LA CONCIENCIA FÍSICA O SENSACIÓN DE VIVIR
por Francisco-Manuel Nácher
Siempre me ha llamado la atención de un modo especial la
afirmación reiterada de Max Heindel en el sentido de que la lucha
permanente entre el cuerpo vital, que intenta conservar el cuerpo
físico, y el de deseos, que lo desgasta continuamente, es lo que nos
produce la sensación de vivir, o sea, la conciencia de la propia
existencia. Muchas veces me he propuesto meditar sobre el tema, pero
otras tantas me ha dado miedo por parecerme demasiado complejo. Ha
sido un miedo no consciente, pero yo he sabido que estaba ahí,
cobijado y sin atreverse a salir al descubierto.
Lo cierto es que, hace unos días, y sin pensar en el tema, de
repente, vi claro el proceso y, por lo menos para mí, encontré una
explicación plausible. Y es ésta:
Durante todas las horas de vigilia, querámoslo o no, estamos
haciendo algo, con el cuerpo físico. Eso es indiscutible. De otro modo
no estaríamos en estado de vigilia.
Pero, eso que estamos haciendo ¿qué proceso seguimos para
hacerlo? Vamos a poner un ejemplo para verlo más claro. Si se trata
de hacer algo con las manos, habremos de pensar primero lo que
queremos hacer. Pero, para pensar lo que queremos hacer,
necesariamente, hemos de elegir una entre varias, entre múltiples, yo
diría que entre infinitas posibilidades. Y así: Si yo deseo rascarme la
oreja derecha, una vez deseado, lo cual ya supone haber decidido entre
hacerlo o no hacerlo, tendré que elegir entre utilizar para ello el dedo
pulgar, el índice, el corazón, el anular, el meñique, o dos dedos, o tres,
y qué dedos serán esos dos o tres, o la palma de la mano o el dorso o
cualquier objeto; una vez decidido, por ejemplo, que me rascaré con el
dedo índice, tendré que elegir entre hacerlo con la yema o con la uña o
con un nudillo o con otro. E, incluso decidido, por ejemplo, a hacerlo
con la uña, tendré de nuevo que elegir entre rascarme suavemente o
con fuerza o con violencia y entre hacerlo deprisa o despacio y entre
rascarme de atrás hacia delante o de delante hacia atrás o de arriba
abajo o de bajo a arriba; y, decidido que de arriba abajo, habré de
elegir entre afectar a mucha o poca porción de mi oreja; y, decidido
esto, si lo he de hacer ostensiblemente o con disimulo; y, después…
El proceso de elección y decisión, pues, no termina nunca ya
que, apenas me he rascado, ya he de elegir entre las distintas
posibilidades que se me ofrecen entre sentirme satisfecho o insistir,
con todas sus elecciones subsiguientes. Lógicamente, un proceso así
necesita toda la atención del Yo, que es el que elige en cada caso y,
lógicamente, está siendo consciente de su actuación y, por tanto, de su
vida en la Tierra.
Por otra parte, el decidirse por una de las muchas posibilidades
siempre deja en el Yo un sabor agridulce, pues es seguro que había
algunas otras posibilidades que también le atraían, pero que no ha
podido adoptar al tener que decidirse por sólo una. Y ese sentimiento
de falta de plenitud hace también que la atención del Ego se centre en
este plano.
Estamos hablando de la conciencia en el mundo físico. Porque el
proceso sirve también para los demás mundos, aunque hablaríamos
entonces de conciencias distintas a la que aquí tratamos.
Está claro que la voluntad, en estado de vigilia, la estamos
ejercitando permanentemente. Pero la voluntad es una facultad del
Espíritu Divino.
Sin embargo, esa voluntad, para tomar cada una de las decisiones
elegidas entre las enumeradas, no tiene más remedio que recurrir,
primero al cuerpo mental para que cree una idea-forma, y luego, al
cuerpo de deseos para que la envuelva en materia de deseos y cree una
forma de deseo, que será lo que la voluntad ponga en marcha. Pero ese
ejecutar en este mundo lo que hemos primero pensado y luego
deseado, supone el desgaste por el cuerpo físico de una energía que
está a cargo y proporciona el cuerpo vital. Y es lógico que haga lo
posible por restaurar el desgaste producido, lo cual llama también la
atención del Ego y con ello acentúa su presencia y su conciencia de
vigilia.
E, incluso, en ese deseo de ahorrar energía y desgastar lo menos
posible los tejidos y órganos físicos, es lógico que el cuerpo vital
recurra a la característica propia de su nota-clave: La repetición.
Porque, cuando algo se convierte en hábito, ya no necesita la voluntad
estar presente, ya no es necesario el proceso de elección y de decisión,
ni la forma mental ni la de deseos, sino que se actúa maquinalmente,
es decir, sin conciencia, inconscientemente. Y no se desgasta tanta
energía como cuando se hace todo a plena conciencia.
Pero, a pesar de ese desgaste de energía que supone, está claro
que la toma constante de decisiones por el Ego y la observación luego
de sus consecuencias, lo hace evolucionar y aumentar su dominio
sobre sus vehículos.
Cuando estamos relajados, es decir, cuando no usamos
conscientemente el cuerpo físico ni tenemos que tomar decisiones
sobre su actuación, la voluntad no está en él, sino en otro plano, y en
él está tomando decisiones también continuamente. Por eso entonces
la conciencia está en ese otro plano. Y por eso la meditación y la
concentración y la reflexión y el estudio y la oración y la devoción y el
amor desarrollan, tanto la mente y el cuerpo de deseos como la
voluntad, favoreciendo también ese necesario dominio del Ego sobre
sus diversos cuerpos.
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