¿ENSEÑAR AL HAMBRIENTO?
por Francisco-Manuel Nácher
El amor, en su manifestación a efectos docentes, tiene su
lógica. Fijaos en que Cristo, en el pasaje a que se refieren los
Evangelios en Mateo 14:13-23; Marcos 6:30-44; Lucas 9:10-17 y
Juan 6:1-14, como Indicador del Camino, primero sació el hambre
espiritual de sus seguidores, que se contaban por miles, (así lo
relata, medio veladamente, Mateo al decir que sanó a los
enfermos; y así lo dice explícitamente Marcos) y luego atendió su
hambre física y multiplicó cinco panes y dos peces y dio de comer
a cinco mil y sobraron doce canastos (5+2=7; 7+5=12).
Dicho esto, debemos detenernos a reflexionar un poco:
¿Quiere decir el texto evangélico que resulta más fructífero hablar
de Dios al hambriento que al saciado? No. Pero quiere decir que
es más importante el hambre del espíritu que la del cuerpo.
Los antiguos romanos decían: “Primum vivere, deinde
philosophare” (es decir: “primero vivir, y luego filosofar”). Y eso
es, más o menos, lo que predica la llamada Teología de la
Liberación: Primero, solucionemos los problemas de subsistencia
de los pueblos y, luego, ya les hablaremos de Dios. Porque, si
hablamos de Dios a los hambrientos, como no entenderán la
justicia de un Dios que les hace pasar hambre, sólo obtendremos
la conversión de los estómagos agradecidos (y, por tanto, falsa) o
la de los poco inteligentes, que sólo se convertirán luego en
fanáticos. Pero, si predicamos a gente con sus necesidades
mínimas cubiertas, dado que sus mentes y sus corazones están
libres de agobios apremiantes, obtendremos creyentes
conscientes, que lo serán por libre elección.
Y Todo ese razonamiento sería perfecto si no fuese porque
en la naturaleza humana está el acordarse de Dios cuando se
sienten necesidades o dolores o problemas, y olvidarse de Él y del
más allá, cuando aquellos brillan por su ausencia y todo se ve de
color de rosa. Los romanos y los defensores de la teología de la
liberación tenían y tienen una visión materialista de la vida y,
partiendo de ella, sus afirmaciones son correctas. Pero, desde el
punto de vista espiritual, es inútil predicar a los hartos, porque son
los que menos comprenden las necesidades del prójimo y ven más
difícil ponerse en su lugar y sacrificarse por él. En cambio, los
que están sintiendo las privaciones o el dolor, comprenden
fácilmente los sufrimientos de sus semejantes y están más prontos
a ayudarles. Y también están más preparados y más receptivos
para que se les expliquen las causas de sus males y los posibles
remedios para eliminarlos.
Y eso fue, precisamente, lo que nos quiso enseñar Cristo en
el pasaje que comentamos: Viendo la gran multitud de gente que
le había seguido durante tres días, atendió primero su hambre de
conocimiento, de luz, de comprensión y, luego, se preocupó de
sus necesidades materiales.
Pero, sabiendo que cada escena de los Evangelios no sólo es
algo histórico, sino también algo simbólico, ya que Cristo estaba
enseñándonos el Camino (de la Salvación, es decir, de la
evolución sin retrasarnos con relación a nuestra oleada de vida) y,
por tanto, tuvo que vivir todas las etapas y situaciones por las que
todos hemos de pasar a lo largo de nuestro ciclo evolutivo, ¿de
qué hambre habla, en realidad, el Evangelio? Por supuesto, del
hambre física, aunque no hay que suponer que los que seguían a
Cristo fueran pordioseros, mendigos, desarrapados ni descastados.
Pero, al mismo tiempo, nos está exponiendo cómo impartía una
lección a sus discípulos. La escena nos dice veladamente que
Cristo estaba enseñándoles a multiplicar objetos. Por eso les dijo:
“Dadles vosotros de comer”. Pero fallaron. Y entonces Él,
conmovido de la multitud hambrienta, lo hizo por ellos. Pero esos
cinco panes y esos dos peces y esos doce canastos de sobras y
esos cinco mil hombres, todos ellos números cabalísticos,
simbólicos y llenos de contenido, nos están, en realidad, hablando
de toda la Humanidad. Puesto que toda la Humanidad tiene
hambre, hambre de verdad, hambre de justicia, hambre de luz,
hambre de amor.
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