EL GÉNESIS
(Continuación)
CAPÍTULO III
La ciencia académica corrobora la religión revelada
Existe una estrecha correspondencia entre el relato bíblico de la Creación y las enseñanzas de la ciencia académica generalmente admitidas. Cuando se lee el libro del Génesis a la luz del conocimiento esotérico, se comprueba que coincide en sus puntos
esenciales con las enseñanzas científicas sobre la tierra. El revelar esa correspondencia es misión del cristianismo esotérico, y restablecer así la armonía entre la ciencia sagrada y la secular en común servicio al hombre. Ésa era su relación en tiempo de las primeras Escuelas de Misterios, y ésa volverá a serlo durante la Nueva Era, que está al alcance de la mano. La ciencia promete llegar a ser más religiosa que la religión misma.
El conocimiento de las leyes espirituales que operan en la manifestación de la forma reconcilia los relatos bíblicos de la Creación con el conocimiento geológico.
Como se ha indicado, ninguno de los Siete Días de la Creación terminó bruscamente.
Cada uno de ellos penetró gradualmente en el siguiente en progresión ordenada y armónica. Orden y armonía son características de Dios. Y la evolución Lo revela, mientras que la Naturaleza es Su manifestación visible.
Como la geología se ve limitada en sus lecturas por lo contenido en la tierra física misma, no puede descifrar el trabajo realizado durante los dos primeros Días de la Creación, porque entonces la sustancia cósmica no había aún alcanzado la densidad de
la materia física, y eso no ocurrió hasta el Tercer Día. Es, pues, entonces cuando el
relato geológico se inicia, continuando luego a lo largo de las edades comprendidas en el Cuarto, Quinto y Sexto Días . Estos tres Días se corresponden con la primera, segunda y tercera divisiones de las fosilizaciones de la Era Paleozoica.
En ciclos menores del Período Terrestre, los fósiles más antiguos corresponden a la Época Lemúrica, en la que gigantescos pinos y enormes helechos crecían en la ígnea oscuridad, y saurios gigantes vagaban por los prístinos espacios. La división media de
fósiles corresponde al final de Lemuria y al principio de la Era Atlante. Los monstruos terrenales y marinos fueron las criaturas reptantes y voladoras mencionadas en el trabajo del Quinto Día.
La tercera división de fósiles se corresponde con el final de la Era Atlante y el principio de la Época Aria del ocultismo, y comprende el Sexto Día de la Creación. Las abundantes, enormes y pesadas formas reptantes de las primeras épocas habían disminuido, tanto en tamaño como en número. Los animales del campo, en cambio, habían crecido también en tamaño y en número: “E hizo Dios las fieras de la tierra según sus especies; y animales domésticos, reptiles y fieras según sus especies.” Los mamíferos pertenecen a aquella época: el último período de la creación orgánica.
También fue durante la tercera época fósil, durante el Sexto Día, cuando hizo su aparición el hombre primitivo. Hasta entonces no había salido a la escena de la vida.
La Tierra experimentó grandes cambios desde el comienzo de la Época Lemúrica. Como se dijo ya, zonas de tierra de aquella época, denominadas Lemuria, fueron destruidas por la acción de terremotos y erupciones volcánicas, consecuencia de las fuerzas generadas por los seres vivientes de los reinos humano y animal. Aquellas fuerzas fueron proyectadas sobre la naturaleza, por un tremendo esfuerzo de voluntad, y la tierra reaccionó con cataclismos de proporciones planetarias.
El mundo de los tiempos atlantes pasó también, tras haber experimentado la
Atlántida su inmersión en agua, como se recuerda en la historia del Diluvio. La Época Aria, en la que nos encontramos, se dirige hacia su conclusión, tras alcanzar la quinta de sus siete subrazas.
La antropología propone evidencias que prueban el ascenso del hombre; la religión ortodoxa enseña la caída del hombre. El ocultismo reconcilia a ambos.
La forma ha ascendido desde abajo; el espíritu ha descendido desde arriba.
Cuando la forma adquirió el suficiente grado de desarrollo como para constituir un vehículo apropiado para que funcionase en él el espíritu, éste tomo posesión del mismo
y se convirtió en espíritu interno. Las formas animales, que habían estado reparándose durante eras, se unieron a los espíritus encarnantes, de lo alto. Su unión produjo el hombre, un dios en formación con dos naturalezas.
Las grandes, toscas y bestiales criaturas, semejantes a monos, de las iniciales épocas geológicas, fueron las formas experimentales primitivas que han desembocado en los refinados cuerpos humanos de hoy día.
El más antiguo fósil descubierto hasta ahora es el Pithecanthropus Erectus. Se ha datado hace aproximadamente 500-000 años. Luego viene el Hombre de Heidelberg, situado hace 391.000 años. Les siguen el Hombre de Dawn, de Sussex, con 166.000 años, el de Neanderthal, con 66.000 años; y el último de este catálogo de los tiempos, el Hombre de CroMagnon, de Francia, que se parece al indio americano actual. Estas sucesivas formas representan vehículos, cada vez mejores, que el espíritu fue aprendiendo a construir para sí mismo, a lo largo de las eras. El cuerpo humano se fue
haciendo cada vez más apto a los propósitos del espíritu, hasta que hoy, comienza a
brillar la luz en su interior, manifestada como raciocinio de la mente y afecto del corazón, expresando el divino atributo del autosacrificio en servicio de los demás. La egoísta naturaleza animal produjo el espíritu desprendido, en obediencia al mandato divino: “Hágase la luz.”
El Génesis trata del perfeccionamiento de la forma; la Revelación, de los logros del espíritu. La Revelación muestra la vida, triunfante sobre la materia y libre de la forma. En la etapa del Génesis, el hombre luchaba por obedecer el mandamiento “que se haga la luz”. En la Revelación, la lucha alcanza su fin, fiel al divino pronunciamiento:
”Y la luz se hizo.”
Los teólogos de mente abierta se benefician, tanto de las revelaciones de la geología como de las de la Sagrada Escritura. El dedo de Dios trazó ambos senderos. Se
ha escrito acertadamente que” entre la palabra de Dios y las obras de Dios no se puede levantar una barrera más alta.” El escritor continúa:
La ciencia tiene un fundamento, lo mismo que la religión. Juntemos sus fundamentos y sus bases serán mayores. Serán como dos departamentos de una fábrica
erigida para la gloria de Dios. Un patio interior y otro exterior. En el patio exterior, el hombre puede mirar, admirar y adorar. En el interior, los que tienen fe pueden arrodillarse, orar y bendecir. Uno es el santuario en el que el hombre, aún aprendiendo, ofrece su más rico incienso a Dios, y el otro, el más santo, separado ahora del primero por un velo, aquél en el que, mediante un corazón amoroso, contactamos con los oráculos de Dios.
El primer capítulo del Génesis trata de la creación de la forma; el segundo, trata de la vida. A lo largo de eones de tiempo, el espíritu descendió a la materia y se manifestó en la forma; ahora, en cambio, el espíritu asciende de la materia. La vida existió siempre. Precedió a la forma y pervivirá tras su disolución. Todas las formas son limitaciones autoimpuestas para ayudar al espíritu a manifestar sus potencialidades, “haciéndose lo que en realidad es”: divinidad.
Mientras el espíritu del hombre en involución realiza su gradual descenso a la materia, gravita sobre el vehículo que se está preparando de materia, y dirige el proceso de su construcción. A medida que ese trabajo avanza, la forma se va haciendo cada vez más densa. Pero, hasta que alcanza el plano físico y se cubre con “abrigo de piel”, no se hace perceptible para nuestros sentidos físicos. Todo este proceso está bajo la guía de las doce Jerarquías zodiacales. La mente, la más elevada facultad moral del hombre, se convierte en el eslabón entre su Yo Superior y su yo inferior. Sin la mente, manas, no habría ser humano.
La Humanidad ha ido mejorando las formas que ha empleado durante los ciclos de vida, de acuerdo con el incremento de las necesidades de crecimiento del espíritu evolucionante, a cuyo progreso están aquéllas destinadas a acomodarse. Así que el hombre ha aprendido a construir cuerpos clasificables, desde la ameba unicelular, hasta la presente estructura organizada, el “milagro de los milagros.” Pero, así como el cuerpo
humano, tal como está ahora constituido, no desarrollará nuevos órganos, su refinamiento y espiritualización continuarán durante largas eras por venir.
Las formas, o avanzan hacia la perfección o retrogradan hacia la aniquilación.
Esto se da en todos los reinos de la naturaleza. Los espíritus evolucionantes perfeccionan sus vehículos mientras avanzan; los espíritus rezagados, los dejan deteriorarse. Los cuerpos perfeccionados son ocupados por Egos avanzados, mientras que los vehículos degenerados los ocupan los espíritus involucionantes.
Mediante la Ley de la Herencia - que es aplicable al organismo físico, pero no al espíritu interno - las características se perpetúan a sí mismas. Pasan de los padres a los hijos. Cada forma exitosa recapitula y hace avanzar las características de las que partió.
Obedeciendo a una ley biológica fundamental, eso no requiere toda la vida. Si así fuese, no habría cambios para mayores progresos. La incorporación y recapitulación de las cualidades adquiridas en el pasado se dan sólo en las primeras etapas de cada
encarnación; el tiempo restante se puede utilizar para mejoras adicionales, a tenor de las necesidades de crecimiento del espíritu interno.
(Continuará)
Boletín Rosacruz , Nº 39 AÑO 2.001 - SEGUNDO TRIMESTRE
(Abril - Junio) Fraternidad Rosacruz Max Heindel de Madrid
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