EL PERDÓN. QUÉ ES Y CÓMO FUNCIONA


EL PERDÓN. QUÉ ES Y CÓMO FUNCIONA
por Francisco-Manuel Nácher

1.- ¿Qué es perdonar?
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua: 
Perdonar es, entre otras cosas:
a.- Remitir la deuda, ofensa, falta, delito u otra cosa el 
perjudicado por ello.

b.- Exceptuar a uno de lo que comúnmente se hace con 
todos o eximirlo de la obligación que tiene.

c.- Renunciar a un derecho, goce o disfrute.

Está claro que, como hoy nos vamos a referir al aspecto 
moral de la acción de perdonar, nuestra definición es la primera: 
“Remitir la deuda, ofensa, falta, delito u otra cosa el 
perjudicado por ello.”
Y, en base a esa definición, el diccionario llama “perdón” a:

a.- La acción de perdonar.

b.- La remisión de la pena merecida, de la ofensa 
recibida o de alguna deuda u obligación pendiente.

c.- Indulgencia, remisión de los pecados.
Si descomponemos la palabra perdón en sus partes 
integrantes, nos encontraremos con que:
el prefijo “per” significa “máximo”, “superior”, y 
el sustantivo “don” significa “regalo”.

Así que, etimológicamente, al perdonar, hacemos un 
gran regalo, tanto al otro como a nosotros mismos. Y resto nos 
indica que los antiguos ya tenían bastante claro el tema del 
perdón.

2.- Los grandes pensadores, como es lógico, se han 
pronunciado sobre el perdón, enfocándolo desde distintos 
ángulos. Vamos a reproducir algunos de sus conceptos:

“Un hombre bueno no sólo debe perdonar, sino 
también desear el bien a su enemigo, de igual manera que el 
árbol del sándalo, una vez abatido, baña con su perfume el hierro 
que lo hirió.” (Ania, antiguo libro indio).
“Perdonar a nuestros enemigos constituye una 
bellísima manera de vengarnos, a la vez que un rápido triunfo,
conquistado sin apelar a la violencia.” (T Browne, Christian 
morals).
“Es cosa corriente que quienes se perdonan 
demasiado a sí mismos son más rigurosos con los demás.” (San 
Francisco de Sales, Introduction à la vie dévote).
“Los beneficios deben escribirse en bronce y las 
injurias en el aire.” (Galileo Galilei, Opere, IX, 198).
“No osamos volver a ofender más a quienes perdonan 
siempre.” (D’Houdetot Dix épines pour une fleur).
“La indulgencia es una parte de la justicia.· (J. 
Joubert, Pensées).
“Sus muchos pecados son perdonados porque amó 
mucho.” (San Lucas, Evangelio 7:47).
“El perdón nace del alma generosa.” (Maquiavelo, 
Pensieri XI, 7).
“El perdón nos sitúa por encima de los que nos 
insultan.” (Napoleón, Pensées).
“El ofendido perdona, pero nunca lo hace el ofensor.” (F. 
Pananti, Avventure e osservazioni, II).
“Perdonando una ofensa se puede convertir en amigo 
a un enemigo y, a un perverso, reducirlo a un hombre de nobles 
sentimientos. ¡Cuán consolador y hermoso es este triunfo y 
cuánto supera en grandeza a todas las horribles victorias de la 
venganza!” (Silvio Pellico, Doveri degli uomini, XIII).
“Es humano equivocarse, pero también es humano 
perdonar.” (Plauto, Mercator II, 2, 43).
“Perdona a quien da un paso en falso. Piensa que 
también tú tienes pies y puedes tropezar.”(Rückert, Weisheit des 
Brahmanen, 24).
“Perdona siempre a los demás, pero no a ti mismo.” 
(Séneca, De moribus).
“Solamente los espíritus valerosos saben la manera de 
perdonar. Un ser vil no perdona nunca. No está en su 
naturaleza.” (Sterne, Sermons, 12).
“Dios ama a tres clases de hombres: al que no se 
enoja, al que no renuncia a su libertad y al que no guarda 
rencor.” (Talmud, Pesachim, 113).
“El que se venga después de la victoria es indigno de
vencer.”(Voltaire, Saul, 1,2).
“El necio aplica todas sus energías a la venganza; el 
perdón es la venganza de la sabiduría.” (Ch. Wernicke, 
Überschriften).

3.- El refranero ha sido también pródigo en adagios sobre 
el perdón, aunque, como todos sabemos, matizados siempre con 
la sorna y la ironía que los caracteriza. He aquí algunos ejemplos:
- Paga el tiro con el tiro y el palo con el palo.
- Perdonar al malo es dar al bueno un palo.
- Porque un borrico te dé una coz, ¿vas tú a darle dos?
- El perdón sobra donde el yerro falta.

4.- También yo he plasmado por escrito numerosos 
pensamientos sobre el perdón, de los que valdría la pena 
rememorar algunos:
- Cuando perdonas un daño, tu vida se alarga un año.
- Si no perdonas es que no has entendido nada.
- El perdón nos enriquece por dentro y por fuera.
- Confía en los hombres que saben perdonar.
- El vengativo está a años luz del amor y, por tanto, 
de Dios.
- El que perdona es que ama. Y, si ama, merece ser 
amado.
- ¿Es que tú no te equivocas nunca?
- Véngate no vengándote.
- Si quieres estar sano, perdona a los demás.
- El perdón extrae la desazón del plexo solar y la 
deposita en el corazón convertida en paz.
- El perdón no es cosa de la cabeza, sino del corazón.

5.- Con esto tenemos ya una idea, por lo menos gramatical, 
literaria y consuetudinaria, de lo que es el perdón. Pero nosotros, 
como estudiosos de la parte oculta de la religión cristiana y como 
filósofos, no nos podemos quedar ahí. Hemos de seguir 
profundizando para alcanzar un concepto más exacto porque, sólo 
si se tienen las ideas claras se pueden luego utilizar 
correctamente.
Y, como he dicho, nos queremos centrar en el aspecto ético 
o moral del perdón.
Vamos, pues, a pensar o, mejor dicho, a filosofar:
Tras ver lo que se entiende por perdón, la primera 
pregunta que se nos ocurre es ésta:

6.- ¿Qué presupone el perdón? A poco que reflexionemos, 
descubriremos que hacen falta cuatro elementos indispensables: 
La ofensa, el ofendido, el ofensor y la intención de éste.

7.- ¿Y qué es la ofensa? Está claro que la ofensa no es el 
ofensor, sino la consecuencia de cierta actuación de éste.
Si yo dirijo a otro ciertas palabras, ¿qués es lo que, en 
realidad, estoy haciendo? Un acto. Pero, ¿un acto bueno o un acto 
malo? Y aquí sale al paso una nueva pregunta: ¿Es que hay actos 
buenos y actos malos per-se? Shakespeare dice :”No hay actos 
buenos ni actos malos. Es el pensamiento el que los hace así”. A 
poco que pensemos, llegaremos a la conclusión de que un acto no 
es ni bueno ni malo en sí. No está en su naturaleza ser bueno ni 
ser malo. Es siempre aséptico. ¿Entonces? Nos falta algo. Algún 
elemento que haga que la acción de pronunciar esas palabras 
resulte buena o resulte mala. Y ¿cuál es ese elemento 
imprescindible? La intención, no cabe duda. Si yo golpeo a 
alguien sin querer, nadie pensará que lo he ofendido, aunque el 
acto sea el mismo que cuando quiera ofenderlo. Es, pues, mi 
intención de ofender o de dañar o humillar lo que hace que mi 
acto sea o no reprobable, por alterar o no la armonía anterior a 
su producción.
Pero, sigamos pensando: Si lo que hace que mi acto resulte 
ofensivo es mi intención de ofender, no cabe duda de que el que 
se ofenda con mi acción debe conocerla. Porque, si no la conoce, 
si no sabe cuál era mi intención, no tendrá ningún motivo para 
ofenderse. Y eso, mi intención, es algo que realmente, ni el 
ofendido ni nadie conocerá nunca. Es decir, que habrá de 
imaginarla o suponerla. En efecto:

Si yo dirijo esas palabras a alguien y no me oye, el otro no
se ofenderá. En cambio, si me oye, tanto si no ha habido mala
intención por mi parte pero me la atribuye, como si la ha habido y 
me la atribuye también, él se ofenderá. Pero en ambos casos mi 
acción habrá sido la misma. ¿Dónde está, pues, la ofensa?¿Qué es 
lo que el otro me ha de perdonar? ¿Mi intención verdadera, que él 
no conoce ni conocerá nunca, o la que él me atribuye? 
Indudablemente, ésta última. Y, ¿resulta lógico que él me tenga 
que perdonar a mí algo que él me atribuye? Porque, de quién es 
esa atribución? Del ofendido. Luego, el perdón consiste sólo, 
desde el punto de vista del ofendido, en tener por inexistente la 
intención que él mismo adjudicó al ofensor.
¿Y ocurrirá igual con cualquier otro acto? Por supuesto. 
Siempre. El ofendido, para perdonar, no hace sino borrar su 
propia actuación y no la del ofensor.
Imaginemos, para comprobarlo, que alguien me dispara un 
tiro y me hiere. Objetivamente, en el mundo físico, es un acto con 
su correspondiente consecuencia. Pero en el mundo del deseo 
habrá necesariamente una intención, porque en la génesis de todo 
acto voluntario está antes la intención que la acción. Y la 
intención es el deseo de producir en otro ser u objeto algún efecto 
con nuestra acción.
Pero, en base a lo antes visto, ¿yo podré declararme 
ofendido por el que me disparó? Porque, puede que tuviera 
intención de herirme o, incluso, de matarme, pero yo nunca lo 
sabré. Puede que, antes de disparar, me dijese que me iba a matar, 
en cuyo caso tendré más datos para sentirme ofendido. Pero ¿y si 
el otro hablaba en broma? ¿O si se sentía amenazado por mí y, 
simplemente, se defendió? ¿O si pretendió sólo asustarme y se le 
disparó el arma? ¿O si, sencillamente, estaba loco? Son supuestos 
distintos, aunque la acción y su consecuencia son las mismas. 
Sólo varía la intención del otro, que yo no conozco ni conoceré 
nunca, sino que le atribuyo en base a los datos que tengo. Y en 
todos los casos me sentiré igualmente ofendido, lo cual no es 
justo.
El resultado de toda esta disquisición es que yo sólo podré 
perdonar la intención que yo mismo he imaginado y atribuido 
al otro. Y, consecuentemente, lo único que puedo hacer es 
perdonarme a mí mismo por esa atribución de intenciones
porque ésa sí que la conozco.
¿Y qué ocurre cuando alguien me dice: “fulano cuenta esto 
y aquello de ti” y yo me siento ofendido, dando por buenas las 
intenciones que el “correveidile” atribuye al otro? Pues ocurre lo 
mismo: que yo me ofendo por la atribución que hago al presunto 
ofensor de una intención dañosa en contra mía y cuyas palabras ni 
siquiera he escuchado. ¿Qué tendré, pues, que perdonarle al 
ofensor? Su mala intención, si la tuvo. Pero tendré que 
perdonarme a mí mismo la atribución de intención que le he 
hecho.

8.- ¿Quién ha de perdonar, a quién y qué? El ofensor, si 
no tuvo mala intención, tendrá que perdonar al ofendido la 
imputación que le hizo de tenerla. Y, a sí mismo, la mala 
intención, si la tuvo. Y el ofendido deberá perdonar al ofensor la 
mala intención, por si la tuvo, cosa que él nunca sabrá. Y, además, 
deberá perdonarse a sí mismo la imputación de mala intención al 
ofensor.
No se perdonan, pues, las consecuencias, sino las 
intenciones, que son las verdaderas responsables de aquéllas, y 
de la cadena de causas y efectos de ellas derivadas.
Recordemos que la escritura, como recoge Tomás de 
Kempis, dice muy claro que ”El hombre mira las acciones, pero 
Dios mira las intenciones.”
Cuando hablemos, pues, de perdonar o de perdón, 
recordemos que hemos de perdonar la mala intención, si 
existió, de nuestro ofensor, que siempre se deberá a una de las 
infinitas variantes de las siete manifestaciones del egoísmo: 
soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia o pereza.

9.- ¿Cómo se perdona?
Es una buena pregunta, porque la gente tiene el tema 
bastante confuso. La cuestión es: ¿Se debe sólo perdonar al 
ofensor o se debe también olvidar la ofensa?
Si pensamos sobre el tema y, si sabemos que nacemos 
para aprender, para desarrollar nuestro amor y nuestra compresión 
de las leyes naturales y de nuestros semejantes, habremos de 
concluir que debemos perdonar al ofensor, pero debemos también
recordar la lección de vida. O sea, que hemos de perdonar, pero
no olvidar, lo cual no quiere decir que le guardemos rencor al 
ofensor – pues no lo habríamos perdonado - sino que tengamos 
presente el hecho y sus resultados o, mejor aún, la enseñanza que 
de ese hecho y sus resultados se ha derivado, la esencia de lo 
vivido, para actuar en consecuencia en el futuro, evitando ser 
ofensor y perdonando a los ofensores. Pero no hemos de recordar 
ni el incidente en sí ni al ofensor. Ésa es la manera correcta de 
pasar por la vida aprendiendo lecciones y no resentimientos ni 
odios ni venganzas.

10.- ¿Qué parte del hombre es la que perdona?
También es esta pregunta interesante, porque tenemos una 
mente, un cuerpo de deseos, un cuerpo etérico y un cuerpo físico. 
Y la ofensa puede haber perjudicado a uno o a varios o aún a 
todos ellos.
Conociendo esa anatomía interna nuestra y su fisiología, su 
modo de funcionar, pronto hallaremos que habremos, primero, de 
discernir mentalmente en qué ha consistido la ofensa y, luego, 
quién ha sido el ofensor. Y sólo, una vez aclarado esto, 
deberemos utilizar nuestro cuerpo de deseos y rodear al ofensor 
con nuestro amor y nuestra comprensión, al tiempo que nuestra 
voluntad toma la decisión de no recordar en lo sucesivo que nos 
ofendió.
De ese modo, lo que perdurará en nosotros serán el amor 
que sentimos por el ofensor, la predisposición a comprenderlo en 
el futuro – ya que estará más próximo a nosotros que antes – y la 
lección aprendida, para no incidir en el futuro en una conducta 
similar a la que nos ha hecho su víctima.

11.- La Retrospección y el perdón de los pecados 
mediante su borrado del átomo simiente. Esto lo estudiaremos 
al referirnos al autoperdón, en el punto siguiente, pero he 
querido distinguirlo aquí como algo importante que es. De 
todos modos, por ser tan importante para nuestra evolución, 
este ejercicio diario es objeto de una conferencia aparte, ya 
que requiere más tiempo del que le podemos dedicar ahora.

12.- ¿Y qué efectos produce el perdón?
Ya a primera vista nos damos cuenta de que podemos
perdonar a los demás o a nosotros mismos. Por lo tanto, vamos a 
estudiar ambas posibilidades, con sus efectos correspondientes.

a.- Perdonar a los demás produce los siguientes 
efectos:
- Nos libera de odios y rencores, lo cual disuelve las 
desarmonías internas y restaura la armonía entre 
nuestros vehículos.
- Libera al ofensor de tensiones íntimas y de 
remordimientos.
- Ayuda al ofensor a recapacitar y tratar de mejorar.
- Nos eleva a lo alto. Y, si nos acostumbramos a 
perdonar, nos hace permanecer en lo alto y no ver lo 
opuesto, aunque para los demás resulte patente. Y 
ello nos hace felices.
- Aumenta nuestra comprensión de los demás.
- Incrementa nuestra capacidad de amar al prójimo.
- Incrementa nuestra tolerancia.
- Despierta nuestra tendencia a la colaboración pues, 
en nuestro fuero interno, sabemos que somos “el 
guardián de nuestro hermano.”
- Desarrolla nuestro sentido de la fraternidad al ser 
conscientes de que nosotros también fallamos y, por 
tanto, todos somos iguales en ese sentido, ya que 
necesitamos del perdón.
- Aumenta el conocimiento de nosotros mismos.
- Nos hace comprender y comprobar que toda ofensa 
que se nos hace no es más que una ocasión de 
perdonar que se nos brinda. Y esa comprensión 
incrementa nuestra gratitud hacia lo alto.
- Fomenta la amistad entre ofendido y ofensor.
- Nos inclina a la oración, a pedir por nuestro ofensor 
y a solicitar luz y fuerza para seguir siendo capaz de 
perdonar en el futuro.
- Despierta o desarrolla nuestra tendencia y nuestra
capacidad de ayuda hacia los demás.

No quiero dejar de decir que la ciencia ha demostrado que 
podemos producir nuestras propias drogas, sin tener que sembrar 
amapolas, marihuana o comprar cocaína
El cerebro, movido por las emociones, produce sustancias 
químicas que hacen que la persona eleve su autoestima, 
experimente sensación de euforia, se sienta animada, alegre y 
vigorosa, sin necesidad de tomar, inyectarse o fumar nada. 
Estas sustancias, que produce el cerebro, y denominadas 
hormonas endógenas (ya que se producen en la corteza cerebral) 
bien podrían llamarse "drogas de la felicidad". Algunas de ellas 
son: 
La Oxitócica, que se produce cuando existe un amor 
pasional y se relaciona con la vida sexual.
La Dopamina, que es la droga del amor y la ternura.
La Fenilananina, que genera entusiasmo y amor por la vida.
La Endorfina, que es un transmisor de energía y equilibra las 
emociones, el sentimiento de plenitud y el de depresión. 
La Epinefrina, que es un estímulo para el desafío de la 
realización de metas.
Si hay abundancia de estas hormonas endógenas, hay 
inteligencia emocional e interpersonal; la persona se siente 
ubicada, sabe quién es, a dónde va; controla sus emociones, 
conoce sus habilidades y sus talentos y se siente dueña de sí 
misma.
¿Cuándo y cómo se crean estas drogas internas?. Se realizó 
un análisis bioquímico a la sangre de la Madre Teresa y se halló 
que era una persona altamente “dopamínica”, es decir, plena y 
feliz.
¿Cómo se desarrolla esta condición? A través del servicio a 
los demás.
Otros descubrimientos como éstos: Cuando una mujer va a 
dar a luz, se vuelve altamente dopamínica; es decir, genera una 
cantidad enorme de dopamina (la droga del amor y la ternura). 
Cuando estamos enamorados, la dopamina aumenta 7000 
veces su cantidad normal, acompañada de la oxitocina,
responsable de la pasión sexual, y de las fenilananinas, 
responsables del entusiasmo, bloqueando el aspecto de la lógica y
la razón. 
En los recién casados, se produce gran cantidad de 
oxitocina, que es responsable del amor pasional. Por eso ellos 
irradian felicidad, se sienten plenos, alegres y motivados. 
Como vemos, la felicidad no es algo vago e impreciso, ni 
una sensación nebulosa: es el efecto de un flujo correcto de 
sustancias químicas que proporcionan al ser humano su equilibrio 
físico y psíquico. Pero no nos engañemos: todo ello se origina 
más arriba, en el cuerpo de deseos. Y las hormonas endógenas 
sólo son el vehículo o instrumento que el espíritu utiliza para 
manejar el cuerpo físico, del modo deseado, a través del cerebro. 
Las drogas de la felicidad, pues, no se consiguen en el 
exterior, sino que son creadas mediante una vida llena de amor, 
entrega, optimismo, ejercicio, satisfacción personal ante el logro 
de metas, vocación y devoción por lo que se hace. Y, claro está, el 
perdón que es uno de los mejores medios.
Todos podemos y debemos, pues, volvernos adictos a estas 
drogas de “fabricación casera.”
Recordemos aún a las ostras y sus perlas. Las perlas son 
preciosas. Sí. Son joyas. Son lo más valioso de las madreperlas. 
Pero las perlas sólo nacen cuando la madreperla es herida, cuando 
un grano de arena penetra en sus tejidos y los lastima. Entonces, 
aquélla segrega el nácar, una sustancia irisada y preciosa, y, con 
ella, cubre y abraza repetidamente, en varias capas, al grano de 
arena, hasta hacer desaparecer la irritación y creando una joya 
donde antes había una agresión.
¿Os parece la perla una buena imagen de los efectos del 
perdón y del consiguiente amor? Pues no la olvidéis y… llenad 
vuestro corazón de perlas.

b.- Perdonarnos a nosotros mismos produce los siguientes 
efectos:
- Nos obliga a desentrañar nuestros procesos internos y a 
conocernos mejor.
- Nos demuestra que somos falibles y débiles y que, por
tanto, necesitamos mejorar y nos hace falta el perdón tanto como
a los demás.
- Restaura la armonía perdida entre nuestros vehículos. Nos 
hace sentir en paz con nosotros mismos y con los demás.
- Nos hace aprender rápidamente las lecciones derivadas de 
nuestras actuaciones, con lo que avanzamos más deprisa en 
nuestra evolución.
- Nos obliga a, una vez comprendido lo negativo de nuestra 
actuación, esforzarnos por no reincidir.
- Si somos capaces de sentir todo el dolor que hemos 
producido, de nuestro átomo simiente desaparece ese acto 
nuestro, ya que hemos aprendido la lección que la ley natural 
pretendía enseñarnos. Con ello, nuestra estancia en el Purgatorio, 
en su día, será más breve. En eso consiste el Ejercicio Diario de la 
Retrospección que a todos los miembros de la Fraternidad 
Rosacruz se nos recomienda realizar cada noche, antes de 
dormirnos, repasando nuestra conducta, en todos los sentidos, 
durante la jornada que acaba.
Pero, ojo: Para perdonarnos a nosotros mismos, para que 
se borre del átomo simiente del cuerpo físico, son necesarios dos 
requisitos: el sincero arrepentimiento y el sincero propósito de 
enmienda, más, si procediese, la restitución de lo sustraído. Y, 
fijémonos: “arrepentimiento y propósito de la enmienda”. Pero, 
¿del acto o de la intención? Está claro que de ésta, porque ello 
llevará consigo lo primero.
Y ha de ser así porque no cabe engañar a nuestro átomo 
simiente. No sirven la disculpa ni la excusa ni la justificación. El 
átomo simiente ha grabado fiel e imparcialmente todo lo sucedido 
en nuestro pensamiento y en nuestras emociones así como en 
nuestro entorno, con toda exactitud, de modo que nos resulta 
imposible ocultar ni falsear nada. Por eso el arrepentimiento ha de 
ser sincero, verdadero; y por eso el propósito de la enmienda ha 
de ser sincero y honesto. De otro modo, los pecados seguirán en 
el átomo simiente y, cuando llegue el momento, en el Purgatorio 
tendremos que experimentar todo el daño que hicimos.

13.- Base filosófica: ¿por qué hemos de perdonar?
Todos somos espíritus virginales semejantes, con conciencia
grupal y, aunque evolucionemos independientemente unos de 
otros, no dejamos de formar un organismo único, como las células 
de nuestro cuerpo, aún siendo distintas unas de otras, constituyen 
un todo único.
Todos estamos evolucionando y, para ello, nos necesitamos 
unos a otros. Nadie puede evolucionar estando solo.
Todos cometemos errores y hemos de ir aprendiendo a base 
de cosechar lo que vamos sembrando, con la ayuda de los demás 
que, unas veces son ofensores y otras ofendidos.
Debido a que el mundo es un todo armónico y que todos 
nuestros actos influyen positiva o negativamente en ese todo, el 
bien que hagamos lo disfrutan todos y el mal que hagamos lo 
sufren todos.
Debido a lo que antecede, cuando algo nos molesta de otro 
es que ya lo hicimos y lo superamos. Y, como somos “los 
custodios de nuestros hermanos”, hemos de ayudar al otro a 
aprender la lección que nosotros ya aprendimos. Sólo a los seres 
perfectos no les molestan las imperfecciones de los demás.
Aquí procedería estudiar un aspecto muy importante de 
nuestra vida de relación, que es la génesis del resentimiento, 
elemento casi ignorado pero básico del luego necesario perdón. 
Veamos este asunto brevemente:
Aunque no nos demos cuenta de ello, cada uno de nosotros 
estamos totalmente aislados de los demás. Somos un mundo, 
creado por nosotros mismos. No tenemos más comunicación con 
el mundo exterior que las vibraciones que de él nos llegan a través 
de los cinco sentidos. Esas vibraciones, una vez recibidas por 
nuestro cerebro, son interpretadas y constituyen nuestro acervo de 
conocimientos sobre en mundo exterior.
Esto no sería grave si sólo se refiriera a las cosas, a los 
objetos. Pero se refiere también a las personas, a quienes se 
relacionan con nosotros, y a quienes, aunque no se relacionen, han 
llegado a nosotros a través de escritos, relatos o ideaciones.
Y ahí reside el verdadero problema de la convivencia. 
Porque, siéndonos imposible conocer de verdad cómo es cada 
semejante, no tenemos más remedio que hacernos una idea para
poder convivir. Y esa idea la podemos extraer sólo de dos fuentes:

a.- De nuestro propio modo de ser, que es nuestra más fiable 
base de datos.

b.- De la experiencia anterior, derivada de relaciones con 
otros semejantes.

La idea, pues, que de los demás nos hacemos, aunque 
procediendo de dos fuentes distintas, no deja de ser una invención 
nuestra, una suposición, una hipótesis y, como tal, sin 
comprobación y, por tanto, muy expuesta a no resultar exacta.
Partimos, pues, cuando nos relacionamos con alguien 
(cónyuge, pariente, amigo, enemigo, extraño), de la idea que nos 
hemos formado de ella, atribuyéndole en base a los datos 
provenientes de las dos fuentes antes citadas de que disponemos, 
una serie de virtudes, de vicios, de defectos, de facultades, de 
dones, etc. pero que no dejan de ser una ideación nuestra.
En base a esa ideación y a esa atribución de virtudes, 
esperamos de esa persona determinados comportamientos 
derivados de ellas.
Pero ¿qué ocurre si esa persona no responde a nuestras 
expectativas, que, como hemos visto, eran fruto de nuestra 
imaginación? Generalmente nos sentimos molestos y hasta 
ofendidos. Y, con ello, generamos lo que no es sino 
resentimiento. Porque, honestamente, no nos molesta tanto lo que 
nos haga como el que “nos haya fallado” o traicionado o 
desilusionado. Hay, pues, en esa reacción nuestra un muy 
importante componente subjetivo, egocéntrico e irracional, 
porque no es lógico atribuir, erróneamente, a otro una virtud que 
no tiene y luego ofenderse porque carece de ella y actúa a tenor de 
esa carencia. No es, pues, odio, lo que nace en nosotros. El odio 
es el culmen del resentimiento, pero éste es siempre la semilla.
Suele ocurrir mucho con las parejas: en el momento del 
enamoramiento o de la atracción mutua, somos muy proclives a 
atribuir al otro todas las virtudes que nos gustaría ver en él. Y nos 
comportamos como si esas virtudes existieran- Pero, claro, el otro 
es como es y, llega un momento en que esa virtud que le 
atribuíamos resulta que no la posee y, entonces, nos sentimos
defraudados, estafados, burlados, y nace nuestro resentimiento 
por el engaño de que creemos haber sido objeto.
Por eso nuestra filosofía nos recomienda aceptar a los 
demás “como son” y no como nos gustaría que fueran.
Porque, si persistimos en sentirnos estafados por todas las 
personas que nos rodean y a las que habíamos atribuido virtudes 
por doquier, seremos desgraciados en todas nuestras relaciones de 
convivencia, llevaremos el resquemor o resentimiento con 
nosotros permanentemente y ese resentimiento degenerará en 
estrés, infelicidad y mal carácter que nos condicionarán más aún y 
nos harán, cuando echemos mano, en el futuro, de nuestra 
experiencia para juzgar a otros, atribuirles defectos o actitudes 
negativas que no posean pero que, imaginadas por nosotros, nos 
predispondrán para una convivencia nada agradable. Por eso, se 
nos recuerda también frecuentemente, que somos proclives a ver 
a los demás con el color de nuestro propio cristal, es decir con 
el color que nuestra experiencia y nuestras atribuciones gratuitas a 
los otros, nos hacen ver.

14.- El pecado imperdonable.
Se trata del mal uso de la fuerza creadora que, como chispas 
divinas, como partes de Dios, como aprendices de dioses, hemos 
recibido.
Su finalidad es triple: procrear cuerpos para los espíritus 
reencarnantes; concebir pensamientos positivos y constructivos; y 
pronunciar palabras positivas, convincentes y de ayuda para la 
evolución de los demás.
Si lo que era un instinto animal, sin intención por nuestra 
parte y, por tanto, inconsciente y sin efectos kármicos, lo 
convertimos en pasión animal al añadirle una intención y 
pervertimos el empleo de la fuerza creadora, buscando el placer 
en lugar de la procreación, estamos cometiendo el pecado 
imperdonable.
Pero, ¿por qué imperdonable? ¿Es que no se perdona? Sí, 
se perdona, pero su karma se ha de pagar en el mundo físico 
mediante taras mentales o deficiencias de expresión o 
reproductoras en la vida siguiente porque, al haber malgastado la 
energía mental creadora, haremos arquetipos imperfectos para la 
siguiente vida, en la que la obligada abstinencia nos permitirá 
recuperarnos.
¿Y por qué esa diferencia de trato con relación a los demás 
pecados? Porque, mediante el libre empleo de la fuerza 
creadora sexual, ejercitamos la capacidad de crear un cuerpo 
viviente para ser ocupado por un espíritu humano, cosa que 
no ocurre con ninguno de los demás actos que podemos realizar 
libremente.

15.- ¿Dios nos perdona?
A poco que estudiemos el tema nos daremos cuenta de que 
Dios no puede perdonarnos. Y no puede, por la sencilla razón de 
que, como hijos suyos que somos, como partes de su ser, como 
centros de conciencia de la divinidad, nos lo tiene todo perdonado 
de antemano, como nosotros no hemos de perdonar a las células 
de nuestro cuerpo que nos pican o nos producen dolor. Tan sólo 
las ayudamos a recuperar la normalidad, pero no hemos de 
perdonarles nada, ni lo hacemos, ya que no nos ofenden.
Por otra parte, Dios no puede perdonarnos porque, ni 
nosotros podemos dañarlo ni ofenderlo, ni Él, que conoce 
perfectamente nuestras intenciones y no nos imputa ninguna, 
consecuentemente, no puede ofenderse. Ése era el Dios de las 
religiones de raza, que debía mostrarse celoso de su poder
exigir el cumplimiento fiel de sus mandatos, con el fin de efundir 
en sus pupilos las virtudes por él deseadas, especialmente la 
voluntad. Pero Dios, como ser perfecto que es, no puede 
ofenderse por los actos de sus aún imperfectas criaturas, como 
muy bien se escenifica en la parábola del Hijo Pródigo en que el 
Padre espera ansioso, cada día, el regreso del hijo y, cuando lo ve 
a lo lejos, abre sus brazos y lo recibe emocionado y feliz, sin un 
reproche, sino lleno de alegría y felicidad por el retorno de su hijo 
perdido.
Recordemos algunas citas del Antiguo Testamento, que es la 
Escritura Sagrada de una religión de raza y, por tanto, externa, y 
cuyos pecados se perdonaban con sangre de corderos u otros 
animales, a diferencia de la religión de Cristo que nos convierte 
en víctimas a nosotros mismos al interiorizar la religión, como 
muy bien expone San Pablo en su Epístola a los Hebreos cap. 9.

El Señor...que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no
deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y
biznietos. (Éxodo, 34:7).
Señor, Dios nuestro, tú les respondías, tú eras para ellos un 
Dios de perdón y un Dios vengador de sus maldades. (Salmo 
99:8).
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades 
(Salmo 103:3).
Repasad las calles de Jerusalén, mirad, inspeccionad, 
buscad en sus plazas si hay alguien que respete el derecho y 
practique la sinceridad, y lo perdonaré. (Jeremías 5:1).

Los Evangelios están llenos de momentos relativos al 
perdón. Veamos algunos:

- Si, yendo a presentar tu ofrenda al altar, te das cuenta allí 
de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí ante 
el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve 
entonces y presenta tu ofrenda. (Mateo 5:23-24).
- Os han enseñado que “amarás a tu prójimo y odiarás a tu 
enemigo.” Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad 
por los que os persiguen...(Mateo 5:43-44).
- Pues, si perdonáis sus culpas a los demás, también vuestro 
Padre del cielo os perdonará a vosotros. (Mateo 6:14-15).
- Señor, y si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿cuántas 
veces lo tendré que perdonar? ¿Siete veces? – Siete veces no; 
setenta veces siete.(Mateo 18:21-22).
- ...Como ves estás sano; no vuelvas a pecar, no sea que te 
ocurra algo peor (Juan 5:14).

16.- Entonces, ¿qué significa la frase del Padrenuestro 
“perdona nuestras ofensas como también nosotros 
perdonamos a los que nos ofenden?
Fijémonos en que, en esa frase, el perdón de Dios a nosotros 
lo supeditamos al perdón que nosotros otorguemos a los demás. 
Es decir que, si nosotros perdonamos, la Ley de Consecuencia, 
que no es más que un instrumento de la voluntad divina, hará que
a nosotros se nos perdone también. Pero, si no sabemos perdonar,
tampoco la ley hará que se nos perdone a nosotros.
No es, pues, Dios el que nos ha de perdonar, sino la Ley de 
Consecuencia y, en última instancia, nosotros mismos, al ponerla 
en funcionamiento perdonando primero a los demás.
Con esa frase del Padrenuestro estamos pidiendo al Hijo, la 
energía, la ayuda suficiente para regenerar nuestro cuerpo vital y 
armonizarlo con los demás vehículos.

17.- ¿Qué relación hay entre el pecado y la enfermedad?
Es obvio que, si pensamos que “podemos” perdonar algo 
a alguien, es porque tenemos algo contra él. Por tanto, hay en 
nuestro consciente o en nuestro subconsciente, algo contra esa 
persona. Y ese pensamiento o ese sentimiento, si lo repetimos 
cada vez que pensamos en ella, crece y se fortifica en nosotros y 
nos distorsiona, cada vez más, la percepción de la realidad, y se 
enquista en nosotros y produce una desarmonía entre nuestros 
vehículos. Y, como esa tendencia nuestra va contra la ley natural, 
acaba creando en nosotros desazón y desasosiego y estrés que, en 
última instancia, terminan por manifestarse en el vehículo físico 
en forma de dolencia física.
Pero no sólo tenemos en nuestro consciente y en nuestro 
subconsciente resquemores o sentimientos contra los demás. 
También los tenemos contra nosotros mismos por cosas de las que 
nos avergonzamos y que desearíamos no haber hecho. Y esos 
remordimientos, más o menos soterrados, acaban también 
manifestándose en estrés, desasosiego, mal carácter y, finalmente, 
enfermedad. Toda enfermedad, pues, obedece a una falta de paz, 
y ésta a un desequilibrio interno y éste a una falta de perdón.
Si, cada día, nos repetimos durante la meditación y con toda 
seriedad: “perdono a todos los que me han ofendido o dañado, 
de cualquier modo que haya sido, en el pasado o en el presente 
o puedan hacerlo en el futuro; y me perdono a mí mismo por lo 
que he hecho, dicho, pensado o deseado contra alguien y por los 
resquemores, aversiones y odios pasados y presentes,” 
sentiremos una gran paz, adquiriremos el hábito del perdón, 
desaparecerán nuestra angustia y nuestro estrés, nuestro entorno 
se hará placentero y nuestras enfermedades se resolverán
satisfactoriamente. Porque la Ley del Perdón, predicada explícita 
y repetidamente por Cristo, es una Ley Cósmica y, como tal, no
puede fallar.
Recordemos sino el pasaje evangélico en el que presentaron 
a Cristo un paralítico tendido en su camilla para que lo curase. 
Cristo lo miró y le dijo: “Tus pecados te son perdonados”. Los 
presentes, que no conocían los secretos del ocultismo, se 
escandalizaron y entonces Cristo, para acabar de aclarar el asunto 
dijo: “¿Qué creéis que es más fácil, decir tus pecados te son 
perdonados o decir levántate y vete a tu casa? Pues para que 
veáis que el Hijo del Hombre puede perdonar los pecados, tú, 
paralítico, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.”(Mateo 
9:2-6).
¿Qué estaba ocurriendo? Ostensiblemente, que el paralítico 
se había arrepentido de sus pecados, es decir, había eliminado la 
causa de su enfermedad y Cristo, visto ese arrepentimiento, lo 
liberó de su dolencia, que ya no tenía razón de ser. Con ello 
demostró la equivalencia, por un lado, entre pecado y enfermedad 
y, por otro, entre arrepentimiento y salud. Y, de paso, demostró 
que, si las dos cosas – perdonar los pecados y curar al enfermo – 
son lo mismo, son igual de fáciles ambas, aunque parezca más 
difícil curar – porque se ve con los ojos físicos – que perdonar.

18.- ¿Qué hay sobre el perdón de los pecados en la 
confesión?
Con lo dicho hasta ahora, está claro que si no hay sincero 
arrepentimiento y sincero propósito de enmienda, los pecados 
siguen vivos en el átomo simiente y reclamarán su pago en el 
Purgatorio.
La absolución del sacerdote no puede nunca sustituir al 
arrepentimiento ni al propósito de enmienda, porque sería injusto. 
Por eso la iglesia dice que, aunque haya absolución, si no hay 
arrepentimiento y propósito de enmienda y, en su caso, 
restitución, los pecados confesados no quedarán perdonados.
Lo que hace la absolución es ayudar al confeso, robustecer 
su espiritualidad y enfocar la energía evocada por el sacerdote 
sobre esas deficiencias manifestadas con los pecados confesados. 
Pero no logra el verdadero perdón.

19.- El supremo perdón fue el de Cristo en la cruz: 

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. 

¿Por qué si, como hemos visto, Cristo perdonó sus pecados 
a mucha gente, en el momento de la crucifixión pidió al Padre que 
los perdonase en lugar de hacerlo Él mismo? Porque Él, como 
víctima, - pero que conocía sus intenciones y su ignorancia del 
acontecimiento que estaban protagonizando - ya los había 
perdonado, pero pidió al Padre que los perdonase también porque 
ellos habían sido necesarios para la Redención que el Padre había 
previsto, y habían prestado con ello un gran servicio a la 
humanidad.

20.- La Venganza de la Sangre y la Ley del talión.
Cuando la humanidad estaba formada por familias o tribus 
de cazadores o recolectores nómadas, necesitaban ser muchos 
miembros para ser fuertes frente a las agresiones de las demás 
familias o tribus. Por eso entonces se utilizó, como medio de 
defensa, la llamada “venganza de la sangre”, consistente en, para 
vengar cualquier ataque u ofensa a uno de sus miembros, atacar o 
exterminar a la mayor cantidad posible de miembros de la familia 
o tribu de los agresores. Es el sistema empleado aún por los 
gitanos y por las mafias sicilianas.
Pero, cuando el hombre se hizo agricultor, se convirtió en 
sedentario y se vio obligado a guardar las cosechas y a 
defenderlas de los expoliadores, así que nació la ciudad para 
subvenir a esas necesidades. Y entonces, si bien una ciudad 
seguía siendo más poderosa cuantos más habitantes tenía, ya no 
podía permitirse que las familias o tribus que la habitaban 
practicasen la venganza de la sangre para dirimir sus diferencias 
pues, de ese modo, la población total se diezmaba en luchas 
internas. Por eso se dio un paso adelante y nació, como gran 
avance, la Ley del Talión, que era un límite que se imponía 
legalmente a toda venganza o castigo, de modo que a cada agresor 
sólo se le podía hacer lo mismo que él había hecho
La Ley del talión castigaba el resultado de la acción, pues
sólo se fijaba en él..
El siguiente paso ya se dio en el siglo XIX, con el penalista 
Beccaria, cuando se empezó a tener en cuenta la intención, el 
dolo, el afán de dañar del reo y sus circunstancias personales 
(eximentes, atenuantes o agravantes).
Y el último, para todos los regímenes evolucionados, ha sido 
el pretender la rehabilitación de los condenados y no su castigo
Se parte de la base de que todo hombre es un miembro de la 
sociedad y ha de ser un miembro útil, por lo que, si se manifiesta 
incapaz de vivir en sociedad, se le aísla, pero se le trata de 
rehabilitar para reinsertarlo en la sociedad a la que pertenece.
Ya está, pues, presente el perdón en el ordenamiento 
jurídico y, cuando el reo “se perdona a sí mismo” y se 
rehabilita, es perdonado, a su vez, por la ley.
El Antiguo Testamento recogió como norma legal la Ley del 
Talión, lo mismo que, siglos después, hizo el Corán de Mahoma. 
Y esta ley ha pasado a formar parte de la conciencia colectiva de 
ambos pueblos, el hebreo y el musulmán, lo que les impide dar fin 
a sus conflictos, a diferencia de los pueblos cristianos, que la han 
sustituido por la Ley del Perdón, que les ha permitido olvidar las 
rencillas y las guerras y colaborar por un futuro mejor y común.

20.- Rememoraré ahora, para terminar, algunas reflexiones 
que tengo escritas sobre este mismo tema del perdón.

EL PERDÓN

El odio y el afán o deseo de venganza, son como un lastre en 
el fondo del alma, como una herida abierta que nos impide actuar 
con libertad, como una amarra que nos hace imposible elevarnos 
por encima de nuestra vibración más negativa, como un dolor 
sordo e inacabable que nos dificulta hasta la respiración.
El perdón, en cambio - que no lo es de verdad si no implica 
el olvido del ofensor y de la ofensa - es la liberación, la rotura de 
las cadenas, la elevación a las alturas del alma, la sanación 
milagrosa de la herida siempre abierta, la pérdida de lastre, la 
superación del dolor permanente. El perdón nos proporciona un
anticipo de la paz y la gloria y la luz y la felicidad celestiales.

EL VALOR DEL PERDÓN

Produjo mayor conmoción entre los terroristas y en todo el 
país y, por supuesto, fue más hermoso y más constructivo el 
ejemplar e inesperado “los perdono de corazón” de aquella madre 
y su hija (Irene Villa), víctimas de un atentado que las dejó sin 
piernas, que el primitivo, salvaje y consabido “ni olvido ni 
perdono” de tantos otros. Y es que el perdón es una energía 
misteriosa de la naturaleza que fortalece a la víctima y 
debilita al verdugo.
¿Por qué? Porque, los que se encuentran en el ínfimo nivel 
evolutivo que les permite matar semejantes sin sentir ningún 
remordimiento, no parecen entender otro idioma que el de la 
violencia y, por tanto, la represión, la persecución, la cárcel y, 
para algunos, la tortura y hasta la pena de muerte y, sobre todo, el 
odio profundo y permanente, aparecen como los únicos medios 
adecuados para acabar con el terrorismo. Pero la realidad, con su 
tozudez característica, nos demuestra continuamente que no es 
así: Llevamos más de treinta años en esa creencia y con ese 
sistema y no hemos avanzado prácticamente nada.
¿A qué se debe tal duración? El sistema utilizado con los 
terroristas por quienes los adoctrinan es tan simple como 
efectivo: Se les educa en la creencia de que el resto de la sociedad 
los oprime, los margina, los desprecia y es injusta con ellos, lo 
cual hace nacer en su alma el odio contra esa sociedad agresiva y 
explotadora. Ese odio necesita, una vez afianzado, manifestarse 
en un acto contra “la sociedad enemiga”, con el fin de 
“restablecer el equilibrio” roto por ella. Si la reacción a su acto, 
por parte de la sociedad, es de odio, es el “ni olvido ni perdono”
ello no hace sino alimentar la postura inicial y dar la razón a 
quienes la inculcaron, dando pie a nuevo odio y a su expresión, 
mediante otro acto criminal, para volver a nivelar la situación. 
Pero si la respuesta que el terrorista recibe es “yo te perdono 
de corazón”, todo discurre de modo muy distinto: El terrorista 
queda sorpresivamente en deuda con su víctima de modo
irremediable, desequilibrado pero sin excusa para actuar, y eso lo
llena de perplejidad, lo corroe por dentro, le hace sentirse 
incómodo consigo mismo y lo obliga a pensar y a tratar de 
descubrir qué extraño mecanismo ha entrado en juego en su 
víctima para que reaccione de un modo tan, para él, ilógico e 
inesperado. Eso hará que el poso de divinidad que todo hombre, 
de un modo irrenunciable, lleva en su interior, se empiece a 
despertar en el principio de un túnel, más o menos largo, a cuyo 
final está la luz. Ya algunos terroristas la han visto. Y acabarán 
haciéndolo todos. No hay otro camino. La violencia sólo ha 
engendrado siempre violencia y siempre la seguirá engendrando. 
Y el único antídoto contra ella es el amor.
La primera y única religión dada a todos los hombres en 
general, sin distinción de razas, y que ha establecido el amor a los 
semejantes como norma de vida y, consecuentemente, el perdón 
incondicional de las ofensas, es la cristiana. Las demás, se 
dieron para pueblos determinados, siempre autoproclamados 
“elegidos”, es decir, “distintos” y, por tanto, “superiores a los 
otros”, y se llaman por ello “religiones de raza”. Y todas ellas, 
desde los tiempos bíblicos, instituyeron, como medio para 
restablecer el equilibrio jurídico y social alterado por el delito, la 
tan conocida Ley del Talión, es decir, el “ojo por ojo y diente 
por diente”, o sea, en lenguaje coloquial, “deseo hacerte, y si 
puedo te lo haré, lo mismo que tú me has hecho porque, hasta 
entonces, no me sentiré tranquilo”. Lo cual institucionalizó la 
venganza en esos pueblos.
No resulta, pues, raro que las dos culturas más próximas 
históricamente a la nuestra, la musulmana y la hebrea (ambas 
aceptando el Antiguo Testamento) y ambas con la Ley del 
Talión como norma ética de conducta en sus Escrituras 
respectivas y, por tanto, reacias a perdonar y proclives a 
vengarse, lleven ya cincuenta años demostrando la ineficacia del 
sistema, a costa de innumerables vidas e incesantes crueldades, 
violencias e injusticias, cuyo fin no se vislumbra; y, en cambio, 
los países europeos, que han protagonizado y sufrido dos guerras 
terribles entre ellos, gracias al poso cristiano de su cultura, hayan 
sabido y podido perdonarse, y comenzar de nuevo a caminar

juntos, casi apenas alcanzada la paz, quedándose tan sólo atrás,
significativamente, los que no supieron perdonar.
Y resulta igualmente comprensible que Hollywood, cuyo 
origen y cuyos protagonistas económicos y artísticos han sido 
y son en su mayoría hebreos, aún siendo todos ellos grandes y 
admirables hombres en todos los sentidos, no hayan podido evitar 
el poso de “Ley del Talión” de su cultura milenaria, y lo hayan 
incorporado, como cosa natural, a sus películas que, 
desgraciadamente, están consiguiendo que, no sólo los europeos 
sino todos los ciudadanos alimentados emocionalmente por 
Hollywood, empecemos a encontrar obvio que la reacción 
normal frente a la ofensa, cualquiera que ésta sea, sea la 
venganza cuando, según nuestra propia cultura cristiana, lo 
lógico sería perdonar, tender la mano al enemigo y tratar de unir 
nuestros esfuerzos para progresar juntos los dos. Y la gente ya 
pide “venganza” o Ley del Talión – identificada ilegítimamente 
con la justicia - como cosa natural. Y que el delincuente esté 
muchos años en la cárcel, al margen de que se regenere o no
lo cual a nadie parece ya importarle.
El terrorismo nos está poniendo continuamente en el brete 
de tener que reaccionar de uno u otro modo y, desgraciadamente, 
y en gran parte debido a la influencia permanente y obsesiva del 
cine yanqui - hasta los mismos norteamericanos, a pesar de sus 
ascendencia mayoritariamente europea y, por tanto, cristiana, 
ya han empezado a creer que el “american way of life” es el de 
las películas, es decir, el del odio y la venganza - se está logrando 
que muchos españoles reaccionen erróneamente.
No estoy diciendo que no haya que hacer todo lo posible por 
evitar los asesinatos y que no haya que perseguir y condenar y 
encarcelar, por insociables, a los asesinos. No. Lo que estoy 
diciendo es que debería bastar con su odio y que no hace falta 
el nuestro. Nuestro papel es muy distinto, si no queremos 
situarnos a su mismo nivel y perder así toda nuestra fuerza 
moral. Y sólo hay dos opciones: o tender la mano, perdonar, 
dialogar, tratar de comprender, disculpar, dándoles la ocasión de 
rehabilitarse, o seguir odiando y muriendo y encarcelando. Ya 
dijo un sabio muy sabio que “la mejor venganza consiste, 
precisamente, en no vengarse”. Y otro añadió que “el que no 
perdona, destruye el puente sobre el que él mismo tendrá que
pasar.”

Hay, pues, que saber, precisamente, olvidar y perdonar, sin 
dejar de tomar las medidas oportunas para evitar que la 
violencia cause víctimas o daños irreparables. Porque, si no se 
olvida, se recuerda y, si se recuerda, se odia y, si se odia, no se 
perdona y, si no se perdona, se pierde la paz y, si se pierde la 
paz, se hace imposible la felicidad y, si no se puede ser feliz, 
¿qué sentido tiene la vida?
¿Que es difícil? ¡Claro! El fundador de la religión cristiana, 
en la que, queramos o no, hemos bebido y seguimos bebiendo la 
mayor parte de los españoles, incluso sin saberlo o sin quererlo, 
ya nos advirtió que “el sendero es angosto y empinado”. Pero es 
el único seguro. Porque el otro, el aparentemente más fácil y llano 
y transitable, es, en realidad, terrible y está sembrado de 
cadáveres y de odios y de desdichas. Por eso estableció el perdón 
de las ofensas como característica distintiva de su religión. Y nos 
dio su ejemplo. Y aquel perdón que pidió para sus asesinos, en la 
cruz, fue lo que hizo posible que su religión durase milenios. 
¿Qué hubiera ocurrido si, en aquel momento supremo, hubiese 
maldecido a sus verdugos? ¿Dónde estaría ahora la religión 
cristiana? ¿Cuánto habría durado?

Terminaré esta conferencia con dos poemas míos relativos 
al perdón:

* * *

LAS OFENSAS
por Francisco-Manuel Nácher

 ¿Cómo hasta ahora nunca me di cuenta
de que, lo que yo pienso que me ofende
es algo que, de mí sólo depende,
y que mi indignación no se sustenta?

 El otro su sentir experimenta
y dice o hace o calla o se sorprende
Y, entonces, mi amor propio se me enciende,
e imputo al otro mi reacción violenta.

 ¡Qué grande sinrazón el ofenderme,
cuando soy yo el origen de la ofensa!
¡Y que fácil, tras de ello convencerme,
caminar por la vida, tan intensa,
sin dejar al orgullo someterme
y disfrutando de una paz inmensa!

* * *

YO TE AMO Y TE EXCUSO
por Francisco-Manuel Nácher

Terrorista hermano que matas hermanos
por unas ideas que dices tener,
sin caer en la cuenta del daño que haces,
sin remordimientos, sintiendo placer...
A pesar de todo, yo te amo y te excuso
porque sé que, un día, podrás comprender
que tú y el que matas con saña y sin causa,
los dos, en el fondo, sois un mismo ser.

Traficante hermano que, por un dinero
que no vale nada y que gastas sin tasas
destruyes presentes, futuros, personas,
familias, hogares, ciudades y casas...
A pesar de todo, yo te amo y te excuso
porque sé que, un día, mientras que lo amasas,
verás luz y, entonces, llorarás, sabiendo
que, con tus acciones, tan sólo te atrasas.

Hermano que robas los bienes ajenos
creyendo hacer tuyo lo que es de otro hermano,
sin caer en la cuenta de que hay otra vía
para ser dichoso cada ser humano...
A pesar de todo, yo te amo y te excuso
porque sé que, un día, próximo o lejano,
verás luz y, entonces, darás cuanto tengas
y, a quien lo precise, tenderás tu mano.

Hermano que explotas a tus semejantes
sin sentir dolores en tu corazón,
y crees que tú mandas porque eres el dueño
y que tus hermanos sólo esclavos son...
A pesar de todo, yo te amo y te excuso
porque sé que, un día, casi sin razón,
verás luz y, entonces, con dolor del alma,
viéndote por dentro, pedirás perdón.

Político hermano que, aupado por otros,
olvidas promesas, deberes y sueños
y, porque tú mandas y quieres y puedes,
a los que te auparon miras, ya, pequeños...
A pesar de todo, yo te amo y te excuso
porque sé que, un día, todos tus empeños,
cuando la luz brille dentro de tu alma,
verás, insensible, arder como leños.

Militar hermano, que matas a otros
o expones su vida por un ideal
sin ver que una vida vale mil ideas
y tú también eres un pobre mortal...
A pesar de todo, yo te amo y te excuso
porque sé que, un día, en el vendaval
sinfín de tus odios y de tus horrores,
verás luz y todo llegará al final.

Hermano racista que, corto de miras,
a pueblos distintos declaras tabú
sin ver que esas razas fueron ya la tuya
y, gracias a ellas, llegaste a ser tú...
A pesar de todo, yo te amo y te excuso
porque sé que, el día en que veas la luz,
verás tus ideas, torcidas y vanas
arder, explotando, como el gas grisú.

Hermano que incendias los bosques verdosos
sólo por capricho, descuido o venganza,
sin ver que con ello matas muchas vidas,
matas la riqueza, matas la esperanza...
A pesar de todo, yo te amo y te excuso
porque sé que, un día, quizá en lontananza,
verás que tus actos son actos suicidas
que sólo en tu contra doblan la balanza.

Hermano que, lleno de ambición insana,
polucionas aire, ríos, bosques, mares,
sin saber que ensucias con ello tu historia
y le restas vida a la Tierra Madre...
A pesar de todo, yo te amo y te excuso
porque sé que, un día, más pronto o más tarde,
verás luz y, entonces, al fin convencido,
será tu conciencia la que al fuego arde.

Proxeneta hermano, que tiendes tus lazos
entre gente incauta, por tu beneficio,
sin ver que los llevas, sin darles opciones,
al dolor, al llanto, al abismo, al vicio...
A pesar de todo, yo te amo y te excuso
porque sé que, un día, todo ese ejercicio
que exiges a otros, te será execrable
y será motivo de tu beneficio.

Mujer que, llevando a tu hijo en tu seno,
abortas, sin darle la opción de vivir,
sin ver que ese hijo, de ilusiones lleno,
de todas las madres, te prefirió a ti...
A pesar de todo, yo te amo y te excuso
porque sé que, un día, tras dolores mil,
verás luz y, entonces, darás a tu hijo
lo que le negaste, ciega y sorda, aquí.

Científico hermano, que inventas más armas
para que los hombres se maten mejor,
sin ver que, por gloria, dinero u orgullo,
te haces responsable de tanto dolor...
A pesar de todo, yo te amo y te excuso
porque sé que, un día, cuanto antes mejor,
la luz que ilumina los fondos del alma
te hará verlo claro y en todo su horror.

A todos os amo y a todos excuso
pero, ¿es necesaria tanta aberración?
¿No veis que, lo que ahora parece ayudaros,
todo, sin descuento, todo, sin perdón,
tendréis que pagarlo sufriendo lo mismo
que hacéis sufrir a otros sin causa y razón?
Las leyes divinas son claras y justas
y lo que sembrasteis, llegará a sazón.

Tan sólo burbujas habréis perseguido,
haciendo a los otros la vida transida,
sin ver que eran eso... tan sólo burbujas
sin valor, sin peso, sin ente... vacías.
A pesar de todo, yo os amo y excuso
porque sé que todos, aunque aún escondida,
tenéis en el alma la luz del espíritu
que hará enderezarse la senda torcida.

A todos os amo y a todos excuso
porque, en otras vidas, como todos fui
y no vi, cegado, como ahora vosotros,
las monstruosidades que así cometí.
Pero, llegó un día dichoso, bendito,
en que, venturoso, la luz recibí...
Y ahora ya comprendo y disculpo y perdono
como, en otros tiempos, me hicieron a mí.

* * *

EL HOMBRE Y LA GUERRA
por Francisco-Manuel Nácher

¿Cómo te atreves, ignorante humano,
a agredir a tu hermano en una guerra?
¿Es que, acaso, la muerte de ese hermano
no desgarra la vida de la Tierra?
¿Quién eres tú para erigirte en juez
y para ejecutar tú la sentencia?
¿Qué pretendes, desde tu pequeñez?
¿Y cómo harás callar a tu conciencia?
¿No sabes que, al pasar al otro lado,
ufano de tus actos y tus glorias,
te encontrarás allí miles de hermanos
y habrás de revivir tú sus historias?
Pena me das, que nada más mereces,
una pena profunda y sin consuelo,
por tronchar tantas vidas tantas veces,
por llenar de cadáveres el suelo,
por dejar tantas madres sin sus hijos,
por dejar tantos hijos sin sustento,
por cortar de raíz las ilusiones,
por destrozar las risas y los sueños.
¿Y todo para qué? ¿qué has aportado
de verdad ni de bello ni de bueno
al torcer el destino de millones
y hacer retroceder al mundo entero?
Tu orgullo, tu soberbia y tu ambición
te han cegado la vista, el sentimiento,
y te han obnubilado la razón,
y han dejado sin pálpitos tu pecho.
Puede ser que esta guerra tú la ganes
pero siempre serás el agresor
y eso quiere decir que, aunque reclames,
para el mundo que vale, en de los manes,
serás el exclusivo perdedor.

* * *

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