sábado, 28 de diciembre de 2013

EL HOMBRE QUE SE HIZO A SÍ MISMO


EL HOMBRE QUE SE HIZO A SÍ MISMO
por Francisco-Manuel Nácher

 - Caramba, qué sorpresa, tú eres Carlos Santafé ¿no?
 - Sí. Y tú, espera que recuerde... tú eres Juan Mellado, ¿a que 
sí?
 - Exacto. Cuántos años han pasado, ¿eh?
 - Muchos. Pero ha valido la pena.
 - Hombre, me alegro. Te veo muy bien. ¿Cómo te ha ido desde 
que salimos del colegio hace exactamente... espera que 
calcule...veintisiete años?
 - Exacto. Veintisiete años. Veintisiete años como veintisiete 
soles. Pero dime tú primero cómo te va.
 - A mí no me ha ocurrido nada especial. Entré en la universidad, 
estudié Derecho, me especialicé en Derecho Laboral y estoy 
ejerciendo mi profesión. Eso es todo. Ah, me casé, claro, y tengo 
dos hijos. ¿Y tú?, cuenta.
 - A mí me ha ido muy bien, pero que muy bien.
 - Oye, me estás intrigando.
 - Es que he llegado donde nunca hubiera soñado. Tengo un 
verdadero imperio: Fábricas, almacenes, vehículos, 
establecimientos al público... Tengo mujer y dos hijos también, vivo  estupendamente, no me privo de nada y los negocios me van
viento en popa.
 - Eso es magnífico. Pero cuéntame, ¿cómo has llegado tan 
alto?
 - Bueno, me ha costado mucho esfuerzo, ¿sabes?, pero con un 
gran tesón y una ambición constante y un amor propio inmenso y 
muchos sacrificios, he llegado... y continúo, porque yo no me he 
parado aún, ni pienso pararme. Y lo que más me satisface es que 
todo, absolutamente todo, me lo he hecho yo.
 - ¿Nadie te ha ayudado, de verdad?
 - Nadie. Como te he dicho, todo me lo he hecho yo, me lo he 
sudado yo, me lo he creado yo.
 - ¿Nadie, absolutamente nadie te ha ayudado nunca?
 - Nunca, Juan.
 - Cuéntame entonces como ha sido ese milagro.
 - Verás: Cuando salí del colegio con mi Educación Media, decidí 
que no quería seguir estudiando, que lo mío eran los negocios. Así 
que me asocié con un amigo de mi barrio, un poco mayor que yo y 
que estaba intentando crear algo, y empezamos a trabajar juntos. 
Dos años después formamos una sociedad y, a los tres años, ya 
abrimos una sucursal en Barcelona. Después nos separamos. Ya 
sabes eso del refrán : "sociedad, ni con tu padre". Así que lo 
partimos todo y cada uno por su lado. Yo me arremangué de veras, 
me empeñé en salir adelante y, al año, ya era yo el mejor en el 
ramo. Así que fui ampliando, iniciando cosas...
 - ¿Tú sólo?
 - Hombre, yo sólo no, como es lógico. Tuve la suerte de 
encontrar, apenas me separé de mi primer socio, un encargado 
general que se identificó plenamente conmigo y que me permitió 
dedicarme a ampliar y a proyectar el futuro.
 - ¿Y cuándo te casaste?
 - Verás: Yo hice la mili en Zaragoza. Allí conocí a mi mujer que 
era hija de un gran industrial y, además, tenía la carrera de 
Económicas. Fue un flechazo. Casualmente, su padre era del 
mismo ramo y hemos colaborado muchas veces.
 - ¿Y los empleados? ¿Has tenido suerte?
 - Hasta ahora, chico, una suerte enorme. Me han salido 
trabajadores, disciplinados, con interés... Y, además, he tenido 
buenos jefes de personal.
 - O sea, que todo te ha rodado que ni pintado.
 - Todo. Pero lo mejor es que no debo nada a nadie, ¿sabes?
 - Supongo que tendrás que darle gracias a Dios.
 - ¿A Dios? ¿Por qué? No me ha hecho nada, no me ha 
ayudado en nada, si es que existe.
 - Yo diría que te ha ayudado bastante.
 - ¿A mí?
 - Si
- ¿Y cómo?
 - Pues de muchas maneras. Según me has contado, te ha
ayudado casi constantemente.
 - Yo no he notado nada. Y si yo no lo he notado, no sé cómo 
puede haber sido eso.
 - ¿Es que pretendías que Dios en persona fuera a tu despacho 
a echarte una mano en los momentos clave? Dios no actúa así.
 - No, claro que no, pero te aseguro que lo que tengo me lo he 
hecho yo, me lo he ganado yo y no cedo a nadie ese honor.
 - Me parece perfecto que lo creas así. Pero otra cosa es que 
eso sea cierto.
 - ¿Estás sugiriendo que estoy loco o que miento?
 - No, por favor, Carlos. Te estoy diciendo que, aunque tú no te 
hayas dado cuenta, Dios te ha estado ayudando continuamente.
 - Bueno, pues explícame cuándo y cómo, precisamente tú que 
no me has visto desde hace veintisiete años...
 - Eso no tiene nada que ver.
 - ¿No? Pues no lo entiendo.
 - Lo vas a entender enseguida, si me dejas que te lo explique.
 - De acuerdo, te dejo. Créeme que estoy verdaderamente 
intrigado. Explica, explica...
 - Allá voy. Por ejemplo, ese primer socio que tuviste, ese un 
poco mayor que tú, ¿sabía algo del negocio que montasteis?
- Bueno, sí, el ya llevaba unos meses en ello. Y luego llegué yo
y nos asociamos.
 - O sea, que él te enseñó lo que él sabía en ese momento, ¿no?
 - Sí, claro.
 - Y confió en ti, porque sino no se hubiera asociado contigo, 
¿no?
 - Si.
 - Y cuando formasteis la sociedad, ¿no dijo nada? ¿No aportó 
nada? ¿No opinó nada?
 - Sí, claro, lo hicimos entre los dos.
 - Ya. ¿Y tú piensas que si no hubieras encontrado a ese vecino 
en el momento oportuno todo hubiera sido igual?
 - No. Yo no sabía qué hacer y él me animó a asociarme con él y 
luego ya seguimos juntos.
 - ¿Y cuando os separasteis tuvisteis pleitos?
 - No. Realmente se portó muy bien. Lo hicimos todo a buenas.
 - Pero pudo haberlo hecho, ¿no?
 - Sí. Pudo hacerlo, pero en el fondo era buena persona y prefirió 
hacerlo civilizadamente.
 - ¿Y el hacer la mili en Zaragoza lo elegiste tú?
 - No, claro. Me tocó en el sorteo.
 - ¿Y a tu mujer la conociste así, tú solo o te la presentó alguien?
- Me la presentó un compañero de mili.
 - ¿Y si no te la hubiera presentado crees que la hubieras
conocido?
 - Pues no sé. Posiblemente no, porque Zaragoza es bastante 
grande y mi mujer casi no salía. Fue una verdadera casualidad.
 - ¿Tú crees?
 - Hombre, sí.
 - Bien. ¿Y el que su padre se dedicase a algo precisamente de 
tu ramo fue otra casualidad, claro?
 - Sí.
 - ¿Habéis colaborado mucho tu suegro y tú?
 - Sí, mucho, porque nuestras empresas son complementarias.
 - ¿Y cuándo comenzasteis a colaborar?
 - Pues, apenas nos conocimos, porque yo necesitaba de él y él 
de mí; así que nos vino a los dos de perillas.
 - ¿Te ha ayudado financieramente alguna vez tu suegro?
 - Sí. En todas las empresas hay momentos en que necesitas 
urgentemente un dinero que no tienes. En esos casos, me ha 
ayudado. Pero de esto hace ya muchos años. Ahora soy yo el que 
estoy en condiciones de ayudarle a él.
 - ¿Te ha sido de mucha ayuda tu mujer en la empresa?
 - Sí. Como su carrera era precisamente la de Económicas, se 
hizo cargo de toda la administración y la hice subdirectora general
y hemos siempre tomado juntos las decisiones. Sí, además, es
muy inteligente. Ahora mismo, a pesar de los dos niños, ella sigue
viniendo cada día a trabajar y a cumplir su cometido.
 - ¿Y qué me dices de ese encargado general de que me has 
hablado?
 - Bueno, ese fue un fichaje afortunado.
 - ¿Lo buscaste tú?
 - No. Apareció un día pidiendo trabajo. Hablé con él, lo vi 
despierto y con ganas, quizá me recordó a mí mismo, y lo contraté. 
Fue un acierto.
 - ¿Y qué me dices de tus clientes? ¿Te han dado muchos 
quebraderos de cabeza?
 - Realmente, no. He tenido una suerte enorme, pero no hemos 
tenido problemas de ese tipo.
 - ¿Y tu salud?
 - Fabulosa, chico. Ni un sólo día en la cama. Siempre al pie del 
cañón. Realmente tengo una salud de hierro.
 - Pero veo que fumas.
 - Bueno, sí. He fumado siempre, pero eso no me hace ningún 
daño.
 - Ya. 
 - Bueno, ¿qué me dices? ¿Te has convencido de que Dios no 
ha tenido vela en este entierro?
- ¿Pero no lo ves o no lo quieres ver?
 - ¿Por qué?
 - Bien, empezaré por el principio.
 - Vale. Me tienes en ascuas.
 - Tú mismo has dicho que a tu primer socio no lo buscaste tú, 
sino él a ti, ¿no?
 - Sí.
 - Y me has reconocido que eso te encarriló hacia la actividad de 
tu vida, ¿no?
 - Sí.
 - ¿Y no pudo eso ser una primera ayuda? Porque tú no hiciste 
nada en ese sentido. En el mejor de los casos, el mérito será de tu 
socio que te hizo la proposición, ¿no?
 - Si, claro.
 - Bien. Ese socio, al parecer, era una buena persona. Confió en 
ti.
 - Y yo en él.
 - Sí, pero eso no cuenta. Lo que cuenta es lo que no has puesto 
tú, lo que debes a los demás que, al fin y al cabo, es lo mismo que 
decir lo que debes a la ayuda de Dios.
 - En ese sentido tienes razón.
 - ¿Y si no fuera una casualidad que te tocara la mili en 
Zaragoza y que ese compañero te presentara a tu mujer y que tu 
suegro se dedicase a lo mismo que tú?, ¿Qué me dirías? ¿Tú de
verdad crees que la casualidad existe o que llamamos casualidad a
aquello cuya causa no conocemos?
 - No me parece descabellado esto último.
 - ¿Y si tu socio hubiera pleiteado al separaros y si tu mujer no 
hubiera estudiado Empresariales y si tu Encargado General te 
hubiera salido un "vivo" y si tu salud se hubiera quebrantado y si tu 
suegro no hubiera podido ayudarte cuando lo necesitabas y si tus 
clientes hubieran quebrado o impagado, estarías ahora donde y 
como estás?
 - Hombre, claro que no.
 - Entonces ¿qué porcentaje de tu posición actual te debes a ti 
mismo de verdad? ¿Cuánto debes a los demás? ¿Cuánto pudo ser 
de otra manera, desagradable, triste, hasta desastroso, sin ninguna 
intervención tuya o incluso con tu intervención? ¿Qué hubiera sido 
de tu vida si hubieras contraído una tuberculosis o se te hubiera 
detectado un cáncer o tu mujer no te hubiera sido fiel? ¿Qué mérito 
tienes tú en que todo eso no haya ocurrido? ¿De verdad crees que 
lo que eres, lo que tienes, lo que está a tu nombre, lo has hecho 
solo tú, sin la ayuda de nadie, ni siquiera la de Dios, que pudo 
hacer que todo fuera distinto sin que tú ni siquiera te dieras cuenta?
 - Juan, me has abrumado. Nunca en la vida se me había 
ocurrido pensar todas esas cosas. Yo las daba por normales. En el 
mejor de los casos, las atribuía a mi suerte.
- Pero, ¿has hecho algo para merecer esa suerte? ¿Es que no
hay otros que, a lo mejor han hecho mucho más que tú, se han
esforzado más, han superado problemas que tú no has tenido, han 
sufrido desgracias personales, enfermedades, etc. y, sin embargo, 
no han llegado donde tú estás, quizás con más mérito?
 - Sí. Tienes razón. Si lo examino con el corazón en la mano y 
miro a mi alrededor, tengo que reconocer que he tenido suerte, es 
decir, que he tenido ayuda, mucha ayuda.
 - ¿Entonces?
 - Pues eso me hace pensar que debo agradecer esa ayuda.
 - Bien. Eso ya va estando mejor, Carlos.
 - Juan, no sabes cuánto te agradezco esta conversación. Nunca 
hubiera yo pensado todo lo que tú, en unos minutos, me has hecho 
pensar y ver con claridad. Y hubiera ido toda mi vida haciendo el 
imbécil y presumiendo de que todo me lo había hecho yo cuando, 
bien mirado, no he hecho más que aprovechar las oportunidades 
que los demás o el destino o Dios, me iban poniendo delante. 
Gracias por abrirme los ojos, Juan.
 - De nada, hombre. A mí me pasó algo parecido hasta que un 
buen amigo abrió los míos. Por tanto, era deudor de ese favor a 
alguien y ese alguien has sido tú.
 - Por supuesto, Juan, en vista de lo hablado, estoy convencido 
de que esta conversación no ha sido una casualidad, sino una 
ayuda más.
- No te quepa la menor duda. Y yo también tengo claro que no
debo presumir de haberte dicho lo que te he dicho pues, al fin y al
cabo, en este caso yo sólo he sido una especie de "instrumento" 
para aclararte las cosas.
 - Pero, qué ciegos estamos a veces, ¿verdad?
 - Sí. Y cuando se llega a cierta edad, si no se ha hecho antes, 
conviene echar una mirada atrás y darse cuenta de cómo en cada 
momento hemos tenido una mano amiga, una "casualidad", un 
acontecimiento, una oportunidad… o una barrera, un impedimento, 
una oposición, una imposibilidad, que nos han inclinado en 
determinado sentido y han ido configurando nuestra existencia que, 
al final, ha ido a parar a lo que debía ser. Cuando se hace así, uno 
se impresiona de la cantidad de posibilidades que cada minuto de 
nuestra vida ha tenido y de que, a pesar de ello, uno haya llegado 
al momento presente.
 - Te repito las gracias, Juan, por todo esto.
 - Ya sabes aquello de que "los amigos son para las ocasiones".

* * *

No hay comentarios:

Publicar un comentario