por Francisco-Manuel Nácher
La asimilación de los alimentos es el trabajo que realizan las
fuerzas que actúan a través del polo positivo del Éter Químico. La
excreción, sea vía excrementos, orina, sudor o excreciones de cualquier
tipo, es responsabilidad de las fuerzas que actúan sobre su polo negativo.
Sin Éter Químico, pues, no sería posible ni alimentarnos ni, por
tanto, crecer ni sustituir tejidos dañados ni, en última instancia, vivir en
el Mundo Físico.
El Éter Vital, a su vez, es el canal a cuyo través actúan las fuerzas
de la reproducción, permitiéndonos, por una parte, crear semen, óvulos y
embriones y, por otra, desarrollar los órganos de los cinco sentidos
físicos.
Quiere esto decir que, si comemos más de lo necesario, el Cuerpo
Etérico se ve en la necesidad de acopiar más Éter Químico con el fin de
asimilar esos alimentos, o sea, que aumenta la proporción de Éter
Químico del Cuerpo Etérico.
Y, del mismo modo, cuando abusamos de la actividad sexual, el
Cuerpo Etérico se ve en la necesidad de acopiar más Éter Vital para
hacer frente a esas necesidades.
Tengamos en cuenta, sin embargo, que esos dos éteres, los dos
inferiores, son los propios y característicos del Mundo Físico, ya que los
dos superiores, el de Luz y el Reflector, son más pertenecientes y
actuantes en los mundos superiores y constituyen lo que se denomina
como la parte inmortal del cuerpo mortal. Siempre, cuando se ayuna, aunque no se diga expresamente, se
sobreentiende que, además de prescindir de la ingestión de alimentos, se
prescinde al mismo tiempo de la actividad sexual. Porque, al ayunar y al practicar la continencia sexual, se reduce la
cantidad de ambos éteres inferiores y su “vacío” se rellena con los dos
éteres superiores, que tienen mucha mayor afinidad por los mundos
espirituales y actúan, por tanto, sustituyendo a los primeros, pero desde
un punto de vista más elevado.
Eso es, pues, lo que han practicado todos los místicos y ascetas:
comer menos y abstenerse sexualmente para aumentar su provisión de
éteres superiores, a costa de los inferiores, y contactar más fácilmente
con los mundos espirituales.
Los efectos del ayuno y la continencia, pues, no derivan de nada
milagroso e incomprensible, sino de una simple compensación y
reequilibrio internos prácticamente matemáticos.
Pero, como los éteres inferiores nos pegan a la Tierra, mientras que
los superiores nos hacen tender hacia el cielo, han necesariamente de
actuar como magnitudes inversamente proporcionales, es decir, que
cuando aumentamos la cantidad de éteres inferiores, aparte de que nos
hacemos más mundanos, automáticamente estamos reduciendo, en la
misma proporción, la cantidad de éteres superiores, con lo que
disminuimos, proporcionalmente también, nuestra espiritualidad o
tendencia hacia arriba.
Hemos de tener claro, pues, si queremos culminar nuestra marcha
por el Sendero con la Boda Mística, el Nacimiento del Cristo Interno, la
sublimación de la energía creadora, la obtención de la clarividencia, la
formación de la Piedra Filosofal o la Iniciación, que no lo lograremos
hasta que nuestra provisión de éteres superiores sea la necesaria.
El conocido ayuno de los cuarenta días simbólicos - ya que
cuarenta es el equivalente, en ocultismo, de un período indeterminado, el
necesario hasta que se produzca el efecto deseado o esperado - no es
sino un ayuno y una abstención sexual que se prolonga hasta que se
produce la necesaria reducción en la provisión de éteres inferiores y el
incremento proporcional y simultáneo de los superiores, para que se
establezca el contacto entre el espíritu y la personalidad y el dominio del
primero sobre sus vehículos inferiores, espiritualizados, es decir, llenos
de éteres sutiles y vacíos de éteres groseros.
Por tanto, si no el ayuno de cuarenta días, que no debe realizarse sin la asistencia de un Maestro, porque nos podría llevar a la muerte o, por lo menos a unos desequilibrios muy difíciles de recuperar, sí es conveniente, sin embargo, de vez en cuando, el ayuno de veinticuatro horas o, por lo menos, el prescindir de una comida al día, sobre todo, al pasar la barrera de los cincuenta años de edad. Esta última recomendación de nuestra filosofía, debería convertirse en hábito entre los miembros que han superado esos años. Y ello porque, a partir de esa edad, ya no hace falta crecer físicamente en nada; porque la actividad física y sexual se supone que se han reducido considerablemente y con ello la necesidad de éteres inferiores; y, porque también es lógico esperar que se haya alcanzado suficiente espiritualidad y los éteres superiores acopiados puedan suplir a los inferiores en sus funciones mantenedoras. Comprendido, pues, el por qué y el cómo del ayuno, ya dependerá de nosotros su empleo o no. Pero sí sería muy conveniente adquirir el hábito de no comer en exceso.
Por tanto, si no el ayuno de cuarenta días, que no debe realizarse sin la asistencia de un Maestro, porque nos podría llevar a la muerte o, por lo menos a unos desequilibrios muy difíciles de recuperar, sí es conveniente, sin embargo, de vez en cuando, el ayuno de veinticuatro horas o, por lo menos, el prescindir de una comida al día, sobre todo, al pasar la barrera de los cincuenta años de edad. Esta última recomendación de nuestra filosofía, debería convertirse en hábito entre los miembros que han superado esos años. Y ello porque, a partir de esa edad, ya no hace falta crecer físicamente en nada; porque la actividad física y sexual se supone que se han reducido considerablemente y con ello la necesidad de éteres inferiores; y, porque también es lógico esperar que se haya alcanzado suficiente espiritualidad y los éteres superiores acopiados puedan suplir a los inferiores en sus funciones mantenedoras. Comprendido, pues, el por qué y el cómo del ayuno, ya dependerá de nosotros su empleo o no. Pero sí sería muy conveniente adquirir el hábito de no comer en exceso.
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario