AMIGO INVISIBLE


AMIGO INVISIBLE
por Francisco-Manuel Nácher

Este libro está dedicado a todos aquellos
que sienten la necesidad de entender el
significado y el contenido de la vida, y de
descubrir el papel que en ella pueden y deben
desempeñar.

El que quiera ser el primero, sea el
último y el servidor de todos (Marcos, 9:35).
Todo lo que querríais que hicieran los
demás por vosotros, hacedlo vosotros por
ellos, porque eso significan la Ley y los
Profetas (Mateo, 7:12).

ÍNDICE

I.- AMIGO INVISIBLE 
II.- EN EL PARQUE 
III.- LA AGRESIÓN 
IV.- EN CENTROAMÉRICA
V.- EL SERVICIO 
VI.- EL SUICIDA 
VII.- EL NIÑO 
VIII.- LA APUESTA 
IX.- EL KARMA MADURO 
X.- CONFIRMANDO LA FE 
XI.- EL MUERTO, VIVO 
XII.- LA MIES 
XIII.- A TRAVÉS DEL TIEMPO 
XIV.- EN EL HOSPITAL 
XV.- EL CASTIGO DEL PECADO 
XVI.- EL ORATORIO Y EL TEMPLO 
XVII.- EPÍLOGO

* * *

I.- AMIGO INVISIBLE
(A modo de prólogo)

Ya va siendo hora de que el mundo se conciencie de que, por encima o,
mejor dicho, por dentro de él, hay otros mundos que lo observan, lo influyen,
lo controlan, lo ayudan o lo descarrían, y de los cuales viene y a los cuales va,
lo quiera o no.
Ya es hora de que se levante un poco más el velo y el hombre de
nuestros días pueda asomarse al otro lado y respirar hondo, deshaciéndose de
la sensación de abandono y de aislamiento que, tanto en el orden individual
como en el colectivo, le embarga por momentos.
Porque, no estamos solos. Ni como individuos ni como conjunto. Ni
siquiera como planeta. El universo todo, es uno, y está vibrando de vida. De
vida de muchas clases, de seres que llenan todas las posibilidades
imaginables, pero todos ellos, la mayor parte de ellos sin saberlo, proceden de
una misma fuente y se dirigen, a lo largo de sus diferentes evoluciones, a su
origen, ya desarrollados, como el brillante tras la talla que, aparentemente, fue
un tormento para el diamante.
Este libro, que publico con la autorización expresa de su autor y
protagonista, no puede ser sino un boceto, un muestrario pobrísimo, una serie
de fugaces fogonazos de una actividad que ha existido siempre, pero de la que
no se ha creído conveniente decir demasiado, ya que la Humanidad no estaba
preparada para ello, pero que ha llegado ya a un punto en que puede
comprenderla. Una actividad que cada día prolifera más, gracias a las semillas
plantadas antaño por una serie de hombres avanzados que dedicaron su vida al
estudio y a la enseñanza de lo que se conoce como la Sabiduría Occidental,
una de cuyas facetas comprende la actividad de los llamados “auxiliares
invisibles” o “amigos invisibles”.
De todos modos, aún resuenan en los ámbitos del mundo aquellas
palabras de Cristo, llenas de amor y de tristeza: ‘’La mies es mucha, los
operarios son pocos. Pedid al Señor de la mies que envíe operarios a su
mies’’ (Mateo, 9:38).
Ojalá este libro haga que la semilla que todos tenemos incrustada en
nuestro semillero interior, la del amor desinteresado, germine en cuantos más
mejor, y la plantilla actual de Amigos Invisibles se amplíe hasta cubrir las
necesidades que, precisamente en nuestros días, son acuciantes.
Porque hay una ley oculta según la cual “el mal, basado en el egoísmo,
acaba destruyéndose a sí mismo; mientras que el bien, libre de él, y basado
en el amor, se suma y se acumula y, por tanto, crece’’.

* * *

II.- EN EL PARQUE

Corría el año 1985. Dejando mi cuerpo dormido, me elevé sobre mi
hogar. Vi el paisaje acostumbrado: La silueta de la casa, las luces del pueblo
y, un poco más allá, las de Madrid. Allí me dirigí, a realizar mi labor. Eran las
veintitrés treinta.
Aquella noche tenía el proyecto de ir a un parque, conocido lugar de
encuentro, al que prostitutas de todo tipo, casi todas ellas víctimas de las
drogas, acudían para tratar de ganar, ofreciendo su cuerpo a cambio, el dinero
necesario para conseguir la próxima dosis.
Al llegar, prácticamente en un segundo, las vi, con una distancia de diez
a veinte metros entre una y otra, envueltas en su aura oscura, rodeadas de
seres repulsivos, unos desencarnados que murieron con el vicio del sexo a
cuestas, otros, de naturaleza no humana, larvas horribles que se alimentan de
las vibraciones de las bajas pasiones. El cuadro que ofrecían todas era
tristísimo. Ellas no lo sabían, claro. Ellas creían estar solas, ser libres y actuar,
por tanto, libremente. Porque eso es lo que les sugerían esos desencarnados
que esperaban participar, aunque fuera en un ínfimo porcentaje, de las oleadas
de placer sexual que ellas iban a producir en sus ‘’clientes’’.
Como otras veces, sentí un dolor inmenso por esas mujeres, la mayor
parte de ellas muy jóvenes, que habían visto truncada su vida de un modo
inesperado, a traición, y que, una vez enganchadas a la droga, eran incapaces
de salir del círculo vicioso en que se las había introducido. ¿Qué hacer? ¿Qué
se puede hacer ante la ceguera de los hombres? ¿Cómo se puede comprender
que padres, que darían su vida por sus hijas, sean capaces de frecuentar a estas
mujeres, perpetuando así una de las mayores lacras sociales de la Humanidad,
sin darse cuenta de que también ellas son hijas y tienen padres y familias y
que tenían ilusiones y sueños y esperaban un futuro mejor?
Las contemplé, una por una, para ver de encontrar alguna posibilidad de
ayuda, de luz. Pero no. Sus auras estaban totalmente ocupadas por vibraciones
negativas que me impedían sugerirles un cambio en sus vidas.
Me di cuenta de que muchas de ellas eran portadoras del sida. ¡Qué
horror! Horror por ellas, por la enfermedad en sí y por la responsabilidad que
contraían contagiando, en una especie de venganza inconsciente contra la
sociedad que de tal modo las maltrataba, la terrible enfermedad, que un
desaprensivo les había contagiado, también sin avisar.
Los presuntos clientes, por otra parte, no ofrecían mejor aspecto interno.
Llegaban en sus coches, llenos de deseos pasionales, furtivamente, sin
plantearse siquiera la degradación que suponía su propósito y el daño moral
interior que iban a producir a una muchacha, aprovechándose de su necesidad
de dinero, al incrementar con sus vibraciones negativas, la dependencia de la
pobre desgraciada de las larvas etéricas y astrales y de los viciosos
desencarnados. ¡Si los hombrees pudiesen ver lo que yo veo - pensé -
cambiarían radicalmente! Pero no pueden. Y no pueden precisamente porque
son así y su egoísmo ciega los ojos del espíritu. De modo que, como no ven,
niegan lo que no pueden ver.
Poco que hacer, pues, con aquellos ‘’clientes’’ que iban llegando,
parando sus vehículos, discutiendo el precio y llevándose a las muchachas en
cuestión o satisfaciendo sus deseos allí mismo. Constaté, una vez más, que
muchos de esos ‘’clientes’’ eran hombres casados y con familia. Y, sin
embargo, no tenían ningún escrúpulo en arriesgarse a contagiar luego a sus
cónyuges lo que allí se exponían a contraer. Ni mucho menos, les remordía la
conciencia por su infidelidad que, eso sí, serían incapaces de admitir por parte
de sus esposas.
De pronto, vi llegar a un joven cuya aura era distinta. No estaba
dominada por el rojo oscuro de la pasión. Era más bien desesperación
emocional lo que le embargaba. Lo rodeaban varios desencarnados viciosos
del sexo, haciéndole sugerencias. Pero su aura de buena persona me ofrecía un
resquicio para ayudarle. Investigué su vida contemplando sus átomos
simiente. Era estudiante. Había tenido un amor no correspondido y ello le
había producido una frustración muy grande que desembocó en una especie de
depresión, que los desencarnados se encargaron de incrementar. Por fin, había
caído: Iría al parque y entregaría a otra mujer todo el amor que su elegida
había despreciado. Una vez más, observé la terrible confusión entre deseo y
amor que las fuerzas negativas se dedican a propalar.

El joven estaba nervioso. Era la primera vez que intentaba un contacto
sexual. Pasó junto a una joven morena que le hizo señas. No se atrevió y
siguió adelante, mientras observaba la larga fila de candidatas. En ese
momento, intervine. Le sugerí fijarse en una rubia que se veía a lo lejos.
Aceptó la sugerencia y aceleró hacia ella. La joven se acercó y se asomó a la
ventanilla de la derecha, previsoramente abierta por el joven. En ese instante
le hice observar el enorme parecido que había entre su propia madre y la
prostituta. El parecido no consistía sino en el pelo rubio, que en ambas era
teñido; pero la sugestión surtió su efecto. El joven reaccionó inmediatamente
y aceleró, dirigiéndose a su hogar. Aquella noche meditó, impresionado, sobre
lo sucedido. Con una pequeña ayuda por mi parte, imaginó a su madre en
aquel parque, acuciada por la necesidad, y sintió que su corazón se le partía. E
imaginó a la joven rubia, antes de ser prostituta, llena de vida y de ilusiones y
de proyectos... Y se vio a sí mismo, intentando irresponsablemente hundirla
más aún en el cieno, en vez de tenderle una mano.
Por esa vez, se había salvado. Además, observé que la joven en cuestión
era portadora del sida.

* * *

III.- LA AGRESIÓN

Oí una llamada de auxilio. Venía de la puerta de una discoteca. Acudí de
inmediato, ya que en el mundo del deseo o astral no existen, prácticamente, las
distancias y basta desear estar en algún lugar para lograrlo. Y me encontré con
la frecuente escena de una riña. Dos jóvenes estaban discutiendo con otro, con
el fin de provocarlo y perjudicarlo como fuese. Ambos habían bebido y los
vapores del alcohol en sus estómagos habían atraído a una serie de gusanos
etéricos horribles, que se alimentan con esos vapores. Tenían, además, cada
uno de ellos, adosado a su espalda, un desencarnado, que en ese plano se suele
ver negro, ambos adictos al alcohol y a la violencia subsiguiente en sus
respectivas vidas anteriores. Estaban azuzando a los dos jóvenes para que
agredieran al otro. Éste no había bebido. Ni siquiera había estado en la
discoteca. Simplemente, pasaba por allí, pero su aspecto había llamado la
atención de los dos, porque no se parecía a ellos. El joven, al verse acosado y
acorralado contra la pared por los dos agresores, había inconscientemente
emitido una llamada de auxilio, que fue la que yo capté, debido a ciertas
afinidades astrológicas entre el joven y yo mismo.
Pronto me di cuenta de que uno de los dos agresores llevaba una pistola
en el bolsillo. Leí su pensamiento de disparar a la menor resistencia del otro.
Su mente estaba, lógicamente, ofuscada por el alcohol y por su obsesor
desencarnado, de modo que, en ese momento, era un monigote, un autómata
en manos de éste.
Rápidamente, materialicé un dedo. Cuando se funciona en el astral,
como se carece de cuerpo físico, que se ha dejado en la cama durmiendo y
recuperándose de los desgastes de la última jornada, no se puede actuar en él
físicamente. Pero, mientras se está vivo, es decir, mientras se permanece unido
al cuerpo físico por el Cordón de Plata, es posible concentrar la mente y atraer
el polvo de las proximidades, de modo que se acumule sobre la parte del
cuerpo etérico que se desee materializar. Una vez creado ese instrumento, ya
puede uno manejarlo e influir en el mundo físico.
Materialicé, pues, el dedo índice de mi mano derecha y apareció junto al
propietario de la pistola. Luego, localicé un coche patrulla en la calle siguiente
y les sugerí a los agentes pasar por la discoteca.
En ese momento, el joven había rechazado un empujón del agresor
armado y éste, obedeciendo a su anterior propósito, sacó la pistola y disparó a
quemarropa. Afortunadamente, yo había materializado a tiempo el dedo y
pude desviar el arma, de modo que la bala fue a incrustarse en la pared, casi
en el momento en que el coche patrulla daba la vuelta a la esquina próxima.
Por supuesto, el joven nunca sabrá cómo salvó la vida, ya que ningún
Amigo Invisible busca presumir, sino servir. Tampoco el agresor se explicó
nunca cómo pudo fallar, estando el blanco tan cerca.
Por cierto, acompañé a los dos agresores a la comisaría. Sus obsesores ya
los habían abandonado, visto que la aventura ya no tenía atractivo. Allí pude
sugerir al que había disparado, y me aceptó la sugerencia, no volver a beber
más de la cuenta y no tener nunca más un arma, porque no compensaba la
satisfacción o el placer momentáneo de sentirse superior a alguien con las
consecuencias posteriores.

* * *

IV.- EN CENTROAMÉRICA

Cuando empecé a actuar como Amigo Invisible se me dijo que debía
visitar aquella zona de Hispanoamérica, aprovechando las últimas horas de
sueño aquí, que coinciden con las primeras de allí, para darme cuenta de las
atrocidades que se estaban cometiendo y, aprovechando el hecho de hablar el
mismo idioma que ellos, ser lo más útil posible.
La primera llamada de auxilio me vino de las proximidades de una aldea
de un país centroamericano azotado por la guerra civil. En una choza perdida
en la selva, yacía, con las ropas destrozadas y medio moribunda, una joven
nativa que había sido violada decenas de veces por una serie de soldados que
reían e insistían en su degradación, mientras la joven se desangraba.
Su cara estaba hinchada, sus pechos, desgarrados, su abdomen era un
charco de sangre. Apenas llegué, la joven expiró.
Vi salir sus cuerpos etérico y de deseos del cuerpo físico, y me acerqué a
ella. Estaba horrorizada. Vio su propio cuerpo físico masacrado por aquellos
soldados y empezó a gritar y a llorar sin comprender nada, presa del pánico,
del terror y del dolor que ella suponía que debía sentir.
Y ahí estaba mi papel. Me aproximé a ella, que no mostró el menor
miedo, debido a la luz dorada de mi cuerpo alma, a mi sonrisa y a mis manos
tendidas. Le dije:
- No temas. Ya ha pasado todo.
La joven siguió llorando. Le tomé una mano entre las mías, con afecto,
la dejé desahogarse un momento y añadí:
- He venido a ayudarte.
Mis palabras surtieron un efecto repentino. La joven dejó de llorar y me
miró sorprendida e inquisitiva.
- Mira. - le dije - Quiero que comprendas que has muerto. Observa tu
cuerpo. ¿Lo ves? Está destrozado. Y tú has sufrido mucho en él. Pero ahora ya
estás en otro mundo. Ahora, si tú no quieres, ya no te duele nada.
Su rostro manifestó un enorme asombro.
- Sí. - le dije - Vamos a ver: Piensa que no te duele y no te dolerá.
La joven lo hizo así y sonrió. Se había desprendido del dolor.
- Ahora, - añadí - piensa que no tienes heridas, imagínate sana, limpia,
con tu mejor traje.
La joven cerró los ojos, se concentró y su aspecto cambió. Luego los
abrió, me miró y me dijo:
- ¿Usted es Dios?
- No. No soy Dios. - sonreí - Sólo soy un hombre. Un hombre normal,
que me preocupo por los que sufren. Ten presente que, en este mundo en el
que estamos, todo lo que piensas, se realiza enseguida, así que no temas.
Aquello ya pasó. Fue tu vida en el mundo físico. Ahora, lo que debes hacer es
rezar, ¿sabes rezar?
- Sí. ¿Qué he de rezar? - me dijo.
- ¿Sabes el Padrenuestro?
- Sí.
- Pues rézalo. Rézalo conmigo. Pero antes has de hacer algo.
- ¿Qué?
- Mira a esos soldados
Dirigimos nuestras miradas hacia ellos. Uno estaba aún tendido sobre el
cuerpo ensangrentado, sin haberse apercibido de que ella había muerto. Ella
los miró y volvió a echarse a llorar.
- No llores. Eso ya ha pasado. Pero, antes de rezar, tienes que pensar un
poco.
- ¿Qué tengo que pensar?
- Piensa en ellos. - le dije, señalando a los soldados - Son hombres que,
si no hubiera guerra, seguramente serían normales. Ellos no tienen nada contra
ti. Sólo se han dejado influir por el ambiente de la guerra y no han sabido
refrenarse. Pero son hombres normales. Son humanos. Como tú y como yo.
Son nuestros hermanos.
La joven me escuchaba en silencio y su mirada iba de mí a los soldados
y de ellos a mí.
- Tú has visto - proseguí - cómo he venido a ayudarte. Si yo no hubiese
venido tú habrías permanecido, quizá años, junto a tu cuerpo, llorando de
dolor y sin saber que habías muerto. Pero he venido y ahora has comprendido
que lo que ha muerto ha sido tu cuerpo, pero que tú sigues viviendo y,
además, te han desaparecido el dolor y las heridas, ¿verdad?
- Sí.
- Pues yo también, en una de mis existencias pasadas, fui como estos
saldados. También hice muchas atrocidades y, poco a poco, vida tras vida, he
ido aprendiendo lo que se debe y lo que no se debe hacer. Por eso, antes de
rezar conmigo, quiero pedirte que no guardes rencor a los soldados. Cierto que
han sido crueles contigo, que te han arrebatado, del modo más desagradable,
la vida y el futuro. Pero no te preocupes. Todo aquello de que se te ha privado,
lo recibirás en tu próxima vida en la tierra. Tu papel ahora consiste en
compadecerlos y en perdonarlos. Tú sabes que en el Padrenuestro se dice
‘’Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden’’, ¿no?
- Sí.
- ¿Y qué crees que quiere decir?
- Pues eso. Ya comprendo. Sí. Lo comprendo y los perdono.
- Entonces, - dije - ya podemos rezar el Padrenuestro. Y, si lo rezas de
verdad, te elevarás a otro plano mucho más hermoso y tu vida continuará.
Tenlo por seguro.
Rezamos el Padrenuestro con gran devoción y vi cómo su cuerpo de
deseos era rodeado por una luz cegadora que lo hizo desaparecer de mi vista,
al elevarse a planos donde ya no necesitaba mi ayuda y, por tanto, no había de
centrar mi conciencia para seguirlo. Mi tiempo, como el de todos los Amigos
Invisibles, es precioso y procuramos no perderlo, una vez realizado el trabajo.

* * *

V.- LA PREPARACIÓN PARA EL SERVICIO

Durante varios años trabajé en equipo. Todas las noches nos reuníamos
doce Amigos Invisibles, cada uno nativo de uno de los doce signos del
zodíaco, bajo la dirección de un médico, también Amigo Invisible.
La razón es sencilla: De ese modo, podíamos realizar curaciones a las
personas que nos lo pedían, siempre de acuerdo con sus deudas de destino o
karma. Cada uno de nosotros podía, mejor que los demás, ayudar con sus
vibraciones al enfermo perteneciente al mismo signo. Los demás, contribuían
a incrementar el caudal vibratorio de prevención y protección futura. El
médico, conocedor del cuerpo humano, nos indicaba en qué consistía la
enfermedad o lesión, y dónde aplicar nuestra energía.
Téngase en cuenta, además, que el cuerpo etérico es el que hace vivir al
cuerpo físico y que, consecuentemente, tanto la enfermedad como la curación
se dan antes en aquél que en éste. De modo que, trabajando sobre el etérico, se
detectan y se evitan enfermedades o se curan más rápidamente.
Generalmente se cree - los que creen en el más allá - que, por el mero
hecho de morir aquí y pasar al llamado ‘’otro mundo’’, ya se convierte uno en
sabio y en santo. Y no hay nada de eso. En el ‘’otro mundo’’, es decir, en el
mundo del deseo o astral, que es el primero al que vamos al morir - si bien hay
quien se queda por algún tiempo en la zona etérica inferior, pegada al plano
físico denso, como consecuencia de su materialismo y degradación - hay que
aprender a manejarse, como en éste. Y el que más aprende, es el que mejor se
desenvuelve. Por eso hay una serie de clases y de trabajos, al principio, que no
tienen más finalidad que la de familiarizarnos con las nuevas condiciones en
las que hemos de actuar.
Una de las cosas que más cuesta de asimilar es el hecho de que, con
nuestro cuerpo de deseos recubierto por el cuerpo alma - formado por los dos
éteres superiores del cuerpo vital - podemos atravesar las paredes, las rocas y
las montañas, podemos permanecer bajo el agua sin peligro y en el fuego sin
quemarnos y en medio de los huracanes sin que nos afecten. Es decir,
dominamos los cuatro elementos, fuego, aire, agua y tierra, que el hombre es
incapaz de resistir cuando se soliviantan: Terremotos, incendios, volcanes,
inundaciones, naufragios, huracanes, tifones, etc.
Al principio de actuar como Amigo Invisible, se asiste a clases, tanto de
ética, de filosofía y de teoría como de práctica. Esas clases tienen lugar en
aulas, como las de aquí, pero de materia de deseos. Para entrar en cualquiera
de ellas es preciso conocer la ‘’palabra de pase’’, que es distinta cada mes.
Además, uno debe poseer en su cuerpo alma y de deseos una tasa vibratoria
mínima, según sea la reunión de que se trate. Y, si se pretende penetrar en una
clase o en una reunión cuya vibración mínima es superior a la propia, se
encuentra uno con una especie de muro infranqueable.
Con el fin de aprovechar la mayor cantidad de horas, los Amigos
Invisibles se suelen acostar temprano y, apenas se duermen, dejan el cuerpo
físico en la cama y comienzan la actividad que tengan encomendada.
Antes de dormirse es preciso realizar el llamado ‘’ejercicio de
retrospección’’, que no es sino un repaso, en orden inverso, (con el fin de ver,
primero los efectos y luego sus causas) del día recién terminado. Durante él,
uno revive cada acto, cada palabra, cada pensamiento, cada situación, y se
pregunta cuál ha sido su propósito y en qué ha fallado. Y, si ha sido así, trata
de sentir todo el dolor que ha podido producir a los demás. También, cuando
proceda, trata de sentir toda la felicidad que ha proporcionado a otros.
Generalmente, pasan varios años (como mínimo, dos) desde que uno
despierta a la vida superior, es decir, desde que se plantea en serio ‘’la gran
pregunta’’ (¿Quién soy yo? ¿Qué hago aquí? ¿De dónde vengo? ¿Adónde
voy? ¿Qué se espera de mí? ¿Por qué?), recibe las primeras lecciones y
empieza a buscar la respuesta, hasta que la encuentra.
Y todos pueden comprobar la vigencia de la ley oculta, según la cual,
‘’el Maestro siempre aparece cuando el discípulo está preparado’’.
Cuando uno comienza a querer explicarse la vida y la muerte, siempre se
cumple otra ley oculta que Cristo formuló clarísimamente cuando dijo:
‘’Buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá, pedid y recibiréis; porque el
que busca, encuentra, el que pide, recibe y al que llama, se le abre’’ (Mateo,
7:7-8 y Lucas, 11:9-11). A esto se refiere Y, sin excepción alguna, cuando
uno empieza a ‘’buscar’’, siempre le llega la respuesta orientadora, bien
mediante un libro, por medio de un amigo o de un desconocido o de una
asociación o de cualquier otro modo, pero acaba en el lugar en el que se le
pueden dar respuestas. Por su parte, el Dios Interno, el Cristo Interior, que
todos llevamos dentro, despertado por esa inquietud, comienza a hacerse oír y
a conducirnos, aprendiendo a aceptar las enseñanzas correctas, que siempre
son gratuitas, y a rechazar las que se le ofrecen a cambio de una retribución,
sea la que sea.
Y, como estudia y medita y reflexiona y, sin perjuicio de seguir siendo
una persona normal, un padre o una madre o un hijo o una hija y, además, un
profesional o un obrero manual o un estudiante o un ama de casa, sin que
nadie se dé demasiada cuenta, va viendo las cosas más claras y,
consecuentemente, va ajustando sus pensamientos, sus deseos y sus acciones a
esos nuevos conocimientos, y va viendo más y más luz. Y su deseo de auxiliar
y servir a sus hermanos necesitados de ayuda, va aumentando. Y llega un
momento, aproximadamente dos años después del primer ‘’encuentro’’ con
‘’la verdad’’, en que, durante el sueño, mientras el cuerpo físico descansa y se
recupera de los avatares y desgastes del día, comienza a despertar de la
inconsciencia en que ha estado hasta entonces sumido durante la noche, salvo
raras excepciones, y empieza a actuar como Amigo Invisible.
Este servicio tiene varias ventajas: En primer lugar, aumenta la visión y
la comprensión del mundo. En segundo término, se conciencia uno de que
todo lo existente es como un organismo, un conjunto, en el que cada cual tiene
un papel que desempeñar, en el que todos son importantes y en el que todos
importan; que unos están más adelantados que otros y los adelantados son los
que han de ayudar a los atrasados. En tercer lugar, se aprovechan las horas de
sueño para servir desinteresadamente a quienes lo necesitan, con lo cual, se
evoluciona más deprisa puesto que, a las actividades del día, se añaden las de
la noche, teniendo en cuenta que los vehículos superiores (cuerpo etérico
superior, de deseos y mental, y los tres Espíritus) no sienten cansancio ni
sueño ni, por tanto, han de dormir. Y, por fin, el servicio desinteresado al
prójimo, bien durante las horas de vigilia, bien durante la noche como Amigo
Invisible, desarrolla el cuerpo alma, lo que Cristo llamaba ‘’el dorado vestido
de boda’’, cuya carencia hizo que fuera expulsado del banquete el que entró
sin él (Mateo, 22:11-14). Este cuerpo alma, de luz dorada, compuesto de los
dos éteres superiores del cuerpo etérico, que sólo se desarrollan mediante el
servicio amoroso y desinteresado al prójimo, aureola todo el cuerpo de deseos
y, además, sirve de vehículo para viajar, a voluntad, con plena conciencia y
conservando la sensibilidad y la memoria, por los mundos espirituales. De él
habla san Pablo también en su primera Epístola a los Corintios (15: 42-45).
Durante algún tiempo, todas esas actividades como Amigo Invisible, si
bien se realizan con plena conciencia en el mundo del deseo y, por tanto,
quedan grabadas en los átomos simiente de nuestros cuerpos, para el período
post mortem, y como archivo de nuestra evolución toda, no se recuerdan por
la mañana al despertar. A veces, se tienen vagas reminiscencias de personas o
de lugares o sucesos, pero nada de ello se evoca como verdaderamente
sucedido.
Tras otro período, más o menos largo, según el grado de evolución y de
constancia y de entrega de cada uno, llega un momento en que se empieza a
recordar, al despertar, todo lo realizado durante el sueño, de modo que,
prácticamente, ya se posee la “conciencia permanente,” pues no queda ningún
momento de las veinticuatro horas olvidado ni oculto.
Más adelante, al recibirse la primera iniciación, se aprende a abandonar
voluntariamente el cuerpo físico en pleno estado de vigilia, momento crucial
en la evolución porque, desde entonces, se ha vencido a la muerte, ya que uno
va con frecuencia y a voluntad a trabajar al mundo al que todos vamos a pasar
al morir. A este momento y a este grado de evolución se refería San Pablo
cuando exclamaba: ‘’¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte,
tu aguijón?’’ (I Corintios, 15:55-56).
Y así continúa la evolución. Siempre adelante. Siempre hacia arriba.
Empujada por la única fuerza capaz de empujarla: el amor.
Sólo el amor, pero el amor entendido como Cristo dijo: ‘’Ama a tu
prójimo como a ti mismo’’. Sólo ese amor nos hace evolucionar y alcanzar
cotas y facultades que la Humanidad alcanzará, al paso que va, dentro de
miles y miles de años, tras una serie casi interminable de vidas llenas de
problemas, de dolor, de desesperación, de ceguera, de sembrar odio y recoger
su cosecha de sufrimientos, sin caer en la cuenta de que todo se lo ha
proporcionado ella misma...
Vale la pena. Pero se necesita voluntad, temple, ideas claras y valentía.
Bastantes son los que, llegados a estas cotas, sobre todo a la anterior al
recuerdo de lo hecho durante la noche, creen no haber avanzado, dudan de las
Enseñanzas y pierden la ocasión que se les había dado y que no se les volverá
a brindar hasta pasadas unas cuantas vidas más. A eso se refería Cristo cuando
decía que “muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mateo, 9:38).
De todos modos, cada uno de nosotros tiene a su alcance la “evolución
acelerada”. Depende de él. Pero no se trata sólo de querer o de desear
convertirse en “amigo invisible”, porque para serlo durante la noche en los
mundos superiores, es preciso serlo antes aquí, durante el día, es decir que
sólo los que primero son “amigos visibles” pueden aspirar luego a actuar
como “amigos invisibles”. Eso hay que tenerlo muy claro.

VI.- EL SUICIDA

Sobrevolaba Madrid en busca de alguna posibilidad de servicio. Todo
parecía tranquilo. Era invierno. Las calles estaban desiertas. En la ciudad se
veían los habituales nubarrones del egoísmo, el odio, la envidia, la
depravación, la sexualidad, el alcohol, la droga, los mataderos...
Se distinguían claramente los hospitales, con los rayos negros
incidiendo, de modo convergente, sobre ellos, desde distintos ángulos, y los
rayos luminosos, raudales de amor, que casi ocultaban a aquéllos.
Como islas de luz, que irradiaban constantemente a todo su entorno y
servían como almacenes de donde Amigos Invisibles y ángeles extraían
energía para sus actividades, se podían localizar claramente todos y cada uno
de los conventos de clausura de la ciudad. Si la gente, que piensa que esos
religiosos contemplativos no hacen nada útil, supiera que, gracias a ellos, la
vida no es más difícil, ni más cruel, ni más injusta, y cada vez hay más luz en
muchas almas, cambiarían radicalmente de opinión. Pero, ¿qué hacer? Cada
uno está en su sitio. Cada cual es libre, y siembra y recoge y va aprendiendo y,
con ello, evolucionando. Y, el que en una vida es asesino, en otra puede ser
fraile cartujo y, con sus oraciones, compensar los daños que hizo, una vez
comprendido su error. Y el que fue gobernante, renacerá como ciudadano de
tercera si no supo desempeñar bien su papel, al que se había hecho acreedor
en vidas anteriores. Y el que usa mal su riqueza, creyendo que la tiene para su
disfrute exclusivo y para aumentarla a costa de sus hermanos, será luego de
los explotados y aprenderá la lección.
Todo está bien. Todo es perfecto. Cada uno, antes de preparar su
renacimiento, estudia su última vida y las anteriores a ella y decide qué quiere
hacer, qué quiere reparar o construir o aportar, y elige el entorno social, los
padres, el cónyuge, el momento y modo de la muerte y, luego, se lanza al
mundo. Lo que ocurre es que, esa visión de la propia situación y de las deudas
contraídas y de los proyectos, se hace en un plano muy elevado (Región del
Pensamiento Abstracto del Mundo del Pensamiento o Tercer Cielo) y, luego,
cuando, atravesados la Región del Pensamiento Concreto, el Mundo del
Deseo y la Región Etérica del Mundo Físico, se nace aquí y se concentra en
este plano la conciencia, aquellos propósitos se ven obstaculizados por la poco
fuerte voluntad, las muchas tentaciones, las tendencias negativas no superadas
y las aún no suficientemente arraigadas virtudes. Y uno se desvía, y luego, al
morir, tiene que ver, con horror, que ha fallado y que, donde quería hacer el
bien hizo el mal. (San Pablo dice textualmente: ‘’Lo que quiero hacer, no lo
hago y, en cambio, hago lo que no quiero hacer’’ (Romanos, 15:16). Pero, la
voluntad se va robusteciendo y la comprensión del mundo y de la vida se van
ampliando y todos, lo queramos o no, somos empujados suave pero
amorosamente, por la mano de Dios. Siempre adelante y siempre hacia arriba,
aunque a veces caigamos y fracasemos. La mano y el empujón cariñosos no
nos abandonan nunca.
En medio de estas reflexiones, percibí inesperadamente una vibración
especial que llamó mi atención. Provenía de un hombre de unos cincuenta
años que, debido a una serie de problemas que pude ver en la memoria de la
naturaleza, había decidido quitarse la vida. Para ello había pensado arrojarse
al metro.
Lo estudié de cerca. Estaba desesperado. Había perdido la ilusión de
vivir y la esperanza. Le habían dicho que no había más vida que ésta, y que
luego no había nada. Y él lo había creído. ¿Para que, pues, seguir viviendo?
Su mujer lo había abandonado; sus dos hijos habían muerto de sobredosis de
heroína; una hija que le quedaba, no quería saber nada de él; la empresa en la
que trabajaba había hecho una reducción de plantilla y lo habían dejado en la
calle y, prácticamente, debido a su edad, sin posibilidades de encontrar nuevo
trabajo.
Ante sus ojos tenía una nube que le hacía verlo todo negro. Estaba su
aura llena de elementales de desesperación, que fomentaban ese sentimiento y
lo hacían inmune a cualquier ayuda, mental o emocional, que se le quisiera
prestar, formando a su alrededor como una especie de jaula gris, oscura y
lóbrega, en cuyo centro nuestro hombre no veía más solución que el suicidio.
Él no sabía, claro, que el suicidio es uno de los errores que peores
consecuencias acarrea a quien lo comete. Porque, inmediatamente después de
morir, los suicidas se ven arrastrados por las corrientes de pasión que dominan
la Región Inferior del Mundo del Deseo y que se corresponde con el
tradicional infierno que, por cierto, no existe como descrito ni como eterno. Y
allí son objeto de toda serie de vejaciones, ataques y terrores, para acabar
aislados, a oscuras, en una soledad y una oscuridad inconcebibles para el
hombre corriente, asustados, aterrorizados, rememorando continuamente cada
instante del suicidio cometido, atraídos inevitablemente por el lugar en que se
llevó a cabo, y comprendiendo que todo aquello es mucho peor, infinitamente
peor, que lo que tanto temían afrontar en vida. Y eso, hasta que llegue el día
en que debieron morir de muerte natural, como ellos mismos habían
programado antes de nacer. Por eso, los que en una vida han sido suicidas y lo
han pasado así de mal, sienten tal terror ante la muerte que no pueden ni
siquiera oír hablar de ella.
Pero aquel hombre no sabía nada de todo eso. Estaba aturdido, cegado.
Como todos los suicidas, ordenó sus cosas metódicamente. Después escribió
una nota que decía: ‘’Sólo culpo a la vida de mi muerte’’, se la guardó en un
bolsillo de la chaqueta y salió de su casa en dirección a la estación del metro
más próxima a su domicilio.
Yo no disponía de mucho tiempo, así que me materialicé, cosa que es tan
sencilla como desearlo, y me hice el encontradizo, tropezando con él en la
calle.
- Perdone. - le dije.
No me contestó y siguió andando.
- ¿No le conozco? - insistí.
- No.
- ¿Y usted no me conoce a mí?
- No.
- Pues yo lo he visto antes.
- ¿Y qué?
- Que me alegro de encontrar a un conocido. Estoy en una encrucijada y
necesito ayuda de alguien. No ayuda económica, sino ayuda moral, ¿sabe?
Necesito hablar. Tengo un problema grave y me siento muy solo. Y, como
estoy seguro de que hay muchas personas que se sienten como yo y a las que
les gustaría tener a alguien que las escuche y que las comprenda, pero no la
encuentran, he salido a la calle en busca de alguien que esté viviendo esa
situación y usted tiene cara de poder ser esa persona.
- Es que...
- No piense que soy un drogata ni un ladrón ni un delincuente. Sólo soy
un hombre que necesita que le ayuden. ¿No tiene usted tiempo?
- ¿Tiempo? Sí. Tengo mucho tiempo.
- Permítame, pues, que le robe unos minutos. No me niegue este
pequeño favor.

Tras un instante de reflexión dijo, encogiéndose de hombros:
- Bueno. Si quiere podemos subir a mi casa. Está aquí cerca.
- Se lo agradezco de veras.
Dicho esto, comenzamos a andar hacia su casa. Antes de llegar a ella, sin
embargo, nos pidió limosna un hombre de unos treinta años que llevaba a
cuestas una mochila llena. Tenía todo el aspecto de carecer de hogar. Y, así
era. Lo vi en la memoria de la naturaleza. Pensé que podría ayudarme a
arropar al otro, al tiempo que yo podría ayudarle a él. Así que lo miré a los
ojos y le dije:
- ¿No tienes casa?
- No. - respondió.
Mi compañero lo miró también. Luego miró la mochila que llevaba al
hombro y le preguntó:
- ¿Qué llevas ahí?
- Mis cosas. No tengo donde dejarlas, así que las he de llevar conmigo.
El suicida dudó un momento. Instante que aproveché para sugerirle la
idea, que me aceptó enseguida, de invitarlo a subir con nosotros a su casa. Así
que le dijo:
- ¿Quieres venir con nosotros? Íbamos a mi casa a charlar un rato. Mi
amigo - añadió, refiriéndose a mí - se encuentra necesitado de conversación,
lo mismo que yo, y a ti pienso que tampoco te vendría mal.
- De mil amores. - se apresuró a responder el otro, vislumbrando la
posibilidad de pasar la noche bajo techado.
- Pues vamos. - concluyó mi amigo, dirigiéndose a su portal.
Entramos los tres, subimos a su piso y nos sentamos en el comedor. El
suicida se había ya recobrado. La idea del suicidio había pasado a segundo
plano, como en retaguardia, en espera de otra ocasión. En esos momentos se
sentía acompañado y su generosidad le hizo ofrecernos unos tacos de queso
manchego, media tortilla española, un trozo de pan y un vaso de agua fresca.
Yo me excusé diciendo que había cenado hacía poco y aproveché aquel
tiempo para averiguar que el piso era suyo y que el sin hogar era electricista.
Había llegado de su pueblo tres meses atrás, contratado por una empresa
constructora. Vivía en un hostal de ínfima categoría y estaba vislumbrando
cómo empezar a levantar cabeza, cuando un malentendido en el que él no
tenía ninguna culpa, hizo que lo despidieran. Días después, sin haber
encontrado trabajo y con su dinero agotado, tuvo que abandonar el hostal y
echarse a la calle. Y así llevaba ya tres días.
Vi que los dos podían ayudarse, así que hice porque habláramos del
tema, iniciando yo la cuestión:
- ¿Hace mucho que estás sin techo?
- Tres días... y tres noches. - respondió.
- Claro, - dijo el dueño del piso - que las noches son lo peor, ¿no?
- No. Lo peor es que, como no puedo asearme ni lavarme ni cambiarme
de ropa, cada vez tengo peor aspecto y me resulta más difícil encontrar
empleo. Yo soy electricista y trabajo bien y puedo ganarme la vida. Pero así...
- dijo mirándose la ropa y las manos.
Aproveché para sugerir al otro que le hiciese una oferta que podría
beneficiar a los dos. Y la captó:
- ¿Qué te parecería quedarte aquí conmigo mientras encuentras trabajo?
Tienes cara de buena persona. Y yo sólo no necesito todo el piso. - dijo.
- Estoy seguro - me apresuré a intervenir - de que vas a encontrar trabajo
pronto. Aunque sólo sea haciendo chapuzas en el barrio.
- Sí, - dijo el suicida - yo creo que si hacemos un poco de propaganda en
el vecindario, podrías defenderte. Y, hasta entonces, puedes quedarte aquí. Yo
lo tengo peor, pues soy administrativo y, a mi edad, es casi imposible que me
contrate nadie. Cuando te he encontrado, - dijo mirándome - estaba
desesperado. Hasta me había pasado por la cabeza tirarme al metro...
- ¡Qué barbaridad! - dijo el otro - Pues yo no. Yo no me tiro al metro. A
mí me parece que la vida ofrece muchas oportunidades, ¿no? - concluyó,
dirigiéndose a mí.
- ¡Y tantas! – dije - La vida es maravillosa. Es un regalo. Y hay que
agradecerla cada día. Porque tiene momentos malos, pero también los tiene
buenos. Es sólo cuestión de tener claro que somos nosotros mismos los que,
con nuestras decisiones y nuestros actos la hemos ido dirigiendo hasta donde
estamos. Y que, por tanto, podemos dirigirla a otro sitio. Y, por otra parte,
sólo hay que mirar cuánta gente, cuántos millones de hombres están peor que
nosotros, para agradecer profundamente lo que tenemos...
- Exacto. - dijo el electricista - Yo pienso así.
- Tenéis razón. Hace un momento yo no veía luz y ahora me encuentro
tan a gusto charlando con vosotros. ¡Quién me lo iba a decir hace un cuarto de
hora!. Por cierto, - añadió mirándome - ¿cuál es tu problema? Me has dicho
que necesitabas contárselo a alguien, así que exponlo y, a lo mejor, entre los
tres podemos resolverlo.
Mi labor estaba concluida. Así que respondí:

- No. Mi problema no era, en realidad, mío. Aunque vuestra compañía
me ha ayudado a aclararlo y, ahora, para mí, ya no es tal problema. Y, a
propósito, yo tengo que volver a casa. Os dejo aquí, calentitos y con un
proyecto en común. Adiós, amigos. Ha sido una noche encantadora. Gracias.
Volveremos a vernos.
Durante los días siguientes vigilé a mis dos amigos e hice lo que pude
por que resolvieran sus problemas. Haciendo propia una pequeña sugerencia
que le hice, la hija del suicida reanudó la relación con su padre y la idea del
suicidio se borró de su mente para siempre.

* * *

VII.- EL NIÑO PERDIDO

Era en el campo, en un cortijo extremeño. Cuando acudí a la llamada -
que, generalmente, es una plegaria, un grito de socorro - me encontré a una
madre joven, desesperada porque no encontraba a su hijo de dos años. Era ya
de noche. Y, a medida que pasaban los minutos, los nervios se iban
apoderando de toda la familia, compuesta por ella, su marido y los abuelos
paternos.
Habían ya buscado al niño por todas partes sin dar con él. Ya no sabían
qué hacer. Pensaban en algún perro vagabundo, hasta en algún lobo, en un
secuestro, en la posibilidad de que el niño hubiese sufrido un accidente...
Porque, habían examinado todos los rincones de la casa, registrado la
cuadra, bajado al pozo, recorrido varias veces los alrededores hasta una
distancia lógica, llamado al niño cientos de veces... todo sin resultado.
Así que, cuando llegué, estaban verdaderamente desesperados. El padre
había decidido ir al pueblo, a tres kilómetros, a pedir auxilio a la Guardia Civil
y a los vecinos, y estaba enjaezando la caballería.
Yo estudié la memoria de la naturaleza y encontré al niño, dormido,
acurrucado dentro del horno en el que la madre, cada dos o tres días, cocía el
pan, y que estaba situado en el corral. Vi que la mañana siguiente iba a
hornear, puesto que la masa estaba ya preparada, con la levadura
fermentándola.
El horno estaba demasiado alto para que un niño de dos años se subiese
a él. Pero, consultando el éter reflector o memoria de la naturaleza, comprobé
que, hasta poco antes de anochecer, había estado apoyada en la boca del
horno, mientras el padre limpiaba el gallinero, una madera de dos metros de
larga por treinta centímetros de ancha, con varias tablas clavadas
transversalmente a guisa de escalones, para que las gallinas pudiesen subir a
su habitáculo. Pero, antes de darse cuenta de la desaparición del niño, cuando
el padre terminó su trabajo de limpieza, había retirado la madera en cuestión
de la boca del horno y la había colocado de nuevo en su sitio. Por eso a nadie
se le ocurrió buscar dentro del horno, cuya boca estaba a más de metro y
medio del suelo.
Lo grave del asunto era que el niño se había refugiado y dormido en un
rincón del horno, detrás del montón de leña que su madre tenía preparado para
hacerla arder la mañana siguiente, de modo que su descubrimiento se hubiera
producido demasiado tarde.
Una vez comprobado todo esto, me fue fácil sugerir a la mujer que, si
venía gente del pueblo a ayudarles a buscar a su hijo, necesitaría tener pan, así
que se encaminó hacia el horno. Ya junto a él, le transmití la imagen de su hijo
dormido tras la leña. Como movida por un resorte, encendió una cerilla para
alumbrarse, separó la leña con la pala y descubrió al niño, plácidamente
dormido.
Quiero aclarar que a los Amigos Invisibles nos resulta fácil sugerir ideas
o transmitir imágenes, pero tenemos absolutamente prohibido, forzar ninguna
voluntad. Por eso, sólo podemos ayudar a quien pide auxilio o a quien lo
necesita y es receptivo a nuestras sugerencias. Pero nunca, jamás de los
jamases, por ningún concepto, forzamos nada ni a nadie. Una de las cosas más
sagradas que hay en todos los planos de existencia es la libertad, y no
debemos quebrantarla nunca, aunque nos duela, aunque nos parezca injusto:
Hay que dejar al hombre obrar libremente y ayudarle a que aprenda a hacer el
mejor uso posible de esa libertad. Y, a veces, el mejor sistema consiste en
dejarlo que experimente las consecuencias de su empleo inadecuado. Pero
siempre que podemos, estamos allí para prestar la ayuda necesaria o
conveniente.
En eso se diferencian precisamente los magos blancos de los magos
negros. Los primeros actúan siempre, sin excepción alguna, altruístamente, es
decir, sin pedir ni recibir ni pretender nada (ni dinero, ni riquezas, ni poder, ni
fama, ni agradecimiento), y sólo por amor al prójimo. Y sin forzar ninguna
voluntad. Los magos negros, en cambio, que usan las mismas fuerzas y los
mismos poderes y facultades, actúan de modo egoísta, por obtener algo a
cambio, y violentan las voluntades y coartan la libertad de los demás sin
ningún escrúpulo.
Esa es la razón de que, ya en las Escuelas de Misterios de la antigüedad
(Babilonia, Jerusalén, Egipto, Grecia, Roma) se castigase con la pena de
muerte la divulgación del contenido de las iniciaciones que allí se impartían y
las facultades que se alcanzaban. Y, hasta tal punto se respetó el juramento
que todos los iniciados prestaron, que ni uno sólo lo traicionó y los
historiadores aún no conocen el verdadero contenido de los Misterios. Porque
estas facultades no pueden ponerse en manos de cualquiera que no haya
demostrado, con toda seguridad, que no ha de emplearlas en nada que no sea,
sólo y exclusivamente, hacer el bien de modo absolutamente desinteresado. Y
la mayor parte de la Humanidad, en su estadio de evolución actual, no haría,
en absoluto, ese uso de tales facultades. A eso se refería Cristo cuando dijo:
‘’No deis lo sagrado a los perros ni echéis vuestras perlas a los cerdos’’
(Mateo, 7:6).
El lector se preguntará cómo, siendo esto así, existen magos negros. La
respuesta es bien sencilla: Todos ellos fueron antes magos blancos. Y fallaron.
Cayeron en la tentación del dinero, del poder, de la fama, del sexo, etc., e
hicieron mal uso de sus poderes, puesto que la tentación existe a todos los
niveles, así para tentarnos como para fortalecernos antes de acceder al
siguiente escalón evolutivo. Recuérdese al mismo Cristo que, como modelo de
hombre con todas las vicisitudes posibles en su vida, fue tentado. El problema
de los magos negros, sin embargo, consiste en que, mientras el resto de la
Humanidad, está siendo empujado, suave pero incesantemente, por la mano de
Dios, hacia adelante y hacia arriba, ellos han de luchar cada minuto contra esa
fuerza irresistible, nadando vida tras vida contra corriente, con lo cual se van
quedando atrás, retroceden en la evolución y se abocan a un destino bien
triste, consistente en la pérdida de sus átomos simiente y, por tanto, en su
desaparición como seres individuales, yendo a parar todos sus componentes al
caos, donde serán reciclados para dar lugar a otras oleadas de vida. Son los
únicos hombres que, verdaderamente, pueden “perder su alma”. Sus espíritus,
no, porque son inmortales. Pero sí sus almas. Y su personalidad y su memoria
y su historia como seres humanos.
A estos efectos, recuérdese el pasaje de Simón el Mago en los Hechos de
los Apóstoles (8:9-24) y recuérdense también las palabras de Cristo a sus
discípulos: ‘’Gratis lo recibís, dadlo gratis’’ (Mateo, 10:8).
En este sentido, no hará falta que llame la atención del lector sobre la
gran cantidad de escuelas, sectas y enseñantes que han aparecido en los
últimos tiempos y que están produciendo gran perplejidad. Pero, si se mira
cuál es su objetivo y, sobre todo, cuál es su comportamiento, pronto se ve
claro: Si no pretenden, como única finalidad, ayudar de modo totalmente
altruista con sus lecciones y actuaciones y, sobre todo, con su ejemplo, está
claro que son impostores o locos. Pero, si esas enseñanzas y actuaciones y
ayudas no son gratuitas, no hay que investigar más. Todo aquel que cobra, que
exige a cambio algo, mucho o poco, es un Simón el Mago de nuestros días.

Sólo existen en el mundo siete Escuelas de Misterios que no funcionan
simultáneamente en el tiempo. Las siete cumplen estos requisitos y preparan a
los neófitos como Amigos Invisibles, para pasar luego a iniciados de los
distintos grados. Sabiendo esto y que ‘’el que busca encuentra,” sobran las
palabras.


* * *

VIII.- LA APUESTA

Era de madrugada ya avanzada. Llovía. Me llamó la atención un
vehículo que circulaba por la autopista, a gran velocidad, por la calzada
contraria. Me acerqué rápidamente al conductor. Había ingerido bastante
alcohol y, en su átomo-simiente pude averiguar que había apostado con unos
amigos y pretendía, para ganar la apuesta, recorrer un determinado número de
kilómetros con el tráfico de frente. Estaba semiconsciente, pero no se
planteaba el peligro a que estaba sometiendo a todos los que, sorprendidos, se
cruzaban con él, sin más recurso que sortearlo del mejor modo posible.
Averigüé que tenía un hermano de unos veinte años y, rápidamente, me
valí de ello:
Dado que él estaba obsesionado con ganar la apuesta, pero no había en
su aura ninguna vibración negativa que me impidiera hacerlo, le sugerí una
imagen en la que aparecía su hermano al volante de un coche que circulaba en
sentido contrario y que se aproximaba rápidamente. La captó, la hizo suya, eso
le hizo imaginarse a sí mismo chocando con su hermano y provocándole la
muerte. Inmediatamente, reaccionó, se dirigió al arcén, frenó y se quedó
quieto, con la cabeza sobre el volante. Traté de que aquella impresión quedara
muy firme en su memoria, repitiéndosela y, luego, aprovechando un momento
sin tráfico, le sugerí enderezar el coche y circular en el sentido correcto.
A estas alturas, el lector se preguntará cómo le es posible al Amigo
Invisible consultar la Memoria de la Naturaleza o el átomo-simiente de
alguien.
La explicación es un poco compleja, pero fácil de entender:
La Tierra está compuesta de sustancias sólidas, líquidas y gaseosas, que
todos conocemos, de las que se compone también nuestro cuerpo físico y que
vuelven a la tierra tras la muerte. Pero también está compuesta de otras
sustancias, más tenues, que tienen características especiales. Son, por orden de
mayor a menor densidad, el cuerpo etérico, el cuerpo de deseos y el cuerpo
mental. Nosotros, aunque no lo sepamos, también tenemos esos mismos
cuerpos, compuestos, como es lógico, de las mismas materias que los
correspondientes cuerpos de la Tierra, de los cuales extraemos las sustancias
para formarlos y mantenerlos. Y así, el cuerpo etérico hace posible que viva el
cuerpo físico que, en sí no es sino una estatua de materias físicas y en eso se
convierte cuando el espíritu y sus vehículos lo abandonan; el cuerpo de deseos
o astral, nos permite tener deseos, sentimientos, emociones y pasiones; y el
cuerpo mental, formar ideas, razonar, juzgar, pensar.
Pues bien, el cuerpo etérico está compuesto de cuatro capas de distinta
densidad que son, en orden de más a menos densos, el éter químico, el éter de
vida o vital, el éter de luz y el éter reflector. El primero hace posible la
asimilación, la excreción y el crecimiento; el segundo, la reproducción; el
tercero, los sentidos, y el cuarto, la memoria.
Los dos últimos éteres, el de luz y el reflector, están formados por dos
materias especiales, que pueden, juntas, servir de vehículo a través de los
mundos superiores. Se desarrollan mediante el servicio desinteresado al
prójimo. Constituyen lo que se llama en las Escrituras ‘’el dorado traje de
boda’’.Y se puede viajar con ellos - percepción y memoria - junto con los
vehículos superiores - cuerpo de deseos y mental - porque de ese modo se
conserva la totalidad de la conciencia física y, además, luego, al regresar al
Mundo Físico, se conserva también la memoria de lo realizado en los otros
planos.
El éter reflector del planeta contiene, grabado en él, todo lo acaecido en
toda la Tierra. Es la Memoria de la Naturaleza o Registro Akásico. Por eso, el
que puede acceder a ella, conoce lo que desee con toda fidelidad.
Los Amigos Invisibles recurren muy frecuentemente a esa Memoria de
la Naturaleza, ya que les facilita información que puede permitirles ayudar a
quien lo necesita e investigar el juego de las leyes naturales. Pero, en cambio,
tienen total y absolutamente prohibido, tan prohibido como la violación del
libre albedrío, el consultarlo por curiosidad o por propio interés.
La consulta del átomo-simiente de alguien se hace del mismo modo,
puesto que me refiero al átomo-simiente del cuerpo físico, que recoge y
guarda toda la vida de cada individuo o, mejor, todas sus vidas, y está
compuesto de éter reflector. Pero también aquí hay que preservar la
individualidad y sólo se puede investigar un átomo-simiente si el interesado
pide ayuda o la necesita. Y jamás se puede hacer, de lo que en él se ve, un uso
distinto de los indicados.

* * *

IX.- EL KARMA MADURO

La historia que sigue tuvo lugar también en la carretera. En una vía de
tercer orden que unía dos pueblos próximos de la Mancha. Yo acababa de
realizar un trabajo en una de dichas poblaciones y me dirigía a Madrid,
sobrevolando la zona. De pronto, me llamaron la atención las luces de un
coche que iba haciendo eses de vez en cuando. Descendí a su nivel y
comprobé que el conductor se iba durmiendo. Luchaba contra el sueño y
estaba perdiendo la batalla. Su consciencia se iba alejando y en cualquier
momento el vehículo se podía salir de la carretera que, en aquel tramo,
discurría entre un alto terraplén y la ladera de una colina.
Al instante pensé en acudir en su ayuda haciendo algo que llamase su
atención y lo espabilara o sugiriéndole que frenase y durmiese un poco. Pero,
inesperadamente, ‘’sentí’’ la voz del Maestro: ‘’Sería más prudente no
intervenir en este caso’’. Y me contuve.
El conductor se durmió, el coche se salió de la carretera, hacia el
montículo, subió por él, volcó, dio una vuelta de campana y fue a caer por el
terraplén, del otro lado, donde quedó con las ruedas para arriba.
En ese momento ‘’sentí’’ que ya me era permitido actuar. Así que me
dirigí al vehículo más próximo de la Policía de Tráfico y sugerí al conductor
la conveniencia de recorrer la zona en que se encontraba el accidentado.
Llegaron allí, lo vieron, avisaron a los servicios sanitarios de urgencia y se
llevaron al conductor, gravemente herido. Como consecuencia del accidente,
quedó parapléjico.
El lector, seguramente, no acabará de comprender lo sucedido. Por eso
he querido hacer aquí este relato.
En primer lugar, he de aclarar que cualquier Amigo Invisible está al
servicio de su prójimo, pero bajo la supervisión de un Maestro.

Y, ¿quiénes son los Maestros o Hermanos Mayores, como también se les
denomina? Son, por supuesto, hombres como nosotros, pero que han
alcanzado un grado de evolución tal que resulta inimaginable para el hombre
común. Y pueden sentir en todo momento cuanto los Amigos Invisibles hacen.
Lo sienten de un modo sordo, sin prestarle demasiada atención, puesto que sus
propias actividades a favor de la Humanidad son mucho más importantes y no
sería lógico dedicar permanentemente su cuidado a pequeños problemas
individuales pudiendo ayudar a la totalidad de los hombres desde planos más
elevados y en asuntos de mucho mayor calado. Es lo mismo que nos ocurre a
nosotros: Todo el día somos conscientes de nuestro cuerpo, sabemos que lo
tenemos, pero no le prestamos ninguna atención especial, dado que la tenemos
puesta en otras cosas... hasta que nos pinchamos un dedo o nos duele la
cabeza o se nos introduce un mosquito en el ojo. Entonces, toda nuestra
atención la dedicamos a resolver el accidente. Es lo que se llama ‘’estar en la
conciencia del Maestro’’.
Lo que ocurría lo supe más tarde, cuando el Maestro me transmitió las
escenas que justificaban su sugerencia.
Esas escenas me hicieron ver al espíritu del conductor en su anterior
vida, en pleno siglo IX. Había sido carcelero. Y, en el desempeño de su
desagradable trabajo, se había excedido y se había hecho célebre por un
sistema de castigo para los presos proclives a fugarse, que consistía en
quebrarles las piernas por encima de la rodilla.
Tras su muerte, en el período entre encarnaciones, había comprendido la
atrocidad de su comportamiento. Y, antes de nacer en esta vida, había
aceptado experimentar las consecuencias de aquella conducta, mediante un
accidente que lo dejara imposibilitado de las dos piernas.
Él, su personalidad en esta vida, no lo sabrá y, por tanto, se considerará
un desgraciado, un abandonado de la mano de Dios a quien, a lo mejor,
culpará de su desgracia, sin saber que está, sencillamente, recibiendo las
consecuencias de su actos y que, para las leyes naturales, la interrupción entre
vida y vida no es significativa, puesto que ellas miran a la evolución, al
recorrido total de cada espíritu. Pero su espíritu, ese espíritu que realmente es
él y que se vale del cuerpo físico, ése habrá aprendido lo que es estar
parapléjico y no volverá a permitir, en otra encarnación, que su personalidad
de entonces cometa tal barbaridad.
Como verá el lector, en este caso no procedía mi intervención. Hubiera
sido una violación de la voluntad de aquel espíritu, lo que se llama “un karma
maduro”, y una transgresión, por mi parte, de la Ley de Retribución, que nos
hace experimentar el mal que hacemos a otros, con el fin, como he dicho, de
que el espíritu pueda aprender la lección y no reincidir. Es nuestro modo,
digamos, violento, de evolucionar. Hay otro, mucho más suave, que consiste
en ir por el ‘’camino estrecho’’ de que habla Cristo (Mateo, 7:13-14), pero
éste no lo sigue casi nadie. La mayor parte prefiere las riquezas, el poder, la
fama, los placeres, las pasiones… el egoísmo en una palabra, sin pensar en e
incluso perjudicando a los demás. Y eso nos acarrea luego vidas desgraciadas.
Es fácil, pues, darse cuenta de que en ningún momento estamos solos.
Siempre formamos parte de la conciencia de Dios, de un modo más intenso
aún de lo que los Auxiliares Invisibles estamos en la conciencia del Maestro.
Por eso se nos dice que ‘’en Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser’’
(Hechos, 17:27).
Aún quisiera hacer una aclaración para la mejor comprensión de la labor
de los Amigos Invisibles: En los mundos ocultos o ‘’superiores’’ no hay
democracia. Este sistema es el mejor para el desarrollo y evolución de la
Humanidad en cuanto a la conquista del mundo físico se refiere. Y es el mejor
porque se supone que el pueblo elige a los más idóneos. Si no es así, como
está sometido a la Ley de Retribución o de Acción y Reacción o del Karma,
que de las tres maneras se denomina, acaba sufriendo las consecuencias de su
falta de discernimiento al hacer la elección. Pero, en los mundos internos, no.
Allí cada uno está donde su grado de evolución lo ha colocado, y tiene las
responsabilidades y desarrolla las actividades propias de su estatus evolutivo,
sin posibilidad de error, porque todos leen los pensamientos y sentimientos de
los demás. Y, como todo se basa en el amor, en el bien y en el servicio al que
va detrás, no existe nunca el menor problema. Todos saben y les consta, que el
de arriba sabe más, sencillamente porque ha evolucionado más deprisa,
porque se ha esforzado más y ha recogido el fruto de ese esfuerzo en forma de
facultades, sabiduría y perfección. Como todos saben también que cualquiera
puede evolucionar más, si lo desea. Pero sólo a condición de que sirva más a
sus hermanos. Es el único medio.
Sin embargo, y esto es muy importante, en ningún momento a ningún
nivel, nadie ordena nada a nadie. Siempre se sugiere, dejando al inferior la
libertad y la responsabilidad de aceptar o no la sugerencia, puesto que la
libertad individual, como he dicho antes, es sagrada para todos y todos hemos
de seguir desarrollando el discernimiento.
Pero, ¿quién, sabiendo que el que le hace una sugerencia sabe mucho
más, puede mucho más, ama mucho más y sirve mucho mejor, desdeña la
indicación? Sin embargo, la libertad sigue ahí, a nuestra disposición.

X.- CONFIRMANDO LA FE

La fe, se dice en los mundos ocultos, es una virtud provisional. El
hombre que se lo propone puede, si se esfuerza en ello, comprobar por sí
mismo lo que hasta entonces simplemente creía como posible, es decir, fiando
en el testimonio de otros, porque le parecía razonable y respondía a preguntas
a las que personalmente no era capaz de contestar. En este capítulo hablaré
algo de ello.
Cuando alcancé la posibilidad de recordar, al despertarme por la
mañana, lo realizado durante la noche, lo primero que se hizo conmigo fue
conducirme a la cabecera de un lecho en el que agonizaba un niño. Y se me
sugirió que, desde ese momento, todas las noches intentase visitar a aquel
Ego, estuviera donde estuviese.
El niño murió aquella misma noche y yo presencié su salida del cuerpo
físico y seguí sus pasos hasta verlo ubicado en una región del Mundo del
Deseo que, como todos los mundos superiores - o, mejor, internos - está
formado por siete planos o regiones de densidad decreciente, de las que las
tres superiores constituyen el llamado Primer Cielo.
Allí van a parar los espíritus de todos los humanos que mueren antes de
los catorce años o, para ser más exactos, antes de la pubertad.
Hay mucha ignorancia sobre toda esta materia y conviene que empiece a
disiparse, siendo sustituída por el conocimiento, que se apoyará primero en la
fe y, luego, en la comprobación que cada uno realizará en su momento.
El cuerpo físico, como es sabido, necesita nueve peses de gestación para
completarse, antes de nacer. A todos nos parece lógico, puesto que lo sabemos
y lo comprobamos continuamente y la ciencia nos muestra los distintos
estadios por los que el embrión humano va pasando a lo largo de todo ese
tiempo. Lo que ya no se sabe, generalmente, es que los demás cuerpos del
hombre, el etérico, el de deseos o astral y el mental, también tienen sus
períodos de gestación correspondientes, cada vez más largos cuanto más
reciente es la adquisición por el hombre de ese vehículo a lo largo de su
evolución o, lo que es lo mismo, cuanto menos evolucionado y organizado
está dicho vehículo.
Así que el cuerpo etérico, compuesto por cuatro éteres, nace, en realidad,
como algo propio y exclusivo de cada individuo, a los siete años – caen los
dientes de leche y nacen los definitivos - si bien va completando su desarrollo
poco a poco, desde ese momento, como le ocurre al cuerpo físico tras su
nacimiento.
Hasta que nace el cuerpo etérico individual, el niño utiliza como propio
una pequeña porción del de sus padres, sobre todo de la madre, y el resto, del
cuerpo etérico macrocósmico, es decir, del de la Tierra.
El cuerpo etérico es el que hace posibles las operaciones vitales y por
eso se le llama también “cuerpo vital”. Primero, se desarrolla completamente
el éter químico, el más denso, el más pegado a la materia física, que es el que
permite la asimilación, la excreción, el crecimiento y el movimiento. El cuerpo
físico, que no es más que una estatua de materias físicas y químicas, no podría
moverse si no estuviera interpenetrado por el cuerpo vital, que es una
reproducción exacta, átomo por átomo, de aquél, del que, sin embargo,
sobresale unos dos o tres centímetros, parte ésta que resulta fácil de ver para
los que están comenzando a desarrollar la clarividencia etérica.
Cuando el cuerpo etérico abandona el cuerpo físico, éste queda de nuevo
convertido en lo que es: una estatua rígida que se descompone. El cuerpo vital
es como un molde, un campo magnético que, con sus líneas de fuerza, hace
que cada átomo ocupe su lugar y desarrolle sus funciones, es decir, viva. Es el
responsable de las corrientes nerviosas, cerebrales - por eso el cadáver tiene el
electroencefalograma plano - y de todo tipo, así como de la asimilación, no
sólo de los alimentos que conocemos, sino de la energía solar, cosa sólo
conocida por la ciencia con relación a las plantas, pero que tiene lugar también
en los animales y en el hombre, a través del bazo etérico.
Ese cosquilleo que sentimos cuando se nos duerme un brazo o una
pierna no es más que la consecuencia del retorno de los átomos etéricos a los
correspondientes átomos físicos, de los que habían sido separados por una
postura determinada que impedía la circulación de las corrientes etéricas, y la
elevación de la tasa vibratoria de los átomos físicos por los etéricos. La
acupuntura sólo consiste en restituir o bloquear las líneas de fuerza del cuerpo
etérico.
A los catorce años, aproximadamente, nace el cuerpo de deseos o astral,
que es el que nos permite tener deseos y emociones y sentimientos y pasiones
propios. De ahí que este momento sea el comienzo de la época que llamamos
de “afirmación de la personalidad” del niño como algo independiente de la de
los padres.
Así como el cuerpo físico está formado por sustancias físicas, el cuerpo
etérico lo forman sustancias etéricas y el cuerpo de deseos está constituído por
materia del Mundo del Deseo. Y, como pertenece a un mundo menos denso
que el físico y el etérico, los compenetra a ambos. Y, como está menos
evolucionado que ellos, no adopta aún la forma del cuerpo físico, sino la de un
huevo en cuyo centro se sitúa aquél, compenetrado por el cuerpo etérico.
En el momento del nacimiento del cuerpo de deseos, el segundo éter del
cuerpo vital, que es el Éter de Vida y el responsable de la capacidad
reproductora, ha adquirido ya su completo desarrollo. Por eso esa edad es
también la que marca el comienzo de la pubertad. Y del cambio de voz, ya que
la energía sexual creadora es la misma que nos permite hablar.
El joven púber, que hasta entonces ha usado como propio un cuerpo de
deseos rudimentario, como hemos dicho, se encuentra, pues, con uno propio,
que responde al grado de evolución que alcanzó en sus anteriores vidas, y que
le permite ya tener deseos, emociones y sentimientos exclusivamente suyos, a
tenor de su propio estatus evolutivo e independientemente de los sentimientos,
deseos y emociones de sus padres. De ahí el problema generacional. Por otro
lado, es capaz, sexualmente, de reproducirse.
Posee, pues, los deseos y posee la capacidad de usar el sexo. Sin
embargo, no tiene freno alguno, porque la mente propia y exclusiva no le ha
nacido aún y no lo hará hasta, aproximadamente, a los veintiún años. Ésa es la
explicación de lo peligrosa que resulta la adolescencia: Se desea lo que
apetece, sea bueno o malo, sin capacidad de discernimiento. Por eso es
prácticamente inútil razonar con adolescentes. Lo único que puede ayudarles
son los buenos consejos dados en su infancia y memorizados por el éter
reflector, y los buenos ejemplos. Por otra parte, la necesidad de ejercitar su
nuevo cuerpo les hace tratar de ser diferentes de los padres. Momento que,
inconscientemente, aprovechan los amigos, que se encuentran en la misma
situación, para influir más en el adolescente, con gran consternación de los
padres, si esos amigos no son los que ellos quisieran. El comportamiento de
los adolescentes dependerá, pues, de muchos factores. Pero, sobre todos,
influirán sus propias deudas de destino o karma, que se reflejará en
determinadas tendencias, inclinaciones y preferencias, y en el grado de
evolución de cada ego. Por eso no hay dos hijos iguales aunque hayan
recibido la misma educación y desciendan de los mismos ancestros.

Lo del grado de evolución quizá requiera una aclaración, que es básica:
Desde que cada uno de nosotros nacimos a la existencia, hace muchos
millones de años, hemos ido recibiendo y desarrollando los distintos
vehículos. Cada uno de ellos, que en cada encarnación muere y se
descompone, posee, sin embargo un átomo, llamado átomo-simiente, que no
se destruye - no el átomo en sí, sino las fuerzas que lo animan - a lo largo de
todas las existencias y períodos entre vidas, y que va acumulando, como si de
una película cinematográfica se tratase, cada segundo de existencia, de modo
que todo está allí almacenado sin posibilidad de error. Y cuando, tras un
período entre renacimientos, uno se prepara para el siguiente, los átomossimiente
de cada vehículo se ponen en funcionamiento y van atrayendo de los
mundos correspondientes - mental, de deseos, etérico y físico - las materias
que vibran exactamente como ellos, y no otras. Con lo cual, cada uno de
nosotros, al nacer, disponemos de vehículos capaces de empezar la nueva
jornada pertrechados con todos los adelantos evolutivos adquiridos hasta ese
momento a lo largo de todas nuestras vidas anteriores. Y seremos más o
menos inteligentes y más o menos constantes y más o menos amables y más o
menos sinceros y más o menos glotones o viciosos o espirituales o... según
nos hayamos comportado hasta entonces. Cada vida, pues, para el espíritu, no
es sino una continuación de la vida anterior, desde el punto en que la dejó,
más lo que en el período entre vidas haya progresado, tanto en el Purgatorio
como en los tres cielos. O sea, que cada uno somos sólo y exclusivamente el
fruto de nuestro propio esfuerzo. Por lo que nuestro futuro está siempre en
nuestras manos, ya que sólo recogemos lo que sembramos, ni más ni menos. Y
no cabe, por tanto, quejarse y echar la culpa a nadie, ni siquiera a Dios, porque
a nadie se le da nada gratis, pero a nadie se le quita nada. Es la justicia
perfecta. Y siempre con la mano de Dios tendida hacia nosotros y dispuesta a
ayudarnos, si se lo pedimos, y respetuoso con nuestro libre albedrío.
Con estas nociones por delante, puedo ya retomar el relato del mi
primera actuación como Auxiliar Invisible consciente.
Seguí, pues, al niño - a su Ego - hasta una determinada Región del
Primer Cielo. Es un lugar delicioso al que van a parar, como he dicho, los que
mueren antes de la pubertad, ya que, moralmente, no son responsables de sus
actos al no tener deseos propios, y sí sólo necesidades vitales.
¿Y qué hacen en esa Región del Primer Cielo? Esta era una de las dos
cosas que se pretendía que yo conociese directamente, visitando cada noche al
espíritu en cuestión. La otra cosa, que comprobé, directa y personalmente, fue
que, pasados poco más de dos años, aquel espíritu volvió a nacer,
precisamente de los mismos padres. Con ello pude convencerme por mí
mismo, de que la muerte, como tal, como fin de la vida, no existe en absoluto.
- ¿Y, por qué - se preguntará el lector - ha de morir un niño para renacer
dos años después en la misma familia?
Esto exige otra explicación interesante también: Téngase en cuenta que
la naturaleza está regida por una serie de leyes naturales a las que todo está
sometido. Por ejemplo, la ley de la gravedad hace que podamos andar y
desenvolvernos del modo en que hemos organizado nuestras vidas. Piense
sino el lector en los problemas que la ingravidez plantea, no sólo para los
desplazamientos, sino, sobre todo, para el funcionamiento normal del
metabolismo del cuerpo físico.
Por ejemplo: Tenemos dos piernas. Pudimos ser parecidos a los
ciempiés, con muchísimas más. Pero tenemos dos. Y eso nos condiciona.
Pudimos tener alas y volar, pero no las tenemos. Pudimos vivir bajo el agua,
pero vivimos en el aire. Pudimos... pero somos como somos. Y es la ciencia la
que va descubriendo las leyes naturales, avanza en su conocimiento y, al
usarlas obedeciéndolas, obtiene ventajas.
Pues, lo mismo ocurre con las investigaciones en los otros mundos: Las
cosas ocurren como ocurren, porque así lo disponen las leyes naturales, contra
las cuales nada podemos. A nosotros sólo nos cabe descubrirlas, estudiarlas y,
obedeciéndolas, hacerlas funcionar en nuestro beneficio, para evolucionar
mejor y, a ser posible, más deprisa, evitando así las desgracias, enfermedades
y problemas, que derivan siempre de la ignorancia.
Si queremos fabricar, por ejemplo, hidrógeno y oxígeno a la vez, y
sabemos que el agua está formada por ellos, y conocemos el funcionamiento y
efectos de la ley que rige la electrólisis, haremos pasar la corriente eléctrica
por una solución acuosa de ácido sulfúrico y obtendremos el hidrógeno en el
cátodo y el oxígeno en el ánodo. ¿Qué habremos hecho, pues? Simplemente,
conocer las leyes naturales, aplicarlas al caso y obedecerlas en nuestro
beneficio. Y, atención: ese ‘’obedecerlas’’; es importante. Porque, si no lo
hacemos, si en vez de agua salada empleamos agua dulce o, en vez de hacer
pasar por ella una corriente eléctrica, hacemos circular una onda radiofónica,
no obtendremos lo que queríamos.
Esta consideración es clave para comprender otros aspectos mucho más
importantes de la vida. Porque, en los mundos superiores existen también
leyes naturales que los rigen y también hemos de descubrirlas y estudiarlas y
obedecerlas, para usarlas en nuestro beneficio. Y, una de las más elevadas e
importantes leyes naturales, el río más caudaloso de la Creación, a favor de
cuya corriente hemos todos de nadar si no queremos crear remolinos y retrasos
que nos producirán disonancias en nuestros átomos-simiente y enfermedades y
karmas a liquidar y nuevas encarnaciones para saldarlos, es la Ley del Amor.
Todo lo que se aparte de amar a los demás como a uno mismo, va contra la
corriente de la principal ley natural y, por tanto, produce sobre el que la
infringe, siempre, sin excepciones, un efecto negativo, del cual se encarga otra
ley natural que es la Ley de Retribución o del Karma o de Acción y Reacción
o de Consecuencia y, según la cual, cada uno cosecha lo que sembró,
experimenta las consecuencias de lo que hizo o, en otras palabras, cada cual es
el único autor de su propio destino. Se dice, en medios espirituales que ‘’los
molinos de Dios muelen muy despacio, pero muy fino’’. Es decir, que no
tienen prisa y, con frecuencia, hacen pagar en una vida deudas de otras
anteriores. Pero que tampoco olvidan nada, y hay que pagar hasta el débito
más ínfimo.
Ahora, dicho todo esto, vuelvo a mi narración:
Una vez comprobado el renacimiento del niño en su misma familia
anterior - aunque pudo haber nacido en otra - y aunque sus padres seguían
llorando al hijo que se les murió, se me indicó que debía comprobar la ley
natural que, se me había enseñado, rige la mortalidad infantil.
Y puedo asegurar que el resultado de ese trabajo fue una de las cosas
que más me impresionó, porque es uno de los casos en que, desde nuestra
perspectiva humana, no se ve, al principio, la justicia de los acontecimientos.
Luego, claro, cuando se tienen más datos, hay que reconocer, una vez más,
que todo es perfecto, que cada cosa está en su sitio, que la justicia es total y
que el amor de Dios impregna permanentemente cada átomo de su inmensa
obra.
Me dediqué, pues, a investigar la penúltima encarnación de una serie de
niños que estaban en el Primer Cielo. En ellas no encontré nada que me
pareciese relacionable con el hecho de morir en la infancia en su siguiente
vida. Lo único que tenían en común era que, en esa vida anterior, en la que
fallecieron siendo adultos, o habían muerto de modo violento - en una batalla,
en un accidente, en un cataclismo - o, en su cama, pero rodeados de parientes
y amigos que lanzaban gritos de dolor y desesperación, o habían estado
rodeados durante su entierro por vítores o aplausos o, finalmente, sus cuerpos
habían sido incinerados demasiado pronto tras la muerte o se les había
practicado una autopsia o una extracción de órganos cuando aún sus sentidos
estaban activos.
Como aquello era lo único que todos ellos tenían en común - la lógica es
la misma en todos los mundos - no tuve más remedio que dirigir mis
observaciones al momento de la muerte de cada cual.
¿Y qué comprobé que ocurre en esos casos? Pues ocurre que la vibración
de terror de la muerte violenta (asesinato o accidente) o el ruido circundante
(batalla) o los lamentos desmesurados (gritos de los parientes) o las
aclamaciones (celebridades, héroes, etc.) o el miedo a la cremación o el dolor
de la autopsia, distraen la atención del fallecido e impiden así la regrabación o
copia consciente, en el átomo-simiente de su cuerpo de deseos, de la película
de la vida que acaba de terminar, y que está grabada en el átomo-simiente de
su cuerpo físico.
¿Y, por qué sucede eso? Porque esa grabación tarda, según los
individuos, desde unos minutos hasta tres días y medio (aproximadamente lo
que uno era capaz, en vida, de resistir sin dormirse), tiempo durante el cual el
interesado ha de estar atento a la misma, viéndola pasar como si de una
película se tratase, pero sin sentir emoción alguna, so pena de echar a perder la
copia. Comprobé, además que, hasta la terminación de esa regrabación, en el
momento en que se rompe el Cordón de Plata, - que es una cuerda de materias
etérica, de deseos y mental, que une los distintos vehículos con el espíritu,
permitiendo el paso de energías de unos a otros y del que habla la Biblia en
Eclesiastés, 12:6 y 7 - se conserva el uso del oído y del tacto y, por supuesto,
la conciencia. Y por eso todos esos incidentes interfieren en la grabación.
¿Y qué efecto produce la ausencia de esa grabación? Que la vida recién
terminada, no existe, ha desaparecido, se ha perdido (como la copia de una
cinta de audio borrada o de un disco informático formateado) y, con ella,
todas las vivencias, alegrías y penas y experiencias y adelantos en la
evolución, que ha supuesto. Y, consecuentemente, ni el Purgatorio (donde, al
experimentar en carne propia el mal que hicimos, desarrollamos la
“conciencia”) ni el Primer Cielo (donde, experimentando en nuestro ser el
bien que hicimos, desarrollamos las “virtudes”) ni el segundo cielo (donde
hacemos los arquetipos para la próxima encarnación, en base a las
experiencias de la última vida) ni el tercero (donde elegimos el esquema de
nuestra futura encarnación, en base a lo aprendido hasta entonces), pueden ser
de utilidad, porque las lecciones a aprender se han borrado.
La ley natural, sin embargo, cofrmé claramente, sale al paso de esa
pérdida. Y establece que, al fallecido en esas condiciones se le haga renacer
pronto y morir de niño, antes de la pubertad, es decir, antes de que le haya
nacido el cuerpo de deseos. Tras la muerte en la infancia, como no es
responsable, pues no es púber, va a parar al Primer Cielo y en él se le imparten
las enseñanzas que se han perdido de la vida anterior y que sí están grabadas
en la memoria de la naturaleza. Y luego, en un plazo entre dos y veinte años,
se le hace nacer de nuevo, ya de una manera normal, pero enriquecido con el
fruto de aquellas sus experiencias que se perdieron, de la vida anterior. La
solución, pues, de la ley natural, es verdaderamente amorosa e inteligente.
Ésa es, pues, la principal causa de la mortalidad infantil. Mortalidad que
existirá, porque así lo quiere la ley natural, hasta que dejemos de matarnos
unos a otros en guerras cruentísimas o dejemos de llorar junto a los seres
queridos que se han ido, o de aplaudirlos o vitorearlos o incinerarlos
enseguida tras la muerte o practicarles la autopsia o la extracción de órganos
prematuramente.
¿Qué habría que hacer, entonces, para evitar todo esto? Muy sencillo:
dejar al muerto en paz y en silencio durante tres días y medio. Y luego,
incinerarlo, con lo que se evitaría también lo que ocurre con muchos y que se
expone en el siguiente capítulo.
Esta experiencia mía es la que se suele brindar a todo Amigo Invisible
“novato”, para que se vaya familiarizando con las leyes naturales en los
mundos superiores y su juego, con nuestra ignorancia, con las consecuencias
de sus infracciones (que son los llamados “pecados”), con la justicia divina,
que a nadie le quita nada y que, en todo momento, respeta nuestra libertad,
pero está al pairo, por si necesitamos ayuda, prestárnosla, tanto si somos
buenos como malos, ricos, pobres, inteligentes, retrasados, blancos o de color.
Basta con elevar a lo alto nuestro corazón. Lo que ocurre con mucha
frecuencia es que nuestra idea de lo que más nos conviene y la de Dios no
coinciden. Pero, de eso no tiene la culpa Dios.
No obstante lo dicho, quizá al lector le parezca innecesariamente cruel,
por ejemplo, que unos padres pierdan a su hijo con el que, a lo mejor, han
soñado y al que han deseado intensamente. Y, a primera vista, parece ser así.
Por eso he adelantado que, luego, con todos los datos, lo imperfecto se
convierte en perfecto. Porque, ese niño que ha de morir no nace de esos padres
por casualidad, - ya que las leyes naturales nunca actúan al azar - sino porque
tienen pendiente una deuda kármica, que han de pagar, y la ley aprovecha la
necesidad del nacimiento del niño en beneficio de éste, y el dolor que causa su
muerte como pago de la deuda de sus padres que, en otra vida, o en ésta, - y
esto se viene comprobando por todos los Amigos Invisibles - provocaron el
aborto de un hijo o lo abandonaron una vez nacido o, por egoísmo, no lo
quisieron tener, pudiendo hacerlo y contando con medios para criarlo y
educarlo. Porque, como he dicho, nada, absolutamente nada, ni un ápice se le
pasa a la Ley de Retribución. Todo se cobra y todo se paga. Y ése es el mejor
medio para que nuestro espíritu, nuestra parte inmortal - y no nuestra
personalidad, compuesta de los cuerpos físico, etérico, astral y mental y que,
en última instancia, no es más que un instrumento suyo - aprenda sus
lecciones y evolucione debidamente.

* * *

XI.- EL MUERTO, VIVO

Ocurre muy frecuentemente que la gente que lo ignora todo sobre el más
allá y cree que la muerte es el fin, cuando fallecen, como comprueban que no
han muerto puesto que se sienten “vivos” y, por estar muy pegados a esta vida
(negocios en marcha, familiares que los necesitan, adicciones fuertes, vicios,
etc.), no se elevan a planos menos densos poco después de su fallecimiento,
no se les ocurre siquiera pensar que realmente están muertos, y pasan días, y
aún años, recorriendo su casa, sentándose en su silla de siempre, acostándose
en su cama, deambulando de un lado para otro, pero sin comprender por qué
los otros no los oyen ni los ven ni los sienten y por qué ellos no pueden
manejar los objetos que siempre manejaron.
Y es muy corriente también que, como después de morir, han visto su
cadáver, vayan a su propio entierro y se queden luego en el cementerio, a
pesar de comprobar que aquél está descomponiéndose, sin acabar de
comprender lo que les ocurre pues, por un lado, es cierto que han visto
enterrar su cuerpo pero, por otro, ellos se sienten tan vivos como siempre y los
mismos de siempre.
Una noche, acababa de prestar un servicio en una casa cuando, estando
aún en ella, se me aproximó uno de estos muertos vivientes, una mujer de
edad madura. Me miró y me dijo:
- ¿Tú eres un ángel?
- No. - respondí - soy un hombre como tú.
- ¿Y por qué tú brillas y yo no?
- Porque he vivido más veces y he evolucionado más. Pero tú también
brillarás un día. Y puede que mucho más. Dependerá de ti. Sólo tienes que
obedecer las leyes naturales.
- ¿Qué leyes son ésas?
- Las que rigen la naturaleza.
- ¿Y cómo las tengo que aprender?
Aquello no tenía visos de conducirnos a ninguna parte, pues lo ignoraba
absolutamente todo sobre el tema y no era el momento oportuno para ponerla
al corriente, ya que hubiera necesitado días enteros. Así que fui al grano, con
el fin de hacerla reaccionar y poder ayudarla, y le pregunté:
- ¿Tú por qué estás aquí?
- Porque ésta es mi casa. Y tengo en ella mucho dinero y muchas joyas,
que me han costado toda una vida de reunir.
- ¿Y no notas nada raro?
- Sí. Que no me ven ni me oyen. Actúan como si yo no existiese. Han
abierto mi caja fuerte y están gastándose mi dinero y usando mis joyas.
Incluso algunas las han vendido.
- ¿Y por qué crees tú que ocurre eso?
- No lo sé. Pero no puedo hacer que me vean ni que me oigan y detengan
este abuso.
- Es que estás muerta.
- ¿Muerta? ¿Muerta yo?
- Sí.
- ¿Entonces cómo es que te veo y estoy hablando contigo?
- Porque la muerte no es lo que tú creías. La muerte no existe. Lo único
que existe es que pierdes tu cuerpo físico pero tú, que no eres tu cuerpo,
sigues viviendo en otro mundo. Por eso no te ven ni te oyen, ni te verán ni te
oirán por mucho que te esfuerces. ¿Has visto tu cuerpo?
- Sí.
- ¿Y qué te parece?
- Horrible. Está descompuesto. Cada día, más.
¿Cuánto tiempo hace que lo enterraron?
- No lo sé, pero bastante. Quizá más de un año.
Tras un momento de silencio, preguntó suplicante:
- Pero, ¿qué tengo que hacer?
- Primero, creerte que estás muerta, bueno, lo que en el mundo llaman
muerta; segundo, aceptar que ya no perteneces a ese mundo del que saliste;
tercero, ya que sigues siendo tú y sintiéndote tú, darte cuenta de que,
verdaderamente, eres un espíritu inmortal; y cuarto, olvidar a tu familia y tu
casa y tus bienes y tu cuerpo porque, por mucho que te empeñes, no los vas a
recuperar ahora. Y comprobar así que de nada te sirve ahora tu riqueza, que
sólo sirven tus buenas obras, y el ponerte del lado de la ley natural, dejando
que todo siga su curso como ella establece.
- ¿Entonces qué tengo que hacer? - repitió angustiada.
- ¿Crees realmente lo que te he dicho?
- ¡No tengo más remedio... es evidente!
- ¿Sabes rezar?
- Sí. Sabía el Padrenuestro y el Avemaría, que aprendí de niña en el
colegio.
- Pues concéntrate en la idea de que tu cuerpo físico ha muerto, de que tu
vida en el mundo se ha acabado, de que más adelante podrás ver a tus seres
queridos y recibir sus visitas por la noche mientras duermen, aunque nunca
recuperarás tus bienes, y reza conmigo el Padrenuestro, deseando seguir el
proceso natural. ¿De acuerdo?
- Sí. - respondió - Estoy dispuesta.
- Y ten presente esto cuando sigas tu camino y llegues al momento en
que empieces a revivir los momentos en que hiciste daño a alguien en la vida
pasada: experimentarás todo el dolor que causaste. Pero no trates de
justificarte ni de defenderte, pues no surtirá más efecto que prolongar tus
sufrimientos. Ten en cuenta que esas escenas estaban grabadas en tu cuerpo y
son la pura verdad. Así que, acepta tu culpabilidad, comprende que hiciste
daño y prométete no reincidir nunca en ello. ¿Has comprendido?
- Sí. Pero, - dijo de pronto - ¿es que viviré más veces?
- ¡Claro! Muchas veces. Hasta que alcances la perfección. Eres un
espíritu inmortal, ya te lo he dicho.
- ¡Es maravilloso! Ahora sí que puedo rezar.
- Pues recemos.
Rezamos el Padrenuestro y, mientras lo hacíamos, se fue iluminando su
aura y disolviéndose los éteres químico y de vida que lo mantenían pegada a
la Tierra, y desapareció de mi vista en planos superiores, donde yo ya no
necesitaba actuar.
Es ilógico que sabiendo, como todos los hombres sabemos, que hemos
de morir y, por lo menos es posible que vivamos en otro mundo de algún
modo, no nos preocupemos de saber qué ocurre allí, cómo debe uno
comportarse, qué debe hacer, en una palabra, cómo se vive al otro lado. Nadie
se va a vivir a un país desconocido para él sin enterarse antes de cuál es su
clima y cuáles son las circunstancias que van a condicionar allí su vida. Y, sin
embargo, la mayor parte de los hombres no hacen nada por preparar el que
ellos llaman su último viaje. Y luego ocurre lo que ocurre. Realmente, si bien
se mira, el único pecado del hombre es la ignorancia. Por eso procede abrir los
ojos de cuantos más mejor, y acabar con ella del único modo posible:
sustituyéndola por el conocimiento.
Aquí vendría muy a cuento releer la parábola del Rico Epulón y el Pobre
Lázaro, cosa que recomendamos al lector (Lucas, 16:19-31).

* * *

XII.- LA MIES

Es posible que el lector, llegado a este capítulo, haya sacado la
conclusión de que el trabajo de los Amigos Invisibles no es importante, que se
reduce a pequeños servicios o ayudas, que nada cambian la marcha de las
cosas.
Y, aparentemente, en cierto sentido, tendrá razón. Pero sólo en ese
sentido: el aparente. Porque, lo mismo que resulta imposible a los gobiernos
poner un policía junto a cada ciudadano con el fin de defenderlo de posibles
agresiones, pero no renuncian a gobernar y a proteger a la población en su
conjunto, es igualmente imposible atender a todas las necesidades que,
incesantemente, se presentan a lo largo y a lo ancho de éste y de los otros
mundos, pero eso no ha de desanimarnos, sino hacernos redoblar nuestros
esfuerzos.
Hacen falta, pues, muchos, muchísimos más Amigos Invisibles. Lo
sabemos. Y lo saben todas las Jerarquías. Pero el que los haya depende del
libre albedrío de cada hombre. Porque hay que tener claro que ser Amigo
Invisible no es más que el primer escalón. Pero, incluso para llegar a él, son
precisos ciertos requisitos:
Hay que ser, primero, como ya dije antes, amigo visible, si se quiere
llegar a Amigo Invisible. Porque, en el Mundo del Deseo, los sentimientos y
las emociones son mucho más instantáneos y fuertes que en el mundo físico,
ya que allí la materia es muy plástica y, al no tener el freno que supone la
sustancia física, obedece al instante cualquier deseo o cualquier orden de
cualquier hombre que, aunque generalmente no lo sabe, es un ser creador en
toda la extensión de la palabra. De modo que, el menor sentimiento de rechazo
o de aversión o, incluso, de incomprensión frente a alguien, por parte de un
Amigo Invisible, - y ocasiones las hay a miles, en que un hombre no
preparado reaccionaría así - puede producir efectos muy negativos a esa
persona y, vía Ley de Retribución, al responsable de las corrientes de deseos
agresivas. Condición indispensable, pues, para poder ser Amigo Invisible, lo
son la tolerancia, la comprensión, la compasión, la afabilidad, la colaboración,
la inofensividad y, sobre todo, el amor, un amor sin distingos, sin condiciones,
absolutamente desinteresado y que nace del conocimiento de que todos somos
uno, de que todos formamos parte de Dios, lo mismo que todas las células de
nuestro cuerpo forman parte del mismo, sin perjuicio de que cada una sea
distinta de las demás y tenga su propia vida y realice sus funciones e, incluso,
igual que ella vive gracias a nosotros y nosotros vivimos gracias a ella. Porque
nosotros compenetramos con nuestra conciencia a todas nuestras células y
ellas se sienten a gusto con esa vibración. Por ese motivo se produce el
rechazo de cualquier órgano procedente de otro cuerpo. Si se comprende esto,
se comprende también que nosotros formamos parte de Dios y que Él, su
vibración, está en nosotros y nos permite vivir. Por eso la Escritura insiste en
que “en Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser” (Hechos, 17:27).
No se crea, sin embargo, que hay pocos Amigos Invisibles. Todas las
Escuelas de Misterios cuentan con los suyos. Pero, además, los poseen todas
las iglesias y todas las religiones y todas las creencias, siempre que se guíen
por el amor al prójimo. Lo que ocurre es que, en el Mundo del Deseo, donde
los Amigos Invisibles trabajan generalmente, aún se emplean los idiomas para
comunicarse, por lo que los nativos de cada país han ido organizando sus
propios equipos y, sólo si se habla otro idioma, se puede prestar alguna ayuda
a los que lo hablan, en casos en que sea necesaria una conversación, bien con
el auxiliado, bien con los otros Amigos Invisibles. Para curar a los
necesitados, sin embargo, no se necesita hablar su idioma y eso lo aprovechan,
y muy bien, los Amigos Invisibles.
Pero no se debe pensar que con éstos acaba la cosa. Los mundos
superiores están llenos de seres, - más llenos que el mundo físico - muchos de
ellos “nativos” de esos mundos, mientras que otros, como los Amigos
Invisibles, actuamos en ellos en determinados períodos, a base de centrar
nuestra conciencia en el mundo de que se trate, y otros, como los hombres tras
su muerte en este plano, van allí, temporalmente, a seguir su ciclo vital.
Y entre todos esos seres existe una permanente influencia recíproca, y
hay diferencias y batallas y hasta guerras.
Aunque, en última instancia, el mal no existe. Así como el frío es falta
de calor, el mal es falta de amor. Y, además, el fenómeno ofrece la
particularidad de que, como cada cual actúa en el nivel de amor que posee, no
acaba de encontrarse a gusto - salvo que se proponga mejorar, o sea, sentir
mayor grado de amor por los demás - con los que aman de un modo más
desinteresado o más intenso que él. Entonces se produce, necesariamente, una
lucha en la que, a una parte están los que sienten menos necesidad de amar,
los que llamamos “malos” o “del lado del Mal”, y a la otra, la de los buenos o
“del lado del Bien”. Pero, la ley natural nos inclina, y lo inclina todo, en la
dirección del amor y hace que todo trabaje, en última instancia, para el Bien;
por eso se dice en los medios ocultos que ‘’el mal es bien en formación’’.
Por tanto, es lógico que los más avanzados se ocupen de ayudar y
enseñar a los otros para que comprendan, abran los ojos y mejoren sus ideas y
sus sentimientos y sus actos y, de ese modo, necesiten menos renacimientos
para pagar las deudas de destino, que ellos mismos se han creado, por medio
de desgracias, enfermedades y problemas y, sobre todo, mediante servicio
altruista a los demás.
Es lo mismo que sucede en el mundo físico (“como arriba es abajo y
como abajo es arriba”, dice el axioma oculto que resume el contenido de la
Ley de Analogía): Los pensadores, los cultos, los letrados, los investigadores,
los artistas, los avanzados, levantan monumentos, escriben libros, crean obras
de arte, construyen ciudades, máquinas, herramientas, sistemas, etc. Y los
incultos, los iletrados, la masa, se dedica a destruirlos. Aún está por ver que la
masa haya construído algo positivo y útil alguna vez. Lo que ocurre es que,
cada uno de los que la componen no se considera masa ni iletrado ni
ignorante, porque no comprende a los que son capaces de construir cosas
útiles para todos, incluso para los que las destruyen.
¿Y qué han de hacer los más evolucionados, si de verdad lo son? Insistir
en su esfuerzo por sacar a las masas de su ignorancia y, a poder ser,
convertirlos a todos en seres conscientes de sus posibilidades, conocedores del
mundo, capaces de pensar por sí mismos, y de construir en lugar de destruir, y
respetar al que sabe en vez de mofarse de él. La lucha siempre es la misma,
aunque en diferentes planos.
La Región Etérica del Mundo Físico, constituída, como he dicho en otro
lugar, por cuatro éteres de distinta densidad, es el mundo de muchas clases de
seres que allí viven, como nosotros aquí, es decir, que tienen su vehículo más
denso de materia de ese plano y tienen en él centrada su conciencia, como
nosotros la tenemos enfocada en el mundo físico durante las horas de vigilia.
¿Y cuáles son esos seres cuyo mundo son la Región Etérica del Mundo
Físico y el Mundo del Deseo? Los enumeraré, someramente, a continuación,
porque lo considero interesante:
En primer lugar están los elementales, - que también existen, aunque
construidos con sus materias respectivas, en los mundos del Deseo y Mental -
que son seres que aún no están individualizados, que tienen un rudimento de
voluntad y que se alimentan de vibraciones - aunque nos parezca extraño,
también nosotros lo hacemos, ya que la materia son átomos y éstos son
energía y la energía son vibraciones - y, para sobrevivir, son capaces de
fomentar en los humanos y animales esas vibraciones que son su alimento.
Los hay afines a todos los grados de vibración, buenas y malas, positivas y
negativas, intensas y débiles, por lo que se puede decir que los elementales
intervienen en todos los fenómenos de todos los mundos. No tienen forma
definida, sino que, aprovechando la maleabilidad de la materia de los mundos
en que viven, adoptan en cada caso la que más les conviene. No pertenecen al
mismo esquema evolutivo que nosotros, por lo que siguen una línea distinta y
no tienen prácticamente nada en común con la Humanidad. Pero la influyen de
un modo muy determinante.
Entre las cosas curiosas que hacen está la de adoptar la forma de
monstruos horrorosos y aparentemente peligrosísimos, con lo que consiguen
proporcionar sustos tremendos a los que pasan al mundo del deseo o astral sin
haber sido avisados de ello. Pero como, una vez conocidos, son muy fáciles de
distinguir, y nuestra voluntad es mucho más fuerte que la suya, basta una
orden terminante para que se disuelvan los monstruos y se alejen y nos dejen
en paz. Otra de las características de los elementales es la de que, como acuden,
como las moscas a la miel, donde se produce la vibración que les es propia y
los alimenta, la cual son capaces de fomentar, resultan ser los culpables de la
mayor parte de lo que llamamos tentaciones. Me explico: Si uno se permite
tener una vez el deseo de poseer algo que pertenece a otro (casi siempre
porque no ha dominado aún en vidas anteriores ese defecto), emite una
vibración determinada que corresponde a esa forma de deseo.
Inmediatamente, los elementales de esa vibración acudirán allí para
alimentarse pero, además, fomentarán ese deseo. El sujeto puede que esa vez
resista la tentación, gracias a sus convicciones y a su fuerza de voluntad. Pero
los elementales no dejarán de hacer durar su vibración. Y, si consiguen que el
“tentado” caiga de nuevo en el deseo de robar, la fuerza que adquieren los
elementales crece considerablemente... hasta que, si el individuo en cuestión
no tiene una voluntad fuerte y unas ideas claras, sucumbe a la tentación y...
roba. Una vez en poder de la cosa deseada, el sujeto deja de desearla, por lo
que los elementales lo abandonarán en busca de nuevo alimento. Pero, si esa
persona siente la tentación de robar más veces, regresarán a ella y volverán a
influirla, pues ya tienen la llave de su vehículo, llegando a adquirir tal poder
que esa vibración la dominará y se habrá convertido en un ladrón que verá el
mundo como un cúmulo de posibilidades para satisfacer su vicio. Lo peor del
caso es que esa persona nunca sabrá, ni siquiera sospechará, que su modo de
actuar se debe a su tendencia innata y no eliminada, proveniente de vidas
anteriores; a su debilidad ante la primera tentación y a los elementales y, salvo
que estudie estas materias, pensará que “ése es su modo de ser” y continuará
actuando así. Y este ejemplo sirve para cualquier deseo, emoción, sentimiento
o pensamiento que, a lo largo del día, pululan a miles por nuestro interior.
¿Cuántos insectos de cuántas especies se interesan, a lo largo de un día, por un
trozo de carne o por un pastel?
También son capaces los elementales de obsesar a los humanos, es decir,
ocupar sus vehículos, desplazando a sus dueños, haciéndoles perder vidas
enteras y retroceder en la evolución; aunque eso sólo ocurre si se les ha dado
entrada, actuando como mediums, en la creencia de que eran espíritus
humanos o superiores, cuando, en realidad, se trata de seres subhumanos y
con otro esquema evolutivo, como he dicho. Por eso es preciso saber. Cuanto
más, mejor.
¿Y qué hacer? Cuando se conocen estas cosas, lo lógico es vencer esa
primera tentación. Y, si se ha caído en ella, pensar en otra cosa cuando llegue
la segunda embestida. Porque ello, al hacernos centrar la atención en otro
motivo, nos obliga a abandonar el deseo pernicioso, con lo cual dejamos de
producir su vibración y los elementales acaban por aburrirse y abandonarnos
como poco interesantes. Lo que nunca hay que hacer para vencer una
tentación es luchar directamente contra ella, por la sencilla razón de que,
mientras la combatimos, estamos pensando en ella y reproduciendo su
vibración, con lo cual los elementales tendrán cada vez más fuerza.
He de aclarar aún dos cosas para que lo expuesto hasta aquí quede más
claro:
La primera que, las acciones negativas que a nosotros nos producen
sensaciones más fuertes - la depravación sexual, el asesinato, el vicio, la
drogadicción, la velocidad con riesgo de muerte, la música estridente y
rítmica, etc. - son las que, desde el punto de vista espiritual, poseen una
vibración más baja, es decir, son de menor frecuencia. Y, en cambio, el amor
desinteresado y la oración altruista poseen una vibración altísima, es decir, de
una frecuencia inmensa. En una palabra: lo que llamamos bueno que,
aparentemente, conlleva reposo, tranquilidad, paz y sosiego, es,
espiritualmente, lo más movido. Y viceversa. Y es muy conveniente tenerlo en
cuenta porque, cuanto más elevada sea nuestra vibración espiritual, más
protegidos estaremos y más posibilidades tendremos de aprender y de servir a
los demás.
La segunda cosa que quisiera aclarar es que, cuando se habla de los
mundos superiores o espirituales o internos, en realidad, se está empleando
una fórmula poco afortunada. La mejor manera de ilustrar la posición e
interconexión de los distintos mundos es la de imaginar la Creación toda - el
macrocosmos - y a nosotros mismos individualmente, que no somos sino una
reproducción de ese macrocosmos, - el microcosmos - como una especie de
cebolla inmensa, una esfera compuesta de varias capas superpuestas, que
tienen dos particularidades: La de ser de materia cada vez menos densa a
medida que aumenta su distancia del centro; y la de compenetrar, cada una, a
todas las de menor diámetro que, por tanto, puede decirse que están dentro de
ella. Por eso puede asegurarse que en cualquier punto de cualquiera de esas
capas están existiendo, a la vez, todas las capas mayores que aquella en la que
se encuentra el punto en cuestión, al tiempo que ese punto está en todos los
mundos que compenetra por ser más densos.
Podemos, pues, imaginar la Creación así, y situar en el centro al Mundo
Físico, compuesto de siete subcapas agrupadas en dos regiones: La Región
Química que comprende los sólidos, los líquidos y los gases; y la Región
Etérica, compuesta por los éteres Químico, de Vida, de Luz y Reflector y que,
por dar lugar a un vehículo diferente del físico, se considera el segundo de los
siete mundos en que la vida evoluciona y, por tanto, como la segunda capa de
nuestra esfera.
La tercera, la constituirá el Mundo del Deseo, dividido, a su vez, en siete
subcapas que se reúnen así: Las tres más densas formando el Purgatorio, y las
cuatro menos densas, formando el Primer Cielo.
La cuarta capa estará formada por las tres subcapas más densas del
Mundo del Pensamiento, que forman la Región del Pensamiento Concreto.
Después vendría una subcapa que, como un espejo, hace que todo lo que está
debajo de ella se refleje arriba, y que permite así que el Espíritu, el verdadero
Yo, vea y conozca lo que ocurre en los mundos inferiores, y viceversa. Por
eso la mente humana está hecha de la materia de esta subcapa. Esas cuatro
subcapas más densas constituyen lo que se denomina el Segundo Cielo.
Le seguiría la quinta capa, formada por las tres subcapas menos densas
del Mundo del Pensamiento, o Región del Pensamiento Abstracto, donde se
sitúa el Tercer Cielo. De su materia está constituído el espíritu inferior de los
tres que forman el Ego y que se denomina Espíritu Humano, reflejo del
Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad, cuya nota-clave es la Actividad.

La sexta capa la constituiría el llamado Mundo del Espíritu de Vida, de
cuya materia está formado el segundo de los tres espíritus que forman el Ego
humano, el Espíritu de Vida, reflejo de la Segunda persona de la Trinidad, el
Hijo, el Verbo, Cristo, cuya nota-clave es el Amor-Sabiduría. Este mundo es
el primero en el que no hay separatividad. Uno, cuando tiene centrada en él la
conciencia, siente que está en todo y que todo está en él. Por eso se dice que
los mundos por debajo de éste son “mundos de ficción”.
La séptima capa la constituiría el Mundo del Espíritu Divino, de cuya
materia está formado nuestro más elevado vehículo, el Espíritu Divino, que
está correlacionado con la primera persona de la Trinidad, el Padre, cuya notaclave
es la Voluntad.
La octava capa la constituiría el Mundo de los Espíritus Virginales, que
son nuestros verdaderos espíritus, nuestros verdaderos yoes, las Mónadas, que
se han revestido, a lo largo de la evolución, para conocer y dominar los
mundos inferiores, de nada menos que siete vehículos, que son los
enumerados hasta aquí.
Y la novena y última capa la constituiría el Mundo de Dios, en el que se
sitúa el Creador.
Representada así la Creación toda, ya podemos decir, con propiedad, que
“elevamos” nuestros pensamientos o nuestro corazón o nuestras preces “a las
alturas” porque, si bien es cierto que los mundos en que habitan los seres
superiores a nosotros, intermediarios entre Dios y los hombres, y hasta el
propio Dios, nos compenetran todos ellos, como hemos visto, también lo es
que ellos tienen centradas sus conciencias en planos superiores al nuestro y,
para llamar su atención, hemos de llegar a esos planos en los que “viven” de
un modo más directo.
Con lo dicho se comprende cómo funcionan la oración y la plegaria y las
súplicas: Simplemente “suben” hasta cierto plano más elevado que el nuestro.
Pero - se preguntará el lector - ¿A qué altura llegan? Depende de lo inegoísta e
intenso de la plegaria. Cuanto más inegoísta, más fácil tendrá el camino. Y,
cuanto más intensa, más alto llegará.
Si se pide solamente un bien determinado, un aprobado en un examen,
una curación, la solución de un problema, o cualquier cosa que interese sólo al
que ora, seguramente, no llegará muy alto, debido a su vibración egoísta. Por
supuesto, “subirá”, es decir, irá a un plano menos denso que éste.
Hay una ley natural, que rige en todos los planos de existencia y, según
la cual, toda plegaria, toda súplica, toda petición de ayuda y todo acto de
devoción o de adoración recibe una respuesta, sin excepción. Todos los seres
de los planos superiores, sienten la necesidad, de responder de modo
automático, con una descarga de su propia energía a esas llamadas de “abajo”.
Y téngase en cuenta que también nosotros estamos obligados por la misma
ley.
Rezar, pedir ayuda a lo alto es como hacer un agujero en el techo de la
capa de la cebolla que es nuestro mundo o, incluso de otras superiores, orificio
por el que, automáticamente, se derramará sobre nosotros la energía de la capa
adonde nuestra llamada alcance.
Nuestra oración, nuestra súplica, puede ser egoísta o altruísta. En buena
ley, para nosotros mismos no deberíamos pedir nunca nada, salvo
discernimiento para vivir correctamente, que fue, precisamente lo único que
Salomón pidió a Jehová, y por eso le fue dado el discernimiento pero, además,
la sabiduría, la riqueza, el poder, etc. recordemos el pasaje de la escritura que
nos dice:”Buscad el reino de Dios y lo demás se os dará por añadidura”. A
eso se refería.
Supongamos que nuestra plegaria es poco intensa y llega sólo hasta el
plano etérico. Si es una petición egoísta, la responderá un elemental negativo
o un lucifer; pero, si es inegoísta, la responderá un ángel. Si resulta ser un
poco más intensa, llegará hasta el Mundo del Deseo y, si es egoísta, la
responderá un elemental negativo, mientras que si es altruísta, la responderá
un arcángel. Si fuese aún más intensa, podría llegar hasta el Mundo del
Pensamiento, al cual no llega ninguna vibración egoísta, y podría responderla
un Señor de la Mente o, incluso el propio Espíritu Humano o tercer espíritu
del que ora. Si fuese aún más intensa e inegoísta, podría llegar hasta el Mundo
del Espíritu de Vida y ser respondida por el propio Cristo, que en ese mundo
tiene centrada su conciencia. Este plano es el alcanzado por los místicos, que
contactan directamente con Cristo que, en plan individual, coincide con el
llamado Cristo Interno, segundo de nuestros tres espíritus.
Como se ve, podemos elevarnos a distintas alturas con nuestras súplicas
y siempre, sin excepción, recibiremos la respuesta proporcionada. No se
pierde ninguna oración ni ninguna petición. Lo cual no quiere decir que ello
sea suficiente para que se cumplan nuestros deseos. Lo que hará la energía en
que consiste la respuesta de “arriba” es facilitar la solución del modo más
conveniente para nuestra propia evolución.
La respuesta será siempre de la misma calidad que la súplica. Así que, si
pedimos: “Señor, yo te rezaré diez rosarios, si tu me concedes tal cosa”, esa
oración, por su carácter egoísta, sólo llegará al Purgatorio y sólo podrá ser
respondida por un Lucifer, cuya vibración nos alcanzará y nos hará aún más
egoístas y será nociva, contra lo que cabría suponer. En cambio, si pedimos lo
mismo, pero para otro, la respuesta nos vendrá de un ángel y nos hará más
altruístas. Si pedimos, por ejemplo: “Señor, que se acaben las guerras y reine
la paz en el mundo”, la súplica llegará más arriba y, según su intensidad
vibratoria y la efusión de energía que provoque, ayudará a la consecución de
la paz, a la vez que espiritualizará nuestro carácter y aumentará nuestro
altruísmo y devoción. Y si, siguiendo con los ejemplos, oramos sinceramente:
“Señor, mi único deseo es hacer tu voluntad”, esa oración llegará hasta el
mismo trono de Dios y recibiremos, directamente de Él, la respuesta
energética correspondiente, que influirá muy mucho en nuestra evolución
Cuando se pida algo para otros hay que tener siempre la precaución,
como hizo Cristo, de terminar la súplica diciendo: “Pero, Señor, que no se
haga mi voluntad, sino la tuya”. Porque, puede ocurrir que nuestra voluntad
sea muy fuerte y haga que los elementales realicen lo deseado y luego resulte
que no era todo lo bueno que creíamos para el otro, en cuyo caso seríamos
nosotros los responsables kármicos del desaguisado. Por eso mismo no
siempre la respuesta es la que esperamos.
¿Se comprende ahora claramente lo que quiere decir que Dios está en
todas partes y que está tan próximo a nosotros como nosotros mismos y que
tenemos acceso directo a Él? Ésa es la idea que hay que hacer propia y que
nos permite comprender muchas cosas que, quienes las quieren investigar, van
comprobando luego personalmente, y que concilia el monoteísmo con el
politeísmo y con el panteísmo. Todo dependerá del punto de vista desde el que
se estudie el asunto: Si se piensa en el Creador como el único que interviene
en nuestras vidas, se será monoteísta; si se considera que los seres intermedios
entre Él y nosotros, que influyen, a veces decisivamente, en nuestras vidas, y
que responden a nuestras plegarias son también dioses, se será politeísta; y si,
resaltando el hecho de que toda la Creación está en Dios, que la comprende
toda y la impregna con su vibración y, por tanto, está en todas sus criaturas y,
consecuentemente, esas criaturas son divinas, se será panteísta. Pero nuestro
punto de vista no cambiará nada el hecho de que nuestras súplicas reciben
siempre respuesta desde los otros planos y de que nunca estamos solos y de
que los seres superiores a nosotros nos influyen permanentemente, tanto si
somos monoteístas, politeístas o panteístas y aunque si siquiera creamos en su
existencia. A ellos les es indiferente nuestra opinión. Somos nosotros los que
podemos beneficiarnos, si los tenemos en cuenta y obedecemos las leyes
naturales que, sin excepciones, conducen todas al amor desinteresado y
altruista.

Aún habría que añadir a lo anterior una exigencia de las leyes naturales,
según la cual, para funcionar en cualquier mundo, es decir, para moverse en él
y para poder centrar en él la conciencia, es preciso disponer de un vehículo
formado con la materia de ese mundo. Por eso los desencarnados, los muertos,
como han perdido su cuerpo físico, no pueden actuar en él. Y por eso los
ángeles, que nunca han tenido cuerpo físico, tampoco lo pueden hacer, pero
actúan en el mundo etérico, de cuya materia está hecho su cuerpo más denso y
que, además, es común a ellos y a nosotros. En cambio, los Amigos Invisibles,
como aún conservan el cuerpo físico, pues no se ha roto el Cordón de Plata
que los une a él, y pueden, además, centrar su conciencia en la Región Etérica
del Mundo Físico o en el Mundo del Deseo o, incluso, el mental, a voluntad,
pueden actuar en cuatro mundos. Ésa es la razón de que el cisne, que puede
caminar, nadar, bucear y volar se haya considerado siempre como el símbolo
del Iniciado.
En la Región Etérica del Mundo Físico están también, además de los
elementales, los Espíritus de la Naturaleza. Son seres, que tampoco pertenecen
a nuestro esquema de evolución, y cuyo vehículo inferior es de materia
etérica. Y los hay correspondientes a los cuatro elementos ocultos que
configuran el Planeta: La Tierra, el Agua, el Aire y el Fuego. Son los que
hacen posible que esos cuatro elementos se manifiesten activos y conformen
la Tierra y sus habitantes.
Los de la Tierra, con cuerpos de éter químico y que viven durante varios
siglos, son los conocidos gnomos, y resultan responsables de los procesos
químicos que dan lugar a los minerales de todo tipo. Se ocupan también del
crecimiento de las plantas y de producir sus colores. Cuando un capullo de
rosa se abre, es como si se desplegase espontáneamente algo que estaba
doblado en el botón inicial. Pero no es así: Los Espíritus de la Naturaleza
habrán trabajado duramente para crear esa flor y, como ellos han trabajado en
un mundo, el etérico, invisible para nosotros, nos da la sensación de que su
trabajo aparece porque sí a nuestra vista. Los que poseen la visión etérica, sin
embargo, saben ya lo que ocurre en realidad.
Los Espíritus de la Naturaleza del Agua son las ondinas, nereidas, etc.,
que se encargan de la existencia y conservación de ríos, fuentes, lagos y mares
y son las que atraen el agua de la lluvia y facilitan la vida en aquéllos de
animales y plantas. Sus cuerpos están formados de Éter de Vida y pueden
vivir miles de años.
Los correspondientes al elemento Aire, cuyos cuerpos son de Éter de
Luz, y que también viven vidas milenarias, son los Silfos y Sílfides. Se
encargan de mover el aire, de producir vientos, huracanes, tifones y
tempestades, de empujar las nubes, de cargarlas de agua... Su voz la
interpretamos como “el silbido del viento” o “el rugido del huracán”.
Los espíritus del Fuego son las Salamandras, que también pueden vivir
miles de años y cuyo cuerpo está formado de Éter Reflector. Están en todas las
sustancias, pero sólo se manifiestan cuando las cosas arden. Sin ellos no
ardería nada. Son los responsables de la erupciones volcánicas, los rayos y los
relámpagos y, con sus descargas eléctricas, producen la lluvia. Su voz la
interpretamos como “truenos”.
Otros habitantes, importantísimos, de la Región Etérica del Mundo
Físico son los ángeles, cuyo vehículo más denso es etérico, y que tienen en
ella centrada su conciencia. Son seres con una evolución similar, aunque no
igual, a la nuestra. Y constituyen la oleada de vida y la jerarquía creadora
anterior a la humana. La oleada de vida anterior a la suya la constituyen los
Arcángeles, cuyo vehículo más denso es de materia de deseos y en el Mundo
del Deseo tienen centrada su conciencia. Y, la anterior a ella es la de los
Señores de la Mente, cuyo vehículo más denso es de materia mental y en el
Mundo del Pensamiento tienen centrada su conciencia.
Digo esto porque hay hombres, miembros de nuestra oleada de vida, que
nacieron a la existencia al mismo tiempo que todos los demás hombres, pero
que han avanzado tanto en la evolución, que han sobrepasado a la mayor parte
de los Ángeles y, algunos, hasta a la mayor parte de los Arcángeles. Son los
que llamamos Hermanos Mayores o Maestros. Y se encargan
permanentemente de ayudar en la evolución de la oleada de vida humana. De
ellos dependen las Escuelas de Misterios, las Iglesias de todo tipo y las
instituciones, religiosas o laicas, que tienen por finalidad el progreso de la
Humanidad, y se encuentran detrás de los políticos y los gobernantes y las
personalidades influyentes, tratando de inspirarles. Pero están condicionados
en su labor por el libre albedrío de los hombres, que en todo momento
respetan, y por las influencias ejercidas por los Luciferes, los elementales, los
desencarnados, etc. Por eso su empeño principal es la divulgación del
conocimiento de las leyes naturales que rigen la Humanidad y su evolución,
tanto física como superior. Porque, al fin y a la postre, como ya se ha dicho, el
único problema de la Humanidad es la ignorancia.
Los ángeles tienen a su cargo cometidos muy importantes. Muchos de
ellos son los espíritus-grupo de las especies vegetales. Un espíritu-grupo es un
ser que evoluciona utilizando muchos cuerpos simultáneamente, dado que los
espíritus de esos individuos aún no han llegado al momento evolutivo en que
se convierten en espíritus internos y pueden dominar y manejar sus propios
vehículos. Hasta ese instante, su papel lo realizan los espíritus-grupo, que
cuidan de la conservación de la especie que tengan encomendada y hacen gala
de gran ingenio y recursos, si se observa la gran variedad de formas, de
defensas, de trampas, de perfumes para atraer a los insectos, de modos de
polinización y de diseminación de semillas, etc., que han ideado, siempre en
pro de la especie prohijada. Ni que decir tiene que esa actividad constituye su
“vida” y que con ella evolucionan.
Los ángeles son especialistas en el manejo de la materia etérica, lo
mismo que los hombres nos estamos especializando en el manejo de la materia
física; los arcángeles lo son en el manejo de la materia de deseos, y los
Señores de la Mente, de la materia mental.
Los ángeles nos ayudan mediante intuiciones, corazonadas,
inspiraciones momentáneas, a través de éter. Y siempre hacia el bien, hacia lo
positivo. Su vibración es tan alta que no pueden acercarse a quien vibra
negativamente. Pero podemos evocarlos y pedir su ayuda, que no niegan
nunca. Está en su naturaleza obrar el bien espontáneamente, sin la menor
vibración negativa. No conocen el mal. Actúan siempre como exponentes
perfectos del amor desinteresado.
Además de los ángeles, están también en la Región Etérica del Mundo
Físico, los Luciferes que, perteneciendo a la oleada de vida de los ángeles, se
rezagaron de tal modo - como los monos están a punto de hacer con nuestra
oleada de vida, a la que pertenecen - que perdieron contacto con ellos. Por otra
parte, estaban mucho más evolucionados que los hombres y, por tanto,
tampoco podían comunicar con ellos. Pero encontraron el camino, que
consistió en utilizar nuestro sistema nervioso cerebroespinal como puente para
inspirarnos, hacernos actuar y aprender ellos las lecciones derivadas de esa
actuación. El problema está en que lo que a ellos les permite progresar en su
evolución, y por tanto lo fomentan, son las emociones fuertes, muy intensas,
pero de baja vibración espiritual. Ellos son, pues, los que nos incitan al
asesinato, a la violencia, a la drogadicción, al alcoholismo, al tabaquismo, a la
música estridente y sincopada y repetitiva, a la velocidad irresponsable, a la
degeneración sexual... Luego, una vez hecho el daño, nos dejan con las
consecuencias, tras aprender la lección de lo que ocurre en cada caso. Ellos no
buscar directamente perjudicarnos. Sólo nos usan como medio para progresar,
del mismo modo que nosotros no deseamos el mal del cordero pero, como
hemos de comer, lo matamos y lo devoramos... y el cordero es el que pierde la
vida. Y los animales, no lo olvidemos, constituyen la oleada de vida siguiente
a la nuestra, que está formada también por millones de espíritus inmortales
como los nuestros, sólo que menos desarrollados evolutivamente. Y otro tanto
ocurre con los vegetales y los minerales, las oleadas de vida que siguen a la
animal.
Por último, se encuentran en el mundo etérico los llamados “artificiales”
o egrégores. Son creaciones humanas, nacidas de las vibraciones que se
producen en los lugares de reunión. Cuando se repiten determinadas frases o
ceremonias y cuando se incide muchas veces en una determinada idea o
sentimiento, esas vibraciones se van sumando y dan lugar a un ser – un
egrégor - cuya vida dependerá de que continúen las repeticiones y de su
intensidad, pero que llega a adquirir vida independiente, y protegerá la
continuidad o el espíritu de las vibraciones que le dieron vida, aunque sólo a
eso se limitará su existencia. La iglesia católica, con su celebración del santo
sacrificio de la misa y de todas las demás ceremonias, en latín, durante dos mil
años, ha creado un potentísimo egrégor que la ha protegida y la ha hecho
sobrevivir durante todo ese tiempo. Desde que el latín desapareció como
idioma litúrgico, al producirse vibraciones distintas en cada país, ese egrégor
único para todo el mundo, se está disgregando peligrosamente.
Lo expuesto es, pues, en resumen, lo que se puede uno encontrar en la
Región Etérica del Mundo Físico.
Luego, en el Mundo del Deseo, además de los correspondientes
elementales, están los arcángeles, cuyo vehículo más denso es de materia
astral y por eso tienen centrada allí su conciencia. Son los espíritus-grupo de
las distintas especies animales y también desarrollan ingenio e inventiva para
defender y perpetuar cada uno la especie que tiene encomendada, y unos crean
pezuñas y otros garras y otros alas y otros colmillos o se camuflan o saltan...
La existencia de los espíritus-grupo es la respuesta al misterio de las
migraciones de aves o de ranas o de ungulados, así como de la reacción
masiva y simultánea de determinados grupos animales, como los peces o los
pájaros. Y por eso, estudiando un solo ejemplar animal, sobre todo si no se
trata de una especie muy evolucionada, como lo son los perros, gatos,
elefantes, caballos, etc., se conocen todos los otros ejemplares de la misma
especie y se pueden prever sus reacciones.
Con relación a los hombres, y dado que nosotros ya tenemos espíritu
interno individual o, mejor dicho, que nuestro espíritu interno individual ha
tomado posesión de sus vehículos, no nos dirigen como espíritus-grupo. -
¿qué somos nosotros para las células que componen nuestro cuerpo físico? -
sino como espíritus de raza. Son los que han traído las distintas religiones,
adaptadas cada una de ellas, al estado evolutivo del pueblo que tenían
encomendado, y que se llaman religiones de raza, a diferencia de la religión
cristiana, traída por el propio Cristo, ya para toda la Humanidad. No obstante,
Cristo no deja de ser un arcángel, el más alto iniciado de su oleada de vida,
aunque identificado totalmente, subsumido, por su inmensa evolución, en la
segunda persona de la Trinidad, el Verbo. Pero pertenece a la oleada de vida
arcangélica.
Cuando dos o más hombres nos reunimos para hacer algo en común, allí
acude un arcángel, que nos envuelve en una especie de nube, que es su
vibración, y que respiramos al mismo tiempo que el aire, pero que, además,
nos hace sentirnos diferentes de los demás hombres que no pertenecen a ese
grupo. Sea lo que fuere lo que hagamos asociándonos: un club de fútbol o de
otro deporte, una escuela, una universidad, una sociedad mercantil, un grupo
de trabajo, una excursión, una familia, un pueblo, una ciudad, un país o una
raza, allí hay siempre un arcángel impregnando ese grupo con su vibración
especial separatista. ¿No ha notado el lector, al ir a otro país, que había algo
extraño en el ambiente que no le era familiar? Ésa era la vibración del
arcángel de ese país, distinta de la del propio, tan familiar. Ellos conforman
las costumbres, las tradiciones y las particularidades de cada pueblo y de cada
idioma. Hasta el mismo Cristo, como arcángel que es , no pudo evitar decirnos
aquello de “cuando dos o más se reúnan en mi nombre, allí estaré yo en
medio de ellos” (Mateo, 18:20). Conviene añadir aquí que Cristo, a pesar de
ser arcángel, y debido a su inconmensurable evolución, tiene centrada su
conciencia en el Mundo del Espíritu de Vida. Por eso predica el amor a todos,
la igualdad entre todos y la unidad de todos, ya que ese mundo es el mundo de
la unidad y, por debajo de él, sólo existen mundos imaginarios e individuos
que se saben distintos de los demás y creen que no los necesitan.
El gran problema, pues, que plantean los arcángeles estriba en el
sentimiento de separatividad que fomentan. Pero es su manera de ser y de
actuar y así viven y evolucionan y aprenden y nos enseñan a avanzar en la
evolución y a aprender. Los arcángeles nos iluminan haciéndonos
comprender, instantáneamente, no una idea o un fenómeno, como los ángeles,
sino un proceso o un problema. Pero también nos perjudican como
consecuencia de su modo de ser. Ellos son los responsables de todas las
guerras, tanto étnicas, como religiosas, económicas o políticas y son los
causantes del racismo, del fanatismo, del patriotismo, del nacionalismo y de
todos los sentimientos que separan a los hombres en vez de unirlos, que
excluyen a los demás, que consideran a unos mejores que a otros o se creen
“elegidos”. Porque todos somos iguales ante Dios, todos somos Espíritus
Virginales y todos pasamos, a lo largo de nuestra evolución, por todas las
razas y estadios y posibilidades. Y, cuando esto se sabe y se comprueba,
desaparecen todos esos sentimientos por falta de base racional.
De todos modos, el principal objetivo de la Humanidad actual consiste
en desarrollar la voluntad y la mente y espiritualizar el carácter, con el fin de,
por un lado, dejar de ser víctimas de los Luciferes y, por otro, independizarnos
de los arcángeles. Y eso sólo podemos lograrlo por la vía del amor
incondicional al prójimo, que es lo único que nos pidió precisamente Cristo
cuando dijo que “nos comportemos con los demás como nos gustaría que los
demás se comportasen con nosotros’’ (Mateo, 7:12).
Existen, además, en el Mundo del Deseo, las formas de deseo o astrales,
que son las creaciones de los animales y de los hombres. Y allí están
Blancanieves y el Hombre Lobo y Robin Hood y la plasmación de todos
nuestros deseos y emociones, en una u otra subcapa, según la vibración que
les dio vida, pero manifestando lo que su autor quiso expresar. Su duración
depende de la intensidad del deseo u emoción del creador. Pero, si se repiten
por muchos, como Blancanieves, por ejemplo, esas formas quedan por siglos
en el Mundo Astral. También funcionan en él las manifestaciones de nuestros
deseos y emociones con relación a nuestro prójimo. Si, por ejemplo, sentimos
odio por alguien, de nuestra aura saldrá una flecha rojo escarlata, que se
dirigirá instantáneamente a la persona objeto de nuestro odio. Si ésta se
encuentra vibrando positivamente, esa forma astral será rechazada y regresará
a su autor, al que perjudicará con su vibración, al tiempo que aumenta su
negatividad. Pero, si la persona odiada estuviera vibrando negativamente, la
flecha penetrará en su aura y le producirá un daño del que será responsable
kármicamente el autor de la forma astral. Por eso, la mejor manera de no ser
perjudicado astralmente consiste en mantenerse positivo, amando,
comprendiendo y queriendo ayudar a todos. Y por eso, para llegar a Amigo
Invisible es preciso haber dominado el cuerpo de deseos, o sea, las emociones,
los deseos impulsivos, las pasiones... de otro modo, haría en el mundo astral
mucho más mal que bien.
Un acontecimiento muy particular y muy de nuestro tiempo son las
formas de deseo que llenan las carreteras y autopistas. El fenómeno funciona
así: Un conductor es víctima, por ejemplo, de un adelantamiento indebido y,
automáticamente, emite una vibración de odio hacia el infractor. Otro, al ser
adelantado, “se pica” y ambos establecen una carrera durante varios
kilómetros, emitiendo los dos vibraciones de velocidad y de emulación y de
deseo de vencer. Un tercero, tiene mucha prisa y, en una caravana que le
parece que va lenta, empieza a emitir vibraciones de impaciencia. Un cuarto,
apunto de derrapar en una curva, emite vibraciones de miedo y de angustia...
¿Qué pasa con esas vibraciones, todas ellas intensas? Se quedan flotando
sobre la carretera. Y, cuando otro conductor pasa por la misma y emite
cualquier vibración similar a una de ellas, la afín, se apresura a acudir allí,
sumarse a la recién emitida e influenciar al emisor, convirtiéndolo en un
irresponsable. Porque, a medida que siga conduciendo bajo esa influencia,
seguirá emitiendo vibraciones negativas de todo tipo y la forma de deseos que
le envolverá será cada vez mayor y más potente. Y, cada minuto que pase,
estará más expuesto a un accidente. Y, al mismo tiempo, irá sembrando la
carretera de vibraciones negativas que influenciarán a otros conductores.
Ésta es la explicación del hecho, que a todos asombra, de que una
persona educada, respetuosa con los demás y perfectamente equilibrada, se
pueda convertir en un energúmeno grosero y competitivo, apenas se sienta al
volante.
Esto conviene saberlo - siempre el problema del hombre, repetimos, es la
ignorancia - y conducir con ánimo positivo, sonriendo, disfrutando, tratando
de comprender y disculpar a los que ven siendo víctimas de las formas
emocionales y de pensamiento. O, a ser posible, rezando para disolver esas
peligrosas formas de deseo. Pero nunca emitiendo nuevas vibraciones que
aumentan el riesgo para los demás y para uno mismo.
Y, por último, viven en las capas inferiores del astral una serie de seres
autóctonos, verdaderamente repelentes. Se trata de larvas de colores oscuros y
desagradables, viscosos, informes y repulsivos, que se alimentan de las
vibraciones más bajas, como las emanaciones de la sangre, - los mataderos
están llenos de miles de estas larvas que acompañan luego a la carne que
comemos - el desenfreno sexual, el alcohol, las drogas, el tabaco, etc. Y, en
general, de todo lo que ordinariamente se considera repulsivo o retrógrado.
A cuanto antecede, y para que quedase completo, habría que añadir
alguna explicación sobre el Purgatorio y el Primer Cielo. Pero eso haría
demasiado extensa esta esquemática exposición, que no pretendía sino
proporcionar al lector una idea sobre la inmensidad de la mies para la que
Cristo pidió operarios.
Buen comienzo son, sin embargo, todos los movimientos solidarios,
como las ONGs. Buen plantel de Amigos Invisibles, como lo habían sido,
hasta hace poco, las iglesias y las escuelas de misterios. Con ellos son
veinticuatro horas diarias las que los operarios trabajan en la mies. La
Humanidad, contra todas las apariencias, está despertando a la verdad de que
la atmósfera es de todos y la tierra es de todos y los bosques son de todos y los
mares son de todos y todos somos iguales y tenemos los mismos derechos y
los más avanzados tienen la obligación, so pena de renacer en grupos más
atrasados, de ayudar a éstos a avanzar. Pero no por miedo, sino por amor. Un
amor nacido del conocimiento de la Verdad. Recuérdese la afirmación de
Cristo: ‘’Conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres’’ (Juan, 8:32).
Como se ve, la actuación de los Amigos Invisibles, aunque tenga lugar
de noche, no se lleva a cabo en un ambiente solitario, tranquilo y sin
sobresaltos. Como he dicho en otro lugar, hay que conocer, del modo más
exacto posible, lo que uno se va a encontrar cuando ha de viajar a “un país
desconocido”.

* * *

XIII.- A TRAVÉS DEL TIEMPO

Es muy frecuente para los Amigos Invisibles el tener que investigar las
vidas pasadas de quienes les solicitan ayuda, con el fin, en unos casos, de
conocer las causas de cualquier circunstancia actual y, en otros, con fines
exclusivos de investigación del funcionamiento de las leyes naturales,
exactamente igual como hacen los investigadores del mundo físico.
Téngase en cuenta que, lo único que hacen los científicos es descubrir
leyes naturales desconocidas, ver cómo actúan y tratar de aprovechar ese
funcionamiento suyo, que no podemos cambiar pero sí utilizar, en beneficio
de la Humanidad pero desde el punto de vista material. Lo cual conlleva,
muchas veces, una gran dosis de egoísmo: búsqueda de la fama, el poder, la
riqueza, etc. Pues lo mismo hacen los Amigos Invisibles, pero con la única
finalidad de ayudar, y no buscando recompensas, fama ni poder. Por eso,
precisamente, no todos los conocimientos ocultos se publican: para evitar el
mal uso que de ellos pudiera hacer alguien no suficientemente evolucionado.
Un ejemplo: La hipnosis era conocida por los iniciados antiguos, pero nunca
la usaron para violentar voluntades. Algunos la conocieron, seguramente por
casualidad e, inmediatamente, hicieron de ella un uso inadecuado. Luego,
quedó olvidada hasta hace unos decenios, en que Mesmer, Freud y otros la
redescubrieron, y ya ha habido que tomar medidas en algunos países contra su
uso con fines de dominio de voluntades.
Esas investigaciones del pasado se pueden hacer en el éter reflector,
cuarta capa de los cuerpos etéricos, tanto de la Tierra como del hombre. Quien
ha desarrollado esa capacidad puede ver la escena que desee del pasado, así
como los arquetipos para el futuro, sin más que concentrar en ello su atención
y su mente, del mismo modo que enfocamos los ojos, a voluntad, en un objeto
cercano o en otro remoto. De ese modo se pueden presenciar batallas y
acontecimientos históricos, aunque no es lo que comúnmente hacen los que
poseen esos poderes, ya que están demasiado atareados en sus labores de
auxilio a quienes lo necesitan, o de investigación científica, para dedicar su
tiempo a satisfacer su curiosidad personal lo cual, por otra parte, tienen
absolutamente prohibido.
El problema del Éter Reflector, sin embargo, es doble: Por un lado,
pasado el tiempo, por lo general varios siglos, se van borrando los
acontecimientos y su consulta ya no resulta del todo fiable. Y, por otro, no es
posible ver los sucesos en su progresión normal sino que, comenzada la
observación en un momento dado del pasado, sólo se puede ver desde ese
momento hacia atrás, es decir, primero los efectos y luego sus causas.
Existe otra posibilidad de consultar el pasado: En la Región del
Pensamiento Concreto del Mundo del Pensamiento. Sólo que allí ya no se ve
la sucesión de escenas, tal como se dieron en realidad, sino que se percibe y se
comprende y se conoce a la persona investigada instantánea y completamente,
en todos sus aspectos, mucho mejor de lo que ella se conoció a sí misma.
Y, por último, el que es capaz de llegar a ese nivel, - sólo unos pocos en
toda la Humanidad - puede conocer el pasado consultándolo en el Mundo del
Espíritu de Vida, el primero en el que no existe separatividad ni
individualidad ni deferencia. Claro que la visión que se obtiene allí es bien
distinta de la que proporcionan los otros dos planos, ya que es una visión
omniabarcante, en la que se percibe la relación de cada uno con todos y la
trabazón de todos los sucesos y actos y pensamientos y deseos, para conducir
a la realización del plan divino, o sea, el papel de cada cual, en cada momento,
en la economía del universo.
Lo corriente, pues, entre los que se inician en la clarividencia es
consultar el Éter Reflector. Y, a consultas en él realizadas - no olvidemos que
debe su nombre al hecho de que ‘’refleja’’ los acontecimientos y hace posible
nuestra memoria individual - se han referido los casos expuestos y se referirán
los que siguen, que son sólo botones de muestra entre miles y miles más, con
los que sólo se pretende que el lector tenga ciertas nociones sobre el
funcionamiento de las leyes de Renacimiento y de Retribución y sobre el
trabajo de los Amigos Invisibles.
Como ilustraciones sobre el funcionamiento de la Ley de Acción y
Reacción o del karma, van a continuación algunos casos recientes, de entre los
muchos miles investigados:

Caso 1º

Se trata de un niño que, a consecuencia de una caída, perdió el
conocimiento y quedó en coma profundo, estado en que llevaba ya dos años.
Su madre pidió ayuda a los Amigos Invisibles.
Lo primero que éstos vieron fue que el cuerpo del niño estaba ocupado,
no por su espíritu, que se encontraba fuera de aquél, y sin poder entrar, sino
por un elemental.
La particularidad de los elementales en este aspecto reside en que no
saben manejar el cerebro ni la laringe ni el cuerpo físico, porque nunca los han
tenido. Así que la persona obsesada por ellos no puede usar aquél ni hablar ni
moverse. Pero, además, una vez en el interior del cuerpo por ellos obsesado,
no saben salir de él, de modo que pueden permanecer allí encerrados hasta que
encuentren el modo de abandonarlo, sean expulsados mediante un exorcismo
o el cuerpo físico muera. Su situación es parecida a la del pez atrapado en una
nasa de pescadores. Como hay distintas clases y categorías de elementales,
existen también distintos métodos para expulsarlos del cuerpo invadido, por lo
que se impone en cada caso conocer su especie para poder curar al enfermo.
El caso que estudiamos hizo necesaria la investigación de la vida anterior de
aquel niño para conocer las causas de tal situación y la posibilidad de
sanación, según la severidad utilizada por la ley de Retribución.
Y resultó que en su anterior encarnación había sido una mujer que tenía
a su cargo un orfelinato. Allí se dedicaba a hipnotizar a los niños para que la
obedecieran ciegamente e, incluso, luego de salir de él, ya adultos, se
aprovechaba de ellos de distintas formas, mediante órdenes hipnóticas a
distancia, que los interesados ejecutaban sin ser conscientes de ello ni
conservar memoria de lo que hacían, como ocurre siempre con la hipnosis.
Ello produjo que muchos de aquellos niños acabasen siendo obsesados por
elementales. Y que el resto estuviesen prácticamente toda su vida privados de
su libertad en muchos momentos.
Como el hipnotismo supone y conlleva privar a la víctima de su libre
albedrío, constituye una gravísima agresión a la libertad de otro, puesto que el
hipnotizador le impide el uso de su cerebro y lo emplea como propio. Y, como
la libertad es algo sagrado e intocable, la Ley de Retribución había colocado al
niño que se estudió en la situación que irresponsablemente provocó para que
aquel espíritu aprendiese la lección.
Los Amigos Invisibles se han comunicado con el espíritu del niño, que
ya se ha dado cuenta de la monstruosidad que cometió y, como consecuencia
de la cual, se ve ahora obligado a permanecer junto a su cuerpo, sin poder
entrar en él, y está arrepentido de lo que hizo. Pero la Ley de Retribución es
inexorable. La lección, pues, está aprendida. Pero, por las configuraciones de
su horóscopo, no parece que el elemental vaya a salir de su cuerpo antes de
que le llegue la hora de la muerte, cosa que ocurrirá alrededor de los siete
años. Luego irá al Primer Cielo, donde, con la lección aprendida como lleva,
se le enseñará algo más y volverá a nacer para continuar su evolución. En esa
nueva vida, con toda seguridad, tendrá ocasiones y tentaciones para repetir el
mismo error. Si las vence, ya habrá quedado para siempre libre de tal peligro.
Pero si vuelve a caer, el castigo de la Ley de Retribución será más severo que
esta vez. Y así, hasta que la lección sea aprendida definitivamente y pueda
continuar su ciclo evolutivo.

Caso 2º

Se trata de una niña que nació sin brazos. Una de las víctimas de la
tristemente célebre Talidomida, que provocó una oleada de terror entre las
embarazadas, a causa de la serie de niños que, durante un período de tiempo,
nacieron privados de sus miembros.
Los Amigos Invisibles, cuando recibieron solicitud de ayuda de la madre
de uno de estos niños, sabían ya, como todos, por los medios de
comunicación, de la existencia y efectos del citado fármaco, pero lo que les
interesaba era relacionar el hecho de que la madres lo tomase y las vidas
anteriores de ésta y de su hijo. con el fin de, por un lado, comprobar cómo
actuaba en aquel caso la Ley de Retribución y, por otro, tratar de ayudar,
explicándoles a los dos las causas de lo sucedido.
Así se pudo averiguar en la Memoria de la Naturaleza que, en sus vidas
anteriores, en un país del sureste asiático, hace más de mil años, la actual
víctima fue jefe de su pueblo-tribu, una especie de alcalde o caudillo. Era muy
celoso de su autoridad, cruel y vengativo. Y tenía por costumbre dejar sin
brazos, por el sencillo sistema de cortárselos, a quienes se le enfrentaban. Su
actual madre fue también entonces su madre y vio con buenos ojos y alentó su
conducta.
Dado que la ayuda la había solicitado la madre, que se sentía culpable
porque fue la que ingirió la píldora fatídica, se le expuso a ella lo sucedido. Lo
comprendió y se dio cuenta de que ambos estaban pagando su deuda. La
víctima se resistió más a comprenderlo pero, con el tiempo, fue aceptando la
idea y, como la madre, pasó, de injuriar a Dios por su “injusticia manifiesta”, a
empezar a iluminar su espíritu con el conocimiento de la verdad, y a estudiar
intensamente cuanto se refiere a la vida superior.

Caso 3º

Este caso ha sido investigado directamente por el interés que ofrecía. Se
trata de un niño que nació, hace algunos años, en un pueblecito de América
del Norte, con tres piernas y cuatro brazos. El estudio de la Memoria de la
Naturaleza aclaró el por qué de tal anomalía.
En realidad, se trata de dos espíritus distintos. Uno de ellos, un niño,
posee un cuerpo físico completo, así como un cuerpo vital normal. El otro,
una niña según se comprobó, sólo tiene dos brazos y una pierna
compenetrados por sus brazos y piernas etéricos pero, el resto de su cuerpo
vital está fuera del cuerpo físico de su hermano y como no compenetra su
cerebro, no puede hablar ni expresarse de modo comprensible ni mover sus
tres miembros. Ni siquiera su hermano sabe que ella está a su lado.
¿Qué ocurrió en su pasado para dar lugar a tal situación? En este caso
fue necesario retrotraerse dos vidas. En la primera de ellas, los dos espíritus
fueron hombre y mujer también. Se amaron de un modo intenso, pero
platónico. No podían vivir el uno sin el otro. Pero, por egoísmo, sobre todo de
uno de ellos, no se decidieron a contraer matrimonio, fundar una familia y
brindar así la ocasión de reencarnar a otros espíritus que lo necesitasen,
ofreciéndoles su ayuda como padres. Permanecieron, pues, solteros, pero
fieles y enamorados y, a la hora de la muerte del primero, que se adelantó sólo
unos días a la del otro, se juraron amor eterno.
En la vida siguiente, la anterior a la actual, la Ley de Retribución, o sean,
los Ángeles Archiveros, que son los encargados de administrar su incidencia,
los hicieron nacer como hermanos gemelos idénticos, los dos niñas. Pero fue
más fuerte su amor mutuo que los avatares de la vida. A pesar de haber nacido
en una familia numerosa y pobre, con el fin de que los problemas de la vida
las separasen, ellas dos siempre permanecieron unidas y hasta llegaron a
prosperar económicamente y a amasar una fortuna considerable. Pero no
quisieron casarse y fundar sendas familias. Les bastaba con estar juntas. Y
juntas murieron, abrazadas, durante un naufragio, jurándose, una vez más
permanecer siempre unidas.
En esta vida, la Ley de Retribución las ha juntado, según sus deseos, más
aún que antes. El espíritu que peor se comportó, el de la actual niña, que está
fuera del cuerpo, ha comprendido lo que los Amigos Invisibles le explicaron y
ha aprendido su lección. El del niño, encerrado en su cuerpo físico y sin sentir
la presencia de su hermana, no es probable que lo asimile.
Según las configuraciones del horóscopo de ambos, si se operan las
extremidades que sobran, el niño sobrevivirá, pero su hermana morirá y, por
tener menos de catorce años, irá al Primer Cielo y renacerá luego, ya
independiente de su hermano y con la lección aprendida, libre para seguir su
evolución. Él la aprenderá, previsiblemente, tras su muerte, que se prevé hacia
los treinta años.
Quisiera salir al paso de la interpretación que ordinariamente se hace de
la astrología y que no se corresponde en absoluto con la realidad. Se suele
afirmar: “Yo soy así porque nací en tal lugar, tal día y a tal hora” y, por tanto,
ése es mi horóscopo, que me obliga a ser como soy y a actuar como actúo. Lo
cual no es, en modo alguno correcto, ya que la realidad es, precisamente, lo
contrario: Cada uno de nosotros, a lo largo de la evolución, hemos hecho
determinados progresos y desarrollado determinadas capacidades y tenemos
por ello ciertas tendencias. Y como, tras cada período entre vidas, hemos de
renacer una vez más con las características a que nuestro propio esfuerzo nos
ha hecho acreedores hasta entonces, lo que los ángeles hacen, ya que ellos son
los encargados de esta materia, es provocar nuestro renacimiento en el lugar
apropiado, en la fecha apropiada y a la hora apropiada para que las influencias
astrales se graben en el molde etérico del que ha de ser nuestro siguiente
cuerpo físico, de modo que den lugar a la expresión de nuestro real estado de
evolución. Por tanto, la afirmación correcta sería: “nací en tal lugar, tal día y
a tal hora porque tenía que ser así”. Además, el horóscopo no obliga a nada.
Muestra sólo las tendencias, tanto buenas como malas. Y muestra los medios
que tenemos para fomentarlas o combatirlas. Pero nadie hace nada sólo
porque su horóscopo lo diga. Tan sólo el karma maduro, que uno ha aceptado
antes de nacer, o que, debido a su persistencia en el mismo error, es preciso
asignarle, puede reflejarse en el horóscopo sin posibilidades de remoción.
Todo lo demás que contiene está sometido a nuestro libre albedrío. Por eso se
dice que “las estrellas impelen pero no compelen”. Y, por eso, cuanto más
evolucionado es un ego, menos se parece su vida a lo que indicaba su
horóscopo en el momento de nacer, ya que ha sido capaz, a lo largo de esta
encarnación, de vencer algunas malas tendencias y de robustecer otras buenas.
Es, por eso, muy fácil, horóscopo en mano, predecir lo que será la vida de un
espíritu poco evolucionado. Pero es casi imposible hacerlo con la de un “alma
vieja”, denominación que reciben los egos que han vivido muchas vidas o
que, gracias a su esfuerzo, han evolucionado más deprisa de lo normal.

Caso 4º

Se trata de una mujer, algo deficiente mental, a la que funcionan mal el
corazón y los riñones. La convivencia con su marido es mala, con continuas

disputas. Viven con mucha estrechez y con muchos hijos, todos mal avenidos.
Su hogar está sucio, abandonado y, en él, el ambiente es tenso
permanentemente.
En su vida anterior esa mujer fue un abogado famoso, ambicioso, cruel y
vengativo, injusto y venal. Durante varios años se enfrentó a otro abogado, al
que humilló y desacreditó gravemente. Aquel otro abogado, en esta vida es su
marido. Se les hizo nacer y unirse en matrimonio para darles ocasión de
pagarse con amor sus deudas recíprocas. Pero no parecen llevar camino de
hacerlo. Es curioso que sus padecimientos son : Debilidad cerebral (abuso de
la fuerza mental), del corazón (falta de amor) y los riñones (falta de justicia,
ya que están regidos por Libra, el signo de tal virtud).
Sobre este particular conviene darse cuenta de que, si hemos nacido en
una determinada familia y no en otra es, precisamente para pagar con amor y
dedicación y entrega y servicio, deudas de vidas pasadas a los espíritus que
están siendo nuestros parientes más próximos. Y ello, aunque esos parientes
nos resulten antipáticos o desagradables o, incluso, intratables. Si se conoce el
funcionamiento de la Ley de Retribución y se comprende a tiempo, todo irá
bien. Pero si no, si se continúan acumulando deudas, la siguiente encarnación
resultará más difícil aún de sobrellevar.

Caso 5º

Se trata del capitán de un equipo de rugby. Murió con el cuello
destrozado al ser pisoteado, en pleno juego, por un compañero que lo odiaba.
El autor no fue descubierto. Murió en el hospital. Se estaba esforzando por
mejorar su destino.
Estudiadas las vidas anteriores de ambos, resulta que la víctima fue una
Judía alemana, química, que envenenó a muchas gente. Murió de una
puñalada asestada por otra, que se defendía de ella legítimamente, pero que
fue condenada a la hoguera como consecuencia de las influencias con que
contaba la primera. La condenada juró vengarse. Pidió solemnemente que se
le permitiese vengarse. Y lo ha hecho. ¡Que tristeza producen estas cosas!

Caso 6º

Se trata de un joven retrasado mental. Tiene paralizada la garganta,
carece de coordinación en los movimientos y acumula líquidos en el cerebro.
El fórceps empleado para ayudarle a nacer le lesionó nervios cervicales. No
puede sostener la cabeza erecta sobre el cuello. Tampoco maneja las piernas
pues, a los cinco años, se le lastimaron, en una operación desafortunada, los
tendones de las piernas.
En su vida anterior fue una mujer con gran autoridad en círculos
religiosos. Nadie le hacía sombra. Utilizó profusamente la hipnosis y la
sugestión con fines egoístas, sólo en busca del poder. Se dio cuenta al final de
su vida, pero ya era tarde.
Aunque uno comprenda su error, la Ley de Retribución no puede evitar
el hacernos pagar las consecuencias. Si ese error hubiera sido cualquier otro,
estaría pagando sus consecuencias con amor desinteresado a unos hijos o
parientes. Pero la hipnosis supone un uso perverso de la fuerza creadora y eso,
como uno de los “pecados imperdonables”que es, hay que pagarlo
experimentando sus efectos sobre el propio cuerpo.

Caso 7º

Es un niño con síndrome de Dawn. Su edad mental no pasa de pocos
años.
Su vida anterior se desarrolló durante la decadencia de la antigua Roma.
Fue un joven atractivo, de padres ricos pero materialistas. Recibió una
educación esmerada. Pero fue indisciplinado y consentido. Su madre era una
dama de la alta sociedad, dada a los placeres. Fue vanidoso y mujeriego.
Murió de sífilis a los 30 años.
Su actual padre fue entonces su madre. Y su actual madre era su padre.
Es otro caso de uso indebido de la fuerza creadora sexual y del pago, en las
propias carnes, de tal conducta.

Caso 8º

Se trata de una niña con un solo brazo y sin piernas. Lee y escribe
correctamente y, por lo demás, es normal, tanto física como mentalmente.
Su vida anterior se desarrolló hace 1.600 años. Fue varón y estuvo a
cargo de los esclavos de su gobierno. Fue cruel con las mujeres. Les cortaba
un brazo o una pierna. Se formó un harén y fue responsable de multitud de
abusos. Si alguien lo combatía, lo apresaba, lo llevaba a la selva y lo
abandonaba allí. Llegó a ser el jefe de su isla. Antes de morir, se arrepintió,
pero los efectos de sus actos, absolutamente inevitables, los está
experimentando ahora.

Caso 9º

Es el caso de un niño víctima de la enfermedad del sueño. Lleva un año
durmiendo.
Durante su vida anterior fue una mujer muy atractiva y estudiosa.
Metafísica y astróloga. Dominó la voluntad de otros. Hipnotizaba a cualquiera
y los situaba en puestos elevados. Se dio cuenta y prometió restituir.
Ahora es varón. Los elementales estuvieron esperando para obsesarlo.
Sólo los Señores del Destino expulsar sacar a ese elemental. Si el obsesor
fuera un desencarnado, hubiera cambiado la expresión de su rostro y se
hubiera podido levantar y hablar pero, al tratarse de un elemental, no puede
hacerlo porque los elementales son incapaces de manejar un cuerpo físico.
Uno de los modos de distinguir si una persona está siendo obsesada
consiste en comprobar si sus pupilas se distienden o contraen cuando la luz
disminuye o aumenta, respectivamente, pues sólo el propietario de las pupilas
puede hacerlo. Existe, sin embargo, una enfermedad que produce el mismo
efecto pero, si a esa imposibilidad de acomodación a la luz, se añaden el
cambio de expresión del rostro o de conducta o de voz, puede asegurarse que
se trata de una obsesión por un desencarnado. En todos los casos de obsesión,
sea por quien sea, el espíritu dueño del cuerpo está fuera de él.
En su vida anterior fue mujer. Hipnotizó niños que fueron luego
obsesados por elementales. El Ego sabe a qué se debe lo que le ocurre y está
esperando poder entrar, si el elemental consigue salir de su cuerpo. Si muere
antes de cumplir los catorce años, es decir, antes de la pubertad como
consecuencia del nacimiento del cuerpo de deseos, irá al Primer cielo.

* * *

XIV.- EN EL HOSPITAL

Aquella llamada de auxilio venía de un hospital y, precisamente, de un
médico que, cosa poco frecuente, aunque muy recomendable y fructífera,
dirigió una demanda a los Amigos Invisibles, de los que había oído hablar a
un conocido, antes de intervenir a un politraumatizado.
Me encontré con la conocida escena del equipo médico de urgencias,
ante una mujer, víctima de un accidente de tráfico con caída a un profundo
barranco e inmersión en las aguas del fondo del mismo. Varios huesos rotos,
entre ellos la pelvis, eventración por cuerpo extraño clavado en el abdomen,
traumatismo craneoencefálico, rotura de tendones de los brazos, explosión del
bazo, shock por inmersión y una serie larguísima de lesiones menores.
Vi en el aura del cirujano que sentía verdaderos deseos de salvar aquella
vida. Y comprobé que era un médico capaz. Estaba vibrando de modo positivo
y confiaba en la ayuda que había solicitado. Cuando yo llegué, había ya -
como consecuencia de esa vibración y esa intención amorosa positivas - una
serie de ángeles alrededor de la accidentada y del equipo médico. El espíritu
de aquélla se encontraba fuera del cuerpo y asistía, conmocionado, a toda la
escena. Estudié a la víctima y comprobé que todo podía ser solucionado por
aquel buen profesional, sobre todo, contando con la ayuda de los ángeles que,
como expertos en el manejo de la materia etérica, - molde del cuerpo físico y
responsable de que en él sea posible la vida - estaban ya encarrilando las
corrientes etéricas vitales a los lugares apropiados.
Los ángeles no tienen cerebro y, por tanto, no pueden comunicarse con
los hombres por medio de palabras. Tan sólo pueden inspirarnos,
momentáneamente, alguna idea que nos ayude, aclarando algo o
permitiéndonos comprenderlo. Pero hay que estar vibrando positivamente, es
decir, sentir amor inegoísta, para que esa inspiración fugaz nos alcance con
toda su virtualidad.

Comprobé que la atención y el esfuerzo principales de muchos de los
ángeles se centraba en la arteria pudenda, que se encontraba parcialmente
seccionada pero que, debido a su emplazamiento, atravesando la pelvis en
dirección al glúteo y a estar todo el abdomen anegado en sangre por las
heridas y derrames internos, no iba a ser detectada fácilmente. Así que
cuando, en efecto, el traumatólogo se encontraba, terminado su trabajo, a
punto de concluir, aproveché el momento de relajación y le sugerí la idea de
que no había comprobado el estado de la citada arteria. Inmediatamente aceptó
la sugerencia, buscó la arteria, descubrió la lesión y la suturó. Con ello, la
intervención concluyó con éxito y aquella vida pudo salvarse.
El cirujano, como es lógico, nunca supo toda la ayuda que recibió,
porque no es ésa la finalidad perseguida ni por los ángeles ni por los Amigos
Invisibles. Los primeros, porque el hacer el bien es algo que les nace
espontáneamente, algo que está en su ser, que necesitan para vivir, como
nosotros necesitamos respirar. Y éstos, porque, conociendo lo que conocen de
los misterios de las leyes naturales y de la vida y de la muerte, no dan a la
fama ni a la notoriedad absolutamente ningún valor y hacen el bien por el
bien, por amor, sin otra mira ni otro interés.
Los hospitales, aunque la mayor parte de la Humanidad lo ignore, no son
sólo punto de encuentro de sanitarios, enfermos y familiares de éstos, sino
también, en otros planos, de ángeles que van a ayudar a curar o a cortar el
cordón de plata; de arcángeles que van a aglutinar e influenciar; de Luciferes
que van a tentar y, con ello, a experimentar y aprender a costa de los hombres;
de elementales que van a obsesar o a alimentarse de las vibraciones allí
existentes y a fomentarlas; de desencarnados que van a tratar de ocupar algún
cuerpo que se ponga a su alcance; de larvas que van a alimentarse de las
vibraciones de la sangre y de las materias en descomposición; y de las mil y
una creaciones de la imaginación humana, fruto del miedo, el dolor, la
superstición, la religión mal entendida, etc.; cada uno de ellos actuando según
su naturaleza y sus tendencias y posibilidades. Son, pues, los hospitales, y
conviene que se sepa, uno de los lugares donde se vive verdadera y
permanentemente, y en primera línea, la lucha entre el bien y el mal.
De la parte de la luz, por llamarla de algún modo, cada hospital está a
cargo de un ángel de determinada categoría, bajo cuya supervisión trabajan
legiones de ellos, de grados inferiores, es decir, menos evolucionados y que,
por ello, han alcanzado menos conocimientos y han desarrollado menos
facultades. Los ángeles, al no tener cerebro, no pueden adquirir conocimientos
discursivos. Su saber lo reciben en forma de ciencia infusa, de modo
instantáneo y como una participación en la sabiduría cósmica, a medida que
van evolucionando. Téngase en cuenta, a estos efectos, que ellos constituyen
la oleada de vida anterior a la nuestra y tienen su propio modo de evolucionar
y sus propias exigencias para ello, igual que nosotros, e igual que los
animales, que son la oleada de vida que nos sigue y, en cuya evolución
intervenimos nosotros, de modo inevitable también.
Del lado oscuro hay más personajes, generalmente, en los hospitales. Y
ello debido a la negatividad que aportan, tanto la mayor parte de los enfermos
con su miedo a la enfermedad, al dolor y a la muerte, como sus parientes, casi
siempre tristes, tensos y asustados. Y el miedo es uno de los mayores
enemigos del hombre porque, aparte de no solucionar nada, nos hace vibrar
negativamente, desactiva nuestras defensas y, al dejarnos vencer por él,
cesamos de luchar, nos ponemos pasivos y abrimos las puertas a toda clase de
influencias negativas, desde la imposibilidad de recibir ayuda de planos más
elevados y positivos, hasta la obsesión o la muerte innecesaria. Y ello, con
todas las consecuencias kármicas que todo eso conlleva para los responsables
de tanta negatividad.
Sobre todos los hospitales inciden, simultánea y permanentemente, dos
clases de energía que, con la visión espiritual, se perciben como dos o más
rayos que, procedentes de distintos lugares del espacio, se clavan, por así
decirlo, en el edificio físico. Unos son luminosos, blancos o dorados. Los
otros son oscuros, terrosos, casi negros. Esas energías son aprovechadas, en el
primer caso, por todos los seres encuadrados en el lado del amor y del
altruismo, de la compasión y la caridad. Y, en el otro, por los que actúan
llevados del egoísmo, la envidia, el odio, el sexo, la avaricia, el orgullo, el
miedo, etc. Unos y otros reciben la energía correspondiente y la incrementan y
la hacen proliferar. Las leyes naturales, sin embargo, son sabias y conducen
siempre al bien. Y, por eso hacen que el bien se sume y, en cambio, el mal se
destruya a sí mismo. Esto que, a primera vista sorprende, se comprende
fácilmente, incluso con un ejemplo a nivel del mundo físico:
Si coinciden alrededor de un enfermo, un médico que desea curarlo y
está decidido a poner en juego toda su ciencia para conseguirlo; unas
enfermeras que se guían por el amor y el servicio; unos parientes que quieren
al hospitalizado y desean su restablecimiento y los ángeles correspondientes,
las energías de todos ellos, como persiguen lo mismo, se sumarán y se
multiplicarán exponencialmente, resultando mucho más efectivas para inspirar
a los profesionales y para ayudar al enfermo en su recuperación. Pero, si el
médico desea tan sólo el éxito o la fama o la retribución, sin pensar que tiene
en sus manos la vida de un hermano; y si las enfermeras se odian y compiten
entre ellas o evitan el trabajo; y si los parientes están deseando la muerte del
enfermo para heredar, actitudes, todas ellas, deseadas y fomentadas por las
fuerzas negativas, es fácil adivinar que el resultado será muy otro. Cada cual
aporta siempre su grano de arena, pero el resultado final es obra de todos.
Quiero añadir aquí que, según ha demostrado la investigación
clarividente, los médicos y sanitarios lo son porque en vidas anteriores
perjudicaron a muchos semejantes y les hicieron sufrir y morir (caudillos,
militares, traficantes de armas o de drogas, proxenetas, tratantes de esclavos,
etc.) y, una vez comprendido su error en los períodos entre renacimientos, se
han propuesto pagar aquellas deudas salvando vidas, trabajando en favor de
los demás. Luego, lógicamente, cuando están aquí, esa “vocación”, que no es
sino la traducción a nivel físico del propósito espiritual, sigue viva en ellos,
aunque, a veces, acompañada de odios, envidias, emulaciones, zancadillas y
golpes bajos, que proceden de otras vidas o que nacen en ésta, y que
neutralizan aquel propósito y crean nuevas deudas y, sobre todo, reducen su
efectividad profesional, así como su propio equilibrio emocional.

* * *

XV.- EL CASTIGO DEL PECADO

La mayor parte de la Humanidad ha oído hablar de los pecados y de su
castigo, puesto que todas las religiones del mundo tratan extensamente de ello.
Pero, casi nadie tiene las ideas claras sobre el tema y, por tanto, casi nadie lo
toma en serio. Y habría que tomarlo, porque es el tema fundamental de nuestra
evolución, tanto individual como colectiva.
El problema estriba en que las distintas religiones se dieron a los
diversos pueblos por sus Espíritus de Raza, - arcángeles a que me he referido
en otro lugar - cada una de ellas adaptada al avance cultural, ético, moral y
espiritual del pueblo o raza de que se tratase. Sin embargo, ninguno de ellos
estaba entonces lo suficientemente adelantado para comprender, aunque se le
hubieran explicado, la razón ni el mecanismo del llamado “pecado”, ni el de
su “castigo”.
En todos los pueblos, no obstante, existió siempre una parte de la
religión, llamada esotérica u oculta, que sólo se daba a conocer a los más
evolucionados, a los que mostraban interés por esos temas y, por tanto, eran
capaces de comprenderlos y de mantenerlos en secreto.
¿Y, por qué esa exigencia del secreto, bajo pena de muerte, y común a
todas las religiones? Por dos motivos fundamentales:
Primero, porque en aquella época la Humanidad había de desarrollar la
voluntad, aún muy débil. Y para ello, se le daban leyes morales y religiosas y
se le hablaba de pecados, o sea, de transgresiones de esas leyes, y de castigos
por los pecados cometidos. Todo ello con el fin de que los hombres, ante el
temor del castigo divino, reprimiesen sus tendencias negativas mediante
constantes esfuerzos de voluntad, con lo cual la robustecían.
Los castigos variaban según el grado de desarrollo de los pueblos: Para
unos eran terremotos o inundaciones; para otros, enfermedades o muerte; para
éstos, malas cosechas o pérdida de las mismas; para aquéllos, enemigos
agresivos; para algunos, la cautividad... Más tarde, las religiones dieron un
paso y predicaron que los castigos se aplicaban más allá de la muerte.
Se usó, además, otro método para desarrollar la voluntad, y fue el de los
sacrificios: Se exigió por las religiones sacrificar a los dioses los bienes más
preciados: el primogénito, el buey más fuerte y cebado, lo mejor de la
cosecha, etc. Lógicamente, desprenderse de algo tan querido y tan apreciado,
requería un gran esfuerzo de voluntad que, de ese modo, con la repetición de
los sacrificios, se desarrollaba y fortalecía, es decir, se acostumbraba a
sobreponerse al cuerpo de deseos.
Mientras, los conocedores de la parte oculta de la religión iban
evolucionando, adquiriendo conocimientos y facultades, y trabajando por el
mejoramiento y progreso de su pueblo.
Como el sustrato de todas las religiones es el mismo, ya que todas tienen
el mismo origen y persiguen el mismo fin, el mejoramiento y evolución del
hombre, los “conocedores” de las distintas religiones o “iniciados”, pudieron
siempre comunicarse y comprenderse entre sí, ya que trataban y dominaban
los mismos temas y al mismo nivel. Por eso un Pitágoras o un Platón, por
ejemplo, además de ser iniciados en los misterios griegos de Eleusis (o sea, en
los conocimientos ocultos), pudieron serlo también en los de Mesopotamia y
de Egipto.
El segundo motivo para guardar el secreto de los conocimientos ocultos
ya lo he expuesto en otro capítulo: el evitar que personas no suficientemente
preparadas e inegoístas, adquiriesen conocimientos y facultades
supranormales (hipnosis, telepatía, visión etérica o astral, telequinesis,
psicometría, lectura de la memoria de la naturaleza, manejo de las fuerzas
elementales, bilocación, etc.) y las utilizaran en beneficio propio y no
altruístamente en beneficio de su pueblo.
En cuanto al hombre común, cuando, tras una serie de vidas, había
obtenido de su raza y de la religión correspondiente todas las enseñanzas que
podían proporcionarle para evolucionar, renacía como individuo de otro
pueblo más evolucionado y con otra religión más avanzada. Y esto sigue
ocurriendo hoy en día.
Así se llegó a la época de la venida de Cristo, que trajo la primera
religión, no para una raza o pueblo determinados, sino universal, para todos
los hombres. Por eso “resumió” el Decálogo de Moisés (que era una serie de
leyes cuya infracción llevaba aparejado el castigo correspondiente) en dos
solos mandamientos: “Ama a Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como
a ti mismo”. Y, aún estos dos, en uno solo: “Compórtate con los demás como
te gustaría que los demás se comportasen contigo”. Y, en última instancia, a
sólo uno: “Un solo mandamiento os doy: que os améis unos a otros como yo
os he amado.” En resumen: Amar. Porque el amor es la nota-clave de la
Creación. Es decir que, por un lado, no derogó el Decálogo, puesto que está
de acuerdo con las leyes naturales, sino que lo convirtió en exigencia interna y
ya no externa. Y, por otro, hizo desaparecer el pecado como delito público e
incrustó el perdón, en Su doctrina, sustituyendo el “ojo por ojo y diente por
diente” por el “ofrecer la otra mejilla” y el “odiar al enemigo” por el “amad
a quienes os odian”.
Por eso San Pablo dice claramente que el pecado, el delito, es hijo de la
ley y que si no hay ley, no hay infracción de la misma ni, por tanto, delito ni
pecado ni, consecuentemente, castigo. De lo que se trata, pues, en el estadio
actual de la Humanidad y de la religión, es de interiorizar la ley, es decir, de
hacer lo que está bien, no esperando el premio ni temiendo el castigo, sino
porque se ha comprendido que es lo correcto; y no hacer lo que está mal, no
por miedo a las consecuencias, sino porque se sabe que está mal. Y sustituir,
por tanto, el “temor de Dios” por el “amor a Dios”. Procede, pues, subir un
escalón la calidad de la enseñanza y olvidarnos del castigo por los pecados o
por las malas aciones, que ya cumplió su cometido a lo largo de los siglos, y
aclarar cómo funciona, en realidad, este asunto.
Lo cierto es que las leyes naturales han tropezado, para su comprensión,
con un obstáculo importante. Y ha sido la denominación que se les ha dado,
de “leyes”. Una ley, desde el punto de vista humano, es un mandato o una
serie de mandatos, de órdenes, de exigencias, cuya infracción da pie para la
aplicación al infractor, de los castigos en ella o en otras previstos.
Una ley natural, sin embargo, no es un mandato ni una prohibición ni
una exigencia. Es un proceso natural que consiste en series de causas y efectos
que se suceden automáticamente. De modo que un acto determinado trae
aparejada, sin excepción, una consecuencia determinada y no otra. Y ello sin
intervención de voluntades extrañas, de modo que siempre que se produzca
ese acto en las mismas circunstancia, le seguirá idéntica consecuencia, sin
necesidad de nadie que juzgue ni condene.
Esa fijeza, esa inalterabilidad e imparcialidad de las leyes naturales es lo
que ha permitido y sigue permitiendo a los inventores e investigadores de
todas las épocas, ir descubriéndolas y estudiándolas, conocer sus exigencias y
las consecuencias de su “cumplimiento” y de su “infracción”, e ir así
aprendiendo a utilizarlas en beneficio de la Humanidad.

Por ejemplo: la gravedad atrae a todos los cuerpos hacia el centro de la
Tierra. Si la cumplimos, es decir, si acercamos algo al centro de la Tierra, ella
nos ayudará y, por eso, para bajar algo, no habremos de realizar ningún
esfuerzo. En cambio, si la “incumplimos”, si nos empeñamos en alejar algo
del centro de la Tierra, tendremos que soportar el “efecto” correspondiente a
esa infracción, y habremos de hacer un esfuerzo para conseguir levantarlo. No
se tratará, por supuesto, de que la Ley de la Gravedad nos castigue. No. Sino
de que el alejar algo del centro de la Tierra lleva aparejado el tener que hacer
el esfuerzo proporcionado a la atracción que la Tierra ejerce sobre el objeto en
cuestión.
Esto, que es tan fácil de entender cuando de leyes naturales físicas se
trata - que son las leyes naturales que rigen el Mundo Físico y que estudian y
descubren y manejan nuestros científicos - parece casi incomprensible e
inadmisible cuando se habla de las leyes naturales que rigen los deseos, los
sentimientos, las emociones o los pensamientos, tan leyes y tan naturales
como aquéllas. La naturaleza de estas leyes naturales es la misma que la de la
Gravedad. Y, lo mismo que ella, establecen que, quien las cumpla no tendrá
problemas ni habrá de esforzarse en nada y que el que se empeñe en
incumplirlas, bien por ignorancia, bien por cerrazón, tendrá que sufrir la
consecuencia en la ley prevista para ese incumplimiento. Pero “la
consecuencia” no el “castigo.”
Hasta aquí está claro también. Pero, ¿qué establecen las leyes de los
mundos superiores?. ¿Qué es lo que hay que hacer para evitar tener que
realizar el esfuerzo y sufrir las consecuencias de su inobservancia?
Precisamente lo que nos dijo Cristo que debíamos hacer: “Ama a tu prójimo
como a ti mismo”. Todo lo que deseemos, pensemos o hagamos de acuerdo
con esta ley, nos proporcionará felicidad, salud, evolución, etc. y todo lo que
de ello se aleje, según la distancia a que se aleje, nos traerá dolor,
enfermedades, problemas, desgracias, opresión, injusticias, miseria, etc. Así
de claro.
Y no cabe echar la culpa a nadie. Ni siquiera a Dios. Porque Dios,
llevado de su amor y de su deseo de compartir su infinita felicidad, nos hizo a
Su imagen y semejanza, es decir, creadores como Él, pero debiendo
desarrollar, a lo largo de la evolución, esas cualidades divinas que todos
poseemos potencialmente. Por eso nos ha hecho libres, condición sine qua non
para ser creadores. Esa libertad, sin embargo, exige que seamos siempre los
responsables de nuestra conducta y, por tanto, de nuestro adelanto o nuestro
retraso en esa evolución que a todos atañe por igual. Y, además, está siempre,
como Padre amoroso que es, esperando nuestra demanda de ayuda (recuérdese
la parábola del Hijo Pródigo) para prestárnosla. Pero la hemos de pedir. Y eso
es la oración.
La consecuencia última, ya citada en varios capítulos, es que el único
pecado o, mejor, problema, del hombre es la ignorancia. La ignorancia de la
existencia y del funcionamiento de las leyes naturales. No es cierto, pues, que
Dios castigue al hombre aunque ignore que está haciendo el mal (como no es
un castigo de Dios el que nos caigamos desde un sexto piso si contravenimos
la ley de la Gravedad o nos quememos la mano por acercarla
imprudentemente al fuego), sino que la ley natural, que actúa automáticamente
y tiene prevista en su ser una consecuencia para cada causa, la aplica sin
contemplaciones y sin excepciones.
Lo que procede, pues, lo que la Humanidad necesita es, no sólo el
conocimiento, el dominio de las leyes naturales que rigen la vida y la
evolución físicas (cosa que ya está haciendo y que le ha proporcionado y le
está proporcionando el progreso técnico que a todos nos asombra cada día),
sino también y en el mismo grado, conocer y dominar las que rigen la vida y la
evolución espirituales. Entonces, utilizando sus conocimientos y su libre
albedrío, como han hecho los Hermanos Mayores y todos los Iniciados que ya
existen, y cuyo número aumenta cada día, evolucionará rápidamente sin dolor,
sin enfermedades, sin desgracias y sin muerte.

* * *

XVI.- EL ORATORIO Y EL TEMPLO

Me ocurrió con frecuencia el pasar sobre determinada zona de la ciudad
y observar un brillo especial en determinada vivienda. Pero, como siempre iba
a acudir a alguna necesidad, durante bastante tiempo tuve que conformarme
con saber que existía.
Un día, sin embargo, tras acudir a una llamada, recordé aquella vivienda
y quise investigar a qué se debía el resplandor que de ella salía. Me dirigí allí
y vi que la luz surgía de una pequeña habitación. En ella había un hombre de
edad avanzada que estaba en oración.
Era un hombre de gran elevación, que alcanzaba planos muy sutiles y
obtenía la correspondiente respuesta en forma de luz y arrobamiento.
Se trataba de su dormitorio. Él vivía, desde hacía varios años, en aquella
casa, de la que era huésped, ocupando la misma habitación que, como
consecuencia de la repetición de tales raptos, estaba impregnada de luz y de
vibraciones elevadísimas que alcanzaban no sólo a esa habitación, sino que se
expandían por la mayor parte de la vivienda y aún por algunas colindantes.
Curiosamente, ninguno de sus vecinos era consciente de la maravillosa
influencia que estaba recibiendo de modo permanente, sobre todo, de noche
cuando nuestro hombre tenía más tiempo para dedicarlo a la oración.
Se hallaba sentado en un cómodo sillón, con los ojos cerrados, relajado,
concentrado en una profunda meditación que le había permitido elevarse y
rebosar amor a Dios, y que era inmediatamente correspondido con un
descenso impresionante de energía divina, en un juego indescriptible de luces,
colores, suavidades, perfumes, músicas y, sobre todo, una sensación de paz
infinita, de plenitud, de infinitud, de totalidad.
Generalmente se desconoce la oración y sus mecanismos y se actúa,
consecuentemente, con ignorancia y aún con imprudencia.
La oración es la elevación de nuestra conciencia a un plano superior en
un acto de adoración, de amor o de gratitud.

Tenemos la idea de que orar es pedir y casi todos piden y piden sin
cesar, como si las cosas, por tratarse de planos espirituales, no tuviesen
también su precio. Y es preciso aclarar esta materia en bien de todos.
Fijémonos en que Salomón, cuando Jehová le dijo que le pidiera lo que
quisiese, pidió, simplemente, discernimiento para gobernar bien a su pueblo.
Y Jehová le dijo: por haber pedido sólo discernimiento y no riqueza ni poder
ni honores, todo esto lo tendrás por añadidura. ¿Por qué? Porque si sabemos
discernir es que somos sabios y si somos sabios y altruistas, obtendremos,
aunque no lo busquemos, todo lo demás.
Recordemos – y ua lo hemos hecho en otro capítulo - que Cristo dijo
claramente que buscáramos cumplir la voluntad del Padre y todo lo demás se
nos daría como un subproducto necesario.
¿Cómo hemos, pues, de “pedir”? Pedir, debemos sólo lo que nos indica
el Padrenuestro: en el nivel físico, “el pan nuestro de cada día”. No más. El
resto de esa maravillosa y potente oración ya es una petición de
discernimiento y de fuerza para ver claro.
La oración no ha de adoptar necesariamente una forma determinada.
Basta algo tan sencillo como, de vez en cuando, a lo largo del día, cuando
nuestras ocupaciones nos lo permitan, elevar nuestra mente y nuestro corazón
a Dios y decir, con palabras o en silencio: “Señor, aquí estoy para hacer Tu
voluntad”. Sencillamente eso, es capaz de provocar un derramamiento de
energía sobre nosotros, que nos mantendrá positivos hasta la siguiente vez. Y,
si adquirimos el hábito, nos mantendremos todo el día en una elevada
vibración, de modo que seremos insensibles a las más groseras y, por tanto,
inmunes a las tentaciones que provocan.
Si nos es posible, sin embargo, deberíamos dedicar cada día unos
minutos a retirarnos en un lugar, siempre el mismo, a orar en una
concentracion-meditación más profunda y elevada. Si así lo hacemos, los
muebles y las paredes y los objetos de la habitación irán quedando
impregnados de esas maravillosas vibraciones y nos facilitarán cada vez
contactar con ellas cuando queramos orar de nuevo.
La verdadera oración, la que aquel hombre realizaba era totalmente
distinta. Era una elevación en adoración, un abandono total en manos de Dios,
una identificación absoluta con el plan divino, un sometimiento voluntario y
sin reservas a Su voluntad. La respuesta, por tanto, era la apropiada: el sentirse
uno con Dios, el disolverse en Él, el experimentar la plenitud y la gratitud y el
amor y la sabiduría… Sólo el que lo ha experimentado lo puede comprender,
pues son vivencias inefables, ya que no hay palabras para expresarlo en toda
su realidad, ni experiencia suficiente para comprenderlo en los destinatarios
de esas palabras.
Si se ora debidamente, desaparecen el miedo, la inquietud, la zozobra, el
nerviosismo y el stress, y son sustituidos por la alegría, la tranquilidad, la
confianza, la seguridad, el amor, la comprensión, la fraternidad, la tolerancia,
el altruismo…
Ni que decir tiene que la oración por excelencia es, precisamente, el
Padrenuestro, que el propio Cristo nos recomendó usar. Si se pronuncia
visualizando conscientemente lo que cada frase significa, la invocación que
contiene, purifica todos nuestros vehículos y nos llena de energía elevadísima
y predispuestos para lo mejor, porque:
La primera frase, “Padre nuestro que están en el cielo” es como la
dirección del destinatario de nuestra oración.
La segunda, “Santificado sea Tu nombre”, hace a nuestro Espíritu
Humano postrarse ante el Espíritu Santo, cuyo duplicado a escala humana es.
La tercera, “Venga a nosotros Tu reino”, hace lo propio con nuestro
Espíritu de Vida y Cristo, el Hijo.
La cuarta, “Hágase Tu voluntad así en la tierra como en el cielo”, repite
lo propio con nuestro espíritu Divino y el Padre.
Y, una vez relacionados cada uno de nuestros tres espíritus - somos una
trinidad a imagen y semejanza de Dios - con la persona de la Trinidad de que
trae causa, pronunciamos la segunda parte, la “petición” o “invocación”:
“Danos hoy nuestro pan de cada día”. Aquí nuestro Espíritu Divino pide
al Padre por las necesidades del cuerpo físico, que es un reflejo.
“Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los
que nos ofenden”. Nuestro Espíritu de Vida hace lo propio con el Hijo, Cristo,
en beneficio de nuestro cuerpo etérico, la segunda persona de nuestra pequeña
trinidad, el almacén de nuestra memoria y reflejo de Aquél.
“No nos dejes caer en la tentación”. Ahora nuestro Espíritu Humano
pide al Espíritu Santo por la tercera persona de nuestra pequeña trinidad, el
gran tentador, nuestro cuerpo de deseos, de donde nacen éstos y las
emociones, pasiones y sentimientos.
“Líbranos del mal”. En este momento, los tres espíritus que componen
nuestra trinidad, se elevan juntos hasta la Santa Trinidad y le piden por
nuestro vehículo más importante, pero también más reciente y por ello más
débil, la mente, para que no se someta al cuerpo de deseos sino que se le
imponga y tome el mando de nuestras vidas.
“Amén” equivale a un deseo-orden: que así sea, que sí se haga.
Aún convendría referirnos a algo sutil,: la diferencia entre oración e
invocación. La primera es un elevarnos para ponernos en manos de Dios. La
segunda es más una exigencia a las alturas - haciendo uso de nuestra
“primogenitura”, de nuestra condición de seres creadores - para que atiendan
nuestras necesidades.
Si el oratorio del devoto es un mar de luz y de vibraciones positivas, un
templo, en que los fieles se reúnen para orar o, mejor, un convento de
clausura, en que los religiosos dedican horas a la oración, desde hace siglos,
es algo verdaderamente inimaginable. Son como ríos de luz que alimentan la
ciudad en que se encuentran, disuelven miasmas y vibraciones bajas, elevan a
los sensibles y mantienen enfocada en ella la atención de los gloriosos seres
que auxilian a la humanidad a lo largo de los tiempos.
Teniendo claro que toda oración – como también dijimos arriba - hace
una especie de agujero en el ”techo” de nuestro mundo al penetrar en otros
superiores, por el que se derrama la energía de respuesta de lo alto, es fácil de
comprender la conveniencia de utilizar debidamente su mecanismo.

* * *

EPÍLOGO

Los ejemplos de casos en los que los Amigos Invisibles intervienen
continuamente son infinitos. Todos los días se producen cientos de ellos. Pero
lo que se ha pretendido con esta breve exposición es sólo concienciar al lector
de su existencia y de su labor, así como despertar su cursiosidad por conocer
algo sobre los mundos superiores que, querámoslo o no, existen y por los que,
querámoslo o no, habremos de pasar.

FIN

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