EL RICO
por Francisco-Manuel Nácher
En medio del camino de la vida, me tropecé con un rico:
- Dime, amigo, ¿por qué causa piensas tú que te has hecho rico?
- Porque he trabajado mucho para serlo.
- ¿Crees, pues, que te lo debes a ti sólo?
- Estoy seguro de ello. Soy rico gracias a mi esfuerzo.
- ¿De verdad crees que nadie ha influido en ello?
- De verdad lo creo. He tenido que luchar duro y no he recibido
precisamente ayudas.
- ¿Cómo empezó tu ascensión hacia la riqueza?
- Empecé trabajando de empleado.
- ¿Y quién hizo que empezases allí?
- Nadie. Fue casualidad.
- ¿Casualidad?
- Sí. Casualidad. Yo no tenía trabajo. Entonces me encontré con...
- ¿Hiciste algo especial para encontrarte, precisamente en ese
momento, con esa persona?
- No.
- Entonces, eso no fue mérito tuyo, ¿no?
- Bueno, de acuerdo. El encuentro no se debe a mi esfuerzo. Pero,
desde ese momento, todo me lo debo a mí mismo y son muchos años de trabajo.
- ¿Has estado enfermo durante todo ese tiempo?
- No.
- ¿Si hubieras estado enfermo hubieras podido hacer lo que has
hecho?
- No, ciertamente, no hubiera podido.
- ¿Y la salud, te la proporcionaste tú mismo?
- No, la salud, lógicamente, no me la he proporcionado yo. Es algo
que me viene de modo natural.
- ¿Entonces no se debe a tu esfuerzo?
- La salud, no; pero todo lo demás, sí.
- ¿Y si hubieras muerto?
- Si hubiese muerto no hubiera podido hacer ningún negocio.
- ¿Y la muerte hubiera dependido de ti?
- No.
- ¿Has contado con colaboradores, o lo has hecho todo tú solo?
- Sí, claro. He contado y cuento con magníficos colaboradores que,
realizando mis ideas, me han ayudado a hacer lo que he hecho.
- ¿Y esos colaboradores los hiciste tú?
- No. Los encontré, me parecieron buenos y los uní a mi equipo.
- ¿Y quién te los envió?
- Nadie.
- ¿Nadie? ¿Aparecieron porque sí?
- Hombre, porque sí, no. Pero aparecieron.
- ¿Oportunamente?
- Sí, eso es cierto. Fueron apareciendo en mi vida oportunamente.
- ¿Has realizado alguna vez un negocio muy importante, cuyo éxito
no estaba en tu mano, sino en la decisión de otros?
- Sí, muchas veces.
- ¿Y quién crees tú que hizo que las cosas se desarrollaran de modo
que fueras tú quien hiciese el negocio?
- No lo sé.
- Pero, ¿tú no fuiste?
- No. Realmente, yo no fui.
- Y, a pesar de no haber dependido de ti aquel primer encuentro, ni la oportuna llegada de tus colaboradores, ni tu salud, ni tu vida, ni la decisión de importantes negocios, ¿piensas realmente que lo que tienes te lo debes exclusivamente a ti mismo?
- Bueno, visto así he de reconocer que he tenido suerte.
- ¿Entonces debes tu riqueza a la suerte?
- Si lo miro fríamente y en última instancia, sí.
- ¿Y quién, crees tú que maneja la suerte?
- No lo sé.
- Si la manejara alguien ¿no sería él realmente el causante de tus
éxitos?
- Sí, sería él.
- ¿Y crees que si ese alguien existiera, tendría alguna razón especial
para favorecerte a ti y a otros no?
- No se me alcanza a comprender por qué, pero he de pensar que sí.
Porque otros se han muerto o han enfermado o sus colaboradores los han engañado o, sencillamente, los negocios decisivos no les han salido bien sin culpa por su parte.
- ¿No encuentras, pues, explicación a esas diferencias?
- No. No la encuentro. Al menos no encuentro una explicación lógica y razonable.
- ¿Sería explicación lógica y razonable la de que tú tenías créditos
adquiridos, y los demás habían contraído deudas, y la vida ha hecho que todos saldarais cuentas?
- Sí. Sería una explicación lógica si yo hubiese adquirido créditos y
los demás deudas. Pero eso no ha ocurrido, que yo sepa.
- Que tú sepas. O que tú recuerdes, que es lo mismo, ¿no?
- Desde luego, ni lo sé ni lo recuerdo.
- ¿Y si hubieras vivido anteriormente otras vidas?
- Me acordaría.
- ¿Te acuerdas de todos los porrazos que te diste cuando aprendías a andar?
- No.
- ¿Pero sabes andar?
- Claro.
- ¿Gracias a aquellos porrazos?
- Sí.
- ¿Lo consideras normal?
- Sí. Así ocurre con todos. Vamos aprendiendo a base de traspiés.
- Y si eso es una ley natural ¿por qué no va a ser aplicable a la vida?
- ¿Quieres decir que yo, en otra vida, aprendí a andar mejor que los
que ahora aún han dado traspiés y, sin embargo, ni ellos ni yo nos
acordamos?
- ¿De qué te serviría acordarte de todos y cada uno de los golpes,
llantos y caídas que te costó aprender a andar?
- Verdaderamente, de nada. Me sirvieron para aprender a andar en su momento, pero ahora lo que importa es que sé andar.
- ¿Te parece razonable?
- Si. Empiezo a comprender y empiezo a descubrir un mundo distinto o, por lo menos, una perspectiva nueva para contemplarlo.
- ¿Sólo para contemplarlo?
- Bueno, para contemplarlo y para vivir en él y para considerar a los
demás y a las cosas y a la vida y a todo, de otro modo...
- Y, ese ser que rige la suerte y nos permite tropezar para que
aprendamos a andar, ¿crees que hará las cosas sin motivo, sin un
propósito?
- No lo creo. Un ser capaz de regir la vida y la suerte, si existe, debe
tener una inteligencia muy superior a la nuestra y, por supuesto, no puedo admitir que haga nada sin un fin determinado.
- ¿Piensas, pues, que te ha dado la riqueza sólo porque aprendiste a
andar antes y para tu exclusivo disfrute? ¿O te parece más lógico que te la haya dado porque, siendo tú más capaz por haber aprendido más deprisa, piensa que vas a utilizarla para ayudar a los que van detrás?
- Sí. Pienso que ese debe ser el fin perseguido.
- ¿Entonces?
- No sé qué decir. Pero, desde este momento el mundo se me hecho
más grande y más hermoso y, a la vez, más pequeño y familiar. Veo a mis semejantes de modo distinto, como más próximos a mí, y empiezo a encontrar una lógica a todo lo que ocurre.
- Por el momento, eso basta.
* * *
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