miércoles, 4 de mayo de 2016

¿Quienes son mi madre y mis hermanos ...?



¿QUIÉNES SON MI MADRE Y MIS HERMANOS…? 
por Francisco-Manuel Nácher 

        Sabemos, por nuestra filosofía, que estamos, inevitablemente, en manos del karma que hemos venido creándonos a lo largo de nuestra vidas anteriores… y del que, desgraciadamente, seguimos acrecentando en ésta. Y que, como consecuencia de la necesidad de pagarlo, elegimos, antes de cada renacimiento, el que queremos cancelar. Es el karma “maduro”. Y es el que nos hace nacer en una familia determinada, de unos padres concretos y con unos hermanos y unos parientes y un ambiente familiar específicos. Y que esos parientes sean, precisamente, quienes en esas vidas anteriores fueron nuestros verdugos o nuestras víctimas, de modo que, al nacer en sus proximidades y, al tener que relacionarnos inevitablemente con ellos, tengamos la oportunidad de pagar y de cobrar, es decir, de saldar tales deudas de destino mediante el amor y el servicio desinteresado.
      Ésa es una de las principales razones por las que no nos conviene recordar las vidas pasadas antes de estar lo suficientemente evolucionados como para saber y poder comprender y perdonar. 
     Porque, ¿qué ocurriría, por ejemplo, con la mayor parte de las madres actuales, que amamantan y acunan a sus retoños con orgullo y los rodean de un aura de amor y se sienten capaces de los mayores sacrificios por esas criaturas sonrosadas, inermes y que dependen totalmente de sus cuidados, si supiesen que ese ser que tienen en sus brazos y al que han dado la vida, fue su enemigo mortal, al que asesinaron en un acto de venganza o de traición? ¿y cómo reaccionaríamos nosotros si supiésemos que esa madre o ese padre, a los que tanto admiramos, en otra vida nos abandonaron y fueron la causa de nuestra muerte por inanición? ¿o si ese hermano al que protegemos con dedicación fue nuestro antagonista profesional, al que hundimos en la miseria?
      Hemos, pues, de evolucionar aún bastante hasta ser capaces de comprender que, como células de Dios que somos, no debemos hacer diferencia entre los demás y nosotros mismos y que, por tanto, en todo momento, somos los custodios de nuestro hermano. 
     Porque sólo cuando, pagada la parte más grave de ese karma y aligerados de peso, comenzamos a percatarnos de que, además de nuestros familiares, hay también otros hombres y mujeres que merecen atención y ayuda, y que debemos prestársela, y nuestro concepto de la familia se debilita y difumina, y empezamos a ampliar nuestro campo afectivo, hasta llegar a un punto en que nos sentimos un poco como padres de todos los niños y como hijos de todos los padres y como hermanos de todos nuestros semejantes, no empezamos, en realidad, a caminar por el Sendero. 
      Y sólo entonces podemos realmente alcanzar el profundo sentido de las palabras de Cristo en Mateo 12:48-50 cuando, al decirle que su madre y sus hermanos habían llegado y deseaban hablar con Él, respondió: “¿Y quiénes son mi madre y mis hermanos? Los que cumplen la voluntad de mi Padre en el cielo, ésos son mi madre y mis hermanos”.

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