EL GÉNESIS
(Interpretación de Corinne Heline, traducción de F. M. Nácher)
El libro de los comienzos eternos
LOS SIETE DÍAS DE LA CREACIÓN
CAPÍTULO I
LOS PRINCIPIOS DE LA EXTERIORIZACIÓN DIVINA
Los tres primeros días creativos
Los observadores se aproximan al Creador. Ha sonado la hora de un nuevo amanecer cósmico, de un nuevo Día. Ha llegado el tiempo de que el Cosmos despierte tras la noche.
Dios sonrió, y Su risa conmocionó el espacio y Su palabra, de la oscuridad primigenia, sacó a la luz la nueva aurora en el nuevo espacio del mundo.
- Hermes Trimegisto
Las anteriores palabras del tres veces grande iniciado egipcio sirven al objeto de introducirnos en el estudio de la Escritura de los Comienzos Eternos. El libro del Génesis pone los cimientos de los sucesivos libros de la Biblia. Todo lo que sigue es un
desarrollo de poderes descrito y de procesos y perfilados en el primero de los sesenta y seis Libros contenidos en la Sagradas Escrituras.
Entre la narración bíblica de la Creación y las enseñanzas de la ciencia académica existe una relación más íntima de lo que ordinariamente se reconoce. Una estrecha interpretación teológica, por un lado, y una ciencia falta de iluminación espiritual, por otro, son las responsables de la distancia que existe en las mentes de luchas personas entre las enseñanzas de ambas. Afortunadamente, los malentendidos, que han distanciado a muchos estudiantes serios de la Biblia de los de la ciencia, están desapareciendo, gracias a la nueva luz que, de modo creciente, está iluminando, tanto el conocimiento sagrado como el secular.
Aunque parece innecesario aclarar que los Días de la Creación de que habla el Génesis son vastos períodos de tiempo y no simples horas de luz solar, es cierto que la falsa interpretación de este hecho ha dado lugar a una mala comprensión que se ha demostrado tan perjudicial para la verdad expuesta por las Escrituras como para la
defendida por la ciencia. Si el período creativo interpretado como “día” se hubiese traducido como “eón”, que es lo que dice el texto griego, se hubiera evitado una serie
interminable de disputas sobre el tiempo empleado en la Creación relatada en el Génesis.
El trabajo de los siete Días de la Creación, tal y como los narra el Génesis, abarca toda la duración del peregrinaje humano a través del tiempo y de la materia. Incluye el viaje, desde el ser inconsciente y no diferenciado, hasta el omniconsciente y unificado con el Espíritu Uno. Describe el descenso del espíritu a la materia y su elevación desde ella. De los siete Días, tres y medio se consumieron en el proceso involutivo, durante el cual, el espíritu tomó formas de densidad creciente, hasta llegar al nadir de la materialidad, que fue alcanzado hace varios miles de años, durante el presente Período Terrestre. Los restantes tres Períodos y medio se dedicarán al proceso
evolutivo, durante el cual, el espíritu irá desarrollando gradualmente sus poderes latentes, mediante el encuentro con la resistencia de la forma y, progresivamente, dejando a un lado los vehículos adquiridos durante la involución, hasta regresar, como espíritu incorporal y puro, al seno del Padre Universal. Entonces habrá pasado de la impotencia a la omnipotencia, de la nesciencia a la omnisciencia.
La fórmula para la creación de todas las cosas, desde el átomo hasta el universo, está descrita al principio: “La tierra estaba vacía y sin forma; y la oscuridad se cernía sobre lo profundo. Y el espíritu de Dios flotaba sobre la superficie de las aguas” (Génesis 1:2). Este pasaje describe el proceso por el cual lo que no tiene forma la adquiere y el infinito se hace finito. Es conocimiento cósmico descendiendo al tiempo y al espacio.
Alquímicamente interpretado, el pasaje anterior trata de la interacción entre los poderes masculino y femenino de Dios. Son los principios que, en su manifestación material, se convierten en los elementos fuego y agua, respectivamente. La niebla ígnea, positiva por naturaleza, se cernía sobre las aguas sin forma, negativas por naturaleza; así comenzó el trabajo formativo que trajo al hombre y a la naturaleza a la manifestación.
Este fue el trabajo del Primer Día de la Creación, llamado por los ocultistas Período de Saturno.
En ese Primer Día de la Creación, uno de los cuatro principios se hizo predominantemente activo. Este principio fue el Fuego. Pero aún no había enfrentado la
experiencia de la fricción que elevaría su tono vibratorio hasta convertirlo en llama de luz. Estaba aún latente, manifestándose, en la oscuridad, como calor. Era un aliento ígneo que, en palabras del antiguo poeta griego, era como “alas negras cerniéndose sobre el caos”. Por Caos, sin embargo, no se debe entender desorden, sino sustancia cósmica indiferenciada. Son las femeninas y receptivas “aguas”. Cuando se mezclan con el activo aliento masculino, se produce el Fuego Líquido de la terminología alquimista. Cuando esto se logró, en palabras del Génesis, “se hizo la luz”.
En este Primer Día el hombre, la mónada, surgió del corazón del Creador en un estado espiritual puro. Aquella condición se fue atenuando hasta llegar a las actuales facultades, que la hacen indiscernible. Sin embargo, era una sombra dorada emanada de la Gran Luz.
Aquellos primeros hombres eran andróginos: “Hombre y mujer los creó”.
Reflejaban los poderes duales de los Serafines, las huestes de Géminis. Estos exaltados seres fueron los guardianes espirituales de la oleada de vida perteneciente a su signo opuesto, Sagitario, que estaban entonces pasando por el estadio humano de su desarrollo. Desde entonces, aquella oleada de vida ha evolucionado hasta el estatus de
los Señores de la Mente, tal como se les denomina por el esoterismo cristiano.
Durante ese Primer Día, cuando los Señores de la Mente se hallaban en su estadio humano de conciencia, se convirtieron el los guardianes de la presente humanidad, que acababa de entrar en la manifestación. El que la humanidad se situase bajo la salvaguardia de Sagitario, significaba que sería también influenciada directamente por la Jerarquía de Géminis, signo complementario de aquél. De esa Jerarquía - los Serafines de la iglesia y los Elohim del Génesis - el hombre recibió su impronta andrógina inicial. La cooperación e interrelación entre las huestes de las Jerarquías sigue un patrón rítmico básico, del que cada creación terrena no es sino un débil reflejo. La armonía y la simetría son atributos divinos y el aproximarse a ellas en proyectos de verdadera belleza es elevarse muy cerca del corazón de Dios.
La primera Raza Raíz de nuestro presente esquema evolutivo terrestre recapituló las condiciones del Primer Día de la Creación. Tuvo sus orígenes, según los registros ocultos, en una isla sagrada que es imperecedera, en la que todo es puro espíritu, uno e indivisible. Ésta fue, y sigue siendo, la semilla espiritual de futuras razas aún por venir.
Como tal, recibe la protección de las doce Jerarquías Zodiacales que rodean el sistema solar al que el planeta Tierra pertenece.
Génesis 1:6-7
Y Dios dijo: Que haya un firmamento en medio de las aguas y que se dividan las aguas de las aguas. Y Dios hizo el firmamento y dividió las aguas que estaban bajo el firmamento de las aguas que estaba encima del firmamento. Y fue así
La reducción gradual de la tasa vibratoria del poder femenino o del amor, de Dios, dio lugar al principio de la forma. Se convirtió en el firmamento en el cual se
separaron “las aguas de las aguas”. La esencia universal se dividió en manifestaciones superiores e inferiores. “Y Dios llamó al firmamento cielo”. Fue la manifestación del espíritu preparando la habitación del hombre, y comprendió el trabajo del Segundo Día de la Creación, conocido por los esotéricos como Período Solar.
En el Segundo Día se introdujo el Aire como segundo elemento en la evolución de la Tierra y sus seres. Este nuevo elemento puso los fuegos durmientes en dinámica actividad y el globo todo se hizo luminoso. Como esa iluminación procedía de dentro, no eran necesarios ni el sol ni la luna ni las estrellas. Estos cuerpos celestes se hicieron necesarios como luminarias en un estadio muy posterior, cuando la involución en la materia alcanzó una mayor densidad y opacidad. Este hecho se acepta, generalmente, por la ciencia material.
Durante el Segundo Día, los egos de la oleada de vida que dio lugar a la actual humanidad, fueron individualizados. Las sombras doradas del Primer Día habían
producido la adherencia de materia, pero eran aún demasiado tenues y embrionarias
para ser consideradas como algo distinto de un pensamiento gestándose en la mente y en el corazón de la Deidad. La conciencia humana estaba en estado de trance, similar al de las actuales plantas. Los seres que se han convertido en los Arcángeles estaban entonces en el estadio humano de su desarrollo. Y se hallaban lo suficientemente adelantados para convertirse en guardianes del hombre germinal. El más elevado entre esos guardianes era Cristo.
Esto demuestra que Cristo se convirtió en el Supremo Maestro de los hombres hace eones, cuando aún nos encontrábamos en los principios de nuestro desarrollo. Debido a esa asociación evolutiva entre el iniciado arcángel y la Humanidad, no es extraño que la Humanidad toda esté sintonizada con el ritmo vibratorio de Cristo.
Antes de que la Tierra y sus habitantes puedan completar su glorioso destino último, toda rodilla debe doblarse ante Él y toda boca debe proclamar que Él es el Señor y el Salvador del mundo.
Esto no significa una aceptación de palabra del Cristo teológico, sino una demostración vivida de los principios del Cristo Cósmico, en términos de unidad, igualdad, compañerismo, paz, armonía y amor. Sólo los que manifiesten esos principios, al margen de la raza, el credo, la nacionalidad o el color, se calificarán como pioneros de la nueva Sexta Raza y serán capaces de “salirle al encuentro en el aire” en la venidera Era de Acuario, o del Aire.
Los Arcángeles son la hueste de Capricornio. Sus maestros espirituales son los Querubines, señores del signo opuesto o complementario, Cáncer. Fueron los Querubines los que despertaron en el hombre el Principio Crístico. Y fueron ellos
quienes imbuyeron en el hombre la sagrada fuerza vital denominada por Cristo las “aguas de la vida eterna”. La vida de Cristo se ofrece libremente a cualquiera que desee
participar de ella. Esa divina fuerza está latente en toda la Humanidad. Cuando sus
poderes durmientes se despierten y se desarrollen, manifestarán los atributos del dos
veces nacido u hombre crístico.
Génesis 1:9-10
Y DIOS Dijo: Que las aguas bajo los cielos se reúnan en un lugar y aparezca la tierra seca; y fue así. Y Dios llamó a lo seco Tierra; y a la masa de las aguas la llamó Mar; y Dios vio que era bueno.
Refiriéndose al aspecto vida de este proceso creativo, Paracelso dijo: “El Agua del Aire entre los Cielos y la Tierra es la vida de todas las cosas”. Rudolf Steiner, un iniciado contemporáneo, asegura que todo el sistema solar fue construido de niebla primigenia que se extendió en el espacio hasta la distancia del planeta Neptuno.
Espiritualmente considerada, la atenuación de la tasa vibratoria de las “aguas” dio lugar a la aparición de la tierra. La sustancia universal estaba entrando en una más densa gradación de materia; el modelo arquetípico se estaba precipitando en sustancia eterico-física. O sea que, hace eones, tuvo lugar la preparación para la manifestación de los minerales, vegetales, animales y hombres, las cuatro corrientes en evolución sobre la Tierra. Todavía tenía que transcurrir un vasto período hasta que el planeta se hiciera apto como habitación de los mortales.
En el Tercer Día de la Creación, el firmamento fue separado del firmamento y un tercer elemento, el Agua, se añadió a las sustancias precipitadas del Fuego y el Aire.
Con esta adición comenzó la lucha para amalgamar los elementos antagónicos Fuego y Agua.
En aquel tiempo los Ángeles, la Jerarquía de Acuario, estaban en el estadio humano de su expresión y recibían la dirección espiritual de su signo complementario
Leo, los Señores de la Llama. También durante este Día el hombre evolucionante recibió un potente impulso de estos celestiales Señores del Amor o de la Llama.
Durante el Primer Día de la Creación, las huestes de Leo irradiaron de sí mismas una corriente de luz-fuerza que fue el núcleo central del futuro cuerpo físico del hombre. Durante el Tercer Día, aquel núcleo ígneo se convirtió en el germen de su corazón o centro del amor, sede del Principio Crístico. El hombre, pues, recibió de aquellos seres gloriosos la semilla de una futura perfección. El corazón fue el primer órgano que encontró su emplazamiento germinal en la humanidad en desarrollo. Como cada nueva vida de la Tierra recapitula el pasado, sucede que en un embrión el corazón es lo primero que manifiesta la presencia de la vida; y que, como centro principal de la vida, es el último órgano que abandona su conexión con la misma, cuando la respiración termina en el cuerpo, con la muerte. Con razón dice el salmista: “El corazón vivirá siempre”.
La Biblia se ocupa más del Período Terrestre que de los tres Períodos precedentes. De acuerdo con el sistema septenario de evolución al que pertenecemos, los ciclos de siete se extienden en series graduadas desde lo infinitamente grande hasta lo infinitamente pequeño. Así, cada uno de esos Siete Períodos - tres de los cuales ya hemos tratado y el cuarto o Terrestre, lo estamos viendo - se subdividen en siete más pequeños llamados Épocas.
La primera de esas siete Épocas es la Polar. Recapituló las condiciones del
primer Período o de Saturno, que se correlaciona con el Primer Día de la Creación. La segunda Época se llama Hiperbórea y recapituló el trabajo del Segundo Día de la
Creación o Período Solar.
La segunda Raza Raíz del actual Período Terrestre se corresponde con las condiciones del Segundo Día y con la Segunda Época.
La Tierra permaneció como una parte de la nebulosa central luminosa hasta la parte final de la Época Hiperbórea. Por ello no hacían falta luces exteriores. Lo que hoy es nuestro planeta, junto con toda la vida que sobre él se está desarrollando, estaba dentro de aquella esfera central de luz. Era una parte de ella.
Pero ese estado no permaneció inmutable. Una porción de la oleada de vida evolucionante en aquella esfera de luz no estuvo a la altura de los miembros más
avanzados de la Humanidad Solar. Hasta que se convirtieron en una carga para los
pioneros y empezaron a sufrir, cada vez más, a causa de su creciente incompatibilidad con las elevadas vibraciones del orbe solar central. Esos egos retrasados se congregaron, debido a la ley de atracción y, con el tiempo, cristalizaron una parte de dicho orbe, hasta que la fuerza centrífuga la separó de la esfera central y la envió al espacio como un cuerpo independiente. Esta es la génesis del planeta Tierra.
Como era una criatura del Sol, la Tierra permaneció formando parte del sistema solar. Su posición en el mismo fue realmente autodeterminada, ya que estuvo condicionada por el estatus espiritual propio. Toda condición o circunstancia externa es el efecto de una causa interna invisible. El lazo que une a la Tierra y al Sol se conoce por los científicos espirituales como Ley de Atracción.
La distancia entre la Tierra y el Sol fue, pues, determinada por el amor manifestado por la Humanidad hacia el origen y centro de su vida. Esto es aplicable igualmente a cada planeta. A la luz de estos hechos,, ¡qué verdad es que “el amor es el cumplimiento de la Ley!
En la Época Hiperbórea tuvo lugar otro acontecimiento importante en la evolución, no sólo del hombre, sino del sistema solar entero. Fue lo que la ciencia
oculta y la visión poética interna denominó La Guerra en los Cielos. Milton trata de ella en su Paraíso Perdido. Ezequiel XVIII e Isaías XIV se refieren a ella como la Guerra antes de la Creación. Y, en forma legendaria, está incorporada a todas las religiones del mundo.
Cuando la oleada de vida angélica hubo alcanzado el punto de su desarrollo en el que debía tener lugar la reunión de los dos polos del espíritu, el masculino y el femenino, hubo rezagados que fallaron en la consumación de ese matrimonio místico. Son los Luciferes. Mientras, por un lado, eran incapaces, a causa de su fracaso, de seguir con los ángeles, por otro, estaban demasiado adelantados para convertirse en miembros de la familia humana. Eran algo intermedio, una especie aparte, una anomalía en la naturaleza.
Todas las oleadas de vida pasan por una fase de poderes divididos, una separación en sexos, seguida de una reunión final de los dos polos. Tras ello no hay “ni
matrimonio ni entrega en matrimonio”, sino la unidad realizada por los ángeles “en el cielo”. Para esta consecución son necesarios la pureza y el altruísmo.
Al poseer los poderes duales del alma, los ángeles están libres de toda tentación o deseo egoísta. Su amor fluye pura y libremente en servicio a todos; en consecuencia, la sabiduría cósmica circula a su través sin interferencias del yo personal. Eso no se da en los Luciferes.
Como se ha dicho, los Ángeles, junto con su guía iniciado Jehová, eran los guardianes de la presente Humanidad en un inicial estadio de su evolución; y también, de la capa etérica de la Tierra en la que estaba evolucionando. Aquel mundo se hallaba bajo la supervisión general de arcangélico Cristo, que se había obligado así mismo, en el Segundo Día de nuestra manifestación, a convertirse en el Regente de la Tierra y de su Humanidad.
Un determinado número de ángeles se rebeló contra Cristo, rebelión que dio lugar a la Guerra en los Cielos, o sea, la expulsión de los ángeles rebeldes con su líder
Lucifer, y su exilio al planeta Marte. Durante la científico-espiritual próxima Era de Acuario obtendrá el hombre una prueba directa de estas verdades cósmicas mediante experiencias de primera mano.
La Guerra en los Cielos provocó la inclinación del eje polar de todos los planetas y un cambio en el ritmo planetario de todo el sistema solar. Todo los mundos quedaron manchados, en cierto grado, de materialidad.
Fue, pues, una caída de proporciones cósmicas, que exigía medidas correctoras proporcionadas en tiempo y en potencia. Esas medidas fueron asumidas por Cristo, señor supremo de los arcángeles. Cargó sobre Sí mismo la redención de los ángeles caídos, el restablecimiento de la posición de la Tierra y el realineamiento de todo el sistema solar con su orden y armonía iniciales. En un momento posterior, Cristo asumió idéntica labor, redentora de la raza humana, cuando ésta sucumbió a las sutiles y engañosas fuerzas de aquellos mismos seres luciferinos.
La Guerra en los Cielos se refleja en el conflicto entre el espíritu y la materia, una lucha que continuará hasta que el espíritu haya conquistado y transmutado completamente todas las cosas mundanas. Esotéricamente, representa la restauración del equilibrio entre los dos polos del espíritu, el masculino y el femenino. El polo femenino, en el que residen el poder del amor y la facultad de la imaginación, cayó con los Luciferes. Ellos se identificaron con la naturaleza de deseos que pertenece al lado formal y personal de la vida. Lo cual condujo a su expulsión de los cielos, una manera alegórica de decir que sus conciencias descendieron a niveles inferiores. Vinieron a la Tierra e impartieron los conocimientos que habían adquirido a la infantil Humanidad, presentada en el Génesis por Adán y Eva. A causa de esos conocimientos, prematuramente adquiridos, la Humanidad cayó, como habían hecho los Luciferes; y, como su Portador de la Luz (Lucifer: lux = luz; ferre = llevar), experimentaron su expulsión del estado celestial en el cual vivían: Perdieron el Edén. Su conciencia se cubrió con un velo de materia. Por eso desde entonces vieron la realidad espiritual como “a través de un cristal oscuro”.
Según las leyendas místicas relativas a la Guerra en los Cielos, el conflicto duró tres días y tres noches. Las huestes angélicas, bajo la dirección de Miguel, Señor del Sol, y de Gabriel, Señor de la Luna, se enfrentaron, en orden de batalla, a Lucifer, el espíritu Marciano y sus ángeles caídos. La asociación de Lucifer con Marte, el planeta que gobierna la naturaleza pasional, nos proporciona otra clave sobre la razón oculta de esta caída y, a través de ella, de la posterior caída de Adán y Eva. La naturaleza marciana de deseos había sido usada indebidamente y, en consecuencia, la polaridad de las fuerzas simbolizadas por el Sol y la Luna se desequilibró.
Los legendarios relatos sobre la guerra entre Miguel y Lucifer se refieren también a la lucha, eones anterior, entre las fuerzas constructoras y destructoras del Fuego: Miguel, el Sol, representando a este elemento en su aspecto espiritual, y Lucifer o Marte, en su aspecto material. Precisamente, la reconciliación entre los dos y el equilibrio de sus dos fuerzas dentro del hombre, es lo que conduce a los poderes y a la iluminación del iniciado.
Los arcángeles habían alcanzado ese equilibrio. En ellos, ambas polaridades estaban perfectamente amalgamadas. Habían alcanzado tal estatura espiritual que eran inmunes a la tentación, a la que algunos ángeles sucumbieron y que provocó el que el hombre cayese en un estado en el que aún continúa, experimentando desequilibrios,
enfermedad y muerte.
Los Espíritus Luciferes
Las corrientes de deseo del planeta Marte, hogar de los exiliados Luciferes, se mezclan con las corrientes de idéntica naturaleza de los planos terrestres de un modo exclusivo a estos dos cuerpos planetarios. A causa de esa interpenetración de ambas auras, las influencias luciferinas, operando a través de ese medio, penetran en la atmósfera de la Tierra y actúan sobre la vida en nuestro planeta, especialmente en su expresión emocional.
Hay que recordar que, aunque caídos, los Luciferes son ángeles. Quienes tienen ojos para verlos aseguran que tienen la radiante belleza exclusiva de los dioses. Se mueven en una luz centelleante que chisporrotea con energía eléctrica. La actitud de estos seres ígneos es osada y desafiante y sus notas clave son la intensidad mental y emocional y la actividad extrema. Por esos medios se acelera su conciencia y su progreso avanza.
Por tanto, fomentan todo aquello que provoque situaciones favorables para tales expresiones. Inspiran, a quienes caen bajo su influencia, un indescriptible deseo de ser libres de toda limitación y sumisión, de sondear profundidades desconocidas y de explorar alturas extrañas, ilimitadas y sin descubrir. La vida que irradian es fascinante y, con increíble sutileza, transmiten su espíritu de abandono egoísta a todo aquel que contactan. El resultado es que los afectados experimentan una inquietud que, frecuentemente, conduce a una temeridad irracional. Las naturalezas ígneas y sin miedo se inclinan naturalmente hacia los Luciferes y, si el contacto es próximo y continuado, el impulso de actuar y de osar se hace tan intenso que resulta irresistible. Y puede conducir a sacrificar voluntariamente cualquier cosa, incluso la vida, en persecución de algo más allá de toda definición y comprensión.
Los Luciferes no pretenden inflamar los pensamientos y pasiones del hombre para su destrucción. Simplemente, buscan crear las condiciones más favorables para expresar ellos su elevadísima actividad instrumental. Si hay sabiduría y rigor para
dirigir las intensas energías luciferinas hacia fines constructivos, ellos dan una respuesta entusiasta, rapidez creativa y un incremento de la conciencia.
Si el hombre fuera capaz de dirigir tan intensas fuerzas hacia fines constructivos, los Luciferes serían sólo verdaderos portadores de la luz. Pero, como falla en tal cometido, la influencia de los Luciferes provoca su caída y es aún predominantemente de efectos negativos para él. Los científicos ocultistas, conociendo esto, no hacen de la debilidad del hombre una excusa para difamar a una clase de espíritus que, aunque por debajo de los ángeles, están también muy por encima de la Humanidad. Son hijos del mismo Padre amoroso que la Humanidad, y Cristo está dando Su vida por la redención de ambos.
En el mundo moderno, la influencia de los Luciferes se manifiesta, especialmente, como un espíritu de rebelión e independencia. Tiende a sobrepasar las barreras morales. Siembra por doquier disputas y guerras. Gravita sobre las experiencias que causan emoción y excitación. La manía de la velocidad es una de sus manifestaciones. En las artes, estimulan el espíritu de libertad hasta el extremo, como en
el verso libre, el jazz y el arte moderno todo.
Cuando los hombres fueron exiliados al plano de la materialidad, los ángeles y arcángeles, trabajando bajo la dirección de Cristo, empezaron a inundar la Tierra con fuerzas espirituales destinadas a compensar las influencias limitadoras bajo las que
aquéllos habían caído.
Si los Luciferes hubieran permanecido con los ángeles, ese trabajo hubiera sido obstaculizado de algún modo, pues hubieran podido influir al hombre instigándole a la acción desorganizadora e impaciente y, con ello, creando un velo que le hubiera impedido recibir sin impedimento la influencia de las fuerzas de niveles superiores.
La atmósfera psíquica de la Tierra está pesadamente cargada de pensamientos negativos y destructivos generados por la Humanidad durante edades pasadas. Colectivamente, eso forma lo que se puede describir como entidades elementales. Los Luciferes actúan a través de esas entidades incitando a la Humanidad a acaloradas controversias y conflictos pasionales. Una parte importante del trabajo del hombre, así como de los demás seres que le están asistiendo, consiste en disipar esas entidades generando fuerzas de carácter positivo. Cada pensamiento lanzado a la atmósfera, que transporte paz, armonía y buena voluntad, ayuda en ese trabajo. Ante esos pensamientos constructivos masivos, las entidades negativas retroceden, se disuelven como la niebla a la luz del sol.
A la luz de estos conocimientos, el hombre debe dirigir su carrera lo más sabiamente posible. El conocimiento es poder. Y, conociendo la naturaleza de las fuerzas predominantes que continuamente están influenciándole, puede utilizarlas consciente y deliberadamente en su propio beneficio. Las fuerzas luciferinas están sujetas a su control y puede transmutarlas en poderes que se añadirán a su luz espiritual. La habilidad para hacer esto procede en gran parte de la asistencia rendida por Cristo y sus huestes acompañantes. Sintonizándose con el poder redentor de Cristo, el hombre se convierte en maestro de sí mismo. Y entonces puede decir el Señor Dios que el hombre no es sólo en potencia, sino realmente, “uno de nosotros”.
Hay un aspecto en el cual el rojo y marcial Marte y las ígneas huestes de Lucifer forman el Guardián del Umbral de la Tierra. Para que ésta y su Humanidad puedan alcanzar la paz espiritual, ha de ser antes vencida y transmutada la influencia que los Luciferes ejercen sobre la naturaleza de deseos inferior del hombre. Asistir, pues, al hombre en la realización de ese trabajo es la misión de Cristo. Los arcángeles ya han efectuado esa transmutación y están, por tanto, calificados para dirigir el progreso de los seres que todavía no lo han logrado.
Como se ha dicho, el jefe de los arcángeles es Cristo. Y no es menos redentor de Marte que de la Tierra. Su misión se extiende a todo el sistema solar que, siendo una unidad, sufrió en su integridad con la caída del hombre.
El que los arcángeles hubieran solucionado totalmente el problema de la polaridad fue la causa de que su jefe, Cristo, fuese el más indicado para asumir el papel de redentor de los miembros caídos de ambas reinos, el angélico y el humano. Ese inmenso trabajo no hubiera sido posible para nadie de un estatus inferior. A la luz de estos hechos, podemos releer las palabras de Juan con renovada reverencia, cuando afirma que “Dios… concedió a su Unigénito Hijo que el que creyese en Él tendría vida eterna” Él vino como el Camino, la Verdad y la Vida, revelando al hombre los medios y
el método por los que puede salvarse a sí mismo.
Del mismo modo como los Grandes Guías de la Tierra trabajaron durante eras enteras acondicionando el mundo para la venida de Cristo, Éste lo hizo durante eones con el sistema planetario, preparando el trabajo redentor que debería asumir con todos y cada uno de los planetas en él contenidos. No sólo trabaja con los planetas desde el Centro Solar del que es el Logos sino, de una manera más directa e inmediata, penetrando en la vida de uno tras otro, infundiendo en cada uno el espíritu de Su ser y sintonizándolos a Su ritmo, a tenor de sus respectivas capacidades para recibirlo y responder a él. Además, Cristo ha trabajado largo tiempo en la unificación de los poderes y la armonización de los ritmos de varios planetas, de modo que cada uno de ellos puede emitir, cada vez más ajustada y más fuerte, la nota individual que le ha asignado y, todos juntos, la del sistema solar como conjunto.
Los habitantes de la Tierra y de Marte han cristalizado las condiciones bajo las cuales están viviendo, más que las oleadas de vida de los otros planetas. Por eso, la labor redentora es más difícil y urgente en estas dos esferas centradas en el deseo, que en cualquier otra del sistema solar. Si la tendencia a la cristalización hubiera continuado sin ninguna medida compensadora, las limitaciones de la materia hubieran alcanzado un nivel en el que la evolución de la vida se hubiera detenido. La humanidad terrestre hubiera entonces sido incapaz de proseguir su curso previsto y de alcanzar la meta señalada, en este Día de Manifestación. Lo mismo ocurre con los marcianos. Cósmicamente, tal era la situación que Cristo decidió voluntariamente corregir. Y está, literalmente, dando Su vida en el intento.
De lo que se ha dicho se deduce que Su labor redentora constituye un trabajo actual y futuro. Las endurecedoras influencias de la baja naturaleza de deseos sólo pueden ser compensadas, y la densidad de la materia, trabajada, de modo que se libere de su agarre sobre la vida en manifestación en y a través de ella, mediante el continuado derrame de Su fuerza vital, especialmente, sobre los planetas Marte y la Tierra y sus respectivas humanidades.
Las radiaciones de la dorada fuerza vital del Cristo Cósmico fluyen sobre la Tierra en acción rítmica, alcanzando su pleamar cada año en el momento del Solsticio de Invierno. La Humanidad reconoce el calor y la sensación de bienestar de este Espíritu de Amor y lo celebra como el nacimiento de Cristo. Y es así pues, anualmente, Cristo nace entonces en poder, y la Humanidad toda se siente afectada por la invisible presencia del amante y sacrificado Ser que se da a Sí mismo para que todos los que se sintonicen con lo que Su fuerza elevadora y purificadora está liberando de la prisión de los sentidos y de la limitación de la materia, se eleven a una recién encontrada paz de espíritu y de vida eterna. La salvación por Cristo no releva al hombre experimentar las consecuencias de sus propias acciones erróneas, pero le ofrece la oportunidad de rectificar pasados errores y crearse las condiciones apropiadas para seguir adelante y cumplir su destino. El Señor del Amor no deroga la Ley; la completa.
El descenso de la Humanidad a la oscuridad espiritual alcanzó su nadir en los días en que la civilización romana dominaba Europa. El contacto directo con el Logos Solar se había ya perdido, incluso por la mayor parte de las Escuelas de Misterios. En aquel momento crucial de necesidad planetaria, Cristo asumió el trabajar con la Tierra y con su Humanidad desde dentro de los cuerpos de ambos, en vez de desde fuera, como había hecho en el pasado durante eras enteras. Y lo llevó a cabo encarnando en el Maestro Jesús y convirtiéndose en el regente de la Tierra.
Desde la venida de Cristo, la eterización de las condiciones terrestres, la sensibilización de los vehículos del hombre y la purificación de la atmósfera psíquica en la que vivimos han avanzado lo suficiente para hacer más fácil a la Humanidad contactar ahora con la realidad espiritual, de lo que lo era antes de Su venida, hace dos mil años. Y se hace más fácil cada año con Su retorno, ya que los procesos se aceleran en estos tiempos de cambio cíclico. El período de la Segunda Guerra Mundial desintegró formas que se habían hecho demasiado rígidas y no podían ya prestar ningún servicio. Fue una época en la que la vida del planeta se desconectó de las prisiones de la materia en las que no volverá nunca a ser confinada. Cuando Cristo aseguró que venía a traer una espada, es razonable pensar que tenía in mente la destrucción de tal limitación y sometimiento.
La redención de los Luciferes
El período de la Guerra Mundial significó también un hito en la evolución de los Espíritus Luciferes. El efecto desintegrador de su influencia sobre la Humanidad alcanzó entonces su máximo. Tanto los Luciferes como la Humanidad se habían hecho más proclives a la purificación, gracias a la blanca luz de Cristo. Hay un arrepentimiento y una salvación para los Luciferes, lo mismo que la hay para el hombre. Ambos están limitados y ambos están siendo asistidos para su liberación, por el poder vivificante de Cristo.
Los Luciferes han comenzado a desandar sus etapas y se están encaminando
hacia el cielo que perdieron. Pero no todos. Con ellos ocurre como con la Humanidad. Algunos han despertado, se han arrepentido y se han alistado bajo la bandera del Señor Cristo, sirviendo con Él para la salvación de todos.
La radiante belleza anímica de los Luciferes que han aceptado a Cristo como su líder es de una gloria indescriptible. Su aura rojo dorada, que los distingue de los ángeles cuya radiación es blanca dorada, estará sujeta a una limpieza de los deseos ígneos mediante una infusión del poder sublimador de Cristo. Su fuerza transmutada dará lugar al Rubí, una gema de no menor brillo que el Diamante. Y la verdadera luz del espíritu será reflejada con igual brillo por unos como por otros.
Los Luciferes redimidos se convierten en colaboradores de Cristo en la liberación de los resultados de la Caída, tanto de sus hermanos, como de la Humanidad.
Están ejerciendo una poderosa influencia hacia el bien sobre sus aún no regenerados
hermanos y sobre la raza humana, a la que un día descarriaron. Dado que no poseen
cuerpos físicos que mitiguen la intensidad de sus cuerpos de deseos, son capaces de
ejercer mayor influencia sobre esta parte del hombre, sea éste bueno o malo. Actúan
sobre el hombre directa, rápida y efectivamente.
Fueron portadores de la luz cuando, primero, contactaron con el hombre y le indujeron a comer del Árbol del Conocimiento. Y portadores de la luz son ahora, cuando le traen más frutos de aquel árbol. El conocimiento que proporcionaron a la humanidad infante fue prematuro. La Humanidad era incapaz de emplearlo sabiamente.
Se convirtió en algo peligroso y produjo la perdición del hombre. Ahora, los Luciferes arrepentidos están trabajando por corregir sus errores mediante el servicio al hombre: Enseñándole a transmutar la pasión en compasión, y convirtiendo, con ello, el proceso de la muerte en el sendero de la vida.
Los cuatro Ángeles Archiveros (Tauro - Escorpio y Leo - Acuario), como Señores y árbitros del destino de la Tierra, están trabajando, tanto con los Luciferes como con el hombre, para restablecer a ambos en el elevado estatus que fue suyo antes de la Caída. Escorpio y Leo se unen para ayudar en el proceso de transmutación. Tauro colabora en la reparación de antiguos errores y en la liquidación de deudas contraídas bajo la Ley de Consecuencia. Y Acuario robustece las fuerzas de la compasión, bajo las cuales los impulsos del deseo se transforman en poderes del alma.
Los planetas de nuestro sistema solar están unidos por un principio o grado vibratorio de sustancia universal, denominada a veces Plano Intuicional del Ser o Mundo de la Conciencia crística y, en la Filosofía Rosacruz, Mundo del Espíritu de
Vida. Cualquiera de los planetas puede contactarse directamente por quienes han desarrollado suficientemente este principio en sus naturalezas, para poderlo utilizar
como vehículo de conciencia. Cuando tal poder se adquiere, el primer planeta contactado es Marte. Ello se debe a que la Tierra y Marte, a diferencia de los demás planetas, están ya íntimamente unidos por medio del Mundo Astral. Los ritmos de las
corrientes de deseo pulsan en uno mediante las pulsaciones del otro. Los magos negros, altamente cargados de propósitos egoístas, pueden viajare en esas corrientes y visitar el Planeta Rojo a voluntad. Los magos blancos contactan con el mismo planeta y con cualquiera otro que deseen, a lo largo de “autopistas” creadas en la elevada sustancia
con la que Cristo inunda el sistema solar entero.
En el plan divino hay siempre una medida de protección para salvar a la Humanidad y a toda la vida evolucionante de la destrucción, como consecuencia de su propia ignorancia. Con este fin “Dios se mueve de modo misterioso para realizar sus
maravillas”. La comunicación entre los habitantes de la Tierra y Marte espera la redención de parte de los Espíritus Luciferes. Si esa vía se abriera antes, admitiría una corriente de fuerzas de deseo de tal poder que su utilización sin escrúpulos, por personas egoístas, daría como resultado el “estallido de la materia y la destrucción de los mundos”.
Además de esa posibilidad ya advertida, la libre comunicación entre los dos planetas no se dará sin la posibilidad de otros peligros. Fuerzas siniestras de este plano
entrarán en las nuevas condiciones, aunque no con suficiente fuerza para poder con los alineados al lado de Cristo, parte de los Luciferes y parte de las Humanidades de ambos
planetas.
Desde que las filas de los Luciferes experimentaron las bajas de los que escogieron recorrer de nuevo su camino hacia el elevado estatus que una vez ocuparon,
los restantes “rebeldes” han reafirmado más que nunca su decisión de conseguir sus
metas, de acuerdo con los medios por ellos mismos elegidos. Están, por tanto, unidos para producir una embestida terrorífica en las áreas de deseos del hombre. En la vida de los individuos se manifiesta esa influencia en las tendencias licenciosas sin restricción alguna; en la vida de las naciones, como un sentido de nacionalismo exagerado y de ambiciones extremas que ciegan a sus víctimas ante las justas reclamaciones de los demás. En la atmósfera psíquica sitúa vórtices de fuerza que se precipitan sobre el plano físico en forma de desastres naturales. Cuanto mayor sea el egoísmo de un individuo, una nación o una raza, mayor será su atracción de las fuerzas de destrucción. Contrariamente, cuanto más inegoísta y altruísta un individuo o un pueblo, más penetrará en el aura protectora de las doradas radiaciones del Señor del Amor y Príncipe de la Paz.
Cuando los Luciferes se adscriban al lado de Cristo y cooperen con Él en este trabajo redentor, sus brillantes poderes magnéticos se transformarán en canales de sanación. El rojo dorado de sus auras se cargará de bálsamo restaurador del espíritu.. Toda la vida sobre la Tierra se beneficiará de su ayuda. Ese servicio de sanación a la Humanidad será de tal importancia y magnitud que hará avanzar a los Luciferes en su viaje de retorno a su elevado rango en el reino angélico, que están destinados a ocupar de nuevo. Las radiaciones sanadoras de los Luciferes se manifestarán a través del tranquilizador rayo verde, que es el color complementario del rojo. Ese color verde ya se ha hecho perceptible en las auras de los seres semicelestiales que han orientado de nuevo sus esfuerzos hacia la Luz.
La leyenda mística sobre el Grial proporciona información adicional sobre este tema. Y dice que el Santo Cáliz se labró en la gran esmeralda que constituía la única joya de la corona de Lucifer, antes de caer a la Tierra al ser golpeada por la espada de Miguel en tiempos de la Guerra en los Cielos. Fue la luz de esa celestial joya, brillando sobre la frente de Lucifer, la que lo hizo acreedor al nombre de “brillante estrella matutina”. Lucifer y sus pecadores hermanos reconquistarán la mística esmeralda hace tanto tiempo perdida, mediante la transformación de sus maravillosos poderes en un depósito de sanación, con posibilidad de ayudar y bendecir a todas las criaturas de la tierra que sufren y luchan.
Antiguas leyendas aseguran también que los tronos dejados vacantes por los ángeles caídos fueron reservados para almas humanas, pero que esta decisión fue
frustrada por los Luciferes.
Boletín Nº 36 AÑO 2.000 - TERCER TRIMESTRE
(Julio-Setiembre) FRATERNIDAD ROSACRUZ MAX HEINDEL (MADRID)
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario