martes, 30 de julio de 2013

CÓMO AYUDAR AL MUNDO


CÓMO AYUDAR AL MUNDO
por Francisco-Manuel Nácher

¿Qué pueden hacer un tetrapléjico, un paralítico, un tullido en su silla de ruedas, o un ciego, o cualquiera de nosotros, aunque creamos que nada podemos, que ninguna influencia nos avala, ni ninguna autoridad nos compaña, para mejorar el mundo?
Todos, menos los disminuídos mentales (que lo son como
consecuencia del mal uso, en vidas anteriores, del poder creador), podemos hacer lo mismo, porque todos disponemos de una mente, todos somos igualmente seres creadores, y esa capacidad de creación no tiene más límites que nuestra imaginación, nuestra concentración y nuestra voluntad.
Simplemente, con el pensamiento, sin hablar, sin escribir, sin aparecer en público, desde nuestro retiro, desde la cárcel, desde la celda monacal, desde la silla de ruedas , desde el lecho, desde el puesto de trabajo o desde la isla de Robinson Crusoe, podemos modificar el mundo para bien o para mal.
Todo pensamiento produce, indefectiblemente, un efecto. Todo
pensamiento tiende a realizarse, a envolverse en materia de deseos y en materia física convirtiéndose en algo real en este mundo. Porque el poder del pensamiento es superior al de la exhortación y al del ejemplo. Podemos influenciar a los gobernantes, a los amigos, a los parientes, a los jefes, a los subordinados, a todos, en el sentido en que lo deseemos. Y ello sin que los interesados se percaten. ¿Por qué? Porque los pensamientos, las formas mentales, como hemos dicho, son cosas reales que poseen una vibración determinada que les es propia. Cada hombre puede emitir pensamientos con la vibración que desee y dirigirlos adonde quiera; y esos pensamientos
llegarán a su destinatario que, en cuanto se ponga una vez a vibrar en el mismo tono que nuestro pensamiento, lo atraerá a su aura, a su campo magnético, y lo aceptará creyendo que es obra suya, sin sospechar que no es así. Más del noventa por ciento de los pensamientos de cada uno de nosotros, que creemos nuestros, no lo son. Sólo los hombres con mente muy entrenada y desarrollada actúan con pensamientos propios. Incluso la mayor parte de los descubrimientos, inventos, ideas originales, obras literarias, etc. han sido, casi siempre, sugeridas por otras personas, vivientes o desencarnadas, interesadas en el tema.
Los pensamientos, como hemos dicho, son cosas reales, más reales
que cuanto nos rodea en el mundo físico; porque todo cuanto en éste existe, todo sin excepción, incluídos nosotros mismos, no somos más que la materialización, en este plano, de un pensamiento previo. Es imposible hacer o crear algo sin pensarlo antes y ese "pensarlo" supone imaginarlo, concentrar el poder mental en ello y desearlo. Luego, todo lo que existe, necesariamente, ha sido imaginado y deseado antes por alguien, bien un hombre, bien un ser superior.
Los pensamientos, pues, como cosas reales que son, no desaparecen, sino que perviven en el Mundo del Pensamiento, casi siempre entrelazados con formas del Mundo del Deseo, que contienen alguna emoción.
Los aledaños de las carreteras, autopistas, autovías y calles con
mucho tráfico están llenas (a nivel mental y emocional) de pensamientos y sentimientos negativos de odio, de envidia, de presunción, de orgullo, de prisa, de desprecio, de resentimiento, de frustración, de miedo, etc., continuamente creadas y abandonadas allí, inconscientemente, por los conductores. Y ¿qué ocurre con ellas? Pues que, cuando un ciudadano honesto, serio, educado, respetuoso con el prójimo, buen esposo, buen padre, buen vecino, sube a su coche y comienza a circular, apenas tiene el
menor contratiempo, su mente empieza a vibrar de un modo determinado y, con gran sorpresa de todos, incluso de él mismo, se encuentra de repente crispado, insultando a los demás conductores, "picándose" cuando le adelantan, respondiendo a supuestas ofensas, etc. ¿Qué ha sucedido? Lo lógico: Se puso a vibrar negativamente y atrajo todo lo afín a esa vibración. Y, claro, eso no es más que el principio para acabar siendo víctima de un accidente o, lo que es peor, provocándolo a otros.
¿Solución?. Muy sencilla: Subir al coche con una disposición
positiva, disculpando a los demás, siendo conscientes de que todos
cometemos errores y nadie es perfecto, cediendo el paso, sonriendo, amando a todos y tratando de comprenderlos. Eso produce dos efectos, no por imprevisibles menos reales: Que el conducir pasa, de ser un tormento agotador, fuente de disputas y desgracias, a ser un placer; y que vamos sembrando nuestro recorrido de pensamientos positivos que, o serán captados por alguien que vibre así o anularán pensamientos negativos
equivalentes pero opuestos.
La efectividad de nuestros pensamientos dependerá, como queda
dicho, por una parte, de la intensidad de nuestro deseo, de la concentración mental y de nuestra imaginación; y, por otra, de la receptividad del destinatario. Pero, incluso aunque éste no esté receptivo por no vibrar con la frecuencia de nuestro pensamiento, influenciará a alguien que vibre así.
Si es un pensamiento positivo y no encuentra destinatario, volverá a
nosotros y nos enriquecerá y nos hará mejores e incrementará nuestra tendencia a emitir pensamientos de esa vibración; pero si es negativo, perjudicará y hará peor a quien sintonice con él y, si no lo encuentra, volverá a nosotros para hacernos sentir en nuestro propio ser lo destructivo de su contenido y hacernos peores de lo que éramos al emitirlo.
En cuanto a nuestra propia existencia diaria, hay otro aspecto muy
importante, con relación a los pensamientos, que conviene tener presente:
Cuando emitimos habitualmente pensamientos negativos, vibramos, como es lógico, negativamente. Y ello nos hace atraer a nuestra aura o campo vibratorio los pensamientos negativos ajenos que en nuestro entorno pululan, los cuales, como es lógico, también alimentan nuestra negatividad (ya que los aceptaremos pensando que son propios), con lo cual emitiremos más pensamientos de tal carácter; y el proceso seguirá autoalimentándose y haciéndonos cada vez más negativos y, por tanto, más desgraciados; lo veremos todo negro y, lo que es peor, cargaremos con el karma que todos esos pensamientos produzcan y, consecuentemente, retrocederemos en nuestra evolución.
En cambio, si habitualmente emitimos pensamientos positivos, aparte de que producimos efectos del mismo carácter, atraemos a otros ajenos pero del mismo tipo, con lo cual se produce el mismo proceso de antes, pero en positivo, es decir, la vida nos parecerá cada vez más maravillosa, la gente más agradable, etc. y nuestra evolución dará un importante paso adelante.
Piénsese ahora en la tremenda responsabilidad en que incurren los
gobernantes, políticos, medios de comunicación, escritores, etc. que lanzan al espacio pensamientos negativos (de odio, de crítica negativa, de desprestigio, de desconfianza, de falta de comprensión o de colaboración, de exclusión, de descalificación, de desprecio, de violencia, de sexualidad, etc.) que tienen acceso, prácticamente, a todas las mentes de todos los ciudadanos. Así se ve con qué facilidad y con qué rapidez y con qué inconsciencia (y también con qué consecuencias para todos) se puede hacer que un país piense que va mal, que es incapaz de progresar, que sus gobernantes le engañan o son ineptos o corruptos, o que está al borde del colapso; o piense que es un país maravilloso, capaz de todo y con un futuro brillante. No nos quejemos, pues, de que el mundo vaya mal.
Recordemos la afirmación de Cristo: “como un hombre piensa en su corazón, así es él”.El mundo, pues, va como van nuestros pensamientos.
Ni más ni menos. Ya que el pensamiento precede siempre a la acción, a la realidad. Si queremos que vaya bien, pues, en nuestra mano está. No tenemos más que lanzar, siempre que tengamos ocasión, pensamientos de ilusión, de optimismo, de amor, de comprensión, de tolerancia, de respeto, de paz y de armonía. Sobre todo los dirigentes, los periodistas y quienes
tienen más posibilidades de que sus pensamientos lleguen al público de modo masivo.
Piénsese que, como dice un antiguo proverbio ocultista "los molinos
de Dios muelen muy lento, pero muy fino". Es decir, que nada, ni un ápice de cuanto hagamos, pensemos o digamos o, como en este caso, seamos culpables de que otros hagan, piensen o digan, dejará de recaer sobre nosotros mismos, como lógica reacción a la acción que nuestra actuación pone en marcha. ¡Qué distinto sería el mundo si todos conocieran estas verdades, tan claras, y que han estado rigiendo desde siempre!

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