domingo, 3 de mayo de 2015

La Mitología Griega y el Cristianismo, vistos desde el ocultismo




LA MITOLOGÍA GRIEGA Y EL CRISTIANISMO, 
VISTOS DESDE EL OCULTISMO 
por Francisco-Manuel Nácher

       1.- Las manifestaciones culturales no sólo se refieren al arte, porque detrás de ella están siempre la ética y la religión y la filosofía y la ciencia y hasta la técnica. Tampoco existe un pueblo culto que no haya hecho obras de arte. Ni que sólo haya hecho obras de arte. 
    Asombra pensar que, por doquier, en cualquier viaje que hagamos, en cualquier ruina que visitemos, en cualquier documento antiguo que consultemos, hay el mismo sustrato religioso: El mito. Siempre encontramos el mito como base de cada civilización y siempre los mitos resultan un tanto infantiles, ilógicos y difícilmente creíbles. Y, sin embargo, todos los pueblos, todos, han hecho girar sus vidas y sus culturas y sus evoluciones y sus expectativas en torno a esas historias infantiles e ilógicas, y todos los monumentos, algunas veces increíblemente grandiosos como las Pirámides de Egipto, o hermosos como el Partenón, o perfecta y maravillosamente abigarrados como los templos indios y tailandeses, o extrañamente situados y concebidos como los templos mayas e incas, se han basado y tienen su razón de ser en los mitos. 
      Y uno se pregunta: Pero, ¿tan tontos eran los antiguos? ¿Tan inocentes y crédulos? ¿Tan infantiles? ¿Podrían ser así los constructores de una pirámide que el hombre de hoy, tan seguro y orgulloso de su técnica, no sería capaz de construir? ¿Podrían ser tan tontos un Pitágoras, o un Euclides, inventores de la geometría, o un Arquímedes, o un Sócrates, un Platón o un Aristóteles, padres de la filosofía? ¿Podrían ser tan ingenuos todas aquellas decenas de sabios de la antigüedad que, no sólo han hecho que vivamos aún, pasados más de dos mil años, de su ciencia y sus descubrimientos y sus elucubraciones, sino que fueron los artífices de todos esos monumentos que aún hoy nos llenan de asombro por su inspiración, su maestría y su perfección, hasta el punto de ser llamados "clásicos"? ¿Cómo podrían todos ellos creer en los mitos y supeditar a ellos sus vidas y su ciencia y sus obras?
      San Pablo decía que al niño se le nutre con leche pero, cuando se hace adulto, se le debe dar alimento de adulto. Y lo decía porque sabía que toda religión tiene dos vertientes en su exposición: Una para los niños espirituales y otra para las almas adultas. También el Evangelio nos dice, y varias veces, que Cristo hablaba en parábolas a la masa, pero que, luego, en privado, explicaba a sus apóstoles el contenido de las mismas. Y nos decía que no debíamos “arrojar las perlas a los cerdos”. 
      El relato, el cuento, la historia que los mitos exponen es, pues, la leche, para los que espiritualmente son aún niños. Pero lo que esas historias y narraciones encierran, lo que significan, eso es el alimento para los avanzados. Y eso ha ocurrido en todas las religiones, como he dicho, incluso la cristiana. La creación de Eva, la caída de nuestros primeros padres, el Arca de Noé, la Torre de Babel, la Escala de Jacob, sus doce hijos, el paso del Mar Rojo, la travesía del desierto, la historia de Sansón, etc., no son sino mitos que el hombre niño "aprende y maneja" pero que el hombre-adulto "comprende y utiliza". El mismo San Pablo así lo aclara en su Epístola a los Gálatas, con relación al relato de los dos hijos de Abraham, Ismael e Isaac, cuando asegura, textualmente, que significa “algo más”, que no es sino una alegoría en la que Ismael es el espíritu niño e Isaac es el espíritu adulto.
     Y ahí está la explicación de las obras de todas esas figuras que, en uno y otro campo de la actividad humana han pasado a la historia: Que todos ellos eran hombres de espíritu adulto, porque todos ellos conocían el significado oculto, esotérico, encubierto, de los mitos. Y, una vez conocidas las verdades eternas, las leyes cósmicas, el pasado y el presente y el por venir de la evolución del mundo y de los hombres, el engranaje de la Creación, cualquier ser inteligente, actúa y piensa e investiga condicionado, lógicamente, por ese conocimiento. Todo nuevo conocimiento nos condiciona inevitablemente, pero el conocimiento oculto es un “viaje sin retorno”.
      No tomemos, pues, nunca los mitos por su lado fácil. Dice la Torah de los judíos: "Desgraciado el que toma las palabras de la Ley por la Ley misma, pues las palabras no son sino el ropaje de la Ley". Y el mismo Cristo terminó más de uno de Sus más sublimes discursos con aquellas palabras enigmáticas para los espíritus infantiles: "El que tenga oídos, que oiga".
      Leí hace poco una frase del conocido polígrafo Juan B. Bergua, autor de la conocida Biblioteca de Bolsillo, en la que yo me inicié, en mi  adolescencia, en la literatura, la religión, el arte y la mitología, y que representa el punto de vista del intelectual materialista. Dice así: “La Razón y la Religión siempre fueron frutos de árboles distintos.” Al desconocer o rechazar los conocimientos del ocultismo, ha de llegar a esta conclusión. De haberlos conocido o admitido, hubiera comprendido que, por el contrario, ambas son frutos del mismo árbol, ambas necesarias y ambas conducentes a la meta del hombre. 
      Pero cabe preguntarse aún: Esos mitos que encierran el mensaje de verdades y leyes cósmicas y naturales, ¿de dónde salían? Y ¿cuál era su utilidad, es decir, dónde y quién los usaba, aparte de la divulgación popular y superficial que todos conocemos? Y, sobre todo, ¿por qué eran tan importantes, hasta el punto de constituir la primera muestra literaria de todos los pueblos? 
    Para aclarar esto hemos de retrotraernos a algo que quizás nos asombre un poco.
      Según la religión cristiana, la judaica y la musulmana, el hombre habitó en una época remotísima, en un lugar llamado Edén, en el que era feliz y no existían el dolor, la enfermedad, la edad ni la muerte. Y, por su culpa, por su caída, su pecado, su ignorancia o por influencia de Lucifer, como queramos, se vio precipitado en este mundo físico, donde sufre, padece enfermedades, envejece y, al fin, muere. Esto lo dice la religión judía y lo han hecho propio la cristiana y la musulmana, al aceptar íntegro el Antiguo Testamento. Pero es que ese mismo relato, ese paraíso y esa caída en este mundo, se dan en todas las religiones conocidas. De un modo u otro, comienzan todas con ese mito, u otro parecido, la historia de la Humanidad. 
     ¿Cuál puede ser la causa de tamaña coincidencia?. ¿Que unos pueblos han copiado de otros? No es posible, porque algunos no han tenido ni podido tener relación con otros y, en cambio, coinciden en el relato. ¿Entonces? Hay que concluir que esos relatos, todos con el mismo fondo aunque con formas adaptadas a la psicología, cultura y características del pueblo a que iban destinados, contienen una verdad. Y esa verdad es que el hombre, realmente, perdió, en determinado momento de su historia, un estatus privilegiado, y cayó en un mundo hostil, que es el que habitamos, y del cual ha de salir para recuperar la situación anterior. Es lo que la Biblia nos cuenta con su mito - porque es un mito, no nos engañemos, y así lo reconoce ya el vigente catecismo, de Adán y Eva y su Pecado Original. Y es lo que cuentan todas las mitologías de todas las religiones.
      Porque el Edén o Paraíso existió en un momento de la evolución humana en el que el hombre tenía centrada su conciencia en otros planos de existencia, en el que moran los llamados por nosotros ángeles, y que los antiguos llamaban dioses. Entonces los hombres tenían cuerpo físico, como ahora, aunque no igual que el actual, y ese cuerpo físico envejecía y moría, pero los hombres, es decir, sus espíritus, no eran conscientes de ello, porque sus conciencias estaban centradas en los mundos superiores, lo mismo que hoy hacemos la digestión y asimilamos y fecundamos y concebimos y gestamos y utilizamos nuestros órganos internos, de los cuales depende nuestra vida, sin saberlo e, incluso, ignorando que los tenemos, sin ser conscientes de ello. Lo que ocurrió, pues, fue que, por influencia de los Luciferes - y esto es otro tema, interesantísimo, pero que nos alejaría del nuestro de hoy -, el hombre se fue dando cuenta de que tenía cuerpo físico, con lo cual su conciencia fue descendiendo, hasta fijarse en este plano físico actual que llamamos nuestro mundo. Y con ello ocurrieron varias cosas, todas trascendentales: 
    - Primera, Que ese descenso de la conciencia significó una "expulsión del Edén", una pérdida del "contacto con los dioses", a los que el hombre ya no podía ver por tener centrada su conciencia en un mundo inferior. 
     .- Segunda: Que el hombre descubrió su cuerpo físico y, con él, la enfermedad, la edad y la muerte que, aunque siempre habían existido, no había sido consciente de su existencia. 
  .- Tercera: Que, debido a todo lo anterior, se vio obligado a conseguir su alimento que, en los planos superiores era innecesario, con su propio esfuerzo. 
  .- Y cuarta: Que se había hecho necesario volver al estado anterior, reconquistar lo que nosotros llamamos Edén, los griegos llaman Edad de Oro y cada religión de una manera, pero siempre expresando la misma idea.
       ¿Pero cómo? ¿Cómo volver a aquello tan hermoso? Mediante el juego de dos leyes cósmicas, dos leyes naturales que todas las religiones presuponen. Y que son: 
     Por un lado la Ley de Renacimiento, que hace que el espíritu humano vaya evolucionando, desarrollando su individualidad y sus facultades divinas, a lo largo de una serie de vidas. Esta ley explica que  no haya dos hombres iguales, ya que cada uno tiene tras de sí existencias y vivencias y experiencias distintas y, por tanto, ha desarrollado distintas capacidades. 
      Y, por otro lado, la Ley de Retribución, según la cual, y dado que somos seres libres, cada uno recogemos los resultados de nuestra propia actuación y somos, por tanto el fruto de nuestro pasado, y tenemos en nuestras manos en cada momento nuestro propio futuro. Si obramos bien, es decir, a tenor de las leyes naturales, evolucionaremos más deprisa. Si no, cometeremos errores y, al recibir sus desagradables consecuencias, aprenderemos la lección y seguiremos adelante con esa experiencia asimilada. Esta ley explica las diferencias de suerte, de oportunidades, de responsabilidades y de cargas, en todos los aspectos, entre unos hombres y otros, así como las aparentes injusticias de que creemos ser víctimas, sin caer en la cuenta de que no son sino las consecuencias lógicas de nuestra actuación anterior. Nada se regala y todo exige esfuerzo. No hay prebendas ni favoritismos sino una justicia perfecta.
      Estas dos leyes cósmicas se hicieron públicas a todos en las religiones de Oriente y el resultado ha sido el retraso, en el plano físico y científico, de sus seguidores que, llevados por su apego a esta vida, relegaban el esfuerzo purificador a futuros renacimientos. En Occidente se han comunicado sólo a los Iniciados, a los "espíritus adultos", mientras que los demás, ignorándolas, han fijado su atención en el mundo físico y se han esforzado por investigar y desarrollar su intelecto y su voluntad y su carácter y su imaginación, pensando que cada vida era la única. El resultado ha sido el progreso científico, intelectual y económico, bien que con errores que, en su día, lógicamente, tendremos que pagar. Pero estamos conociendo el mundo y desarrollando la mente, fortaleciendo el carácter y robusteciendo la voluntad, que es de lo que se trata a la hora de evolucionar, es decir, de caminar hacia el estado edénico perdido.
      Ese recorrido, digamos, "de regreso", para recuperar nuestro anterior estatus, todas las religiones lo simbolizan mediante una serie de luchas, guerras, derrotas y victorias. En nuestra religión se le denomina "el Sendero" y Cristo no regateó ocasiones para insistir en que es "estrecho y empinado" y que "son muchos los llamados y pocos los escogidos". ¿Qué quiere eso decir? ¿Y por qué esas luchas? 
      Porque, para realizar ese recorrido, ese "retorno a la casa del Padre" de que habla Cristo, que todos estamos haciendo, y al que se refiere la Parábola del Hijo Pródigo, para progresar en la evolución, en una palabra, pues de eso se trata, hay sólo dos caminos: O el normal o el intensivo. 
     Por eso, al "Sendero" se le representa como el ascenso de una montaña muy alta a la que trepan dos clases de caminos: El más cómodo, el habitual, el que usa la mayoría, que asciende lentamente y con poco esfuerzo, rodeando el monte, pero tarda mucho y la visión que se va adquiriendo del paisaje es casi siempre la misma; y los atajos o sendas verticales que, si bien requieren más esfuerzo, suben más aprisa, en mucho menos tiempo, y la visión del paisaje que proporcionan cambia continuamente y se amplía a cada paso. Por supuesto, los que suben por el sendero normal pueden en cualquier momento, pasar a un atajo y acelerar su subida, bien que a costa de hacer más esfuerzo que si hubieran seguido por el que iban. Pues bien, los espíritus adultos, son los que eligen el atajo, la "senda estrecha", el esfuerzo intenso y breve, frente al leve y largo, el llegar a la cima pronto para aconsejar y ayudar a subir, con su propia experiencia, a los más lentos. 
    Para ello, precisamente, se establecieron las llamadas Escuelas de Misterios de la antigüedad, escuelas que existieron en la antigua China, en la India, en Babilonia, en Nínive, en Persia, en Israel, en Egipto, en Grecia, en Roma... y que siguen existiendo hoy. 
     Y, ¿qué se enseñaba y se enseña en esas Escuelas de Misterios? Simplemente, las verdades cósmicas, las leyes naturales que rigen la evolución de la naturaleza y de la Tierra y del cuerpo y del espíritu y la vida y la muerte y el más allá y los procesos pasados, presentes y futuros de la Humanidad. 
    Y, ¿por qué esas enseñanzas se daban en forma de mitos, es decir, ocultando a la masa su verdadero contenido? Porque el que holla el Sendero, como consecuencia de la vida que lleva, tanto desde el punto de vista físico como del emotivo, del mental y del espiritual, es un hombre que se está adelantando a su generación, y que vive ahora como vivirán los demás hombres varios siglos o varios milenios después de él y, por tanto, ha adquirido y sigue adquiriendo o, mejor desarrollando, capacidades que todos desarrollarán en su día, pero que aún no poseen, facultades como la bilocación, la lectura del pensamiento, el conocimiento del pasado y del por venir, la visión a través de los  cuerpos, el manejo de fuerzas ocultas y poderosísimas, etc. que, mal utilizadas ahora, podrían resultar nefastas, tanto para la Humanidad como para el propio interesado. Por eso las Escuelas de Misterios exigían un juramento que, bajo pena de muerte, les obligaba a mantener en secreto esos procedimientos de desarrollo acelerado, y sólo concedían y conceden la Iniciación a quien se estaba seguro de que iba a utilizar sus poderes supranormales, no en beneficio propio ni para adquirir fama o riqueza o poder, sino exclusivamente en beneficio de los demás y de modo altruista, es decir, en favor de los llamados espíritus niño.
      Recordad el pasaje de Simón el Mago, en los Hechos de los Apóstoles: Quiso comprar a San Pedro la facultad de hacer milagros. Y la respuesta de Pedro fue clara y tajante: “púdrete con tu dinero”. Porque esas facultades, esos conocimientos hay que adquirirlos con el propio esfuerzo y no se compran ni se venden. "Gratis lo recibís, dadlo gratis" dijo clara y taxativamente Cristo a sus discípulos. Aunque hay muchas escuelas, que se autotitulan “de ocultismo” pero que se autodescalifican con el hecho de cobrar sus enseñanzas. 
     Esos Iniciados, pues, esos conocedores de "la Verdad", esos seres más evolucionados que la generalidad son los Pitágoras, los Sócrates, los Platones, los Aristóteles, y los Arquímedes y los Galenos y los Praxiteles y los Fidias y los Hesíodos y los Píndaros y los Esquilos y los Sófocles y los Eurípides y tantos y tantos espíritus adultos como proliferaron en la antigua Grecia, gracias a las Escuelas de Misterios, y que, cada cual exponiendo una faceta de la verdad, pero todos obligados por el juramento hecho, sentaron los cimientos de nuestra cultura occidental.
     Y esos Iniciados - recuérdese que se sabe oficialmente que Pitágoras y Platón eran iniciados en los Misterios de Eleusis y en los de Menfis y, el primero, además, en los de Babilonia - son los que plasmaron en sus obras literarias, filosóficas, científicas, escultóricas, arquitectónicas, dramáticas o épicas esos conocimientos ocultos para que sirviesen de semilla a los espíritus infantiles y de recordatorio, confirmación o solaz a los avanzados.        Esa es la razón de ser de tantos y tantos monumentos como existen. Todos con algún mito como telón de fondo.
    Pero hubo una época especialmente fértil en personalidades inmortales y fue la que se ha dado en llamar “el siglo de Pericles”. Piénsese que, sólo durante la vida de éste, que va del 500 al 428 a. C.  coincidieron y se conocieron y se relacionaron: Fidias, Gorgias, Parménides, Zenón, Demócrito, Empédocles, Sócrates, Anaxágoras, Protágoras, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Píndaro, Heródoto, Tucídides, Hipócrates, Agatarco, Apolodoro y otros. Y que, en los años siguientes a su muerte, aún florecieron nada menos que Platón, Aristóteles y toda una pléyade de filósofos, matemáticos, y artistas que completaron la labor de esos años maravillosos.
      Por supuesto que, aunque todas las religiones dicen en el fondo lo mismo - excepto la de Cristo, que añadió cosas excepcionales porque era excepcional, pero cuyo estudio en ese aspecto no es cosa nuestra ahora - cada una lo expresó según la faceta predominante de la espiritualidad y de la psicología y nivel artístico y cultural del pueblo que la seguía. Por eso son tan distintos el arte y los monumentos indostánicos y los egipcios y los griegos y los mayas.
       La característica fundamental del pueblo griego fue la búsqueda de la belleza. Hizo de la belleza un objetivo y no cabe duda de que, en ese sentido, sus obras alcanzaron la perfección, razón por la cual, como hemos dicho, han pasado a denominarse clásicas. Se fijaron, sin perder de vista las enseñanzas ocultas, en el hombre. Es decir, hicieron del hombre, como tal hombre, un objeto de estudio, cosa que no había hecho antes ningún pueblo. Y descubrieron la belleza del cuerpo físico y las posibilidades del intelecto y las reglas del pensamiento y de las proporciones. Cuando se observa una obra de la Grecia clásica, lo que más admira es que resulta prácticamente imposible ni quitarle ni añadirle nada que la mejore. Tienen exactamente lo que deben tener para expresar el ideal de la belleza, bien se trate de un ánfora, de un cuerpo, masculino o femenino, de un Templo, de un drama o de un tratado de filosofía. Ahí están su mérito y su grandeza.
       Paralela, sin embargo, a esa obsesión por la belleza, existió entre los iniciados griegos un elevado concepto de la honestidad, de la honradez, y del respeto mutuo. En este sentido se cuenta que unos pescadores de la isla de Cos, vendieron a unos viajeros de Mileto el contenido de sus redes, antes de haberlas extraído del agua y sin conocer, por tanto, su contenido. Pero ocurrió que, al sacarlas, descubrieron que en ellas iba un maravilloso trípode de oro, que alguien se apresuró a identificar con el que la bella Helena arrojó al mar, para aplacar una tempestad, cuando regresaba a casa, una vez terminada la guerra de Troya. 
       Naturalmente, pescadores y forasteros vinieron a las manos por la posesión del trípode. La lucha la hicieron propia las respectivas ciudades y surgió el antagonismo entre Cos y Mileto. Por fin se decidió acudir al Oráculo de Delfos para que la Pitia solucionase la cuestión. Y el oráculo ordenó entregar el trípode "al más sabio". 
      En cumplimiento, pues, de lo dicho por el Oráculo, el trípode fue remitido por la ciudad de Cos, precisamente a su oponente, la ciudad de Mileto, para ser entregado a Tales, según ellos pensaban, el más sabio de los griegos. Éste, sin embargo, consideró que Bías era mucho más sabio que él y le remitió el trípode. Bías, reaccionando del mismo modo, lo remitió a Quilón, éste a Solón, Solón a Pítaco, éste a Cleóbulo y éste a Periandro. Periandro, empero, considerándose inferior a Tales, se lo mandó a éste, con lo que el trípode llegó al punto de partida después de haber pasado por las manos de los siete sabios. Tales, finalmente, lo envió a Tebas, donde fue consagrado a Apolo. Vale la pena meditar sobre la grandeza, la honestidad, la modestia y la verdadera sabiduría alcanzada por esos eximios representantes del pueblo griego de la época clásica, de que estamos hablando. 
       
       Tras este preámbulo necesario vamos a estudiar algunos de los mitos griegos, tomados al azar, para comprobar cuanto antecede. 

       El mito de los comienzos
               Según nos dice Hesíodo, uno de los grandes poetas Iniciados de la antigüedad griega, con Píndaro y Homero, "Primero fue el Caos. Luego Gaia, la del ancho seno, eterno e inquebrantable sostén de todas las cosas; y, por fin, Eros, el más hermoso de los Inmortales". 
      Caos, Gaia y Eros, pues, fueron los tres elementos primordiales. No coincidentes en su aparición, sino nacidos a la existencia sucesivamente y en el orden indicado. Es la Trinidad primordial griega. Recordemos a Brahma, Vishnú y Siva en la religión Hindú, a Osiris, Isis y Horus en la egipcia; y al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en la cristiana. 
    Luego, del propio Caos, surgió Nix, la noche, la oscuridad primordial, decían los griegos, y, de ella, nació la luz. Aparecida la luz, Gaia entró en acción, y tuvo a Urano (el Cielo), a las Montañas (la parte sólida de la Tierra) y a Pontos (el Mar, el elemento líquido). 
      A continuación, Gaia, la Tierra, cubierta por Urano, el Cielo, se convirtió en la gran fuente de vida del universo, y dio a luz a los seis Titanes, a las seis Titánidas y a los Cíclopes. 
   Comparemos todo esto con el Génesis y nos asombrará comprobar las coincidencias: Donde Hesíodo habla del Caos, Moisés dice que "el espíritu de Jehová se cernía sobre las aguas". El Génesis dice que, el primer día, "Jehová separó la luz de las tinieblas", mientras que Hesíodo nos aclara que "de la noche salió la luz". El segundo día, Jehová "separó las aguas del cielo de las aguas de la tierra"; Hesíodo llama Urano al cielo y Gaia a la Tierra. El tercer día del Génesis, Jehová "creó los continentes y el mar" y Hesíodo nos habla del nacimiento de La Tierra firme y del Pontos. Y así podríamos seguir, con asombro creciente, este estudio comparativo que no pretende otra cosa que concienciarnos de que la religión griega, como todas las religiones, fue algo serio, como lo es la nuestra. 
     Continúa Hesíodo diciendo - y, a partir de ahora. dejaremos ya las comparaciones para ceñirnos a los conocimientos básicos de la mitología griega que nos faciliten la comprensión de los monumentos griegos - que Urano, a medida que le nacía su progenie, la iba hundiendo en las entrañas de la Tierra. Ante esa crueldad del elemento masculino que la fecundaba, Gaia solicitó la ayuda de sus hijos. Pero todos se negaron a derrocar a Urano salvo el hijo menor, el más hábil y el más prudente, Cronos. Para que realizara su cometido, Gaia le entregó una hoz, con la que Cronos cortó a su padre los testículos y los arrojó, junto con la hoz, al espacio. Ambos cayeron al mar, pero las gotas de sangre que, durante el recorrido, se fueron derramando, fecundaron la tierra por última vez, dando lugar a las Erinies, a los Gigantes y a las Ninfas de los Fresnos. La hoz, al caer al mar, se convirtió en la isla de Corfú que, por eso tiene su curiosa forma. Estamos, pues, asistiendo a una descripción de los momentos en que la Tierra estaba conformándose, en manos de las fuerzas creadoras. 
      Había, según la mitología, cinco planos de existencia o mundos: El mundo físico en el que vivimos lo que llamamos la vida terrena; debajo de él, los infiernos, el reino de las tinieblas, el Averno, donde iban los muertos y donde purgaban sus pecados pasando, transcurrido algún tiempo y pagadas sus faltas, al mundo físico para vivir otra vida; los Campos Elíseos, mundo simétrico del infierno, pero por arriba, donde iban a parar los héroes, los Iniciados y los que habían dedicado su vida a hacer el bien, que allí gozaban durante un tiempo también, de las delicias celestiales; el Tártaro, por debajo del infierno, y que era un lugar al que iban los dioses vencidos y castigados, y los grandes pecadores, lo cual equivalía a la propia desintegración, la desaparición de los planes divinos; y, simétrico con él, pero por arriba, dominando a todos los mundos, el Olimpo o morada de los dioses. Antes de salir de los infiernos, había que beber el agua de la Fuente del Olvido o aguas del río Lete, que hacía olvidar al espíritu la vida anterior. Así lo afirman Pitágoras, Platón y la mayor parte de los filósofos y sabios griegos. ¿Qué diferencia hay entre esta relación y la del ocultismo cristiano o Sabiduría Occidental que nos habla del Mundo Físico, del Purgatorio, del Primer Cielo, del Caos y del Segundo y Tercer Cielo? 
      Cuando Cronos, pues, destronó, tras mutilarlo como hemos visto, a Urano su padre, ocupó el trono de los cielos y se apresuró a precipitar en el Tártaro a sus propios hermanos. Luego, desposó a su hermana Rea (Cibeles), una de las Titánidas, y la hizo madre de Hestia, Deméter, Hera, Haides y Poseidón. Pero como Gaia y Urano, depositarios de la sabiduría y del conocimiento del porvenir, le habían anunciado que sufriría la misma suerte que él había hecho experimentar a su padre, es decir, que sería mutilado y destronado por uno de sus hijos, para evitarlo, adoptó la medida de tragarse a sus retoños, apenas éstos nacían. Y así lo hizo con los cinco citados. Recordemos la célebre obra de Goya en la que Cronos, precisamente, devora a uno de sus hijos. Y recordemos que, queramos o no, el tiempo, Cronos, nos devora continuamente, es decir engulle a sus hijos.
       Al sentirse Rea encinta de nuevo, horrorizada y deseando salvar a este, su sexto hijo, huyó a Creta y allí parió, en secreto, a Zeus. Luego, dejándolo al cuidado de los Curetes, que eran unos sacerdotes-guerreros de los Misterios de la Tierra, y de las Ninfas, regresó junto a Cronos, al que entregó, para que la devorase en lugar del niño, una piedra envuelta en pañales, que el dios, confiado, engulló. 
       El niño Zeus fue cuidado con amor y esmero por los encargados de hacerlo: Las ninfas lo colocaron en una cuna de oro y lo mimaron, y una de ellas, Adrastea, dirigió sus primeros pasos. Las abejas destilaban su mejor miel para alimentarlo. Las cabras le proporcionaban su mejor leche. Y los Curetes ejecutaban danzas pírricas en torno a su cuna y hacían entrechocar sus escudos y lanzas, con el fin de que el estruendo amortiguase los llantos del niño y no pudiesen ser oídos por su padre. 
         Cuando Zeus fue adulto, administró a Cronos una droga que le hizo vomitar los hijos que había ido ingiriendo. Una vez reunidos los seis hermanos, declararon la guerra a su padre. Tras diez años de lucha, en que combatieron, por una parte Cronos y sus hermanos los Titanes y, por otra, Zeus, sus hermanos los olímpicos y los Cíclopes, consiguieron éstos la victoria. La ayuda de los Cíclopes consistió, fundamentalmente, en las armas que les facilitaron: A Zeus, el rayo, a Haides, un casco que hacía invisible a quien lo llevase, y a Poseidón un tridente cuyo choque trastornaba tierra y mar. Cronos y los Titanes, fueron, pues, precipitados en el Tártaro.         Todos esos Caos, Gaia, Urano, Pontos, Titanes y Titánidas, Cíclopes y Gigantes, origen y forja de la Tierra actual representan, como hemos dicho, las distintas fuerzas y Jerarquías Creadoras que fueron configurando nuestro planeta a lo largo de los distintos Períodos Cósmicos, y que fueron adorados como dioses por los pueblos primitivos. Pero no podían permanecer como tales, entre pueblos más evolucionados y más conocedores de la "verdad". Hacía falta dar un paso más en ese conocimiento y reconocer la existencia de un dios bueno, claro y brillante, sin horrores, sin dolor, un dios de amor y no de miedo. Y ese dios fue Zeus. 
       Tras la victoria, el reparto del botín. Zeus quedó como dueño del cielo y con preeminencia sobre todo lo existente, Poseidón como gobernante del mar, y Haides como dueño del mundo subterráneo. 
       Por supuesto, Zeus tenía que crear su propia progenie y eso lo hizo mediante sucesivas uniones, todas relatadas en forma críptica o mítica, tanto con diosas como con mujeres mortales. Sin embargo, hoy no nos detendremos en tales acontecimientos. 
     Es conveniente también conocer quiénes eran realmente los "olímpicos", los que, en aquella primera época de su reinado, habitaban con Zeus en la cumbre del Olimpo, el monte más alto de toda Grecia, "desde donde el padre de dioses y hombres vigilaba el destino del Mundo", según Homero. Y eran éstos: Zeus, por supuesto (Júpiter para los romanos) y, además, Hera (Juno), Atenea (Minerva), Apollos (Apolo), Artemis (Diana), Hermes (Mercurio), Hefaistos (Vulcano), Hestia (Vesta), Leto (Latona), Deméter (Ceres), Ares (Marte), y Afrodita (Venus). Luego, entre las grandes divinidades, se contaban: Poseidón (Neptuno), Haides (Plutón) y Diónisos (Baco). Éstos tres últimos no eran propiamente olímpicos pues no moraban en el Olimpo,  ya que Poseidón vivía en las profundidades marinas, Haides en las terrestres y Diónisos era un dios errante y terrestre. 

     Los mitos de las Islas Eólicas. 
          Estas islas, hoy llamadas Lípari, son siete: Lípari, Vulcano, Strómboli, Salina, Filicudi, Alicudi y Panarea.
            Homero llamó a Lípari la “isla errante”, debido seguramente al efecto que produce al acercarse a ella, verla tan abrupta y batida por las olas. 
        Vulcano posee cuatro volcanes. En ella y en el Etna se situaban las fraguas de Vulcano o Hefaistos, dios del fuego (hijo de Hera, que ésta creó de sí misma, sin intervención de Zeus, tras haber éste hecho lo mismo al crear a Atenea) y por eso tenía templos erigidos en las islas del archipiélago.
       Strómboli posee aún un volcán en actividad, cuyos resplandores alegran la noche del archipiélago. 
           Salina posee seis volcanes apagados. 
         Dos son las narraciones clásicas que hacen alusión directa a las Islas Lípari o Eólicas: La Odisea, es decir, el viaje de retorno a Ítaca, su patria, del héroe griego Ulises, concluida que fue la Guerra de Troya; y la expedición de los Argonautas, en busca del Vellocino de Oro.

     El mito de Ulises en la Isla de Lípari
          Ulises gozó en Lípari de la hospitalidad de su rey Eolo, a quien los dioses habían concedido el don de dominar todos los vientos maléficos, y recordemos, de paso, que los benéficos eran: Bóreas, Notos, Euros y Céfiro. Eolo, al despedir a Ulises, le regaló un odre en el que estaban encerrados todos los vientos menos uno, que era el que le conduciría a Ítaca, su patria. Pero, ya en plena navegación, mientras Ulises dormía, los marineros, creyendo que el odre contenía vino, lo abrieron y se escaparon todos los vientos, produciendo una tempestad que estuvo a punto de hacerlos naufragar. Los marinos despertaron a Ulises que, con su pericia característica, los llevó a puerto. 

   El mito de la Expedición de los Argonautas:
        También la isla de Lípari aparece en el mito de los Argonautas en busca del Vellocino de Oro y que, resumido, es como sigue:               Atamas, rey de Tebas y casado con Nefele, tuvo un hijo, Frixos, y una hija, Helle. Luego, habiendo repudiado a Nefele, se casó con Ino, con la que tuvo dos hijos más. Pero Ino, queriendo eliminar la competencia que los dos primeros hijos de su marido suponía para sus propios retoños, convenció a las mujeres del país para que tostasen el trigo destinado a la siembra. Lógicamente, ese año el trigo sembrado no germinó. Y Atamas, ante el problema, decidió consultar al oráculo de Delfos. Pero Ino sobornó a los emisarios que volvían con la respuesta para que dijesen que el oráculo había dicho que debían sacrificar a Frixos y a su hermana y con ello cesaría el problema. Cuando iban siendo conducidos al altar para ser sacrificados, su madre Nefele, les hizo llegar un cordero, regalo de Apolo, con la lana de oro y la facultad de volar y que, transportándolos por los aires, los libró de la muerte. Mientras volaban hacia oriente, Helle se cayó al mar, precisamente en el estrecho que, en su honor, se llamó desde entonces el Helesponto o "mar de Helle", hoy estrecho de los Dardanelos. Su hermano llegó sano y salvo a Colchis, en el Ponto Euxino, actual Mar Negro, donde su rey Aietes, le dio la mano de su hija Chalkíope. Frixos sacrificó el cordero a Zeus y ofreció su piel o vellocino de oro al rey, el cual lo consagró a Ares y lo clavó en una encina sagrada del bosque dedicado al dios. 
      Años después, y en otro escenario, un tal Pelias despojó del trono a su hermano Aisón, que era el rey legítimo de Yolkos, como sucesor del padre de ambos, Kreteus, y lo condenó a muerte permitiéndole que escogiese el modo de morir. El condenado eligió morir envenenado con sangre de toro. Pero antes, temiendo por la vida de su hijo Jasón, aún niño, lo encomendó al centauro Quirón, el cual lo crió en plena naturaleza, como hizo con Aquiles, con los Dióscuros Cástor y Pólux, con Hércules, con Esculapio, con Aristeo, hijo de Apolo y de la ninfa Kirene, con Aktaión hijo de aquél, y con otros héroes griegos, y le dio una educación profunda y viril. Este centauro, Quirón, casado con la ninfa Charikló, era hijo de Filira y de Cronos, y el otro centauro benéfico, Folos, era hijo de Sileno y una Melíade. Los demás centauros, que lucharon contra los lapitas según el mito, eran hijos de Ixión y Nefele, la Nube, y eran seres dañinos y violentos. 
      Pelias, entretanto, desazonado por su mala acción, interrogó al oráculo sobre su suerte futura. La respuesta fue escueta y clara: "Desconfía del hombre con una sola sandalia". 
    Cuando Jasón cumplió veinte años, se encaminó a Yolkos a reclamar el trono de su padre. Al atravesar un caudaloso río, éste le arrebató una de sus sandalias. Jasón continuó, pues, su camino con una lanza en cada mano, pero con una sola sandalia en el pie derecho, y el izquierdo, descalzo. Al llegar a Yolkos, Pelias estaba ofreciendo un sacrificio en la plaza pública y, al verlo, se sobresaltó y, aún sin saber quién era, pero temiéndoselo, le pregunto: ¿Qué harías tú, joven, si el oráculo te hubiese predicho que morirías a manos de uno de los tuyos?". Y Jasón, inspirado por Hera, respondió al momento: "Lo enviaría a buscar el vellocino de oro", que equivalía a mandar a alguien a buscar una aguja en un pajar. Entonces Pelias le prometió solemnemente darle el trono si se lo traía. 
    Jasón, pues, tras aceptar el trato, envió heraldos a todas las ciudades de Hélade, invitando a quienes le quisiesen acompañar, aunque nadie sabía dónde se encontraba el vellocino de oro. Se inscribieron muchos jóvenes, todos con afán de aventuras y todos héroes míticos, conocidos por sus hazañas. Entre ellos estuvieron: Hércules y los Dióscuros Cástor y Pólux, hijos de Zeus; Zetes y Kalais, hijos de Bóreas; Orfeo, el músico divino, inventor de la cítara y la lira, que amansaba las fieras, apaciguaba las tempestades, hacía inaudibles los cantos de las sirenas y conmovía hasta a los árboles y a las piedras; Echión, Euritos y Etalides, hijos de Hermes, el último de los cuales, enrolado como heraldo de los expedicionarios, al decirle su padre que le pidiese lo que quisiese, menos la inmortalidad, le pidió, y obtuvo, el acordarse de todas las vidas y acontecimientos que su espíritu viviese a lo largo de su evolución.
      El navío que se construyó para la expedición, llamado Argos, lo fue bajo la dirección de Atenea; Hera fue la madrina y la proa se talló por la propia Atenea de un trozo de la encina profética de Dodona y podía, por tanto, hablar y profetizar; la madera era toda de la mejor. Fue botado tras un sacrificio a Apolo y el adivino Idmón, enrolado como tal, predijo que él no regresaría, a pesar de lo cual, se embarcó. 
     La primera escala fue la isla de Lemnos, donde sólo encontraron mujeres. Esto requiere, lógicamente, una explicación y es ésta:              Como, al parecer, las mujeres de Lemnos no ofrecían suficientes sacrificios a Afrodita, ésta las había castigado con un hedor que despedían sus cuerpos y que hacía que sus maridos prefiriesen a las esclavas tracias. Las mujeres, indignadas, mataron a todos los hombres de la isla. Y, en esa tesitura, poco después, llegaron los argonautas que, naturalmente, fueron muy bien recibidos. 
     Al zarpar los argonautas de Lemnos, aunque algunos prefirieron quedarse, se dirigieron a Samotracia donde, por consejo de Orfeo, se iniciaron en los Misterios. Luego entraron en el Helesponto y llegaron a la isla de Kizikos, cuyo rey, del mismo nombre y recién casado con la ninfa Klité, los acogió muy bien. Al día siguiente partieron, pero los vientos contrarios los empujaron de nuevo a las costas de la isla. Era de noche y los nativos, creyendo que se trataba de piratas, los atacaron. Jasón mató con su lanza al rey. Al amanecer se dieron cuenta del error. Durante tres días se celebraron los funerales y juegos fúnebres. Pero la viuda, desesperada, se ahorcó. Y sus hermanas las Ninfas, lloraron tanto su muerte que dieron lugar a una fuente que lleva su nombre. 
    La etapa siguiente les llevó a las costas de Misia, al este. Y sucedió que Hércules, durante la travesía, había roto uno de sus remos y fue al bosque a fabricarse otro. Entretanto, su acompañante, el efebo Hilai, se fue a buscar agua a la fuente. Al llegar a ella, las Ninfas, que estaban jugando, vieron al joven y quedaron tan prendadas de él que decidieron quedárselo para siempre. Con tal fin, pues, lo ahogaron. Hércules lo buscó sin éxito durante toda la noche. Y, al amanecer, aunque no estaba a bordo, aconsejados por Kalais, "el viento que sopla suavemente" y por Zetes, "el viento que sopla fuerte", los argonautas zarparon sin él. Hércules, creyendo que los raptores de su compañero eran los misios, les obligó a darle rehenes y a buscar al efebo. Y ello quedó durante siglos en la memoria y los ritos locales, pues cada año, los sacerdotes, en procesión, buscaban al joven, gritando tres veces el nombre de Hilai.
    El Argos llegó a Bebrikia, donde reinaba Amikós, que era un gigante, hijo de Poseidón, brutal y sanguinario. Había inventado el pugilato y mataba a puñetazos a todos los extranjeros. Al llegar, pues, los argonautas, los desafió. Poludeikes, uno de ellos, aceptó el reto y, con su agilidad y destreza, pudo vencer al gigante. Y como habían convenido que el vencido haría lo que pidiese el vencedor, le exigió que, en lo sucesivo, respetase a los extranjeros que a su reino llegasen.
    Al día siguiente partieron, pero los vientos los arrojaron a las orillas de Tracia, en el lado europeo del Helesponto. Allí dieron con el país de Fineus. Fineus era adivino pero, por haber revelado a los hombres los propósitos de los dioses, había recibido un doble castigo: Por un lado, quedó ciego y, por otro, apenas se sentaba a la mesa para comer, las Harpías le arrebataban los mejores bocados y, con sus deyecciones, inutilizaban el resto de la comida. 
    Pidieron a Fineus que les hablase sobre el futuro de su viaje y éste, por un lado, accedió a decirles parte de él, sólo lo que les estaba permitido saber; y, por otro, les exigió que le liberasen de las Harpías. Se sentaron, pues, a la mesa y, apenas aparecieron éstas, Kalais y Zetos, dos de los argonautas que, por ser hijos de Bóreas tenían alas, las persiguieron y acosaron hasta que les arrancaron la promesa de dejar en paz a Fineus. Entonces éste les advirtió contra las Rocas Azules, a la entrada del Bósforo (paso del buey), escollos movibles que, al pasar un barco, se juntaban aplastándolo. Les aconsejó que soltaran antes una paloma. Si pasaba, ellos pasarían y, si no, deberían desistir del viaje. 
    Llegados a las Rocas Azules, soltaron una paloma que logró pasar aunque las rocas, al juntarse, le arrancaron algunas plumas de la cola. El Argos, gracias a la música de Orfeo, que embelesó a las Rocas Azules pasó tras la paloma y tan sólo pudieron las rocas rozar un poco la popa. Desde ese momento las Rocas Azules quedaron fijas, ya que se habían mostrado ineficaces.
     Tras penetrar en el Ponto Euxino o Mar Negro actual, llegaron al país de los Mariandinos. Allí Idmón, el adivino que había predicho su propia muerte, la encontró durante una cacería al ser herido por un jabalí. 
   Y, por fin, arribaron a Colchis. Era la meta. 
  Jasón explicó a Aietes, rey de Colchis, su misión. Aietes era hijo del Sol y de la oceánida Perseis y a él es a quien, como recordaréis, Frixos había entregado el vellocino de oro.
    Aietes, si bien no se negó a darle a Jasón el vellocino, le puso tres condiciones. La primera, que, sin ayuda de nadie, pusiese el yugo a dos bueyes que tenía, regalo de Hefaistos, y a los que nadie había logrado uncir. Estos bueyes, de pezuñas de bronce, lanzaban llamas por las fosas nasales y resultaba imposible acercarse a ellos. La segunda, que labrase con esa yunta un campo y sembrase en él los dientes de dragón que Atenea le había dado. Y tercera, que se hiciese él mismo con el vellocino, custodiado por un dragón enorme.
    Pero ocurrió que Medea, hija de Aietes, se enamoró locamente de Jasón y, como era una maga consumada, le ayudó en sus tres pruebas. Primero le dio una pomada que impidió que se quemara con el fuego del aliento de los dos bueyes, a los que logró así uncir. Luego, le aconsejó  tirar piedras a los gigantes que iban naciendo de los dientes de dragón que sembraba. Ello los confundió de tal modo que acabaron luchando entre sí y se dieron muerte unos a otros. Y, por fin, le dio un medio para, junto con la música de Orfeo, adormecer al dragón que custodiaba el vellocino, y Jasón pudo hacerse con él.
   Aietes y sus hombres, sin embargo, no dispuestos a perder el vellocino, atacaron a los argonautas, que se defendieron con valentía. En la lucha murió el hermano de Medea, lo cual hizo que su padre, se detuviese junto a su cadáver y diese tiempo a los Argonautas a zarpar. 
   Continuaron éstos su viaje, remontando el río Istros, actual Danubio, que se consideraba unía el Mar Negro con el Adriático, yendo a parar a éste. Pero Zeus, disgustado por la muerte del hermano de Medea, lanzó una tremenda tempestad que desvió la nave. Entonces la proa profética se puso a hablar y dijo que la cólera de Zeus no se aplacaría hasta que todos los tripulantes fueran purificados por Circe, la maga, de la muerte del hermano de Medea. El Argos, pues, remontó el río Eridano, actual Po, y el Ródano y, a través de los países de los ligures y de los celtas, salió al Mediterráneo, costeó Cerdeña y atracó en la isla Aea, donde estaba Circe, que los purificó. El Argos atravesó luego el Mar de las Sirenas, en el que Orfeo, con su música, impidió que la tripulación escuchase sus mágicas melodías. Un solo marinero, Boutes, fue seducido por las sirenas y se lanzó al agua, perdiéndose.
    Pasó luego el Argos por el estrecho de Eskille y, a continuación, por las islas errantes, las Eólicas, actuales Islas Lípari, sobre las que se levantaba un humo negro. Luego, llegaron a Corfú, cuyo rey era Alkinoos y en cuyo palacio se casaron Jasón y Medea. Allí llegó también un ejército enviado contra ellos por Aietes para reclamar a Medea. Alkinoo decidió que, si Medea era aún virgen se la entregaría, pero si era ya la mujer de Jasón, no. Jasón, sin embargo, se apresuró a partir y se llevó a Medea. El ejército enviado en su busca, no atreviéndose a regresar a su patria sin ella, se estableció allí.
   El Argos se dio a la mar, pero fueron arrastrados por una tempestad hasta la costa de Libia. Allí tuvieron que transportar al Argos a hombros hasta el lago Tritonis donde, gracias al dios del lago, Tritón, hallaron una salida al mar y siguieron hasta Creta. 
   En Creta, al desembarcar, se encontraron con el gigante Talos, construído por Hefaistos y que fue un regalo de Zeus a Europa, después de raptarla adoptando la forma de un toro, y de llevarla a Creta, donde tuvo a Minos, a Sarpedón y a Radamantos. Talos era metálico e invulnerable, con una sola excepción: Una pequeña vena en la pierna, cubierta por una espesa piel. Recorría la isla tres veces cada día e impedía entrar a los extranjeros y salir a los nativos, sin el permiso de Minos, rey de la isla. Por eso Dédalo tuvo que escapar volando con su hijo Íkaro, como es sabido. Medea, con su magia, hizo ver visiones tan terroríficas a Talos que acabó rasgándose la vena en cuestión y muriendo. Entonces pudieron desembarcar y pasar la noche en Creta. Al día siguiente zarparon, pero se vieron envueltos en una oscuridad impenetrable. Jasón invocó a Fobos, o sea, a Apolo, para que les indicase el camino. El dios les envió un rayo de luz y gracias a él, pudieron ver cerquísima una de las Sporades y evitar ser destrozados por sus escollos. Allí echaron el ancla, descansaron y elevaron un santuario a Fobos. 
    Por fin, llegaron a Yolkos con el vellocino de oro. Una vez éste en manos de Pelias, Jasón condujo el Argos a Corinto, donde lo consagró a Apolo, como exvoto. 
      Vamos a tratar de ver qué se contiene, en un examen superficial, por supuesto, en los mitos de Ulises en Lípari y en la expedición de los Argonautas. 
         Si enfocamos nuestra atención en ellos veremos que se trata de sendos viajes, siempre de retorno al hogar. Ulises, tras ganar la Guerra de Troya y los Argonautas, tras haber conquistado el Vellocino de Oro. Ese retorno al hogar, pues, no es otra cosa que la consecución de la meta: El retorno al Edén, la reconquista del Paraíso Perdido y del estatus perdido con él. Ambos relatos se refieren a los espíritus adultos, a los estudiosos, a los Iniciados, pues muchos fueron a la Guerra de Troya, pero pocos regresaron, y muchos fueron los convocados por Jasón para su empresa, pero pocos los que se decidieron. Porque, como dijo el propio Cristo: "Muchos son los llamados y pocos los escogidos". Recordad al joven rico del Evangelio, que no se atrevió a dejar sus riquezas y seguir al Maestro.
       Ulises, en el pasaje de las Lípari, fue víctima de una flaqueza de sus compañeros de viaje, que no estaban a su nivel y no tenían, por tanto, su información ni sus conocimientos. Él se durmió, es decir, dejó que sus compañeros dirigiesen la nave – sus propias vidas – ellos solos para que ejercitasen su discernimiento y aprendiesen, pero ellos fracasaron y estuvieron a punto de “perecer” bajo el poder de las aguas tempestuosas – las pasiones, el cuerpo de deseos – y tuvieron que recurrir a él, al iniciado. Y él los condujo a puerto seguro.
     ¡Qué cerca estamos de la escena evangélica en la que, navegando los apóstoles con Jesús por el lago de Genezaret, Jesús se durmió en la barca. Y se desató una tempestad. Y, cuando estaban a punto de naufragar, los apóstoles despertaron a Jesús diciéndole: ¡Señor, sálvanos que perecemos! Y Jesús se levantó y calmó la tempestad. 
        Y qué cerca estamos de ese Pedro, intentando caminar sobre las aguas, hundiéndose en ellas y pidiendo ayuda al Señor... Ni en uno ni en otro caso se habían dominado aún las pasiones. 

     Curiosamente, al inicio del relato de los Argonautas se nos indica la época en que tuvo lugar el suceso, ya que el padre de Jasón, para morir, escogió el ser envenenado con sangre de toro, y los argonautas fueron en busca del vellocino de un cordero, lo cual nos dice claramente que se estaba entrando en la Era de Aries y había concluido la Era de Tauro, y sitúa, por tanto, los hechos en el tercer milenio a. C. Este pasaje es, pues, contemporáneo del relato Bíblico en el que Moisés, iniciador de la Era de Aries, al bajar del Monte Sinaí se encuentra con que su pueblo ha vuelto a la religión anterior, ya idolatría, y se ha construido, para adorarlo, un becerro de oro. La religión de Moisés, para la era de Aries, suprime el toro como símbolo de la deidad; incluso los sacrificios ya no serán de toros, sino de corderos. Y Cristo será llamado el Cordero de Dios. Pero como Cristo apareció cuando terminaba la era de Aries y estaba casi comenzando la de Piscis, captó a sus discípulos entre los pescadores y realizó pescas milagrosas y multiplicó los peces y, para los primeros cristianos, el pez era el signo distintivo. Pero, cuando decidió celebrar la Pascua, es decir, cuando nos habló de la próxima era, la de Acuario, dijo a sus apóstoles que fueran a Jerusalén y allí encontrarían a "un hombre con un cántaro de agua", el cual les conduciría adonde la Pascua tendría lugar. Y, curiosamente, un hombre con un cántaro de agua es el símbolo del signo astrológico de Acuario.
     Ambos pasajes, pues, el de la Odisea y el del Evangelio, están diciéndonos lo mismo. ¿Y qué significa el vellocino de oro? Es el vehículo del espíritu, que se desarrolla, sola y exclusivamente, mediante el servicio amoroso y altruista al prójimo. Él nos permite viajar por éste y por otros mundos y recuperar, por tanto, el Paraíso y el estatus perdido. Es el "cuerpo del alma" a que alude San Pablo y es el "traje de bodas" de que habla Cristo en su Parábola y, sin el cual, no se puede tomar parte en el "banquete de bodas".
      Pero, para conquistar ese Vellocino de Oro hace falta realizar un largo viaje, lleno de incidentes y de peligros: A los que osen emprenderlo, les saldrán al paso las tentaciones del sexo, representadas por la isla de Lemnos, llena de mujeres; y tendrán que iniciarse en los Misterios, como hicieron los Argonautas, antes de intentar atravesar el Helesponto, donde Helle cayó, vencida por sus pasiones, mientras su hermano Frixos continuaba su viaje iniciático; y cometerán errores y perjudicarán a otros como Kizikos y tendrán que arrepentirse y enmendar el yerro; y habrán de luchar con enemigos fuertes, como Amikós, el gigante pugilista; y se encontrarán con muchos Fineus, que han hecho o están haciendo mal uso de sus poderes y que sufren el castigo correspondiente; y tendrán que atravesar las Rocas Azules siguiendo el rastro de una paloma, símbolo de la pureza y la paz y el equilibrio espiritual; y, llegados a Colchis, aún tendrán que superar nuevas pruebas, siempre ayudados por el amor, y teniendo que despertar el lado femenino del hombre, representado por Medea, sin la cual hubiera fracasado todo el viaje. Y luego, ya con el Vellocino, los peligros seguirán, porque la evolución continúa y el hombre es un ser libre y la responsabilidad es cada vez mayor. Pero siempre será el amor el que, en última instancia, les ayudará a vencer. A lo largo de ese viaje, como hemos visto, unos morirán, como el adivino, que ya lo inició sin ninguna confianza; otros se perderán, como Hilai, el acompañante de Hércules; otros, como Hércules mismo, perderán el barco, distraídos con otros asuntos, y quedarán rezagados; hasta habrá quien oirá los cantos de las sirenas y se perderá arrojándose de cabeza en brazos de las pasiones como el marinero Boutos; y otros, al fin, conquistarán el vellocino de oro. Un largo viaje inspirado siempre por el deseo de retornar al hogar y alimentado por el amor.

 El mito de Sísifo 
       Uno de los hijos de Eolo, el rey de las Islas Lípari o Eólicas antes citado, fue Sísifo que, según el mito fue, nada menos que el fundador de la ciudad de Corinto, en el istmo del mismo nombre y que actualmente atraviesa un canal con igual denominación. Aunque, lo que  verdaderamente le hizo célebre fue su astucia, sus recursos, su inteligencia y falta de escrúpulos para salir bien parado de las más extrañas y peligrosas situaciones, su tremenda osadía, hasta el punto de que Homero le llamó "el más astuto de los hombres" y el propio Sócrates aseguraba que era una de las personas que desearía encontrarse en el más allá, cuando muriera. A pesar de ello, sin embargo, Sísifo, al que se dice fundador de los Juegos Ístmicos y de la escuela de Misterios correspondiente, es más célebre por el castigo que se le impuso como colofón a todas sus trastadas y engaños. Relataremos brevemente los pasajes más importantes de su mito: 
          1.- Cuando Autólikos, el más hábil y célebre ladrón de toda Grecia, que había, además, recibido de Hermes el don de no ser nunca sorprendido, le robó su rebaño, Sísifo pudo probar con facilidad que aquel rebaño le pertenecía: Había grabado su nombre en una pezuña de cada animal. Eso ocurría la víspera de la boda de la hija de Autólikos con el joven Laertes. Pero esa noche, Sísifo logró penetrar en la alcoba de la joven y la hizo madre de Ulises, que luego pasó siempre por hijo del novio. Afirmaron algunos, y dada la astucia que más tarde caracterizó a Ulises parece que no iban descaminados, que Sísifo fue ayudado aquella noche por el propio padre de la novia, admirado de su inteligencia y deseando tener un descendiente de tales características. 
       2.- Se casó con una de las siete Pléyades llamada Mérope, la cual, por ser esposa de un mortal y no de un dios, como sus seis hermanas, es la que menos brilla de todas.
     3.- Cuando el dios-río Asopos, padre de Aigina, atravesaba desesperado toda Grecia en busca de su hija, raptada por no sabía quién, llegó a Corinto, Sísifo que, por supuesto, sabía quién era el raptor, vio en ello una ocasión única para conseguir una fuente que le hacía falta para la "acrópolis" o ciudadela de la Corinto que gobernaba. Así que reveló a Asopos que el raptor de su hija era el propio Zeus, a cambio de la fuente, que recibió en el acto. Asopos se dirigió a Zeus violentamente reclamándole a su hija, pero Zeus lo fulminó con su rayo y lo obligó a volver a su lecho de río. Por eso, desde entonces en sus orillas empezaron a aparecer trozos de carbón. En cuanto a Sísifo, para castigar su delación, Zeus le envió a Tánatos, el genio de la muerte. Pero Sísifo, haciendo, una vez más, alarde de su ingenio, habilidad y astucia, logró inmovilizarlo y lo encadenó. Con ello provocó un gravísimo problema porque los hombres, al estar encadenada la muerte, dejaron de morir.      Zeus, pues, lo obligó con su rayo a liberar a Tánatos que, lógicamente, al primero que hizo su víctima fue, precisamente, a Sísifo. Pero Sísifo, otra vez sutil e inteligente, ya lo había previsto así y le había hecho jurar a su mujer que, cuando muriese, lo enterraría sin los funerales de costumbre. Así lo hizo ella y, cuando Sísifo se presentó en el reino de Haides, éste le preguntó cómo llegaba de ese modo, sin ningún auxilio espiritual. Sísifo se apresuró a echarle la culpa a su mujer y a la impiedad que la caracterizaba, de modo que Haides le concedió volver a la vida para que se vengase de ella por el trato que había dado a su cadáver. Claro que, cuando Sísifo se vio de nuevo con vida, se olvidó del asunto y vivió aún muchos años haciendo alarde de sus recursos. Cuando le llegó, por fin, el turno de morir, y para tenerlo permanentemente ocupado y que no pudiera urdir nuevas tretas para engañar a dioses ni a hombres, Zeus lo envió al Tártaro y lo castigó a empujar, rodando cuesta arriba por la ladera de una alta montaña, una piedra enorme que, en cuanto llegaba a la cima, volvía a descender rodando hasta la base y el pobre Sísifo no tenía más remedio que comenzar de nuevo la penosa ascensión. Pasado un tiempo larguísimo, Sísifo fue perdonado por Zeus y llevado a los Campos Elíseos. 
       Este suplicio de Sísifo fue inmortalizado en uno de los edificios de Delfos por el célebre pintor Polignotos.
     4.- Se le consideraba, como hemos dicho, el fundador de los Juegos Ístmicos, que se celebraran, cada dos años, en el istmo y de ahí su nombre. La narración es ésta: Al morir Semele, la madre de Diónisos, hijo de Zeus, Ino, a la que ya conocemos por haber querido matar a Frixos y a Helle, y que era la esposa de Atamás, hermano de Sísifo, junto con su marido, acogieron al niño dios. Pero Hera, siempre celosa y vengativa, volvió locos a los dos. De modo que Atamás, confundiendo a su hijo Laertios con un ciervo, lo mató de un flechazo. En cuanto a Ino, metió a su hijo menor, Melikertes, en un caldero de agua hirviendo y luego, se arrojó al mar abrazada a su cadáver, entre Megara y Corinto. Los dioses se apiadaron de ambos y convirtieron a Ino en una Nereida que se llamó Leukatea, "la blanca" y a Melikertes en el pequeño dios Palaimón. El cadáver del niño fue recogido por un delfín y depositado, apoyado en un pino, en la costa de Corinto. Allí lo encontró su tío Sísifo que lo mandó enterrar y fundó en su honor los Juegos Ístmicos. Y, por indicación de una nereida, obviamente la Blanca, ordenó se rindiese culto a Melikertes con el nombre de Palaimón, y le levantó un templo que se llamó el Palaimonium en el interior de otro mayor, dedicado a Poseidón. 

     Vamos ahora a tratar de descubrir qué mensaje era el que este mito podía transmitir a los estudiantes de las escuelas de Misterios cuando meditasen sobre él: 
      Está claro que Sísifo era un Iniciado que, tan seguro estaba de su evolución que, creyendo haber vencido sus pasiones que, como sabemos, se representan siempre esotéricamente por las aguas, fundó una ciudad, su templo interior, en un istmo, lugar demasiado próximo a ellas. Pero aún necesitaba agua, poca, sólo una fuente, pero la necesitaba, es decir que no las había dominado aún todas. Y por eso cayó en la tentación de hacer mal uso de sus conocimientos sobre los procesos divinos, a cambio de esa fuente, es decir, para satisfacer una pasión: ¿poder, riquezas, fama? Y ocurrió que, cuando se le envió a Tánatos, pudo anular sus efectos, como Iniciado que era. Los Iniciados de cierto nivel poseen lo que se llama la "conciencia permanente", es decir, que no pierden la conciencia al dormirse ni al despertar y, por tanto, conservan memoria lúcida de lo que hacen aquí durante el día y en los planos superiores durante la noche. Por otra parte, al sueño, esotéricamente, se le llama la pequeña muerte, pues entre los dos no hay más diferencia que, así como del primero se despierta uno en este plano, del segundo se despierta, definitivamente, en el plano astral. Sísifo, por tanto, no tuvo problemas para vencer a la pequeña muerte. Pero cuando le llegó la muerte verdadera, como no poseía aún la continuidad de conciencia de las sucesivas vidas, que se adquiere con una Iniciación superior, entonces sí que murió y tuvo que pagar sus errores. ¿Cómo? Empujando el fardo de su arrepentimiento, monte arriba infinitas veces, bien entendido que, esotéricamente, subir un monte significa orar, elevarse espiritualmente, identificarse con los dioses. Tras esa serie de ascensiones con su fardo a cuestas, que simbolizan otras tantas vidas, Sísifo fue liberado, quedó purificado y pudo continuar su periplo evolutivo. Es, pues, el ejemplo de la conducta del Iniciado que falla, el Judas de nuestra religión.
     Y todo ello se debió a una visión torcida o a una interpretación errónea de las leyes naturales, por parte de Sísifo, defecto que nos indica su matrimonio con una de las siete Pléyades. Estas estrellas, que se encuentran en el grado 29 de Tauro, astrológicamente producen defectos de visión en determinados casos, que no vamos a explicar aquí, y llegan a deformar la visión espiritual si Poseidón, o sea, Neptuno, se halla en su orbe y mal aspectado. Y no cabe duda de que Poseidón intervino en todo esto, y que estaba mal aspectado, puesto que fue, precisamente un delfín, el símbolo de Poseidón, el que transportó el cuerpo del joven y, además, éste estaba muerto. Esa influencia negativa de las Pléyades, esa torcida visión de las cosas espirituales de que hizo gala Sísifo a lo largo de su vida, y que indudablemente obedecía a motivos kármicos fue, pues, la causa de su célebre castigo.

    El mito de la fundación de Eleusis 
       Eleusis fue el ombligo de Grecia. La mayor parte de los grandes hombres, los literatos, los poetas, los filósofos, incluso algunos políticos y militares y hasta reyes y emperadores, griegos y romanos, se iniciaron en los Misterios de Eleusis, cuyo secreto no ha sido jamás revelado. Cada uno en distinto grado, cada uno con distinta profundidad, todos eran iniciados de Eleusis. Y eso era ya una garantía de sabiduría, de claridad de ideas, de convicciones arraigadas, de visión de futuro, de serenidad, de ecuanimidad, de altitud de miras, de falta de temor ante la muerte... Cicerón escribió que "Los Misterios de Eleusis son el mayor legado de Atenas a la posteridad". Deméter era hija de Cronos y de Rea y hermana, por tanto, de Zeus, de Hera, de Hestia, de Haides y de Poseidón. Unida a Zeus, tuvo a Perséfone. Y cuenta el mito que, jugando ésta un día con sus hermanas de padre Atenea y Artemis, y con las Ninfas, en Sicilia, apareció Haides, su tío, que estaba enamorado de ella y, con la complicidad de Zeus, la raptó. Al ser raptada, Perséfone dio un grito tan terrible que llegó a oídos de su madre y la trastornó hasta el punto de que comenzó a buscarla desesperadamente por todo el mundo. Durante nueve días con sus noches la había buscado en vano, cuando encontró a Hékate, que había oído también el grito de Perséfone, pero no pudo ver el rostro del raptor, cubierto por las sombras. Por fin Helios, el Sol, que sí lo había visto, le comunicó quién era. Furiosa, Deméter, decidió no volver al Olimpo y permanecer en la tierra, olvidada de sus funciones de alimentadora del género humano por medio de las cosechas. La tierra, pues, se volvió estéril y quedó muy seriamente amenazada la supervivencia de todos los mortales. Fue entonces cuando Deméter, en su búsqueda, llegó a Eleusis, cuyo rey, Céleo, le dio cobijo y consuelo en su palacio, en el que agonizaba su hijo Triptolemo. La diosa, que no se había dado a conocer, sino que había adoptado la apariencia de una anciana, se quedó como niñera del pequeño, al que, con su sólo contacto curó. Esa noche, mientras todos dormían, colocó al niño en el hogar y lo cubrió de brasas ardiendo para que su cuerpo se purificase y poder darle la inmortalidad. Pero la madre del niño, despertándose y viendo la escena, creyó que quería matarlo y se lo arrebató. La diosa entonces le dijo que su exceso de amor había hecho que su hijo siguiese siendo un simple mortal. No obstante, entregó a Triptolemo unos granos de trigo y de cebada, le confió los secretos de su siembra, de su cultivo, recolección y utilización, le enseñó a construir el arado y los demás aperos y le regaló un carro alado para que diseminase por el mundo, en beneficio de los hombres, el arte del cultivo de los cereales. A cambio les pidió que levantasen allí, en lo alto de la colina un templo en su honor, y añadió que ella les confiaría los secretos de sus Misterios para que, en adelante "practiquéis los ritos y soseguéis el espíritu". Céleo convocó a todo el pueblo en el ágora y decidieron construir el templo inmediatamente. Pero, como entretanto, la tierra seguía privada de la asistencia de la diosa, Zeus, no tuvo más remedio que intervenir y ordenó a su hermano Haides que devolviera a Perséfone a su madre. Pero Perséfone, sin saber lo que hacía, había comido, entretanto, un grano, uno sólo pero fue suficiente, de una granada que Haides le había ofrecido y que tenía la virtud de ligarla a él de modo indisoluble. Zeus, pues, arbitrando el asunto, decidió que Perséfone pasase seis meses con su madre, que se comprometía a volver al Olimpo y a reanudar su acción benéfica para con los hombres, y otros seis en el infierno con su esposo. 
    Los Misterios de Eleusis, no se nos ha dicho en qué consistían, debido a que todos los Iniciados respetaron su juramento. Sólo se conocen las ceremonias públicas, pero la Iniciación en sí nunca ha trascendido. Tan sólo por medio de detalles de unos y otros e intuyéndolo de las Iniciaciones de otros pueblos, sabemos que lo que allí se hacía, lo mismo que en la sala real de la gran pirámide de Egipto y en todos los centros antiguos de Iniciación del mundo, era producir un estado cataléptico en el neófito. En ese estado, el hierofante acompañaba, en espíritu, al del neófito, desprendido del cuerpo, a visitar los otros planos de existencia, es decir, los infiernos, y los Campos Elíseos, para luego reintegrarlo a su propio cuerpo físico. Por ello se decía que el Iniciado había muerto y resucitado y que era un hombre  nuevo y, generalmente, adoptaba otro nombre. Con ello, el Iniciado tenía la seguridad, por haberlo comprobado por sí mismo, de que la muerte del espíritu no existe y conocía lo que tras la muerte del cuerpo físico ocurre y cuál es el proceso que la evolución sigue. Conocimientos éstos que, lógicamente, marcaban al iniciado de un modo definitivo. 

    El mito de Erisictón 
       Con relación a Deméter, generalmente una diosa benéfica, se relata otro mito que es interesante conocer. Se dice que Erisictón, un hombre rico pero impío, que no veneraba a los dioses y se mofaba de ellos, en un alarde de impiedad, taló una gran encina consagrada a la diosa y situada en un bosque sagrado a ella dedicado. Deméter, como escarmiento, lo castigó con un hambre insaciable y creciente. El pobre, pues, comenzó a comerse su propia hacienda, pero su hambre aumentaba cada vez más y nada conseguía satisfacerla. Llegó a perderlo todo y entonces, en su locura, vendió como esclava a su propia hija Mnestra. Ésta, que había sido amante de Poseidón, el cual le había concedido el don de transformarse en lo que quisiera, una vez vendida como esclava, se transformó en yegua y volvió a casa. Tal era el hambre y la desesperación de su padre, sin embargo, que la volvió a vender. Y así Mnestra se fue transformando en becerra y en cierva, siendo vendida cada vez. Y así el desdichado, en su locura, y sin lograr saciar su hambre, terminó devorándose a sí mismo. 
      Pero, ¿qué se esconde tras estos dos mitos? 
     En cuanto al de Deméter y Perséfone no trata sino de explicar los procesos creadores de la Tierra y sus comienzos. La Tierra se representaba, generalmente, por cuatro diosas, cada una personalizando un aspecto distinto de la misma: Gaia, la mujer de Urano, es la Tierra en su aspecto cósmico; Rea, su hija, mujer de Cronos, es la Tierra como generadora, la madre de los olímpicos; Deméter, hija de Rea, es la Tierra de los campos cultivados, la dispensadora de los frutos del suelo; y su hija Perséfone es la Tierra en cuanto a la fuerza que de ella emana para hacer renacer la vida cada año en primavera. Éstas dos últimas personifican, tanto los procesos externos del crecimiento y la floración, como los internos, secretos y misteriosos, que se producen en la oscuridad de la tierra, de la germinación de la vida vegetal. De ahí sus Misterios, que explican el origen, proceso y finalidad de la vida.
      Por supuesto, Zeus es el que estableció esos ciclos y, por tanto, el rapto de la primavera y su corriente de vida por las tinieblas del invierno tuvo que producirse con su complicidad, como narra el mito. 
     El mito de Erisictón nos presenta al hombre, que haciendo caso omiso de las leyes naturales, representadas por la obligación de respetar a los dioses, se hace víctima de un vicio. Poco a poco se va convirtiendo en esclavo de su vicio que, de placer pasajero, pasa a tormento cada vez más acuciante y exigente y devastador. Hasta llega el vicioso a vender a su hija, o sea, a sacrificar la comodidad, el futuro y hasta la vida de su familia con tal de satisfacer su vicio que, de todos modos, acaba matándolo a él. El vicio no dominado, pues, termina devorándose a sí mismo. 
    
     El mito de la lucha de los dioses contra los Gigantes 
        Estaba representado en una de las fachadas del Partenón, y era éste: 
       Cuando Zeus destronó a su padre Cronos y condenó al Tártaros a aquél y a sus hijos los Titanes, Gaia, madre al fin, reaccionó provocando la sublevación de los gigantes contra Zeus. Los Gigantes, como sabemos, habían nacido de las gotas de sangre que cayeron sobre la Tierra, Gaia, tras la mutilación de Urano por su hijo Cronos, y eran unos seres enormes, monstruosos, de cabellera espesa, barba hirsuta, piernas como cuerpos de serpientes, cargados de armas centelleantes y blandiendo enormes lanzas. Aunque de origen divino, eran mortales, pero a condición de que interviniesen en su muerte, a la vez, un dios y un mortal. Gaia, su madre, quiso hacerles tomar una hierba mágica que confería la inmortalidad, pero Zeus, enterado, prohibió al sol, a la luna y a la aurora que apareciesen durante tres días y, mientras, segó la hierba milagrosa. Con ello se decidió la suerte de los Gigantes. La lucha transcurrió, más o menos así: 
     Comenzó Zeus, con los demás olímpicos, pero pronto vieron que necesitaban el concurso de un mortal, así que llamaron a Hércules, cuya ayuda fue definitiva. Veamos sino: Alcioneo, el mayor, sepultó catorce cuadrigas con un bloque de piedra. Hércules lo atravesó con una flecha pero no murió. Atenea le explicó que tenía la virtud de que no podía morir mientras pisase el suelo en el que había nacido. Así que Hércules tuvo que llevárselo, luchando, fuera de su tierra, con lo que el gigante murió. Porfirión, vista la derrota de su hermano, se abalanzó sobre Hércules, a cuyo lado estaba Hera, la esposa de Zeus. Éste, no ocurriéndosele otro recurso, hizo que el gigante se enamorase súbitamente de ella, así que la agarró e intentó violarla, momento que aprovecharon, Zeus para lanzarle un rayo y Hércules para rematarlo con otra de sus flechas. Efialtes murió al recibir una flecha de Apolo en el ojo izquierdo a la vez que otra de Hércules en el ojo derecho. Euritos fue muerto por Dionisos de un golpe de tirso. Klitios por Hécate, a golpes de antorcha. Mimas por Hefastos, mediante proyectiles de hierro al rojo vivo. Enkelades huyó, pero Atenea le echó encima la isla de Sicilia. Polibotés fue perseguido por Poseidón que, desprendiendo un enorme pedazo de la isla de Cos, se lo lanzó encima. Hermes, con el casco de Haides que lo hacía invisible, hirió a Hipólitos. Artemis a Gración. Las Moiras, armadas con sus mazas de bronce, acabaron con Agrios y Toas. En todos estos casos, claro, llegó oportuna la flecha de Hércules para completar la faena del dios de turno. Los restantes gigantes fueron fulminados por los rayos de Zeus y rematados también por Hércules.
  
   ¿Qué contenido oculto pude tener este mito? 
Está claro que se refiere, una vez más, a los tiempos en que la Tierra se estaba formando. Se trata del encuentro entre las corrientes de vapor de agua ascendente, procedente del Ecuador incandescente, y la atmósfera fría; de su condensación y caída de nuevo sobre la superficie; de las incrustaciones formadas en la corteza ígnea; del nacimiento de volcanes y montes y cordilleras; todo ello presidido siempre por el sol, representado por Hércules, como definitivo elemento que hace desaparecer los negros nubarrones. Es, pues, otra versión de los primeros versículos del Génesis. 

Mito del nacimiento de Atenea: 
    Metis, diosa de la Prudencia, era hija de Okéanos, primero de los Atlantes y dios de los ríos, las fuentes y los lagos, y de Tetis, su hermana, diosa de la potencia fecundadora del mar. Era, pues, prima hermana de Zeus y pasa por ser su primera esposa legítima. Cuando quedó encinta, Uranos y Gaia, depositarios de todo el saber, anunciaron a Zeus que, tras la hija que iba a tener Metis, le nacería un hijo que lo destronaría, como él hizo con su padre, Cronos, y éste con el suyo, Urano. Entonces Zeus, para evitar tal cosa, mejoró el sistema de su padre y, en vez de tragarse al hijo, se tragó a la madre encinta, es decir a Metis. Pero, como ésta estaba a punto de dar a luz, cuando llegó el momento, Zeus comenzó a sentir un terrible dolor de cabeza, tan irresistible, que pidió a Hefaistos que le diese un hachazo en el lugar en que se localizaba el dolor. Así lo hizo el herrero divino y, por la brecha, salió inmediatamente, armada y adulta, Atenea, diosa de la inteligencia, de la razón y de la guerra. 
      El significado oculto de este mito, correspondiente a un momento en que aún se estaban estructurando las fuerzas, tanto terrestres como emocionales, mentales y morales que habían de regir la Tierra y sus habitantes, nos aclara que la inteligencia, si bien posee las dos polaridades de todo lo creado, son dos polaridades internas, no explícitas, y por eso Zeus se tragó a Metis, que no aparece en el momento del parto; y, por tanto, en este mundo, la inteligencia está por encima del sexo y sus polaridades macho-hembra y, por eso también, la inteligencia crea sin necesitar la cooperación de nadie. Pero también ha de mantener una lucha constante, y por eso nació adulta y armada contra la ignorancia, la suficiencia y el fanatismo, sus tres grandes enemigos. Pero fijémonos, además, en que la ciencia, fruto de la inteligencia, que en nuestros tiempos es materialista, está destronando a la religión tradicional y nuestra Filosofía la acabará sustituyendo por una religión científica o una ciencia religiosa, con lo que se cumplirá la profecía de que Zeus, la religión de la fe, sería destronado por uno de sus hijos, que resultó ser Atenea, diosa de la razón y la inteligencia. 
     
     Mito sobre el patronazgo de Atenas 
      Pretendiendo, tanto Atenea como Poseidón, convertirse en patronos protectores del Ática, los dioses decidieron que lo sería el que ofreciese el mejor presente a la ciudad de Atenas. Y, al efecto, nombraron un tribunal formado por doce dioses. Poseidón, de un golpe de tridente, hizo brotar en la Acrópolis una fuente de agua salada. Atenea, por su parte, hizo brotar un olivo. Estudiados ambos obsequios, el tribunal decidió que a los atenienses les sería más útil un olivo que una fuente de agua salada, por lo que le dieron a Atenea el patronazgo de la región.
     ¿Qué podía ver el estudiante de los Misterios en este mito? Atenas representa la ciudad interna, en la que ha de nacer el dios interior. El agua salada representa las pasiones, inevitables entre los hombres. Pero la sal es un elemento conservante y renovador, que da sabor a las cosas. ¿Recordáis aquellas palabras de Cristo a sus apóstoles: "Vosotros sois la sal del mundo. Pero si la sal se desala ¿con qué la salaremos?" Por otro lado, el aceite de oliva es el elemento que se ha usado siempre y se sigue usando para las consagraciones de las personas, es decir, para elevar la criatura al nivel de Dios y ponerlo en contacto con Él. Por tanto, siendo buenos los dos regalos, es preferible la elevación del hombre hacia Dios, la consagración a Él de su "ciudad" interna, que la simple renovación en el mundo exterior, en medio de las luchas pasionales.     
    Mito de la isla de Delos 
     Según él, Zeus se enamoró de una joven, llamada Asteria, pero no fue correspondido por ella que, temiéndose lo peor, se transformó en codorniz. Y, como Zeus, a pesar de todo, siguiera acosándola, desesperada, se arrojó al mar, convirtiéndose en la isla errante Ortigia, ya que "ortix" en griego significa codorniz, aunque otros la llamaban Asteria, en recuerdo de la joven.
     Más tarde, Zeus se enamoró de Leto, hermana de Asteria, siendo esta vez correspondido. Las dos hermanas eran hijas del titán Kois y la titánida Foibe, hijos, a su vez, nada menos que de Urano y Gaia, y pertenecían, por tanto, a la primera generación divina, la de los elementos constructores de la Tierra. 
    Leto, pues, quedó embarazada. Pero Hera, la legítima esposa de Zeus, sumamente celosa y vengativa, la persiguió y acosó de tal modo que no encontraba un lugar donde dar a luz. Además, Hera retenía a su lado a su hija Eleiteia, diosa de los partos, para que aquélla no pudiese alumbrar. En tal situación, Leto fue acogida por la isla errante Ortigia, que no era otra que su propia hermana. Y allí, debajo de una palmera, y con la ayuda de casi todas las diosas del Olimpo, dio a luz a Artemis la cual, apenas nacida, ayudó a su madre en el parto de su hermano gemelo Apolo. 
   Ese parto, sin embargo, estaba siendo laboriosísimo, pues no podía estar presente Eleiteia, de modo que Atenea envió a la diosa Iris al Olimpo para que la sobornase y la hiciese venir. A los nueve días de terribles dolores, Leto dio a luz a Apolo el cual, apenas recibió de manos de la diosa Temis, el néctar y la ambrosía, se desarrolló y se convirtió en un joven fuerte, impetuoso e irresistible. 

     Zeus, agradecido y orgulloso, ordenó a Poseidón que fijase la isla errante al fondo del mar, cosa que éste hizo mediante cuatro columnas. La isla recibió entonces el nuevo nombre de Delos, "la luminosa". Y, en señal de respeto y acatamiento, fue rodeada por las demás islas del archipiélago que, al formar en su torno un círculo, recibieron el nombre de Cícladas. 
      Si se tiene en cuenta que Zeus era el dios del cielo y Leto era la representación de la Noche, y la palabra palmera, en griego, "foinix", significa también color rojo, no resulta difícil ver en este mito el establecimiento del orden de aparición, en el cielo, de la luna, Artemis, hija de la Noche, que, apenas nacida, ayuda a su madre en el parto de su hermano Sol, ayudada por la rojiza Aurora, que lo precede. Son, pues, dos mellizos, Sol y Luna, pero nacidos distantes en el tiempo y con oscuridad antes de la luna y con luz antes del sol. Y vuelve a ser una descripción de lo mismo que nos relatan los primeros versículos del Génesis. 

      Mitos de Eco y de Narciso
      La Ninfa Eco se enamoró locamente del joven Narciso. Éste, sin embargo, no correspondió a su amor, por lo que Eco fue víctima de una obsesión tal por él que, repitiendo su nombre, se empezó a debilitar y pronto no quedó de ella sino tan sólo la voz, que se refugió en los lugares solitarios y apartados donde, vibrando aún de amor por Narciso, repite la última palabra que cualquiera pronuncia. 
     En cuanto a Narciso, habiendo ido una vez a beber en un lago cristalino, vio allí reflejada su efigie. Aquella imagen le pareció tan bella, tan perfecta, tan ideal, que quedó irresistiblemente enamorado de ella e imposibilitado de alejarse del lugar. Por ello los dioses lo convirtieron en la flor que lleva su nombre, que tiene propiedades somníferas y que crece a orillas de los lagos.

    ¿Qué nos dicen estos dos mitos?
    El de Eco se refiere a la importancia del nombre de cada uno, o mejor, a su nota clave, que hace posible su dominio por quien lo pronuncie correctamente. La ninfa de las fuentes, representante de las aguas y, por tanto, de las pasiones, pretendía dominar a Narciso, el cual logró vencer las sugestiones del amor posesivo y egoísta. Pero la pasión, si bien vencida, continúa siempre insistiendo y en espera de su ocasión de dominio. Por eso Eco, repitiendo incesantemente la última palabra de quienes hablan, espera dar con la ocasión propicia, es decir, con el nombre clave, y dominar, por medio de él, a Narciso.
     El mito de Narciso nos dice que era un aspirante a la vida superior, es decir, a la Iniciación, al ascenso "por el atajo", por el sendero estrecho y empinado. Pero su Yo Superior, aún no debidamente despierto, aunque logró vencer los acosos de la Ninfa Eco, se enamoró inadvertidamente de su yo inferior, su personalidad, la que estaba anclada en las aguas del lago, o sea, en las pasiones que, desgraciadamente, aún no había logrado dominar del todo. La consecuencia fue el quedar detenido en su evolución, contemplando con éxtasis, en plena somnolencia espiritual, su parte mortal sin darse cuenta de que hay otra infinitamente más hermosa. 

      Dos mitos solares 
      1.- El mito de Hércules 
           Amfitrión regresaba a Tebas, tras vencer a sus enemigos, lleno de botín. Pero, precisamente la noche en que iba a llegar a su casa, Zeus, tomando su apariencia, se metió en la cama de Alkmene, mujer de aquél, y pasó la noche con ella. Aún estaba amaneciendo cuando Amfitrión, llegado al hogar, hizo lo propio. Se extrañó, sin embargo, de no haber tenido, por parte de su mujer, la acogida que creía merecer y, sobre todo, de que, al relatarle sus recientes hazañas, resultase que ella ya las conocía. Consultó, pues, el caso con el adivino Tiresias, y éste le explicó lo sucedido. Amfitrión, furioso, decidió sacrificar a su mujer en una hoguera. Pero, en el momento de comenzar a arder, una intensa e inesperada lluvia apagó el fuego. Con tan clara advertencia, Amfitrión, pues, no tuvo más remedio que resignarse. 
     Ocurrió, además que Zeus, orgulloso del retoño que iba a tener de Alkmene, el día antes del parto dijo, en el Olimpo, en la asamblea de los dioses, que ese hijo estaba llamado a realizar las más gloriosas hazañas y a extender su dominio sobre toda Grecia. Hera, su legítima esposa, celosa en extremo, no tardó en maquinar la forma de vengar la infidelidad de su marido, y le hizo jurar que, en efecto, ese día nacería un niño que reinaría sobre Grecia entera. Apenas lo hizo, voló a la ciudad de Argos, donde hizo parir en el acto a la mujer de Stenelos, embarazada de siete meses, que dio a luz a Euristeo; y luego, fue a Tebas a retrasar el parto de Alkmene el tiempo suficiente para que amaneciese el nuevo día. De ese modo Hércules quedaría sometido a Euristeo. Cuando Zeus conoció la treta de su mujer, montó en cólera, pero había jurado y era el dios castigador de los perjuros, por lo que no tuvo otro recurso que afrontar las consecuencias.
      Alkmene, pues, dio a luz, primero a Hércules, hijo de Zeus y, con una noche de diferencia, a Ificles, hijo de Amfitrión. 
      Queriendo Zeus conceder la inmortalidad a su retoño, una noche ordenó a Hermes que lo sustrajese de su cuna, lo subiese al Olimpo y, mientras Hera dormía, lo acercara a uno de sus senos para que Hércules mamase su leche. Hércules, al notar el tibio contacto del pezón, comenzó a succionar, pero lo hizo con tal fuerza que Hera, despertándose, lo rechazó. Y el chorro de leche que escapó, formó la Vía Láctea. 

     Está claro, que el mito de Hércules es un mito solar y que el héroe es el sol. Por eso tuvo la enemiga de Hera, la esposa legítima de Zeus, y madre de Tifón, y de Haides, el dios de la oscuridad, ambos, por tanto, incompatibles con el sol y su luz. Tendrá en cambio de su parte a Atenea, la diosa del fuego celeste; a Apolo, otro aspecto del sol; y a Hefaistos, el dios del fuego. Sus armas las recibirá: La maza, por su propia mano en el primer trabajo; la espada, regalo de Hermes; la coraza dorada, de Hefaistos; el arco y las flechas, de Apolo; el peplo, de Atenea; y los caballos, de Poseidón. Los célebres Trabajos de Hércules serán objeto de otra conferencia, dado la inmensidad y profundidad de su contenido esotérico, aplicable a todos los humanos. 
    Todos los héroes solares sufren el mismo proceso: Tener que servir, más o menos tiempo, a un poder tiránico: Apolo tuvo que someterse a Admetos; Perseo, a Polidektes; Bellerofontes, al rey de Likia; en la mitología del norte de Europa, Sigfrido es condenado a ser esclavo de Gunter, rey de los Burgondes; y el la Biblia, Sansón, es esclavizado por los filisteos, las fuerzas negras, después de que Dalila le cortara la melena, es decir, de que el invierno hiciese desaparecer los rayos solares. Siempre significa que el sol, durante una parte del año, otoño e invierno, ha de estar sometido y es vencido por las lluvias, las nieves, las heladas, los fríos, las tormentas, que parecen entorpecer su marcha y anular su fuerza y su luz. Pero que, interiormente, ésa es la época más intensa desde el punto de vista espiritual. Por eso, finalmente, renace y acaba triunfando y derrotando a las tinieblas. 
     En la mitología egipcia, también el dios solar Horus muere y resucita con la ayuda de Isis. 
     Fijémonos en que Cristo, dios solar también, tuvo que huir de Herodes que lo perseguía para matarlo, y también murió, vencido por los enemigos del Bien. Y resucitó, para seguir trayendo cada año la vida a la tierra y sus habitantes. Y la época más fértil desde el punto de vista espiritual es, precisamente, la que exteriormente aparece menos activa: la de los meses de invierno, la de los signos australes: Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis, es decir, de octubre a abril.

      2.- El mito de Perseo 
        Acrisio, rey de Argos, deseaba tener descendencia masculina, así que fue a consultar al oráculo. Éste le contestó que la tendría por medio de su hija Dánae y que el hijo que ésta tuviera sería un gran héroe. Pero que ese nieto mataría a su abuelo y heredaría su reino. Ante tamaña predicción, Acrisio encerró a Dánae en un recinto de cobre herméticamente cerrado. Pero Zeus, enamorado de la joven, penetró en él en forma de lluvia de oro, por la rejilla de respiración, y la fecundó. Enterado Acrisio del asunto, decidió desembarazarse de la madre y del hijo y para ello los encerró en un cofre, que fue arrojado al mar. 
     El cofre llegó flotando a la isla de Sefiro, donde reinaban los hermanos Dictis y Polidectes. Éste se casó con Dánae y adoptó y crió a Perseo el cual, cuando se hizo adulto y fuerte, decidió ir a matar a la Medusa y traerle la cabeza a su padrastro. Medusa, por cierto, había sido una hermosa doncella que, deshonrada por Poseidón, dios del mar, en el templo de Atenea, diosa de la ciencia, fue transformada por ésta en un monstruo cuyos cabellos eran serpientes y cuya sola visión petrificaba. Dada la naturaleza materna era, pues, mortal. En su búsqueda del monstruo llegó Perseo al país de las Fórkides, nacidas ya ancianas, de pelo encanecido y un solo diente y un solo ojo para las tres, que se iban prestando. Perseo se los robó y sólo se los devolvió cuando le dijeron dónde moraban las Ninfas. Éstas le obsequiaron con unas sandalias aladas, unas alforjas y un casco de piel de perro que hacía invisible a quien lo usase. Hermes le regaló, además, una hoz de bronce sumamente afilada. Y Atenea un escudo de metal pulido. Así pertrechado, voló hasta el Océano, donde moraba Medusa, que estaba durmiendo. Perseo se puso a su lado, pero mirando su reflejo en el escudo y, con un certero  golpe de su hoz de bronce, le cortó la cabeza, que guardó en las alforjas. Del tronco sangrante nacieron el caballo Pegaso y el gigante Crisaor. Perseo, haciéndose invisible para no ser capturado por las hermanas de Medusa, las Gorgonas, se dirigió al reino de Atlas, dueño de un jardín de frutas de oro, que se negó a darle hospedaje. Nuestro héroe, ofendido e irritado, sacó la cabeza de Medusa de la bolsa y poniéndola, sin mirarla, frente a los ojos de Atlas, lo petrificó, quedando convertido en una gran cordillera. Se dirigió luego a Etiopía, donde encontró, encadenada a un escollo, a la joven y hermosa Andrómeda, hija del rey Cefeo. Al preguntarle Perseo la razón de su situación, ella le explicó que su madre, Casiopea, había tenido el desliz de declararse más bella que las Ninfas del Mar. Éstas, sintiéndose ofendidas, pidieron a Poseidón, dios del mar, que las vengase y éste provocó una gran inundación que, con la sal de sus aguas hizo estériles las tierras del reino, y envió un monstruo marino que devoraba hombres y rebaños. Consultado el oráculo, aconsejó, para conjurar el peligro, ofrecer en sacrificio a Andrómeda. Por eso se encontraba allí y en aquella situación. 
     Apenas había Andrómeda relatado su historia, cuando surgió del fondo del mar el monstruo que debía devorarla. Perseo se elevó a lo alto, de modo que aquél pensó que su sombra era él y la atacó. Entonces Perseo, descendiendo con su hoz de bronce en la mano, lo mató. Liberó a Andrómeda, la devolvió a su casa, se casó con ella y fue feliz a su lado. Lo único que empañó su felicidad fue que, más tarde, tomando parte en unos juegos guerreros en Tesalia, al arrojar Perseo el disco, fue éste a dar a uno de los espectadores matándolo. Aquel espectador resultó ser su abuelo Acrisio que, enterado del regreso de su nieto, había huido de su reino y se había refugiado allí. Y así fue cómo Perseo heredó el trono de Argos, cumpliéndose el oráculo que había predicho que lo mataría y heredaría. 
   Veamos ahora el significado oculto de este interesante mito: Acrisio representa el egoísmo, el yo inferior, la personalidad. Dánae, su hija, la mente concreta. Perseo, que es hijo de ésta y de Zeus, es la mente abstracta, el Espíritu Humano, el Yo Superior, espiritual y consciente. Y está escrito en las propias leyes naturales que el Yo Superior ha de sustituir, un día u otro, al yo inferior, a pesar de los esfuerzos de éste. Polidectes es el instinto bienhechor que, siguiendo las directrices de la mente concreta, educa al Yo Superior que, cuando se siente lo suficientemente desarrollado, mata a la Medusa, que representa la ilusión de la materia. La historia de ésta significa que la belleza material, cuando entrega sus encantos a las fuerzas intelectuales profanas, tórnase nociva ya que seduce, envenena e insensibiliza los corazones, convirtiéndolos en piedras.      
       Las tres Fórkides, con su sólo ojo y su solo diente, representan la ceguera de la costumbre, la pereza espiritual y la falta de discernimiento. Mientras que las Ninfas poseen los dones de elevarse a las alturas, ver con la vista espiritual y volverse invisibles a los perseguidores. Representan, pues, las fuerza superiores benéficas. 
     La hoz de Hermes representa el sano raciocinio. El escudo de Atenea, el saber adquirido por la experiencia. El Yo Superior, pues, decapita a la Ilusión de la Materia y guarda en las alforjas de su memoria el recuerdo de los mágicos efectos de esta seductora. Por eso, una vez separada de la Materia, su poder de fascinar produce la inspiración poética y el progreso técnico, representados por Pegaso y Crisaor. 
      Atlas representa el poder del dinero que, cuando niega su apoyo al espíritu, pierde su vitalidad y la posibilidad de gozar de él.                 Andrómeda simboliza el Arte verdadero, hija del trabajo y la imaginación. Cuando la belleza natural, representada por las Ninfas del Mar, las Nereidas, es menospreciada por la imaginación, las fuerzas naturales la vengan, transformando el arte en una víctima de las bajas concepciones y los impulsos nocivos. 
   El Yo Superior, armado con la sana razón, con el escudo del conocimiento adquirido por la experiencia y con la facultad de elevarse en alas de la Intuición, liberta y salva al arte, Andrómeda, y en unión con ella goza de felicidad.
    Y la muerte de Acrisio ejemplifica que el karma maduro es absolutamente inevitable. 
     
    El mito de Prometeo
      Los dioses, conjuntamente, crearon la raza de los hombres de la edad de oro. Todo era común. No había enfermedades ni vejez ni privaciones, sólo felicidad. Se trata de la llamada Época Polar en nuestra Filosofía.
     A la raza anterior la sucedió, también creada por todos los dioses, la de plata, que resultó ser débil y sin valores especiales, por lo que Zeus la destruyó. Era la llamada Época Hiperbórea
      Le siguió la raza de la edad de bronce, fuerte y robusta, pero tampoco satisfactoria. Ocurrió en la llamada Época Lemúrica 
     Y, por fin, llegó la raza de la edad de hierro, a la que Prometeo ayudó entregándole el fuego que había robado del Olimpo. Era la Época Atlante
      Prometeo era hijo de un titán, Iapetos, y de Gaia, la Tierra. Tendía a proteger a los hombres y deseaba proporcionarles el fuego, que desconocían. Pero Zeus se negó. Por eso, Prometeo lo robó del Olimpo y lo entregó a los hombres. Lo cual hizo que Zeus lo condenase a permanecer encadenado a una roca del Cáucaso, donde cada mañana acudía un águila que devoraba su hígado que, durante la noche le volvía a crecer. Zeus, además, para vengarse de Prometeo en sus protegidos, ordenó a Hefaistos que crease a Pandora, cosa que hizo con arcilla y agua, añadiéndole, además, la voz, la fuerza vital, el rostro de las diosas inmortales y las gracias de una virgen, más el arte del engaño. Los demás dioses le añadieron toda clase de atractivos y, cuando estuvo concluida, se la dieron como esposa a Epimeteo, hermano de Prometeo. Pandora llevaba consigo un cofre que contenía todos los males, pero que, en el fondo, contenía también la esperanza. La curiosidad de Pandora hizo que abriese el cofre y todos los males se escapasen, cayendo sobre la humanidad. Afortunadamente, salió también la esperanza que es lo que mantiene la ilusión de vivir. 
    Prometeo enseñó a los hombres la astrología, la agricultura, el cálculo, las letras, la domesticación de animales, la navegación, la medicina y la metalurgia.
     Zeus envió un diluvio para vengarse y destruir a la humanidad, pero Prometeo se lo comunicó a su hijo Deucalión que, siguiendo sus instrucciones, construyó un arca que resistió los nueve días con sus noches en que diluvió, junto con su mujer, Pirra.
    Terminado el diluvio, dio comienzo la Época Aria (la actual) en la que Deucalión, tras hacer un sacrificio a Zeus, obtuvo de éste que hiciese una nueva raza y la liderasen él y Pirra. Para ello, el oráculo le indicó que arrojasen hacia atrás “los huesos de su madre”, forma críptica de referirse a Gaia, la Tierra, su abuela.    Arrojaron, pues, piedras, por encima de sus hombros y, de las que lanzaba Deucalión nacían hombres y de las arrojadas por Pirra, mujeres. 
     Este mito está relatándonos, al mismo tiempo, la caída de Eva y sus consecuencias, la promesa de la redención, el diluvio, que acabó con  la mayor parte de la raza atlante, y el nacimiento de la raza aria, representada por Deucalión. Lo mismo que nos narra el Génesis con el Pecado Original y el relato de Noé y su arca. 
     
      El mito del adivino Tiresias.
        Tiresias es un hombre muy especial. Cuenta su mito que, este ser privilegiado subió un día a la cima del Monte Cillene, donde encontró dos serpientes apareadas. Él las separó y, como consecuencia de ello, quedó convertido en mujer. Durante siete años, Tiresias alternó los sexos siete veces - siempre por causas kármicas como odios, maldiciones, venganzas, ambiciones, etc. - hasta que, pasado ese tiempo, volvió al mismo lugar y vio a las mismas serpientes apareadas de nuevo, pero ya no las separó. Y, desde entonces, dejó de cambiar de sexo.
      Dada esta circunstancia, que lo hacía único entre los mortales, Zeus y Hera, su esposa, que disputaban un día sobre cuál de los dos sexos experimentaba más placer en el acto sexual (Zeus opinaba que la mujer y ésta que el hombre), decidieron consultarlo a Tiresias, puesto que él había participado de ambas naturalezas. Tiresias dijo que la mujer excede en un poco el placer del hombre, lo cual molestó a Hera, que lo castigó con la ceguera. Pero Zeus, satisfecho, le compensó con la facultad de entender el idioma de los pájaros y con la profecía y, además, le regaló un bastón de siete nudos que podía conducirlo tan bien como lo hubieran hecho los ojos. 
    Se dice de él que, cuando Alcmene, la madre de Hércules le consultó sobre su hijo, al observar que era un niño fuera de lo normal, le contestó: “Los Destinos le han impuesto doce trabajos, después de los cuales, depositando sobre la hoguera de Troquis sus despojos mortales, será conducido al palacio de Zeus”. Y añadió: “Un día vendrá en que el hambriento lobo, viendo al tímido cervatillo acostado en su guarida, ya no osará hacerle daño”.                 También pasa por ser el inventor del caduceo, el bastón con dos serpientes enrolladas a su alrededor. 
    ¿Qué nos dice esta historia, aparentemente tan descabellada? Fijémonos en que, cuando la historia empieza, Tiresias era hombre. Y que, al ver las dos serpientes y separarlas, cambió de sexo. Está diciéndonos que, al principio, poseía manifiesta una de las dos polaridades del espíritu, la masculina. Pero, luego, al separar las serpientes, desarrolló la otra. ¿Y dónde ocurrió ese cambio? En la cima  de un monte, es decir, en otro plano, ya que sabemos que, en los mitos como en las escrituras, un monte significa siempre algún plano suprafísico. O sea, que Tiresias, tras la muerte, renació para manifestar, cada vez, la polaridad opuesta. Y durante siete vidas - y siete representa un período, un ciclo completo; recordemos, a estos efectos, los siete Períodos y los siete Globos y las siete Revoluciones y las siete Épocas y las siete Razas, y los siete días de la semana y las siete notas musicales, y los siete Rayos, y los siete colores del arco iris, etc. - y, por los motivos kármicos normales, es decir, por desavenencias y errores de convivencia, fue cambiando los sexos en cada encarnación. Y ¿hasta cuándo? Hasta que volvió a encontrar a las dos serpientes en la cima del monte. Pero esta vez ya había evolucionado. Ya había aprendido las lecciones de la vida y tenía las dos médulas o espinas dorsales desarrolladas. Y por eso los dioses le consultaron.
      Su respuesta nos está diciendo claramente que la mujer es más importante, más necesaria que el hombre, puesto que todo nace de ella y es ella la que pone su propia sustancia y su propia sangre para la creación del hijo y la que hace el trabajo de los primeros días para formar el feto. Participa, pues, más que el hombre en el placer de la creación. 
    ¿Y qué ocurrió cuando emitió su dictamen? Que quedó ciego para el mundo, que dejaron de interesarle las cosas de la tierra, que su espíritu estaba ya centrado en otros planos. Por eso pudo entender el lenguaje de los pájaros - los ángeles - y pudo predecir el futuro, porque tenía acceso, como todos los adivinos, a la Memoria d e la Naturaleza o al mundo de los arquetipos, la Región del Pensamiento Concreto del Mundo del Pensamiento.
   ¿Y el bastón? Está claro que representa la columna vertebral perfectamente desarrollada, con todos los vórtices iluminados y funcionando y, por tanto, sustituyendo con creces a la visión física; con ambas polaridades en perfecto equilibrio. Por eso se le considera el inventor del caduceo: las dos serpientes emparejadas, en pleno matrimonio místico, las dos polaridades en perfecto equilibrio, la involución y la evolución terminadas y perfectas, la consecución, el ideal de todo hombre.
    En cuanto a la predicción sobre Hércules, sabiendo que éste es el protagonista de un mito solar, es claro que los doce trabajos son los doce  meses del año, a lo largo del cual el Sol recorre su camino, terminado el cual, sube a la Casa del Padre.
   Por otra parte, ¡qué cerca está su predicción de ese lobo hambriento que no ataca al cervatillo y la de la Biblia que habla de la época en que el lobo y el cordero comerán juntos! Está, pues hablando de los efectos del trabajo de Cristo.
    El paralelismo, pues, entre las dos mitologías, la griega y la cristiana, es total. Baste, sin embargo, de momento este esbozo para convencernos de que todas las religiones tienen un mismo origen, Dios, y una misma finalidad, el retorno a la Casa del Padre. 


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