LAS GAFAS DEL ALMA
por Francisco-Manuel Nácher
Cada uno de nosotros circula por la vida con unas gafas puestas. Son
unas gafas espirituales que todos nos hemos construído inconscientemente,
como hemos construído nuestros hábitos y nuestro lenguaje y nuestro
modo de comportarnos. Son unas gafas que llevamos puestas sin saberlo y
que, hasta que nos demos cuenta de que las llevamos, no podremos
empezar a intentar quitárnoslas y ver la vida y el mundo y a los demás
como verdaderamente son. Porque esas gafas que llevamos son unas gafas
coloreadas que hacen que todo, absolutamente todo lo que nos rodea, lo
veamos tintado de ese color. Lógicamente, las conclusiones que saquemos
de nuestras percepciones y nuestras reacciones ante la actitud, las posturas
o el comportamiento de los demás, estarán siempre influenciadas por ese
color con lo que, aunque no lo pensemos así, incluso aunque pensemos o
creamos lo contrario, nuestras percepciones y nuestras conclusiones,
nuestras reacciones y nuestros pensamientos y nuestras conductas, no
serán nunca las más apropiadas ni, por tanto, todo lo positivas ni
constructivas que deberían ser.
Pero, ¿cuál es ese color? ¿Qué tono es ése que tiñe nuestras gafas
espirituales?
Ese color que lo tiñe todo, que lo adultera todo y que, por tanto, lo
deforma todo, es distinto para cada hombre. Es la suma de todos sus
defectos, de todas sus imperfecciones, de todos sus complejos, de todas sus
frustraciones; en una palabra, es la suma de todo lo negativo que hay en él,
pues nadie en este mundo puede presumir de ser perfecto. Pero, dentro de
toda esa negatividad, dentro de todos esos defectos, hay siempre uno que
sobresale, que domina, que condiciona la vida toda de ese individuo. Y ese
es el tono predominante, bien que teñido o empañado con los tonos de los
demás vicios o defectos del individuo en cuestión.
Y así, el soberbio, en el que el orgullo predomina sobre todos los
otros defectos, interpretará cualquier palabra, obra o conducta de cualquier
semejante como una ofensa a su propio superego. Porque, como lleva las
gafas del orgullo, cualquier actuación del prójimo, por intrascendente que
sea, la ve teñida con el color de sus gafas y, claro, reacciona como él
considera que debe reaccionar ante una "ofensa", un "insulto" o una "falta
de respeto" cuando, en realidad, no hay nada de eso.
Y el lujurioso interpretará una minifalda como una provocación o una
invitación a la agresión sexual, porque ése es el color con que él lo ve todo.
Y el avaro estará permanentemente interpretando que los demás
intentan privarle de sus bienes.
Y el iracundo se saldrá de sus casillas por cualquier cosa sin
importancia.
Y el glotón interpretará la presencia de cualquier alimento como una
invitación a saciar su apetito.
Y el envidioso verá en cada acontecimiento de la vida de los demás,
un injusto menosprecio a él mismo y un motivo para envidiar y actuar en
consecuencia.
Y el perezoso encontrará siempre una excusa para no actuar, para no
esforzarse, porque todas las ocasiones de hacerlo las verá tintadas con el
color de esa tendencia.
Y el ladrón interpretará que la existencia de dinero en manos de otros
es causa suficiente para apropiárselo.
Y el mentiroso verá mil ocasiones para justificar su falta de
veracidad.
Y el calumniador verá coloreados con sus propios defectos los actos
o las palabras de los demás y creerá actuar justamente denunciando lo que
sólo él ve, debido a sus propias imperfecciones. Cuando veas, pues, que alguien calumnia, ése es víctima del defecto
que imputa a otros; y, cuando veas un puritano que clama contra las
minifaldas, ése es un obseso sexual; y, cuando veas a alguien que
desmitifica o desprestigia a otro, ése es un envidioso y envidia al otro; y,
cuando veas a alguien que se ofende de todo y por todo y que siempre se
siente aludido, ése es un soberbio; y, cuando veas a alguien que se queja de
no tener, aunque tenga más que otros, ése es un avaro; y, cuando veas a
alguien que asegura comer poco, estando gordo, ése es un glotón; y,
cuando veas a alguien que se dice agotado de tanto trabajar, ése es un
vago.
Y - y esto es lo más importante - cuando te sorprendas a ti mismo
adoptando alguna de esas posturas, ten por seguro que estás siendo víctima
del defecto que atribuyes a los demás; que tus gafas están coloreadas con
ese color, que te impide ver las cosas como realmente son. Trata, pues,
rápidamente, de corregir ese defecto tuyo, ese hábito, esa tendencia y, de repente, la vida cambiará, las personas serán más agradables y el mundo
resplandecerá con mil colores maravillosos, y no sólo con tu color
pardusco y sucio, que te impedía ser feliz.
Porque, no lo dudes: existen también gafas de color de rosa, que todo
lo hacen agradable y a todos los ven buenos y honestos y bien
intencionados. Y es mejor ponerse y usar las gafas de esta segunda clase.
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