LAS VIRTUDES Y EL CAMINO
por Francisco-Manuel Nácher
No se trata de que adquiramos virtudes. Hemos de convertirnos
en ellas. No hemos de ser amables; hemos de ser la Amabilidad. No
hemos de ser puros; hemos de ser la Pureza. No hemos de ser
serviciales; hemos de ser el Servicio. No hemos de ser piadosos:
hemos de ser la Piedad. No hemos de ser caritativos; hemos de ser la
Caridad No hemos de ser discretos; hemos de ser la Discreción. No
hemos de ser pacientes, tolerantes y comprensivos; hemos de ser la
Paciencia y la Tolerancia y la Comprensión. Ni hemos de ser humildes
y diligentes y dispuestos sino que hemos de ser la Humildad y la
Actividad y la Disponibilidad…
Eso es lo que quería decirnos Cristo cuando afirmaba: “Yo soy el
Camino”. Porque, podemos hollarlo pero, hasta que no nos hayamos
convertido nosotros mismos en el Camino, no habremos avanzado
prácticamente nada.
Se trata de un cambio de punto de vista, una fundamental y
necesaria ampliación de conciencia en relación con las virtudes. Al
hacer la Retrospección y la Concentración y las sesiones de
meditación, hemos de acostumbrarnos a no mirar las virtudes como
algo ajeno, externo, que hemos de, en cierto modo, atraer o imitar. No.
No es eso. Hemos de verlas como algo consustancial a nosotros, como
una parte, como un aspecto de nosotros mismos, de modo que
pensemos y sintamos y actuemos a través de ellas. Sólo así las virtudes
se convertirán en fuerzas potentísimas que nos elevarán y nos abrirán
puertas y ventanas de comprensión y de visión espiritual.
Así como, cuando, al meditar, nos introducimos en un perro o en
una mosca o en un caracol o en un árbol, y tratamos de identificarnos
con ellos, nuestra comprensión de sus circunstancias es tal que
podemos sentir como ellos y vivir como propias sus facultades, sus
limitaciones y su vida toda, y comprender el por qué y el cómo de esas
vidas, del mismo modo hemos de hacer con cada una de las virtudes:
Tomar una de ellas y meternos en su interior o, mejor, meterla dentro
de nosotros, haciéndola una con nosotros, y ver a través de ella, como
ella vería; y sentir a través de ella, como ella sentiría; y obrar a través
de ella, como ella obraría. Esto hará que nos resulte claro su por qué y
su cómo, y pase a formar parte de nuestro ser, y emane de nosotros y
nos mueva y nos inspire con la misma naturalidad con que andamos o
hablamos o comemos…
Por supuesto, este proceso habrá que repetirlo, durante las
sesiones de meditación que sean necesarias hasta que quede todo
debidamente afianzado. Luego habrá hacer lo propio con cada una de
las demás virtudes que deseemos encarnar.
Es una labor a la que vale la pena dedicar lo mejor de nuestros
esfuerzos. Porque nuestra meta es, al fin y al cabo, el poder un día
decir también: “Yo soy el Camino”.
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