EL MECANISMO HUMANO
por Francisco-Manuel Nácher
en you tube, desde aquí
https://www.youtube.com/watch?v=EjZp3S4DJww&feature=youtu.be
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Todos nacemos, aunque no nos percatemos de ello, con dos tendencias muy curiosas y básicas para nuestra evolución. Por un lado, la que podría llamarse “sensación de infinitud, de perfección o de totalidad”.
La otra es la “certeza de la accesibilidad de esa perfección”.
Son dos intuiciones y, por tanto, no reflexivas, no mentales, no especulativas. Las tenemos y basta. Y nos condicionan toda la vida y en todos los campos.
De esas dos tendencias/intuiciones, perfección y accesibilidad, surge otra característica, típicamente humana, que es la ilusión: Vemos la perfección como posible, como alcanzable y, consecuentemente, la deseamos y, lógicamente, nos ilusionamos con su adquisición. Porque la ilusión no es sino el deseo de la perfección.
Y ese deseo abre la puerta a la entrada en juego de una fuerza irresistible, que nos hace actuar para lograr nuestro objeto. Pero - y es asombroso cómo está estructurado el hombre interno - esa ilusión, ese deseo de alcanzar la perfección, esa actuación y la consecución correspondiente, ponen inmediatamente en funcionamiento otra capacidad, también exclusivamente humana, la "capacidad de insatisfacción", que nos hace no conformarnos con lo obtenido, porque aún no es lo deseado, lo perfecto; y seguir, por tanto, esforzándonos por conseguirlo. Es el caminar del asno tras la zanahoria colgada frente a su hocico y pendiente de una caña sujeta, a su vez, al propio asno.
Cierto que nunca alcanzamos la zanahoria/perfección. Pero, sin embargo, vamos desplazándonos, vamos haciendo camino y, de un modo inapreciable, vamos también acercándonos a ella.
Y eso nos ocurre a todos, en unos u otros de los aspectos de la vida:
a.- Tenemos la certeza de la maravilla y la plenitud que puede suponer el amor perfecto. Y por ello lo deseamos. Y, al desearlo, nos ilusionamos con su consecución. Pero, como lo que obtenemos no es exactamente lo que pretendíamos, nos sentimos insatisfechos y, como ante nuestros ojos interiores el amor perfecto sigue estando ahí y siendo posible, continuamos esforzándonos por su obtención. Esa es la razón de que nos enamoremos y de que, a lo largo de la vida, todos busquemos, en una forma u otra, sólo amor.
b.- Tenemos la certeza interna de que existe el poder absoluto.
Y por ello lo deseamos. Y su obtención nos ilusiona. Y ello nos hace luchar por él. Pero, como no alcanzamos sino cotas de poder, pero no el poder total, nos sentimos insatisfechos con lo obtenido. Y ello nos hace seguir intentando su obtención. Esa es la razón de ser de los gobernantes, de los políticos y de los dirigentes de todo tipo.
c.- Tenemos la certeza de que existe la omnisciencia. Y por ello la deseamos. Y nos ilusionamos con su obtención. Y estudiamos, investigamos, descubrimos y nos esforzamos por alcanzarla. Pero, como siempre nos falta algo para poseer todo el saber, nos sentimos insatisfechos con el nivel alcanzado y nos seguimos esforzando por obtener más. Esta es la explicación de la existencia de los científicos, de los investigadores y de los filósofos.
d.- Tenemos la seguridad de la existencia del goce total de los bienes materiales. Y lo deseamos. Y nos ilusiona hacerlo realidad. Y comenzamos a adquirir bienes y a acumularlos para obtenerlo. Pero, como no poseemos todos los bienes, por muchos que tengamos, la insatisfacción nos embarga y seguimos esforzándonos por lograr más. Esta es la razón de ser de los avaros, los supermillonarios y los acaparadores de bienes en cantidades que ni siquiera conocen.
e.- Tenemos la seguridad de la existencia del placer infinito. Y ello nos hace desearlo. Y nos ilusionamos con su consecución. Y nos dedicamos a disfrutar toda serie de placeres sensuales a través de los cinco sentidos. Y caemos en la gula, en la lujuria, en la melomanía, en las drogas y en las adicciones de todo tipo. Pero nuestra capacidad de insatisfacción nos recuerda continuamente que no hemos llegado a la meta, que aún nos falta mucho. Y seguimos en la brecha. Esta es la razón de ser de todos los viciosos y adictos, de cualquier tipo que sean.
f.- Conocemos intuitivamente la existencia de la belleza suprema. Y estamos convencidos de su accesibilidad. Y esa certeza y esa accesibilidad nos hacen desearla. Y nos ilusionamos con su obtención. Y nos esforzamos por lograrla. Pero lo que conseguimos no es más que una belleza parcial y nuestra capacidad de insatisfacción nos obliga a sentirnos
frustrados en nuestro intento. Pero, por otro lado, la ilusión nos empuja a seguir esforzándonos por lograrla. a veces desesperadamente, para sentirnos luego frustrados de nuevo. Esta es la razón de ser de los artistas todos, que dedican su vida y sus esfuerzos a la consecución de esa belleza que ellos perciben con tanta claridad pero que permanentemente se les escapa y los deja insatisfechos de sus obras, aunque los demás las admiren.
g.- A los religiosos les ocurre, en este mismo contexto, algo similar: Tienen la idea del Ser Perfecto. Y lo ven accesible. Y desean ser así. Y se ilusionan con ello. Y luchan por eliminar de su carácter los vicios, las tendencias negativas, las imperfecciones. Pero no lo consiguen, aunque alcancen elevadísimas cotas y, como consecuencia de su capacidad de
insatisfacción, continúan en la brecha en su lucha hacia la perfección.
Ocurre, pues, a todos lo mismo durante toda la vida, en todos sus aspectos: El del amor, el del poder, el del saber, el del tener, el del disfrutar, el del crear y el del ser.
Porque eso, simplemente, es la vida: Un esforzarnos continuamente por alcanzar lo perfecto, y un sentirnos permanentemente insatisfechos por no haberlo alcanzado aún, pero convencidos de que su adquisición es posible y, por tanto, ilusionados y decididos a seguir esforzándonos. Y esa insatisfacción permanente es lo que nos impide sentirnos felices o, dicho de otro modo, lo que nos hace considerarnos incompletos y, por tanto, desgraciados.
¿Estamos, pues, condenados a no llegar jamás, a no ser nunca felices?. No. Lo estaremos mientras no conozcamos el mecanismo del funcionamiento de nuestro ser interno.
Una vez más, saber es poder. Porque, si sabemos cómo funcionamos, nos será relativamente posible, y hasta fácil, intervenir conscientemente en ese proceso y manejarlo a conveniencia. Y hay dos maneras: La de los místicos y la de los sabios.
h.- La de los místicos consiste en renunciar a la lucha. Concienciados intuitivamente, como consecuencia de la meditación frecuente, de lo agotador de la lucha permanente, la insatisfacción constante y, por tanto, la infelicidad a pesar de todas las adquisiciones, dan el salto en el vacío, prescinden, despreciándola como estéril por innecesaria, de toda la etapa
de la conquista de los bienes, materiales o mentales y, lo mismo que en álgebra manejamos la x de la incógnita como si fuera un dato conocido para llegar a la solución, ellos consideran obtenida la totalidad, la perfección y, por tanto, se identifican con ella y la disfrutan sin necesidad de pasar por todas las etapas intermedias.
i.- La de los sabios es, lógicamente, más científica y mental, pero también menos efectiva. Consiste en pararse, tras cada conquista, tras cada consecución, y volver la vista atrás y disfrutar del camino recorrido y sentarse a descansar y disfrutar de la brisa fresca y a llenar los pulmones y a sentirse felices con lo hecho y a reflexionar sobre el próximo paso - pero
aún no la meta - y a ilusionarse con la próxima adquisición o descubrimiento. Por eso el sabio, que sabe en qué lugar del camino se encuentra, puede decir, con toda honestidad y con toda exactitud, pero sin ninguna pena, aquello de "sólo sé que no sé nada".
Los que no son ni místicos ni sabios, pues, pasan la vida esforzándose sin saber por qué; luchando; obteniendo; sintiéndose, naturalmente, insatisfechos y, por tanto, desgraciados; considerando la vida como un castigo, y echando la culpa de sus insatisfacciones a Dios, a
sus semejantes o al azar. Pero nunca a su "falta de información" o de voluntad o, más frecuentemente, a su ignorancia. ¿Qué otra cosa quería decir la máxima griega "hombre, conócete a ti mismo y conocerás todos los misterios del universo"?
La vida, pues, es la lucha, el esfuerzo. Y Dios, causa de todo, es la fuerza, la presión permanente que nos hace esforzarnos y con ello aprender y, consecuentemente, evolucionar.
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