., etc.?

i.- Si bien se mira, en ningún momento estamos libres de
utilizar algún servicio prestado por nuestro prójimo.

14.- Pero, no nos engañemos: porque, desde que empezamos a
movernos en la sociedad, formamos parte también de los que prestan
servicios a los demás. A los amigos, a los vecinos, a los conocidos, a los
que nos ayudan, a los que nos oyen, a los que nos leen y hasta a los que
nos perjudican.

¿A los que nos ayudan y a los que nos perjudican? ¡naturalmente!

Porque, por ejemplo, no podemos negar que el conductor del autobús
nos presta un servicio. Pero nosotros, al utilizarlo, le prestamos a él otro,
ya que hacemos posible que la línea funcione y él pueda trabajar y
mantener a su familia, etc. Y tampoco podemos negar que al que nos
perjudica le ayudamos siendo la víctima necesaria de sus negatividades,
de las que más pronto o más tarde, aprenderá las lecciones oportunas,
como hemos dicho ya antes. Ello sin perjuicio de que nosotros podemos
también impartírselas mediante nuestro comportamiento: no violencia,
perdón, comprensión, tolerancia. O, por el contrario, respondiendo con
violencia, en cuyo caso también la enseñaremos lo que se experimenta
cuando se es víctima de ella, además de tener nosotros luego que
aprender la lección.

15.- Los constructores de las catedrales góticas eran iniciados y
sabían y querían servir a Dios y a los hombres. Por eso dedicaban toda
una vida a construir un templo o a tallar una sillería, y sus obras eran
perfectas, de tal modo que hoy no seríamos capaces de hacer obras así.
Porque cada piedra iba acompañada de una oración y una vibración de
amor y de servicio.

16.- Hemos visto que los hombres no podemos evitar servir. Pero
es que eso les ocurre también a los demás seres. Así:

a.- El mineral sirve al vegetal, al animal y al hombre siendo la
base de sus cuerpos físicos y, además, el nutriente de los vegetales.

b.- El vegetal sirve al mineral al descomponerse en minerales
orgánicos que le hacen avanzar en su evolución; y al animal y al hombre,
puesto que les sirve de alimento y, en muchos casos, de vestido
(algodón, lino, esparto, cáñamo, etc.), de medicina (herbolarios) o de
materia prima (madera, caucho, resinas, corcho, etc.)

c.- El animal sirve al mineral como el vegetal; a éste
polinizando sus flores, esparciendo sus semillas, alimentándolo con sus
deyecciones; y al hombre sirviéndole de alimento, ayudándole en sus
labores, defendiéndolo, haciéndole compañía y hasta vistiéndolo: lana,
pieles y plumas.

d.- Y el hombre sirve al mineral como el vegetal y
construyendo con él miles de objetos; al vegetal ingiriéndolo y
ayudándole en su evolución, sembrándolo, seleccionando sus especies,
cultivándolo, abonándolo, etc.; y al animal ingiriéndolo, seleccionando
sus especies, adiestrándolo, etc.

17.- Las Bellas Artes (arquitectura, escultura, pintura, danza,
poesía, prosa literaria, teatro, cine y música no son sino la prestación de
servicios que nos elevan y nos aproximan a la Belleza de Dios.

Los medios de comunicación (prensa, radio, TV y, recientemente,
Internet, la telefonía móvil, etc.), por su parte, nos permiten conocer los
hechos, los sucesos, los acontecimientos y las opiniones, las ilusiones,
las actuaciones y los esfuerzos ajenos, que nos prestan los
correspondientes servicios, aumentando nuestra información y, con ello,
nuestro discernimiento y nuestra capacidad de decisión.

18.- En última instancia, todas las virtudes no son sino aspectos del
amor y, por tanto, del servicio: Fe, esperanza, caridad, prudencia,
justicia, fortaleza, templanza, humildad, largueza, castidad, paciencia,
diligencia, etc.

19.- Las sociedades más avanzadas son aquellas en las que el
sector “Servicios” (educación, sanidad, transporte, comunicaciones y
distribución) ocupa a la mayor parte de la población, a diferencia de las
más atrasadas, que dan trabajo a la mayoría de la población en los
sectores primario (agricultura y minería) y secundario (fabricación y
manufacturación). El país más evolucionado, el que más servicios presta.

20.- No hay nada inútil o que no sirva para nada o que no sea
aprovechado por alguna manifestación de vida. Ése el argumento del
gran guión concebido por el Creador para Su obra que, como todas las
obras clásicas, no tiene personajes innecesarios ni superfluos.

21.- Visto todo lo que antecede, ¿por qué es conveniente el
estudio? Porque, cuanto más se sabe, mejor y a más seres se puede
servir. El minero sirve, pero el ingeniero de minas puede servir a muchas
más personas. El analfabeto sirve, pero el literato llega, y por tanto sirve,
a muchas más personas. El profano en ocultismo, puede ayudar mucho,
pero el estudiante, que conoce las leyes del pensamiento y de los deseos,
y está familiarizado con las leyes cósmicas y naturales, puede ayudar
mucho más y con mucha mayor eficacia.

22.- El mundo, la Creación toda es, pues, un conjunto
aparentemente heterogéneo, pero integrado, estructurado, armónico y
equilibrado sólo por el servicio, manifestación exterior de su cara interna
que es el amor.

Todos, pues, servimos. Y todos somos servidos. Sin excepciones.
En todos los sentidos, en todos los aspectos y a todos los niveles. Con lo
cual, al final, todo queda equilibrado.

23.- Por eso el mal karma, los actos negativos, el daño realizado,
sólo se pueden pagar con servicio. Es la única manera.

24.- Si consideramos que todo lo que hacemos sirve a alguien
porque, tanto si lo hacemos bien como si lo hacemos mal, se convertirá
en bien, comprenderemos la grandeza y la sencillez de la concepción
divina de la Creación.

25.- ¿Qué diferencia hay entre la madre Teresa de Calcuta y un
carpintero? La primera dedicó toda su vida y todas sus energías a servir
y sirvió voluntariamente, sabiendo que servía. El carpintero sirve sin
saberlo y sin dedicar a ello más que la energía y el tiempo estrictamente
necesarios. Por eso la labor de la primera es mayor, más elevada y más
positiva, para ella y para los demás. Pero los dos sirven al prójimo.

26.- El Lavatorio de pies, se debe al servicio que los apóstoles
habían prestado a Cristo como discípulos suyos. Porque, sin discípulos
no es posible el maestro. Y el maestro debe a sus alumnos el haberle
hecho esforzarse por exponer las cosas de modo comprensible y por
responder a sus preguntas y por resolver sus dudas.

Hay maestros que aconsejan a sus discípulos: “Haced lo que yo
digo y no lo que yo hago”. ¿Es desfachatez o humildad? San Pablo decía
aquello de que “lo que quiero hacer no lo hago y, en cambio, hago lo que
no quería hacer”.

27.- Wagner, en su ópera Parsifal hace a éste dar las gracias a
Amfortas porque, con su dolor, consecuencia del pecado, le enseñó y le
evitó caer en el mismo error. Y Parsifal le agradece el servicio en una
conocida aria titulada “Nur eine Waffe taugt”, “sólo un arma sirve para
curar tu herida: la misma que la causó”.

28.- Max Heindel: “El servicio amoroso y desinteresado al prójimo
es el camino más corto, más seguro y más gozoso hacia Dios”.

29.- Nuestro servicio dominical es servicio, porque venimos a
evocar una energía que ha de beneficiar a otros, que están maduros para
ello, atrayéndolos ..

30.- “El que quiera ser el primero, sea el último y el servidor de
todos”

31.- “Compórtate con los demás como a ti te gustaría que los
demás se comportasen contigo. Y, ¿cómo te gustaría que se comportasen
contigo? Haciendo todo lo posible por que fueras feliz, por que tuvieras
lo que deseas, por que vieras realizados tus ilusiones, por que estuvieras
sano, siendo amables contigo… en una palabra: sirviéndote.

32.- ¿Qué fue la Redención sino un servicio? ¿Y qué siguen siendo
las venidas anuales de Cristo para constreñirse seis meses en la Tierra,
sino un servicio continuado durante miles de años?

33.- Las doce Jerarquías Creadoras (Xeofines, Terafines, Serafines,
Querubines, Sres. de la Llama, Sres. de la Sabiduría, Sres de la
Individualidad, Sres. de la Forma, Sres. de la Mente, Arcángeles y
Ángeles, más ja Jerarquía compuesta por hombres evolucionadísimos)
no han hecho ni hacen otra cosa que servirnos, ya que nos están,
permanentemente, ayudando a evolucionar. Hasta los Luciferes lo hacen,
si bien por el camino de la izquierda. Pero nos sirven. Lo mismo que los
elementales y los Espíritus de la Naturaleza, sin los cuales serían
imposibles nuestro cuerpo y su funcionamiento.

34.- Todo, pues, es necesario en el plan divino. Todo cumple un
papel. Todo tiene un fin y una utilidad. Todo está orientado a algo. Pero
todo, inevitablemente, sirve al todo.

35.- Resumen: vivir es servir. Pero servir es vivir. Es decir, servir
sabiendo que se sirve y haciéndolo con ilusión y con amor, es vivir la
vida tal y como debe vivirse.



Terminaré con un poema de mi autoría que refleja lo dicho en esta
charla y que se titula


TU HUELLA EN EL MUNDO

¿Tú crees que, cuando mueras,
no quedará de ti memoria alguna.
De aquello que tú eras,
de tu vital fortuna,
de tu decir y tu pensar... ¿ninguna.

¡Estás equivocado!
Todo lo que tú haces queda unido
a lo que has deseado,
a todo lo sentido
y a lo que en tu interior se ha producido.

Y, como parte que eres
de un todo superior, que es más profundo,
aún si tú no lo quieres,
tu aspecto más fecundo
recrea cada instante todo el mundo.

Y todo el mundo tiene
algo de ti, sin que tú lo pretendas;
Y, en el tiempo que viene,
en todo habrá las prendas
de lo que, sin saberlo, al mundo ofrendas.

Procura, pues, que el fruto
de tu boca, tus actos y tu mente,
constituya un tributo
positivo y decente
que haga un mundo mejor para la gente.

* * *

EL SERVICIO, MOTOR UNIVERSAL.- Francisco-Manuel Nácher López

*

AHORA VEO CLARO


AHORA VEO CLARO
por Francisco-Manuel Nácher


Durante los años de "vida activa" caí, porque era la moda, en la
absurda creencia de que los títulos académicos lo eran casi todo si no todo.

Y me afané por obtener los que estuvieron en mi mano. Luego, me sumergí
en la vida empresarial hasta mi jubilación. Pero no sin aprovechar los
pocos vacíos de tiempo para seguir acaparando títulos y diplomas y
conocimientos profesionales.

¿Y qué?

Ninguna de esas cosas me ha hecho mejor ni ha añadido un ápice a
mis capacidades. Me refiero a mis capacidades verdaderamente
importantes: el pensar en los demás, el tender la mano, el confiar en que
me la tiendan, el tener amigos, el respetar a todos, el predicar con el
ejemplo, el ser honesto, honrado, formal, puntual, cumplidor y fiable, el
asumir mis responsabilidades, el disculpar, el ofrecer segundas y aún
terceras oportunidades, el pensar que yo podría - si el destino o el azar o
Dios así lo hubieran querido - ser mi subordinado o mi jefe o mi vecino o
mi cliente o el pobre que me pide limosna o el alcohólico o el drogadicto o,
incluso el delincuente...

No. Ninguno de mis títulos me dio nada que ahora, ya de vuelta,
pueda valorar como interesante, útil, compensatorio del esfuerzo que
exigió... salvo la convivencia con mis condiscípulos de cada materia
estudiada.

Lo que verdaderamente me ha hecho como ahora soy han sido: las
tendencias que traje al nacer; los consejos y, sobre todo, los ejemplos de
mis padres y abuelos; las ideas que me inculcaron algunos de mis maestros
durante la adolescencia y que supieron encender la mecha, que yo ya traía
preparada, para hacerme preguntas y encontrar respuestas (pero no
preguntas científicas ni siquiera culturales, sino preguntas mucho más
sencillas, más fáciles y por ello más, mucho más difíciles de responder, por
ejemplo, el sentir la angustia de la vida, que se nos pasa sin haber hecho
nada verdaderamente satisfactorio; el no saber realmente quién soy y qué
hago aquí y ahora y qué se espera que haga, si es que se espera que haga
algo...); y la convivencia, las afinidades y las diferencias, las amistades y
las enemistades, los sueños compartidos y las aventuras en colaboración...

Cuando uno, por obra de los años, tiene que renunciar ya a muchas
cosas que poco antes parecían importantes, la escala de valores, hasta
entonces mal estructurada y vacilante, va centrándose, endureciéndose,
cristalizando y hasta explicándose por sí misma. Y uno mira hacia atrás y
comprende muchas cosas, muchas más de las que esperaba comprender. Y
ve el juego de las leyes naturales en su tesonero afán de enderezar nuestros
rumbos equivocados. Y comprende dónde y cuándo falló y por qué luego
eso produjo sus consecuencias, que unas veces le sorprendieron y otras le
decepcionaron pero siempre fueron lecciones de vida interesantes y
necesarias.

Lo cierto es que, como casi todos, estuve tan preocupado por
"caminar" que no me paré a determinar en qué sentido debía ni quería
hacerlo. Con lo cual malgasté esfuerzos, energías, tiempo e ilusiones, y mi
recorrido fue mucho más errático de lo que podría haber sido, visto desde
mi postura de hoy.

Contemplada así la vida, a posteriori, cuando hemos comprendido su
funcionamiento y nos hemos familiarizado con el secreto de la urdimbre
que la compone, resulta la cosa más interesante que imaginarse pueda.

Y, en ese momento estoy. Y soy feliz. Y no me da rebozo
reconocerlo. Y no es que no tenga problemas, sino que ya no los veo como
tales. Me he encontrado a mí mismo y me siento a gusto. He podido
reconocer mis errores y comprender por qué lo fueron. He visto pasar por
mi vida seres queridos, parientes, amigos y enemigos y aún desconocidos.

Y me he dado cuenta del papel que todos ellos jugaron en mi formación, y
a todos se lo he agradecido. He visto nacer nuevas generaciones
dispuestas, como la mía, a cometer toda suerte de tonterías para, un día -
generalmente demasiado tarde - darse cuenta y hasta arrepentirse de ellas.

Y uno comprende que no se trata de que cada generación sea,
digamos, nueva, y de que cometan todas los mismos errores. No. La cosa
es mucho más sencilla, lógica, aclaratoria e interesante: Cada generación
está compuesta por seres que alcanzaron en vidas anteriores el nivel que
les permitirá nacer, siglos más tarde, formando otra nueva generación. Por
supuesto, todas cometerán errores, todas aprenderán a lo largo de su vida,
pero cada una trae sus enseñanzas anteriores asimiladas y cada una comete
distintos errores, porque para eso las condiciones sociales, culturales,
climáticas, etc. han cambiado entretanto, de modo que cada vez se pueden
aprender nuevas lecciones de vida aún no dominadas.

Nos sucedemos, pues, a nosotros mismos. O, mejor dicho, a nuestros
hijos o a nuestros nietos o descendientes que, a su vez, hacen lo mismo con
los suyos. Y así vamos todos avanzando en la evolución. Y así se explica
la afirmación bíblica, que siempre nos ha parecido tan injusta, de que "los
pecados de los padres recaen sobre los hijos" porque, en realidad, lo que
ocurre es que quienes pecaron, o sea, se equivocaron, experimentan luego,
en vidas sucesivas, las consecuencias de sus propios errores.

Vista así, la vida es apasionante. Y tiene sentido.

* * *

¿ADAPTARSE O MORIR?


¿ADAPTARSE O MORIR?
por Francisco-Manuel Nácher


Adaptarse o morir. Es el enunciado de una ley natural que, como tal, rige en toda la naturaleza. Los vegetales y los animales todos le están sometidos, de modo que, si se produce un cambio en el ambiente, no tienen más opción que adaptar su funcionamiento a las nuevas condiciones o desaparecer.

Y eso se observa continuamente por doquier: La polución de los ríos y lagos produce verdaderas catástrofes entre los animales y plantas que no son capaces de ajustar sus metabolismos al nuevo medio en el que sus vidas han de desarrollarse; los incendios forestales, las explosiones atómicas, el empleo de insecticidas o antibióticos, la reducción de la capa de ozono, etc., producen tales cambios medioambientales que obligan a todos los seres afectados a adaptarse o morir. Y muchos de cada especie mueren. Sólo unos pocos, en algunos casos, logran adaptarse y sobreviven, para reproducirse y transmitir sus características.

Todos conocemos, por ejemplo, la capacidad de adaptación de las gaviotas, las urracas, las abubillas o las cigüeñas que, procediendo de medios silvestres, están integrándose en la vida urbana y aprendiendo a utilizar los nutrientes que encuentran en los vertederos, en los paseos, en los parques, etc.; o la de algunos microbios, que logran hacerse resistentes a determinados antibióticos, especialmente en los hospitales; o la de los insectos que logran sobrevivir a los tratamientos agrícolas... El que cumple la ley natural, es el que se ve favorecido por ella: Se han adaptado, luego sobreviven. Pero siempre, de un modo pasivo, es decir, sin intervenir en el medio, sin cambiarlo: El que varía primero es el medio y luego ellos se adaptan.

Con el hombre, sin embargo, es distinto. Por supuesto, la ley natural es universal y, por tanto, aplicable a todo ser viviente, incluído el hombre. Pero éste, si bien como ser vivo, como animal que es, y formado, por tanto, con materias minerales pertenecientes a la naturaleza, le está sometido, como hombre, como espíritu que es, no.

¿Por qué? Porque en el hombre se dan dos características de que carecen los otros seres vivientes, que son la mente y el libre albedrío. El hombre, con esas herramientas, es capaz de modificar las condiciones naturales, si lo desea. Esas facultades extraordinarias han hecho desaparecer paulatinamente la esclavitud en que en el principio de los tiempos el hombre estuvo, con relación a la naturaleza en que ha vivido. Y no depende total y absolutamente de las condiciones naturales, sino que las sabe manejar y alterar y hasta adaptar. Y puede vivir en climas imposibles, incluso fuera de la atmósfera terrestre, y bajo las aguas; y puede sobrevivir a un parto prematurísimo: y puede vencer una serie de enfermedades; y ha aprendido a corregir las malformaciones, las mutilaciones, las heridas; y hace trasplantes de órganos y vacunas y clones y no cesa de actuar sobre la naturaleza para adaptarla a sus necesidades y no al revés. El hombre, pues, le ha perdido el respeto a la naturaleza.

Resumiendo: Los animales y vegetales se modifican a sí mismos para adaptarse a las características del entorno, mientras que el hombre, sin perjuicio de ello, modifica el entorno para adaptarlo a sus propias necesidades o características.

Por supuesto, se me dirá, que lo que el hombre hace no es más que una forma de adaptarse. Y será cierto. Pero adaptarse adaptando. Es una adaptación forzada de la naturaleza. Y es privilegio del hombre.

Por tanto, esta ley natural que, como tal es eterna e inmutable y rige siempre, en cuanto al hombre se refiere hay que enunciarla de otro modo: Ya no es "adaptarse o morir" sino "adaptar la naturaleza o morir".

Llegados aquí, querámoslo o no, resuena en nuestros oídos el eco de las palabras de los Elohim de la Escritura: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza".

El problema está, y cada vez de modo más claro y hasta acuciante, en esa falta de respeto del hombre por la naturaleza.

Porque el hombre, ebrio de orgullo al descubrir sus posibilidades, se ha lanzado a usar y abusar de ellas, sin acordarse de que, en última instancia, su cuerpo está formado por materiales que, necesariamente, han de obedecer las leyes naturales y de que, irremisiblemente, ha de morir, y de que el libre albedrío y la inteligencia, si bien pueden modificar la naturaleza en beneficio de la humanidad, también pueden hacerlo en su perjuicio. Es el problema del aprendiz de brujo: Estamos manejando fuerzas que no sabemos aún dominar y que, en cualquier momento, pueden, obedeciendo, precisamente, las leyes naturales, acabar con nosotros, a pesar de todos nuestros pinitos como dioses recién nacidos. Y se impone reflexionar seriamente.

* * *

CADA PIEDRA...


CADA PIEDRA...
por Francisco-Manuel Nácher

Cada piedra de un edificio sostiene a todas las demás. Y, si alguna de ellas, por su mala calidad, pierde su dureza, todas cambian instantáneamente su relación de fuerzas con cada una de las otras. Y, aunque, según su posición - arriba o abajo, en la cornisa o en los cimientos – el cambio amenazará más o menos la solidez de todo el edificio, no cabe duda de que todo él lo sentirá y, en alguna proporción, lo acusará.

Cada acto de nuestra vida es una piedra en el edificio de nuestra existencia y está en estrecha relación con todos nuestros otros actos, como nuestros que son. Y, según su importancia o profundidad, afecta más o menos, pero inevitablemente, al resultado final de nuestro proyecto de vida.

En un plano más elevado, cada uno de nosotros somos una piedra en el edificio que la humanidad está construyendo. Y, si fallamos, si no demostramos las calidades que de nosotros se esperaban, toda esa maravillosa catedral, proyectada por el Gran Arquitecto, se resiente también de modo inevitable.

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miércoles, 16 de noviembre de 2011

EL DESEO DE PERPETUACIÓN Y LOS HIJOS


EL DESEO DE PERPETUACIÓN Y LOS HIJOS
por Francisco-Manuel Nácher

Todos llevamos oculto, en lo más profundo de nuestro subconsciente, y muchas veces en nuestro consciente, el deseo de perpetuarnos de algún modo en este mundo, cuando ya no estemos en él. Y esa es la razón última de los héroes patrióticos y de las obras de todos los artistas de cualquier tipo y del deseo de tener hijos, sobre todo varones, dado el trasfondo machista de nuestra cultura, afortunadamente en franca retirada, que hace que el apellido, que parece resumir todas las esencias de la propia familia y hasta de uno mismo, no lo transmitan las hembras.

Porque uno, en realidad, considera al hijo como una prolongación de sí mismo, como patrimonio propio, como otra posibilidad de vivir una vida completa que corrija errores y sea perfecta desde nuestro punto de vista, claro. Y por eso se cree uno con derecho a definir, delimitar, estructurar y programar, más o menos ostensiblemente, pero sin excepciones, esa vida que se ha puesto en sus manos.

El problema surge cuando el hijo, que de todo eso no sabe nada y que viene dispuesto a vivir su vida de acuerdo con sus aptitudes y sus tendencias y su programa propio, se niega a ser una continuación del padre.

Ahí está, y no en ninguna otra parte, la causa del célebre problema generacional. Es nuestro error de padres. Claro que, con los años, esos hijos, cuando a su vez son padres, lo comprenden todo y hasta lo disculpan, porque a ellos les ocurre lo mismo con sus hijos.

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AL QUE MÁS SE LE DÉ...


AL QUE MÁS SE LE DÉ...
por Francisco-Manuel Nácher

La Escritura dice que “al que más se le dé, más se le exigirá.” Pero, ¿qué significa eso? ¿Qué es lo que se da?
Obviamente, conocimientos, bienes, posición social, inteligencia, belleza, fama, etc. Pero fundamentalmente, sabiduría.

¿Y, por qué se le ha de exigir más al que más recibió? Es lógico: porque, al poseer algo que los demás no tienen, ello lo sitúa en condiciones de influir a más gente y esa influencia como, a tenor de las leyes naturales, ha de ser positiva, si no lo es, su karma será mayor que el de los que no poseían ese don especial.

Los dones de arriba, por tanto, no siempre son agradables aunque, a primera vista, lo parezcan, porque hay que “pagarlos” con servicio, y el servicio no siempre es placentero, a nuestro nivel evolutivo. Y así, el que es inteligente ha de hacer buen uso de su inteligencia y no dedicarla a aprovecharse de los demás, sino a elevarlos; y el que es bello ha de hacer buen uso de su belleza y no prostituirla; y el que es fuerte, ha de hacer buen uso de su fortaleza y no avasallar a los débiles; el rico ha de hacer buen uso de su riqueza y no dilapidarla, sino administrarla y emplearla debidamente; y el piadoso ha de emplear debidamente su piedad y no pedir para sí mismo, sino para los demás; y el tolerante ha de hacer buen uso de su tolerancia y no ser pasivo ni falto de discernimiento; y el simpático y el alto y el...

Claro que, si se ignoran las leyes naturales, ese “pago” necesario, ese “hacer buen uso” del don que nos distingue, no resulta fácilmente aceptable. Si se conocen, sin embargo, y se sabe que lo que somos es fruto de nuestro esfuerzo anterior y, sabiéndolo, no nos ha de costar gran esfuerzo seguir en la línea que hemos seguido en vidas anteriores; el problema deja fácilmente de serlo. Ésa es la principal ventaja de conocer las Enseñanzas: que la vida es infinitamente más fácil de entender y, por tanto, más vividera.

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