lunes, 30 de diciembre de 2013

EL PARO Y LAS MÁQUINAS



EL PARO Y LAS MÁQUINAS
por Francisco-Manuel Nácher López

- Con el trabajo ocurre algo muy curioso.
- ¿Qué ocurre?
- Pues que no se ve muy clara la relación entre trabajo existente, 
número de trabajadores, producción y retribución.
- ¿Y eso por qué?
- A mi juicio, porque se ha introducido un elemento nuevo en la 
relación laboral.
- ¿Cuál?
- La máquina.
- ¿La máquina?
- Sí. Al inventarse la economía, se pensó que se regía por la ley de la oferta y la demanda...
- ¿Y no es así?
- Pues, sí y no.
- ¿Y cómo es eso?
- Se pensó así: Si sube la demanda, harán falta trabajadores y subirán los sueldos y se producirá más. Eso hará que llegue un momento en que el mercado esté saturado y entonces habrá menos demanda y no habrá más remedio que producir menos o reducir los trabajadores para reducir los precios y llegar a mayor cuota de mercado.
- Pues es perfectamente lógico, ¿no?
- Sin contar con las máquinas, sí. Con ellas, ya no.
- ¿Y cómo deduces eso?
- Muy fácilmente. Considera esto: Si, de trabajar 7 días a la semana, se pasó a 6 y luego a 5; si las 12 o 14 horas laborales diarias pasaron a 45 horas semanales y luego a 40 y sigue la tendencia a la baja; y si, a pesar de ello, la producción ha ido aumentando y los salarios no han dejado de 
crecer, ¿a qué puede deberse un proceso tan raro?
- Tienes razón. Sólo puede deberse a que, cada vez hacen falta menos brazos para realizar el mismo trabajo.
- Porque las máquinas van sustituyendo a los trabajadores. Las 
máquinas no cobran, no hacen huelga, no hay que pagarles la seguridad  social, ni el despido, no hay que formarlas, no se cansan, no protestan, no se equivocan, trabajan todo el tiempo que se crea necesario... en una palabra, cuestan menos que los trabajadores.
- Es cierto.
- O sea, que producen, al mismo tiempo, artículos perfectos ... y 
trabajadores en paro, ¿no?
- Sí. Así parece.
- ¿Y cuál es el final?
- Que no harán falta trabajadores, que todo lo harán las máquinas.
- ¿Y entonces, qué? ¿Qué harán los hombres?
- No lo sé.
- Pues se dedicarán a cultivar su intelecto, su cuerpo, su imaginación, su creatividad - porque las máquinas nunca sabrán crear - su capacidad de colaboración y de asistencia, su vida de relación, etc.
- ¿Y el espíritu de trabajo?
- Eso será algo trasnochado y sin sentido. Lo propio del hombre es 
crear, no repetir, y para crear hace falta tiempo e intuición y formación y tranquilidad. La prisa y el agobio nunca han creado nada nuevo, sino sólo repetido lo existente, y esa es la labor de las máquinas.
- Sí. Tienes razón.
- Y todo proviene de que la célebre maldición bíblica, aquélla de 
"ganarás el pan con el sudor de tu frente", se ha interpretado mal por todos.
- ¿Cómo? Aclárame eso tan curioso que acabas de decir, por favor.
Claro. En el plan divino estaba previsto que el hombre, que tenía en aquellos remotos tiempos de Lemuria, centrada su conciencia en el plano etérico, donde la vida era placentera y fácil y la compartía con los ángeles, que no son sino los componentes de la oleada de vida anterior a la nuestra y que habitan ese plano y tienen también en él centrada su consciencia, evolucionase allí, adquiriese su mente, con ella domeñase la naturaleza rebelde del cuerpo de deseos y luego, enfocase su conciencia en el mundo 
físico y, ya debidamente pertrechado, lo conquistase.
- ¿Y no ocurrió así, verdad?.
- No. Ya lo sabes. La intervención de los Luciferes, los rezagados de la oleada de vida de los ángeles, hizo al hombre enfocar prematuramente su conciencia en el mundo físico, con lo cual descubrió, con estupor, que tenía cuerpo físico y que éste moría, es decir, descubrió la muerte porque, si se tiene centrada la conciencia aquí y esto se acaba, aparentemente se acaba todo.
- Sí, claro.
- Pero, además de eso, como sabes, el hombre había también 
aprendido a hacer uso de su fuerza creadora sexual fuera de las fechas apropiadas astrológicamente (como ahora hacen los animales con sus épocas de celo) y sólo buscando el placer y no la procreación, cuya finalidad real constituye.
- Sí, lo sabía.
- Y ello produjo distorsiones en los arquetipos de nuestros cuerpos 
físicos, que derivan en distorsiones en éstos, y que son lo que llamamos enfermedades.
- ¿Las distorsiones producen enfermedades?
- En unos casos producen malformaciones, que no son sino 
distorsiones de la armonía del cuerpo, perfectamente visibles; y en otros, la debilidad o malformación de determinados órganos, lo que reduce sus defensas naturales y facilita la penetración y proliferación de gérmenes patógenos, que son la causa de la enfermedad. De todos modos, como ves, en el fondo, distorsiones.
- Ya comprendo. Está claro.
- Así que el hombre, al centrar su conciencia en el mundo físico, 
descubrió que tenía cuerpo y que éste enfermaba y que moría, ¿no?
- Sí.
- Pues eso es lo que Jehová le dijo. No fue un castigo, ni una 
maldición, sino la comunicación de una consecuencia lógica: Has hecho esto, luego te vendrá aquello como consecuencia del juego de las leyes naturales que rigen en el mundo que habitas.
- Sí.
- Pero Jehová dijo algo más. Dijo aquello de "y ganarás el pan con el sudor de tu frente".
- Así lo dice la Escritura.
- Y hay que ver la trascendencia que ha tenido la dichosa frase, sobre todo por su interpretación errónea.
- ¿Qué quieres decir?
- Algo muy sencillo. El "ganarás el pan con el sudor de tu frente", lo mismo que el "parirás con dolor" o el "morirás", como te he dicho, no fueron maldiciones ni castigos, sino comunicación de las consecuencias de una actuación. Consecuencias, por otra parte, que Jehová no podía evitar porque, como tú sabes, en todos los planos o mundos de la Creación, se respeta la libertad individual de un modo exquisito, así como las consecuencias que su mal uso acarrea, y ello con el fin de que el que yerra aprenda la lección y evolucione, y sin perjuicio de estar siempre dispuestos a ayudar al caído cuando lo pida y lo merezca; pero nunca "trabajando" por él, en su lugar, haciendo lo que él debe hacer para rectificar su error. Si el 
hombre, pues, se sitúa (centra su conciencia) en el mundo físico antes de tiempo y sin estar preparado para vivir conscientemente de ese modo, es lógico que le resulte difícil lo que, de haberlo hecho en el momento y de la forma oportunos, le hubiera resultado fácil.
- ¿Quieres decir que no hubiera tenido que trabajar?
- Por supuesto. La misión del hombre no es trabajar. La misión del 
hombre es crear. Es un ser creador porque Dios lo hizo a Su imagen y semejanza y lo dotó de una mente, una inteligencia, un intelecto, una capacidad de traer a la existencia cosas nuevas. El trabajo es algo repetitivo, automático, que no necesita capacidades creadoras y que está reservado naturalmente a seres no creadores. La creación es otra cosa. Y es cosa de hombres.
- ¿Y cómo hubiera el hombre vivido en este mundo sin trabajar?
- Mediante la utilización de las fuerzas naturales, es decir, los 
elementales.
- ¿Los elementales?.
- Sí. Son seres, no creadores, que intervienen en todos los procesos 
de todos los planos. Es imposible calentar algo o quemar algo o que nazca algo o digerir algo o asimilar algo o sentir algo o pensar algo, sin la colaboración necesaria de los elementales.
- No lo entiendo.
- Lo entenderás enseguida. Los elementales son seres que aún no han alcanzado en su evolución ni siquiera el estadio mineral. Carecen de conciencia propia y de cuerpo o forma propios. Son, por decirlo así, manifestaciones de energía que viven de las vibraciones, de cualquier tipo, de los seres que les son superiores en la escala evolutiva, y las fomentan con fruición, puesto que la duración de su propia vida depende exclusivamente de la duración de esas vibraciones. Llenan todos los planos y mundos y los hay que responden a cada una de las vibraciones existentes, de modo que, apenas surge una cualquiera, los que le son afines 
acuden a ella y tratan de prolongarla y reproducirla. Ellos no distinguen si la vibración es elevada o ínfima, si es soez o refinada, si es agresiva o amorosa: Cada uno acude a su propia vibración y huye de las demás. Y así, a lo largo de los tiempos, van evolucionando y elevando su tasa vibratoria 
desde lo más bajo y grosero hasta lo más exaltado.
- ¡Es maravilloso! Eso no lo sabía. Y aún no acabo de verlo del todo.
- Te voy a poner un ejemplo. Imagina que tú sientes odio por 
cualquiera.
- Lo imagino.
- Te he dicho odio como te he podido decir amor o cualquier otra 
cosa. Ten en cuenta que todo pensamiento, sentimiento, emoción, pasión, acción, deseo, proceso natural, etc., posee y emite su propia vibración. 
Pues bien, apenas sientes tu odio hacia esa persona, o sea, apenas creas la vibración de odio, una serie de elementales que le son afines y viven de ella, acudirán a tu cuerpo de deseos para vivir de ese odio y tratar de aumentarlo indefinidamente.
- No me digas...
- Sí. Así es. Tú no lo sabrás. Tú creerás que eres tú mismo quien 
quiere odiar, pero gran parte de la culpa de que tu odio se intensifique o se prolongue será de los elementales de esa vibración. Por eso cuando una persona tiene un vicio o un defecto le resulta tan difícil librarse de él. Y por eso los que han adquirido modos de pensar o de sentir o de actuar positivos, los llevan a cabo espontáneamente y cada vez les resultan más 
fáciles.
- ¿Entonces qué hay que hacer para librarse de los elementales de 
odio, por ejemplo?.
- Tratar de sentir lo contrario o, por lo menos, algo distinto. Si sientes amor por esa persona, por ejemplo, los elementales del odio huirán despavoridos en busca de la vibración que les es afín y, en cambio, acudirán a tu cuerpo de deseos los elementales del amor cuya vibración estás emitiendo. Por eso la mejor manera de librarse de las "tentaciones" (que, casi siempre están provocadas por nuestros propios hábitos y por la influencia de los elementales) no consiste en luchar contra ellas sino, sencillamente, en concentrar la atención en lo contrario o en cualquier otra cosa. Eso hará que los elementales indeseables huyan. Y, repitiendo algunas veces el proceso, lleguen a la conclusión de que tú, que eras un 
huésped acogedor y fácil de manejar, has dejado de serlo.
- Esto es impresionante. Y muy instructivo.
- Sí, lo es. Pero no era éste el tema que estábamos tratando.
- Bueno. Sigue, pues, con el tema.
- Quería hacerte ver que los elementales son en realidad los obreros
de la creación. Sin ellos no ocurriría nada. Son ellos los que, obedeciendo las órdenes de los que saben dárselas, realizan todos los procesos naturales. No podríamos hacer la digestión, por ejemplo, sin la colaboración de los elementales; ni podríamos asimilar, ni crecer, etc. sin ellos.
- ¿Y quién les dice que hagan esas cosas?. Porque la digestión y la 
asimilación y el crecimiento precisamente son actividades inconscientes, ¿no?
- En efecto. Son actividades inconscientes para nuestra personalidad, pero no lo son para nuestro Yo Superior, nuestro espíritu, del cual los vehículos inferiores (cuerpos físico, etérico, de deseos o astral y mental inferior) no son sino emisarios que envía a los mundos inferiores, más densos. Obedecen, pues, a nuestro Yo Superior, que sabe manejarlos.
- ¿Y nosotros no sabemos manejarlos?
- Esa era una de las cosas que el hombre sabía hacer antes de la Caída y, como consecuencia de ella, perdió al centrar prematuramente su conciencia en el mundo físico. Y por eso precisamente hemos de trabajar, es decir, hemos de "ganar el pan con el sudor de nuestra frente".
- ¿Por eso?.
- Exactamente. ¿Qué piensas tú, por ejemplo, que hizo Cristo cuando ordenó a la tempestad que se calmase?
- No lo sé.
- Pues, sencillamente, ordenó a los elementales que dejasen de mover el aire. Y cuando curaba, les ordenaba que dejasen de desarmonizar los cuerpos enfermos. Y cuando transformaba el agua en vino, y cuando multiplicaba los panes y los peces, y cuando... siempre, como todos los que hacen milagros, ordenaba a los elementales que hiciesen el trabajo, reservándose Él la labor creadora.
- ¡Es impresionante! Y tan lógico...
- Por eso, pues, si el hombre hubiera permanecido "inocente" en el 
Edén, es decir, con su conciencia en el plano etérico, hasta alcanzar el desarrollo previsto por Jehová, hubiera aprendido a manejar los 
elementales y, al descender al mundo físico, no se hubiera visto obligado a trabajar, es decir, a realizar las labores repetitivas, sino que hubiera encargado éstas a los elementales y él se hubiera dedicado a desarrollar su mente, a fortalecer su voluntad y a espiritualizar su carácter, que son los tres objetivos que tenía que alcanzar de un modo natural.
- Caramba, todo esto cambia muchas cosas.
- Claro. Sobre todo esto: Jehová no condenó al hombre a trabajar sino que, lo mismo que le dijo que, como consecuencia de su caída conocería el dolor y la enfermedad y la muerte, le dijo que tendría que trabajar para poder comer. Es decir: Como no sabes aún manejar a los elementales, tendrás que hacer su papel si quieres comer.
- Así está clarísimo.
- El problema viene cuando ese pasaje bíblico es interpretado por los teólogos.
- ¿Y eso por qué?
- Aquí tendré que hacer una pequeña digresión.
- Hazla.
- Allá voy. Las civilizaciones más antiguas y más importantes entre 
las conocidas son la china, la india, la mesopotámica y la mediterránea. 
Todas situadas entre los paralelos 25 y 45 Norte y, especialmente, entre los 35 y 44 Norte, con un clima suave y una vida relativamente fácil.
- Sí, es verdad.
- En todas ellas existieron ciudades desde muchos miles de años 
antes de Cristo. Es decir, en todas ellas hubo gente que convivió, discutió, colaboró, investigó, orientó su vida hacia la comunidad, etc. Siempre hablando de una élite que dejaba el trabajo - trabajo en su verdadera acepción de labor repetitiva y no creadora - a los esclavos. Por otra parte, el clima suave y la agricultura pródiga no exigían tampoco grandes esfuerzos para sobrevivir.
- Hasta ahora, de acuerdo.
- Pero en el norte de Europa y de Asia no hubo nunca grandes 
ciudades. Hubo sólo tribus, más o menos fuertes y evolucionadas, pero ningún espíritu ciudadano: Todos trabajaban por la subsistencia, todos luchaban, todos sobrevivían en esos climas extremos donde el hombre ha de mantener permanentemente la guardia frente a las acometidas de los elementos.
- También de acuerdo.
- Esas dos formas de concebir la vida y el trabajo quedaron en lo que se llama la memoria colectiva de los pueblos respectivos, y siguen en ella, de modo que, como otras muchas cosas, nos condicionan a la hora de enjuiciar algo nuevo. Son como programaciones automáticas del subconsciente que se ponen en marcha ante un estímulo y nos hacen actuar de determinada manera. ¿Lo comprendes?.
- ¿Algo así como el que las mujeres europeas sientan vergüenza ante
la desnudez de sus partes pudendas y, en cambio, las negras de algunos pueblos africanos las lleven al aire y, en cambio, no puedan soportar que se les vea el rostro?
- Exactamente. O que, fijándonos en otra cosa, en el Norte, al que no trabaja se le considere un parásito y se le denuncie y desprecie, y en el Sur, en cambio, se le admire en el fondo, aunque la paulatina y superficial aceptación de las normas del norte, haga que se haga el paripé de que se le desprecia. Son programaciones inconscientes que, en muchos casos hay que reprogramar mediante la correspondiente culturización y la utilización 
correcta del intelecto, pero que nos dominan y nos inclinan continuamente a actuar en contra de la razón en cuanto nos descuidamos.
- Sí, es cierto.
- Pues bien. Esos dos modelos de vida, el de la sociedad que veía el 
trabajo como cosa de esclavos y el ocio, entendido como tiempo dedicado a la creación, al propio perfeccionamiento, como cosa de seres libres; y el de la sociedad que consideraba el trabajo como algo necesario a todos, formaban parte de la memoria colectiva de los pueblos mediterráneos o sureños y de los pueblos nórdicos respectivamente.
- ¿Y?
- Cuando llegó el cristianismo, lo hizo primero a los pueblos 
mediterráneos y, lógicamente, el pasaje en cuestión, se interpretó como que el trabajo era un "castigo" por el pecado cometido. El trabajo, pues, siguió siendo considerado algo desagradable e impropio del hombre libre puesto que, si era un castigo, lo normal era no tener que trabajar. En cambio, 
cuando llegó a los pueblos nórdicos (alemanes, ingleses, holandeses, escandinavos y anglosajones en general), acostumbrados a considerar el trabajo como algo necesario para sobrevivir y, sobre todo cuando los teóricos del protestantismo interpretaron que el trabajo era el camino que Jehová había señalado como el indicado para ganar el cielo, se exacerbó 
más aún aquella programación ancestral. Y el trabajo pasó a ser, 
prácticamente, el objetivo principal del hombre en este mundo.
- Ya.
- Por eso los países nórdicos, los anglosajones en líneas generales, 
han trabajado sin parar y han hecho así avanzar la técnica y la industria. Y siguen haciéndolo.
- Sí, es cierto.

- Pero, en esa vorágine de trabajo, han olvidado al hombre. 
Consideraban, debido a su programación inconsciente, el trabajo, primero como necesario, y luego como la vía para el cielo, y han pasado de largo el mejoramiento del hombre como tal. El trabajo se ha convertido en un fin en sí mismo y la consecuencia es, lógicamente, el dinero, las posesiones, la opulencia. Y el círculo se cierra al querer tener cada vez más y teniendo que trabajar cada vez más para conseguirlo, con lo cual el hombre, los demás hombres, se convierten en simples medios para el propio enriquecimiento.
- Te comprendo.
- Considerado, pues, el trabajo como un fin, los nórdicos trabajan 
incesantemente, incansablemente, sin escrúpulos, engullendo semejantes, destruyendo el paisaje, polucionando el mundo, poniendo en peligro hasta su existencia... 
- Es así.
- Y mientras, los del sur, no son proclives a aceptar que la labor del 
hombre sea la de pasarse la vida repitiendo procesos productivos, ni aceptan, en su fuero interno, que el trabajo sea un fin, sino un medio; ni se sienten más felices ni más realizados viendo cómo transcurre su vida sin haber tenido tiempo de saber qué es lo que realmente les gustaría hacer, y hacerlo.
- También es verdad. Curiosamente, cuando un anglosajón pasa una temporada en el sur, descubre una nueva concepción de la vida, que le encanta, le subyuga y le convence. Pero, cuando regresa a su mundo, todo queda sólo como un grato recuerdo y, en el mejor de los casos, como una añoranza.
- Ésa es, pues, la clave de las diferencias norte-sur. Una diferente 
concepción del trabajo y de la vida.
- Así parece ser. Quien lo iba a decir...
- Sí. Pero el problema se complica cuando empieza a ocurrir lo que 
decíamos al principio: Cada vez hay más máquinas en las empresas y, por eso, cada vez hacen falta menos brazos; pero cada vez se produce más y los salarios aumentan.
- Es cierto.
- ¿Solución?
- No se me ocurre. Y, según mis noticias, no se le ha ocurrido a nadie hasta ahora. La prueba está en la gran cantidad de parados que hay, que va aumentando día a día, sin que nadie lance una idea que pueda resolver el problema que supone hacer posible que toda esa gente pueda trabajar. 
Porque, si cada vez hay menos para pagar el paro de los demás y cada vez hay más parados, ¿qué va a pasar al final?
- Desde mi punto de vista hay varios errores en el planteamiento 
actual.
- ¿Cuáles?
- El primero, considerar la situación como el fracaso de la economía industrial o incluso posindustrial.
- ¿Es que no está claro?
- No. La sociedad industrial, eminentemente técnica, ha ideado las 
máquinas y éstas están haciendo innecesario el trabajo humano. ¿Es eso un fracaso? ¿No es un gran éxito? ¿Qué se pretendió cuando se inventó la primera máquina sino evitar tener que trabajar? Pues ya se ha conseguido: 
Un elevado porcentaje de los hombres ya no tienen que trabajar. Otra cosa es que coexista esta situación con otro error grave.
- ¿Qué error?
- El de considerar el trabajo como algo consustancial al hombre y 
despreciar al que no trabaja.
- ¿Es que no es así?
- Esa es la concepción anglosajona. Vamos a ver: Ahora está 
ocurriendo que hay cada día más hombres que están sin hacer nada pero que han de comer, mientras otros han de trabajar cuanto pueden, sin tiempo para "vivir", y pagar lo que aquéllos consumen.
- ¿Es que no lo ves? ¿Cómo van a mantener unos pocos a todos los 
demás?
- Pero, ¿no te das cuenta de que eso parte de una programación 
automática que considera el trabajo como algo bueno y el ocio como algo 
malo? Y, al aceptar los del Sur esa apreciación del trabajo de los del Norte, hemos llegado a una paradoja muy graciosa.
- ¿Cuál?
- La de que antes, los más preparados, las clases dominantes eran las que no trabajaban y se dedicaban a "vivir", a cultivarse, mientras los menos preparados trabajaban. Ahora, en cambio, los más preparados trabajan como esclavos en los puestos de ejecutivos, llevando una vida estúpida, llena de estrés e infartos, sin tiempo libre para nada, con la familia abandonada, mientras los menos preparados se quedan en el paro, tienen todo el tiempo libre y, encima, cobran el subsidio de desempleo. 
Generalmente, sin embargo, como son los menos preparados intelectual y culturalmente, ese tiempo ni lo aprovechan ni lo disfrutan debidamente y, además, son despreciados y se sienten frustrados por esa aceptación  estúpida del modo de pensar de los del Norte, plenamente justificada en el Norte.
- Yo no creo que sea cuestión de apreciaciones.
- Pues lo es. Verás. ¿Qué ocurriría si, en vez de considerar a los 
parados como una rémora, se los considerase como un éxito del sistema?
- Eso sería maravilloso.
- Y lo será, siempre que se produzcan algunos cambios conceptuales que se reflejen luego en la sociedad.
- ¿Qué cambios?
- Considerar el ocio, el tiempo libre, como una conquista y el trabajo como algo impropio del hombre y, por tanto, propio de esclavos, es decir, de "máquinas", y considerar la educación, la formación completa, es decir, tanto técnica como humanista, como un objetivo, tanto a nivel individual como colectivo. La eficacia a costa de la calidad, la avidez de dinero y de cosas, y la competencia deben, pues, ser sustituídas por la perfección en el trabajo, la cooperación, y la amabilidad. Sólo con esos cambios 
conceptuales y si los estados y los medios de comunicación empiezan a decir la verdad y a considerar el ocio (entendido como el tiempo libre para jugar, estudiar, formarse, hacer ejercicio, dialogar, compartir, investigar, leer, escribir, meditar, en una palabra, mejorar por dentro y no en cuanto a 
las posesiones materiales) como una verdadera conquista, y se esfuerzan en proporcionar los medios para ello, que no supondrían más gastos que hoy, sino una reestructuración en base a la nueva filosofía, el mundo cambiaría radicalmente y se encaminaría hacia algo que todos estamos deseando en lo más hondo de nuestros corazones.

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