EL DIÁLOGO POLÍTICO IDEAL
por Francisco-Manuel Nácher
En esta época tan politizada y hasta tan “partidista”, resulta
confortador presenciar una conversación entre dos políticos que, antes que
políticos, son dos caballeros. Cada uno con sus ideas, pero dos caballeros.
Porque ambos saben "estar" y, además, y es lo más importante, saben
"ser"; ambos saben hablar sin insultar y sin descalificar y sin despreciar y
sin presumir despectivamente de estar en lo cierto, sino con argumentos,
con calma, con serenidad y hasta con predisposición para admitir errores
propios y alabar aciertos ajenos; ambos saben buscar, por encima de las
mezquindades, de las zancadillas, de los trapicheos, de los carnets y de las
ideologías de uno y otro color, el interés del pueblo que es, precisamente,
el que los aúpa o los descabalga con su voto.
Esa conversación que, aparentemente, no contiene nada especial, está
llena, sin embargo, de todo lo que el pueblo ciudadano, masivamente, está
deseando y esperando, sin saberlo, desde hace ya demasiados años.
Esa conversación debería reproducirse y exhibirse, para servir de
ejemplo, en todas las sedes de todos los partidos políticos, en las escuelas,
en las universidades, en los centros de producción y en cuantos cenáculos
se dedican a arreglar el mundo basados en las anécdotas y nunca en las
categorías.
¿Por qué?. Por varios motivos, todos ellos importantes:
1.- Porque los políticos, al fin y al cabo, son hombres. Hombres
normales, como todos los demás. Y, como tales hombres, tienen las
mismas dudas y los mismos problemas y las mismas inquietudes que todos
los otros. Y no son seres extraordinarios que poseen facultades inusuales y
tratan problemas ininteligibles y hablan un idioma distinto y actúan de
modo distinto o tienen una bola de cristal. Son simplemente hombres que
han escogido, porque creen que tienen algo que aportar a sus semejantes,
hacer el esfuerzo de aportarlo de la mejor manera posible, a su entender, y
corriendo el riesgo de equivocarse. Y eso se trasluce en la conversación
ideal que comentamos.
2.- Porque no es normal ni aceptable ni de recibo que los
políticos estén siempre crispados y crean que su misión consiste en
transmitir a los ciudadanos su crispación. Un político crispado no está
manifestando sino falta de confianza en sus propias ideas o en sus propios
argumentos o en sus propios actos. El político ideal, al que deben tender
todos los políticos, es el que tiene las ideas claras y no se crispa porque no
lo necesita. Y eso está presente en la conversación que comentamos.
3.- Porque no es inherente a la condición de político demócrata
el descalificar al oponente por el mero hecho de serlo, por sistema; ni el
aprovechar cualquier rumor, noticia o sospecha, cualquiera que sea su
origen o intención, para condenar demagógicamente, injuriar y ensuciar la
vida política y no política del adversario y polucionar el ambiente político
del país entero. Se supone, se espera que el que aspire a gobernar - y ésta
es la grandeza de los políticos - debe ser ejemplar en sus modales, en sus
palabras y en su conducta. Porque, si un político no es un hombre
ejemplar, no sirve como gobernante; y un hombre ejemplar, como cualidad
imprescindible, debe ostentar el respeto por los demás hombres y, sobre
todo, por los que, como él, piensan y pretenden el bien del pueblo, aunque
sea con otras ideas. Y eso debe palpitar a lo largo de la conversación ideal
que comentamos.
4.- Porque, si de verdad se es demócrata, cosa que hay que
suponer en todos los políticos que así se autodenominan - a pesar de los
esfuerzos sobrehumanos de algunos por desmentirlo - hay que aceptar la victoria y la derrota con igual talante. Porque, al fin y al cabo, el pueblo,
que es el destinatario último de sus esfuerzos, tiene perfecto derecho a
escoger una u otra vía. Y porque sólo el haber intentado algo en beneficio
de ese pueblo, debe ser suficiente para enorgullecer a cualquiera, aunque el
pueblo haya preferido otra oferta. Y eso debe saltar a la vista en la
conversación ideal que comentamos.
5.- Porque no es correcto ni honesto ni conveniente ni, por
supuesto, necesario, el que los políticos utilicen dos lenguajes, uno para
hablar entre ellos y otro para la galería porque, en realidad no engañan a
nadie sino a sí mismos. Sólo debe haber un lenguaje: el de la claridad, el
de la verdad, el de la razón. Y quien emplea dos lenguajes, en uno de ellos
está mintiendo; y quien miente no es de fiar, ni como gobernado ni, menos
aún, como gobernante. Y ese pensamiento campea a lo largo de la
conversación ideal que comentamos.
6.- Porque, no nos engañemos: Lo que el ciudadano espera y
desea y necesita es que el gobernante lo haga bien. Y ¿quién lo puede
hacer bien? ¿Un mentiroso? ¿Un calumniador? ¿Un crispado? ¿Un trepa?
¿Un presuntuoso? ¿Un aprovechador de rumores? ¿Un demagogo? ¿Un
descalificador? ¿Un ambicioso?. ¿Un resentido?... ¿O un hombre bueno,
sosegado, reflexivo, comprensivo, tolerante, conciliador, colaborador,
dialogante y, sobre todo, altruista?. Lo que los electores valoran y, por
tanto, desean y votan, no son los gritos ni escándalos ni calumnias ni
campañas... lo que ellos quieren - y no disponen de más medio para
manifestarlo que las urnas, pero han de sufrir su ausencia en sus vidas y en
sus expectativas de futuro -, son ideas y proyectos y dedicación y trabajo
callado y efectivo. Porque el pueblo, como tal, en su conjunto es,
aparentemente, muy manejable e influenciable. Pero no es tonto. Nunca lo
ha sido. Y lo que quiere es un buen gobernante. Y punto. Porque, ¿de qué
sirve un gobernante, de cualquier partido que sea, si lo hace mal?. Y eso se
deduce de la conversación ideal que comentamos.
7.- Porque, mal está que la violencia nos esté ganando la batalla
de la convivencia, transformándola rápidamente en "desvivencia"; mal está
que los medios de comunicación aumenten cada día su cuota de asesinatos,
violaciones, ajustes de cuenta, odios raciales, atentados, etc., como si sólo
eso ocurriese en el mundo y sólo eso nos importase; mal está que, para que
una película triunfe, haya de mostrar más explosiones, más coches
incendiados, más violencia y más desprecio por los semejantes, que las
anteriores... pero los políticos, los hombres públicos deben estar por
encima de todo eso. Eso ya lo tenemos por las vías indicadas. Lo que nos
hace falta es lo otro: El respeto, la tolerancia, el diálogo, la comprensión,
la colaboración, el sentido de responsabilidad, el reconocimiento de la
labor y el esfuerzo de los demás, en una palabra, el respeto al pueblo. Y
eso es lo que destaca en la conversación ideal que comentamos.
8.- Porque, todo ciudadano la conoce, la espera, la desea. Y
necesita poder dar un suspiro de alivio, como si una ráfaga de aire fresco
hubiera recorrido los rincones de su alma, recordándole lo que todos
teníamos in mente cuando alcanzamos la democracia; y necesita
experimentar un sentimiento de sorpresa seguido de otro de satisfacción,
de gratitud y de esperanza; y disfrutar un instante de relajación mental y
emocional al ver cómo dos personas de distinto partido, oponentes, y que
se han enfrentado varias veces con distinta suerte, a pesar de ello, son
capaces de sentarse juntos y charlar de sus cosas sin necesidad de hacerse
daño ni de hacerlo a nadie. Enhorabuena a los dos políticos ideales.
Llegados aquí, sería bueno divulgar un Decálogo para las
personas llamadas a desempeñar cargos públicos que, sintetiza cuanto
antecede y cuanto esos dos políticos ideales deberían ejemplificar con su
conversación aludida. Es éste:
"1.- Si has llegado a ser designado, es porque se ha creído que eres el
más idóneo. Demuestra en todo momento que quienes creyeron en ti no se
equivocaron.
2.- Ten en cuenta que el país está constituido por todos, que todos
tienen los mismos derechos y deberes, y que te debes a todos por igual, sin
distinguir nunca entre ellos por razón de ideas, de creencias o de nivel
económico o cultural o de actuaciones.
3.- Si eres demócrata, como aseguras ser, tienes, por definición, que
admitir la existencia de opiniones distintas y aún contrarias a la tuya y
debes, además, respetarlas por igual, mal que te pese, pues todos tienen el
mismo derecho que tú a opinar y a manifestar su opinión. La crítica, si
sabes encajarla debidamente tiene, a veces, mucho de colaboración.
4.- No utilices nunca la descalificación ni el desprecio ni, mucho
menos aún, el insulto, aunque otros lo hagan, incluso contra ti. Tú haz y di
lo que honestamente debes hacer y decir, si tu propio tribunal interior lo
aprueba. Porque, si tu conciencia te reprocha lo que haces o dices, aunque
todos lo aprueben, tú sabrás siempre que has fallado.
5.- Ten presente, a lo largo de toda tu ejecutoria, que estás al servicio
del pueblo y no a su frente. Y que debes estar siempre en condiciones de
rendirle cuenta de cada minuto de tu gestión. Tu vida debe responder a lo
que el pueblo espera de sus dirigentes. Si no te sientes capaz de ello, es
mejor que no asumas la función o que dimitas de ella.
6.- En ningún caso dudarás en destituir o sancionar públicamente a
quien no sea capaz de cumplir con total honestidad su cometido al servicio
del país. Y recuerda que esta norma te afecta activa y pasivamente.
7.- Los parientes, amigos y allegados dejan de serlo apenas se ocupa
un cargo público. Tenlo presente siempre. Lucha, con todas tus fuerzas,
para erradicar la recomendación, el nepotismo y el compadreo. Si
sucumbes a ellos te habrás hecho indigno del cargo. Deben ser promovidos
siempre los mejores, los más aptos. Es la única manera de estructurar un
país inteligentemente y a tenor de las leyes naturales que, de otro modo,
acaban siempre cobrándose cualquier transgresión.
8.- No pienses que el cargo será eterno. Es sólo un servicio, una
entrega, un regalo que estás obligado a hacer al país por el hecho de ser
más capaz que otros, y debes sólo aspirar a, en su momento, recibir con la
frente alta las gracias que el país te dará por los servicios prestados.
9.- El desempeño de un cargo público es una magnífica ocasión que
se te brinda para evolucionar hacia la comprensión de los demás, la
colaboración, la mejora de lo mejorable y la ilusión de futuro.
Aprovéchala.
10.- Recuerda siempre que la autoridad, como todo en la vida, tiene
un precio; y que el precio de la autoridad es la soledad. A la hora de
decidir estarás siempre solo. Decide, pues, con discernimiento para no
tener luego que avergonzarte de ti mismo.
Estos diez mandamientos se resumen en dos: Respétate a ti mismo en
todo momento, en toda ocasión y en todo lugar, y respeta a los demás
como a ti te gustaría que los demás te respetasen a ti.
Si tienes presente cuanto antecede, el desempeño de ese cargo
público, sea el que fuere, te hará más humano, más fuerte y más feliz, y te
armonizará de modo misterioso con el pueblo. Y el pueblo, entonces,
vibrará también contigo. No lo dudes."
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