martes, 19 de febrero de 2013

A UN ENFERMO DESAHUCIADO




A UN ENFERMO DESAHUCIADO 

por Francisco-Manuel Nácher 


 Querido amigo XX, hermano, compañero de viaje en la 

vida: 
 Conozco por tu cuñado la situación en que te encuentras. Y 
no he de ocultarte que me sobrecoge. Pero, como sé que todo en 
la vida tiene su finalidad, que siempre es positiva, una vez metido 
en tu piel, he tratado de ver la luz. Porque la luz está en todas 
partes, ¿sabes? En el fondo, todo es luz. Sólo que casi nunca la 
vemos. 
Y, metido en tu piel, he tratado de pensar, que eso sí que lo 
puedes hacer. Y he llegado a la conclusión de que si, a pesar de tu 
estado, puedes seguir pensando, es porque se te está diciendo que 
debes pensar. 
A veces, los humanos nos empeñamos en hacer lo que no 
deberíamos, o en dirigirnos adonde no nos conviene, o en desear 
lo que nos perjudica, o en  a hacer lo que nos daña. Y entonces, 
para ayudarnos, sólo para ayudarnos, el Dios del amor, que vela 
permanentemente por nuestra evolución y nuestro mejoramiento, 
nos va privando de alguna de nuestras facultades para que, 
concentrándonos en las otras y aprovechándolas, enderecemos 
nuestro sendero. Y así nos vamos viendo privados de opciones y 
teniendo que concentrarnos en las que nos quedan. 
De momento, esa privación nos parece siempre una 
injusticia, una falta de amor, un error de Dios, que se ha olvidado 
de nosotros. 
En tu caso, sólo te queda el pensar y el sentir y (no sin una 
finalidad concreta), el ver y, sobre todo, el oír. Y, si piensas un 
poco, comprenderás que ello no tiene más finalidad que hacerte 
pensar y sentir y ver y, sobre todo, escuchar. Fíjate en que no he 
dicho “oír”, sino “escuchar”. Escucha estas palabras y, luego, 
piénsalas, desmenúzalas, memorízalas. Si es preciso, cuando te 
pregunten si deseas escucharlas de nuevo, di que sí. Y escúchalas 
y deja que su sentido y su música y el amor que contienen 
penetren en ti. Siéntete afortunado porque, a diferencia de casi 
todos los hombres, eres sólo pensamiento. Tu capacidad de pensar

se ha multiplicado exponencialmente. Y, con él, tu capacidad de 
sentir. A los demás nos distraen miles de estímulos que recibimos 
continuamente. Y las respuestas de nuestro cuerpo a esos 
estímulos nos alejan de la necesaria concentración. Tú no tienes 
ese problema. Tú eres casi sólo pensamiento, como todos 
llegaremos a ser dentro de muchos millones de años. 
Y el pensamiento es creador, XX. El universo existe porque 
Dios lo pensó y lo deseó y lo quiso. Y casi todo lo que nos rodea, 
lo que usamos en nuestra vida diaria, lo que deseamos, lo que 
tenemos, lo que compramos, lo que perdemos, casi siempre es 
creación humana. Pero esa creación empezó con un pensamiento 
que fue impulsado hacia la realización por un deseo y un acto de 
voluntad. Y nosotros, los hombres, somos como partecitas de 
Dios y, por tanto, somos creadores como Él. Lo que ocurre es que 
aún no sabemos crear bien. Y por eso hemos de intentarlo 
continuamente – para eso es, precisamente, la vida – hasta que 
alcancemos la perfección y nuestras creaciones no necesiten 
retoques. 
Tienes, pues, la suerte de que puedes poner en 
funcionamiento todo el poder de tu mente, toda la fuerza de tus 
deseos y toda la energía de tu voluntad. Y, si durante la vida has 
hecho miles de cosas que siempre empezaron con un 
pensamiento, un ver en la pantalla de tu mente lo que querías 
hacer, seguido del deseo de realizarlo y empujado por un acto de 
voluntad, ¿por qué no lo haces ahora? Yo, en tu caso, no lo 
dudaría. 
Yo sé que todo lo que nos sucede no es más que 
consecuencia de lo que hemos hecho antes, porque todo está 
regido por leyes naturales, que son inamovibles pero que tienden 
a ayudarnos en nuestro camino y, como he dicho antes, nos 
equivocamos en nuestras creaciones y nuestros deseos y luego, 
cuando llegan las consecuencias, aprendemos la lección y 
rectificamos. Por tanto, XX, no desesperes porque tú, que estás 
simplemente, experimentando los efectos de algo, puedes corregir 
esa situación si quieres. 
Porque TÚ ERES UN SER CREADOR. Y, del mismo modo 
que diste lugar a lo de hoy, puedes, si te propones decididamente 
vivir el resto de tu vida esforzándote por hacer el bien, por amar a

tu prójimo, por ponerte todos los días en manos de Dios, lograras 
la curación. 
TÚ TE PUEDES CURAR. Sólo necesitas para ello cuatro 
cosas: 
 1ª.- Sentirte una criatura de Dios. Y concebir a Dios como 
un Padre que te ama, que desea lo mejor para ti, que te observa 
permanentemente y que está esperando (como esperaba el padre 
del Hijo Pródigo) que le eleves tu corazón con toda la confianza 
de un hijo, con la seguridad de que Él te ayudará y podrás 
desarrollar tu vida por el camino de la comprensión, la devoción, 
el amor y la fraternidad. 
 2ª.-  Pensar en curarte. Visualízate completamente bien, 
sano, dueño de todos tus órganos. Crea una imagen mental 
perfectamente clara de ti mismo en plena salud y feliz y 
agradecido. 
 3ª.-  Una vez creada esa imagen, deséala. Pon toda tu 
emoción en desear su realización. Imagínate completamente sano 
y disfruta viéndote. 
  4ª.- Pronuncia la fórmula mágica: ¡QUIERO! Ordena a la 
naturaleza y a tu cuerpo, que sólo es una parte de ella, que la 
salud vuelva a ti. Afírmalo con fe, con la seguridad de que se 
realizará. Recuerda que Cristo dijo a sus discípulos: “Cuando 
pidáis algo, pedidlo como si ya lo hubieseis recibido, y entonces 
lo recibiréis.”  
Y sé constante. Fe y constancia son la clave. Y en tu mano 
están las herramientas que necesitas: Pensamiento (que implica 
comprensión de tu estado y de sus causas, y formar la imagen 
mental del estado físico al que deseas llegar),  oído (que te 
permitirá escuchar estas palabras cuantas veces quieras), 
sentimiento (que te hará elevarte a lo alto, con toda la devoción 
de que seas capaz, hasta llegar a Dios, que te recibirá con los 
brazos abiertos, como padre tuyo que es), deseo (que te permitirá 
poner en movimiento la imagen que hayas creado) y  voluntad. 
(que hará el milagro). 
La ciencia ha hecho prácticamente todo lo que sabe hacer. 
Pero la ciencia no tiene tus armas. Y tú sí. Dependes de ti. Sólo 
has de creértelo. Recuerda aquellas otras palabras de Cristo. “Si 
tuvierais fe del tamaño de un grano de mostaza, diríais a ese

árbol que se arrancase de donde está y se trasladase al mar, y el 
árbol lo haría.” No lo dudes. Tienes tiempo. Todos los que 
conocemos tu estado te ayudaremos y sentirás nuestras 
vibraciones ayudándote a elevarte y a sentirte capaz y confiado y 
agradecido. ¡Adelante, XX! 
Pero no olvides también terminar tus esfuerzos, cada día, 
con las palabras del propio Cristo en una situación similar la tuya: 
“No obstante, Padre, que no se haga mi voluntad sino la Tuya”. 

* * *

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