domingo, 29 de mayo de 2016

El diálogo político ideal


EL DIÁLOGO POLÍTICO IDEAL
 por Francisco-Manuel Nácher 

       En esta época tan politizada y hasta tan “partidista”, resulta confortador presenciar una conversación entre dos políticos que, antes que políticos, son dos caballeros. Cada uno con sus ideas, pero dos caballeros. 
       Porque ambos saben "estar" y, además, y es lo más importante, saben "ser"; ambos saben hablar sin insultar y sin descalificar y sin despreciar y sin presumir despectivamente de estar en lo cierto, sino con argumentos, con calma, con serenidad y hasta con predisposición para admitir errores propios y alabar aciertos ajenos; ambos saben buscar, por encima de las mezquindades, de las zancadillas, de los trapicheos, de los carnets y de las ideologías de uno y otro color, el interés del pueblo que es, precisamente, el que los aúpa o los descabalga con su voto. 
      Esa conversación que, aparentemente, no contiene nada especial, está llena, sin embargo, de todo lo que el pueblo ciudadano, masivamente, está deseando y esperando, sin saberlo, desde hace ya demasiados años. 
           Esa conversación debería reproducirse y exhibirse, para servir de ejemplo, en todas las sedes de todos los partidos políticos, en las escuelas, en las universidades, en los centros de producción y en cuantos cenáculos se dedican a arreglar el mundo basados en las anécdotas y nunca en las categorías. 
         ¿Por qué?. Por varios motivos, todos ellos importantes: 
               1.- Porque los políticos, al fin y al cabo, son hombres. Hombres normales, como todos los demás. Y, como tales hombres, tienen las mismas dudas y los mismos problemas y las mismas inquietudes que todos los otros. Y no son seres extraordinarios que poseen facultades inusuales y tratan problemas ininteligibles y hablan un idioma distinto y actúan de modo distinto o tienen una bola de cristal. Son simplemente hombres que han escogido, porque creen que tienen algo que aportar a sus semejantes, hacer el esfuerzo de aportarlo de la mejor manera posible, a su entender, y corriendo el riesgo de equivocarse. Y eso se trasluce en la conversación ideal que comentamos. 
         2.- Porque no es normal ni aceptable ni de recibo que los políticos estén siempre crispados y crean que su misión consiste en transmitir a los ciudadanos su crispación. Un político crispado no está manifestando sino falta de confianza en sus propias ideas o en sus propios argumentos o en sus propios actos. El político ideal, al que deben tender todos los políticos, es el que tiene las ideas claras y no se crispa porque no lo necesita. Y eso está presente en la conversación que comentamos. 
        3.- Porque no es inherente a la condición de político demócrata el descalificar al oponente por el mero hecho de serlo, por sistema; ni el aprovechar cualquier rumor, noticia o sospecha, cualquiera que sea su origen o intención, para condenar demagógicamente, injuriar y ensuciar la vida política y no política del adversario y polucionar el ambiente político del país entero. Se supone, se espera que el que aspire a gobernar - y ésta es la grandeza de los políticos - debe ser ejemplar en sus modales, en sus palabras y en su conducta. Porque, si un político no es un hombre ejemplar, no sirve como gobernante; y un hombre ejemplar, como cualidad imprescindible, debe ostentar el respeto por los demás hombres y, sobre todo, por los que, como él, piensan y pretenden el bien del pueblo, aunque sea con otras ideas. Y eso debe palpitar a lo largo de la conversación ideal que comentamos. 
         4.- Porque, si de verdad se es demócrata, cosa que hay que suponer en todos los políticos que así se autodenominan - a pesar de los esfuerzos sobrehumanos de algunos por desmentirlo - hay que aceptar la  victoria y la derrota con igual talante. Porque, al fin y al cabo, el pueblo, que es el destinatario último de sus esfuerzos, tiene perfecto derecho a escoger una u otra vía. Y porque sólo el haber intentado algo en beneficio de ese pueblo, debe ser suficiente para enorgullecer a cualquiera, aunque el pueblo haya preferido otra oferta. Y eso debe saltar a la vista en la conversación ideal que comentamos. 
           5.- Porque no es correcto ni honesto ni conveniente ni, por supuesto, necesario, el que los políticos utilicen dos lenguajes, uno para hablar entre ellos y otro para la galería porque, en realidad no engañan a nadie sino a sí mismos. Sólo debe haber un lenguaje: el de la claridad, el de la verdad, el de la razón. Y quien emplea dos lenguajes, en uno de ellos está mintiendo; y quien miente no es de fiar, ni como gobernado ni, menos aún, como gobernante. Y ese pensamiento campea a lo largo de la conversación ideal que comentamos. 
          6.- Porque, no nos engañemos: Lo que el ciudadano espera y desea y necesita es que el gobernante lo haga bien. Y ¿quién lo puede hacer bien? ¿Un mentiroso? ¿Un calumniador? ¿Un crispado? ¿Un trepa? ¿Un presuntuoso? ¿Un aprovechador de rumores? ¿Un demagogo? ¿Un descalificador? ¿Un ambicioso?. ¿Un resentido?... ¿O un hombre bueno, sosegado, reflexivo, comprensivo, tolerante, conciliador, colaborador, dialogante y, sobre todo, altruista?. Lo que los electores valoran y, por tanto, desean y votan, no son los gritos ni escándalos ni calumnias ni campañas... lo que ellos quieren - y no disponen de más medio para manifestarlo que las urnas, pero han de sufrir su ausencia en sus vidas y en sus expectativas de futuro -, son ideas y proyectos y dedicación y trabajo callado y efectivo. Porque el pueblo, como tal, en su conjunto es, aparentemente, muy manejable e influenciable. Pero no es tonto. Nunca lo ha sido. Y lo que quiere es un buen gobernante. Y punto. Porque, ¿de qué sirve un gobernante, de cualquier partido que sea, si lo hace mal?. Y eso se deduce de la conversación ideal que comentamos. 
      7.- Porque, mal está que la violencia nos esté ganando la batalla de la convivencia, transformándola rápidamente en "desvivencia"; mal está que los medios de comunicación aumenten cada día su cuota de asesinatos, violaciones, ajustes de cuenta, odios raciales, atentados, etc., como si sólo eso ocurriese en el mundo y sólo eso nos importase; mal está que, para que una película triunfe, haya de mostrar más explosiones, más coches incendiados, más violencia y más desprecio por los semejantes, que las anteriores... pero los políticos, los hombres públicos deben estar por encima de todo eso. Eso ya lo tenemos por las vías indicadas. Lo que nos hace falta es lo otro: El respeto, la tolerancia, el diálogo, la comprensión, la colaboración, el sentido de responsabilidad, el reconocimiento de la labor y el esfuerzo de los demás, en una palabra, el respeto al pueblo. Y eso es lo que destaca en la conversación ideal que comentamos. 
        8.- Porque, todo ciudadano la conoce, la espera, la desea. Y necesita poder dar un suspiro de alivio, como si una ráfaga de aire fresco hubiera recorrido los rincones de su alma, recordándole lo que todos teníamos in mente cuando alcanzamos la democracia; y necesita experimentar un sentimiento de sorpresa seguido de otro de satisfacción, de gratitud y de esperanza; y disfrutar un instante de relajación mental y emocional al ver cómo dos personas de distinto partido, oponentes, y que se han enfrentado varias veces con distinta suerte, a pesar de ello, son capaces de sentarse juntos y charlar de sus cosas sin necesidad de hacerse daño ni de hacerlo a nadie. Enhorabuena a los dos políticos ideales. Llegados aquí, sería bueno divulgar un Decálogo para las personas llamadas a desempeñar cargos públicos que, sintetiza cuanto antecede y cuanto esos dos políticos ideales deberían ejemplificar con su conversación aludida. Es éste:

     "1.- Si has llegado a ser designado, es porque se ha creído que eres el más idóneo. Demuestra en todo momento que quienes creyeron en ti no se equivocaron. 

      2.- Ten en cuenta que el país está constituido por todos, que todos tienen los mismos derechos y deberes, y que te debes a todos por igual, sin distinguir nunca entre ellos por razón de ideas, de creencias o de nivel económico o cultural o de actuaciones. 

        3.- Si eres demócrata, como aseguras ser, tienes, por definición, que admitir la existencia de opiniones distintas y aún contrarias a la tuya y debes, además, respetarlas por igual, mal que te pese, pues todos tienen el mismo derecho que tú a opinar y a manifestar su opinión. La crítica, si sabes encajarla debidamente tiene, a veces, mucho de colaboración. 

     4.- No utilices nunca la descalificación ni el desprecio ni, mucho menos aún, el insulto, aunque otros lo hagan, incluso contra ti. Tú haz y di lo que honestamente debes hacer y decir, si tu propio tribunal interior lo aprueba. Porque, si tu conciencia te reprocha lo que haces o dices, aunque todos lo aprueben, tú sabrás siempre que has fallado.

       5.- Ten presente, a lo largo de toda tu ejecutoria, que estás al servicio del pueblo y no a su frente. Y que debes estar siempre en condiciones de rendirle cuenta de cada minuto de tu gestión. Tu vida debe responder a lo que el pueblo espera de sus dirigentes. Si no te sientes capaz de ello, es mejor que no asumas la función o que dimitas de ella.

      6.- En ningún caso dudarás en destituir o sancionar públicamente a quien no sea capaz de cumplir con total honestidad su cometido al servicio del país. Y recuerda que esta norma te afecta activa y pasivamente. 
     7.- Los parientes, amigos y allegados dejan de serlo apenas se ocupa un cargo público. Tenlo presente siempre. Lucha, con todas tus fuerzas, para erradicar la recomendación, el nepotismo y el compadreo. Si sucumbes a ellos te habrás hecho indigno del cargo. Deben ser promovidos siempre los mejores, los más aptos. Es la única manera de estructurar un país inteligentemente y a tenor de las leyes naturales que, de otro modo, acaban siempre cobrándose cualquier transgresión. 

     8.- No pienses que el cargo será eterno. Es sólo un servicio, una entrega, un regalo que estás obligado a hacer al país por el hecho de ser más capaz que otros, y debes sólo aspirar a, en su momento, recibir con la frente alta las gracias que el país te dará por los servicios prestados. 

    9.- El desempeño de un cargo público es una magnífica ocasión que se te brinda para evolucionar hacia la comprensión de los demás, la colaboración, la mejora de lo mejorable y la ilusión de futuro. Aprovéchala. 

    10.- Recuerda siempre que la autoridad, como todo en la vida, tiene un precio; y que el precio de la autoridad es la soledad. A la hora de decidir estarás siempre solo. Decide, pues, con discernimiento para no tener luego que avergonzarte de ti mismo. 

     Estos diez mandamientos se resumen en dos: Respétate a ti mismo en todo momento, en toda ocasión y en todo lugar, y respeta a los demás como a ti te gustaría que los demás te respetasen a ti. 

    Si tienes presente cuanto antecede, el desempeño de ese cargo público, sea el que fuere, te hará más humano, más fuerte y más feliz, y te armonizará de modo misterioso con el pueblo. Y el pueblo, entonces, vibrará también contigo. No lo dudes."

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