EL DIOS TRASCENDENTE Y EL DIOS INMANENTE
por Francisco-Manuel Nácher
A primera vista se percibe que, si Dios está en todas partes, todas
esas partes deben contener a Dios y, aunque sea en una pequeña porción, son Dios. A pesar de eso, ha prevalecido la idea de un Dios trascendente, lejano, inalcanzable, que juzga y premia o castiga.
Y no se nos ha recalcado lo suficiente la presencia del Dios
inmanente, del Dios interno, esa parte de Dios que tenemos dentro y que es el verdadero Dios. Y nos hemos pasado la vida o, por mejor decir, las vidas, buscando a Dios en el cielo, en los templos y en el más allá, sin percatarnos de que está dentro de nosotros, pero dentro de nosotros aquí y ahora, a nivel físico, de que duerme en nosotros y de que hemos de despertarlo y alimentarlo y hacerlo crecer para que tome las riendas de nuestras vidas y éstas lleguen a ser lo que siempre debieron: una manifestación externa del amor de Dios y de la vida de Dios.
El siguiente paso consistirá en concienciarnos de que nuestro Dios
Interno no sólo es nuestro, sino que es uno y el mismo que el de los
demás, y que por eso es negativo el egoísmo y son negativas la
segregación y la exclusividad, y por eso todos somos los custodios de nuestros hermanos, y por eso no podemos ser felices mientras un hombre explote a otro o desprecie a otro, y no podemos sentirnos satisfechos mientras un hombre sufra o una madre llore su pobreza y su impotencia o un niño muera de hambre.
Porque, cuando un ser humano sufre, aunque no nos demos cuenta,
aunque no lo queramos aceptar, está sufriendo toda la humanidad.
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