viernes, 6 de enero de 2012

LA ESENCIA DEL SACRIFICIO





LA ESENCIA DEL SACRIFICIO
por Francisco-Manuel Nácher

La esencia del sacrificio la constituye el deseo de compartir con otros
la propia felicidad o de proporcionársela. Por eso el aspecto desagradable
que se le atribuye, en realidad, no forma parte de él. Es sólo su
interpretación, desde el punto de vista del que, por supuesto, no siente esa
felicidad que inclina a ser compartida ni experimenta la necesidad de hacer
feliz a nadie.

Condición sine qua non, pues, del sacrificio es el amor. ¿Por quién se
suele sacrificar la gente? Por sus seres queridos. ¿Y qué pretende uno
cuando se sacrifica por sus seres queridos? Proporcionarles una felicidad,
mitigarles un dolor, facilitarles una posibilidad que ellos no pueden
alcanzar y el que por ellos se sacrifica sí puede. En el fondo, una donación
gratuíta de felicidad, hecha por amor.

Si ese amor a los parientes y amigos se transforma en amor a la
Humanidad, llegamos a la postura de los santos que, habiendo alcanzado
cotas de felicidad interna no sospechadas por el hombre común, y estando
llenos de amor por sus hermanos, se ven impelidos a compartir, a regalar, a
proporcionar esa felicidad a todos los hombres.

La Creación misma es, en el fondo, un acto de sacrificio en este
sentido entendida. La Divinidad se limitó, se constriñó para hacer
partícipes de Su felicidad a todas Sus criaturas. Por eso el sacrificio es una
ley natural y rige en toda la naturaleza. ¿Qué ser no se sacrifica a lo largo
de su existencia para proporcionar a otros algo que no poseen y él sí?

Sólo cuando falta el amor se malinterpreta el sacrificio. Porque el
egoísta, por el hecho de serlo, no es feliz y no puede, por tanto, compartir
felicidad pero, además, cuando tiene algo, lo quiere para sí y, por tanto, el
compartirlo, el ayudar a otro a alcanzarlo, le resulta desagradable pero - y
aquí está la clave - no porque el sacrificio en sí sea desagradable, sino
porque el egoísta lo ve así, como ve el astígmata deformadas las imágenes,
por muy perfectas que éstas sean.

Esa interpretación correcta del sacrificio es la que está detrás de todas
las vidas dedicadas a la oración, al servicio, a la enseñanza o a la curación.

Algo que el egoísta no puede comprender y que, como todo ignorante hace con el objeto de su ignorancia,
 lo desprecia o lo tergiversa o lo calumnia,

aunque con eso sólo publica su miopía interior. Porque, en lo más
profundo de nuestro ser, todos los hombres deseamos la felicidad del
mundo.

Por eso, la ilusión del maestro novel o del médico recién graduado o
del abogado que empieza el ejercicio profesional o del que monta una
empresa o del sacerdote o del político incipientes... de todos sin excepción,
es aportar algo al mundo para su mejor funcionamiento, su mayor cultura,
su mejor salud, más justicia o más nivel económico; todos están
dispuestos, sin ser conscientes de ello, a trabajar, es decir, a sacrificarse
por los demás, pues todos saben que lo que puedan recibir a cambio no
pagará sus esfuerzos ni su ilusión ni su dedicación. Y, sin embargo, algo
inexplicable e insoslayable, que surge de su interior, les impulsa a hacerlo.

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