LAS VACACIONES ESPIRITUALES
por Francisco-Manuel Nácher
Sabemos por nuestra Filosofía que el espíritu es inmortal. Y
sabemos que el Plan Divino lo impulsa todo permanentemente, sin
interrupciones, hacia la meta. Y que, a nuestros ojos, la Voluntad Divina
se manifiesta como esa mano amorosa que, apoyada en nuestro hombro,
nos empuja, suave pero indefectiblemente, hacia arriba y hacia delante.
Y sabemos que el Espíritu, como parte de Dios que es, no se cansa,
no cesa de actuar, de vivir - que no es más que interactuar -, de recibir y
transformar y emitir energía, de crear, de colaborar, de empujar la obra
divina hacia su consecución…
Y sabemos que el cansancio es exclusivo de la materia
involucionante. Pero, ¿dónde se encuentra esa materia que aún necesita
alejarse de Dios para cumplir su recorrido previsto? En los cinco estratos
inferiores del Mundo Físico, del Mundo del Deseo y del Mundo Mental.
¿Y qué forma adopta allí? La forma de elementales negativos, de los
que, desgraciadamente, todos tenemos más o menos provisión formando
parte de los cuatro vehículos que constituyen nuestra Personalidad.
El cansancio y, por tanto, la necesidad de descanso, es inherente a
todo lo involucionante y ello por la sencilla razón de que se está
progresiva y permanentemente alejando de Dios y no hay nada que canse
más que alejarse de la fuente de la fuerza y de la energía y de la vida.
Por eso el Éter de Luz y el Éter Reflector, libres de esos
elementales involutivos, no se cansan y constituyen el Cuerpo Alma y
deben ir sustituyendo a los inferiores y a los componentes de la Región
Química del Mundo Físico, para que acabemos disponiendo de
vehículos totalmente espirituales - no olvidemos que, al concluir el
Período Terrestre, habremos “eterizado” el cuerpo físico - y, por eso,
Cristo, cada año, regresa con nueva provisión de ambos éteres para
elevar la vibración del Planeta; y, por eso, las Regiones de la Luz
Anímica y del Poder Anímico del Mundo del Deseo, son lo más elevado
del Primer Cielo. Y por eso el Espíritu Humano, el inferior de nuestros
tres Espíritus, está formado con la materia de los tres subplanos
superiores de la Región del Pensamiento Abstracto del Mundo del
Pensamiento.
Lo magos negros. y los hay muy potentes y con grandes facultades,
campan por sus respetos en todos los otros subplanos Y ello por la
sencilla razón de que allí existen elementales involucionantes, que les
sirven de agarradero y que les obedecen en sus trabajos negativos. Los
Hermanos Mayores, por su parte, actúan sólo en los dos subplanos
superiores del Mundo Físico y el Mundo del Deseo, y en los tres que
constituyen la Región del Pensamiento Abstracto, en los que pueden
actuar desde niveles más potentes y efectivos sobre todo lo inferior, y
adonde los magos negros no tienen acceso posible.
Por eso se nos encarece continuamente por nuestra filosofía que
nos elevemos, que practiquemos la pureza, la fraternidad, el servicio
altruista y amoroso, el perdón, la tolerancia, la inofensividad, la oración,
etc., porque, mientras lo hagamos, ningún elemental negativo de
nuestros vehículos será llamado a la acción ni, lo que es mejor, podrá
influenciarnos. Ni los ataques de los magos negros, permanentes
enemigos de la evolución y cuyas víctimas más apetecibles somos
precisamente los estudiantes de ocultismo, podrán alcanzarnos con
efectividad.
Con todo cuanto antecede a la vista, se comprende perfectamente
que para la vida espiritual, para el esfuerzo evolutivo consciente, que es
el que nos hemos comprometido a hacer, no cabe el descanso.
Cuando trabajamos en los subplanos inferiores físico, de deseos y
mental, tras hacer un esfuerzo, descansamos para “recobrar el resuello”.
Porque es lo normal y lo necesario, ya que esas materias se cansan, como
hemos expuesto. Recordemos a estos efectos que, durante el sueño, lo
que necesita de recuperación es el cuerpo físico y los dos éteres
inferiores, pero no los superiores.
Pero, con demasiada frecuencia, ocurre que, llevados por ese
hábito de descansar, tras hacer una buena obra, nos creemos también con
derecho a “premiarnos” con un descanso.
Y no. Precisamente, no.
Porque las buenas obras suponen el ejercicio de las materias que
componen los subplanos superiores de los tres mundos, los que, por
definición, no se cansan y, consecuentemente, no necesitan descanso. Y, si descansamos en la labor del bien para “premiarnos”, estamos
poniendo en funcionamiento elementales involucionantes que
aprovechan con fruición la oportunidad de la pereza o el egoísmo que
esa decisión lleva consigo, para que ese descanso se prolongue lo más
posible. Por eso, en cuanto flaqueamos y frenamos y nos concedemos
esas “vacaciones” en nuestro cometido de “vivir la vida”, luego nos
resulta más difícil recuperar el tono anterior. Y, al contrario, si
persistimos sin descanso en el bien obrar, cada día nos resulta más
apetecible y más fácil y más halagador. Por eso el Amor se posee en
mayor cantidad cuanto más se da. Por eso la alegría del santo. Y por eso
la disponibilidad permanente que se nos exige por los Hermanos
Mayores, para colaborar con ellos en beneficio de la evolución común.
¿Cabe una situación más triste que la del estudiante que pierde una
ocasión de ser utilizado por un Hermano Mayor porque ”se ha concedido
un descanso” en su bien obrar, tras cualquier actuación positiva? No.
Nosotros, nuestro espíritu, no tiene necesidad de vacaciones.
Sencillamente, porque las materias que utiliza no se cansan. Por el
contrario, nuestro movimiento hacia adelante y hacia arriba debe ser
uniformemente acelerado. ¿Cuál es la causa de que los Hermanos
Mayores estén las veinticuatro horas del día trabajando por nosotros, sin
perder ni un solo segundo, hasta el punto de que sus colaboradores, los
iniciados, lo piensen muy mucho antes de molestarlos o distraerlos en
ese menester? El amor. Pero apoyado en que las materias de los
vehículos que ponen en funcionamiento no se cansan ni necesitan, por
tanto, “vacaciones”.
Ése debe ser nuestro modelo y ésa debe ser nuestra visión del
trabajo espiritual: dedicación permanente, ininterrumpida y creciente. En
ese sentido, y sólo en él, el Sendero es, aparentemente, empinado, pero
sólo si se lo mira desde el punto de vista de los mundos cuya materia
constitutiva se cansa. Pero nosotros estamos hechos de la sustancia de
Dios.
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