LA LUZ Y LAS TINIEBLAS
por Francisco-Manuel Nácher
La Luz, en sí, no tiene sombras. Pero, para percibirla, las
necesitamos. Si no percibiéramos las sombras, no distinguiríamos nada.
Todo sería algo blanco, uniforme, vacío e inmutable. Son las sombras,
pues, que no existen, ya que no son sino ausencia de Luz, las que nos
permiten distinguir, tanto la Luz como los objetos.
Y lo mismo ocurre con el Bien y el Mal. Éste no existe, pues no es
más que ausencia de aquél, pero nos resulta necesario para percibirlo.
Por tanto, si nos identificamos con el Bien, venceremos al Mal, del
mismo modo que si nos identificamos con la Luz, caminaremos en la
Luz, sin sombra alguna, porque las sombras habrán desaparecido.
Tras estas consideraciones, se comprende lo que Cristo quiso
decirnos al pronunciar aquellas enigmáticas palabras: “Yo soy la Luz del
mundo”. Porque, si nos identificamos con Él, que es la Luz, es decir, si
logramos la unión de nuestros espíritus y nuestra personalidad, si
realizamos el matrimonio místico, caminaremos en la Luz y las sombras
habrán desaparecido de nuestras vidas.
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