CÓMO SER HUMANO MEDITANDO.
por Francisco-Manuel Nácher
El pensamiento, la facultad de razonar, es lo que distingue
esencialmente al hombre del animal. El animal nace, se alimenta, crece, se
reproduce, percibe estímulos del mundo físico y, como consecuencia de
ellos, siente, más o menos rudimentariamente, y actúa, en uno u otro
sentido, para beneficiarse lo más posible, bien acudiendo a lo que le gusta,
bien alejándose de lo que no. Pero no piensa, no reflexiona, no engendra
ideas ni juicios ni éstos, por tanto, le impulsan a la acción de un modo
racional.
Sabido esto, lo lógico es que nos demos cuenta de que, en tanto
pensemos, en tanto estemos utilizando esa característica humana que es
razonar, es decir, crear ideas, relacionarlas y sacar conclusiones en base a
una lógica y, tras ello, actuar a tenor de ese juicio o conclusión, estamos
"ejerciendo de hombres" en el más exacto sentido del término.
Y, consecuentemente, es lógico también que, sabido que disponemos
para manejarnos en este mundo, de un instrumento tan valioso y tan
privativo de nuestra especie, tratemos de desarrollarlo todo lo que
podamos, con el fin de ser "lo más humanos posible" o, lo que es lo
mismo, "lo menos animales posible".
Decididos, pues, a pensar, tendremos que determinar la mejor manera
de hacerlo.
Como el pensamiento es algo que no nos viene de fuera, del mundo
sensible, sino de dentro de nosotros mismos, y que no es detectable por los
sentidos, para pensar conscientemente, es decir, sabiendo que pensamos,
con el fin de estudiar el pensamiento y hacernos maestros en ese arte, es
necesario que nos encontremos lo más libres posible de esos estímulos
exteriores que nos llegan del mundo que nos rodea y que, recogidos
conscientemente en nosotros mismos, pongamos en marcha el mecanismo
correspondiente.
Para ello son precisas varias etapas:
Primera: RELAJACIÓN
Existen numerosos sistemas para explicar el mejor modo de relajarse,
cosa que a muchas personas les resulta poco menos que imposible, con
gran daño para su salud física y mental. En nuestra opinión, el más fácil es
el siguiente:
Una mañana, al despertarnos, en ese momento en que nos
encontramos más en el mundo de los sueños que en éste, cuando aún no
hemos hecho ningún movimiento físico, cuando estamos dudando entre
despertarnos definitivamente y comenzar nuestra jornada, o seguir unos
minutos más en ese estado de beatitud en el que parece que no tengamos
cuerpo y los sonidos exteriores nos llegan mitigados o sin trascendencia o
no nos llegan en absoluto, acordémonos de fijarnos en qué estado se
encuentran nuestros músculos, los de todo el cuerpo. Sin despertarnos, es
decir, continuando en plena "modorra", repasemos, uno a uno, nuestros
miembros: Las manos, los brazos, los pies, las piernas, el tronco, el cuello,
la cara...todo, y démonos cuenta de que ninguno de nuestros órganos está
realizando esfuerzo alguno pero, sin embargo, podemos pensar con toda
lucidez si nos lo proponemos... Nuestra mente, por su parte, se encuentra
también en un estado especial. Tan especial que cualquier ruído fuera de lo
normal, nos produce en el cerebro como una sacudida, un "romperse algo",
un "salir de algo", a veces hasta doloroso y que, si ha sido muy violento,
no se va hasta que nos dormimos la próxima vez. Ése es, precisamente, el
estado que deberemos buscar cuando, en el futuro, deseemos relajarnos. Si
repetimos este sencillo ejercicio de observación durante dos o tres días al
despertarnos, nuestra memoria muscular nos capacitará para, luego,
durante la jornada, cuando pretendamos la relajación, alcanzarla fácilmente
con sólo recordar y reproducir ese estado de abandono de todos nuestros
órganos. Una vez "memorizado" ese estado, es facilísimo volver a él y,
cuanto más lo practiquemos, más fácil nos resultará.
Dominado el sistema para relajarnos, deberemos tratar de mantener,
durante el estado de vigilia, totalmente relajada, aquella parte de nuestro
cuerpo que no haya de actuar en ese momento. Por ejemplo, si estamos
sentados, podemos mantener las piernas y pies completamente relajados, lo
cual favorece la salud, elimina tensiones innecesarias y prepara los
músculos y órganos para actuar debidamente cuando su trabajo sea
requerido. Esto deberá ir extendiéndose a todas las partes del cuerpo. De
este modo tan sencillo, habremos eliminado una gran parte del cansancio
que nos abruma muchas veces, avanzada la jornada, y habremos hecho casi
imposible el nerviosismo, el stress y sus consecuencias más o menos
directas, como las dolencias cardíacas, intestinales, etc.
Segunda: SOLEDAD
Una vez lograda la relajación a voluntad, deberemos elegir unos
minutos cada día para aprovechar su mejor ventaja: Pensar.
Mientras permanecemos relajados, como hemos dicho y como todos
sabemos, los estímulos exteriores, ruidos, luz, olores, sensaciones táctiles,
etc. no nos llegan o lo hacen muy tenuemente. Es la ocasión para
zambullirnos en nosotros mismos, en nuestro interior y, antes que nada,
darnos cuenta conscientemente de que podemos pensar con toda claridad
mientras nuestro cuerpo "yace", simplemente existe, está ahí sin decir
nada. Es una sensación maravillosa que jamás se olvida, el comprobar que,
sin cuerpo, es decir, sin contar con él, sin moverlo, sin recibir sus mensajes
ni reaccionar con él a ellos, somos los mismos de siempre, incluso más
despiertos, más agudos, más inteligentes, más concentrados, más
analíticos, más profundos, más...humanos, porque nuestro pensamiento,
libre del cuerpo, puede funcionar a su gusto, es decir, a nuestro gusto.
Es ése un momento crucial en nuestro camino hacia la
"humanización". Por un momento, somos perfectamente conscientes de
que estamos solos con nosotros mismos; por un instante comprobamos la
posibilidad de nuestra existencia al margen de lo material y
experimentamos lo que significa tener conciencia de sí mismo frente al
mundo y a los demás. Nos situamos frente a nosotros mismos y, sin
embargo, ese encuentro y esa soledad no nos asustan.
Si nos habituamos a dedicar cada día unos minutos a este ejercicio,
pronto nos sentiremos más seguros de nosotros mismos, nos enfrentaremos
a los problemas con más resolución, perderemos el miedo a la vida y, allá
en el fondo de nuestro corazón, empezaremos a adquirir la prueba y la
certeza de que somos inmortales, de que sin cuerpo somos los mismos, de
que, por tanto, nada debe amedrentarnos, y de que acabamos de descubrir
un mundo que nos invita a que lo exploremos porque es un mundo
sugestivo, atractivo, vital, encantado y es sólo y todo nuestro y está a
nuestra disposición siempre que lo deseemos...