EL
OCULTISMO Y LA CIENCIA
Francisco-Manuel Nácher
López
1.- Prácticamente hasta la Grecia
clásica, en que atisbó la ciencia como conocimiento autónomo, la religión, el
arte y la ciencia misma constituyeron un todo que se impartía en las escuelas
de misterios. Del mismo modo, el universo era algo orgánico, acogedor,
hogareño. Algo que tenía un sentido y unos propósitos y un principio y un fin.
Y el hombre se sentía protegido por los dioses y acompañado por las fuerzas
naturales y los seres vivientes de todo tipo.
Desde Parménides con su Uno, y
Heráclito con su Corriente Divina, pasando por Platón con la Gran Cadena del Ser de su Timeo,
la Humanidad llegó a un punto de su evolución que hacía conveniente ese salto
en el vacío que tenía que hacer posible, pasados más de veinte siglos, la
conquista del mundo físico por el hombre. Los griegos, sin embargo, no dejaron
de ser creyentes y no contrapusieron sus conocimientos científicos a las
enseñanzas religiosas. Y ello porque la mayor parte de las figuras de la Grecia
clásica estaban más o menos iniciados en conocimientos que no eran patrimonio
de los demás, y de los que no podían hacer uso, a no ser que llegasen a ellos
por el otro camino: el de la investigación, el de la observación, el del manejo
y el dominio del mundo físico. Por eso fueron ellos los que iniciaron ese
sendero que nos ha conducido a la ciencia actual.
El proceso de separación entre la
ciencia y la religión se consolidó, de modo definitivo, con la conversión de
Constantino y su Edicto de Milán que declaró al cristianismo religión oficial
del imperio y, sobre todo, años después, al considerarse ilegales a todas las
demás religiones, incluso la cristiana esotérica.
Ello produjo una escisión grave entre
los seguidores de Cristo, dado que la religión por éste proclamada, una
religión de amor, de igualdad entre los hombres, de fraternidad, no podía ser
la de un estado, como el romano, que avasallaba, conquistaba, esclavizaba,
arrasaba, crucificaba y sembraba el mundo de dolor. A partir de ese momento, el
emperador se irrogó el derecho a designar obispos, a convocar concilios y, lo
que era peor, a decidir de modo definitivo sobre cuestiones de religión.
Lógicamente, al no ser ésa su especialidad, ni la de sus sucesores, lo que
ocurrió es que se nombraron obispos más proclives a la política que a la vida
espiritual y más pegados a los bienes terrenales que a las promesas
celestiales. Y, por ese camino, se llegó a convertir al papa en un jefe de
estado que podía excomulgar, y de hecho excomulgaba, a sus enemigos políticos,
y hacía de sus poderes espirituales un arma arrojadiza para defender sus
intereses materiales.
Ni que decir tiene que los verdaderos
cristianos, los seguidores de Cristo y su doctrina, al verse perseguidos por
los oficialmente cristianos, hubieron de ocultarse (de ahí el término
“ocultistas”) y conservaron aquellos conocimientos en lo profundo de su corazón
y los siguieron practicando en secreto, en espera del día en que pudiesen ser
devueltos a la Humanidad, momento que se produjo a principios del siglo veinte.
De ahí la proliferación, en la primera década del siglo que acaba de terminar,
de escuelas de ocultismo, que han configurado la vida espiritual de no pocos
hombres de nuestro tiempo: La Fraternidad Rosacruz, la Antroposofía, la Ciencia
Cristiana, la Teosofía, la Escuela Arcana, etc.
Durante todos esos siglos, la distancia
entre ciencia y religión fue agrandándose, hasta convertirse en un abismo. Hubo
que pasar por momentos clave, como el “eppur si muove” (pero se mueve) de
Galileo, cuando fue obligado por la Inquisición a reconocer que la Tierra era
el centro del universo y permanecía fija y quieta, mientras el sol giraba en
torno a ella, aunque él había demostrado y, por tanto, estaba convencido, de lo
contrario. Esta frase suya resumió el terrible malestar de la ciencia,
encorsetada por una religión cristalizada, llena de dogmas de fe, de verdades
irrefutables y de órganos represivos, e ignorante, celosa de su poder y reacia
a reconocer nada que, aunque fuera de lejos, pudiera modificar lo que
consideraba ya definitivo, sin darse cuenta de que la vida es movimiento y que
el hombre, como todo, ha de evolucionar porque la evolución es una ley natural.
Tuvo que aparecer Lutero y reaccionar
frente algunos de aquellos errores, y proclamar el “libre examen,” aunque
incurriendo en otros, pues también los protestantes tuvieron e hicieron
funcionar la Inquisición (recordemos al español Miguel Servet, descubridor de
la circulación menor de la sangre, quemado vivo en la Ginebra de Calvino) para
liberar a la ciencia de tantas cortapisas. Por eso, desde entonces, los países
protestantes, practicantes del “libre examen”, es decir, de la interpretación
personal de las Escrituras, frente a la interpretación única de la Iglesia
preconizada por ésta, pudieron investigar, elucubrar, realizar experimentos y
avanzar en la conquista del Mundo Físico - una de las metas de la Humanidad,
según sabemos por nuestra Filosofía - y convertirse así en los países
predominantes en el mundo, frente a los seguidores de la iglesia católica.
El
cristianismo aceptó los conocimientos de la ciencia griega, pero se quedó con Platón que separaba el
universo en dos mundos la materia y el espíritu. Y no con Aristóteles que hablaba de
un universo que siempre ha existido, porque chocaba con el relato
bíblico de la Creación. Y rechazaba también la teleología aristotélica en el
sentido de que la materia tiene un sentido de finalidad, que sigue una
dirección a la que llama “la causa final”, porque chocaba con la división entre
materia y espíritu. Los místicos cristianos, como consecuencia de esa
separación, despreciaron el cuerpo frente al espíritu.
Con el Renacimiento la separación entre
las tres facetas del espíritu se acentuó y la ciencia comenzó a andar sola y el
arte, si bien aún supeditada a la religión, comenzó también su ciclo
independiente.
Siguió, en el siglo XVII, la aparición de Descartes,
con su Duda Metódica (“cogito ergo sum” o pienso, luego
existo), que nos sacó del cómodo refugio de la familia, de la sociedad y de la
religión tradicionales y nos situó frente a nosotros mismos, como individuos,
haciendo crecer el egocentrismo y exacerbando el “yo” y “lo mío”. Por su parte,
Newton, con su física, con su visión
puramente mecánica del universo, regido por leyes inmutables y asépticas,
ajenas al hombre, nos convirtió en meros objetos de fuerzas incontrolables.
Hasta él, el universo había sido algo lleno de vida, de sentido, de intención,
de armonía, de amor y de Dios. Desde su enunciado de las tres leyes del movimiento,
esas tres leyes todopoderosas nos dejaron desnudos de todo lo que no fuese puro
determinismo cósmico.
Esa idea newtoniana es la que ha
llegado a dominar nuestra ciencia y nuestra cultura, al verse reforzada por la
llegada del “Siglo de las Luces”, la
época de la razón (el “Dios no existe”
proclamado por los constituyentes franceses), que acabó de profundizar las
distancias, al atacar despiadadamente a la iglesia, totalmente cristalizada en
sus dogmas y en su lectura literal de los libros santos y renuente, por tanto,
a salir de su inmovilismo y a reconocer sus errores.
Vinieron luego Darwin con su ciega lucha por la supervivencia, Marx con sus leyes inmutables de la
historia y Freud con las fuerzas
tempestuosas de la oscura psique. Los tres han influído de modo decisivo en la
visión actual del mundo por el hombre.
A partir, pues, de Descartes y Newton (las bolas de billar que chocan y no cambian en
nada) llegamos al existencialismo. Heidegger
(en El Ser y el Tiempo) “el Dasein
(ser humano) no puede sufrir complicaciones”.
Sartre
lleva la revolución cartesiana a sus últimos extremos y dice en “El Ser y la Nada” que: “el ser de otros es un hecho de nuestra
existencia, pero no un hecho esencial”. Así que nuestras relaciones con los
demás son cosas que, simplemente, suceden.
Tampoco Freud tiene estructura conceptual sobre las relaciones
interpersonales y dice que no son asunto suyo. En su Diccionario del Psicoanálisis dice que “el psicoanálisis es una psicología de lo individual”, y lo trata
todo desde el punto de vista de un único sujeto. Por tanto, para él, no existen
otros que nos influyan, sino sólo nuestras propias ideas sobre los otros.
Así que, ni la religión ni la ciencia
han aportado nada que nos aclare el yo, la vida, la memoria, la amistad, el
amor, la inmortalidad, el remordimiento, la felicidad, etc.
El físico británico Bian Pippard dice, a propósito del
enfrentamiento entre la ciencia y la religión: “el verdadero creyente no debe tener miedo; su ciudadela es inexpugnable
al asalto científico porque ocupa un territorio vetado a la ciencia”. O
sea, que la fe y la razón representan dos mundos diferentes de la verdad. (¿los
Hijos del Hombre y los de la Viuda?).
Pensadores como Klein, Freud, Sartre y Heidegger no conciben ningún modelo de una
auténtica relación bidireccional de las que conducen a la intimidad. No hay
nada en sus filosofías que pueda diferenciar la forma en que nos relacionamos
con otra persona y con una silla. Ambos son simples objetos. Todos viven a la sombra del “pienso, luego
existo” de Descartes (siglo xvii) y
de las bolas de billar de Newton que, tras chocar, sigue cada una su
camino, sin ya ninguna relación entre ellas tras el choque.
Los filósofos posteriores no han hecho
sino ahondar el abismo entre el hombre y el universo, convirtiéndonos en seres
solitarios, sin nada que nos ayude y nos asista y mire por nosotros.
El resultado de ese ultraindividualismo
ha hecho que otros pensadores como Capra,
Zukav y Bohm llegaran a negar el ego.
Ha habido excepciones en esa carrera
hacia la negación de la Unidad, como G.T.
Fechner en el siglo xviii, que consideraba la tierra como “una criatura
viva, un conjunto unitario en forma y sustancia, en propósito y efecto,
autosuficiente en su individualidad”.
El profesor de Oxford Derek Parfit, ha llevado al extremo la
negación de la existencia real del yo. Dice: ”La identidad personal implica sencillamente cierta clase de enlaces y
de continuidad. Yo no existo”. Estas afirmaciones son reminiscencias de Heidegger y Sartre que afirmaban que “yo soy la base nula de una nulidad”. Y,
por tanto, padres del nihilismo moderno
El célebre Bertrand Russell escribió a este respecto:
“Ese
hombre es el producto de causas que no tienen previsión del fin para el que
fueron puestas en marcha; su origen, su crecimiento, sus miedos y esperanzas,
sus amores y creencias no son otra cosa sino el resultado de la manera
accidental en que se colocan los átomos; ni el entusiasmo ni el heroísmo ni la
intensidad del pensamiento o de los
sentimientos pueden conservar la vida individual más allá de la tumba;
todos los trabajos realizados durante las diferentes épocas, toda la devoción,
toda la inspiración, todos los luminosos mediodías del género humano, están
destinados a la extinción en la vasta muerte del sistema solar; y todo el
templo de los logros conseguidos por el hombre debe ser enterrado
inevitablemente bajo los escombros de un universo en ruinas…”
Los “antiguos valores”, pues, han
dejado de ser incuestionables y nos encontramos teniéndonos que basar en nosotros
mismos.
Somos, pues, extraños en un mundo
extraño. Nos mantenemos aparte. Por eso nos hemos propuesto conquistar la
naturaleza, oprimirla y explotarla para nuestros propios fines sin importarnos
las consecuencias de nuestra conducta.
Por eso, la mala fe, el prójimo como
enemigo y el explotador, el succionador o el vampiro son los únicos modelos de
relación que nos ofrecen los más influyentes pensadores de este siglo. Todos
ellos han dado lugar a la cultura de la alienación actual que, desgraciadamente,
impregna las universidades, los colegios, los institutos, las familias, la vida
política y económica, etc.
Las consecuencias de tal forma de
pensar las estamos viviendo todos: En todos los campos - moral, espiritual y
estético - nuestra cultura está llena de tensiones. Y surge la época del héroe
existencial, desafiantemente indiferente a la muerte de Dios, hacedor de sus
propios valores y guardián de su propia conciencia. Éste es el precio del
Modernismo en términos de desarraigo personal y cultural. Porque, si no somos
más que un peón en el juego que llevan a cabo fuerzas más fuertes que nosotros
y situadas más allá de nuestro control, ¿cómo ejercer una responsabilidad
significativa con nosotros mismos o con los demás? La sociología, la pedagogía,
la psicología y, en general, la ciencia moderna siguieron ese tipo de
pensamiento y, lógicamente, nos introdujeron en el siglo más violento de la
historia, como una reacción a toda esa impotencia.
Max
Heindel afirmó, sin embargo que, inexorablemente, la ciencia y la religión,
que hicieron posible la evolución del hombre como tal y que se separaron un
día, se unirán de nuevo.
Cuando Max Heindel hacía esta
afirmación, en 1.909 e, incluso hace pocos años, parecía algo muy lejano. Pero
la ciencia está avanzando exponencialmente. Son muchas las especialidades
científicas existentes, muchos los científicos dedicados a la investigación y a
la elucubración y a la divulgación, y son inmensos los medios técnicos de que
disponen todos ellos. Hace poco, los descubrimientos hechos por cualquier
científico tardaban años y hasta decenios en llegar a poder de sus colegas de
todo el mundo. Hoy día, por medio de Internet, cualquiera de ellos está en
contacto permanente con todos y puede extraer, cuando lo desee, de cualquier base
de datos, los últimos hallazgos de los demás científicos de cualquier país. Y
puede, en unos instantes, conocer toda la bibliografía existente sobre
cualquier tema, por lejano, profundo o abstruso o reciente que sea. Eso es lo
que hace que cada día se produzcan nuevos hallazgos que, al ser conocidos por
todos los demás, les sirvan de confirmación de sus propias hipótesis o de
trampolín para sus propias investigaciones. La
lucha, pues, entre materia y espíritu no ha aportado nada para explicarnos a
nosotros mismos y a nuestro mundo, saber la historia del universo y el lugar
que en él ocupamos, construir un cuadro coherente acerca de cómo deberíamos
comportarnos y hacia qué fines deberíamos dirigirnos, conocer qué es valioso y
qué no lo es.
Y hace ya tiempo que se ve venir que
los científicos, nuestros científicos, el día menos pensado se van a topar,
cara a cara, con Dios.
Recuerdo aún la pregunta que me
formulé, hace ya más de veinte años, cuando leí por primera vez aquélla
afirmación de Max Heindel: ¿qué ciencia será la que primero contacte con la
religión, la que llegue a unas conclusiones que coincidan con las religiosas?
¿La Antropología, la Geología, la Arqueología, la Paleografía, la Medicina, la
Psicología…? He de reconocer que se me ocurrieron una serie de ciencias o de
especialidades casi infinita. Pero no pensé en la que parece haber llegado más
lejos… o más cerca: la Física Cuántica.
Por eso la juventud, idealista por
definición, no se conforma con ese mundo y protesta y se resiste a su manera y
con sus armas, y unos huyen de él mediante el suicidio o la drogadicción y
otros tratan de cambiarlo mediante las ONGs, declarándose objetores, etc.
2.- La filosofía Rosacruz, como
preparatoria para las Escuela de Misterios, afirma determinadas verdades,
contrastables por uno mismo a lo largo de su evolución, pero que nos pueden
servir de pautas para manejarnos con soltura en los varios planos de existencia
mientras esa evolución está teniendo lugar. Esas verdades, indemostrables para
la ciencia oficial nihilista como hemos visto, puesto que sólo se basa en los
cinco sentidos, pero que nos servirá para comprobar los progresos de la ciencia
en su camino hacia unión con la religión, son, entre otras:
a.- Que existe un Ser
Inconcebible, sin límite ni dimensiones ni existencia y no manifestado, al que
denominamos El Absoluto o Lo Absoluto, origen de todo lo existente a través del
Ser Supremo.
b.- Que la manifestación, la
aparición de ese Ser Supremo, como consecuencia de la limitación a que se
sometió el Absoluto, se expresó en dos polaridades: espíritu y materia.
c.- Que la materia se
estructuró en siete planos, de densidad creciente y subestructurados en siete
subplanos cada uno.
d.- Que cada uno de esos
planos compenetra a todos los que son más densos que él y, además ocupa más
espacio.
e.- Que la materia está toda
constituida por partículas ultérrimas elementales, de cuyas distintas
combinaciones surgen las diversas clases de materiales con los que construir
las formas correspondientes de cada plano.
f.- Que la polaridad materia
es inerte y es la polaridad espíritu la que la aglutina y la hace vivir,
pasando, de ser espíritu, a ser vida y haciendo a la materia adoptar una forma.
g.- Que la energía, la vida,
pasa de un plano a otro adoptando las apariencias de este último y animando sus
formas.
h.- Que la Vida es una: la
vida de Dios. Y la energía es también la manifestación de esa Vida Una en los
distintos planos.
i.- Que Dios lo compenetra
todo y, por tanto, todo vive, se mueve y tiene su ser en Dios.
j.- Que el hombre que, en
última instancia es una chispa emanada de Dios mismo, pero en Dios mismo, posee
todas las potencialidades divinas y las ha de poner en acto a lo largo de una
involución del espíritu paralela a una evolución de la forma, y una evolución
espiritual paralela a una espiritualización de la forma.
k.- Que ese espíritu humano o
mónada, que nace a la manifestación en el Mundo de los Espíritus Virginales, se
manifiesta en tres planos inferiores mediante tres Espíritus : Divino, de Vida
y Humano.
l.- Que, además, se recubre a
lo largo de la evolución de la forma, de un cuerpo mental, un cuerpo de deseos,
un cuerpo etérico y un cuerpo físico, cada uno de ellos compuesto de la materia
de su propio plano.
ll.- Que todos estos últimos
cuatro vehículos inferiores constituyen lo que se denomina “personalidad” o “yo
inferior”, frente a los tres superiores que se denominan Espíritu o “Yo
Superior”.
m.- Que los tres espíritus y
los cuatro vehículos inferiores están comunicados por un conducto denominado
Cordón de Plata, que canaliza la energía, bien vital, bien informativa, de
arriba a abajo y de bajo a arriba.
n.- Que nuestros vehículos
están formados de la misma materia que los demás seres del mismo plano y
responden a las mismas leyes naturales.
ñ.- Que Dios concibió un plan
para Su Creación y ese plan se va realizando, impulsado por la voluntad divina
que se manifiesta en los distintos planos como leyes naturales a las que todo
lo manifestado está sometido. Y que esa Su Creación es, en cierto modo, Su
cuerpo, la forma que la materia ha adoptado en ser influida por Su espíritu.
o.- Que, debido a que la
energía en indestructible y sólo se transforma y a que la vida es la misma por
doquier, todos los seres están en contacto permanente y se influencian
permanentemente.
p.- Que poseemos una memoria
que nos permite, al iniciar cada nuevo renacimiento, partir del punto alcanzado
en la vida anterior.
q.- Que cada vehículo posee
un átomo simiente que conserva la historia de todas las existencias de ese
espíritu y constituye su memoria vital.
r.- Que también la Tierra
posee una memoria propia, ya que es un ser viviente, un organismo en evolución,
como nosotros.
s.- Que todos los Espíritus
Virginales, como tales, poseen una conciencia grupal, ya que en el plano en que
se encuentran no existe la separación.
t.- Que el tiempo y el
espacio no son reales, sino que, a partir de determinados planos existe un
“eterno ahora” que abarca todo lo pasado, lo presente y lo por venir simultáneamente.
De ahí la omnisciencia de Dios, de nuestro Logos Planetario, dentro de Sus
limitaciones como ser en evolución que es y parte del Logos Solar, parte a su
vez de otros seres mayores e infinitamente más evolucionados.
u.- Que continuamente, y casi
siempre sin apercibirnos de ello, estamos influyendo a los demás con nuestros
pensamientos y con nuestros deseos, además de con nuestros actos, de lo que
deriva la necesidad de vigilarlos para que sus influencias sean positivas.
v.- Que existe una Ley de
Retribución o del Karma, que hace que quedemos inevitablemente unidos a los
seres con los que nos relacionamos y hayamos de compensar nuestras diferencias
en el futuro.
w.- Que la materia puede
transformarse en energía y ésta en materia, ya que el espíritu no es sino
materia sublimada y la materia, espíritu cristalizado, ya que no son sino las
dos polaridades de un solo ser: Dios.
x.- Que poseemos Epigénesis,
que es la facultad de poner en funcionamiento nuevas cadenas de causas y
efectos o sea, de crear.
y.- Que el pensamiento es
creador.
z.- Que el Caos, existente
durante las noches cósmicas, tras los Períodos creadores, es Dios.
zz.- Que la voluntad es “un
deseo potenciado”. Que existe un Principio
de Limitación al que todo ser está sometido pero también, en nuestra innata
tendencia a regresar a Dios plenamente realizados, nuestro deseo de saber es
insaciable. Pero la consecución del saber supone sufrimiento, esfuerzo, que nos
conduce al progreso y éste a la evolución.
3.- Pero, si bien la física newtoniana
y la filosofía del “yo soy yo y mi circunstancia” de Ortega y Gasset, y toda la filosofía actual, no ven otro horizonte,
no encuentran ninguna explicación a la existencia de la conciencia y a la vida
de relación que todos percibimos, al margen de lo que digan los filósofos, la física cuántica, hija de la Teoría
de la Relatividad, partiendo de su
propio campo - las partículas elementales - es decir, desde el principio,
sí que ofrece respuestas lógicas para
explicar el nacimiento de la conciencia, para su evolución y crecimiento y para
la formación paralela de estructuras materiales cada vez más complejas y con
mayor nivel de conciencia.
Es el primer paso aproximativo de la
ciencia para reencontrarse con la religión, tras varios siglos de separación y
hasta de hostigamiento mutuo. El otro paso de aproximación lo constituye
precisamente la Filosofía Rosacruz, que intenta racionalizar la religión,
exponerla y explicarla en términos científicos, inteligentes e inteligibles,
comprensibles e interpretables por la mente concreta.
Y para
dar ese atrevido paso al encuentro con la religión, la Física Cuántica, se basa
en sus propios hallazgos. Y esos hallazgos la conducen a coincidir con el
contenido de las Enseñanzas Rosacruces.
Y afirma que todo el mundo de la
materia, incluso nuestros propios cuerpos, está compuesto de átomos y de sus
aún más pequeños componentes, y las leyes que gobiernan esos diminutos pedazos
de realidad básica se derraman sobre nuestra vida cotidiana: el fotón afecta la
sensibilidad de nuestro nervio óptico; el Principio de Incertidumbre de
Heisenberg, que rige la conducta de los electrones, desempeña un papel en la
aparición de errores genéticos, en el envejecimiento y en ciertos tipos de
cáncer…
La
física cuántica, pues, que aspira a
explicar nuestras pautas de pensamiento, nuestras relaciones con nosotros
mismos, con los demás y con el mundo en general siguiendo las mismas leyes y
pautas de conducta que gobiernan el mundo de las partículas elementales (recordemos
que “como abajo es arriba”), parte del hecho de que esas partículas elementales
poseen la particularidad de ser, simultáneamente, ondas y partículas.
El aspecto
partícula de la materia cuántica o elemental (fermión) da lugar a entidades, a seres o cosas capaces de inmovilizarse
y ser susceptibles de que se les asigne una individualidad.
El aspecto
onda de la materia cuántica (bosón),
por su parte, da lugar a la aparición de relaciones entre esos individuos y al
consiguiente nacimiento de otros nuevos más grandes y más complejos, mediante
el entrelazamiento de sus funciones onda constituyentes. Estamos, pues, ante el
“espíritu” que se convierte en “vida” al relacionarse con la “materia” y ante
ésta, que adopta una “forma” al relacionarse con el “espíritu”.
Porque las funciones onda pueden
superponerse o entrelazarse, los sistemas cuánticos pueden introducirse unos en
otros y dar lugar a una relación interna creativa, de una clase imposible de
imaginar con las bolas de billar de Newton. O sea, que los sistemas cuánticos se encuentran y, por medio de esos encuentros,
evolucionan. Lo mismo que las Enseñanzas nos dicen con relación a nosotros:
que la convivencia es necesaria para la evolución y que el hombre convive
individualmente, pero también a y través de la familia, la tribu, la raza, etc.
Si sólo existiera el aspecto partícula,
- sigue diciendo la Física Cuántica - el mundo no cambiaría. Las partículas se
relacionarían, pero no de forma creativa, y cada partícula seguiría siendo
igual que antes de relacionarse. Sólo a través del aspecto onda y la creación
de nuevos individuos se logra que el universo evolucione.
Hay dos principios cuánticos
interesantes, que nos dan una visión de la naturaleza, totalmente distinta de
la tradicional: El Principio de
Complementariedad, según el cual las
dos maneras de describir el ser, como onda o como partícula, se complementan
la una a la otra; y el Principio de
Incertidumbre, que sustituye al viejo determinismo newtoniano y, según el
cual, las descripciones del ser en ondas
y partículas se excluyen la una a la otra. Aunque ambas son necesarias para
conseguir una comprensión completa de lo que es el ser, sólo una de ellas está disponible en un
momento dado. Porque cualquier partícula subatómica, ni es partícula
enteramente, ni es onda, sino más bien una confusa mezcla de las dos, que se
denomina “paquete de ondas”. Pero en ese paquete de ondas ocurre que, si bien
se pueden medir las dimensiones de la partícula o de la onda, es imposible
medir nada relativo al “conjunto” que constituyen porque se excluyen una a otra
en cuanto se pretende observarlas a la vez o se trata de medir algo.
A partir de aquí, yo os rogaría que
tratéis de encontrar en las Enseñanzas Rosacruces el equivalente a las
distintas afirmaciones de la Física Cuántica a que me voy a referir a
continuación, prácticamente hasta el fin de la conferencia. Comprobaréis cómo,
partiendo de sus propios hallazgos, se acerca mucho a aquéllas.
La tensión entre los aspectos
partícula/onda en el interior de la realidad onda/partícula es una tensión
entre el ser y el devenir, entre lo real y lo posible. Y lo mismo ocurre con la
tensión entre el “yo” y el “no yo”, entre mantenernos los mismos, inmutables, o
comprometernos en relaciones con otros y convertirnos así en algo nuevo. La clave
de ambas posturas es la mecánica cuántica o de la materia elemental.
Porque nosotros, nuestros egos, somos sistemas cuánticos. Cada uno de
nosotros, como personas, no somos sino un compuesto
de “subegos” cuánticos que, unidos, forman, a la vez, y por tanto son, un
ego, o sea, una unidad más elevada.
La relación entre “tú” y “yo”, que hace
nacer el “nosotros” es igual que la existente entre los distintos subegos que
forman así, mediante su relación recíproca, mi ego.
Esto está claro porque, si lo pensamos,
podríamos mantener el mismo diálogo interno entre nuestro “lado bueno” y
nuestro “lado malo” que, externamente, entre otra persona y nosotros.
Los procesos de fusión y separación del
crecimiento psíquico en los seres humanos son los mismos que los de los
sistemas cuánticos elementales cuando se combinan y se vuelven a combinar: cada
uno de ellos conserva alguna identidad por medio de su aspecto partícula. Pero
se combinan formando una identidad nueva, mayor, a través de su aspecto onda.
Ambos, pues, nosotros y las partículas elementales, continuamos cambiados y acumulamos
el cambio (el carácter) porque tenemos recuerdos. Por eso sólo nosotros (los
sistemas complejos, capaces de poseer memoria) somos los que tenemos una fase
de enlace en el crecimiento.
A través de la memoria cuántica, cada
uno llevamos, tejidas en los hilos del alma, las relaciones íntimas que hemos
tenido desde siempre, lo mismo que las demás interrelaciones con el exterior.
Según la física cuántica, para las
partículas elementales - de las que todo, incluso nosotros mismos, estamos
constituidos - no existen ni el tiempo ni el espacio.
Otra novedad u otro descubrimiento de
la física cuántica consiste en que el movimiento, que siempre hemos pensado que
es algo continuo, no es sino una serie de saltos, como las fotografías que
forman una película, y que esa continuidad ininterrumpida es sólo una
percepción nuestra.
El
reino de las partículas elementales parece consistir, no en una serie de
realidades predeterminadas que nosotros
podemos
conocer, sino más bien en probabilidades
de todas las diferentes realidades que nosotros podríamos conocer. Pues, así como en el nivel cotidiano, la
realidad está formada por objetos reales como árboles, piedras, cuerpos
animales o humanos, etc., a nivel cuántico no existen objetos reales, sino más bien miríadas de posibilidades de incontables realidades. Lo cual plantea dos
preguntas fundamentales: ¿en qué estadio y por qué una de las múltiples
posibilidades de la naturaleza se fija a sí misma en el mundo de las cosas reales? Y ¿qué papel, si es que
tienen alguno, desempeñan todas las posibilidades perdidas que no alcanzan ese
estado final de cosas?
Cuando
un electrón bajo la apariencia de onda trata de trasladarse de una órbita a otra, empieza difuminándose sobre toda
una amplia zona del espacio, exhibiendo una especie de omnipresencia en numerosas órbitas simultáneamente. Va lanzando
tentáculos para ir probando simultáneamente todas las posibles órbitas en las
que podría finalmente aterrizar. A esos tentáculos, que no son sino eso, meros tanteos, se los denomina “transiciones
virtuales”, mientras que a la transición final y definitiva del
electrón a un hogar nuevo y permanente, se la denomina “transición real”.
Parecería lógico que las transiciones virtuales no produjesen ningún efecto.
Pero no, lo curioso es que no es así. Cada una de ellas es como el inicio de
algo nuevo y, por supuesto, produce sus consecuencias, aunque el electrón
protagonista se haya fijado en otra transición, en este caso “real”, es decir,
haya desechado esa posibilidad. Es como
si una doncella, antes de decidirse
por uno de sus pretendientes, mantuviese relaciones, simultáneamente, con todos ellos y, luego, se decidiese
por el que más le satisface, pero
tuviese descendencia de cada uno
de los otros. Curiosamente, ése parece ser el sistema empleado por la
naturaleza para lograr la evolución de las especies: hace una serie de tanteos
que se denominan mutaciones, y cada una de ellas, siguiendo su propio camino,
se manifiesta en el futuro como acertada o como fracasada. En el primer caso,
habrá surgido una especia o subespecie que sobrevivirá y continuará la
evolución. En el segundo, se extinguirá por falta de aptitud.
Pero, si las partículas elementales, como consecuencia de su dualismo onda/partícula
que les proporciona una potencialidad ilimitada, se difuminan en todo el espacio con las consecuencias dichas, está
claro que no existen las distancias,
que toda la materia está en contacto total y permanente, cualquiera que sea el
aspecto que adopte. O sea, que todas las
cosas y en todo momento, se tocan unas a otras en todos sus puntos, de modo que
la unicidad de todo el sistema es absoluta.
Otro problema curioso se plantea en el
campo de las relaciones entre partículas elementales: dos de ellas, nacidas de un mismo origen, aunque lleven
trayectorias divergentes, mantienen entre sí una relación, ya que sus
recorridos e incidencias son los mismos o muy similares y, por supuesto,
completamente distintos de los de otras partículas procedentes de otras
fuentes. No hace falta mucha imaginación para pensar en la singularidad de las
vidas de los gemelos idénticos que,
ordinariamente viven vidas muy parecidas y hasta extrañamente idénticas aunque
se encuentren a gran distancia.
El físico Schrödinger ha propuesto un ejemplo para ilustrar otra de las
características de las partículas elementales: Una caja de paredes opacas en la que se coloca un gato y un poco de
materia radiactiva que lanza la mitad de sus fotones hacia arriba y la otra
mitad hacia abajo. Arriba, recibiendo los fotones que suben, hay un mecanismo
que acciona un mando que proporciona veneno a la comida del gato. Y abajo, otro
mecanismo similar, le proporciona
alimento sano. Pues bien, mientras la caja permanezca cerrada, el gato estará,
a la vez, vivo y muerto. Y sólo cuando se abra la caja, el hecho de abrirla y
de observarlo será la causa de que el gato muera. Parece una alucinación,
pero con las partículas cuánticas,
ocurre que la realidad sucede cuando la observamos. ¡Que cerca estamos de la afirmación de nuestra filosofía de que cada uno construimos nuestro mundo, es
decir, el mundo en que vivimos, dado que no tenemos de él más datos que las
sensaciones que nos llegan por los sentidos y que cada uno interpretamos a
nuestra manera, en función de nuestro estatus cultural, sensitivo, emocional,
etc.!
Claro que el integrar la conciencia en la naturaleza, lleva consigo consecuencias importantes para la
ciencia. Porque si se hace, y dados los supuestos anteriores, resulta que la
realidad depende de cómo la observemos. Es decir, que la realidad la conformamos nosotros. De eso no cabe duda
porque, si yo pienso y deseo mover un
dedo, no cabe duda de que ese pensamiento y ese deseo han producido un efecto
en el mundo físico. Un efecto que antes no existía. La observación, pues, no sólo
decide entre las distintas posibilidades,
sino que también la forma
particular a que elegimos para observar
la realidad cuántica, determina lo que veremos.
Estamos,
pues, en un universo participativo.
Se cuenta que Jehová dijo a Abraham: Si
no hubiera sido por mí, no existirías. A lo que éste respondió: Es cierto,
Señor, pero, si no fuera por mí, Tú no serías conocido. O sea que, bien
mirado, cualquier cosa que denominemos
realidad, se nos revela sólo a través de una construcción activa en la que
participamos.
En realidad no hay nada en la teoría cuántica que sugiera que la
observación o el observador “crean” la realidad, o sean, las propiedades de las
partículas subatómicas. Lo que afirma es
que, en el momento de la observación, se establece una especie de diálogo entre
la función onda cuántica y el observador - sea éste hombre o máquina - que evoca,
y de esa manera, da forma concreta a una de las numerosas realidades posibles
inherentes a aquella función de onda. Pero
en ella, no cabe duda de que ya
existe en potencia alguna clase definida de realidad, ya que la función
onda de una piedra no puede desdoblarse en árbol o mesa y sólo puede llegar a
ser piedra. Es más: una vez observada, su realidad es tan objetiva como
cualquier objeto.
Hay científicos como Alfred North Whitehead y David Bohm que
opinan que, incluso las partículas
subatómicas elementales, poseen propiedades conscientes rudimentarias. ¿Qué
ocurre - argumentan - si el hombre no es único, si debemos compartir nuestro
ser consciente con otras cosas o seres del universo o, quizás, con el mismo
universo? ¿Somos los humanos realmente
diferentes de cualquier otra cosa, como ha defendido la ciencia
tradicional?, ¿o nuestra conciencia es un “continuo” con otros elementos del
universo? Y, si todo es un continuo, ¿hasta dónde se extiende esa continuidad?,
¿a los animales domésticos?, ¿a las amebas? ¿a las piedras?, ¿a los
electrones?…
. La Física Cuántica dice que, cuando dos bosones o partículas elementales
con aspecto onda, se encuentran, se aglutinan y forman una entidad mayor, que
sigue tendiendo a aglutinarse con otras para crecer. Y que si, tras chocar, no se aglutinan, no
obstante, siguen relacionadas de algún
modo, es decir, que ya no son las
mismas que antes del contacto, lo cual es un rudimento de memoria y, por tanto, de conciencia. Y sabemos por
la F.R.C. que las piedras, - psicometría
- y cualquier objeto, y nuestros átomos
simiente, conservan memoria de cuanto ha sucedido en su entorno, y que todo está
relacionado con todo y que el “efecto
mariposa”, como axioma, es tan antiguo como los conocimientos ocultos pero,
como ley natural, es anterior a la creación.
La
memoria rudimentaria, origen y causa, a la vez, de una conciencia rudimentaria, crece al crecer el tamaño del organismo que la acumulación de
fermiones por los bosones va produciendo. Hasta
llegar a nuestra conciencia de vigilia en el mundo físico. Por eso, una vez adquirida, podemos ya visitar el
mundo del deseo, bien mientras dormimos, bien como auxiliares invisibles,
bien tras la muerte, pero siempre llevándonos
esa memoria y esos sentidos, que son lo que nos permite “ser conscientes”, es decir, “tener conciencia” en los otros mundos. Y esa conciencia, esa
memoria de la última vida nos dura hasta el momento de introducirnos en el
útero materno para el siguiente renacimiento. Por eso, en ese momento, perdemos
la memoria del pasado - bebemos el agua
de la Fuente de Lete, de los griegos - y, con ello, la conciencia de las vidas anteriores, y damos comienzo a una nueva
vida con sólo los resultados, las tendencias, o sean, las polarizaciones de
nuestros bosones.
La
identidad cuántica. La persona que yo soy: ¿Quién o qué es ese “yo” que
yo creo ser? ¿existe realmente algo en este mundo a lo que se pueda llamar
“yo”? ¿dónde comienzo y dónde termino?
Cada uno de nosotros somos un organismo
formado por miles de millones de células y cada una de ellas, en cierto
sentido, posee vida propia. Sólo en nuestros cerebros, unos diez mil
millones de neuronas contribuyen a formar nuestra conciencia mental. Otras
tantas hacen posible que nuestro corazón siga latiendo. Y otras tantas, que el
hígado funcione, etc. Dada esta
complejidad, ¿cómo es que nosotros, en tanto que suma, somos una cosa? O más aún: ¿es cierto que somos?
La
mayor parte de nosotros tiene varios “egos” en su interior, es decir,
poseemos bolsas de saber separadas de la corriente principal del conocimiento,
que visitamos a veces, mas o menos fugazmente: bolsas de dolor de la niñez, recuerdos traumáticos, nuestro lado
“convencional” y nuestro lado “rebelde” pueden encontrarse y crearnos problemas
psicológicos. Los psiquíatras hacen
“dialogar” a todas esas bolsas del pasado entre ellas y con el “yo” actual
y con ello logran la reconciliación y la salud mental. Es, más o menos, lo que hace
la Terapia Gestalt de Fritz Perls.
Pero, desde el punto de vista de la física cuántica, ¿cómo se explica esa
conducta? Lo mismo que el ego, los sistemas de partículas elementales son
conjuntos dentro de conjuntos o individuos dentro de individuos. Debido a la
dualidad onda/partícula, los miembros de los sistemas de partículas tienen en
todo momento las propiedades de las ondas y las de las partículas. Con su
aspecto de partícula, poseen la capacidad de ser algo en particular que puede
ser “inmovilizado”. Bajo su aspecto onda, tienen la capacidad de relacionarse
con otros individuos por medio de la superposición parcial de sus funciones
onda. Por medio de sus relaciones, de sus funciones onda superpuestas, aparecen
algunas de sus cualidades, de modo que se forma un nuevo conjunto. Las propiedades de ese nuevo individuo
están influenciadas por los “subindividuos” de cuyas relaciones se ha formado.
Sin embargo, en todos los aspectos, se comporta ahora como una nueva entidad
por derecho propio, con su propio aspecto onda y su capacidad propia para
relacionarse con otros individuos y formar otros distintos y mayores. Es lo que
se llama el “holismo relacional”: un todo creado a través de una relación
cuántica, que es algo nuevo y mayor que la suma de sus partes componentes. El
proceso de integración cuántica por el que se crean totalidades nuevas y más
grandes es infinito. Cada partícula del universo puede, en cierto grado,
relacionarse con cualquier otra partícula, creando de esta forma la cualidad de
totalidad indivisa que puede atribuirse a la realidad física. Pero se trata de
una totalidad hecha de “totalidades” constituyentes más pequeñas, donde cada
una de ellas conserva hasta cierto punto, facetas de su propia identidad. Ello
se debe a que el mundo físico está constituido por fermiones, que son
partículas elementales ligeramente asociales, que nunca superponen enteramente
sus funciones onda.
Los
egos existentes dentro de nuestros egos fluctúan y se superponen y se separan e
influencian, y una vez somos más niños o más maduros o más convencionales o más
rebeldes, y otras estamos más “juntos”, formamos un ego integrado. Y la zona de
superposición explica el sentido del “yo” en ese momento. Yo soy siempre
testigo presencial de los diálogos mantenidos por mis distintos subegos. El ego es, pues, “la unidad más totalmente integrada de todas mis numerosas subunidades”.
Y la cantidad de conocimiento o de atención que puedo prestar a mi medio o a la
relación que estoy manteniendo con otros, depende de la extensión con la que mis subegos (o
bolsas de saber) están integrados en ese instante.
El
que tiene un conflicto es porque dispone de muchos subegos pobremente
integrados, lo que le da menos energía disponible por el Ego, de la que poseen
los Egos más integrados. Una persona
carismática es la que se halla muy integrada y desprende, por ello, coherencia. De la misma manera que los rayos de luz láser son más luminosos
que la luz ordinaria simplemente porque
son más coherentes, las personas carismáticas irradian mayor energía por
idénticas razones.
El acto de prestar atención centra nuestra energía mental. Por tanto, a través de la atención, canalizamos mayor
cantidad de energía sobre un aspecto del ego, iluminándolo, proporcionándole coherencia,
mientras que los otros son relegados a una posición subordinada.
La
memoria es el medio que utilizamos para
registrar dónde hemos estado, y la llevamos con nosotros al futuro. Sin ella no
existiría el necesario lazo de unión entre todos los egos que hemos sido y los
que somos ahora. Pero, ¿la
memoria es cosa real o una ilusión?
Para un ego cuántico, “ahora” es un conjunto de subegos ya
existentes - los de antes de ahora que ya fuimos - más las entradas procedentes
del mundo exterior - experiencias nuevas - , cada una de las cuales
construye su propio modelo onda sobre el estadio básico de la conciencia. La identidad personal, concebida
momento a momento, está formada por las funciones onda superpuestas de todas
esas cosas que hacen aparecer ondas y pautas: pensamientos, emociones,
recuerdos, sensaciones, etc. Desde un punto de vista cuántico éste que yo fui hace un momento está
también “cosido” al próximo “ahora”,
en mi ego futuro, por la superposición de sus propias funciones onda con todas
las nuevas funciones onda que aparecen como resultado de la nueva experiencia.
Ya que en la física cuántica, los sistemas de partículas pueden superponerse,
tanto en el espacio como en el tiempo.
El
“presente aparente” es el período de tiempo durante el cual el sistema puede
interferir consigo mismo. ¿Estamos en una cuarta dimensión?
La
memoria cuántica, por tanto, es el
trenzado del ego, momento a momento, a medida que las funciones onda de los
egos pasados se superponen con las funciones onda de los egos presentes. Es
un lazo definitivo entre nuestros egos pasados, presentes y futuros, que nos
proporciona los mecanismos gracias a los cuales tenemos una identidad personal
que permanece a lo largo del tiempo. El
pasado ha entrado en una “fase de relación” con el presente, porque tanto
pasado como presente producen funciones onda en el estadio básico de la
conciencia.
La
identificación proyectiva: madre e hijo, dos amantes. Tristán e Isolda. Un
saludo, una sonrisa de complicidad o de comprensión. Ya no somos el mismo. Y el otro, tampoco.
Todo
nos influye y nos cambia. Alimentos, sucesos, ambiente, música, amigos,
familiares, etc.
La
intimidad es otra cosa. Yo y tú pasa
a ser “nosotros”, distinto del yo y del tú y con capacidad propia para entablar
nuevas relaciones. Con las cosas, la relación es “yo-ello”. Ello me
influye, pero yo no influyo al ello.
El “nosotros” como compuesto de individuos no es posible en la física
clásica, pero lo es en la cuántica: el
aspecto partícula da lugar a individuos y el aspecto onda, a relaciones y al
nacimiento de nuevos individuos por el enlace de sus funciones onda. Si sólo existiera la función partícula, el
mundo no cambiaría, no sería creativo.
El
bebé no tiene experiencia ni casi conciencia. Se funde con la madre en una “identificación proyectiva”. Hace propia
la experiencia de la madre, interioriza las respuestas de su madre al mundo,
sus percepciones, emociones, preocupaciones, etc. y las almacena en su memoria
cuántica influyendo en el desarrollo de su sistema nervioso.
La relación bebé-madre, según Erikson, tiene tres fases: fusión (unidos,
fundidos), separación (casi abandono
de la madre para conectar con otros) y
enlace (regreso a la madre pero con los otros enlaces vivos, y no a una
unión tan íntima como en la primera etapa. Las
partículas elementales hacen lo mismo: conservan el aspecto partícula, pero
cambian con el aspecto onda y forman seres más grandes. Nosotros, en ese “crecer”, como tenemos
memoria, más que crecer, “acumulamos”
experiencia.
La
relación íntima se explica cuánticamente como la superposición de la función
onda de una persona sobre la de otra. Si
están en el mismo estadio, la relación será más armoniosa. Es lo mismo que ocurre con las armonías musicales: si dos notas se interpretan
simultáneamente y son la misma, coinciden en todo y se produce un sonido
unificado, que equivale a la relación armoniosa y a la identificación
proyectiva. Si las dos notas están separadas por una octava, su combinación es
armoniosa, pero es un sonido nuevo que surge de los dos. Las notas separadas
por una quinta, como do y sol, pueden producir armonía. Pero, a medida que
vamos cambiando las combinaciones progresamos hacia una música como la de Schoemberg y, si seguimos, acabamos produciendo simple ruido. La cualidad de una
relación depende del estado básico de cada uno de los individuos.
También, en una relación, como ocurre con los sistemas cuánticos, puede producirse una inversión por un
fenómeno de resonancia: por ejemplo, cuando uno adquiere un defecto del
otro en el momento en que éste se ha liberado de ese defecto por influencia del
primero, o cuando uno que ha estado enfadado supera su enfado, precisamente
cuando el otro se enfada como consecuencia del enfado del primero. Estas
inversiones cuánticas se dan, a veces, entre los psicoterapeutas, que acaban
padeciendo las dolencias de sus clientes, especialmente “posesiones.”
La física cuántica dice que “los sistemas macrocósmicos se encuentran
correlacionados siempre en sus estadios microcósmicos”. Así, una persona cuántica
tiene su correspondencia en otra persona cuántica que “sintoniza” con ella, pero no todas las propiedades de ambas se
unen, sino que cada una conserva algunas propias que quedan y hacen que siga
siendo ella. De modo que no se
pierden ni la individualidad ni la relación. Este fenómeno es el de los grupos: fútbol, partidos políticos,
empresas, etc., en que las manifestaciones de uno de sus individuos pueden expresar los sentires no expresados del grupo, como si de un solo individuo
se tratase.
La
inmortalidad. Las partículas individuales surgen del vacío, según la física
cuántica (aunque para nosotros se trata de un plano superior menos denso),
existen durante breve tiempo, hasta que chocan con otras partículas y, a
continuación, o se convierten en algo nuevo o regresan a la fuente de donde han
surgido.
La
física cuántica dice que en el nivel ultraatómico de las partículas elementales
no existe la muerte.
Si
dos partículas se encuentran y funden, ambas desaparecen, pero la nueva es la
suma de las dos y es mayor. Si un neutrón se descompone, su masa, su carga
y su impulso se conservan en el electrón, el protón y el antineutrino que han
resultado de la descomposición. Todos
los acontecimientos cuánticos dejan un rastro en el tiempo. De igual modo, las células de mi cuerpo mueren a millones
cada día y cada día son sustituidas por otras nuevas y mi cuerpo sigue siendo el mismo de antes. Los niños dejarán la
escuela, pero ésta seguirá funcionando… Todos
deseamos y tendemos a la inmortalidad. Pero, ¿existe?
Esa inmortalidad, las religiones tradicionales la han basado en un alma, independiente del cuerpo, que sobrevive a la muerte. O en la resurrección del cuerpo.
La
física cuántica dice: si yo puedo
recordar que fui, debido a las capacidades de las partículas, que conservan
memoria de sus relaciones sucesivas, ¿qué
diferencia hay con recordar o “tener presente” al que murió, como tengo
presente lo que fui o hice? El pasado está, no sólo presente, sino que
sigue relacionándose conmigo y, por tanto, sigue activo.
Yo
soy, pues, mis padres y mis abuelos y antepasados y los héroes de mi país y de
la historia y, en última instancia, soy toda la Humanidad. y, por tanto, no
existen ni la soledad ni la muerte.
Si
tú y yo mantenemos una relación íntima, nos estamos creando recíprocamente cada
día. Y, si uno muere, ¿por qué no ha de continuar esa creación del muerto por
el aún vivo?
De
ahí lo importante de la cultura, el estudio, la lectura, la meditación: vamos
captando cosas de nuestro pasado y del de los demás, con lo que, cada vez somos
más universales.
Tenemos
la visión newtoniana de que el tiempo está compuesto de momentos sucesivos.
Para la física cuántica, lo mismo
que no hay espacio ni tiempo entre dos rayos láser, porque sus modelos onda
interfieren a través del espacio y del tiempo, tampoco existe una división real en el espacio ni en el tiempo entre
dos egos. Todos somos individuos,
pero formando una unidad superior, que nos define a cada uno en términos de los
demás y nos proporciona un lugar en la eternidad.
La
mente concreta es la manifestación del aspecto partícula de la materia mental.
Por eso separa, clasifica, detalla,
distingue. Mientras que la mente
abstracta es efecto del aspecto onda de la materia mental; por eso generaliza, ve las relaciones, las últimas
causas, el todo. Y a todos como
formando un todo.
La
relación supone esfuerzo. Hay sustancias químicas que, en frío, no se
combinan y necesitan calor para hacerlo. O la presencia de un catalizador.
También nosotros hemos de esforzarnos
para, no sólo integrarnos, armonizarnos, conocernos, “estar bien con nosotros
mismos”, sino para relacionarnos con los
demás y ser capaces de superponer, identificar o fundir nuestros aspectos
posibles con los de ellos. Supone un esfuerzo y supone evolución. Por ejemplo,
al hacer del enemigo un amigo.
Un
hombre solo no puede evolucionar. Necesita la relación con los demás, la
convivencia.
La
física cuántica no ha llegado a los deseos ni a los pensamientos, que son
también materiales, aunque de materias más tenues, y que actúan en sus propios
planos, pero a nivel físico y hasta
etérico ya ha llegado a cierta concepción bastante aproximada a lo que dice el
ocultismo tradicional.
No
podemos asegurarnos un lugar en las vidas futuras de otros sin un grado justo
de compromiso y responsabilidad hacia las relaciones con otros ahora.
Sobrevivimos únicamente donde hemos vivido. Leer mi poema TU HUELLA EN EL
MUNDO, Pág. 27.
La
psicoterapéutica se fija sólo en el yo. Para ella, las relaciones vienen después, son una consecuencia de la
autorrealización. Dice Franck: “tenemos poco de poder redentor del sufrimiento,
de aceptación de la suerte que a uno le ha tocado en la vida, de piedad filial,
de apego a la tradición, de autocontrol y de moderación.”
La
física cuántica dice: “me construyo a mí mismo a medida que avanzo y cada nueva
relación altera y redefine parcialmente el ego que soy”.
Yo, como ego cuántico, poseo una base
para alcanzar un compromiso con la naturaleza y la realidad material.
El
Amor, la Verdad y la Belleza no son proyecciones de mí mismo, sublimaciones
de algo oscuro de mi naturaleza, como
decía Freud, ni cosas que yo creo ex nihilo, como dice Sartre, sino que tienen un ser propio que surge de su naturaleza básica como
“totalidades relacionadas”, cosas que, en su ser, crean relaciones, y cuya
naturaleza es la misma que la mía.
Sólo
la física cuántica ofrece la coherencia necesaria para poner en marcha, para
encender algunas de las 10 elevado a la undécima potencia de neuronas del cerebro y la integración de
información a que da lugar ese proceso de encendido, proporcionándonos así la
unidad de conciencia, o sea, el sentido del ego y del mundo.
Los
bloques fundamentales del mundo material son los fermiones (por ejemplo,
los electrones y los protones), partículas antisociales que prefieren mantenerse separadas unas de
otras. Sin los bosones, los fermiones
rara vez se unen y construyen algo; sin los fermiones, los bosones no tendrían
nada que aportar a la relación y nada con lo que ordenar y estructurar su
propia coherencia más compleja. Desde
el nivel más primario, pues, de lo que después se convertirá en el mundo
material y el mundo de la conciencia, los bloques constructores de la materia o
fermiones, y los bloques constructores de la conciencia, o bosones, se encuentran
implicados, necesariamente, en un diálogo mutuamente creativo.
Teniendo en cuenta que la conciencia empieza donde se encuentran
dos bosones, no se trata de decir que la mente creó el mundo, sino que los
bloques constructores elementales de la mente, los bosones, estaban ya ahí
desde el principio y fueron modelos necesarios para aquella creación. ¿El átomo
ultérrimo, obra del Espíritu Santo?
La Teoría
del Campo Cuántico propone la
idea del “vacío cuántico”, que concibe, no como un vacío sino como la realidad básica, fundamental y
subyacente de todo lo existente en el universo, incluidos nosotros mismos. Debería
concebirse, más que como una “caja vacía”, como una “sopa en ebullición”, de parejas virtuales de
partículas/antipartículas. Es, por tanto, “una teoría general del todo.”
Ese vacío es un mar de potencialidades.
No contiene partículas y, sin embargo,
todas las partículas proceden de su interior. Es como el pozo del ser. Dentro
de él se encuentran todas las propiedades básicas: masa, energía, carga,
impulso, etc… Nada se pierde del Todo. Recordemos: “En Dios vivimos, nos
movemos y tenemos nuestro ser.”
Stephen
Hawking ha dicho que ”si
descubriésemos una teoría completa de la cosmología, llegaríamos a conocer la
mente de Dios”. ¿Y qué es la Cosmogonía Rosacruz sino eso?
4.- Pero, aunque es la física cuántica
la que va a vanguardia de se acercamiento inconsciente a la religión, los
investigadores de los demás campos científicos van, paso a paso, ratificando lo
que la Filosofía Rosacruz viene diciendo desde principios del siglo pasado en
el Concepto Rosacruz del Cosmos. Y así, según comunicaciones recientes:
a.- En el Colegio Universitario de
Londres se ha comprobado, mediante electrodos, que en las plantas se producen
fluctuaciones eléctricas cuando se las agrede quemando, por ejemplo una hoja. Y
ello, a pesar de que los vegetales no tienen sistema nervioso. La ciencia,
claro, no sabe que eso se debe a que sí que tienen cuerpo vital y que éste es
el responsable de las sensaciones. Pero está demostrando ya lo que nuestra
filosofía dice. (Dr. Andrew Goldsworthy).
b.- En el Departamento de Psicología y
Neurología de la Universidad de Nueva York, con un “interferómetro cuántico
supraconductor,” se miden las fluctuaciones
del campo electromagnético existente alrededor del cráneo, y que se
producen como consecuencia de pensamientos, cambios del estado de ánimo, etc.
Esta vez ya sin electrodos. (Dr. Urs Ribary).
c.- En Oregón, se estudia la
comunicación entre vegetales y se ha descubierto que, si se da un hachazo en el
tronco de un árbol, éste responde enseguida a la agresión, manifestado una
fluctuación electromagnética. Pero, lo
más curioso es que, si cerca, a unos 15 metros, hay otro árbol de la misma
especie, a poco, se produce la misma reacción, habiéndose calculado que esa
comunicación viaja a una velocidad, entre árbol y árbol, de unos 5 metros por
segundo. Claro que la ciencia no sabe que los vegetales de la misma especie
tienen un espíritu grupo común que es, en realidad, el que acusa el hachazo.
(Dr. De Wagner).
d.- En la Fundación Campos de la
Bioenergética se investiga el “aura” humana mediante equipos de telemetría y
compara sus resultados con las manifestaciones de personas que se dicen
videntes. Y ocurre que, cuando ésta dicen percibir el color azul, por ejemplo,
los telémetros denuncian una onda larga. Y, cuando dicen ver el rojo, los
aparatos perciben una onda corta, lo cual responde a lo lógico. (Dra. Valerie
Hunt).
e.- El doctor Konstantin Korotiv del
Hospital de Biofísica de San Petersburgo, en Rusia, estudia los cambios que se producen en el
cuerpo vital con motivo de la muerte, que tarda más o menos en desaparecer,
según la causa d ella misma haya sido el suicidio, un accidente violento o una
larga enfermedad. Asegura este doctor que, estudiando el cuerpo vital, se puede
predecir la enfermedad, ya que en la zona afectada, el aura se atenúa. Y que,
si se extirpa un órgano, el aura correspondiente desaparece. Exactamente lo que
nos dice nuestra Filosofía.
f.- El cirujano Julian Jessel, del
Centro de Estudios de Medicina Complementaria, mediante una cámara Kirlian,
evalúa la efectividad de los tratamientos médicos en sus pacientes.
g.- Algunos investigadores rusos han
lanzado la hipótesis de que el planeta Júpiter está en vías de convertirse en
un sol, dado que la temperatura de su núcleo alcanza los 300.000 grados
centígrados. Esto está de acuerdo con la afirmación de Max Heindel de que los
planetas llegan a un momento de su evolución en que, su vibración es tan
elevada y su luz tal, que acaban convirtiéndose en soles.
h.- Últimamente, yo mismo he podido
comprobar, mediante una serie de vídeos tomados en años sucesivos, en un lugar
tan al alcance de todos como los foros de las ciencias ocultas que se celebran
periódicamente en Madrid, que los colores del arco iris, que aparecen en el
aura que rodea el busto, se van haciendo más suaves y brillantes cuanto mayor
es la espiritualidad y que la forma de dicha aura responde obedientemente al
pensamientos, a los sentimientos y a la devoción. Algunos de los presentes han
visto esos vídeos, que están en este Centro a la disposición de los miembros
que deseen verlos.
5.- El recorrido de la ciencia, pues,
hacia la religión, ha sido y está siendo inmenso. No está lejos, por tanto, el
día del encuentro. Y el mundo entero está esperando nuestra aportación
particular para aclarar las cosas y dar a la evolución de la Humanidad el
empujón definitivo.
*
Quisiera escuchar alguna conferencia del señor Nacher pero veo que no se PUEDE ¿por que? Gracias!
ResponderEliminarHola buenas tardes Cecilia.
ResponderEliminarLamentablemente, hace un mes aproximadamente, expiró la página web de Madrid, en dónde estaban todas estas conferencias, por lo que por ahora no es posible, salvo que restablezcan el servicio, nuestro deseo es que lo hagan lo antes posible.
Afectuosamente, Edgardo