miércoles, 6 de mayo de 2015

Sólo un mendigo



SÓLO UN MENDIGO
 por Francisco-Manuel Nácher 

Nota de prensa. 
          "Un hombre de unos 60 años, sin documentación alguna y aún no identificado, ha aparecido esta mañana, al parecer muerto de frío, en un portal de la Gran Vía. Llevaba sólo una camisa, un pantalón y unas zapatillas de deporte, y se cubría con una gabardina vieja. Su mano derecha estaba en un bolsillo de ésta, asiendo fuertemente un papel enrollado que contenía 900 pts. en monedas de cien y en el que, a lápiz, había escrito: “Para los sin hogar de Bosnia’’.
     Ahí termina la noticia. Y ahí debería terminar nuestro comentario. Porque, llegados a este punto, lo único adecuado es el silencio. Un silencio lleno de respeto, de admiración, de ganas de llorar, de vergüenza... 
      Porque, ¿es que hace falta saber más sobre él? ¿Es que nos importa conocer su nombre? ¿Es que nos ayudaría saber cómo él, que sabía escribir bien, llegó a esa situación, ni cómo ni cuándo fue perdiendo sus prendas de abrigo? ¿Las fue dando a personas más necesitadas que él? ¿Cómo perdió su casa? ¿Y su familia? ¿Cómo llegó a compadecerse, en su precario estado, de los bosnios, hasta el punto de ahorrar, a costa de su vida, para socorrerlos en la medida de sus fuerzas?
      Todas las posibilidades están abiertas. Podemos pensar que fue un profesional o un empresario o un comerciante o un funcionario o un obrero cualificado... ¡qué más da! Podemos suponer que tuvo mala suerte, mala salud, malos amigos o malos parientes o, incluso, malos vecinos. Podemos imaginar que su status social y personal se fue degradando. Y podemos suponer lo que todo ello iba significando para él: Sus intentos fallidos para recuperar su puesto en la sociedad, sus fracasos, su caída ininterrumpida, su final resignación, una vez alcanzado el último escalón social, el de mendigo. 
     ¿Qué pensamientos pasaron por su mente durante los últimos meses (¿o años?) de desgracias y penurias y desengaños y privaciones y vergüenzas y frustraciones y retiradas en silencio? ¿Qué sintió su corazón desilusionado, desesperado, solo...? 
     Tenía la mano derecha en el bolsillo de la vieja gabardina, sujetando y señalando a la vez, lo que había ahorrado para los pobres de Bosnia. ¡Qué relativo resulta todo a la vista de su cuerpo, empequeñecido por la muerte, pero inmensamente engrandecido por ése su último gesto!
       ¿Qué proceso mental y espiritual tuvo lugar en su alma para que se considerase rico en comparación con las víctimas de la guerra que, seguramente vio en el televisor de algún bar adonde habría ido a pedir limosna o a comprar un bocadillo con las pesetillas, recién recibidas, de alguien que se apiadó de él?
      Nada sabemos de su vida. Pero sabemos que era un buen hombre. O, mejor aún, un hombre bueno.
        Ahora que ya no será posible, nos gustaría haberlo conocido y haberle ayudado y hasta, quizás, haberle franqueado un techo y tendido una mano y ofrecido nuestra amistad. ¡Hay tantas personas menos dignas con las que a diario convivimos! Nosotros mismos, ¿podemos considerarnos mejores que él?
       Quizá nos lo cruzamos un día, o muchos días, y quizás nos tendió su mano y quizás miramos a otro sitio y le negamos una parte mínima de lo que nos sobraba. Quizás nos miró a los ojos y su mirada hurgó durante unos instantes en el fondo de nuestra alma, pero aquella conmoción momentánea, poco a poco, se fue borrando de nuestra memoria. Quizás le dimos algo...
    ¿Cuánto le costó ahorrar aquellas 900 pesetas? ¿Qué pensaba solucionar con ellas? ¿O ha sido sólo un símbolo, un toque de atención y un ejemplo para todos nosotros? Porque su legado no ha sido, ni mucho menos, de 900 pesetas. No. Su legado ha sido mucho más valioso y más efectivo que lo hubieran sido muchos millones. Porque nos ha hecho reflexionar. Nos ha hecho mirar a nuestro interior. Nos ha hecho volver a ser humanos. En una palabra: Nos ha hecho mejores.
   ¿Cómo y cuándo descubrió que todos somos uno; que, lo mismo que el aire que respiramos es uno y es de todos, y el agua que bebemos es una y es de todos, también la vida que cada uno creemos propia, es una y es de todos? ¿Cuándo y cómo se dio cuenta de que, si polucionamos nuestro aire con nuestros bombas y nuestros gases, estamos polucionando el aire de todos; y si polucionamos nuestra agua con nuestros detritus, estamos polucionando el agua de todos; y que si polucionamos nuestra vida con nuestros egoísmos, estamos polucionando la vida de todos?           ¿Fue una conversión instantánea o fue una laboriosa y dolorosa reestructuración de su escala de valores, a medida que iba perdiendo los bienes que le habían parecido siempre tan valiosos, tan necesarios, tan imprescindibles, hasta quedarse sin ninguno?           ¿Cómo y cuándo descubrió que una limosna no lo es en realidad si, con ella, no damos una parte de nosotros mismos? 
   Da miedo la vida. Más que la muerte. Es tan frágil, tan vulnerable, tan inesperada... Creemos que sólo los poderosos, los célebres, los ricos nos pueden influir y luego, llega un mendigo, un hombre sin documentación, sólo un hombre, sin más, un pobre abandonado a su suerte, encogido en el rincón de un portal y, sin pretenderlo, sin haber buscado fama, ni dinero, ni poder o, quizás después de haberlos perdido, con su último gesto, nos conmueve a todos, nos señala, sin pretenderlo, con su dedo, acusador y comprensivo a la vez, nos vapulea el alma sin quererlo, nos lo dice todo sin pronunciar una sola palabra, nos hace pararnos en seco en nuestro deambular por la vida, y graba en nuestra memoria un tatuaje que ya nunca se borrará: Un tatuaje hecho de amor, de verdadero amor. Por eso, a pesar de todo, a pesar de su regañina cariñosa y sin palabras, nos da un mensaje de esperanza. Porque cuando, sintiéndose morir, metió la mano en su bolsillo y apretó aquel tesoro para que no se perdiese y llegase así a su destino, estamos seguros de que se sintió feliz. No es posible evitar el imaginarnos el alma de este hombre, para todos insignificante, saliendo, luminosa, de su maltrecho cuerpo y siendo transportada, en volandas, por los ángeles, hasta lo más alto del cielo, hasta el mismo trono de Dios. 

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