SHAKESPEARE, LA BIBLIA LAICA
(Traducción de un folleto de la Sede Central por Francisco-Manuel Nácher)
Las obras de Shakespeare y la Biblia son tesoros muy próximos en la vida cultural y espiritual de los pueblos de Occidente. Ambos prevalecen entre las fuerzas
que han construido las características más hermosas y perdurables de nuestra presente civilización. Encarnando todos los grandes principios fundamentales ocultos en lo más profundo del corazón de la vida, se han incrustado en la fábrica de nuestros diarios pensamientos y aspiraciones. Innumerables manifestaciones de esos principios, en el arte y en la literatura, se han inspirado directamente, bien en las Sagradas Escrituras, bien en la Biblia laica de Shakespeare.
Resulta suficientemente justificado el considerar las obras de Shakespeare como una Biblia laica, si se tienen en cuenta las muchas correspondencias recíprocas, tanto internas como externas: ambas son verdaderas campeonas de ventas; ambas están formadas por una colección de libros, la Biblia sesenta y seis y la obra de Shakespeare, treinta y siete; las dos cuentan con sus correspondientes obras apócrifas; ambas cuentan con catálogos que estudian cada palabra empleada en su redacción; ambas han sido y son origen de innumerables comentarios; existen bibliotecas especializadas en cada una de ellas; en los diccionarios de citas, ambas aventajan a todas las demás; en el volumen de citas de Bartlets (recopilación estadística de citas literarias), el Antiguo y el Nuevo Testamento juntos ocupan treinta y siete páginas, mientras que Shakespeare ocupa no menos de ciento veintidós.
Frases de ambas obras maestras han proporcionado a los escritores infinidad detítulos para sus obras y artículos. Una sola frase de un soliloquio de Macbeth - “mañana, y mañana” - ha servido de título a no menos de once libros.
Muchas frases y citas de la Biblia han sido utilizadas en los textos de Shakespeare. Según un inventario sobre el tema, Shakespeare hace citas de no menos de cuarenta y dos libros de la Biblia y sus apócrifos.
Shakespeare y la Biblia son inagotables fuentes de inspiración. Cada época descubre en ellos lo que más necesita. De ahí el inextinguible flujo de material
expositivo que de ellas surge, desde el momento de su aparición. La reinterpretación se hace necesaria cuando las circunstancias cambian, cuando el conocimiento crece y la experiencia se hace más profunda. Pero, cualesquiera que sean los cambios, la Biblia y Shakespeare perduran vivos. En cada época, las verdades eternas se mantuvieron y por doquier se las puede encontrar con la plenitud, belleza y sublimidad con las que las encontramos, tanto en la Biblia como en Shakespeare. Dejando al margen las Escrituras,
las obras de Shakespeare constituyen el más grande estudio del hombre llevado a cabo por la humanidad. “Después de Dios” - escribe Alejandro Puskin, el más grande poeta ruso - “Shakespeare es el mayor creador de seres vivos. Creó una humanidad entera”.
Esas obras tratan de la naturaleza interna y externa del hombre, de mundos visibles e invisibles. Y estudian con igual certeza y consistencia ambas caras de la vida, la material y la espiritual. Los elementos sobrenaturales de sus dramas no son
aditamentos incidentales introducidos con el fin de lograr efectos teatrales. Son fundamentales para el argumento. Cualquiera que posea las claves de su profunda
importancia descubre un caudal de sabiduría. Nadie próximo a las doctrinas esotéricas puede tener la menor duda sobre la familiaridad de Shakespeare con la sabiduría de los iluminados.
Estudios ocultos de magia, blanca y negra, reciben un tratamiento iluminador en La Tempestad y en Ricardo III, respectivamente. El significado espiritual del los Solsticios de Invierno y de Verano se expone en Cuentos de Invierno y en El Sueño de Una Noche de Verano. Ésta última obra, bajo la apariencia de una fantasía juguetona, es una transcripción virtual del ritual del matrimonio místico, tal como se celebraba en los Misterios de Eleusis, incluyendo que el lugar de la acción se sitúa en un bosque próximo a Atenas. Los Sonetos traducen las doctrinas herméticas a poesía, mientras las tragedias como Hamlet y Macbeth hacen visibles las fuerzas y los seres del interpenetrante mundo espiritual. Cada uno de sus dramas trata de determinada ley o principio espiritual, que constituye su tema esotérico. Y todo lo que sucede a lo largo de la obra, invariablemente, acaece de acuerdo con la naturaleza de aquella idea arquetípica central.
Considerando los rasgos internos comunes a Shakespeare y a la Biblia, hay que tener en cuenta que toda la literatura puede dividirse en dos clases: sagrada y profana. La literatura sagrada está acreditada por haberse originado en una fuente de inspiración superior a la profana. La Sabiduría Divina se acredita por haber encontrado expresión en las biblias del mundo, de un modo más directo e inmediato que en cualquier otra literatura. En otras palabras: todos los pueblos creen que en las Sagradas Escrituras Dios establece una relación directa con el hombre, revelándose a sí mismo de determinada manera e impartiendo a los dispuestos a recibirlos, misterios pertenecientes a la vida espiritual interna, y modos y medios para que el hombre desarrolle progresivamente su latente divinidad. El esotérico está de acuerdo con esta idea general.
Algunos, sin embargo, mantienen que esa división, generalmente aceptada, entre literatura sagrada y profana es totalmente arbitraria y, aunque puede ser útil, de hecho
no existe una línea de separación tan clara entre ellas como la gente cree. Los que mantienen esta opinión piensan que la única diferencia entre ambas es de grado,
mezclándose una con la otra. En apoyo de su tesis alegan que en las Escrituras se han deslizado elementos humanos y que las verdades sagradas con frecuencia han encontrado formas de expresión frecuentísimas en la literatura profana.
Sobre este tema, Swedenborg opina que, si bien la diferencia es sólo de grado, se trata de un grado discreto. Es decir, hay un punto en la escala ascendente de los valores en el que entra en acción un nuevo factor y un nuevo principio se hace operativo, lo que trae a la existencia algo nuevo. Por ejemplo, toda la vida es una, pero no todo lo que vive es humano. Hay vida en las plantas y en los animales. Pero, cuando una planta adquiere la facultad del sentimiento, del dolor y el placer, y se hace capaz de moverse, se convierte en un animal. Y, cuando un animal adquiere las facultades racionales de la mente, se hace humano. Discretos grados marcan, pues, las diferencias entre los reinos de la naturaleza.
Aplicando esto a la literatura, Swedenborg observó que las mismas discretas diferencias separan la literatura sagrada de la profana. La literatura sagrada es, ante todo, puramente religiosa. Pero no todas las obras religiosas son escrituras sagradas. Han de tratar asuntos espirituales y poseer además cierto contenido interno. O sea, oculto en la forma externa y encarnado en la historia y la biografía, la fábula y la parábola, se necesita una estructura espiritual, un contenido esotérico, claramente
perceptible por los que han desarrollado dentro de ellos mismos el necesario conocimiento espiritual, pero irreconocible para aquellos que miran sin ver. Las Sagradas Escrituras son memorias de la vida, obras y/o enseñanzas de grandes
Salvadores del mundo. Consecuentemente, tratan exclusivamente de los más secretos
misterios para la comprensión humana.
Recopilando lo anterior, podemos decir que la literatura que trata de la vida espiritual y está edificada en torno a los Maestros y los Salvadores del mundo, y,
además, contiene una estructura interna basada en los misterios, se convierte en escritura sagrada en virtud de estos atributos y elementos. El resto de esta literatura es de un nivel inferior.
Volviendo al gran grupo de la literatura no sagrada, se verá que se puede dividir, de nuevo, en dos grandes grupos. En el primero se encuentra la que posee un “sentido interno”. En el segundo, la que sólo tiene sentido externo. El primero, lo mismo que las escrituras, hinca sus raíces en los Misterios y contiene, a pesar de su apariencia externa, un cuerpo velado de Sabiduría Arcana claramente organizado, mientras que en el segundo no se encuentra intercalado ese esoterismo.
Para el exotérico, sin embargo, una división como la que precede resulta inaceptable por la sencilla razón de que no reconoce ni la mera existencia de lo que nosotros llamamos la Divina Gnosis o la Doctrina Secreta. Hay obras sobre materias espirituales, experiencias religiosas e incluso sobre los Misterios mismos, que no poseen ese sentido interior. Puede haber obras altamente inspiradas y unívocamente estructuradas. Por otra parte, hay obras, como los dramas de Shakespeare, que el mundo no considera como obras espirituales pero que, debido a su estructura doble, contienen un compendio de Sabiduría Iniciaria sólo comparable a la que conforma las Sagradas Escrituras. De ahí lo de Biblia laica o profana.
En cuanto a la autoría de las obras que llevan el nombre de Shakespeare, hay que mirar tras el velo que cubre a los guardianes de los Misterios. Allí se pueden encontrar a los Iluminados de la raza, los custodios de la Sabiduría inmemorial,
dispensadores de la verdad que hace a los hombres libres. Allí, ignorado y desconocido, está el grupo de exaltados seres que llamamos los Hermanos Mayores que confían al mundo, de tiempo en tiempo, mediante apropiados y calificados instrumentos, las revelaciones más necesarias para su evolución.
Y es a ellos a quienes hay que atribuir el enorme impulso creativo que floreció en Europa con el nombre de Renacimiento, y que encontró su más importante expresión en lengua inglesa en las brillantes obras literarias de la época de Isabel I, entre las que destacó sobre todas la de Shakespeare. Éste, por tanto, es un eslabón de una cadena de inspirados mediadores, a través de los cuales la raza ha entrado en posesión de un cada vez mayor conocimiento de los divinos Misterios.
Las obras de Shakespeare, como los dramas musicales de Wagner, el Fausto de Goethe, la Divina Comedia de Dante y algunas otras obras de similar categoría fueron diseñadas para su lectura, tanto exotérica como esotérica. Son comunicaciones directas desde los centros planetarios de la Sabiduría Divina. En el caso de Shakespeare, la fuente la constituyó la Escuela de la Sabiduría Occidental de la Rosa Cruz. Para los esotéricos no hace falta otra evidencia de ello que las mismas obras. Pero, además, existen en ellas marcas, crípticamente disimuladas, en los dramas de Shakespeare. En Trabajos de amor perdidos, se dedica una escena entera a revelar la conexión rosacruz. Pero, está tan ingeniosamente envuelta en los juegos de palabras que sólo los poseedores de las claves apropiadas pueden leerla correctamente. La escena concluye con una advertencia dirigida a Goodman Dull, que representa a la masa que nada percibe, y que durante toda la escena no ha pronunciado ni una palabra: “No llega su
respuesta”, “no ha entendido nada de nada”.
A Shakespeare se le ha llamado “la Máscara Rosacruz”. Max Heindel dice taxativamente que las obras que llevan la firma de Shakespeare y las que llevan la de
Bacon están influidas por el mismo iniciado rosacruz. Y otros autores de ocultismo llegan a la misma conclusión.
Entre la literatura que hemos descrito, los dramas de Shakespeare brillan supremos. No son obras religiosas. No son escrituras cristianas ni budistas ni hindúes.
Son lo que se denomina dramas seculares, obras mundanas, si se quiere. Pero cuya
belleza es tan trascendente y su contenido interior es tan luminoso que han mantenido cautivas a incontables multitudes a lo largo de su ininterrumpida carrera a través de las épocas, desde su misma aparición hace ya más de trescientos cincuenta años. La gente las lee como pasatiempo y por placer. Pero, al hacerlo, se expone a la influencia de una magia que, por su misma naturaleza, le imparte los cánones sobre lo bueno, lo verdadero y lo bello, cargándola de impulsos que la hacen tender hacia arriba en su recorrido hacia Dios. La influencia mágica que así ejercen deriva de esos elementos que fluyen a través de ellas desde niveles suprahumanos. Esos elementos son puramente espirituales y es su presencia en los dramas lo que convierte las obras de Shakespeare en la verdadera Biblia Profana de la humanidad.
Boletín Nº 34 AÑO 2.000 - PRIMER TRIMESTRE
(Enero - Marzo) FRATERNIDAD ROSACRUZ MAX HEINDEL (MADRID)
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