LAS VACACIONES Y LA FELICIDAD
por Francisco-Manuel Nácher
¿A qué se debe la fiebre de las vacaciones y, sobre todo, la
“necesidad” de desplazarse durante ellas, de cambiar de sitio, de ritmo,
de estímulos, de horario, de actividad, de vivencias, de relaciones?
Si partimos de la base, que nadie discute, de que la felicidad es
un estado de ánimo, es decir, algo interno, habremos de admitir
también que, por mucho que cambiemos las circunstancias externas,
por más que sustituyamos unas percepciones sensoriales por otras,
nuestro interno seguirá siendo el mismo. Y, si no estamos satisfechos
con nuestro interno, con nuestra vida, con nuestra manera de ver las
cosas o las personas o de aceptar su influencia sobre nosotros o,
incluso, con nuestra manera de influenciarlas y aún, con cómo
conducimos nuestra vida, por más que cambiemos de sitio, nuestra
insatisfacción seguirá ahí, royéndonos, martirizándonos, haciéndonos
imposible el disfrute de todo aquello que esperábamos nos trajese la
tan ansiada y tan claramente concebida y presentida felicidad.
Lo más que lograremos con esos cambios serán unos simulacros
de dicha, un olvidarnos temporalmente de nuestra insatisfacción,
forzados por los nuevos estímulos. Pero, una vez acostumbrados a
ellos, volverá la antigua desazón. Y regresaremos de las vacaciones
quizá más morenos, con muchas historias y vivencias que contar a los
demás, pero con bien poco que decirnos a nosotros mismos.
No. La solución a nuestro descontento interior no está en
cambiar de sitio. La solución, la única solución, está en cambiar
nosotros por dentro, en sentirnos bien con nosotros mismos, con
nuestra visión del mundo y de los hombres y de los animales y de la
naturaleza toda. Porque, si nos sentimos bien por dentro, entonces
seremos felices en cualquier lugar del mundo, con cualquier compañía
y en cualesquiera circunstancias.
De acuerdo. Pero, ¿cómo se llega a estar bien consigo mismo?
Lo primero que hay que hacer es darse cuenta y aceptar que no
estamos satisfechos de cómo somos, que no nos queremos, que no nos
respetamos, que vivimos como si fuésemos nuestros propios
enemigos… ¿cómo se explica sino el que fumemos o bebamos o nos
droguemos o comamos en exceso o maquinemos el modo de acumular
bienes sabiendo que a otros les faltarán, o poder o fama, sabiendo que
ello no va a cambiar ni un ápice nuestro modo de sentir y de ser?
¿cómo justificar ante nosotros mismos el odio, la segregación, la
denegación de auxilio, la falta de comprensión, de tolerancia, de
colaboración, de compasión, de amor a los demás y a la vida toda, si
nos parece completamente normal que los demás nos respeten, nos
amen, nos ayuden, etc.?
Ese desequilibrio, esa sinrazón, esa locura que no queremos ver
ni admitir conscientemente, pero que nuestro subconsciente capta y
soporta cada día, es la causa de nuestro descontento interior. Y,
cuando el descontento interior inconsciente alcanza cotas ya casi
conscientes, entonces huimos, nos vamos a otro lugar, tomamos
vacaciones y nos engañamos un poco a nosotros mismos para
descubrir, poco después, que nuestra desazón, nuestra insatisfacción
está ahí y sigue aumentando.
Sigue aumentando. Y para desprendernos de ella la lanzamos
sobre nuestros allegados - cónyuge, pareja, hijos, amistades,
compañeros de trabajo, etc. - con lo que nuestra opinión sobre
nosotros mismos empeora y nuestra desazón, y por tanto nuestra
infelicidad, aumentan.
¿Y qué se puede hacer? Lo que han aconsejado todos los sabios
de la historia: Conocerse a sí mismo.
¿Y cómo se conoce uno a sí
mismo?
Son varias las cosas que hay que hacer y que ya muchos están
poniendo en práctica:
1ª.- Darse cuenta y aceptar que el hombre forma parte de la
naturaleza y está sometido a los procesos naturales: Nacimiento,
crecimiento, frío, calor, hambre, sed, dolor, enfermedad, etc. y muerte.
2ª.- Estudiar las leyes que rigen la naturaleza porque,
lógicamente, les estamos sometidos. Pero, no sólo en cuanto a lo
externo, al cuerpo físico; sino a lo interno, a nuestros sentimientos y
deseos y pasiones y pensamientos y juicios y razonamientos y
conclusiones… porque también esos aspectos de nuestro ser
pertenecen a la naturaleza y están, por tanto, sometidos a las leyes que
la rigen.
3ª.- Una vez conocidas esas leyes naturales o, por lo
menos, las más importantes, empezar a examinarnos para comprobar si
las cumplimos o las infringimos teniendo bien claro que, si las
cumplimos, seremos felices y, si las infringimos, desgraciados. Porque
su transgresión producirá en nuestro interior disonancias, como el
calentar agua de un modo rápido, al fuego, produce remolinos en su
interior
4ª.- Aceptar o reconocer como leyes fundamentales las tres
siguientes:
a.- La del Renacimiento, que nos hace vivir una serie
ilimitada de vidas sucesivas, hasta que desarrollamos las
potencialidades que llevamos dentro de nosotros, como semillas
divinas que somos. Cada vida, pues, no es sino un día de colegio para
nuestro Yo.
b.- La del Amor, según la cual debemos comportarnos
con los demás como nos gustaría que ellos se comportasen con
nosotros.
c.- La de Retribución, que hace que cada causa que
ponemos en funcionamiento - pensamiento, palabra, obra u omisión -
produzca un efecto concreto que, un día u otro, en una vida o en otra,
volverá a nosotros, en una u otra forma, y nos hará experimentar sus
consecuencias, buenas o malas según lo fuese la causa inicial. Si esas
consecuencias son positivas porque su causa fue positiva, seremos
felices. En caso contrario, las consecuencias que nos alcancen serán
negativas - enfermedades, problemas, limitaciones, etc. - y seremos
desgraciados. Así de sencillo. Los físicos enuncian esta Ley diciendo
que “a toda acción corresponde una reacción igual y opuesta”.
d.- Comprender que lo que de nuestra vida actual no
nos gusta es, sólo y exclusivamente, la consecuencia de las causas que
en otros momentos o en otras vidas hemos puesto en marcha, y que
tiene por finalidad que aprendamos a comportarnos a tenor de la Ley
natural b) arriba citada.
e.- Estudiar nuestra actuación en esta vida, a la luz de
la Ley b) y tratar de poner en funcionamiento causas positivas que, en
su día, sin posible error, nos traerán consecuencias positivas y con
ellas la felicidad.
Sólo así seremos felices. Y, cuando seamos felices, no
necesitaremos trasladarnos a otro sitio, ni cambiar el ritmo de nuestra vida ni buscar nuevos estímulos, porque estaremos bien con nosotros
mismos y entonces no nos hará falta nada más.
Porque, no nos equivoquemos: Las vacaciones, esa huída hacia
adelante que llamamos vacaciones, esos días paradisíacos en los que
ordinariamente soñamos, no existen, por la sencilla razón de que no
podemos salir de nosotros mismos y, vayamos donde vayamos y
hagamos lo que hagamos y nos relacionemos con quienes nos
relacionemos, seremos los mismos, con nuestras armonías y nuestras
desarmonías. Y no existen vacaciones de sí mismo.
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