Respuesta a una estudiante
Nosotros, todos, aunque no se nos dice - y si se nos dice no lo creemos – estamos rodeados de aire – eso lo aceptamos – pero también de seres menos evolucionados que nosotros, aún ni
siquiera minerales, y con una evolución distinta de la nuestra, que llamamos genéricamente “elementales”. Son seres etéricos, sin forma, – de hecho pueden adoptar la que deseen, si saben que
los vemos y quieren impresionarnos o producirnos miedo – sin inteligencia, pero con tendencias y deseos y que están en plena involución, es decir, separándose de Dios, del Creador. Ellos, como
nosotros hicimos ya, han de pasar, a lo largo de millones de años, del estadio elemental al mineral, luego al vegetal, después al animal y, tras ello, al humano, estadios por los que nosotros ya hemos
pasado y “aprobado” (de otro modo estaríamos aún en cualquiera de ellos por no haberlo logrado).
Y ocurre que esos elementales evolucionan acudiendo adonde se encuentra la vibración en la que cada uno de ellos está vibrando en ese recorrido que han de hacer, y tienen la particularidad de que
pueden – y, de hecho, lo hacen – fomentar esa vibración e incrementarla, e influir con ella a los otros seres, siempre que vibren a esa vibración que a ellos les atrae y les conviene y de la que se
alimentan.
De modo que, llegados nosotros al estadio humano (es decir, en nuestro recorrido – evolución - de regreso al Creador), se supone que hemos dejado atrás determinadas cosas – vibraciones,
siempre vibraciones – y necesitamos otras más elevadas, es decir, más próximas al Creador y, por tanto, más dominadas por el amor altruista y desinteresado y, cada vez menos, por el egoísmo, en
cualquiera de sus aspectos. Es sólo cuestión de, como dirían los músicos, “ir afinando el oído”, desarrollar el buen gusto, aprender a disfrutar, cada vez más, de la música sinfónica , dejando cada
día más atrás, la música cacofónica, estridente, inarmónica, destructiva, que, en el fondo, es pura emoción – y, además, de baja calidad – carente en absoluto de mente, de raciocinio, de facultades
superiores, que son las que caracterizan al ser humano frente a los demás seres inferiores en la escala de la evolución.
Claro que, cuando caemos, momentáneamente, en algo que ya vencimos en nuestro remoto pasado, la primera sensación suele ser de placer, de comodidad, puesto que nos recuerda algo que,
en su momento, nos fue placentero, pero que fue superado por algo superior. Y nuestro papel, en esos casos – que nos demuestran que no acabamos entonces de vencer la atracción por aquella
vibración grosera e irracional – es el de rechazarla, usar la razón, el intelecto, la experiencia, la intuición, y darnos cuenta de que eso no es, en realidad, lo que nos satisface de modo permanente,
sino sólo algunos instantes, para dejarnos luego vacíos, ansiosos de otro momento igual y deslizándonos cada vez más, otra vez, al lugar en que aquella vibración nos fue agradable y era el sumum de la felicidad. Es decir, retrocediendo en nuestra evolución espiritual unos cuantos miles o, quizás, millones de años.
Hubo una época, llamada Lemúrica – ya lo estudiarás en el curso Suplementario – en nuestra evolución, en que nos teníamos que convertir de vegetales en animales y en la que nos era
conveniente buscar el placer que se desprendía del ayuntamiento de los cuerpos más densos entonces, que eran etéricos – cosa, por otra parte, necesaria para la perpetuación de la especie. Pero
aquello se superó. En aquella época se nos enseñaba también a centrar la conciencia en el mundo más denso de entonces para despertar nuestros instintos animales, ya que veníamos de ser vegetales.
Y ello se hacía mediante la música rítmica, estridente, hipnótica, que despertaba las emociones animales y que era…como la que las fuerzas oscuras han vuelto atraer en forma de rock, havy
metal, etc., etc. que siguen despertando aquellas emociones y aquellas pasiones y producen puñaladas y drogadicción y delincuencia y egoísmo y ninguna traza de altruismo, sino una
búsqueda personal y exclusiva del placer, a costa de lo que o de quien sea. Afortunadamente, la mayor parte de la gente, ese estadio lo superamos, mal que bien, y somos los actuales seres
humanos. La gente – sobre todo joven, es decir, menos madura, menos reflexionada, muy dominada aún por las emociones y sin una mente propia, es decir, los adolescentes, los llamados “teenagers”–
suelen decir que la música rock les encanta, que se sienten cómodos con ella, saltando y gritando y dejándose llevar por sus cuerpos de deseos, víctimas – sin saberlo - de esos elementales que viven
de tales vibraciones. Lo que no dicen – porque no lo han reflexionado o, si lo han hecho, no han desarrollado aún la suficiente fuerza de voluntad, es que eso les hace daño, les impide dirigir sus propias vidas, convirtiéndose en esclavos de los elementales que, como se suele decir, “van a la suya”, es decir a lo que los alimenta y los hace evolucionar …hacia abajo, que es su destino, de momento, aunque, en un futuro tendrán que elevarse a nuestro nivel y, luego, a niveles superiores, como nosotros estamos haciendo continuamente.
¿Y qué te está, al parecer, ocurriendo? Pues que se te ha despertado una partecita de ti que, por conveniencias sociales, por prejuicios heredados, por timidez, porque el ambiente social así lo pide
y lo exige, o porque no has reflexionado lo suficiente sobre el tema, tenías acogotada en un rinconcito de tu alma y, al sacarla a la luz de nuevo, ha atraído a un elemental de la misma vibración
y él ha empezado a fomentártela, y tú te encuentras dichosa con esa vibración y la deseas y te parece el sumum de la felicidad. Y los elementales de la misma se están amontonando en tu entorno
y pueden llegar a poder con tu voluntad y a doblegarla. Y hasta a producirte un daño considerable.
Ha llegado, pues, el momento de ejercitar tus cualidades humanas: el intelecto y la voluntad. Y razonar todo lo que antecede y darte cuenta de que, si bien todas esas vibraciones producen
aparentemente placer, su principal efecto – que casi siempre pasa desapercibido – consiste en que crean adicción, es decir, que nos privan de libertad – fíjate en los drogadictos o en los fumadores - y
esos elementales asumen la dirección de nuestra vida. Y entonces nos hemos convertido en esquizofrénicos, paranoicos, obsesados, etc. y, en una palabra, en esclavos. Y eso puede durar años
y hasta vidas, tiempo de retraso en la evolución. Porque, entretanto, los demás van avanzado, pues la evolución nunca se detiene. Y quien se deja vencer por esos elementales, luego, cuando se dé
cuenta de lo que sucede, tendrá que recorrer otra vez el camino que ya recorrió, llegar otra vez adonde está hoy y seguir detrás de los que eran sus compañeros de evolución, pero con el discernimiento y la voluntad ya desarrollados y capaces de vencer esas “tentaciones” lógicas, agradables para seres más atrasados, pero que ya no le pueden resultar atractivas sino más bien repulsivas, porque ha descubierto otras vibraciones, infinitamente más maravillosas, más elevadas, más sublimes, ante las cuales las primeras son mera basura. Es decir, que hemos de pasar del amor
egoísta (“quiero eso para mí a costa de lo que y de quien sea”) al amor altruista y desinteresado (“quiero esto para todos, aún a costa de mi propio sacrificio presente, porque ya sé que todos somos
partes del UNO”).
Supongo que lo has comprendido. Y que no quieres a nadie porque desees esa clase de placer.
El pecado original consistió precisamente en eso: en sustituir el placer de amar y ser amado por el deseo de disfrutar un placer físico al margen de la maravilla que supone el amor verdadero y que sólo busca darse para hacer feliz al otro, porque la felicidad del otro es nuestra propia felicidad. Y eso por ambas partes.
Pero hay algo muy interesante: que los elementales, al estar tan atrasados en su evolución, no ha desarrollado aún una voluntad tan fuerte como la nuestra. Y ello hace que, se vean obligados a
obedecer a los humanos, cuando éstos saben darles órdenes y mantenerlos en su sitio. Porque hemos de pasar de dominados a dominadores. Es lo que ordinariamente se denomina “andar el Camino”. Y eso sólo se puede hacer a base de ejercitar nuestra voluntad. Y hemos de aprender a creernos que tenemos ese poder, y a ejercitarlo. Porque ellos, si les damos una orden, convencidos de que la obedecerán porque somos más fuertes, la obedecerán sin posible oposición.
Y existe, además, un arma valiosísima, no sólo para luchar contra los elementales de vibración indeseable, sino para evitar que se nos aproximen y, por tanto, que nos puedan influir. Y consiste en
visualizar a nuestro alrededor un óvalo de luz blanca, en cuyo centro estamos. Nunca lo deberás usar para atacar – la luz blanca nunca ataca a nadie - sino, siempre que lo creas conveniente, para
aislarte y para defenderte. Por tanto, te aconsejo que, cada noche, antes de dormirte, te rodees de ese óvalo de luz blanca – lo más blanca que puedas visualizar – con la intención de que te proteja
durante tus sueños, de cualquier elemental o forma de pensamiento o emocional cuya vibración sea inferior a la de tu óvalo. Es, pues, un escudo protector en las batallas de la vida, el llamado “Escudo
Rosacruz”.
Lee y relee todo esto, porque es muy serio y muy importante. Y de esta enseñanza puedes deducir otras muchas. Por ejemplo ésta: fíjate con qué facilidad y con qué sutilidad, los elementales
te han hecho pasar de disfrutar el amor verdadero, que compartías con toda la humanidad, al amor “apasionado y salvaje”, como tú lo llamas y lo deseas. Por eso se ha dicho que andar el camino es
como caminar por el filo de una navaja pues, al menor descuido, te precipitas en el precipicio del retroceso evolutivo. Y lo ideal es caminar, precisamente, por el filo, atentos siempre a esos
elementales, sin excesos y sin dependencias, siendo siempre dueños de nosotros mismos y disfrutando la vida, día a día, dándonos cuenta de lo que hacemos y de lo que sentimos y de lo que
queremos hacer, sin dejarnos influenciar por nada ni por nadie, ni siquiera por mí, que me limito a ponerte delante unas ideas, pero respeto tu libertad de reflexionarlas y ponerlas en práctica o no
hacerlo. Porque tú eres la dueña absoluta de tu vida, es decir, de tu presente y de tu futuro, próximo y remoto.
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