martes, 7 de enero de 2014

EL TERCER MUNDO


EL TERCER MUNDO
por Francisco-Manuel Nácher

- A mí lo del tercer mundo me deja frío.
- ¿Por qué?
- Porque sí. ¿Qué tengo yo que ver con los que no pueden comer? A
lo mejor es que no quieren trabajar, o que no son lo suficientemente
inteligentes para abrirse camino en la vida o, si quieres, que los gobiernos de sus países están compuestos por sinvergüenzas que roban todo lo que pueden o, en el mejor de los casos, por incompetentes. ¿Y por eso voy a tener que pagar yo? Yo me lo trabajo y me lo gano y mis esfuerzos me
cuesta. Que hagan ellos lo mismo.
- Tienes razón.
- Claro.
- Sólo que...
- ¿Qué?
- Si tú hubieras nacido en uno de esos países, de padres en la miseria, ¿qué harías?
- No lo sé. Me espabilaría.
- ¿En qué sentido? ¿Quieres decir que "te echarías al monte", como
se suele decir? ¿Que te dedicarías a robar, a atracar a otros o a traficar con lo que fuera para comer?
- No, hombre, no. Trabajaría.
- Ya. Y, si a pesar de tu buen deseo, no encontrases trabajo ni
alimento, ¿qué harías?
- No sé.
- Pues convendría que lo supieses.
- Es que así no me lo he planteado nunca. Y, bien mirado, tampoco
tengo que planteármelo así. Lo cierto es que yo vivo aquí y tengo trabajo y puedo comer. Lo demás no me importa.
- Como te he dicho, es una postura.
- Sí. Es mi postura. Y tan respetable como cualquier otra.
- Es una postura, como cualquier otra. Lo que ya no te acepto es que sea respetable.
- ¿No? ¿Y por qué?
- En mi opinión el respeto sólo lo merece la actitud digna de él. Y yo no veo que la tuya lo sea.
- ¿No? Hombre, tiene gracia. ¿Es que no me estoy ganando mi pan
toda mi vida? ¿Es que he hecho algo que se me pueda reprochar? ¿Por qué, pues, no merezco tu respeto?
- Yo no he dicho que tú, como persona, no merezcas mi respeto. Lo
que he dicho y mantengo es que tu postura ante el tercer mundo, si es la que tú has enunciado, no merece ningún respeto.
- ¿Y eso por qué?
- Porque, el que tú trabajes, como todos en los países más avanzados, no tiene ningún mérito. Y el que te ganes así tu pan, tampoco. Y el que no te hayas dedicado a la delincuencia, tampoco. Prácticamente es lo que hacemos todos.
- ¿Entonces?
- Entonces eso: En un país como el nuestro, en cualquier país del
primer o segundo mundo, no tiene ningún mérito. Es lo que se espera de cada uno.
- Pues no entiendo tu postura.
- Sí. Está clara. Tú trabajas. Pero trabajas porque tienes trabajo,
porque has nacido en un país en el que se vive bien.
- Si he nacido en un país en el que se vive bien, ¿por qué me he de
preocupar por los que han nacido en países en los que se vive mal? ¿Qué culpa tengo yo?
- Pero, vamos a ver. Supongo que tú no has elegido nacer aquí, ¿no?
- No, claro.
- ¿Entonces por qué has nacido aquí?
- No lo sé.
- ¿Por casualidad?
- Podría ser.
- Bien. Sólo puede ser por uno de estos dos motivos: O por
casualidad o por causalidad. ¿Estás de acuerdo?
- Sí.
- Vamos, pues, a reflexionar sobre el primero, la casualidad. ¿Crees
que la vida y el mundo y el cielo y todo está regido por la casualidad, es decir, que todo ocurre porque sí, arbitrariamente, sin una causa propia y sin una finalidad concreta ni un sentido determinado?
- Absolutamente arbitrario no podría asegurar que sea.
- ¿Por qué?
- Porque hay una serie de cosas que obedecen siempre a la misma
causa... Yo diría que, bien pensado, todo tiene una causa. No puedo
imaginar nada que no ocurra o nazca sin causa.
- ¿Quieres decir que todo tiene una causa?
- Sí. Exactamente. Todo tiene una causa que lo produce.
- ¿Me puedes poner algún ejemplo?
- Sí, claro. La gestación es consecuencia de la fecundación y el
nacimiento, de la gestación; la noche es consecuencia de la ocultación del sol tras la tierra; la lluvia es consecuencia de las nubes; las plantas son consecuencia de las semillas; la muerte es consecuencia de la vida...
- Pero, ¿conocemos todas las causas?
- Hombre, no. Pero, partiendo de que las cosas que conocemos, todas tienen una causa, hay que pensar que las cosas cuya causa no conocemos, también la tienen.
- De acuerdo. Pero yo te haría una pregunta.
- ¿Cuál?
- Dices que todo tiene una causa, aunque lo importante sería poner la frase al revés.
- ¿Cómo?
- Así: ¿La misma causa produce siempre el mismo efecto?
- Claro que sí. Bueno, supongo que sí. Porque, sino estaríamos en la
falta de causas, en el azar y, después de lo que te he dicho, no puedo creer en el azar.
- O sea, que todo tiene una causa y siempre la misma. Y cada causa
produce siempre el mismo efecto. ¿Es eso lo que tú quieres decir?
- Exacto.
- Pero, ¿tú piensas que eso se refiere a todo o piensas que debe de
haber algo en el mundo que escape a esa, digamos, ley natural?
- Si pienso en la causalidad he de admitirla para todo. Sería absurdo e irracional pensar que casi todo tiene una causa, pero algunas cosas, no, y ocurren sin motivo o por causas distintas cada vez o, lo que sería peor aún, sin causa.
- Entonces, ¿estás convencido de que todo tiene una causa y de que
esa causa siempre produce el mismo efecto?
- Sí. Absolutamente.
- Tú me has dicho, por ejemplo, que la fecundación es causa de la
gestación, pero luego has dicho que la gestación es causa del nacimiento, ¿no?
- Sí.
- Luego admites que un efecto puede, a su vez, convertirse en causa
de otro efecto.
- Claro. Es más, en realidad, yo creo que se trata de cadenas de
causas y efectos.
- ¿Podrías aclarármelo?
- Sí. Por ejemplo, la evaporación causa las nubes, éstas la lluvia, éstas el mar, etc.; o. el trabajo es la causa de que gane dinero, éste de que compre cosas, éstas de que me sienta seguro y realizado, etc.; o, la fecundación es causa de la gestación y ésta del parto y éste de la infancia y ésta de la juventud, etc.
- De acuerdo. Te voy a hacer ahora una pregunta.
- Vamos a ver.
- Aceptado que todo tiene una causa y que cada causa produce un
efecto y que los efectos se convierten, a su vez, en causas para nuevos efectos, y que eso es aplicable a todo el mundo, a todo el universo, ¿crees tú que todo ello, ocurre arbitrariamente o que obedece a alguna norma, a alguna ley, a alguna manera de proceder? O, dicho de otra manera ¿Crees tú que con cada causa y su efecto y con el conjunto de las causas y sus
efectos se persigue algún fin, que todo ello va en alguna dirección, que tiene algún sentido?
- Hay que pensar que sí. Sería absurdo decir que toda causa produce siempre el mismo efecto y que todo efecto obedece a la misma causa, lo cual, implícitamente, contiene una racionalidad, una lógica y hasta yo diría que una finalidad, y luego afirmar que esa constancia, esa permanencia, esa fijeza no persigue algún fin, tanto individualmente, en cada cadena de causas y efectos, como en el conjunto de cadenas que constituye el universo entero. Es impresionante decir esto pero es la única respuesta
lógica que se me ocurre y no creo que haya otra respuesta más
satisfactoria.
- Realmente, no la hay. Pero has enunciado algo muy importante.
- Lo sé.
- Has dicho que existe un plan, no sólo para todo lo que constituye el universo, sino para cada individuo. ¿O te he comprendido mal?
- No. No me has comprendido mal. Pero es que no se me ocurre otra respuesta. O todo es lógico - y si es lógico es razonable y persigue algo, también lógico - o todo es ilógico y entonces no tiene sentido la relación inexorable de causas y efectos que - y ahí no hemos entrado, pero se me ocurre ahora - se entremezclan mutuamente dando lugar a un entramado,
que forma el mundo, un mundo que cambia, que evoluciona que, a ojos vistas, se encamina en una determinada dirección y, ostensiblemente, hacia una meta concreta.
- ¿Por tanto?
- Por tanto, he de concluir que, lo mismo que digo que todo tiene una causa y que todo efecto es, a su vez, causa de algo, afirmo que existe un plan que lo dirige todo, que lo aglutina todo y lo encamina en una determinada dirección con un determinado fin. Y, volviendo a lo que hemos estudiado antes, comprendo ahora que cada causa, al producir su efecto, y al ser parte de un plan conjunto, pretende también un fin concreto y no otro. Esto es maravilloso. Nunca hubiera creído llegar a estas conclusiones. Y, te aseguro que me van a hacer pensar mucho.
- Veo que te han impresionado tus propias conclusiones.
- Claro. Es que son conclusiones trascendentales para comprender,
tanto el universo como el individuo. Pero, digo yo, y con ello seguimos nuestra charla: Si existe un plan para ti y otro para mí y otro para cada hombre y, habrá que concluir, para cada animal y cada vegetal y cada mineral y cada estrella, es decir, si existe un plan general del que formamos parte, ¿dónde queda la libertad? ¿Qué papel juega el libre albedrío, si es que existe? En otras palabras: ¿Ese plan nos obliga a hacer lo que no queremos y nos encamina ciegamente a la meta en él prevista?
- Ya que te planteas esa pregunta, también muy importante, vamos a tratar de dilucidarla.
- ¿Crees que podremos?
- ¿Por qué no? Con la mente se puede resolver cualquier problema.
Es sólo cuestión de concentración. La mente es como una lupa y, lo mismo que ésta puede concentrar los inofensivos rayos del sol y convertirlos en fuego, la mente puede concentrar la fuerza mental y resolver lo que sea. El único límite es la capacidad de concentración de cada cual, es decir, el dominio que se tenga de la propia mente, que no es más que una herramienta al servicio del hombre, del verdadero hombre, que es un espíritu que la utiliza como instrumento.
- Pues bien, vamos allá.
- ¿Tú te sientes libre?
- Hombre, yo sí.
- ¿Pero completamente libre?
- Si llamas libre a salir en este momento por la ventana volando y
aterrizar en la terraza, pues no. En ese sentido no soy libre porque tengo mis limitaciones. Tampoco puedo vivir bajo el agua y respirar su oxígeno.
Pero, en mi ambiente, en el ambiente de los seres humanos y dentro de lo que podríamos llamar mi campo de actuación, pienso que sí que soy libre.
- ¿En qué sentido?
- En todos los sentidos: Yo puedo estarme quieto o moverme o
sentarme o levantar la mano. O puedo hablar o callarme o sentir, si quiero, amor por mis amigos o puedo sentir aversión hacia alguien que me cae mal. O puedo pensar, como estoy haciendo ahora. Y sé que, si quisiera, dejaría de hacerlo. Luego soy libre.
- ¿Entonces quieres decir que, hagas lo que hagas, estás siempre
cumpliendo lo que el plan que para ti se previó, exigía en cada momento?
- No. Eso no es lógico y, por tanto, es imposible. Yo no puedo, a la
vez, hacer algo determinado de antemano si hago otra cosa. Y estamos viendo que puedo, libremente, hacer una cosa u otra.
- ¿Entonces?
- Es que quizás el plan nos deje cierta libertad y sólo si nos apartamos de él por encima de cierto margen, es decir, si ponemos en funcionamiento causas que nos van a conducir con sus efectos más allá de lo previsto, intervenga una causa ajena a nosotros que nos obligue a volver a "nuestro sitio".
- ¿Cómo concibes tú esto?
- Bueno. Yo lo veo así. Esa respuesta me parece lógica y, al mismo
tiempo, con ese margen de libertad que se nos da, se nos proporciona también la posibilidad de aportar algo, de aprender, de ser los protagonistas de nuestra vida sin salirnos de lo que se espera de nosotros.
Cuanto más lo pienso, más me convence.
- Cierto. Eso es compatible, además, con la existencia del libre
albedrío. Veo que has captado fácilmente el tema. ¿Podrías poner un ejemplo de esa "llamada de atención"?
- Por supuesto. Por ejemplo: Recuerdo que yo conocí a mi mujer a
través de unos desconocidos. Yo no tenía previsto ir a determinado lugar determinado día, a determinada hora. Es más, nunca había ido. Pero un conocido, unos días antes, me sugirió ir y me presentó a dos amigos suyos.
Pues bien, el día indicado acudí y los dos amigos de mi conocido me presentaron a la que hoy es mi mujer. Yo veo claro que, por lo visto, debía casarme con mi mujer y como, ejercitando mi libertad, no pensaba ir a ese lugar, tuvo que intervenir mi conocido y sus dos amigos en el momento oportuno para que yo fuese y conociese a mi mujer, con lo cual, al parecer, volví a actuar, libremente, dentro del plan previsto para mí. Supongo que a todos nos ha ocurrido muchas veces el que nos sucedan cosas, a veces importantes, por una serie de "casualidades" que, bien miradas, no son tales, sino "retoques" a la serie de causas y efectos que en el ejercicio de nuestro libre albedrío, estábamos generando y que, seguramente, nos iban
a conducir a "salirnos del plan".
- Indudablemente es la explicación apropiada. La única manera de
conciliar el libre albedrío con el plan divino, la predestinación con la libertad.
- Estoy seguro.
- ¿Y qué conclusión sacas de todo esto?
- Fundamentalmente, que nacemos con un objetivo o, por lo menos,
con un proyecto de vida.
- ¿Y qué piensas que debe incluír ese plan de vida?
- Lo lógico es que comprenda las cosas más importantes, las que han de resultar clave para que lo cumplamos, ¿no?
- Exacto. Pero, ¿qué circunstancias incluirías tú entre esas que llamas importantes?
- Hombre, incluiría la época, el país, la familia, quizá el estatus
social, las posibilidades económicas e incluso la capacidad intelectual o manual o artística.
- Pero, si has dicho que todo tiene una causa, ¿cuál piensas tú que
debe ser la causa de que uno nazca con esas características y no con otras?
- Lógicamente sólo hay dos respuestas: O el que ha concebido el plan lo ha hecho arbitrariamente, lo cual repugna a la razón, o ese plan es consecuencia de una actuación anterior del individuo que, al poner en funcionamiento, en otra vida, una serie de causas, la presente ha de comprender los efectos aún no producidos, ¿no te parece?
- No sólo me parece, sino que no hay otra explicación. Pero vamos
ahora a estudiar las causas y sus efectos.
- ¿En qué sentido?
- Desde el punto de vista de su actuación en nosotros, los humanos.
- No acabo de entenderte.
- Me refiero a si tú piensas que, aparte de un plan para cada uno,
existe cierta relación, aparte de la meramente causal, entre lo que uno hace y lo que recibe como consecuencia de ello.
- Sí. Es lógico, yo diría que necesario, admitir que uno recoge lo que
siembra. Eso lo estamos viendo a lo largo de la vida todos los días: Al simpático todos lo quieren; al antipático, en cambio, lo rehuyen; al que ayuda, le ayudan; al que no ayuda, lo aíslan; el amigo fiel encuentra amigos fieles; el que da amor, recibe amor; el cruel suele ser víctima de lacrueldad y el violento, de la violencia y el bebedor, de su adicción y el ladrón pronto se ve sin dinero... Yo diría que es una especie de ley natural, algo que rige el funcionamiento de todo y de todos y que se podría enunciar con aquello de que "quien siembra viento, recoge tempestades" o de que "el que a hierro mata, a hierro muere" o, incluso, y quizás mejor expresado con la ley física que dice que "a toda acción corresponde una reacción igual y opuesta".
- Estás descubriendo lo que, en términos técnicos, se llama la Ley de Retribución, de Acción y Reacción o del Karma. Y que es una ley universal, una ley natural de las muchas que configuran el mundo.
- ¿Y su actuación es como he dicho?
- Más o menos. Por ejemplo, ¿tú piensas que el presidente de un
gobierno lo es porque sí o porque, de algún modo, en algún momento de su pasado, puso en funcionamiento causas cuyo efecto ha sido el que acceda ahora a ese puesto?
- Lo lógico, desechado el azar, como hemos desechado, es pensar que su exaltación actual se debe a su actuación anterior, es decir, que es consecuencia de su pasado.
- ¿Y qué pasado piensas tú que debe uno tener para llegar a ser
presidente de un país?
- No sé. Pero debe haber hecho algo importante en beneficio de
muchos y por eso ahora se le da la oportunidad de que lo haga con más. Es una idea que se me ocurre, pero es la más razonable, ¿no?
- ¿Y el actual magnate de los negocios?. ¿Qué habrá hecho antes?
- Seguramente habrá repartido mucho dinero, habrá destinado su
dinero a obras públicas o culturales y ahora todo ese dinero le vuelve a sus manos. Me parece lo más lógico.
- Y lo es. ¿Y el que nace pobre?
- Ese, seguramente hizo mal uso de su dinero.
- ¿Y a qué llamas tú hacer mal uso del dinero?
- Hombre, desde mi punto de vista puede ser jugárselo y dejar a la
familia sin medios; o gastarlo en placeres o en ostentaciones innecesarias; o puede también haber explotado a otros hombres, privándoles de lo que les correspondía; o haber robado a otros lo que era suyo... Hay un montón de causas que se me ocurren y que, lógicamente, conducirían al efecto de carecer ahora de medios económicos.
- Todo lo que has dicho me hace pensar que tu opinión es la de que
hay que hacer buen uso de lo que uno posee y que "hacer buen uso" es compartirlo con los que tienen menos, ¿no?
- Por supuesto. Y aunque veo que esta conclusión me lleva a tener
que reconocer que yo estaba equivocado en mis planteamientos sobre el tercer mundo y la postura a adoptar frente a sus necesidades, he de decirte que sí, que aunque sólo sea por egoísmo, por no recibir luego la consecuencia de nuestro mal comportamiento, hemos de ayudar a quienes lo necesiten, haciendo caso omiso de las causas que provocaron su estado
actual, cosa que no es nuestro cometido, sino del que organiza los planes de vida.
- ¿No te sientes, pues, desvinculado de las necesidades del tercer
mundo?
- No. No puedo. Y he comprendido que no debo. ¡Cuánto se aprende pensando!

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