¿DISFRUTAMOS DE LA VIDA DEBIDAMENTE?

    


  ¿DISFRUTAMOS DE LA VIDA DEBIDAMENTE?
 por Francisco-Manuel Nácher

              1.- Lo primero que a uno se le ocurre, al oír la pregunta título de esta charla, es que no, que no está disfrutando la vida como podría. 
            Porque todos vivimos en el malentendido de que hemos nacido para ser felices y, como no lo somos todo lo que imaginamos que podríamos ser, no se nos ocurre más que esa respuesta negativa. 
            Pero, ¿por qué he dicho que vivimos en un malentendido? Porque hemos desenfocado la visión real: Hemos nacido para aprender.
         Por supuesto que todos tenemos la “obligación” de ser felices. 
        No cabe duda de que Dios, todo perfección, todo amor, todo justicia, no nos puede haber creado para que fuéramos desgraciados. En ese caso, no sería Dios. Por tanto, está claro que nuestro destino es ser felices. 
        Dios, por definición, es feliz. Y lo fueron los lemures, hasta la Caída, según nos dicen las Enseñanzas. Y lo son los ángeles, puesto que sólo ven el bien y sólo hacen el bien. Y lo son los Hermanos Mayores, que comentan con frecuencia que disfrutan de un buen humor permanente. Y lo son los Espíritus de la Naturaleza, que celebran sus fiestas y sus danzas, como muestra el iniciado Shakespeare en “El sueño de una noche de verano”. Y lo son los animales salvajes. Todos, armonizados con los ritmos y ciclos de la naturaleza, son felices. Tan sólo el hombre y lo que con él se relaciona no lo es. 
   
         2.- ¿Por qué? Porque el hombre actúa a contrapelo de los ritmos naturales y eso le crea desarmonías con las vibraciones que configuran la Creación, y lo enfrenta a las corrientes por las que fluyen las leyes naturales. ¿Y a qué es debida esa conducta excepcional del hombre? A la intervención prematura y extemporánea de los Luciferes, que nos hizo aprender antes del tiempo oportuno la manera de convertirnos en dioses creadores y nos ha convertido sólo en aprendices de brujos, capaces de despertar fuerzas cósmicas potentísimas que, luego, no sabemos manejar ni dominar, por falta de maestría. 

     3.- ¿Y qué efectos ha producido ese conocimiento prematuro? El descenso de la conciencia desde los planos etéricos hasta el plano físico. Y la fijación de esa conciencia en la materia, en lo material, en lo perceptible por los sentidos, que, realmente, sólo es la cristalización de lo que hay en otros planos, donde es mucho más real y elevado y satisfactorio. 
          Sobre este particular se me ocurre algo muy interesante para comprender la situación en que el espíritu virginal se encuentra, encerrado en sus vehículos y en mundos para él desconocidos: Todos sabemos que existe ya lo que la técnica llama “realidad virtual”. Pero, ¿qué es la realidad virtual? Una ficción, un sistema de percepción que afecta a todos los sentidos, o a la mayor parte de ellos, de modo que quien se somete a una sesión de realidad virtual, experimenta todo como si realmente estuviese viviendo lo que se pretende en esa sesión: luchar con un león, jugar un partido de fútbol, boxear, navegar, etc., de modo que no puede distinguirlo de la que llamamos “realidad”. Y yo me pregunto, ¿y si lo que llamamos realidad no fuese sino una “realidad virtual” a la que se nos somete en el Mundo de los Espíritus Virginales? Al fin y al cabo, eso es lo que todos los Iniciados nos están diciendo desde siempre: que éste es un mundo de ficción, que la verdadera realidad se encuentra más arriba, a partir del Mundo del Espíritu de Vida.

        4.- A lo largo de miles de vidas, en tiempos mucho más crueles y duros que los presentes, aunque parezca mentira, y con una mente rudimentaria, hemos muerto infinidad de veces de hambre, de sed, de enfermedades incurables y no atendidas, de miseria, de heridas infligidas por hombres o animales, de pobreza, de debilidad, de falta de apoyo, etc. Y eso, con aquella mente rudimentaria, nos hizo pensar que lo importante eran los bienes. Creímos que moríamos por no disponer de ellos cuando, la realidad era que moríamos en esas condiciones porque ése era el karma que habíamos generado en vidas anteriores de crueldad, abusos y explotaciones sin límite. 
           Hace poco, contemplé un reportaje televisivo sobre los descubrimientos antropológicos de Atapuerca, en la provincia española de Burgos, que han hecho retroceder, para los científicos, la antigüedad del hombre como tal hombre, sobre la tierra, por lo menos hasta hace un  millón de años. Y se hablaba de un grupo de unos cuarenta esqueletos que se habían hallado juntos. El entrevistador preguntó: 
          - Esto les habrá permitido a ustedes conocer, por ejemplo, de qué enfermedad murieron, ¿no? 
         - No, porque estaban todos sanos.
        Tras un momento de sorprendido silencio, el periodista preguntó: 
       - ¿Entonces, de qué piensan ustedes que murieron?
       - De hambre - fue la terminante respuesta.
     Por eso, por una parte, tenemos la tendencia a valorar aquello de lo que estuvimos privados y, por otra, nos domina el miedo atávico a vernos una vez más privados de ello y tratamos de poseerlo y, a ser posible, en cantidad. Y nuestra vida es una sucesión permanente de miedos. Tememos la vida y la muerte; y tememos la enfermedad; la pobreza; la soledad; el desamparo; la miseria; la crueldad de otros; la explotación; la injusticia; el ridículo; el qué dirán, el presente y el futuro, etc., etc.

        5.- Claro, en aquellas épocas pasadas, cuando la mente aún no era capaz de oponerse a los deseos, cabía cierta felicidad en la posesión y disfrute de bienes materiales. No se vislumbraban otras posibilidades. Es lo que se refleja en el Antiguo Testamento, en el que Jehová promete a sus fieles seguidores, como el no va más de la felicidad, muchos hijos, mucho ganado, muchas riquezas, larga vida, pero nada para después de la muerte. 
        Ahora, sin embargo, la mente se ha desarrollado - se está desarrollando rápidamente - y ya puede pensar algo que contradiga los deseos. Y empieza a ver cosas que antes no veía. Y se da cuenta de que está considerando los bienes y el dinero y la fama y el poder y los placeres, como si fuesen verdaderos valores, cuando la realidad es que son sólo valoraciones imaginativas nuestras, espejismos, concreciones de negatividad que desvían nuestra atención de los planos verdaderamente gratificantes y elevados y productores de evolución. Porque, uno se pasa la existencia luchando por conseguirlos y sin llegar a sentirse feliz, ya que, si tiene dinero, está siempre temiendo perderlo y se preocupa por amontonar más, sin acabar de disfrutar lo que posee; si bienes, su conservación le exige toda la atención y está siempre temiendo perderlos (“donde tengas tus tesoros, tendrás tu corazón”, dice la Escritura); si fama, sabe que en cualquier instante, que siempre llega, se esfumará, y ha de esforzarse por retrasar ese momento, lo cual le impide ser feliz; si placeres, sabe que son fugaces como el humo, y tendrá que esforzarse tras ellos ininterrumpidamente; si poder, no duerme pensando en que se lo van a arrebatar… Y luego, cuando le llega la hora de morir, se da cuenta de que, de todos ellos, no se puede llevar consigo absolutamente ninguno, que sólo eran medios para actuar aquí, a ser posible positivamente, y en beneficio de los desfavorecidos. Y uno tiene que aprender en el Purgatorio que aquel dinero que atesoró en exceso les hacía falta a otros para realizarse como hombres y, por su culpa, pasaron privaciones. Y que esos bienes que arrebató a otros, eran algo que se habían merecido en vidas anteriores y no tenía ningún derecho a arrebatárselo. Y que el poder que detentó era un medio para hacer el bien que no hizo. Y que la fama era sólo para que sirviese de ejemplo, aprovechando que las miradas estaban centradas en él. Y que los placeres, a los que sacrificó a otros, eran sólo momentos fugaces, simples creaciones mentales, productoras de adicción y sin ningún efecto positivo y elevador. 
       Siempre he dicho que los poetas son capaces de expresar en unos versos grandes verdades que, en prosa, necesitarían muchos volúmenes. Quiero poner un ejemplo trayendo a colación la última estrofa de un poema sobre la muerte, de mi libro “El viaje interior”. Dice así refiriéndose, pues, a la muerte:

 “Porque, lo que a ella le importa,
 terminada la función, 
no es el traje 
sino, en esta vida corta,
 cuál fue la interpretación 
del personaje.” 

         6.- Por tanto, mientras estamos centrados en lo físico, es lógico que nuestra respuesta a la pregunta del título – “¿Disfrutamos de la vida debidamente?” - sea negativa. Porque, por un lado, como espíritus que somos, concebimos un mundo en el que podamos sentirnos felices, lo cual nos hace pensar que ese mundo es posible. Y, por otro, al estar centrados en la materia y ser ésta incapaz de proporcionarnos la  verdadera felicidad, que no es material, pensamos siempre, por muchos bienes o riquezas o poder o fama que tengamos o por muchos placeres de que disfrutemos, que no somos todo lo felices que podríamos ser. 

      7.- Tras estas consideraciones ya estamos en condiciones de darnos cuenta de que hemos entendido mal la pregunta del tan citado título de la charla, “¿Disfrutamos la vida debidamente?” Y nos percatamos de que existía un adverbio importante: “debidamente”.
      ¿Y qué quiere significar “debidamente”? ¿Cómo se puede disfrutar la vida “debidamente”? Muy sencillo: cumpliendo las leyes naturales. ¿Y qué son las leyes naturales? Simplemente, la voluntad de Dios, las energías que de Él surgen para crear, mantener, regular y hacer avanzar Su creación. 
     ¿Y cuáles son esas leyes o, por lo menos, cuáles son las principales? La Ley de Retribución o del Karma, que hace que recaiga sobre nosotros el efecto de toda causa que pongamos en movimiento, sea buena o mala; la Ley de Renacimiento, que hace que muramos y renazcamos continuamente, poseyendo cada vez las facultades, las capacidades, la salud, la inteligencia, el estatus social y cultural, etc. a que nos hayamos hecho acreedores en las vidas anteriores; la Ley de Unidad, que nos hace tender a unirnos con los demás seres y a constituir un algo mayor, más complejo y con mayores posibilidades de evolución; la Ley de Afinidad, que colabora con la anterior, y nos hace acercarnos a lo que es afín a nosotros; la Ley de Polaridad, que hace que todo tenga dos aspectos, positivo y negativo, bueno y malo, masculino y femenino; la Ley que hace que todo conduzca al bien pues, aún el acto más abyecto, acaba siendo una lección que se aprende y cuyo fruto es el bien; la Ley del Amor, que es la nota clave de la Creación, y que nos inclina a amar a todos los seres en base a que todos somos espíritus inmortales, partes de Dios y, por tanto, constituimos con Él un solo ser. 

      8.- Para esa adaptación de la vida a las leyes naturales ha habido distintas interpretaciones. Aún está reciente la afirmación de la iglesia católica en el sentido de que “los enemigos del alma son “el mundo, el demonio y la carne”. Y, como consecuencia de ello, nacieron los cilicios, las flagelaciones, los ayunos y penitencias suicidas y una serie de  actitudes que condujeron a la negación de todo valor a lo que no fuese el espíritu. Recordemos los versos atribuidos a Santa Teresa de Jesús: 

 Vivo sin vivir en mí 
y, tan alta vida espero, 
que muero porque no muero. 

    Esas posturas han condicionado las vidas de millones de hombres y mujeres, constriñéndolas a conductas y emociones totalmente ilógicas y antinaturales. Recordemos la rigidez de algunas sectas protestantes, y la de la propia iglesia católica de determinadas épocas, que han impuesto a sus adeptos normas de vida estrictas que habían de seguir a la fuerza, obligados por una fe ciega e irracional, por un miedo al castigo eterno fomentado ex profeso, por los prejuicios y por el qué dirán. 
         El mundo es el plano más denso entre los que discurre nuestra evolución. Y, para ésta, es necesario. Si no existiese el mundo físico, nos sería imposible evolucionar. 
        El cuerpo físico es el instrumento más evolucionado de que disponemos. Es nuestra mejor herramienta para evolucionar. Aquí, en este mundo y en este cuerpo es donde hemos de practicar y utilizar nuestra mente y nuestro cuerpo de deseos y nuestro libre albedrío, y errar, si es preciso; pero nos permite, primero aquí mismo, y luego en el Purgatorio y en los Cielos, aprender las lecciones evolutivas de las escenas que aquí hemos protagonizado. 
          Lo que la iglesia llama ”carne” es, en realidad, la tendencia innata al sexo. Pero el sexo, en sí, no es más que una manifestación de la ley de la polaridad. El espíritu se une a la materia y nace el Universo; el Espíritu Virginal se une a la Personalidad y nace el Cristo Interno; el hombre se une a la mujer y nace el niño. El sexo, pues, es sagrado. Y es, además, una función completamente normal, como lo es el comer o el beber o el dormir. En sí, no tiene nada de negativo. Otra cosa es el uso que de él se haga, como ocurre con la electricidad o la fuerza atómica o cualquier energía a nuestro alcance. Si se emplea para su finalidad natural, es un milagro a la disposición del hombre: poder traer a la vida a un espíritu hermano. Si para buscar el placer, se está degradando y polucionando y empleando contra las leyes naturales. Pero esa consideración de que el sexo es en sí algo vergonzoso, que debe ser  disimulado y ocultado no es correcta. Es sólo consecuencia del hecho de que San Pablo era, antes de seguir a Cristo, un fariseo ortodoxo y, en sus Epístolas, no pudo desprenderse totalmente del prejuicio que su escuela tenía sobre el sexo. Cristo, en ningún momento, habló mal ni del mundo, ni del cuerpo. Perdonó a la mujer adúltera y aceptó entre los suyos a María Magdalena, que fue, además, según las Escrituras, la primera persona a la que, tras Su resurrección se apareció. 
          Tampoco la idea ortodoxa sobre el “demonio” es correcta ni ha hecho ningún bien. Ese demonio, personalizado en un ser con cuernos y rabo, que disfruta asándonos en su infierno eterno, es una pura ficción para asustar a los ingenuos. Lo que hay son los Luciferes, que son ángeles. Retrasados, rezagados, pero ángeles. Y que están tratando de evolucionar aprovechando para ello a los hombres, exactamente igual como nosotros estamos haciendo con los animales, cuyas especies alteramos, extinguimos o clonamos y cuyos individuos utilizamos para experimentar enfermedades y medicamentos y para alimentarnos y para vestirnos. 
        Esos tres enemigos del alma tradicionales, más la presentación de un Dios - el del Antiguo Testamento - que se irrita y se puede aplacar con sacrificios, que es celoso de su poder, que crea al hombre imperfecto - puesto que peca - y, luego, lo condena por toda la eternidad por sus pecados, han hecho que la Humanidad haya vivido durante miles de años atemorizada, sintiendo el que aún en la misa se denomina “temor de Dios”, como si se tratase de una virtud. Es decir que, a los miedos atávicos e inevitables antes citados, el Antiguo Testamento y la iglesia añadieron el temor de Dios, el miedo a Dios. Aún recuerdo un versito que se nos enseñaba cuando niños, que es una muestra de cómo se ha inculcado ese miedo irracional y jamás justificado, a los niños, y que ha supuesto, para toda su vida, un prejuicio condicionante. Decía así: 

Mira, que te mira Dios; 
mira, que te está mirando; 
mira, que te has de morir; 
mira, que no sabes cuándo”.

        9.- ¿Cómo se puede ser feliz con esa espada de Damocles sobre la cabeza toda la vida?
     Cristo no enseñó todo eso. Eso era lo que Jehová debía inculcar a sus fieles porque necesitaban desarrollar determinadas facultades, entre ellas la voluntad. Y precisaban un Dios severo, que castigase inmediatamente de cometido el pecado. Pero que les daba una ley externa. Era aquella una religión para el exterior, para el mundo, para los vecinos, para la sociedad.
       Cristo, sin embargo, trajo una nueva religión. Y jamás habló de un Dios vengador ni severo, sino de un Padre todo amor, que sale al encuentro del Hijo Pródigo; que perdona a los pecadores, no una vez, ni siete veces, sino setenta veces siete. Y, dándonos ejemplo, perdonó a sus propios verdugos mientras lo atormentaban. Cristo no hacía penitencia, no se flagelaba; comía en los banquetes; iba con toda clase de gente, desde publicanos y prostitutas hasta sacerdotes y doctores de la ley, sin hacer distinción; enseñaba a perdonar a quien nos ofende; a amar a nuestros enemigos; a orar en secreto; a hacer el bien sin proclamarlo, de modo que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda; y a hacer el bien porque es el bien, enseñando, por tanto, una religión interna; a esperar la vida del más allá, puesto que somos espíritus inmortales, cosa que demostró resucitando, para acabar con todas las dudas. Cristo, pues, fue un hombre feliz y quiso que también nosotros fuéramos felices. 

        10.- Hay una experiencia única, tanto para los que tienen la conciencia enfocada en la materia como para los que miran y aspiran a lo alto, que podemos afirmar que nos hace felices. Y es el enamoramiento. Es ese tiempo durante el cual, por razones aún no claramente explicadas, nos es dado percibir el Yo Superior de otra persona y ello nos hace olvidarnos de todo lo demás y trastocar totalmente nuestra escala de valores. Y, maravillados por lo que percibimos, anonadados, hipnotizados, inermes, felices, suspiramos pensando en esa persona, adorándola, respetándola, fundiéndonos con su espíritu. Son esos momentos, que todos hemos vivido alguna vez, y que resultan los más apropiados para inspirar a los poetas, puesto que sería imposible describirlos en prosa. Recordemos los dos magistrales versos de Gustavo Adolfo Bécquer, relativos a ese momento especial: 

Hoy la he visto. La he visto y me ha mirado. 
¡Hoy creo en Dios!

     Ese fogonazo que llamamos enamoramiento, no nos equivoquemos, poco tiene que ver con el sexo. Es algo superior, es un encuentro de espíritus, que contiene en sí mismo dosis suficientes de plenitud y de felicidad. El sexo es otra cosa y nace, en todo caso, como un subproducto. Pero no siempre, porque no es un elemento necesario para la amistad entre las almas. Recordemos el amor de los trovadores por sus damas, o el de nuestro Don Quijote por su adorada Dulcinea, bien lejos de toda sospecha de apetencia sexual. O recordemos a Romeo y Julieta o al Dante y su Beatriz, a Pablo y Virginia, a Dafnis y Cloe y a tantos y tantos ejemplos como la literatura universal nos ha brindado. 
       Hace dos años, el Colegio de Abogados de Madrid, del que soy miembro, convocó un concurso de poesía. Yo, en un desafío a mí mismo y al propio Colegio, decidí concursar con un poema de amor. Por supuesto, tuve que hacer memoria, tuve que reproducir los momentos maravillosos en que viví - hace ya muchos años - esa experiencia única del enamoramiento total en que el ser amado es absolutamente deificado, idealizado, como un ser irreal, acabado, intocable, puro y perfecto. Con gran sorpresa por mi parte, no me fue muy difícil, y creo que logré plasmarlo con bastante acierto. Titulé mi poema “¿Quién ha puesto la rosa?”. Y decía así: 

       ¿Quién ha puesto la rosa en tus mejillas
 y el carbón en tus ojos, 
y ese coral, que a todos maravilla 
en tus labios tan rojos? 
Y, en tus cabellos, 
¿quién colocó, con tino, ese azabache 
y esos destellos? 
 ¿Quién dibujó en tu faz esa sonrisa?
¿Quién trasladó a tu ser tanta belleza? 
Y, esos hoyuelos, 
¿quién los bajó, atrevido, hasta tu rostro,
 desde los cielos? 
 ¿Quién pone las palabras en tu boca? 
¿Quién controla la luz de tu mirada?
 ¿Quién modula, tan bien, tu risa loca 
 y te da ese perfume de alborada? 
 ¿Quién soporta tu impacto, en lo profundo,
 y resiste tenerte frente a frente,
 si tú lo miras? 
¿Quién no ve derrumbarse todo el mundo
 y nublarse su vista, de repente,
 si tú suspiras?
 ¿Quién es capaz de continuar viviendo
 sin tu presencia? 
¿Ni quién resiste en vida, presintiendo, 
tu sola ausencia?
 Que estoy enamorándome de ti,
 que soy dichoso; 
y el mundo, de repente, para mí, 
se ha vuelto hermoso;
 y el cielo es más etéreo y más azul 
y más brillante; 
y puedo las estrellas alcanzar
 en un instante; 
y todos me sonríen y me 
ven enamorado;
 y ya no hay más tristeza ni dolor 
 justo a mi lado…
 ¿Qué me has hecho, mi amor, 
que con tus artes, 
dulces, sutiles y sin curación, 
me has aturdido 
y me has dejado así, sin corazón,
 sin fuerzas, sin defensas, sin razón, 
y a ti rendido? 
¡Bendita maldición,
 filtro bendito! 
Que no quiero alterar mi situación:
 ¡la necesito!

      Por supuesto, el Colegio de Abogados no premió mi poema, corroborando lo que todo el mundo sabe: que el amor y los abogados no están nunca muy próximos. 
      Pero yo no renuncio - creo que nadie debemos renunciar nunca - a mi relativa facilidad para expresar en verso mis vivencias más íntimas. Así que, aunque hace muchos años que me he volcado en el amor a Dios, no dejo de hacer mis excursiones por el amor platónico, la amistad entre las almas, que me permite, de vez en cuando, extraer de mi interior sentimientos y modos de expresión que, aunque no estrictamente religiosos, enriquecen mis posibilidades de expresión y de sensibilización. Así que, mientras preparaba esta charla, he tenido la tentación - y he caído en ella - de componer un soneto, aparentemente profano, pero que expresa esos momentos especiales de contacto entre espíritus, de que he hablado antes. Lo titulo “Los ojos más bellos”, y dice así: 

       LOS OJOS MÁS BELLOS 

 Ayer vi los ojos más bellos del mundo,
 llenos de promesas, de luz e ilusión, 
y me acariciaron, sinceros, profundos,
 y se me clavaron en el corazón. 
 Y pude asomarme por ellos a un alma 
pura, limpia, hermosa, llena de candor, 
de entrega, de ensueños, de lucha y de calma,
 vibrando de vida y reclamando amor.
 Y yo, sin defensas y desprevenido,
 me vi subyugado y pillado a traición 
y, en los infinitos verdes torbellinos 
de aquellos dos mares, débil la razón, 
sumergíme presto, perdido el sentido,
 preso para siempre, ya sin remisión.

            11.- Pero esos momentos, como he dicho, son excepcionales. Y sólo se viven una o muy pocas veces en cada vida. 
            Si examináramos con detenimiento qué sucede en nuestros vehículos mientras dura ese arrobamiento que nos hace felices,  comprobaríamos que lo que ocurre es que todos nuestros cuatro cuerpos y nuestros tres espíritus, es decir, nuestra Personalidad y nuestro Espíritu, nuestro Yo inferior y nuestro Yo Superior, han vibrado al unísono, todos han sido inundados de la misma vibración del amor y todos se han polarizado en la misma dirección.
        Pues bien, ahí tenemos la fórmula de la felicidad. En la armonización de nuestros vehículos. Por eso, la nota clave de la Creación es el amor. 
         Porque, mientras el cuerpo de deseos tienda hacia una cosa y la mente hacia otra o mientras el cuerpo físico quiera algo que la mente no acepta o mientras la mente pretenda algo y el cuerpo de deseos se oponga y predomine, cada vehículo estará emitiendo su vibración, disonante con las demás, y el conjunto producirá una desarmonía en relación con la armonía de la naturaleza, disonancia que se reflejará en nuestra salud, tanto mental como emocional o física. Y, consecuentemente, producirá nuestra infelicidad. 
           ¿Qué sucede con nuestro cuerpo si parte de las células discrepan del resto en cuanto a sus apetencias? Que aparece un cáncer o una dolencia que pone en peligro todo el sistema. ¿Cuándo estamos sanos, desde el punto de vista físico? Cuando todas las células de nuestro cuerpo aspiran a lo mismo, cuando aceptan sin protestas ser compenetradas y dirigidas por nuestra conciencia y, por tanto, vibran todas armónicamente. 
           Pues lo mismo debe suceder entre el cuerpo físico y el etérico. Y entre estos dos y el de deseos. Y entre los tres y el mental. 
       Todos estamos continuamente comprobando que deseamos y hacemos cosas que nuestra mente considera no correctas o no convenientes. Y, sin embargo, las hacemos. Pues eso supone disonancias en las vibraciones de ambos vehículos. Y producirán luego remordimientos o pesadillas o intranquilidad o afecciones mentales más o menos graves. Porque el hombre, aunque no se nos diga, está programado para decir la verdad y, si no lo hace, el cuerpo se rebela, protesta y enferma. Un ejemplo bien claro lo tenemos en el llamado “detector de mentiras”. Porque, ¿qué hace este aparato de nombre tan misterioso? Simplemente, registra las reacciones de molestia y desequilibrio del cuerpo cuando mentimos. Porque, al mentir, nuestra conciencia sufre y ese sufrimiento se manifiesta en sudoración, erección del vello, aceleración del pulso, etc., estímulos que, registrados por el aparato en cuestión, nos delatan como mentirosos. 
           Hemos, pues, de armonizar todos los vehículos que constituyen nuestra Personalidad: mente, cuerpo de deseos, cuerpo etérico y cuerpo físico. Sólo entonces estaremos sanos. Estaremos sanos, pero no seremos felices. Porque lo material no basta. Los espíritus que conforman nuestra propia trinidad interna - Divino, de Vida y Humano - atraen continuamente a la Personalidad para que se armonice con ellos. 
        El Cristo interno está, sin descanso, empujándonos hacia arriba para armonizarnos totalmente. La oración trata de armonizarnos con lo elevado. La meditación pretende armonizarnos con el Espíritu Humano, nuestra mente abstracta. La Retrospección nos armoniza la Personalidad con el mandato de Cristo: “ama a tu prójimo como a ti mismo.” Siempre la armonización. Y sólo la armonización. 
             Hemos dicho antes que, la intervención y la permanente influencia de los luciferes en la vida del hombre, nos ha hecho detener casi nuestra evolución por habernos hecho emplear la fuerza creadora sexual para distintos fines de los propios. Pero también hemos dicho que el sexo no es negativo, sino que es un procedimiento creador y, por tanto, sagrado. 
           Y ¿cuándo podemos decir que el sexo se está empleando debidamente? Cuando, tanto el hombre como la mujer, están armonizados individualmente y, además, recíprocamente. Si la unión es, no sólo de cuerpos físicos, sino de cuerpos emocionales y de mentes y de espíritus, la unión es perfecta y puede dar lugar al nacimiento de grandes seres, que no pueden ser atraídos al renacimiento cuando existen disonancias o vibraciones burdas y bajas en los cuerpos de los presuntos padres.
         Si el hombre tiene el cuerpo físico positivo, el etérico negativo, el astral positivo y el mental negativo, y la mujer tiene las polaridades opuestas, está claro que, cuando se unan, si esas polaridades se dan en cada uno del modo correcto, es decir, armonizadas, la atracción se producirá en todos los planos, incluso el espiritual y, por tanto, la unión será total. Será una fusión. Y, en ese caso, no sólo se producirá la fertilización, sino que el fruto de la misma participará de la belleza de los planos elevados. La total armonización de todos los vehículos produce una inmaculada concepción, libre de pasión, de deseos posesivos, de bajas tendencias.
        ¿Os imagináis lo que debe ser que la Personalidad se enamore de Dios? ¿El no pensar más que en Él, el tenerlo como meta, el estar obsesionados con su amor, el desear fundirse con Él en una entrega total? Pues eso es, precisamente, lo que da lugar al nacimiento del Cristo Interno. Porque el amor siempre, siempre, es fructífero. 
          Pero no olvidemos el amor a Dios, el enamoramiento entre el Creador y la criatura, que da lugar al nacimiento del Dios Interno. Sobre este particular voy a leeros tres poemas míos, en distintos estadios progresivos de ese enamoramiento, que intentan expresar esa relación única, privilegiada y verdaderamente inexplicable:
       
         ¡QUÉ EXTRAÑA UNIÓN...! 

     No sé qué has visto en mí, no sé qué hechizo
 pueda poseer yo, que te enamore 
y merezca el favor de quien me hizo, 
hasta el punto que dentro de mí more. 
 ¡Qué extraña unión, jamás imaginada: 
La criatura y su Dios, enamorados!
 Pero, ¡qué desigual! pues, encontrados,
 Tú lo das todo y yo no pongo nada!. 

YO SOY FELIZ Y ESTOY ENAMORADO 

 Yo soy feliz y estoy enamorado. 
Estoy enamorado de mi Dios. 
¡Qué osadía tan grande, haber pensado 
en algo tan inmenso y tan atroz! 
 Mas, fuiste Tú, Señor, quien me has llamado 
con voz irresistible, en mi interior; 
fue idea Tuya, y Tú el que me has quemado 
con la llama sublime de Tu amor; 
 Y yo, pobre de mí, sin más camino 
que entregarme en Tus brazos deslumbrado, 
te abandoné mi alma, mi destino,
 mi corazón, mi mente y, subyugado,
 me enamoré a rabiar de mi asesino.
 ¡Dichosa sinrazón que me ha salvado! 

LA PIEDRA-TEMPLO-GRIAL

 ¡Qué feliz la adicción a Tu presencia! 
¡Qué gozo, qué placer, qué plena dicha, 
el saber ya pasada la desdicha 
de sufrir de Tu olvido y de Tu ausencia! 
 Valió la pena edificar el Templo, 
piedra a piedra y andamio sobre andamio, 
mirando arriba, mas abajo obrando, 
siguiendo el plano de Tu claro ejemplo. 
 Ahora, finiquitado mi trabajo 
y lleno de Tu luz mi corazón 
y ahíto del dolor que hay aquí abajo, 
donde aún reina, señora, la emoción, 
reanudo con más fuerza mi destajo
 por levantar más templos a Tu amor. 

              12.- Recapitulemos, pues: ¿Qué es lo que se opone a nuestra felicidad? Varias cosas: 
                  - el miedo, como ya hemos dicho. 
                 - el egoísmo, consecuencia de aquél. 
                  - la falta de armonía entre los componentes del yo inferior o Personalidad. Y 
                  - la falta de armonía entre la Personalidad y el Espíritu. 
                  Porque: 
             Si todos queremos que nos comprendan y nos disculpen y nos perdonen, ¿cómo vamos a ser felices si nosotros no comprendemos ni disculpamos ni perdonamos a los demás?
                Si privamos a los otros de lo suyo, sabiendo que son nuestros hermanos y que lo que tienen lo han merecido en vidas anteriores, ¿cómo vamos a ser felices? 
              Si no reconocemos a los demás sus derechos, que, sin embargo, exigimos que se nos reconozcan a nosotros, ¿cómo vamos a ser felices?
                 Si no nos conformamos con lo que la vida nos trae de desagradable, sin pensar que es nuestro propio karma y que debemos esforzarnos por vencer las adversidades, aprendiendo las lecciones que nos enseñan, ¿cómo vamos a ser felices?
          Si nos pasamos la vida mirando al plato ajeno, envidiando, perjudicando, descalificando, calumniando, murmurando, ¿cómo vamos a ser felices? 
               Sobre este particular, recordemos a Calderón, en su célebre poema del sabio:

      Cuentan de un sabio que, un día, 
tan pobre y mísero estaba,
 que sólo se sustentaba 
de unas hierbas que cogía. 
¿Habrá otro - entre sí decía -
más pobre y triste que yo? 
Y, cuando el rostro volvió,
 halló la respuesta, viendo, 
que otro sabio iba cogiendo 
las hierbas que él arrojó. 

        13.- La riqueza y el bienestar y el disfrute de lo bueno que nos trae la vida es perfectamente compatible - y, en realidad, es la única postura que lo es correctamente - con el compadecerse de otros y el hacer lo posible por que ellos lleguen a disfrutar como nosotros.                     El dar todo lo que tenemos a los pobres no hace sino crear un pobre más. No es eso lo que pretendía Cristo. Fue mal interpretado en muchas de Sus palabras y de Sus ideas. Él no pasaba hambre ni la hacía pasar a Sus discípulos. Él asistía a banquetes y visitaba a Sus amigos y comía con ellos y se dejaba servir. ¿Y por qué no? 
                Pero supo acordarse de los desfavorecidos y les hizo el bien que pudo y hasta dio Su vida por nosotros. No nos engañemos, pues, en la orientación de nuestra vida ni en su disfrute.
               Ayudemos, compartamos, pero sin convertirnos en un necesitado más. La pobreza en sí no encierra ninguna virtud. La virtud está en ayudar al pobre con amor, dándonos, en esa ayuda, a nosotros mismos, poniéndonos en su lugar, identificándonos en espíritu, y tratando de solucionar su problema en la medida de nuestras fuerzas. Pero no en convertirnos en pobres y aumentar con ello los problemas ya existentes. Y consiste en, siendo pobres, saber sobrellevar la pobreza con dignidad y luchar y esforzarnos por salir de ella. Y, entretanto, disfrutar, sin excesos, el bienestar de que dispongamos. Lo que tenemos lo hemos merecido, pero hemos de disfrutarlo como lo haría un administrador, sin pegarnos a ello demasiado pues, de no hacerlo así, será comprensible y lógico que lo perdamos.

        14.- ¿Que la vida nos apalea, nos maltrata, y todo parece oscurecerse en nuestro entorno? Con lo que sabemos, con el conocimiento de las leyes naturales que todo lo rigen y, además, por nuestro bien y para nuestra evolución, hemos de aprender a aceptar las adversidades, pero no quedarnos en ello, sino luchar, esforzarnos por mejorar, pero sin perjudicar a otros. Sólo así enderezaremos nuestras vidas por el camino correcto. 
          Yo recomiendo, con frecuencia un ejercicio que, a primera vista perece una tontería, pero que no lo es, porque nos acostumbra a desentrañar lo que nos ocurre y a buscar la enseñanza y a enderezar nuestros pasos hacia lo positivo. 
           Yo lo llamo el “Qué bien que…” Y consiste en, ante cualquier problema o alegría, ante cualquier desgracia o golpe de suerte, ante cualquier dificultad o facilidad, exclamar o pensar siempre: ¡Qué bien que… y aquí citar lo que nos está sucediendo. Así podremos diseccionar la vida de este modo:
           ¡Qué bien, que he obtenido lo que pretendía! Señal de que lo he merecido, de que me he esforzado lo suficiente. Y lo agradezco y lo valoro. 
            ¡Qué bien, que me he roto una pierna! Porque significa que con ello pago un karma que debía y quedo, ya para siempre, libre de esa deuda. Y, además, puedo aprovechar el tiempo de inmovilidad para hacer esto o lo otro. 
          ¡Qué bien, que tengo un hijo más. Porque significa que me ha escogido como padre o madre y eso entraña un honor y una gran responsabilidad. 
            Y he de agradecer esta oportunidad. 
          ¡Qué bien, que tengo una enfermedad incurable! Porque así tengo tiempo y ocasión de reflexionar sobre la vida y la muerte y para preparar las cosas y para informarme sobre el paso que he de dar y para perder el miedo. 
          ¡Qué bien, que me han ascendido en el trabajo! Porque ello me va a proporcionar más posibilidades de realización y más sueldo y más opciones de ayudar a otros, bien sean subordinados míos, bien no. 
          ¡Qué bien, que, a mi edad, conservo la salud y las facultades, y dispongo de tiempo libre y puedo trabajar por los demás. 
          ¡Qué bien, que… 
       Es fácil de utilizar y resulta muy saludable, pues nos permite meditar sin grandes esfuerzos sobre la mecánica de la vida. 
      
        15.- Tenemos mil motivos para ser felices sin hacer daño a nadie. Vamos a enumerar algunos de ellos, a la disposición, prácticamente, de todos: 
            Los perfumes de la naturaleza, los cantos de los pájaros; los sabores de los alimentos; la contemplación de los animales, desde los insectos hasta los superiores; la conversación con los amigos; los juegos inofensivos; la mente, que nos permite crear en el mundo del pensamiento; la música, que nos eleva y nos deleita; la lectura, que nos hace vivir vidas nuevas y fomentar la creatividad y la imaginación; los sentidos internos, que nos permiten experimentar el contacto con los planos espirituales; la oración, que nos eleva hasta Dios; la meditación, que nos lleva al mundo del pensamiento para ver claro en éste; el servicio desinteresado al prójimo; la educación de los hijos; la vida familiar; el aprender cosas nuevas; el hacer nuestro trabajo con ilusión y afán de superación; el ejercicio físico; la vida al aire libre; los deportes, sin competir; el recordar los momentos felices del pasado; el imaginar momentos felices del futuro; el ser conscientes de lo afortunados que somos, en comparación con otros; el ayudar a los demás con nuestros medios materiales o con nuestros pensamientos; el rodear de amor a nuestros interlocutores; el transmitir amor cada vez que estrechamos una mano o tocamos un objeto; el sentirnos uno con todo, seguros del amor y la protección de Dios; el dialogar con nuestro Cristo interno; el tratar de enriquecer el mundo, en la medida de nuestras fuerzas…
            En ese sentido, quisiera leeros un poema, mío también, que titulo “Sólo uno más”, y que dice así: 

Sólo el postrer descenso del termómetro 
consigue congelar el bravo río. 
Y la balanza, estática y sin vida, 
la inclina el último grano de trigo. 
Sólo el último paso hace posible 
que lleguemos al punto de destino. 
Y el último escalón, en la subida, 
que ascendamos de un piso hasta otro piso. 
 El tren lo forman últimos vagones, 
mas, sólo lo completa el vagón último. 
Sólo la última gota de la lluvia 
permite al sol lucir en su camino. 
Y el último minuto en este mundo 
cierra y abre, perse, nuestro destino.
 Que, lo último de algo es lo primero
 de otro algo más alto y muy distinto. 
 ¿Y si tu sacrificio en pro de otros
 fuera el que colma y rompe el equilibrio? 
¿O tu mano, tendida al que te pide, 
fuera el último gesto en tu destino? 
¿Por qué no has de ser tú la última gota
 que haga lucir al sol en su camino 
y el mundo, tras tu acción, se conmocione
 y se haga un mundo nuevo y sabio y limpio?

               16.- A estas alturas ya va siendo hora de que nos preguntemos qué es la felicidad, esa vivencia tras la cual vamos todos a lo largo de la vida, sin tener del todo claro en qué consiste.    
            ¿Podemos decir que la felicidad es la consecuencia de dar satisfacción a los sentidos? 
                   ¿Será la consecuencia de los deseos cumplidos? 
         ¿Quizás consistirá en los pensamientos más ajustados a nosotros, a nuestras tendencias, a nuestras aspiraciones? ¿Será la aspiración hacia Dios? 
                  Todo dependerá del grado de evolución alcanzado por cada individuo.     
             Porque, habrá quien se sentirá feliz con la sola satisfacción sensual. Pero esa felicidad le durará poco. Y se quedará sin ella y con el deseo de repetir la experiencia y, hasta que lo consiga, desgraciado. 
         Y habrá quien se sienta feliz realizando sus deseos. Pero los deseos, ordinariamente, persiguen cosas, objetos, bienes materiales, posición social, etc. Y eso no perdura, y produce secuelas que nos impiden ser felices. 
         Y hasta existirá quien es feliz elucubrando y creando grandes proyectos mentalmente. Pero esos proyectos, para su realización, necesitarán luego grandes esfuerzos y surgirán problemas y todo ello nos hará infelices. 
           En realidad, las cosas no nos podrán jamás proporcionar la felicidad. Porque la felicidad es un estado de ánimo. Es algo interno. Por eso hay quienes, teniéndolo todo, son desgraciados y quienes son felices careciendo de todo. 
             Recordemos, a este respecto el cuento del Padre Coloma sobre el Hombre Feliz. Dice así: 
          Había un rey, muy querido por su pueblo, que enfermó de una enfermedad que nadie lograba curar. Hasta que apareció un sabio que aseguró que el rey sólo se curaría si se ponía la camisa de un hombre feliz. Inmediatamente, el rey envió a sus ministros y caballeros principales en busca de un hombre feliz para que le trajesen su camisa. Y los enviados partieron optimistas. Pero el tiempo pasó y los emisarios regresaban sin haber encontrado a ningún hombre que se reconociera feliz. Sólo faltaba uno por regresar. Y éste, desilusionado ya, y cansado del viaje, se reclinó en el tronco de un árbol, a la sombra, cerca de una cueva. De repente oyó una voz que salía de ella, diciendo: ¡soy feliz!, ¡soy feliz! El mensajero voló, más que corrió, hacia en interior de la cueva, y allí encontró un hombre casi desnudo pero con cara de felicidad. Le preguntó si había sido él quien se había proclamado feliz, a lo que el hombre respondió que sí. Entonces le narró la historia de la enfermedad del rey y le rogó que le diese su camisa para poder curarlo. Y el hombre feliz le respondió: “De buena gana lo haría, pero no puedo.  Yo no tengo camisa.” 
     
        17.- Si, pues, la felicidad es un estado de ánimo, debido a un nivel de conciencia determinado, y podemos crearnos ese estado de ánimo y  elevarnos al nivel de conciencia que queramos, ¿por qué no hacerlo, en lugar de quejarnos?  ¿Por qué no nos acostumbramos a ver, tanto en las personas como en las cosas y en los sucesos, sólo el lado positivo? No sólo nos hará felices en el momento de hacerlo así, sino que se irá convirtiendo en un hábito y, acabaremos viendo sólo cosas hermosas y agradables y personas simpáticas y felices. Es nuestra labor. El ser felices y el hacer felices a los demás es nuestra tarea. Y nadie la puede desarrollar por nosotros. Por eso mismo no podemos luego quejarnos. 
               Podemos hacer el mundo mucho más hermoso de lo que parece con sólo fijarnos en la hermosura que ya posee. O con usar nuestras capacidades, casi siempre ignoradas hasta por nosotros mismos. Recordemos ese magnífico poema de Bécquer sobre la “Lira Olvidada”: 
    Del rincón en el ángulo oscuro, 
    de su dueño tal vez olvidada, 
silenciosa y cubierta de polvo 
veíase el arpa. 
 ¡Cuánta nota dormida en sus cuerdas, 
como el pájaro duerme en la rama, 
esperando la mano de nieve 
que sabe arrancarlas! 
 ¡Ay! - pensé - ¡cuántas veces el genio 
así duerme, en el fondo del alma,
 y una voz, como Lázaro, espera, 
que le diga: ¡levántate y anda! 

             La alegría es el estado natural de todos los seres.
             San Juan Bosco decía, con razón, que “un santo triste es un triste santo.” 
          Aquí viene a colación también el vaso medio vacío y el vaso medio lleno. Es el mismo vaso siempre. Y tiene el mismo contenido. Pero hay un abismo entre verlo de un modo o de otro. Y eso es labor nuestra. Y nadie lo puede hacer por nosotros.
        Si la Creación es fruto del amor, amemos, amemos sin límites a todo lo creado y estaremos participando del mismo Dios. Porque, no lo  olvidemos: “En Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser”, como dice la Escritura.
            Si, cada vez que nos relacionamos con otro ser, humano o no, nos elevamos a nivel del espíritu, pensamos que él lo es también y que, por tanto, somos hermanos y parte del mismo todo, seremos felices ayudándolo y comprendiéndolo y perdonándolo. Si partimos de bajo, sin elevarnos al espíritu, nuestro móvil será siempre egoísta y la obra buena no nos hará felices.              Si alquimizamos nuestra fuerza creadora sexual, en vez de malgastarla en busca de placeres sensuales, que exigirán su pago en su momento, o en retenerla sin emplear, lo que producirá trastornos psíquicos, y la dirigimos hacia arriba, la convertiremos en pensamientos y en palabras positivas, despertando nuestras facultades creadoras y permitiéndonos hacer buenas obras y escribir libros y componer poemas y redactar artículos y esculpir esculturas y concebir proyectos altruistas e inventar cuentos y pintar cuadros, etc. que harán el mundo más hermoso y mejor y más unido y nos proporcionarán la tan buscada y deseada felicidad. 
           18.- Tenemos, pues, claro cómo alcanzar la felicidad al tiempo que cumplimos las leyes naturales:
         - Si somos parte de Dios y lo sabemos, ¿qué es lo que puede darnos miedo?
        - Si, cuando necesitamos ayuda, la tenemos, y lo sabemos, ¿dónde está el problema de la soledad y la sensación de abandono? 
        - Si, en esa escala ascendente, podemos elevarnos hasta donde nuestra evolución nos lo permita, y participar allí de las mieles de la unión con Dios, ¿cuál es nuestro problema?                      Quisiera aquí ilustrar esos niveles de conciencia a que la oración nos puede conducir, con un poema de mi citado libro, que no necesita de explicación. Se titula 

“Deja que me sumerja en Ti…” 
Y dice: Deja que me sumerja en Ti, Señor;
 deja que me zambulla en Tus colores; 
deja que me disuelva en Tus olores;
 deja que me difunda en Tu calor; 
 deja que me transforme en Tu conciencia;
 deja que sienta cómo el tiempo huye 
y pasado y futuro, juntos, fluyen 
en un presente lleno de presencia; 
 deja que, siendo yo, pueda ser todos, 
y que todos en mí tengan cobijo; 
y que, siendo yo Tú, Te sienta mío, 
y Tu son y mi son sean uno solo; 
 deja que la belleza de Tu obra 
me impregne todo de su maravilla,
 y que Tu amor transforme mi semilla
 y me reparta por la Tierra toda, 
 y llegue a todas partes, y de todas, 
reciba dicha, amor y fe y sosiego 
y plenitud y risa y agua y fuego 
y en mí se fundan todas esas cosas; 
 y, unido a todo y difundido en Ti, 
sea dios y hombre, absorto y absorbido, 
porque, Señor, yo siempre, sólo he sido 
una parte de Ti viviendo en mí.

           - Si todos somos hermanos y lo sabemos, ¿qué base tienen la explotación, la exclusión, la injuria, la venganza, etc.? 
            - Si todo trabaja y conduce al bien, y lo sabemos, ¿dónde está el mal?
            - Si somos inmortales y lo sabemos, ¿por qué temer la muerte?
       - Si no existe ningún infierno eterno ni existen castigos, sino las consecuencias de nuestros propios actos, ¿qué temer? 
           - Si sabemos que la energía sigue al pensamiento, ¿por qué no creamos pensamientos positivos y acabaremos creando un mundo feliz?
          - Si sabemos que el karma lo hemos creado nosotros y que, una vez pagado, ya no se debe, ¿por qué quejarnos? 
          - Si sabemos que nuestro futuro depende de nosotros, ¿por qué no nos ponemos manos a la obra?
        - Si sabemos que cada persona de nuestra vida nos trae un mensaje o una enseñanza, ¿por qué no tratamos de averiguar ese mensaje o aprender esa lección? 
 A poco que miremos en nuestro derredor, nos daremos cuenta de que estamos rodeados de milagros, de que todo son milagros, de que nosotros mismos somos un milagro. 
    Siempre que veo una película del Oeste, que suelen exhibir unos paisajes impresionantemente bellos, me pregunto cómo esos personajes, en lugar de intentar matarse, sin ni siquiera ver los parajes que atraviesan en sus galopadas, no se sientan a contemplar las bellezas que se les están poniendo delante de las narices y se dan cuenta de la barbaridad que están haciendo. 
       Como ya sabéis, la poesía me merece mucho respeto. Por eso quiero traer aquí a colación otro verso, un solo verso de otro poema mío, del mismo libro, pero que expresa en sólo ocho palabras lo que todos sentimos ante la naturaleza. 
            Dice así: 
         ¿Y tú no crees en Dios, habiendo flores?” 
         ¿Qué se puede añadir? 

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