martes, 15 de mayo de 2012

EL HUMOR



EL HUMOR
por Francisco-Manuel Nácher

Todo hombre es un buscador. Todo hombre siente la necesidad de
hacerse ciertas preguntas y de darse ciertas respuestas, relativas ambas a su propio ser, a su existencia, a su origen, a sus relaciones con sus semejantes y con las cosas, a su vida, a su futuro y a su fin. 
Ésa es la prerrogativa del ser humano. Y la causa de algo también exclusivo del hombre, que llamamos humor.

El humor es una postura, más o menos espontánea, natural o
consciente, pero siempre y exclusivamente humana y siempre
consecuencia del estado en que se encuentran esas pesquisas existenciales que cada uno tenemos que culminar, descifrando el gran enigma de la vida.

El humor, pues, es un modo de ser, un modo de estar, de ver las cosas, de verse uno mismo y de ver a los demás; y de reaccionar a esa visión. Y, como modo de ser que es, se manifiesta siempre al exterior. Por eso "la cara es el espejo del alma". Y, como postura que es, ante la vida, tiene varios grados, expresión del nivel que cada uno ha alcanzado en esa búsqueda interior necesaria e inevitable.

Y, como es una característica humana, ningún animal tiene sentido
del humor. Tan sólo dos animales son capaces de reír: La hiena y el
papagayo. Y sus risas sólo lo son aparentemente.

El humor tiene sus gradaciones que van, desde el cinismo hasta la
risa, pasando por la ironía y la sonrisa.

Pero, ¿por qué esa gradación? El hombre, en su búsqueda, consciente o inconsciente, pero inevitable, de sí mismo, puede llegar a un punto en que se convenza de que no ha aclarado nada y pierda la confianza en aclarar algo alguna vez sobre su "seidad". 

Éste es el cínico, el que, como la hiena, se alimenta de carroña y, convencido de su propia incapacidad, se dedica, envidioso, a desacreditar, a despreciar, a destruir; en una palabra, a
desanimar a los demás buscadores para evitar que encuentren.

La ironía es el siguiente escalón. Y es utilizada por el que, no
habiendo perdido aún la esperanza de aclarar su problema existencial, no se atreve a desanimar a los otros pero, en su fuero interno, desea que no lleguen. Su "risa" es la del papagayo, una risa huera, vacía, sin fundamento, inauténtica y, como tal, responsable.

Le sigue la sonrisa, que es patrimonio de muy pocos. Porque es
consecuencia de un contentamiento interno, derivado de las propias
adquisiciones, de las propias vislumbres, de la seguridad de que se está en el buen camino y de que, se llegue o no, se sabe ya que a toda nuestra existencia subyace algo firme, santo y bueno que le sirve de base y cimiento. La sonrisa es la conciencia de las propias capacidades y de la consiguiente pérdida del miedo. Es el estado anímico perfecto. Es el equilibrio.

Y, por encima, aunque no superándola, se sitúa aún la risa, que no es más que la expresión sonora del exceso de confianza y que, como todos los excesos, es injustificada e irracional. Es la impotencia reconocida, como el cinismo, pero sin traumas; la inconsciencia. Es una huida hacia delante, un escaparse del problema que supone no haber aclarado nada.

Cuando veas, pues, un cínico, compadécelo y aléjate. Cuando veas
un irónico, échale una mano aunque es casi seguro que no te la aceptará.

Cuando veas un "reidor", échale también una mano, porque éste sí puede que te la acepte. Y, cuando veas un hombre que sonríe, síguelo y aprende de él y sonríe con él.

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