EL DÍA QUE CONOCÍ EL FUTURO
por Francisco-Manuel Nácher
Cuando uno duerme es muy difícil estar seguro de que lo que
está viviendo no es real. Tan real como lo que vive en estado de
vigilia. Y, lo único que puede hacer es grabar bien en su memoria las
escenas y sucesos del sueño para, luego, una vez "despierto" y
contando con que "sólo era un sueño", recordarlo, disfrutarlo y hasta
interpretarlo. Pero, claro, cuando uno está "allá", es decir, soñando, si
recuerda o piensa en algo de lo sucedido "aquí" durante la "vida
consciente", le ocurre lo mismo: Que parece algo lejano e irreal.
Yo no me atrevería a decir cuál de los dos mundos es el real, ni
que los dos lo son, ni que ninguno lo es, ni osaría afirmar que no se
influencian mutuamente. Incluso, creo estar en condiciones de afirmar
rotundamente que así es. Y, si no, el lector juzgará.
Estaba durmiendo. De eso estoy seguro. Y, no sé cómo ni por
qué, dialogaba con un ser que bien podría ser un ángel, puesto que era
luminoso, tenía aspecto humano y estaba claro que de él el bien surgía
espontáneamente. Incluso pienso que debía ser un ángel de un rango
bastante elevado. Lo cierto es que, no sé de qué estábamos hablando,
cuando yo le dije algo así:
- Tan imposible como conocer el futuro.
- ¿Por qué dices eso? Conocer el futuro es facilísimo.
- ¿Facilísimo?
¡Eso lo dirás tú! ¿Tú puedes conocer el futuro?
- ¡Claro!
- Y, ¿cómo lo haces?
- Yo no lo hago. Lo sé.
- ¿Pero cómo? No lo entiendo...
- Es muy sencillo: Todo lo que ocurre es siempre consecuencia
de una acción anterior, bien mental, bien emocional o de deseo, o bien
física, ¿no?
- Bueno... sí. Supongo que sí. Todo tiene una causa y, por tanto,
nada ocurre sin algo o alguien que lo provoque o produzca... Sí.
- ¿Entonces dónde está el problema?
- ¿Dónde está el problema? Pues en eso, en conocer el futuro.
- Pero, si tú conoces las causas que, en su momento, han de
producir su efecto, en realidad conoces ese efecto, ¿no? ¿Por qué crees
que se afirma que los acontecimientos proyectan su sombra hacia
delante? Precisamente por eso, porque se pueden prever.
- Pero yo no conozco las causas... Bueno, conozco algunas, pero
no todas las que concurren en cualquier acontecimiento.
- Eso no cambia nada en cuanto al proceso para conocer el
futuro. Porque, si conoces esas causas, sigue siendo facilísimo conocer
lo que va a ocurrir y hasta por qué.
- Claro que sí. Quizá tú puedas conocer todas las causas y para ti
sea fácil, pero yo no las conozco y para mí, no es que sea difícil sino
que resulta imposible. Por otra parte, ¿qué pasa con la libertad, con el
libre albedrío que yo pienso que tengo? ¿Es que yo, por ejemplo, no
puedo hacer, actuando libremente en un sentido o en otro, que mi
futuro sea distinto?
- Sí puedes. Claro. Pero tú también estás condicionado y
limitado, no sólo por tus acciones anteriores y por todo lo que te rodea
y por cuanto ha de suceder porque las causas para ello, no
dependientes de ti, ya se pusieron, sino que tú sólo puedes moverte en
un espectro muy pequeño de libertad.
- Pero no dejaré por ello de decidir mi futuro, ¿no?
- Sí y no.
- ¿Cómo sí y no? ¿Sí o no?
- Para ti, sí. Porque, con los datos que tú tienes y pudiendo actuar
dentro del marco de tu libertad, condicionas en parte el futuro, al
poner una u otra acción en marcha y, por tanto, producir un resultado
que te parecerá efecto de esa actuación tuya libre. Pero, en un nivel
superior, lo que tú puedas hacer en uso de tu libertad, si bien te
afectará a ti, según actúes bien o mal, no tendrá una influencia
definitiva en el acontecimiento importante en el cual confluyen, como
te he dicho, muchas más causas que no dependen de tu actuación.
- Entiendo. O sea, que yo soy libre. Y lo que haga será bueno o
malo, y serán causas de las que yo seré responsable y, por tanto,
recibiré sus efectos o consecuencias. Eso está claro, ¿no?
- Sí. Eso es rigurosamente así.
- Bueno, pues ya estamos de acuerdo en algo. Ahora, en cuanto
al futuro, yo - y supongo que todos - siempre que actúo lo hago con la
intención de conseguir algo. Si no, no actuaría.
- Cierto.
- Y ese algo es lo que realmente no sé si lo obtendré. Es el
futuro. - Porque aún no está en tu mano conocer todas las causas
concurrentes, algunas ajenas a ti.
- Por eso precisamente, uno de mis sueños ha sido siempre el de
conocer ese futuro tan misterioso, el adelantarme a los hechos.
- ¿De verdad crees que te gustaría?
- Hombre, claro.
- Yo creo más bien que no. Si quieres, puedes probar y te
convencerás de lo que te digo.
- ¿Cómo?
- ¿Tú quieres, a lo largo de un día, conocer el futuro?
- ¿Eso sería posible?
- Si lo deseas, yo puedo hacer que así sea. Con un día te bastará
y te sobrará.
- ¿No podrían ser tres?
- Podrían, pero es demasiado. No obstante, si tú quieres tres...
- Sí quisiera.
- Pues bien, ya está.
- ¿Seguro?
- Seguro.
- Y, ¿desde cuándo?
- Desde ya, si quieres.
- De acuerdo. Aceptado. Y no te puedes imaginar cómo voy a
disfrutar.
- Yo, insisto, no creo que eso te haga muy feliz. Pero te servirá
para aprender una lección importante.
- Entonces, ¿empezamos ya?
- Empezado.
Ésta fue, más o menos, nuestra conversación.
Cuando, a la mañana siguiente, me desperté, he de reconocer que
no me acordaba de este sueño, así que comencé mi rutina diaria como
todos los días.
Al tomar la pasta de dientes, se me cayó al suelo. En ese
momento, me di cuenta de algo: ¡Yo ya sabía que se me iba a caer!
¡Lo había visto un momento antes!
Automáticamente, recordé el sueño íntegro y, lógicamente, me
acometió la curiosidad de comprobar si lo del dentífrico había sido
sólo una casualidad. Pero no, con gran sorpresa por mi parte, cuando
probé con mi desayuno y deseé conocerlo, me vi desayunando...
exactamente igual como ocurrió luego, cuando desayuné “de verdad”.
Y cuando, más tarde, pensé en mi trayecto hasta el trabajo, lo vi con
todo detalle, contemplé cada semáforo, cada incidente, las personas
que iba a ver, los sentimientos que me iban a embargar... todo,
absolutamente todo, como luego, cuando emprendí realmente el
camino de la oficina, me fue ocurriendo. Sólo tenía que pensar en algo futuro deseando conocerlo, para
verlo ya realizado. Y luego, cuando, en su momento, llegaba, ocurría
exactamente como lo había visto.
No cabía duda, pues, de que estaba conociendo el futuro. Sentí
una inmensa alegría y me preparé para disfrutar durante los tres días
de que el ángel me había hablado. En tres días - pensé - podré tener
claro todo lo que me interesa conocer.
Toda la mañana, sin embargo, y ante lo extraordinario de la
situación, la dediqué a comprobar si yo estaba verdaderamente
despierto y si aquello era realmente cierto. ¡Y lo era! ¡Yo veía lo que
iba a suceder! Cuando llegó el momento de salir a tomar el café de
media mañana, yo ya había experimentado su sabor, su temperatura,
su cantidad, la satisfacción que me produciría, las conversaciones de
los compañeros, los chistes, las bromas... todo, absolutamente todo,
con todo detalle, y experimentado todas las sensaciones y sentimientos
que me produciría y que luego, cuando fui realmente al bar, volví a
experimentar con toda exactitud.
Como era época de jornada intensiva, poco después de mediodía
regresé a casa, un tanto excitado. Porque, durante la mañana, había
pre-vivido una entrevista con mi jefe, que luego ocurrió exactamente
igual; una reunión con un proveedor, que se repitió idéntica en la
realidad; una serie de conferencias telefónicas que viví antes de que
tuvieran lugar y había leído la correspondencia antes de recibirla.
Comencé a sentirme raro. Al llegar a casa, comí de nuevo lo que
poco antes había comido ya en mi pre-visión. Y, claro, no me apeteció
como otros días. Comí, sólo por consideración a mi mujer y al trabajo
que había hecho cocinando. Pero todo era ya distinto. En casa, las conversaciones con mi mujer y con mis hijos fueron
meras repeticiones de las que yo antes de tener lugar había ya vivido.
Yo me sentía como un papagayo, repitiendo lo que ya había dicho y
escuchando lo que ya había oído. Las noticias de la Televisión, las
conocí antes de conectar el aparato... y luego las vi y las escuché, de
nuevo, exactamente iguales.
Por supuesto, me consolaba: "Tengo toda la tarde y dos días
más para seguir experimentando, para sacar partido de esta facultad
con la que siempre había soñado".
Me pregunté, con cierto temor, he de reconocerlo, si me daría
algún golpe aquella tarde. Y me vi recibiendo un encontronazo en la
espinilla propinado por la mesa baja del salón. Poco después y a pesar
de todas mis precauciones, recibí el golpe y experimenté otra vez el
consiguiente dolor. Preví lo que mi mujer, que se había ido de
compras, traería, y lo vi con todo detalle. Incluso una sorpresa que me
compraría, consistente en una camisa. Claro, cuando luego llegó mi
mujer, la sorpresa ya no lo era y tuve que disimular y fingirme
agradablemente sorprendido. Quise ver en la televisión un partido de
fútbol y, antes de conectarla, resultó que ya conocía el resultado y
había visto las jugadas de los goles y vivido cada detalle del mismo...
que luego volví a ver en la realidad, pero ya sin interés alguno.
Sin querer, empecé a preocuparme. Aquello no era lo que yo me
había imaginado. Era algo muy distinto.
Lógicamente, me pasaron por la imaginación - pero procuré que
sólo superficialmente de modo que, al no "desear" la respuesta, ésta no
apareciera en la pantalla de mi mente - una serie de preguntas, cada
vez más intranquilizantes: ¿Cuándo me moriré? ¿Y mi mujer?. ¿Y mis
hijos? ¿Y mis padres?... Haciendo verdaderos esfuerzos por no
"desear" ver esas escenas, comencé a sentirme mal.
Un sudor frío me cubrió... ¿Seremos felices siempre? ¿Cuántos
años vivirán mis hijos? ¿Les irá bien en la vida?... Las preguntas eran
decenas, centenares, y se amontonaban en mi cabeza mientras yo
hacía verdaderos esfuerzos por no conocer las respuestas, porque esas
posibles repuestas me daban pánico. ¿Y si mi hijo tenía que morirse,
por ejemplo, de accidente, dentro de cinco años? ¿Quería yo pasar
esos cinco años viendo cada día la escena fatal y esperando a que
ocurriese? Y, si yo tenía que desarrollar un cáncer de estómago, por
ejemplo, a los 65 años, ¿tendría que vivir miles de veces todo el
problema, como en un ensayo ininterrumpido, hasta que me muriese
definitivamente? Y, si había de haber una desgracia en la familia,
¿tendría que saberlo desde ahora y pasar todo ese tiempo, como si tal
cosa, hasta que sucediese? ¿Y si el país no iba a ir bien y yo debía
perder mi trabajo, ¿cómo iba a convivir de modo normal con mis jefes
hasta entonces? Y, si mis hijos habían de contraer enfermedades, que
las contraerían, como todos, y habían de suspenderles en los estudios
alguna vez, y habían de tener problemas en la vida, ¿tenía que sufrir
yo ahora en silencio y sin poder hacer nada por remediarlo, por el
mero hecho de poseer una extraña facultad que ya iba convirtiéndose
más en una carga?
Por momentos, me iba horrorizando, y no me atrevía a pensar en
nada, a preguntarme nada, ante el temor de conocer, de vivir
inmediatamente la respuesta anticipada, buena o mala. Ya no me
importaba.
Sin darme casi cuenta, me había convertido en otro hombre.
Antes, afrontaba cada minuto del día con ilusión, con esperanza, con
ganas; hacía proyectos, soñaba, deseaba, imaginaba... Pero aquel día
todo eso me estaba vedado.
Ya no era sino un saco de nervios, asustado, aterrorizado y sin
ganas de desear nada ni de actuar ni de proyectar. Porque, si la
respuesta a cualquier problema era favorable, ¿para qué me iba a
esforzar? Y, si era desfavorable, ¿para qué me iba a esforzar? La vida
había perdido todo su sentido.
Así que, sin moverme de mi casa y sin decir nada a ninguno de
los míos, cené pronto y me metí en la cama con el firme propósito de
renunciar al "privilegio" que se me había concedido.
No pude recordar al día siguiente, si me encontré con el ángel o
no. Quizás bastó mi deseo de renuncia. Lo cierto es que, cuando me
desperté, con terror, me atreví a preguntarme cómo discurriría mi aseo
diario... y no lo vi.
El alivio que sentí fue indescriptible. Salté de la cama, me asee
silbando de contento, desayuné feliz y salí a enfrentarme con la vida
con una sensación dulcísima de incertidumbre y de libertad como
jamás había sentido.
Aquello me enseñó que lo verdaderamente atractivo de la
vida es, precisamente, lo que tiene de aventura; que lo que nos
conviene es el esforzarnos para ir resolviendo los problemas,
grandes y pequeños, que se nos van presentando, al tiempo que
desarrollamos nuestra voluntad y nuestro carácter y nuestra
inteligencia; y el ir disfrutando los instantes felices cuando de veras
llegan, y el soñar y el desear y el aspirar y el superarnos cada día; que
sólo los seres de planos más elevados que, con conocimientos
superiores a los nuestros, se cuidan de nuestra evolución como
hombres, o los más evolucionados entre éstos, cuya escala de valores
se ha estructurado de otro modo y dan a las cosas de aquí mucho
menos valor que el resto de los mortales, son capaces de conocer el
futuro y de soportarlo sin traumas. Para nosotros la vida no es, no
debe ser, al fin y al cabo, más que una maravillosa y permanente
improvisación.
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